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Atahualpa condenado desde el inicio
Pizarro, el Rey de la Baraja nuevos pueblos con los títulos de gobernador, adelantado y capitán general. Se convirtió así en representante incontestable del emperador, una suerte de virrey sin ese nombre y en la práctica un rey por la gran distancia y por la capacidad conferida de entregar tierras y designar autoridades. Con ello logró un estatus y una defensa en el conflicto social o «lucha de clases», poco estudiado, que oponía a la nobleza propietaria y cortesana de España, organizada en el Consejo de Indias, frente a los aventureros y plebeyos que alcanzaban riquezas y poder en mundos ignotos. Un conflicto real, pero funcional y necesario, pues la Corona requería de la esforzada labor de esos aventureros pero dentro de límites definidos que anticiparan cualquier tendencia autonomista. Y Pizarro correspondió con creces a su designación. Como López de Gomara anotó: «Procuraba mucho por la hacienda real». En el primer viaje de Hernando Pizarro con el quinto real de Cajamarca, solo en oro llevó mil cien kilos equivalentes a cien mil pesos. Cortés, en cambio, apenas envió treinta y cuatro mil pesos desde Tenochtitlán como quinto real. Pero además puede calcularse en cien mil pesos adicionales el valor de la plata que también llevó Hernando en ese viaje. En el segundo viaje, en 1538, y según todos los cálculos, el quinto del tesoro del Cusco alcanzó una cifra mayor, pues el valor de fundición del tesoro llegó a un millón trescientos veintiséis mil pesos. Era el pago de Pizarro por la legitimidad que le concedía, además, la supremacía en la sociedad estamental o de castas que estaba creando.
Las copas. Legitimidad religiosa
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La segunda legitimidad tradicional que buscó fue la religiosa. No en vano integró a un sacerdote como Hernando de Luque, el cual no alcanzaría a conocer el Perú por haber muerto en 1533, dos años después de la partida de Pizarro. Luque fue rápidamente sustituido por miembros de la orden dominica y uno de ellos, Vicente Valverde, fue el primero al que envió Pizarro ante Atahualpa. Este es un tema importante, porque muestra el apego medioeval y estamental de Pizarro a la legitimidad sustentada en la autoridad religiosa y vaticana, al concepto del pontífice como «rey del mundo», capaz de atribuir territorios, como Alejandro VI lo había hecho, y por la cual Pizarro mismo tenía la justificación de estar allí.
Fue por ello que Valverde, acompañado de «una lengua» o traduc