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2. Don Gerónimo Limaylla, cacique sin cacicazgo

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casado, que lleva daga y espada con licencia del Gobernador, viste a la española, duerme entre sábanas, come con servilletas y posee ganado, chacras, servidumbre y hasta dos esclavos. Viaja a Lima con bastante frecuencia. En un documento mucho más tardío, se encuentra su nombre entre otros nombres de indios nobles que «penden por línea recta de varon de Tupa Ynca y Guaynacapa señores naturales que fueron de estos reynos y ciudad del Cuzco» en una petición dirigida a la audiencia de Lima para que despache 4 duplicados de la ejecutoria del emperador Carlos V que les otorgaba títulos y privilegios, lo que les fue concedido (AGI, Mexico: 2346: fols. 80r-195v). En el folio 144r se hace mención de la petición en 1650 de Alonso de Castro, procurador general, en nombre de Rodrigo Guainamallqui, entre otros, que se reconozca que descienden de los incas, solicitando se incluya su persona en los privilegios y exenciones otorgados por Carlos V en las previas cédulas reales. No significa que obtuviera satisfacción en aquellas fechas, pero con este trámite don Rodrigo pensaría ponerse al abrigo de otras persecuciones, además del honor y privilegios que le podría valer el título. De la educación recibida en el colegio del Cercado conserva una gran soltura en la letra y en la expresión, como se puede apreciar en su carta autógrafa. También conserva la conducta de un buen cristiano aunque enemistado con el cura de su pueblo, generoso con la Iglesia pero más con la catedral limeña que con la de Ocros. Los Guainamallqui supieron utilizar los resortes de la Iglesia y su condición de nobles ricos les permitió relacionarse con lo más alto de la jerarquía clerical para afianzar su seguridad y prestigio.

2. Don Gerónimo Limaylla, cacique sin cacicazgo2 Gerónimo Lorenzo Limaylla3 no es un cacique que resulta desconocido a los historiadores. Pease evoca el personaje en dos artículos que dedica a los curacas (1988: 102-104; 1990: 197-205) basándose en unas cartas que están en el archivo de Huancavelica y de una memoria publicada por Konetzke (1958, II: 653). Por otra parte, Silvio Zavala señala y comenta un largo memorial que redactó este cacique en el archivo del Palacio Real de Madrid (Zavala, 1979: 150). La historia del cacicazgo y de la vida de Gerónimo, que entró al colegio del Cercado en 1648, se puede reconstituir a partir de otro documento interesante por la riqueza y diversidad de sus informaciones: el legajo del pleito que le opuso a su primo, Bernardino Manco Guala por la sucesión del cacicazgo (AGI,

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2 Traté este tema en una conferencia en el IFEA el 29 de abril de 2003. Un artículo fue publicado de manera más detallada en Travaux et documents du CRAEC, n°5, Paris: Sorbonne Nouvelle (2004). 3 También Limaila, o Lima illa, se ha conservado aquí la ortografía más usada en los documentos.

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

Escribanía de Cámara: 514c). La cuestión del derecho de sucesión de los cacicazgos es sumamente complicada y este pleito ofrece mucha materia al respecto. Díaz Rementería en su estudio histórico-jurídico titulado El cacique en el virreinato del Perú, publicado en 1977 fue el primero en estudiarlo. Pease (1990) anuncia una publicación parcial de este legajo, pero no se realizó. Nació Gerónimo en 1636, en el pueblo de la Concepción de Jauja. Su madre era muy joven y soltera, y su padre, también joven, era el futuro cacique gobernador de Lurinhuanca. El cacicazgo de Lurinhuanca es uno de los más documentados del Perú. Los huancas se aliaron con los españoles contra Atahualpa durante la Conquista (D’Altroy, 1992: 81), lo que dio origen a una serie de probanzas de méritos que fueron estudiadas por Espinoza Soriano (1972: 216-259). Por otra parte la visita general del virrey Toledo pasó por el pueblo de la Concepción, donde residía el cacique gobernador, por tanto las Informaciones dan cuenta de la situación del cacicazgo en la época prehispánica y en 1570. Por fin, otra visita del corregidor Andrés de Vega, mandada por el virrey Martín Enríquez dio lugar a la descripcion que se hizo en la provincia de Jauja (Jiménez de la Espada, 1965: 164-172). Los caciques huancas mostraron constantemente una voluntad de integración y de un no menos constante espíritu de reivindicación. Un antepasado de Gerónimo, don Carlos Limaylla, fue uno de los caciques que dieron poder a Las Casas y Domingo de Santo Tomás para dar parte al Rey de su oposición a la perpetuidad de las encomiendas (AGI, Lima: 121). Otro, don Felipe Guacra Paucar viajó a España entre 1562 y 1565 con otro poder de los otros caciques de la región para pedir privilegios y en 1564 obtuvo del Rey doce cédulas en su favor personal (Espinoza, 1972: 216-259) y firmó como segunda persona, con su hermano cacique Carlos Limaylla, la citada Descripción. En el pleito que opone Gerónimo a su primo Bernardino Manco Guala nos enteramos de que su abuelo común, don Carlos Limaylla, obtuvo el título contra don Juan Manco Guacra que decía descender de los caciques legítimos del tiempo de los incas mientras que don Carlos descendería de un cacique interino. El nieto del último don Carlos fue don Lorenzo Valentín Limaylla, padre de Gerónimo, nacido en línea directa de varón. Pero Carlos, de un segundo matrimonio, había tenido una hija, madre de Bernardino. Por tanto Bernardino pretendía el cacicazgo como hijo legítimo descendiente por línea materna, mientras que Gerónimo lo pretendía como hijo natural primogénito por línea de varón. Don Lorenzo Limaylla se aplicó a dar una educación cristiana a su hijo. Cuando este tenía más o menos siete años, lo puso con este fin al servicio de un fraile, fray Andrés de la Cuesta. Pero al mismo tiempo encargó a una hermana suya que estaba en Lima, que viera si el niño era bien tratado y, en caso de que no fuese así,

