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Capítulo VI: Sexta regla Decidió y ejecutó los hechos fundamentales
Alan García Perez
postrero de Huayna Cápac, que tal vez comprendiéndolo quiso fundar en Quito, «un centro como Cusco».
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La extensión impone un alto costo económico y detrae de la producción y la inversión importantes recursos. El esfuerzo por desplazar al Inca, sus jefes militares, orejones, curacas, tropas, exigía un enorme sistema logístico de criados y yanaconas. Cieza de León relata que el viaje de Huayna Cápac a Quito impuso una movilización de doscientas mil personas, lo que exigió retirar del espacio productivo regimientos reclutados en el Cusco y Yucay, pero también de los soras, lucanas, collas, chancas, etc.
El costo y consecuencia de estos movimientos debió ser enorme, y luego mayor con las guerras de sucesión. Aparece con toda claridad una dinámica espacial declinante. La superposición de la etnia inca sobre el territorio, que exigía situar en el Cusco una población cada vez mayor de curacas dominados y de orejones, concentraba las decisiones y el producto social en esa ciudad y en el sistema de tambos para su desplazamiento. A ello se sumaba una segunda administración inca, con un noble en cada una de la ochentiocho provincias y un gran personaje a la cabeza de cada suyo, sus criados y sus fuerzas, además de la burocracia requerida por la administración decimal, los correos, los tambos, etc. Todo ello imponía continuar ampliando el territorio dominado para seguir alimentando al Cusco y a su clase dirigente, lo que en condiciones de baja tecnología sería cada vez más difícil. Tal vez, comprendiendo esto, Pizarro liberó a los yanaconas y estableció que no se cometieran exacciones contra los indígenas y que los impuestos en bienes y trabajo se entregaran a los encomenderos y no en las cabeceras administrativas de las regiones y suyos. Tal vez.
Lo que sí comprendió de inmediato fue que la gran debilidad de sus adversarios indígenas era la exagerada extensión. Por ello, entre Cajamarca, Jauja y Cusco, fundó Lima y creó ciudades intermedias, como Trujillo, Arequipa, Huamanga y validó la creación de Chincha por Almagro, pues así garantizaba un espacio homogéneo, que no se extendiera más allá del Perú actual o más allá de Quito, que permitió ocupar por Alonso de Alvarado y por su propio hermano 1 lernando Pizarro. Es muy significativo que jamás se propusiera viajar a Quito ni volviera a Cajamarca. Así, aunque fue here
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Pizarro, el Rey de la Baraja dero de la vocación unificadora de Castilla y Aragón y coetáneo de la formación del imperio de Carlos V, Pizarro tenía un criterio más homogéneo y limitado para el reino que estaba creando.
Las múltiples divisiones del Perú
En segundo lugar fue consciente, desde su desembarco en la isla de Puná, de la división comarcana y de curacazgos del Perú como efecto de la geografía, la historia y la expansión inca. El cacique Chirimasa de la ciudad de Tumbes, que tuvo un doble juego respecto de Pizarro por su temor a Atahualpa y al mismo tiempo por su respeto temeroso y mitológico a los españoles, le informó sobre la historia reciente de la presencia inca, la conquista de la Federación Chimú y la de su propio señorío tallán por Huayna Cápac y Túpac Yupanqui. Explicó sobre las muchas comarcas en que se dividía el territorio cercano, como Reque, Jayanca, Túcume, Caxas, Serrán, y cómo estas tenían conflictos entre sí, acrecentados por la lucha remota y exótica, impuesta a ellos, entre los Hurin Cusco y los Hanan Cusco. Así, existían pueblos huascaristas dominados por los gobernadores militares atahualpistas a costa de sangrientos exterminios, en los que los curacas proclamaban ante los recién llegados españoles ser ora huascaristas, ora atahualpistas y dudaban sobre qué decisión tomar.
De allí que el propio Chirimasa, informante de Pizarro según el cronista Gutiérrez de Santa Clara, huyera de Tumbes cuando se preparaban atentados y emboscadas contra los españoles por algunos atahualpistas como Maica Huillca. Es importante anotar que la astucia política de Pizarro le hizo perdonar a Chirimasa, no obstante haber ordenado días antes la quema en la hoguera de doce caciques de Amotape y La Chira por haber hecho ese mismo doble juego. Con el perdón de Chirimasa, que lo acompañaría después en su marcha hacia Serrán y a su encuentro en Tangarará con los emisarios de Huáscar, logró tener a todo el pueblo tallán agradecido y respaldando su acción en la zona de desembarco de los refuerzos esperados.
En suma, casi setenta reinos y grandes curacazgos agrupaban a más de trescientos importantes caciques en las zonas en las que
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