2 minute read

4. La escuela

Next Article
Abreviaturas

Abreviaturas

«[...] La primera [puerta] por donde se entra al aposento del maestro, la otra a los comunes y la última al aposentillo de la tinta y cárcel que tiene sepo [...]». (AHRA: c 38) También en el inventario del Cercado se menciona un cepo. No cabe duda de que el castigo de la cárcel estaba destinado a los jóvenes rebeldes a la autoridad del maestro, ya que en el caso del Cuzco el aposento que a ello estaba reservado daba directamente a la sala de la escuela. Los jesuitas estaban convencidos de las virtudes pedagógicas del castigo duro, como lo muestran los métodos que usaron en la Extirpación. Entre los primeros niños compelidos a entrar al colegio del Príncipe, Arriaga cuenta, a colacion, cómo uno se resistió tanto, estaba tan insolente y rebelde que fue menester echarle unos grillos. El rector dijo que le quitaría los grillos cuando supiera la doctrina porque «no sabía palabra de ella» y en cuatro o cinco días supo muy bien toda la doctrina, hasta ayudar a misa, etc. (Arriaga, 1968: 260b). Son frecuentes los casos de caciques encarcelados por varias razones; la mayoría de veces, relativos al tributo o a desavenencias con los corregidores. Con esta presencia de la cárcel y del cepo en los colegios se hace patente que la educación les familiarizaba con tal amenaza del poder administrativo.

4. La escuela

Advertisement

En cuanto a la enseñanza que se daba en la escuela, como hemos visto, el proyecto oficial era esencialmente enseñarles a leer, escribir, contar, cantar y tañer música de iglesia. El orden que se seguía en el aprendizaje en todas las escuelas era: primero aprender a leer, luego a escribir y en tercer lugar a contar. Cuando sabían leer y escribir, podían aprender música. La edad de doce años entonces parecía la mejor para estas adquisiciones: según el pedagogo Díaz Morante «el niño de doce años arriba sabrá escrevir en seis meses si trabaja y es virtuoso» (1623: 14). Estas actividades estaban repartidas en una distribución bastante rigurosa del tiempo que organizaba las horas de clase dentro de un marco rígido de oraciones, letanías, misas, exámenes de conciencia, como en todos los colegios jesuitas. Las horas de clase propiamente dicha eran, según la primera distribución de 1625, cinco para aprender a leer escribir y contar, lo que debió de parecer insuficiente ya que en 1697, en el Cuzco, pasaron a ser cuatro por la mañana y tres por la tarde. La necesidad de hablar español para los caciques era obvia ya que tenían que comunicar con los corregidores y otros oficiales de la administración colonial. «Hablen ordinariamente español» era la consigna. Las lecciones de policía particularmente se daban en esta lengua; sin embargo, tenían que recitar la doctrina en los dos idiomas y ser capaces de leer y escribir en quechua y/o en aimara.

This article is from: