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Almagro. La envidia subordinada

Alan García Perez

Cortés supo unir, en México, a los tlaxcalas y a los totonacas contra los aztecas; Alejandro usó en su expedición a la India una suma de pueblos conquistados; Napoleón extraía regimientos de las naciones dominadas. De igual manera, antes de dirigirse a Cajamarca, Pizarro unió bajo su dirección a casi todo el norte en contra de Atahualpa.

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Recordémoslo otra vez. Antes de Cajamarca había conseguido el apoyo de los caciques de Raque y Lambayeque, luego de su estancia en Serrán obtuvo el apoyo del Gran Chimo y con él, la presencia de los señores de Jayanca, Illimo, Túcume, etcétera. En su marcha fue constituyéndose una gran fuerza integrada por la vanguardia española y miles de tropas auxiliares. Pero después de Cajamarca logró el apoyo de los xauxas, que se insubordinaron contra Chalcuchímac, el respaldo de los chachapoyas recientemente conquistados y al llegar al Cusco, el de los cañaris, que aun recordaban el exterminio de sus hijos menores por Atahualpa (Cieza, 59). Además obtuvo el apoyo de los huaylas por su vinculación con la hija de su cacica; el de los yauyos y la aquiescencia del pueblo de Pachacamac y del valle de Lima. En los primeros años tuvo un respaldo masivo.

Con habilidad política unió a todos los enemigos y víctimas de Atahualpa. Por eso, cuando llegó a Huamachuco fue recibido entusiastamente como un libertador, pues Atahualpa había ocasionado allí decenas de miles de muertes y había victimado de un lanzazo al gran sacerdote, derribando además al ídolo Setequil para imponer como nuevo dios al Sol.

Pero mientras avanzaba al frente de todas esas fuerzas, aun antes de la muerte de Huáscar y con más fuerza tras ella, acumuló en el sur a todas las tribus y señoríos que apoyaron al Inca legítimo, los soras, los lucanas, los aymaras, los chancas, los huancas, y además a los rezagos del ejército quechua.

Esto también lo logró Pizarro, el jugador de baraja, pacientemente, deteniendo su tropa para dejar que los otros actores hicieran su juego. Primero en Piura, por dos meses, luego en Cajamarca durante ocho meses, después aproximándose a Jauja y luego en el viaje hacia Cusco, lo que en conjunto le tomó un año y medio. De

Pizarro, el Rey de la Baraja jaba madurar la carestía, el desorden militar y religioso, el calendario agrícola, las enfermedades, etc. Es difícil imaginar a De Soto o a Hernando Pizarro haciendo gala de tal paciencia. Tal vez ellos hubieran arremetido con velocidad mayor, afrontando los peligros de la cordillera ante tribus y ejércitos dispuestos a enfrentarlos. Pizarro, con sus mensajes, sus embajadores y su paciencia, logró unir a todo el Perú contra Quito y el actual Ecuador, que, a su tumo, estaba también dividiéndose por la insubordinación de los cañaris y por el retomo de Rumiñahui.

Constituyendo esa federación de aliados y a costa de muy pocos españoles muertos o heridos, Pizarro ya era militarmente dueño del Perú, gracias también a la sangría cruel de la lucha entre los pretendientes al Imperio y a la acción encarnizada y vigorosa de la caballería y de los arcabuceros, pero esencialmente porque era el político más hábil en la escena. Anotemos que la fuerza española causó desde Tumbes hasta llegar al Cusco unas veinte mil víctimas indígenas, cifra muy inferior a los cientos de miles de muertos ocasionados por la marcha de Huayna Cápac y por la lucha entre sus hijos.

Esta acumulación de fuerzas militares, de legitimidad religiosa, de devolución de autonomía a los cacicazgos y señoríos indígenas, permitió en el sitio de Lima, por ejemplo, que los cañaris, los chachapoyas, los huancas y los huaylas fueran su tropa auxiliar frente a las tropas de Titu Yupanqui. Inclusive cuando los incapaces y políticamente infradotados Juan y Gonzalo Pizarro, residentes en el Cusco, generaron la gran rebelión de Manco Inca, fueron también defendidos por tropas cañaris y chachapoyas.

Consolidar la retaguardia

Otra regla de Pizarro fue avanzar lentamente, consolidando su retaguardia. Así lo hizo en Puná, en Tumbes, en el norte, confederando a todos los señoríos, ganando la adhesión de los huascaristas y capturando al Inca y a Chalcuchímac como rehén. También la siguió al avanzar hacia el sur tras verificar la partida de Rumiñahui a Quito, al utilizar la muerte de Huáscar para presentarse como vengador y además al reconocer la coronación de Manco Inca. Luego de los errores de sus hermanos, tomó a su cargo el

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