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Consolidar la retaguardia
Pizarro, el Rey de la Baraja zas de Moche, Virú, Chicama, Jequetepeque y Collique, que deberían aportarle con los anteriores curacazgos, mil doscientos hombres por cada cacique.
Esa paciencia en la marcha, que previsiblemente no hubiera practicado Hernando de Soto, dispuesto al avance audaz aunque a veces irresponsable como en el caso de Vilcaconga, donde fue sitiado, le permitió estacionarse a la espera de los acontecimientos, dejando a los otros tomar la iniciativa y hacer su propio juego, cual en una estrategia de rocambor. Y con esa espera promovió la curiosidad de Atahualpa, demostrada con el envío de Maisa Huillca a Serán, visita que aprovechó Pizarro para proyectar sobre Atahualpa las imágenes y mensajes que deseaba.
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Más adelante, después de la prisión de Atahualpa en Cajamarca, permaneció allí nueve meses, con lo cual generó el hambre y el desconcierto de los quiteños. Dio tiempo a quienes se alzaron contra Chalcuchímac, acrecentó la división de los cañaris y permitió la casi total eliminación de la nobleza cusqueña. Además ganó tiempo para la recaudación del tesoro y cuando la llegada diaria de los envíos fue disminuyendo, procedió al reparto y a la ejecución del rehén. Después, haciéndose fuerte en el Cusco tras su ingreso triunfal, pudo observar la rebelión de las fuerzas quiteñas contra su jefe Quisquís, que fue obligado a retroceder hacia el norte y culminó muriendo a manos de Huaina Palcon, otro jefe atahualpista.
Pero la serenidad y el no mostrar sus sentimientos fueron practicados también con las personas. Ya hemos relatado antes como, a Maisa Huillca, la encamación de la soberbia atahualpista, que llegó amenazante con patos desollados ante los españoles, respondió con enorme frialdad y hasta sonriendo, aunque Maica Huillca llegara a halar las barbas de algunos españoles para ver si estas eran reales porque había visto en acción al barbero «devolviendo la juventud». Mesar las barbas era un gran ultraje en la España posmedioeval, pero lo ignoró porque Maisahuillca no era importante en sí mismo y el objetivo de Pizarro era demostrar temor y voluntad de paz hasta llegar a Atahualpa, dándole mensajes de confianza. Convirtió al enviado del jefe indígena en mensajero suyo.
Inclusive en el pugilato entre este y Huachapuru, el señor de los tallanes, se limitó a ordenar que los separaran y se ofreció nueva- 152
Alan García Perez
mente para servir a Atahualpa. Así manipuló a Maisa Huillca y este a su vez a Atahualpa. La misma y estudiada paciencia demostró ante Pedro de Alvarado, ante quien envió a Almagro con una generosísima oferta económica para comprar su salida. Igual paciencia, tal vez mezclada con el afecto de viejos socios, tuvo con Almagro en sus dos entrevistas, tanto en la de Pachacamac como en la del Cusco, desde donde salió la expedición a Chile, aunque en la última, en Mala, fue seco y duro porque ya había decidido su suerte.
Sin embargo, la misma serenidad la ejerció con la frialdad del terror cuando fue necesario aplicarlo a los trece curacas de la Chira, a los que precipitó a la hoguera para confirmar su alianza con los tallanes. Hay pocos episodios en los que se puede ver a Pizarro perdiendo la paciencia. Uno de ellos ocurrió ante la noticia del sitio del Cusco, pues en esa ciudad se encontraban sus hermanos, lo que motivó que enviara sucesivamente cinco expediciones, cuatro de las cuales, al mando de Mogrovejo, Tapia, Gaete y Diego Pizarro, fueron totalmente exterminadas al subir a los Andes.
También sucedió cuando Lima fue sitiada por Titu Yupanqui, ocasión en la que, en un acto de desesperación, que algunos cronistas suponen fue inducido por los celos de Inés Huaylas, la madre de Francisca, ejecutó a Acarpa, hermana de Inés. La acusó de ser la informante y la quinta columna de las tropas de Manco Inca, y la sometió al garrote en su propia casa y comedor. La misma impaciencia y crueldad fue mostrada en el caso de Cura Collo, mujer de Manco Inca, que había sido anteriormente tomada como concubina por Hernando Pizarro y tras ser recuperada por Manco fue capturada en una de las expediciones que se hizo hacia Vilcabamba para terminar con la insurgencia. Entonces Pizarro, no habiendo podido alcanzar a Manco, hizo que la torturaran y la asaetearan las tropas cañaris, dejando su cuerpo en un bote para que sirviera de lección al Inca rebelde. Esta acción, así como la quema de los prisioneros tomados a Manco, entre ellos el Villa Huma, fue duramente criticada por los testigos y cronistas: «E querido decir esto de estas dos señoras que así mataron tan sin consideración y mirar que eran mujeres y sin culpa» ( Pizarro 122 v.).
Pizarro unía a su paciencia un gran respeto y culto por el ceremonial y el protocolo, tal vez porque ello retroal i mentaba la ima
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Pizarro, el Rey de la Baraja gen de serenidad que gustaba ofrecer a los observadores. Fundar ciudades con gran alarde, invitar diariamente a cenar a Atahualpa, guardar las reglas de la etiqueta fueron permanentes muestras de su deseo de construir una nueva legitimidad.
Femando VII fue paciente y taimado al aceptar la constitución liberal impuesta por la sublevación de Riego en 1821. Concluyó ejecutando en la Plaza de la Cebada de Madrid, en 1823, a quien es un héroe indirecto de la independencia de América, pues con su sublevación de 1821 impidió la partida de un ejército de veinte mil hombres que, sumados al contingente realista en Sudamérica hubieran aplastado a los ejércitos libertadores. Luis XVI, por el contrario, demostró impaciencia, pues insistió en el derecho al veto, conspiró con las potencias europeas e intentó huir de Francia y fue él quien murió en la guillotina. El propio Hitler, expresión máxima de la crueldad y la megalomanía, después del fracaso del putsch de Munich, aceptó en apariencia las reglas democráticas, realizando un paciente ascenso parlamentario durante ocho años hasta alcanzar la mayoría y desenmascarar sus propósitos criminales.