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8. San Borja: colegio de «yngas nobles»

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nombre de la provincia, a veces el del pueblo, a veces los dos, lo que dificulta la comparación. Aún así, se nota la permanencia de los pueblos de Pucyura, Zurite, Maras, Corca, Huayllabamba. De las ocho parroquias del Cuzco se nombran tres en la lista de San Borja: San Blas, Santiago y Belén. No aparecen ni San Sebastián ni San Jerónimo donde se concentraban los ayllus oficialmente reconocidos como nobles (Garret, 2003: 11). Es lamentable que no se hayan conservado más listas de colegiales en San Borja. Sin embargo, llama la atención que el origen geográfico de los matriculados, cuando se conoce, nunca se extiende más allá de las provincias de Urubamba, Calca y Lares, Paucartambo, Quispicanchis, Tinta, Chisques y Masques, Cotabamba, Abancay, y Andahuaylas. Ahora, cuando se fundó el colegio, normalmente debía acoger a los jóvenes de las diócesis de Arequipa y Huamanga que no figuran en esta área. Esto tal vez aclare un pasaje de las Constituciones Sinodales que don Cristóbal de Castilla, obispo de Huamanga elaboró en 16725. En el capítulo II —Para que se enseñe a los indios la doctrina en lengua española— se lee esta frase lacónica: «Hizose para enseñanza [de los caciques] un colegio en el Cercado de Lima». Parece difícil imaginar que el obispo de Huamanga ignoraba la existencia de San Borja. Probablemente sabía que ahí solo entraban los descendientes de los incas, o los que se decían incas y que por tanto ya no dependían de su diócesis. Las quejas de los jesuitas al virrey Alba de Liste, como ya se ha visto, se apoyaban en cálculos que incluían los obispados de Arequipa y Huamanga en 1655. Si de hecho tenían alumnos de estas diócesis por aquellas fechas se puede deducir que el colegio de San Borja se volvió exclusivamente de «yngas nobles» en la siguiente década. Pero también es posible que se hayan basado en las constituciones más que en la realidad, puesto que su interés era incluir Arequipa y Huamanga para dar más peso a su reivindicación. En todo caso la fecha de 1672 indica que no se esperó el siglo XVIII para considerar que San Borja era un colegio reservado a los nobles incas.

8. San Borja: colegio de «yngas nobles»

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Si bien no disponemos del libro completo de entradas de este colegio, quedan en los archivos muchas cuentas y otros documentos de los jesuitas. Revelan que en el Cuzco también hubo alumnos españoles. Según Vargas Ugarte, el plantel empezó con ocho caciques, «número que a los pocos meses llegó a dieciseis, contandose entre ellos un nieto del último de los incas» (1941: 90). En las cartas anuales se observa que las cifras dadas para San Borja siempre son más elevadas que las del Cercado. En 1625, el provincial declara 26 hijos de caciques en San Borja, otra carta declara 30, mientras que solo 13 en el cercado; en 1630, 24 y 30, mientras

5 Fueron publicadas por Jerónimo de Contreras en Lima en 1677.

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que solo 14 en el Cercado; en 1654, 20; en 1666, 20. En 1672, la carta anual que declaraba 12 a 14 colegiales para el Cercado, da la cifra de 18 para Cuzco. Ya se sabe que las cifras de estas cartas anuales son poco fiables, sin embargo se puede suponer, fuera de toda precisión, que en proporción, el alumnado de San Borja, pasada la primera década del siglo XVII, siempre fue más numeroso que el del Príncipe. Cuando en 1658, el rector Francisco de Madueño pone orden en la administración de San Borja, ante las dificultades para cobrar el dinero de la caja de censos, presenta un ajustamiento de cuentas que quiere «con toda perfeccion y [pide] sea jurídico y por ante el presente escribano que del dé fe [...]», para lo cual presenta la lista de los hijos de caciques existentes en el colegio a 31 de agosto, dando los nombres de los repartimientos y los de los padres, todos caciques gobernadores: son once en total. El año anterior había presentado sus gastos donde declaraba «33 colegiales, los diez de censo». En 1658 se añadió uno más para ocho meses (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 19, paq. 1). Sin embargo, este padre se queja de que los caciques a quienes pertenecen los censos acostumbran ocultar a sus hijos, «por no traherlos al colegio y gastar de los censos» y denuncia la colusión de curas, curacas y corregidores a este efecto. En 1684, se declara 20 colegiales sin la precisión de quiénes son «de censo» y quiénes no. En cuanto al libro de entradas parece que durante mucho tiempo no se llevó, a pesar de que el virrey Esquilache suponía su existencia en 1620, cuando ordenó que las constituciones del colegio de San Borja se pusiesen «por cabeza del libro de la entrada de los collegiales» (Angulo, 1920: 368). Sin embargo, en 1735 el hermano Ravanal establece así la nómina de los colegiales después de la visita del Provincial Francisco de Rotalde (véase doc. 10 en anexo): «Nomina de los casiques de este colegio de San Francisco de Borxa. Fecha a veinte y siete de octubre de este año siendo Rector el Padre Tomas de Figueroa. Digo año de mil setecientos treinta y sinco por cuio orden se pone en este libro; principiando con el primer casique que huvo Don Felipe Huascar hijo legitimo del infausto emperador Guascar año de mil quinientos treinta [sic] previniendo que desde dicho año no consta haverse asentado casique alguno en este libro ni constan en otra parte los que en este Colegio Real sean educado ciendo caciques innumerables, y asi en la forma referida se asentaran aqui los existentes para que en adelante los maestros sigan este orden combeniente para dicho colegio y para cuando se visitare, lo qual sea efectuado». (AHRA: c38, fol. 67v) La sorprendente matrícula de Felipe Guascar en este colegio, en 1530, antes de la conquista del Perú, nos permite medir la ignorancia de ciertos religiosos de la historia del país y de su colegio, así como toda la imprecisión con la cual se

