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7. La ceremonia

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Abreviaturas

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En mayo de 1621, los jesuitas compraron las casas que habían sido de un tal García Pérez de Salinas, por una suma de 13 000 pesos, sacados de los censos de indios, suma que pareció exhorbitante a sus opositores. Lo hicieron sin el consentimiento de Roma, puesto que en una carta el General amonesta agriamente al provincial: «es bien que se advierta que el Provincial no puede admitir semejantes fundaciones sin licencia del general» (ARSI, Peru: 2, epistolae generalis). El sitio y la disposición de estas casas les parecieron a propósito, aunque no al obispo que se mostró contrario. La casa lindaba con la catedral, por detrás, en la calle que sube a la plaza de Santa Clara. «[Distaba de] quadra y media de la casa de la Compañía y una quadra de la puerta de la yglesia cathedral en la esquina de la misma quadra y a las espaldas de la capilla mayor entre las quales esta la carcel episcopal y cimenterio y dende la dha casa vuelve la quadra con otras cassas de particulares que rodean la yglesia mayor nueva». (AGI, Lima: 305) Tal cercanía permitía al obispo quejarse de que los niños impedían el culto, con sus voces y pedradas, y pedir repetidamente su cesación. A pesar de todo, los escandalosos hijos de los caciques se quedarían en esta casa hasta 1644.

7. La ceremonia

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Comprada la casa, seis hijos de caciques y segundas personas tomaron posesión de ella, ritualmente, en presencia del corregidor, quien les ponía en dicha posesión, y de los padres y además rectores Diego de Torres Vázquez y Luis de Salazar —respectivamente del Colegio de la Compañía y del incipiente colegio de San Francisco de Borja (AGI, Lima: 305; véase doc. 7 en anexo). Esta ceremonia fundaba el colegio oficialmente en nombre del Rey. El escribano que da cuenta de esta toma de posesión enumera los siguientes nombres: «Y estan al presente en la dicha cassa y colegio Don Miguel Guaman Quisuimassa hijo del Cacique principal de Quiquijana, y don Gabriel Guaman Pariguana asi mismo del dicho pueblo y don Gabriel Toca de los Lares y don Gaspar Gualpa de Oropesa y don Felipe Maras hijo de la segunda persona del dicho pueblo y don Sebastian hijo del cacique de san Sebastian [...]». (doc. 7 en anexo) Llama la atención que los futuros colegiales sean solo seis y no doce como lo quería la costumbre y que sean de solo cuatro pueblos, puesto que dos de ellos son hijos de segundas personas. ¿Tenían prisa los jesuitas en tomar posesión oficialmente de la casa? ¿o este reducido número se debe a que tuvieron dificultad

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

para encontrar caciques decididos a mandar a sus hijos? El padre Fuertes de Herrera, procurador general de la provincia del Perú, afirma en una carta al Rey, que don Antonio de Cartagena presentó la petición de los vecinos ante la Real Audiencia «estando fundado dicho colegio un año ha con doze colegiales caciques» (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 74, 1610-1634), pero según el hermano Sebastián del Campo «de 8 que fueron los que se tomo posesion son ya 16 [a los cuatro meses de funcionamiento] y estan ya aqui para ser recibidos 3 a 4». Se nota el valor simbólico y no real del número 12 afirmado por el procurador. El hermano precisa además que los religiosos de la Merced trajeron a los hijos de caciques de sus doctrinas «y han enviado por los demás que faltan y con esto va creciendo el número de los colegiales». También sorprende la poca precipitación de los caciques para mandar a sus hijos mientras que algunos años antes reclamaban la fundación del colegio. Tal vez se deba a que funcionaba el del Cercado desde hacía dos años y no satisfacía a los curacas que ahí tenían a sus hijos. Tal vez también haya que tener en cuenta que los jesuitas, en el Cuzco, tenían bastantes enemigos y sobre todo en el cabildo eclesiástico. En la ceremonia de toma de posesión de la casa, los jóvenes iban «vestidos con las insignias que manda la provisión»y se puso encima de la puerta principal de la cassa un lienzo con las armas de su magestad de Castilla y Leon (figs. 2a, b), medida provisional que se solía tomar mientras se realizaba el escudo de piedra. Con ello se daba oficialmente al colegio el estatus de Colegio Real. Un dintel, que Teresa Gisbert identifica como proveniente del colegio de San Borja, lleva en su centro el símbolo de los jesuitas, con el escudo de España a la izquierda —dos castillos y dos leones dentro de una cruz—, y el escudo incaico a la derecha —dos pumas de cuya boca sale el arco iris de cada lado de la mascapaicha*— (Gisbert, 1980: fig. 203, 205). No se sabe si pertenecía a la primera casa o a una de las dos siguientes, pero simbolizaba el doble vínculo de los nobles del Cuzco con los jesuitas y con la Corona. Hubo otra ceremonia de fundación, más solemne, varios meses después, como lo cuenta el hermano Sebastián: «Diose principio a él el día de Todos Santos hallandose el señor Corregidor, el Cabildo secular y la gente popular de esta ciudad, asistiendo todos los nuestros a la misa y sermón que aquel día hubo en nuestra casa y nuestros colegiales en la Capilla Mayor, sentados en sus escaños, habiéndolos honrado mucho el señor Corregidor les dio las insignias de colegiales en nombre de S.M.que son la banda de tafetan colorado y escudo de plata sobre su vestido verde, con las armas reales que las llevaron en una fuente de plata, adornadas con muchas flores y cada una con su adorno. Hizose con mucha solemnidad». (Vargas Ugarte, 1948: 150)

