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3. Otro infeliz donante: Domingo Ros
Lo que estos datos evidencian es que sobre la cuestión de los colegios de caciques en las últimas décadas del siglo XVI la sociedad colonial estaba dividida. Hombres como Lartaun, Toribio de Mogrovejo, el Conde de Villar o el oidor Álvaro de Carvajal, estaban a favor de su creación mientras que una mayoría de oidores estaba en contra. La Compañía de Jesús, a pesar de su implicación, frenó las iniciativas, desviando las donaciones en provecho de San Pablo, y dando más importancia a las misiones en su obra evangelizadora.
3. Otro infeliz donante: Domingo Ros5 En Cuzco se repetiría la misma situación, aunque de manera un poco diferente y más trágica. Fue estudiada, aunque de manera incompleta, por Domingo Angulo (1920) y Daniel Valcárcel (1968), que retomó los datos de Angulo. En 1589, un rico minero «benemérito y poblador de estos reynos», Domingo Ros, ofreció tres minas de plata y parte de otra para fundar un colegio de caciques: «para que se crien en el los hijos mayores de los caciques principales deste obispado, y en especial los de esta ciudad y su comarca, y Andaguaylas la grande y Chinchay-puquio, donde yo he tenido mas comunicacion [...]». (Angulo, 1920: 344) Su motivación era, como en el caso de Diego Porres la salvación de su alma por medio de una obra caritativa, pero ¿por qué escoger fundar particularmente un colegio de caciques? Las elites indígenas, decepcionadas por el fracaso del proyecto después de la salida del virrey Toledo, reclamaban estos colegios que les conferían a ellos y a sus hijos, cierta dignidad y esperanza de integración al sistema colonial. La nobleza indígena del Cuzco con quien Ros estaba en contacto presionaría las autoridades en este sentido, puesto que en 1601 mandaron una carta al Rey solicitando la fundación de un colegio «de yngas y curacas» (Olaechea Labayen, 1973: 423; O’Phelan, 1995: 53)6. Por tanto el minero pudo considerar que la donación de sus bienes a este efecto era el mejor medio para descargar su conciencia. Lo hizo ante escribano público dirigiéndose al Rey y al Virrey. Aunque nombra en su escritura al rector del colegio de la Compañía de Jesús como posible consultor, toma la precaución de añadir al guardián del monasterio de San Francisco y otros patrones. Además nombra por administrador a un tal Miguel Díaz de Zorita «que al presente está en las dichas minas de Vilcabamba». ¿Conocía Ros la desventura de Diego de Porres? Es muy posible que sí y que por eso tomara tantas precauciones.
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5 El diccionario de Mendiburu hace erróneamente de Domingo Ros un Padre, fundador del colegio en 1621. 6 1601 es la fecha en que Ros fue preso, encarcelado y procesado como se verá adelante. No se debe descartar una posible relación entre los dos hechos.
Reiteró sin embargo su donación, que al parecer no era suficiente, ampliándola en 1590 con dos mil pesos de plata ensayada y marcada, para iniciar la obra, y diez varas de otra mina, reservándose ser patrón de dicha obra y la facultad de nombrar otros patrones a su muerte. Además para que valiera la manifestó ante un juez: «Porque toda donación que es fecha en mayor cuantía de quinientos sueldos, en lo demás no vale, salvo insignuada ante juez, por tanto yo la insignuo y he por insignuada, e lixitimamente manifestada esta dicha donación ante cualesquieras justicias que pareciere [...]». (Angulo, 1920: 347) Quince días más tarde añadió un molino y cien fanegas de tierra «que son trescientas hanegas de sembradura», ochenta novillos y los aperos para labrar las tierras. Es de suponer que esas reiteradas escrituras eran el resultado de consultas y de presiones. Por fin mandó su petición al Virrey marqués de Cañete que le remitió a la Compañía: «Y por el consiguiente el dicho Domingo Ros a comunicado la dicha fundación con el Padre Juan Sebastián Prepósito Provincial de la Compañía de Jesús destos reynos del Pirú para que por servir a Nuestro Señor se encargue su paternidad y la dicha Compañía del gobierno espiritual y