llevaron estos libros a pesar de la importancia que les otorgaban las constituciones oficiales. Parece que después del gobierno de Francisco Rotalde se volvió a la misma dejadez que antes, puesto que allí termina la lista de las entradas. Carece de precisión en cuanto a fechas de entradas pero indica, dando los nombres y origen de cada uno, que: «Gobernando esta Provincia su Reverencia el Padre Francisco Rotalde» fueron matriculados 38 hijos de caciques en San Borja. Ahora, el cuidado que puso el hermano Ravanal en llevar este libro en 1735 indica que la visita del provincial estuvo en el origen de una rigurosa puesta en orden. Ignoramos las fechas exactas de entrada y de salida de los 38 caciques mencionados en el documento, pero sabemos que Francisco de Rotalde fue Provincial entre 1735 y 1738. Si bien no siguió después de aquella fecha, 38 caciques en tres años es un promedio de trece entradas al año, lo que supone que el alumnado podía pasar de ese número. El provincial también hizo el inventario del estado en que encontró la escuela y es interesante examinarlo. El inventario de lo que tiene el maestro en su aposento, perteneciente a los caciques y a la escuela, da cuenta de: «bandas: cinco, capas: diez, armas: siete, camisetas: once, calzones: doce […]», de lo cual se deduce que se podían vestir diez colegiales con calzones, camisetas y capas, pero que solo cinco podían presenciar fiestas y actos oficiales por el corto número de bandas. El rector encarga la compra de: «cinco bandas de tafetan carmesi y al remate sus encajes de oro de tres dedos, diez camisas de ruan con sus encajes de lorena todas nuevas seis pares de medias verdes y nuevas», lo que completa el ajuar de diez colegiales para salir en público. Esto no significa forzosamente que los colegiales eran diez en total, sino que eran diez los que se podían presentar legítimamente como colegiales. En 1762, el rector Manuel de Laya declaró a 23 colegiales (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 20, cuad. 65). Pero la administración borbónica pedía más cuentas e indagaciones. En abril de 1762, el escribano público Joseph Gamarra atestiguó que el rector le presentó los «colegiales que tenía subsistentes» en el mismo «Real Colegio Seminario de San Francisco de Borja de hijos de caciques indios» y estableció una lista de 21 jóvenes, añadiendo con cierto descaro: «componen dichos colegiales el número de veynte y tres que se hallan en el dicho colegio el que reconocí». En enero de 1763, el padre Laya dio otra lista de 20 nombres, más 3 supernumerarios, y 2 «niños pupilos», sin precisar quiénes eran ni de dónde venían unos ni otros (RAHC, 1950-1951: 204). Comparando esta lista con la del escribano, establecida ocho meses antes, se nota que solo nueve de los alumnos declarados por el padre Laya se mantienen entre los 21 de Joseph Gamarra, que incluyen a los dos niños pupilos. La lista del escribano certifica que todos son hijos legítimos de caciques, pero no precisa si son primogénitos, y es evidente que todos no lo son, puesto que repetidas veces se registran juntos dos hermanos. Además, en esta lista de 1762 3 colegiales llevan apellidos españoles:

