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Capítulo X: Décima regla Acumuló la confusión y las debilidades del adversario
Pizarro, el Rey de la Baraja niendo el orden aparente para valerse de él como instrumento de negociación con el conjunto.
En este caso, Pizarro parece seguir otro de los conceptos de Maquiavelo, el cual advertía sobre «lo peligroso que es introducir nuevas instituciones». Es previsible que Pizarro hubiera mantenido la legitimidad inca subordinada, de no haberse producido el levantamiento de Manco originado por los abusos y crueldades de sus incapaces hermanos Juan y Gonzalo. Además hubiera mantenido la legitimidad cusqueña dentro de un reino gobernado desde Lima para todo lo fundamental, ratificando una capa intermedia de orejones y caciques que le sirvieran para apropiarse del producto social. Volviendo al punto, en todos los casos mencionados, tanto en el de Atahualpa, al cual garantizó la vida; en el de Huáscar, cuya muerte permitió; en el de Chalcuchímac, cuya presencia utilizó; y en el de Manco Inca, al que desprotegió ante la codicia de sus hermanos Juan y Gonzalo, Pizarro aplicó también otra clásica y fría norma de Maquiavelo: «el Príncipe no está obligado a cumplir su palabra si es que se retoma contra él y si las causas de la promesa han desaparecido».
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Alan García Perez
XIII DECIMOTERCERA REGLA
MOSTRÓ PACIENCIA Y SERENIDAD
Alan García Perez
Ya conocemos los claros propósitos que Pizarro tenía para sí mismo: un objetivo estratégico, como era constituir un reino de legitimidad para él, y un objetivo táctico, que fue la captura de Atahualpa, logrando con ella el desgaste de sus fuerzas. Para ello necesitó de un instrumento fundamental: mostrar serenidad ante los adversarios y los testigos; es decir, la paciencia que fue en su caso una demostración de fortaleza y confianza, porque el adversario hábil detecta tras la gesticulación y la emocionalidad exageradas el temor y la debilidad del actor.
Es cierto que la estructura psicológica y la imagen que de sí mismo tenía Pizarro, de pocas palabras y larga constancia, conducían a la reflexión paciente, pero más allá de ser una aptitud o una decisión táctica, la paciencia fue funcional a sus objetivos. Ninguno de los demás actores (Almagro, Hernando, De Soto, Maisa Huilca, u otros) tenía tal fortaleza. Tal vez la fingía Atahualpa como un código de conducta ante sus súbditos, porque era una virtud requerida para la alta nobleza indígena de América, tal cual se enseñaba en México.
A través de los códices aztecas sobre la enseñanza que se ofrecía en los calmescac, o escuelas, a los pipiltin, o nobles aztecas, sabemos que se impartía como virtudes la paciencia, la serenidad, la indiferencia aparente ante el dolor y el no delatar los verdaderos sentimientos. En este sentido Pizarro fue cultor de tal norma y de la especialidad en «guardar para mañana la respuesta o el rencor», como afirman los testigos. Y lo comprobaría en muchas ocasiones. Primero, en Piura, donde a pesar de la aparente traición de Chirimasa, que abandonó a los españoles ante las tropas atahualpistas, le perdonó la falta con fingida generosidad, pero con el objetivo de continuar informándose a través de él y de ganar para su causa al pueblo tallán.
Desde Piura se mantuvo a la espera varios meses, ante la impaciencia de su hueste. Pero él aguardaba la destrucción mutua de las legitimidades incaicas en las batallas de Cusipampa, Conchahuaylas, Bambon, Yanamarca, Tahuaray, Cotabambas, Chontacaxa, etc. En esa espera pudo ver cómo se destruían hasta trescientos mil vidas humanas. Durante esa larga paciencia logró la alianza fundamental con el más importante señor de la costa e incorporó para sí las fuer
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