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8. La biblioteca de San Borja

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Abreviaturas

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La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

No se puede afirmar que el cacique rebelde estudiara en San Borja, porque desgraciadamente no disponemos de las listas de colegiales que tal vez Markham (1893) pudo consultar, ya que da la fecha precisa de 1753 para la entrada. Tampoco se puede afirmar lo contrario, puesto que como acabamos de ver, los jesuitas del Cuzco cuidaban particularmente en aquellos años de la educación de los descendientes de los Incas. También llama la atención que cierto Francisco Tupac Amaro de la provincia de Canas, pueblo de Surimana figure entre los colegiales en 1735. Es de presumir que era pariente del cacique rebelde, posiblemente un tío. Sabemos que muchas veces los miembros de una misma familia se sucedían en San Borja. Por tanto, si no se puede afirmar que Túpac Amaru fue colegial de San Borja, tampoco parece imposible. Si no estudiaron ahí sus hijos (Macera, 1977: 125), no significa que él tampoco, ni puede ser considerado como la prueba de una supuesta insuficiencia de la enseñanza de los jesuitas, más bien podría ser lo contrario, puesto que entonces ya no eran ellos los responsables del colegio, y la nueva dirección después de la expulsión se desinteresó de los caciques, como se verá adelante. Finalmente aparece claramente que las perspectivas de estudios en San Borja eran muy distintas de las del Príncipe, lo que en gran parte se debe a los vínculos entre los jesuitas y los descendientes de los incas (Rowe, 1955; Dean, 1999: 112-113). Además, estos últimos años creció el interés por los caciques que tuvieron acceso a la carrera eclesiástica en la segunda parte del siglo XVIII: (O’Phelan, 1999; 2002; Garret, 2002), tema que supone también el acceso a estudios superiores. En el Cuzco, las familias nobles utilizaron su nobleza para avanzar en la estructura social de la Iglesia y así integrarse más al poderío criollo (Garret, 2002: 307). Muchos hijos de estas familias eran colegiales de San Borja, lo que les permitía seguir sus carreras en San Bernardo o San Martín en Lima. Esto supone que iniciaran sus estudios de gramática en San Borja.

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8. La biblioteca de San Borja

En los pocos documentos que menciona el material pedagógico, solo se habla de ripaldas y catones como manuales de enseñanza, y no figuran en los inventarios, pero el que se hizo en Cuzco, inmediatamente después de la expulsión, menciona 257 libros en la biblioteca de San Borja y otro, en 1793, 200 libros (AHNC, Jesuitas del Perú: vol. 377). Esta información suscita varias preguntas: ¿qué tipo de libros eran? ¿Cuándo se constituyó esta pequeña biblioteca? ¿Estaban a la sola disposición del rector y del hermano que administraban San Borja, o los colegiales podían tener acceso a ella? Este último caso daría una indicación sobre la enseñanza que se daba en San Borja.

El catálogo de la biblioteca de los jesuitas del Cuzco que establecieron Daniela y Gastón Breccia en 1993, consta, además de otros, de 179 libros marcados de varios sellos, impresos a fuego en los tres cantos de los libros: CIHS, CBEO, SBO. 96 llevan el solo sello SBO. Los bibliotecarios, que ignoraban la existencia del colegio de San Borja, interpretaron el sello SBO como otro sello de CBEO, que identificaron con toda razón como el de San Bernardo. Parece verosímil que el sello SBO corresponde a San Borja, ya que no se entiende la necesidad de marcar dos veces de manera diferente una misma biblioteca. Los inventarios de Temporalidades, así como el de 1793 atestiguan respectivamente 257 y 200 libros, cifra superior a la de los libros marcados con este sello. Son en su mayoría libros de teología, de moral, algunos de derecho y de lengua, casi todos en latín. La sucesión de los sellos en muchos ejemplares evidencia que estos libros pasaron de una librería a otra con el tiempo, dentro del colegio jesuita de Cuzco13 . En cuanto a saber cuándo se constituyó esta biblioteca solo se puede formular una hipótesis y ninguna certidumbre. Entre los libros que solo están marcados SBO se nota o que son incompletos, les falta el frontispicio donde a menudo se escribía el nombre del propietario, o viene la mención «de la librería grande de la Compañía de Jesús Cuzco» o «del aposento del P. Rector del Cuzco» o el nombre de un particular donante, siendo «el señor Sarricolea» el más frecuente. Muy pocos, de las antiguas ediciones, podrían haber sido adquiridos directamente. Una edición de 1620 lleva la inscripción siguiente «De la librería del colegio de la Comp. de IHS del Cuzco. Para estudiantes. Por commutacion. SBO». Es difícil saber si los estudiantes son los del colegio grande o los de San Borja, o los dos, y también cuándo se hizo dicha conmutación para cada libro. Otros dos marcados del sello SBO solo llevan la mención «de la librería de los h. Estudiantes». En cuanto a los once libros donados por «el señor Sarricolea» es fácil datar su adquisición entre 1736 —fecha de la llegada del obispo al Cuzco— y 1740, fecha de su muerte. Todos llevan el sello SBO, varios incluso llevan la mención: «nos lo dexo el señor Sarricolea» y uno: «año 741». Lo más probable es que el obispo dejara, a su muerte, parte de sus libros a los jesuitas que los afectaron poco después a San Borja, solo uno lleva el sello CIHS, casi todos llevan una nota manuscrita: «del colegio grande de la Cia de IHS del Cuzco», como si, una vez registrados por la Compañía, pasaran directamente a San Borja, lo que puede significar que se estaba constituyendo entonces la biblioteca de este colegio. La hipótesis de que esta librería se haya constituido después de la década de los cuarenta del siglo XVIII es probable por dos razones: una es que se trata de una biblioteca bastante reducida en 1767; la otra, que en su inventario de 1735 el rector Figueroa no la menciona.