lo pusiera en el colegio de caciques. La tía de Gerónimo viendo que no le trataban bien, quiso recogerle pero cuando se presentó en el convento de San Francisco ya se había marchado el fraile con su pequeño servidor a Huaura. Como no cesaron los malos tratos, el niño se fugó del convento y se puso al servicio de un mercader en Lima, fue a Panamá y se embarcó para España en 1644. Tenía ocho años. Volvió dos años después en el séquito de fray Buenaventura Salinas y Córdoba, que se quedaría en Nueva España como comisario de la orden de San Francisco. Es de suponer que fray Buenaventura, cuyo famoso sermón en el Cuzco en defensa de los indios le valió ser llamado a España, influyó en la educación del niño, tal vez él mismo le haya aconsejado volver al Perú y entrar al colegio de caciques. En 1648 aparece entre los colegiales del Cercado, y su primo entra el mismo día que él; lo que supone que volvió a su pueblo y que uno entraba a título de futuro cacique gobernador y el otro de segunda persona. No es posible saber cuánto tiempo se quedó en el colegio, pero en 1654 estaba en México donde se enteró de la muerte de su padre y entonces tuvo que esperar el barco más de un año, para volver a Perú. ¿Se habría fugado del colegio para reunirse con fray Buenaventura? ¿Habría salido con licencia? Lo cierto es que, de quedarse los seis años reglamentarios, la muerte de su padre no le habría sorprendido en México sino en Lima y las cosas tal vez hubieran sido entonces más fáciles. Cuando llega en 1655, tiene 19 años, por tanto no tiene la mayoría de edad requerida para suceder a su padre, ha tenido una buena educación entre franciscanos y jesuitas y por su pasado picaresco y sus viajes, tiene cierto conocimiento del mundo. Frente a él, su primo de la misma edad, no ha salido del Perú y tiene por única ambición heredar el título de cacique gobernador, por lo que está dispuesto a todas las mentiras y traiciones. Pretende en un primer tiempo que Gerónimo no es hijo natural sino bastardo, falsificando la fecha del bautismo con la complicidad del cura. Después, con la de fray Andrés de la Cuesta, pretende que murió de pequeño en el convento de Huaura y que el que se presenta ahora no es él sino un indio tributario usurpador. Gerónimo se defiende con toda racionalidad, obliga al fraile a desdecirse, se hace reconocer por sus indios y obtiene una petición de los principales de Lurinhuanca que bajan a Lima a pedir su restablecimiento como cacique gobernador. A pesar de esto, en dos oportunidades la sentencia de la Audiencia es a favor de Bernardino. Entonces Gerónimo decide irse otra vez a España a pedir justicia en la Corte, donde llega en 16644. En Madrid multiplica las gestiones y pide muy a menudo ayuda financiera al gobierno (AGI, Indiferente general: 439, 440-441).

4 Su solicitud de licencia para pasar a España se encuentra en la colección Vargas Ugarte de la universidad Ruiz de Montoya en Lima.

