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el conflicto irreversible entre los propios
Alan García Perez
XIV DECIMOCUARTA REGLA
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CAPTURÓ LOS CENTROS DE ACOPIO
Alan García Ferez
Pizarro identificaba los lugares geográficos con fuerza económica o con fuerza de legitimidad política; por eso la captura de Cajamarca y su estancia allí significaron tomar directamente la legitimidad del territorio y garantizarse la paz. Acumuló el rescate y además las ofrendas de los huascaristas y allí esperó pacientemente la gran cosecha andina que podía permitir una marcha sin tropiezos a los españoles y a los miles de indios auxiliares que los acompañaban.
El segundo punto de acopio que dominó fue Pachacamac, un milenario centro religioso de legitimidad espiritual y donde, a través de su hermano Hernando, logró la destrucción del ídolo de Pachacamac en el llamado Templo Viejo, cuyos vestigios aun existen, pero donde mantuvo el Templo del Sol (pirámide visible hoy). No hay cronista que afirme que sobre ese ídolo destruido y más aun sobre el Templo del Sol, edificado por Túpac Yupanqui, se levantara una cruz o algún centro de oración cristiana, lo que vale decir que en esos primeros momentos se atacó la religiosidad anterior pero fingió respetarse la legitimidad de Huáscar y Atahualpa a través del dios Sol.
El tercer centro de acopio fundamental fue el Cusco, el ombligo del mundo, el centro del Tahuantinsuyo y punto final de los lugares desde los que confluían las riquezas y productos del territorio y donde llegaban todos los caciques y curacas del imperio, quienes construían allí viviendas para residir durante el tiempo en que rendían homenaje al Inca. Allí logró entrar Pizarro como un héroe, articulando la suma de todas las legitimidades.
Pero no contento con ello creó, en cuarto lugar, un nuevo centro de acopio de poder y riqueza, con conexión por mar a la metrópoli, continuando la lógica de la expansión incaica hacia el océano por la alimentación y el comercio que ello suponía. La construcción de Lima es la edificación de un nuevo centro de acopio de la riqueza minera, agraria, política y de legitimidad religiosa. Tal vez Pizarro entendió entonces, en 1535, que más que el sol cusqueño de reciente data, Pachacamac en la costa representaba como santuario un antecedente más importante sobre el que construir la nueva religiosidad. Ello fue comprobado por la historia cuando los siervos indígenas del primer encomendero de Pachacamac, trasladados a su
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Pizarro, el Rey de la Baraja casa en la ciudad de Lima, edificaron más adelante un ídolo sobre el cual pintaron después los esclavos negros un Cristo al cual se conoce como el Cristo de Pachacamilla, Señor de los Temblores, como Pachacamac fue a su tumo, Señor de la Tierra.
Pizarro, con gran criterio de dominio espacial, escogió un punto central en la zona que los propios cronistas parecen preferir al Cusco. Esteta (24) afirma que Lima era una tierra muy poblada y rica, y a su tumo Cieza lo señala como el valle más rico de toda la costa del Perú.
Alan García Perez
XV DECIMOQUINTA REGLA
EVADIÓ LAS RESPONSABILIDADES Y LAS ATRIBUYÓ A OTROS
Alan García Pe re/
Hemos señalado cómo Maquiavelo advierte que «los hechos que originan odio deben ser asignados a otros y el Príncipe debe cumplir aquellos que ganan afecto». Pizarro fue un hábil evasor de la responsabilidad que le era propia por sus acciones o por sus omisiones. En el caso de la muerte de Atahualpa, que él decidió, aprovechó los múltiples elementos con los que contaba. Primero, el pedido de un gran sector de españoles, entre los que figuraban Diego de Almagro y Alonso de Riquelme, el tesorero real, quienes lo exigían, como Atahualpa había anticipado, para poder participar del rescate invalidando el primer acuerdo de reparto. En segundo lugar, el pedido unánime de los caciques del norte y de los orejones huascaristas. En tercer lugar, la aplicación retroactiva solicitada por los sacerdotes presentes de la moral católica al jefe indígena. Y en cuarto lugar la tesis de la conspiración. No es casual que ante la amenaza de un posible ataque indígena denunciado por Felipillo el traductor, se decidiera inmediatamente el inicio del juicio y el ajusticiamiento, aprovechando, «coincidentemente», que De Soto había sido enviado a las inmediaciones a verificar la realidad de tal amenaza de concentración de tropas, que días después desmintió y que Hernando Pizarro, amigo del Inca en esos ocho meses, hubiera sido enviado a España con el quinto real.
