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Capítulo 6. Enseñanza y pedagogía
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial Capítulo 6 Enseñanza y pedagogía1
«Enseñar: doctrinar, quasi ensenar, vel insinuare; porque el que enseña mete en el seno (conviene a saber en el coraçon) la doctrina y el que la oye la guarda allí y en su memoria». Sebastián de Covarrubias 1987 [1611]
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Cuando los jesuitas fueron asociados por el virrey Toledo al proyecto de fundar colegios de caciques, habían ganado en Europa la reputación de excelentes pedagogos y de ser por ello, a juicio de Montaigne, los mejores soldados de la contrarreforma. La cuestión del tipo de enseñanza que recibieron los jóvenes, y de su contenido, ha sido poco tratada en los estudios que se dedicaron a colegios de caciques. La mayoría de los historiadores coinciden en que se trataba solo de escuelas de primeras letras. Como entraban y salían en cualquier momento del año, a pesar de las constituciones que prohibían las salidas hasta el final de los estudios, se hace evidente que no existía para ellos la noción de año escolar con el mismo principio y el mismo fin para todos. Ahora bien, la cuestión esencial en cuanto al contenido era el límite de tal enseñanza: si se debía enseñar o no gramática y latinidad a los indios, cuestión que se planteó, como lo hemos visto, en las experiencias pedagógicas que precedieron. Las cédulas reales vacilaban entre dos puntos de vista, según las informaciones que recibía el Consejo de Indias. En una que trata de la institución de la Universidad de los Reyes en 1580, se lee lo siguiente:
1 Gran parte de este capítulo se presentó en el coloquio Jesuitas (Lima, 2003).
«Donde se lean y enseñen todas facultades, convendría que también gozasen de este beneficio los indios por haber entre ellos algunos de muy buenos entendimientos, que alumbrados con la inteligencia de las ciencias, serían mucha parte para industriar y mover a los más rudos». (Konetzke, 1953-1962, I: 526) Esta cédula que reconoce la capacidad de las elites indígenas para entender las ciencias y la necesidad de enseñárselas, abriéndoles la enseñanza superior, para bien de los indios del común, corresponde a la posición de eclesiásticos pro indígenas, como los obispos López de Solís Lartaun, o Mogrovejo. Sin embargo, en 1583 otra cédula pide información sobre el proyecto de los jesuitas de dar instrucción superior a los indios y allí se lee lo siguiente: «entendiendo que por este medio serán mejor enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica, y que por ser los dichos indios de complixión flemática, ingeniosos y deseosos de saber de tal manera que en lo que aprehenden estudian hasta salir con ello y tener esta habilidad y diligencia inclinada a mal y ser gente liviana y amiga de novedades, podría ser causa para que aprendiendo las dichas ciencias saliese de entre ellos alguno que lo que nuestro Señor no permita, intentase algunas heregías y diese entendimiento falsos a la doctrina llana que hasta ahora se les ha enseñado y predicado [...] y que así convernía que no se hiciesen los dichos colegios para los dichos indios y si estuviesen hechos algunos no sirviesen para mas de enseñarles en ellos la doctrina cristiana y leer y escribir y cantar y tañer para cuando se celebran los divinos oficios [...]». (Konetzke, 1953-1962, I: 550) También reconoce esta cédula la capacidad de los indios, y aún de manera muy detallada, pero ahora surge un pretexto para reducir su instrucción: el miedo a la mala inclinación, algo que encontramos ya en la oposición implícita del visitador Plaza a pesar de su participación en la redacción de las constituciones: «[...] y siendo de diez a quince años, no tienen tanta capacidad para salir muy fundados en la fe ni muy aprovechados en virtud, especialmente que no han de estar en el collegio mas que un año o dos porque en este tiempo aprenderán bastantemente a leer y escrivir. Y si más se detienen han de estar ociosos». (MP II: 137) Además de la «mala inclinación», el miedo a las herejías era un argumento que ganaba terreno, como se muestra en varios documentos y en particular en la relación del cura Bartolomé Álvarez, algunos años después (Alaperrine, 2002: 155-157). Por otra parte el general de la Compañía, en Roma, también recibía informaciones contradictorias de sus sujetos desde América. Entonces, cuando se fundan por fin los colegios de caciques, no solo su necesidad sino también el contenido de la enseñanza que deben recibir ya han sido largamente debatidos.