enseñanza de los dichos indios». (Angulo, 1920: 350) En 1593, el padre Sebastián contesta que la Compañía se encargará de lo espiritual y de la enseñanza, con tal que el Virrey dé asiento a la fundación. Pero a continuación, Ros recibe del Virrey —que había consultado al provincial— una negativa con el pretexto de que sus bienes «de presente no dan el fruto que se requiere para comenzar y proseguir obra tan grande y de tanto provecho» (Angulo, 1920: 350). Tiene que ofrecer más garantías, lo que hace comprometiéndose personalmente en una escritura firmada por dos religiosos de la Compañía, un escribano público y del cabildo: «Y porque se ha puesto duda en si los dichos bienes daran provecho tan presto, tomo en mi y a mi riesgo el arrendamiento dellos por todos los dichos seis años, y mi ofrezco a dar al dicho colegio mill y ciento y once pesos de a ocho reales de renta y arrendamiento en cada uno de los dichos seis años, con cargo de décima de la tal renta para mi y mis subcesores, porque como se refiere a la dicha scriptura de fundacion el patronazgo de mis subcesores lo fundo con décima [...] y asi con enterar en la dicha forma los dichos veinte e un mill pesos, y los seis mill y seis cientos y sesenta e seis pesos de los dichos seis años de arrendamiento, que son veinte e siete mill y seis cientos y sesenta e seis pesos de a ocho reales, hayamos cumplido yo y mis herederos con nuestra obligacion [...]». (Angulo, 1920: 351-352)
Además, pide «merced de tierras» en beneficio del futuro colegio y remite las constituciones, la cuestión de los otros patrones que se habrían de nombrar fuera del Rey y Virrey, y las misas, sufragios y prerrogativas suyas: «a lo que la persona que tuviere las veces de su Excelencia y del dicho Padre provincial e yo concretaremos». Esta escritura difiere mucho de la primera en que Domingo Ros actuaba libremente y fuera de la autoridad de los religiosos. Es evidente que como Diego de Porres, compraba con ello su salvación, que como Porres, manifestaba cierto afecto a los indios y que como él, tenía que pasar, a pesar suyo por las horcas caudinas de la Compañía. No hay huella de que se hubiese fundado el seminario de Domingo Ros ni de dónde se haya depositado su dinero. Según Angulo, el colegio no se fundó entonces porque no llegaron a ponerse de acuerdo en lo referente a la presentación de los colegiales (Angulo, 1920: 341). Parece ignorar el fin dramático de Ros y afirma también que nadie quiso tener litigio con sus herederos, lo que no es cierto. A partir de 1593, ya no se tratará de fundar un colegio de caciques en el Cuzco, hasta que con la Extirpación, el virrey Esquilache logre fundar los dos planteles previstos por Toledo. En las escrituras de fundación de San Borja, no se menciona a Domingo Ros, que por aquel entonces había caído en el más profundo olvido. Él había sido nombrado por el virrey Toledo «administrador y cobrador de las dichas rentas [de la universidad] en términos de la ciudad del Cuzco», entre las cuales la de Livitaca, reservada para el colegio de caciques, y que luego sería del colegio San Felipe. Cumplió con este cargo con título de «mayordomo de la Universidad», hasta 1595, cuando salió de la ciudad para Andahuaylas. Entonces dio poder a su hermano, quien cobró pero no transmitió la cobranza a la caja real, por lo cual Domingo Ros fue preso, encarcelado y procesado a partir de 1601. Enfermó en la cárcel y falleció en Lima en 1609, sin tener con qué pagar sus deudas ni obtener otra gracia que la de ser soltado «a punto de muerte», como lo venía pidiendo desde hacía bastante tiempo (BNP: ms. B444, fol. 151). Su pleito, conservado en la Biblioteca Nacional, no menciona sus escrituras de donación en su defensa. Un solo documento las evoca, que menciona las diferentes partes que se disputan la herencia, entre los cuales el colegio de San Felipe, la Universidad y la Compañía. Sin embargo, el hecho de que acabara su vida en extrema pobreza, sin poder pagar sus deudas, indica que ya no estaba en posesión de sus bienes. ¿Qué habrá pasado con las minas y el dinero que dio ante el juez? ¿Cómo y por quién fueron empleados? Supuestamente cayeron en las cajas reales. ¿Cómo un hombre tan rico pudo llegar a tal ruina? Supuestamente por el descuido y poca conciencia de sus herederos, de los oficiales y de los religiosos a quienes había ofrecido gran parte de su fortuna, nunca suficiente a ojos de la Compañía. Su