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Blas y Policarpo Prieto, hijos del cacique de Oropesa y Blas Flores, hijo del cacique de Coporaque. Estos apellidos españoles, muy escasos en las listas de San Borja, permiten dudar del origen noble de los dos colegiales y pensar que se trataría más bien de caciques advenedizos. Pero la administración borbónica seguía apremiando a los oficiales del Cuzco. Una carta de 1763 del fiscal Martiarena, reproduce la respuesta del fiscal protector sobre una encuesta hecha en San Borja, prueba de que se sospechaba del número de colegiales declarado por los jesuitas y de la fiabilidad del testimonio del escribano: «Habiendo hecho en el particular la indagacion prolija que por si exige la suma importancia de la materia a hallado que aunque en el dicho colegio se conserban veinte y tres indibiduos solo existen quatro primogénitos de casiques como son Hipolito Tisoc Saritupa hijo legitimo de Don Miguel Tisoc Sairetopa Alferez Real que fue de la parroquia del hospital de los Naturales y uno de los 24 electores y casique principal de la Parroquia de San Geronimo, Carlos Guambotupa hijo lexitimo de Don Sebastian Guambotupa […] Francisco Pumayalle Guaypartupa hijo lexitimo de Don Francisco Pumayalle Guaypartupa […] Simon Sinchiroca, hijo lexitimo de Don Francisco Sinchi roca […] y los diez y nueve restantes aunque nobles se hallan sin el requisito de tener el menor derecho para mantenerse y subsistir de la renta destinada de la caja de comunidades». (ADC, Colegio de ciencias: leg. 20, cuad. 66) En la lista del padre Laya, del mismo año, no aparecían los cuatro hijos primogénitos que encontró el fiscal sino que en vez de Hipólito figuraba Simón Tizoc Sauri Tupa. El hecho es que sin estos nuevos colegiales, no se podía cobrar ni un céntimo de la caja de censos. Es de suponer que, avisados de la visita del fiscal, los jesuitas contaron con la ayuda de cuatro familias nobles, todas del cabildo inca, para matricular a sus hijos primogénitos (RAHC, 1950-1951: 205). La sustitución de Simón Tizoc por su hermano mayor Hipólito sugiere que hubo alguna trampa. ¿Dónde se había educado este primogénito antes? Lo que muestran a las claras estos documentos —que se deben tanto a la política de inspección de los Borbones como a la hostilidad de las elites coloniales— es que el colegio de San Borja mantenía un alumnado bastante numeroso y noble, aunque en parte ilícito a la hora de cobrar la renta. También revelan que había cierta fluidez en la frecuentación del colegio, puesto que en el espacio de solo ocho meses se nota la movilidad de casi la mitad del alumnado. El litigio con la administración es puramente de Derecho, exigiendo la Corona que solo los hijos primogénitos de los caciques principales se eduquen a expensas de las cajas de censos. Pero los hijos segundones de caciques, o los hijos de nobles que no poseían cacicazgos, venían bastante numerosos a educarse con los

jesuitas. Mucho tiempo, los rectores de San Borja no hicieron la distinción entre los primogénitos y los otros, lo que les permitía cobrar más de la caja de censos. Cuando declaraban veinte alumnos y más, no pasaban en realidad de diez o doce hijos primogénitos, los otros eran hermanos o primos o indios nobles que no eran caciques. Se quedaban por lo menos dos años seguidos, según podemos colegir de las cuentas detalladas examinadas, y no se observan las ausencias que caracterizaban a los colegiales del Príncipe. Según D. Garret hubo «una tradición fuerte de un cacicazgo parcialmente electivo entre los incas» (2003: 29), es decir que el sistema de sucesión no correspondió siempre al modelo español. Por tanto, el hijo primogénito no era forzosamente quien heredaba el cacicazgo. Por otro lado, no hay ninguna prueba de que los jesuitas buscasen educar exclusivamente a los futuros caciques. El número de los colegiales en total, aboga a favor de una buena reputación de San Borja entre los curacas, mientras que en el Cercado de Lima no se nota semejante asiduidad, sino, como se ha visto, un decaimiento total. También hay que tener en cuenta que, en comparación con otras partes, en el Cuzco, un mayor número de nobles indígenas, reconocidos como descendientes de los incas, ocupaban los cacicazgos (Garret, 2003: 11). Esto hacía de ellos nobles más dignos de respeto que otros curacas. Además, los lazos matrimoniales entre la familia de Loyola y descendientes de los dos santos jesuitas más venerados (Gisbert, 1980: 154; Dean, 1999: 112-113; Cahill, 2003: 13) no eran tampoco ajenos a una mejor relación entre curacas y colegio de caciques en San Borja. En el inventario de Temporalidades que se hizo el mismo día de la expulsión, existe un lienzo «de Cristo crucificado y san Borja con sus colegiales con su marco dorado» (ADC, Colegio de ciencias: leg. 19, cuad. 15). Es cierto que entre los hijos de caciques citados en la lista del hermano Ravanal en 1735, tanto como en las listas posteriores figuran casi exclusivamente nombres de familias incas como los Tacuri, los Chilitupa, los Sahuaraura Ynga, los Cusipaucar o los hermanos Namcay que se dicen descendientes del «Gran Tupa Yupanqui». Obviamente jesuitas y curacas aprovechaban esta alianza, unos para lograr su control ideológico, y otros para más prestigio en la sociedad colonial (Dean, 1999: 113). Del examen de estas listas se deduce también que muchas veces entraban dos o tres hermanos de la misma familia al colegio. Las constituciones lo permitían, con tal que los que no eran primogénitos pagasen sus alimentos. A menudo los hermanos entraban juntos a pesar de su diferencia de edad. Es el caso de Nicolás y Valentín Pumacagua, el uno nacido en 1755 y el otro en 1758, que solicitaron su entrada juntos (RAHC, 1950-1951: 209). En esa época tardía es muy posible que los caciques de la región inca optaran por el colegio de San Borja, en un momento en que tenían que probar sus orígenes aristocráticos para seguir gozando de sus privilegios, como se