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

Pierde definitivamente su pleito en 1671, pero aprovecha su estancia en la Corte para presentarse como poder teniente de los demás caciques gobernadores del Perú en varias reivindicaciones: «para su buen tratamiento y que no fuesen vejados ni oprimidos [los indios] en la dura servidumbre de los españoles». (Zavala, 1990, II: 150; Pease, 1988: 104) También presenta en la Corte las cartas de varios caciques —entre los que está Rodrigo Rupaichagua, otro ex colegial del Cercado— que alaba al virrey conde de Lemos, mal querido por el Consejo de Indias pero sí apreciado por los indios por las medidas que tomó a su favor, en particular sobre la cuestión de la mita. Los caciques citados pertenecen a los repartimientos de Arequipa, Angaraes, Canta, Pillaos y Chinchero, Huamalies y Guayaquil. Por fin presenta un memorial impreso: «Para que su magestad sea servido de mandar instituir para los indios nobles, en quienes concurran las calidades expressadas en él, una cavalleria, u orden, a semejanza de las militares, con que se obviaran los inconvenientes graves, que oy se experimentan, y sera de alivio, honra, y perpetuo reconocimiento para aquellas Naciones y de gran consequencia en util de los reales averes, por las circunstancias que se reconoceran en él». (AGI, Indiferente: 640) Este memorial sin fecha, publicado por Pease (1990: 201-205), pide pues una orden de caballería con advocación de Santa Rosa que además de ser la primera santa peruana acababa de ser beatificada y reconocida santa Patrona de América. Lo hace en nombre de los caciques del Perú y de Nueva España, cosa poco corriente pero que se explica fácilmente en su caso de trotamundos. No deja de recalcar, en su petición, la injusta diferencia que se hace entre los indios «ocupados en las minas en infinitos trabajos y exercicios del aumento de los tesoros debidos dignamente a VM y los vassallos de los reynos sujetos a VM [que] han gozado por dilatados años varios y diferentes premios, mercedes, prerrogativas y exempciones». La respuesta del Consejo fue mordaz: «del honor y caballerias los yndios principales, aunque en la virtud sean de mas punto por sus ascendencias como en lo principal de sus operaciones y aplicaciones se tiene entendido, no son tan capaces de tanto aprecio y honor distintivo y preheminente como el que se intenta y que esta materia es novedad y que se la puede causar tal y mal sufrida por los otros y los ocasione mayor alboroto». (AGI, Indiferente: 441, L29, fol. 132) Este memorial y su rechazo merecen algunas reflexiones: la llaga más dolorosa para las elites indígenas en la colonia fue, sin duda, el desprecio y la tendencia de

los españoles y criollos a rebajarlos al nivel de los indios del común: «no son tan capaces». La soberbia que oponen los caciques a esta situación es insoportable para los españoles que la consideran un desafío y manifiestan un rechazo tajante, generando así un círculo vicioso. Lo que Toledo había intuido al otorgar cierto rango a los caciques, educando a sus hijos en Colegios Reales con uniforme y privilegios, no fue continuado y fueron pocos los virreyes que lo aceptaron después. El conde de Lemos fue uno de estos que fundó la congregación del niño Jesús exclusivamente para los naturales y supo honrar a los indios principales más asiduos dándoles títulos de capitanes sargentos mayores y maeses de campos (Vargas Ugarte, 1966: 323). Los caciques agradecidos se comprometieron a celebrar cada año una misa cantada en honor del Virrey, medida aceptable, pero cuando escribían al Consejo para apoyarle, la osadía era insoportable. Por otro lado, es interesante recordar que Rodrigo Guaynamallqui, ya en 1644, tenía en su biblioteca un libro sobre las órdenes militares. Por tanto, es de suponer que la idea de fundar tal orden para los caciques no era tan nueva, y concernía a varios de ellos desde hacía tiempo. Haría falta esperar un siglo más y la política de los Borbones para que algunos indios nobles fuesen honrados con decoraciones. Pero en 1670, para el Consejo de Indias, era inimaginable, casi un sacrilegio. Que el poder colonial prefiera otorgar el título de cacique gobernador a un hombre vil y poco inteligente como Bernardino, que se revelaría tan incapaz que sería forzoso nombrar otros gobernadores en su lugar, y no a un hombre educado, racional y capaz de defender a sus indios es significativo. El protector fiscal, Diego de León Pinelo, quien pesó en las decisiones del tribunal a favor de Bernardino, fue acusado por el visitador Juan Cornejo de ser «hombre peligroso y que se lleva mucho del afecto de sus dependientes» (De la Puente, 2005: 238). Por otra parte, Gerónimo Limaylla molestaba, y en su pleito si no le acusaron de idólatra porque no podían —no vivía ni había vivido en el pueblo—, intentaron acusarle de rebeldía. No hay ninguna prueba de que Gerónimo fuera un rebelde, solo sospechas. Pease (1988: 103) cita unas cartas suyas al alcalde Bartolomé Mendoza acusado de rebeldía en 1666, pero eran cartas de 1656 donde solo expresaba su cercanía a los franciscanos. Es verosímil que Gerónimo deba más a la educación de estos que a la de los jesuitas, en todo caso nunca dejó de presentarse como buen cristiano. Su llegada al Perú a la muerte de su padre, coincidió con un momento de agitación y de preparación de rebeliones. Como hombre inteligente, muy posiblemente discípulo de fray Buenaventura, no podía dejar de considerar la situación pésima de los indios. No por eso aparece comprometido en un complot armado. Como Antonio Collatopa, en la misma época, como fray Calixto después, pensaba que

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