suerte también echa una luz funesta sobre la justicia de su tiempo. Lo cierto es que en 1633 el padre Berrueta, rector del colegio de San Borja, intentó recuperar la donación antes desdeñada: «Los Reyes diez y siete de enero de mill seis cientos e treinta y tres. El padre Berrueta de la Compañia de Jesus que hace los negocios del colegio de hijos de caciques dice que el dicho colegio es heredero de los bienes de Domingo Ros contra el qual pretenden tener derecho el collegio Real de San Felipe y la Real Universidad y porque al presente estan todos los papeles y quentas que los rectores y administradores an dado desde el año 1570 hasta ahora y en ellos hay algunas partidas que hazen en defensa del dicho colegio como son las sentencias de remate que dio el capitan Pedro de Zarate [...]». (BNP, Manuscritos: B 444) Doña Juliana de Pedraza, heredera de Ros con el capitán Andrés Docte de Buleja, contra quien la Compañía intenta un pleito, afirma que las haciendas de Andaguaylas se remataron en el Cuzco en cinco mil quinientos pesos ensayados por «dicha deuda» (BNP, Manuscritos: B 444). Se han perdido muchos documentos relativos a los ulteriores pleitos, documentos de los que quedan diez huellas en el índice de un inventario (ANC, Fondos varios: vol. 65, leg. 4, 6), sin que se pueda deducir con toda certeza quién ganó. En 1636 el provincial de la Compañía decía de la hacienda de Andahuaylas: «que por ejecutoria de la real audiencia pertenecen a este colegio y estamos en posesion no obstante que el que la poseia apelo para el real Consejo de Indias. Es gran hacienda aunque hasta agora no se ha gozado la renta della ni se save lo que es ajustadamente». (ARSI, Peru: 4, catálogos trienales) Pero en 1674 seguía el pleito por la hacienda de Toxama y al parecer, esta vez, contra la provincia jesuita de Castilla. Una carta del ex rector Francisco de la Maça, a su sucesor, se queja de la «incuria y poca cuenta y raçon» de sus antecesores. «[...] el derecho que ese colegio tiene a Tocsama es tan claro como la luz del sol; y los derechos son tres, 1° de donacion (que es por donde dirigio y mal el pleito el Padre Berrueta, 2° el de fundacion hasta 21 mil pesos a que quedo hipotecada Tocsama, 3° el de herencia porque el difunto dexo por heredero universal de todos sus bienes (en que entran Hojama y otras haziendas) al colegio de casiques, i a otro colegio seminario de Alcala, con advertencia —dice el difunto Domingo Ros— que al colegio de Alcala si no estuviere fundado al tiempo de su fallecimiento se den 21mil ducados para su fundacion, y todo lo demas sea para el colegio de casiques». (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 47, paq. 8)
Según esta carta, se entiende que hubo otros papeles de Domingo Ros a favor de un colegio por fundar en Alcalá, en España. También se entiende que San Borja perdió el pleito. No aparece Toxama en las cuentas ulteriores, solo queda rastro del molino de Chinchaypuquio, que consta en 1657 en las cuentas del padre Madueño, arrendado por 300 pesos y en 1776 en el documento que el rector Marán presentó a la Real Junta de Aplicaciones como una de las posesiones de San Borja: «El Molino consta haber hecho donación a beneficio de este colegio Don Domingo Ros, la que no se sabe, ni se ha podido averiguar ante quién pasó, porque solo hay un apunte en unos instrumentos a fojas sesenta y dos vuelta». (Macera, 1966: 367) Sin embargo, en el inventario de documentos de los jesuitas, perteneciente a Temporalidades, se encuentra la indicación de una serie de papeles relativos al pleito entre los cuales: «Razón del pleito del collegio de hijos de caziques que está a protección y amparo de la ciudad de Cuzco de la compañía de Jesús y es Patronato del Rey nuestro señor». (ANC, Fondos varios: vol. 65) Es posible que la posesión