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comprueba en el citado documento de los hermanos Ñamcay. También más tarde, los caciques electores de la parroquia de San Cristóbal hicieron una petición a favor de Blas Sulcacori: «Descendiente del Gran Tupayupanqui, Rey y señor que fue de estos Reynos, y como descendiente de esta Real casa pretende de mantenerse en el Colegio real de nuestro Padre San Francisco de Borja, de los yngas nobles, Blas Sulcacori a aprender la Doctrina cristiana por hallarse niño y menor de edad, según y como a falta de algun documento, se ben destruidos de sus derechos». (RAHC, 1950-1951: 215) Además del motivo aludido, es interesante notar que en esta petición el colegio de hijos de caciques se ha vuelto oficialmente «de los yngas nobles». Sin embargo, son escasísimos y más bien tardíos, los instrumentos que utilizan el argumento de una escolaridad en un colegio de caciques como prueba de legitimidad. Los estudios sobre caciques en el siglo XVIII muestran que hubo en el Cuzco caciques mestizos (O’Phelan, 1997: 223-225; Garret, 2003). El caso de un colegial —desgraciadamente el único documentado— inclinaría a pensar que la organización característica de la nobleza colonial inca, tal como la identifica Garret (2003: 31) tenía lugar ya en el siglo XVII y que ya entonces se hacía la transmisión del cacicazgo por vía materna. En efecto, nos enteramos por el testamento de Luisa de la Peña , hecho en Cuzco en 1630, que era mestiza, puesto que se declara a sí misma hija natural de Gabriel Ruiz de la Peña y de Ynés Guairo, viuda de Tristán de Leguísamo y cuñada de Damián de la Bandera. Después de dar tantas pruebas de lazos con la sociedad española dice: «durante nuestro matrimonio ubimos y procreamos por nuestro hijo legitimo a Alonso Matias de Leguisamo que sera de edad de catorce años poco mas o menos questa en el colegio de los hijos de caciques en esta ciudad» (ADC, Protocolo: 208; 1670, fol. 990). Este colegial, por lo tanto, descendía de los incas solo lejanamente y por su madre. El caso de ñustas casadas con españoles es el más frecuente pero también ocurría que una española lograra echarle la garra a un descendiente de los incas, como le pasó a Joan Gomes Galan de Solis Ynga, que declara en su testamento de 1670 que fue obligado a casarse con doña Francisca de Acevedo, lo llevaron a la fuerza cuando tenía 13 o 14 años «un dia yendo al estudio a la compañia de jesus de esto hace 50 años» (ADC, Protocolo: 260; 1630, fol. 1380) o sea en 1620 más o menos6. Él dice que no reconoce ningún lazo con su mujer ni descendencia y que no es su heredera. Este caso extraño, además de la anécdota, muestra una vez más la importancia que tuvieron los jesuitas en la educación de la nobleza cuzqueña y que no esperaron la fundación de San Borja para proporcionarla, puesto que habla de estudio y no de colegio7 .

6 Agradezco a Gabriela Ramos la información sobre estos dos testamentos. 7 Los Solis aparecen en las listas de 1762-1763. Son ellos los «niños caciques pupilos estudiantes en la aula de la Compañía» (RAHC, 1950-1951: 205).

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