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1. La experiencia franciscana en Nueva España

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La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

a las dichas provincias al dicho Alonso de Tovar...sin que le pidais ni demandeis ynformacion alguna el qual es de edad de hasta doce años algo moreno de rostro una señal en el labio y otra en la frente del lado derecho, febrero de 1570». (AGI, Lima, 569, lib. 13: fol. 129) Tales medidas sugieren que los visitadores tenían una confianza absoluta en los métodos de educación y represión para suponer que los castigados se enmendaban hasta volverse cristianos ejemplares, a no ser que la educación de los futuros caciques no mereciera más que maestros sospechosos, o huérfanos que estaban a cargo de la Corona.

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1. La experiencia franciscana en Nueva España

Como la conquista del Perú y su pacificación tuvieron lugar varias décadas después de la de Nueva España, no se puede hacer la historia de la educación de las elites indígenas peruanas sin tomar en cuenta la experiencia mexicana, tanto más cuanto que los jesuitas participaron de esta experiencia a partir de 1572, fecha en que iniciaban su obra evangelizadora también en el Perú. La primera experiencia intentada por los franciscanos en ese virreinato es conocida y consta en varios estudios (Olaechea, 1973; Durand-Forest, 1986; Osorio, 1990; Moreno, 1998). Quedó como ejemplo de fracaso para unos, y de éxito para otros. En efecto los franciscanos enseñaron la gramática a los indios —desde su llegada a Nueva España en 1524— con felices resultados pero más tarde abandonaron la empresa. Fray Toribio de Motolinía, que encarece la inteligencia y habilidad de los indios, afirma que aprendieron «a leer brevemente así en romance como en latín, y de tirado y letra de mano» (Motolinía, 1991: 353). Desde 1523, fray Pedro de Gante se dedicó a la enseñanza de los hijos de los principales en Tezcoco. En 1532 se realizaba el objetivo de utilizarlos a su vez como educadores de los demás, mandando a 25 hijos de principales al hospital de Santa Fe de México para servir de maestros a los indios que estaban ahí (Osorio, 1990: XVII). Las escuelas se multiplicaron hasta que después de la experiencia de San José de los Naturales, colegio fundado por fray Pedro de Gante en 1527, el Rey autorizó la fundación del de Santa Cruz de Tlatelolco donde se dio una enseñanza superior a los hijos de caciques a partir de 1536, y donde Sahagún no solo enseñó sino que recogió gran parte de la materia de su obra con la ayuda de sus colegiales. Ya el año anterior unos jóvenes indios tuvieron la oportunidad de hablar en latín al virrey Antonio de Mendoza (Ricard in Osorio, 1990: XXI). Este colegio se benefició de la ayuda moral y financiera del obispo Zumárraga además de la del Virrey, quien abonaba cada año 800 pesos de minas, y regaló, al partir al Perú, unas estancias de su propiedad personal. La conjunción de los esfuerzos del obispo y del Virrey era fundamental para el éxito de la empresa.

En las primeras décadas los colegiales de Nueva España gozaron de cierto respeto. Los escritos de los franciscanos reflejan su admiración para las dotes de sus alumnos que, detalle importante, vestían trajes talares a imitación de los colegiales españoles. Sahagún, Mendieta, Torquemada, conservan nombres de indios latinistas y cuentan sus proezas con entusiasmo. Patrick Lesbre1,califica a los indios latinistas de resorte esencial del sistema colonial. En las cartas que escribieron a Carlos Quinto, el latín les permitió dar a conocer la historia prehispánica, incluso la anterior al imperio azteca. Pero no todos manifestaban tanta adhesión a la necesidad de dar a los indios una enseñanza superior. Por una parte, los sacerdotes españoles incultos veían muy mal que unos indios a quienes consideraban inferiores les ganaran en gramática y teología. Es lo que ilustra Torquemada quien fue rector del colegio, con una anécdota donde un estudiante indio corrige los errores de un sacerdote (Torquemada, 1969, III: 115). Esto se ve también claramente en la carta que Jerónimo López escribe al Rey: «[...] ha venido esto en tanto crecimiento que es cosa de admirar ver los que escriben en latín cartas, coloquios, y lo que dicen: que habrá ocho días que vino a esta posada un clérigo a decir misa, y me dijo que había ido al colegio a lo ver, e que le cercaron doscientos estudiantes, e que estando platicando con él le hicieron preguntas de la Sagrada escritura cerca de la fe, que salio admirado y tapado de oídos, y dijo que aquel era el infierno, y los que estaban en él discípulos de Satanás». (Osorio, 1990: XXXIX) Según Osorio (1990: XLI), la creciente oposición a la educación superior de los indios se añade a las dos causas circunstanciales de la venida a menos del colegio de Tlatelolco: la peste de 1545 que se abatió sobre los mejores gramáticos, y el que los franciscanos abandonaran la dirección del colegio a los indios, a los diez años de su fundación. A estas causas se añade también el cambio de actitud de los religiosos, decepcionados por ciertos fracasos, por los pecados carnales en que reincidían los indios y por la revelación de «razas superiores» en el extremo Oriente que prometían una mies más satisfactoria (Milhou, 1998). La peste tuvo un gran impacto, ya que el mismo Sahagún acabó dudando del éxito de la empresa evangelizadora en la Nueva España. «Paréceme que poco tiempo podrá perseverar la fe católica en estas partes, lo uno es porque las gentes se van acabando con gran prisa, no tanto por los malos tratamientos que se les hacen como por las pestilencias que Dios les envía». (Sahagún, 1999)

1 Ponencia en el coloquio de Pau (diciembre, 2005)

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