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La extensión exagerada debilita el poder
Alan García Perez
Pizarro, hombre austero, analfabeto, de escasa capacidad discursiva y de sonrisa excepcional era, sin embargo, un astuto y profundo observador de la psicología de los otros actores. Un gran jugador de baraja que no delató su juego pero leyó el de los otros, en su mirada y en las cartas que devolvían. Eso fue lo que le permitió anticipar los movimientos de cada uno de ellos y tomar ventaja de todas sus debilidades y objetivos. Alian Bullock, al caracterizar a Hitler, lo describe por su gran capacidad de identificar el poder psicológico en cada actor. Hitler identificó en Chamberlain y Daladier, los ministros inglés y francés enviados a negociar con él, un temor pánico a la guerra y su urgencia por mantener la paz a todo precio. En conocimiento de esto, los avasalló y fue avanzando en sus propósitos militares, anexándose Austria, tomando los Sudetes, iniciando descaradamente el rearme alemán, como antes lo hizo Napoleón con el zar de Rusia y más grotescamente con Carlos IV y su heredero Femando, frívolos y cobardes, cuya abdicación logró en Bayona. Pizarro obtuvo algo similar de varios actores en su escena.
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Almagro: la envidia subordinada
Al primer gran personaje, que estudió y diagnosticó adecuadamente, fue Diego de Almagro. En este, tan parecido en apariencia al propio Pizarro, identificó una persona aquejada por profundos problemas de origen. Si bien Pizarro fue hijo bastardo en una criada, era hidalgo por su origen y fue educado y sostenido por su madre, en tanto que Almagro fue abandonado y rechazado por la suya y narra la historia que, cuando la buscó a los doce años de edad, recibió de ella solo un mendrugo de pan en la puerta y la orden de marcharse. Esta circunstancia y otras, como la de ser fugitivo de la justicia española por un crimen con arma blanca, determinarían que la personalidad de Almagro fuera oscura, triste y ansiosa de protección. Pizarro percibió de inmediato lo manipulable y subordinado que sería su socio. Almagro no se inclinó nunca a las personalidades expansivas, elocuentes o triunfadoras, como Hernando de Soto, o a las abiertamente soberbias, como I lernando Pizarro, pero al encontrar un socio adusto y serio, «un pudre adoptivo», optó por subordinar su ca
Pizarro, el Rey de la Baraja rrera militar a él, que además de ser menor, contaba con doce años más de experiencia en el Nuevo Mundo. Tenía además, una «ambición limitada», de la que Pizarro fue muy claramente consciente, y jamás intentó disputar en el territorio de Nueva Castilla, el Perú, la superioridad y el mando de Pizarro. Solo en una ocasión dio rienda suelta a su envidia. En el tercer viaje, permaneciendo en Panamá como reclutador de soldados y acopiador de vituallas insinuó en su informe a la Audiencia de esa ciudad que era él, y no Pizarro, el verdadero impulsor de la conquista, pues el otro siempre «se quería volver». Pero fue la única vez y Pizarro, hábilmente, fingió ignorarlo. En adelante, Almagro solo gestionó que se le concediera un territorio más allá de los límites de la gobernación de su jefe.
Como consecuencia de estas características psicológicas era un buen y ordenado administrador, al cual Pizarro confió desde los años en Panamá el aprovisionamiento y el reclutamiento, de tal modo que lo privó de participar en los más importantes hechos de la conquista. Almagro fue, a lo largo de su vida, un hombre que acumuló dinero y riqueza. Aunque en su testamento declaró haber habido un millón de pesos de su asociación con Pizarro, se desprendió de mucho de ello, tanto por ayudar a sus soldados y compañeros como por buscar la Gobernación de la Nueva Toledo, siendo su segundo objetivo —que más adelante lo haría perder la vida— el ennoblecer a su familia mediante el matrimonio de su hijo -para quien dos horas antes de morir pidió a Carlos V la Gobernación de Nueva Toledo— con la hija deldoctor Carbajal, miembro del Consejo de Indias. Fue por ello que no se atrevió, como se lo exigían los soldados de Pedro de Alvarado, a ejecutar a Hernando Pizarro, su prisionero en la ciudad, porque eso hubiera causado graves problemas jurídicos a su pretensión, pues se trataba de un hidalgo y de un hermano del gobernador Pizarro. Paradójicamente fue Hernando Pizarro, quien liberado y traicionando su palabra de «no tomar las armas contra él», lo derrotó en la batalla de Las Salinas y lo ejecutó después de un juicio simulado e ilegal.
Así, en conocimiento de esa limitada e ingenua ambición, Pizarro no puso ningún obstáculo para la expedición a Chile, y por el contrario la promovió, pagó los cien mil pesos pactados por Almagro con Alvarado y dejó que las tropas de este se incorporaran a las
Alan García Perez
fuerzas de su socio. Todo esto ocurrió en Pachacamac. Pizarro confió siempre en su capacidad para dominar la psicología de Almagro, considerándolo inferior; por eso, en 1536, cuando Almagro declaró al Cusco como capital de la Nueva Toledo, Pizarro se trasladó al Cusco con un pequeño grupo de soldados, haciendo un azaroso viaje en solo siete días, le ofreció aceptar su pretensión si el rey la reconocía mediante una cédula real y comulgó con él de una sola hostia. Así, un Almagro satisfecho viajó a Chile llevando como lugarteniente a Rodrigo Orgoñez, con lo que Pizarro eliminó a Hernando de Soto de la nueva aventura.
Pero, al retomo de la expedición a Chile y tras levantar el sitio del Cusco, desengañado por no haber encontrado riquezas, tomó Almagro prisioneros a Gonzalo y Hernando Pizarro. Sin embargo, por la vieja subordinación, aceptó reunirse con Pizarro en Mala, en un episodio en el que no está confirmado si los setecientos españoles que acompañaron a Pizarro iban dispuestos a capturar a Almagro, a pesar de haberse pactado una escolta limitada a doce personas para cada uno. Gracias al aviso de su escudero, Almagro abandonó sin aviso previo la entrevista, pero al llegar al Cusco cometió el gravísimo error político de liberar a Hernando, quien, como se ha dicho, tomó el mando del ejército para luchar contra él y ejecutarlo después.
Atahualpa. La soberbia
Según puede comprobarse por la crónica de Francisco de Jerez, que como secretario de Pizarro expresaba sus ideas, este estudió e identificó psicológicamente a Atahualpa, al que definió con el término «soberbia». Dice Jerez, por ello, que Atahualpa los esperaba «con mucha soberbia», y repite ese calificativo en muchas ocasiones, recogiendo sin duda la expresión de Pizarro: «indio soberbio».
Pero el primer contacto de Pizarro con Atahualpa no fue directo y físico. Lo estudió a través de su enviado Maisa Huilca, que llegó a Serrán, donde estuvo Pizarro en las semanas previas a la marcha sobre Cajamarca y donde se presentó amenazante al tiempo que despreciativo con fortalezas de barro y piedra y con patos desollados para demostrar el poder ofensivo y la condición física en la que