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Carta de Jorge Escobedo Visitador general del Perú a
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y formación, sobre los problemas de administración, como disciplina o cuentas. A este respecto, el presente trabajo es un aporte notable sobre un componente muy original —y en su tiempo criticado— de la labor de los jesuitas en el Perú y que hasta la fecha no había recibido la atención que merecía. Este acervo documental de gran valor, y en gran parte inédito, va mucho más allá de lo meramente anecdótico. La autora lo pone siempre en perspectiva, consiguiendo demostrar con gran sutileza, debajo de las apariencias, los comportamientos y las normas; la filosofía pedagógica y el fondo políticosocial que sustentaban el proyecto y cuyas evoluciones con el paso del tiempo son también muy significativas. Por otra parte, son de evidente interés las páginas dedicadas a las tensiones que suscitaron esos colegios, aún antes de su creación y a lo largo de su existencia, entre diferentes sectores de la sociedad colonial, y que explican en buena parte sus continuas dificultades y su evolución posterior, por no decir —en ciertos aspectos— su deriva. De la misma manera son muy sugerentes los matices, y aún las diferencias, entre los colegios de Cuzco y de Lima, cuya relación con el mundo de los curacas parece no haber sido exactamente la misma. En fin, en la medida en que Monique Alaperrine-Bouyer abarca prácticamente toda la época colonial, nos ofrece un panorama diacrónico muy sugestivo en el que, después de la larga administración a cargo de la Compañía, nos muestra los avatares y problemas que conocieron esos colegios, a raíz de la expulsión. Posteriormente, con el llamado Colegio de nobles americanos, cuando la filosofía política del Estado borbónico había evolucionado de manera sustancial con respecto a América, y cuando la realidad cacical peruana —al cabo de casi tres siglos— poco tenía que ver con lo que había sido, y en muchas regiones estaba a punto de desaparecer para dar paso a otras formas de poder. De gran interés también son los fragmentos de historias de vida que este libro ofrece cuando trata de reconstruir las existencias y los combates de algunos exalumnos, y los muestra enfrentados con esa realidad colonial que globalmente los dejó bastante malparados y sin duda muy lejos de lo que habían esperado de su formación de colegial. Antes de terminar, que se me permita concluir sobre una nota personal. Quiero decir cuán grata me resulta la publicación de este trabajo, fruto de varios años de empeño en condiciones no siempre muy favorables, cuya elaboración pude seguir gracias a las discusiones que tuve con la autora. Entonces siempre aprendí mucho sobre los colegios de caciques —por supuesto—, pero también, como sin duda los futuros lectores, sobre muchos aspectos del mundo colonial andino que esas escuelas revelan de manera a veces inesperada.
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