13 Agradezco a Gastone Breccia su infalible ayuda para la elaboración de este capítulo.

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

En cuanto a quiénes eran los lectores, sabemos por las cartas anuales y otros documentos que en San Borja solo había un rector y un hermano coadjutor que hacía de maestro. El rector tenía libros en su aposento, como está indicado en varios ejemplares, y podía consultar la librería del colegio grande siempre que lo quisiera. El uso de la biblioteca podía estar reservado a los pocos hermanos maestros que se sucedieron en San Borja, pero también se puede pensar que a partir de los años cuarenta del siglo, cuando cambió la política educativa para con los caciques, algunos alumnos selectos como lo fueron los hermanos Solís, pudieron tener acceso a libros más científicos que tal vez no pudieran consultar en otra librería del colegio grande, por segregación. Esto coincidiría con la constitución de la biblioteca. Tal hipótesis confirmaría que en San Borja, en aquellos años, se preparaba a un clero indígena. La importancia numérica de los libros de teología, y entre otros de las Doctrinas practicas del jesuita maestro de teología Pedro de Calatayud, especie de guía para los futuros doctrineros, abundan en esta idea.

La enseñanza en los colegios de caciques varió en el tiempo y no fue exactamente la misma en los dos. La convicción de que esos jóvenes iban a ser los mejores apóstoles entre la masa india, que más bien predominó al principio, no fue compartida por todos y fue perdiendo vigencia. El hecho de que en la segunda mitad del siglo XVII los dos planteles se hubieran convertido efectivamente en escuelas de primeras letras se explica por la presión que ejercieron los españoles y criollos para que sus hijos se beneficiaran de la enseñanza de los jesuitas a este nivel. Nadie, en la sociedad colonial, fuera de los caciques, cuestionaba la conveniencia de la cohabitación que suponía. En sus informes, los rectores la presentan con satisfacción. Era, según ellos, una obra de caridad que permitía a niños pobres, españoles e incluso indios aprender las primeras letras y la doctrina. Sin embargo, las constituciones del virrey Esquilache precisaban que no se debía admitir indios que no fuesen nobles y es evidente que esta evolución se hizo en detrimento de la calidad de la enseñanza dada a los caciques. Este abandono intelectual de los caciques en provecho de la juventud española y criolla se explica también por la amenaza que representaban unos curacas educados, para las clases altas de la sociedad colonial que tenían el monopolio de la administración, y en particular el control de las cajas de censos. Unos jóvenes capaces de mandar una carta en latín al pontífice, la presencia de curacas educados en los pleitos contra los doctrineros, el poder que los caciques de Lima

otorgaron al padre Crespo, entre otros que manifestaban su deseo de tomar parte en decisiones que les concernían, eran percibidos como una amenaza. Aunque no tenemos la fecha exacta de este documento, sabemos que el padre Crespo fue rector del colegio del Príncipe en 1633, sabemos también que por esas fechas aparecen los primeros pupilos en los colegios de caciques. La respuesta de los caciques de Lima a esta situación fue dejar de mandar a sus hijos al colegio del Príncipe en cuanto les fue posible. Las protestas del padre Vásquez en 1637, la abnegación de los padres del Cuzco, ilustran un periodo de lucha de los jesuitas encargados de la educación de los caciques, contra la administración colonial, pero cabe precisar que no se veían respaldados por Roma. Al contrario, el general ordenó que abandonaran la experiencia de San Borja, puesto que no tenía este colegio renta alguna desde que el marqués de Guadalcázar le quitó la que el virrey Esquilache había señalado. Los sujetos14 desobedecieron un tiempo. El doble enlace de la Compañía, con los descendientes de los incas y los de Ignacio de Loyola y Francisco Xavier, parece haber forjado vínculos que se estrecharon a lo largo del siglo XVII. Por esto en el Cuzco los colegiales no debieron de sentirse tan despreciados como en el Cercado. Además, a la inversa de los caciques del arzobispado de Lima, sus familias formaban un grupo distintivo que supo mantener su cohesión y su poder sobre la «república de los indios» durante más de dos siglos (Garret, 2003). La permanencia de una nobleza indígena reconocida como tal en el alumnado, facilitó que en la segunda mitad del siglo XVIII se dispensara ahí una enseñanza que abriera las puertas de estudios superiores. Se entiende que la aristocracia inca haya seguido mandando a algunos de sus hijos a San Borja, aún si no mandaban siempre a los primogénitos y no todas las familias estaban representadas en el colegio.

14 Así se llaman en los cuadernos trienales, los jesuitas —padres y hermanos— que vivían en un colegio.

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