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Igual ocurrió con Huáscar
Alan García Perez
tor, Felipillo, salió a la plaza con un soldado como testigo a «requerir» a Atahualpa su reconocimiento al Dios cristiano y al emperador, representante del papado en el mundo político. Eso demuestra el cuidado con el que Pizarro construía su legitimidad. No olvidemos que pertenecía a la generación que sucedió a la de los combatientes que reunificaron España en lucha contra los moros y que para él, tanto Atahualpa como el pueblo indígena, eran un conjunto de infieles, cuya alma ardería en el infierno de no aceptar el requerimiento ni el bautizo. Y conocía también de la gran influencia del clero en la Corte de Toledo, especialmente la que ejercía la orden dominica.
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En Pizarro existe mayor ambición por el poder político de largo plazo que en otros, pero nunca dejó de otorgar un lugar preeminente a los propósitos de «cruzada» religiosa en la conquista. Las cruzadas, iniciadas a fines del siglo XI, se extendieron hasta el siglo XIII y habían dejado en la cristiandad una idea de expansión y lucha en nombre de Cristo que estuvo presente en todos los conquistadores, a pesar de la violencia y la crueldad con la cual actuaron. Pizarro nunca tuvo conflicto con la iglesia ni con representante alguno de ella. No lo tuvo con Luque, con Valverde, con Berlanga ni con otro miembro de las órdenes religiosas que se establecieron después, tanto en Cuzco como en Lima. Se afirmó así como representante de la legitimidad del Imperio Universal de Carlos V y de la conversión religiosa de los infieles. Adicionalmente tradujo esa legitimidad en el simbolismo de la cruz contra el sol y contra los demás ídolos, así como la dramatizó públicamente en la comunión compartida.
Legitimidad arbitral
En el curso de su acción, Pizarro ganó una tercera forma de legitimidad y fue el poder arbitral. Llegó a un territorio dividido y enfrentado, en el cual cientos de curacazgos luchaban entre sí: los yungas de la costa contra los indígenas de la sierra, el norte contra el sur, los grupos del Hanan Cusco contra los del Hurin Cusco de Huáscar y Atahualpa respectivamente. Aprovechando tal situación pudo constituirse como un árbitro por encima de esos enfrentamientos. Así lo hizo desde el desembarco en la isla de Puná en la bahía de Guayaquil, donde intercambió mensajes con Cotoir, el mayor de los caciques y se ofreció a luchar contra Atahualpa, que había destruido la sociedad punaeña, reconociendo a esta su derecho a la independencia, inclusive respecto ilc la legitimidad cusqueña de Huáscar. Después ejerció su capacidad
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