del molino resulte de un arreglo: «un papel por el Rector y collegio de la Compañía de Jesús de hijos caciques del Cuzco con el capitan Andrés Docte de Buleja» consta en dicho índice del inventario del colegio, sin más. Pero lo cierto es que sí hubo pleitos, hasta dentro de la misma Compañía por la desdichada donación. Lo que aparece claramente en el estudio de este periodo que va de la salida del virrey Toledo a la fundación definitiva de los colegios de caciques, cuarenta años más tarde, es que por una parte, la sociedad colonial estaba dividida en cuanto a la necesidad de la educación de las elites indígenas en una proporción de tres en contra, de cada cuatro, si tomamos el ejemplo representativo de los oidores de la Audiencia. Solo el virrey Toledo, de quedarse más tiempo en el gobierno del Perú, hubiese podido imponer estos colegios. Se nota también que los jesuitas iban cobrando cada vez mayor importancia, tanto en la Corte como en el reino, sobre todo en materia de educación, y entonces no querían, en realidad, la creación de estos colegios, como lo muestra la actitud reacia de Roma y la del mismo Acosta cuando se trató de recuperar el dinero para el colegio de San Martín. El interés de la Compañía era entonces fundar colegios de españoles y criollos, porque su política evangelizadora se focalizaba todavía esencialmente en las misiones y en la formación de los misioneros en el colegio de San Pablo. Su influencia en la corte y en las clases altas frenó también las voluntades. Se ve asimismo que Felipe II evolucionó en sus decisiones,
negándose a realizar lo que había ordenado antes. Favorable a los colegios de caciques en la época de Toledo, se desinteresaba del tema algunos años después. En las recomendaciones que había mandado al nuevo Virrey en 1581, daba por fundados los dos colegios: «El Virrey Francisco de Toledo dexo fundados por orden mia dos colegios, uno en la ciudad de los Reyes, y otro en la del Cuzco para enseñar y doctrinar los hijos de los Caciques: en los Reyes los de los llanos, y en el Cuzco los de la sierra, y dotados ambos con renta que para este efeto se consigno y porque siempre se ha tenido y yo tengo por cosa muy importante que aquellos que han de venir a governar sean desde pequeños instruydos en buenas costumbres, os mando que en llegando a aquella tierra os informeys del estado en que estan los dichos colegios, y los ayudeys y fevorezcays de manera que passen muy adelante y se consigan los efectos para que se fundaron, según y como esta ordenado». (Encinas, 1947, I: 322) Martín Enríquez, no encontró a su llegada los dos colegios fundados, tampoco se preocupó por obedecer estas órdenes. El Consejo de Indias recibía informes negativos. Las voces de los que se oponían al proyecto se hacían oír y los jesuitas, una vez salido el inoportuno Virrey del escenario peruano, podían ignorar el proyecto y dedicarse a la educación de las elites coloniales. Con todo, la idea errónea de que el virrey Toledo dejó fundados los dos colegios al marcharse persistió a lo largo de los años. En cuanto a los caciques, dos veces dieron dinero en vano para oponerse a medidas que les perjudicaban, y dos veces se vieron burlados por las promesas de fundar un colegio donde sus hijos gozasen de cierta dignidad. En esas décadas, terminadas las guerras intestinas, el poder colonial se hacía más firme al tiempo que una elite española se constituía, marcando las distancias que la separaban de los vencidos. Dentro de este contexto, las elites indígenas no gozaban de mucho prestigio, por no decir que inspiraban más bien desprecio. Pero aquellas familias españolas poderosas, que gozaban de fortunas rápidamente hechas, imbuídas en preeminencias, estaban también preocupadas por la salvación de sus almas y algunas, conscientes de las injusticias que sufrían los indios, quisieron pagar la deuda de la Conquista haciendo donaciones a su favor. Dos hombres, que aparentemente no compartían el desprecio general, quisieron que fuese favoreciendo la educación de los caciques. Los dos fracasaron en este proyecto, vencidos por el peso de otros intereses.