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3. Don Juan Picho

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Abreviaturas

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La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

la solución era ir a la Corte a informar al Rey. Por tanto, su decisión de ir a España una segunda vez, motivada por su pleito, también obedecía al deseo de comunicar directamente al Rey las quejas y reivindicaciones de los otros caciques. En esto repetía la gestión de su antepasado Felipe Guacra Paúcar, pero no volvería con el mismo éxito5. Ni siquiera le otorgaron el título de segunda persona que don Felipe había conseguido. En el espacio de un siglo, la condición de los caciques había sufrido un desgaste evidente. Cuando volvió al Perú, expulsado de España en 1678, sin haber obtenido nada de lo que pedía, su primo había muerto sin descendencia masculina y otro cacique, ex colegial del Príncipe tenía oficialmente el título de cacique gobernador del repartimiento, otorgado por el Rey en 1673. Se llamaba don Juan Picho6 .

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3. Don Juan Picho7

«Los excesos de los frailes son notorios y cárceles que tienen llenas de cepos y prisiones y las justicias públicas que mandan hacer, que no ay otro dueño; corregidor ni provisor mas de lo que ellos hacen [...] y no ay señor tan señor de sus vasallos como ellos lo son de sus indios». (Informe del conde de Nieva, NCDIHE, t. VI: 95-96) El 19 de enero de 1675, fray Roque de Rebolledo, guardián del convento de San Francisco, agredió al indio regidor del pueblo de Cincos de la provincia de Jauja, agarrándole por los cabellos, golpeándole con un bordón que llevaba y mandándole amarrar a un árbol que estaba en el patio del convento. Le dio una buena vuelta de azotes con pretexto de que no le había traído, tan presto como lo quería, la leña que le había pedido para el amasijo. El regidor se fue a quejar a su cacique gobernador, Juan Picho, que tomó su defensa y presentó al día siguiente una demanda al protector de naturales, el cual la remitió al vicario y juez eclesiástico de la provincia. El corregidor, sin esperar la reacción del juez eclesiástico, proveyó un auto para que el alcalde ordinario del pueblo intimase públicamente que ninguna persona castigase a los indios sin orden suya. El fraile, cuando se enteró, pidió el auto al indio alcalde mayor, enojándose con él, tratándole de «bellaco borracho», diciendo que el corregidor no era su superior, que con este papel se limpiaba el trasero... y lo hizo pedazos. El protector de los indios remitió la relación de los hechos otra vez al juez eclesiástico para que

5 Parece que ninguno de los caciques que se fueron a la Corte con memoriales en beneficio de los indios salieron satisfechos (véase O’Phelan, 2002: 842). 6 En su testamento Bernardino designaba a su hermano y su mujer como sus sucesores (Antarki, 2002: 101). 7 Las fuentes de este capítulo son: AAL, Hechicerías IX: 1; Capítulos IV: 21.

lo remitiese al arzobispo, al mismo tiempo que le escribía para quejarse de los guardianes y frailes. El vicario visitador Martínez Guerra, juez eclesiástico, recibió la declaración de varios testigos y remitió el caso al arzobispo. En este episodio Juan Picho se portó como un buen cacique, tomando la defensa de sus indios y actuando con acuciosa diligencia y con el apoyo del corregidor para obtener justicia. Algunos años más tarde, el mismo juez eclesiástico, visitador de idolatrías, escribió una carta al Virrey a modo de petición de los caciques del valle para ser reconocido «único amparo y remedio de los indios» contra los corregidores y curas de la provincia. Juan Picho se negó a firmar. El visitador enojado mandó a algunos principales a Lima, dándoles una suma de doscientos pesos para capitular al cacique con el fin de deponerle. Pero no obtuvo satisfacción y, furioso, exigió los doscientos pesos con cierta violencia. Su enemistad con Juan Picho fue en aumento, cuanto más tanto que éste tomó otra vez la defensa de sus indios por unas tierras del común que les habían quitado tres parientes del licenciado Martínez «por aberselas cogido con mano poderosa fiados en el fabor y amparo del dicho visitador». Obtuvo que el corregidor remitiera la causa al Real gobierno. El visitador, viendo que los principales se resistían a bajar otra vez a Lima a capitular al cacique, animaba a ciertos indios a no pagar los tributos asegurándoles de su protección. Entonces Juan Picho mandó prender a un principal en el pueblo de Mitto. El visitador protegió al indio diciendo que éste no estaba, que estaba enfermo y siguió impidiendo la cobranza de los tributos del dicho pueblo. Juan Picho, entonces, mandó una información al juzgado arzobispal de Lima con declaración de testigos y el corregidor «fulminó» una causa criminal contra el visitador pidiendo su recusación. A su vez, el visitador «fulminó» otra causa criminal contra el cacique diciendo que falsa y siniestramente le acusaba de dificultar la cobranza de los tributos. El intercambio de autos es sumamente interesante porque el licenciado Martínez hace alarde de todos sus títulos, cada media página, y habla de Juan Picho como gobernador interinario, mientras éste se dice cacique gobernador del repartimiento de Lurinhuanca. En el trasfondo de la pelea se adivinan las antiguas querellas por el título de gobernador que remontan a la sucesión de don Lorenzo Limaylla, a la destitución de Bernardino Mancoguala como gobernador por incapaz —aunque use el título en su testamento de 1673—, y a su difícil sucesión. En 1689, el licenciado Martínez denuncia la supuesta conspiración del cacique con el corregidor que no repelió una demanda que no era de su jurisdicción, y se ofrece a mandar una información con testigos. Dos años más tarde, Juan Picho estaba en la cárcel del pueblo de la Concepción, con cepo y grillos, donde el corregidor lo llevó, así como deudos suyos, por unos tributos y mita que no podía pagar, lo que no es de extrañar puesto que no había podido cobrarlos.

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