Tampoco es casual la coincidencia de los cronistas pizarristas. Esteta afirma que «ocurrió el proceso a Atahualpa, aunque contra la voluntad del propio gobernador» y su secretario y valido Pedro Sancho de la Hoz, testimonia: «viendo el gobernador el peligro del ataque y aunque le dolió mucho». Igualmente lo dice su primo Pedro Pizarro. Pero todo ello sabe a consigna o a la eficacia de sus manifestaciones de dolor y duelo en el proceso, la ejecución y en la misa posterior. Tampoco es válida la tesis de un requerimiento masivo de sus soldados, difundida por Pedro Pizarro. Más que nunca, Pizarro era dueño total de la situación y del mando y el núcleo familiar y extremeño, que era mayoritario, le obedecía ciegamente.
Lo cierto es que Pizarro requería la muerte de Atahualpa para iniciar su viaje al Cusco huascarista. Nada hubiera podido hacer manteniendo con vida a Atahualpa, aunque según los cronistas le había ofrecido dejarle marchar hacia Quito y restablecer su reino allí.
Lo ejecutó, pero para ello cumplió con una de sus reglas básicas,
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Pizarro, ti Rey de la Baraja la legitimidad formal y con esa formalidad y la acusación respaldada por los sacerdotes dominicos, con la acusación de idolatría, incesto y fratricidio cometido contra Huáscar, se logró en pocas horas la condena, que de inmediato fue ejecutada a pesar de los lamentos del usurpador quiteño. Así, habiéndose satisfecho todas estas formalidades, con fiscal, jueces y defensor, jamás el Consejo de Indias, entre 1533 y 1541, pudo hacer reproche alguno a Pizarro por la muerte de Atahualpa, pues se aceptó que actuaba por necesidad urgente, a diferencia de la forma en que se actuó contra Cortés por la muerte de Moctezuma.
En el caso de la muerte de Huáscar, ella fue conveniente y funcional para sus propósitos. Aunque pudo evitarla, quedó para siempre en la historia que fue Atahualpa el que la ordenó, sin importar si Atahualpa era un prisionero sujeto a la voluntad de Pizarro y al que este dejó actuar. Sin embargo, la evasión de responsabilidades por parte de Pizarro no es un caso aislado. Bolívar supo cubrir con su triunfo y con su gloria final su responsabilidad sobre el horroroso episodio de la entrega del más grande revolucionario americano, el procer Francisco de Miranda, al jefe español Monteverde, a cambio de su autorización para salir de Venezuela. Así también evadió la responsabilidad de haber perdido la fortaleza que le fue encargada por Miranda, evadió su responsabilidad por el asesinato de ochocientos soldados españoles canarios, prisioneros en Puerto Cabello ydegollados por su indicación. Evadió su responsabilidad por el fusilamiento del general Piar, ejecutado para ganar la obediencia de otros jefes, el fusilamiento de Berindoaga en el Perú, hecho para aterrorizar a los peruanos, etc. ¡Oh victoria, que cubres todas las culpas!.
Y Napoleón, con el fasto nacionalista de su imperio, dejó atrás el degüello de miles de mamelucos en Acre y a los millones de muertos que la construcción de su gloria ocasionó mientras repartía las tierras «ganadas por las ideas de la revolución» a sus hermanos como nuevos reyes. El propio San Martín, perdida la guerra en el Perú e incapaz de enfrentar a sus viejos compañeros del ejército español, donde sirvió por más de veintidós años, cubrió su fracaso con el aparente «desprendimiento» de su partida, que es por lo que se le recuerda. Evadir las responsabilidades no fue pues una característica exclusiva de Pizarro.