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12.3. Días de descanso, días de lluvia

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Abreviaturas

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La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

«Juego que de pocos años a esta parte se ha introduzido en España, y trúxose de Italia; es una mesa grande, guarnecida de paño muy tirante e igual, sin ninguna arruga ni tropezón. Esta cercada de unos listones y de trecho en trecho tiene unas ventanillas por donde pueden caber las bolas; una puente de hierro que sirve de lo que el argolla en el juego que llaman de la argolla, y gran similitud con él, porque juegan del principio de la tabla y si entran por la puente ganan dos piedras; si se salió la bola por alguna de las ventanillas, lo pierde todo». (Covarrubias, 1987 [1611]) Las otras habilidades referidas dejan poca huella en los archivos y documentos: solo el hermano Sebastián habla de bordar y pintar, pero tales actividades no aparecen en la distribución bastante detallada de 1697.

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12. 3. Días de descanso, días de lluvia

En los domingos y días festivos tenían una comida más rica: tamales para el desayuno, pasteles u otras golosinas. Podían salir, aunque los del Cercado no debían, en principio, ir a Lima ni «tener allá correspondencia». Salían al campo «todos juntos, acompañados con algún indio de más razón» si no se quedaban en casa jugando a las barras —juego de argolla— u otros juegos. En las fiestas de la ciudad normalmente debían asistir en cuerpo de colegio, pero ya sabemos que la mayoría de las veces no había uniformes suficientes ni decentes para salir, a no ser que sus padres los pagaran. Mientras los colegiales de San Martín en Lima, de San Bernardo en el Cuzco, salían a caballo por la ciudad con sus estandartes y pendones, a son de trompetas, chirimias y atabales (Esquivel, 1980, II: 38-39), los del Príncipe y de San Borja, en el mejor de los casos salían a pie, también con su estandarte y pendón,pero pocos. El padre Contreras en su carta de protesta al Virrey dice que «porque pudieran parecer en público se les hizo algunas veces a algunos de vestir, en que gastó la Compañía cada vez más de 300 pesos» (MP II: 565), pero es de suponer que no siempre se hizo tal sacrificio puesto que los inventarios revelan la indigencia de la indumentaria. Las primeras constituciones precisaban que «cuando vinieren a la ciudad, o asistieren en algún acto y iglesia o procesión en ella o en el Cercado, guardarán su antigüedad de colegio en lo siguiente» (Inca: 795). Pero en la cuestión de preeminencias tan importante para la sociedad peruana colonial, como en lo demás nunca los colegiales de San Borja o del Príncipe podían rivalizar con los otros. Sin embargo, en 1746 Esquivel y Navia nota que: «Jueves 10 de marzo, por la tarde, congregándose todas las escuelas de muchachos a la iglesia de la Compañía de Jesús, a la decuria de la doctrina christiana, como es costumbre, salieron a este efecto los del Colegio Real

de San Francisco de Borja y sus colegiales, con su traje e insignias como otras veces, pero lo nuevo, insólito y notable fue el haber llevado dichos colegiales dos bocinas por delante, que las iban tocando dos naturales, desde el dicho colegio hasta la iglesia, y del mismo modo en toda la procesión de ida y vuelta». (Esquivel y Navia, 1980, II: 342) ¿A qué se debía esta novedad? Posiblemente a la voluntad de Félix de Silva, que quedó en la historia del colegio como un rector particularmente activo y eficiente para el bienestar de sus colegiales y fue quien hizo, entre otras cosas, el lugar de recreación para los días de fiesta. Se ignora si siguieron los colegiales de San Borja sus procesiones con bocinas, pero tales manifestaciones aparatosas parecen haber sido más bien la excepción. La dificultad que tuvo el rector del colegio del Príncipe para que se señalara sitio a sus colegiales en la plaza mayor para presenciar las corridas y otras funciones públicas ilustra bien este hecho. En 1773 el rector escribe que «jamás ha tenido lugar el colegio que expresa» y pide repetidamente al cabildo se le otorgue una parte de lo reservado a los Huérfanos para que con separación puedan sus colegiales concurrir a toda fiesta pública como los otros colegios. Tardarían cuatro años en otorgar lo pedido (Inca: 849-853). Pocos documentos, por no decir ninguno, evocan la participación de los caciques colegiales en las numerosas fiestas. Es de suponer que el colegio del Príncipe estaría escasamente representado en Lima. Pero en el Cuzco, San Borja por las razones arriba expuestas, tendría más oportunidades de lucirse, aunque hemos visto que en 1735 el inventario de lo que encontró el padre Garrido era más bien pobre. Queda la posibilidad de que los padres de los colegiales compraran ellos mismos los uniformes cuando lo podían y se lo llevaran a la salida del colegio. Es por lo menos lo que indican algunos documentos tardíos como veremos más adelante. Los alumnos de los dos colegios de caciques a pesar de ser sometidos en principio a las mismas reglas, conocieron destinos algo diferentes, tanto en el contenido de sus estudios como en la calidad de su vida. En el Cercado vivían dentro de la casa de los jesuitas, relativamente aislados de la ciudad de Lima y de sus pueblos de origen. En San Borja, gozaban del prestigio de ser descendientes de los incas o allegados a éstos y estaban dentro de la misma ciudad donde participaban de las procesiones, como se puede apreciar en los famosísimos cuadros que están en el museo del Arzobispo de la ciudad.

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