La importancia del estatus de Colegio Real se reflejaba también en la excelencia y en la preeminencia de los rectores: «En cuanto a presidencia de lugares el Padre Rector de San Borja, dentro de su colegio precede a cualquier otro Rector, y no sea el de nuestro colegio de el Cuzco por la subordinación que tiene a el quando concurre con el de San Bernardo fuera de el colegio de este no tiene lugar señalado sino donde cayere. Y lo mismo es quando concurriere con algún otro Rector de los colegios que hay fuera del Cuzco». (AHRA: c38, fol. 66v) En cuanto a la ceremonia del colegio del Príncipe parece haber tenido más boato, puesto que el virrey Esquilache, en persona, dio las bandas, con las armas reales y suyas, a los doce primeros colegiales el primero de enero de 1619, antes de celebrar una misa mayor en la iglesia de la Compañía de Jesús de Lima, delante de la real Audiencia, del Cabildo y de todo el pueblo (Inca: 789). A pesar de que la toma de posesión se hiciera «sin contradicción de persona alguna», el canónigo Luis de Paz del Río presentó, el mismo día, una petición para anular la fundación, pretextando la falta de respeto y reverencia al obispo y al cementerio que significaba dicho colegio. Tal era el encono del cabildo eclesiástico. Pero no solo él, sino también los encomenderos y los oidores de la Audiencia obraron para que se suspendiera el colegio tan pronto como se marchó el virrey Esquilache a España. El padre Frías Herrán, provincial de la Compañía, protestó contra el auto que pretendía hacerlo, en abril de 1622 y obtuvo un decreto del Rey en julio del mismo año que ordenaba «sobreseer hasta que el corregidor tenga nueva orden» (ADC, Colegio de Ciencias: 74, 1618-1834). Así fue. En su carta, el procurador de la Compañía justifica el precio de la casa: «Las casas en la ciudad del Cuzco son de mucho valor por ser cubiertas de teja, y con altos y baxos y ser menester para un colegio, casa capaz para tener una capilla donde el Rector dixesse missa y la oyessen cada dia sus colegiales, donde uviesse una sala para escuela, y otra para refitorio, otra para enseñarlos a cantar, y otras para el dormitorio [...]». (ADC, Colegio de Ciencias: 74, 1618-1834)

En resumidas cuentas, la fundación de los colegios de caciques, a pesar de ser uno de los primeros proyectos del poder colonial, tardó más de ochenta años en realizarse como institución, por las vivas oposiciones de gran parte de la sociedad colonial. Los aspectos financieros muestran cómo de un proyecto de

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colegio Real como los otros, situando tributos vacos para el sustento de los colegiales, poco a poco, al escasear el dinero, no solo se sacó de los bienes de los indios, sino que se utilizaron los fondos antes destinados a la educación de los caciques para colegios de españoles. Y aún así, los encomenderos —que teóricamente tenían el deber de asegurar la evangelización de los indios a ellos «encomendados»— se alzaban contra la fundación que juzgaban dispendiosa y contraria a sus intereses. Tales reacciones son relevantes porque manifiestan el desprecio hacia el vencido, a quien no se consideraba digno de tanto interés. Una elite indígena educada era inaceptable a ojos de la «gente decente», y los indios solo podían ser «miserables», término frecuente bajo la pluma de oficiales como de muchos religiosos. En el espacio de sesenta años, solo dos virreyes sostuvieron el proyecto y en cuanto desaparecieron de la escena peruana, sus sucesores obraron para deshacer lo que habían hecho. En cuanto al Rey, a quien incumbía la conversión de los indios, «en alivio de su conciencia», estaba muy lejos de estas tierras y su dictamen dependía del poder de persuasión de sus virreyes. Si bien en la época de Toledo los jesuitas participaron, equívocamente, de los obstáculos a la creación de estos colegios, en la de Esquilache fueron quienes permitieron vencer tales obstáculos, empeñándose, como lo veremos más adelante, en su conservación. Por aquella fecha ya nadie parecía acordarse del empeño que puso el virrey Toledo en fundar los colegios de caciques ni del compromiso de la Compañía en ello. Cuando, tres décadas más tarde López de Caravantes relata la fundación de este colegio, no menciona para nada a los hijos de caciques: «Halló [Don García de Mendoza] sin acabar el edificio de un colegio que el virrey Fco de Toledo deseó se hiciese en la ciudad de los Reyes donde se acogiesen para ser doctrinados y enseñados los hijos de los conquistadores y beneméritos. Y don García de Mendoza tuvo por más conveniente que este colegio se acabase para que los ya más hombres y que tuviessen principio de gramática estudiasen facultades mayores, y para conseguirlo, sobre los mil pesos que don Fco de Toledo había consignado, dio otras cantidades en tributos vacos y nombró 16 colegiales y cuatro Familiares y un vice Rector, poniendo la administración y gobierno a cargo del Rector de la Universidad y les dio constituciones y el habito de mantos y becas azules de paño que hoy traen, con una corona de terciopelo naranjado y oro en las becas, y se halló a la entrada y recibimiento dellos con misa y fiesta solemne, dándole por nombre el colegio real de san Felipe y san Marcos, obra de muy gran importancia para el ejercicio de todas las ciencias y comodidad de beneméritos». (Lopez de Caravantes, 1629, I: 181) En realidad, entre la segunda y la tercera congregación de los jesuitas del Perú, ya había desaparecido por completo el tema de estos colegios.

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