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1. Las nuevas constituciones del colegio del Príncipe

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Abreviaturas

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de Aplicaciones. San Borja, por tanto, se quedaría en su casa pero cambiaría de nombre y en adelante se llamaría Colegio del Sol. Sin embargo es de notar que en la mayoría de los documentos se sigue llamando San Borja. En el mes de junio de 1771, una junta de gobierno en presencia del Virrey y del arzobispo atribuyó al colegio de caciques de Lima una nueva casa y nuevas constituciones y lo agregó, ya no a la clase de primeras letras de niños pobres, sino a la Casa de Estudios donde antes los jesuitas daban clases gratuitas de latinidad. Casa de estudios y colegio de caciques en adelante formarían el Colegio del Príncipe, como lo indican las «Constituciones del Colegio del Principe innovadas con la ocasion de la expatriacion de los Jesuitas por orden de este superior Gobierno, año de 1771» (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 15). Por tanto el colegio no cambió de nombre sino de lugar, siendo trasladado a las aulas de los estudios menores de gramática y retórica en la casa de San Pablo, que había sido aplicada a la real congregación de San Felipe Neri, en la parte llamada del logicado (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 36; Inca: 832). El hecho de ser trasladado a la antigua casa del colegio grande de la Compañía, en el centro de Lima, debió de satisfacer a más de un cacique. Y cabe notar que entonces casi se realizaba el proyecto de Toledo, que también había sido de Toribio de Mogrovejo y de Solís en Quito: mezclar aunque separadamente los hijos de criollos y caciques. Parte de la distribución preveía actividades y ejercicios en común y, con separación, la de los estudios. Además precisaba que los hijos de caciques y segundas personas debían ocupar con prelación el recinto a ellos reservado.

1. Las nuevas constituciones del colegio del Príncipe

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El decreto que establece las nuevas reglas del colegio y las obligaciones del director toma en cuenta las sucesivas cédulas reales de 1697 y 1766 «que se mandaron observar y promulgar en forma de bando por decreto de este gobierno superior expedido en 4 de junio de 1767» (AHNC, Fondos varios: vol. 63). Recordemos que fueron los «Procuradores de la Nación Indiana», don Alberto Chosop y don Joseph Santiago Ruiz quienes, con la aprobación del virrey Amat y Junient, decidieron imprimirla y costear el tiraje suficiente para publicarla en todo el reino, con vistas a que, por fin, tuviese efecto. Esta publicación, al coincidir con la expulsión de los jesuitas, sirvió de base a las nuevas constituciones del colegio del Príncipe. En su cédula, el Rey declaraba que los indios nobles podían pretender gozar los empleos eclesiásticos o seculares gubernativos políticos y de guerra «que piden limpieza de sangre y que se acostumbran conferir a los nobles hijos dalgos de Castilla». Por tanto podían pretender una educación adecuada.

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

El hecho de que el Logicado compitiera a Temporalidades explica que las disposiciones tomadas lo fueran exclusivamente para el colegio del Príncipe, San Borja quedando aparte. En su Memoria, el virrey Amat, cuando se interesa por los colegios de caciques, parece ignorar el del Cercado y focalizar su atención en San Borja, más frecuentado como lo hemos visto y por cierto de mejor reputación. Sin embargo, después de la expulsión de los jesuitas, la atención virreinal se dirigió más bien al colegio de Lima, que no se menciona en la referida Memoria. En 1770, el mismo Virrey, de acuerdo con el arzobispo, declaraba aprovechar «la oportunidad que se presenta de mejorar la enseñanza y educación conforme a las reales intenciones manifestadas en aquella piadosa erección». Por tanto, la supuesta mala educación que los jesuitas daban a los caciques servía de pretexto a un nuevo impulso reformista y a la aplicación, tan deseada por ellos, de las reiteradas cédulas a su favor. Además el Virrey invitaba entonces a los caciques a mandar a sus hijos al nuevo colegio del Príncipe en los mismos términos que usara Esquilache en 1618. Ordenaba al futuro director del colegio que cuidase de que la enseñanza dada abriera las puertas a ciencias mayores: «por cuyos medios se espera llegue a lograr la enseñanza de esta nación al [sic] aumento que tuvo en sus principios y de que cayó sucesivamente mientras dirigieron dicho colegio los citados regulares». (AHNC, Fondos Varios: fol. 612; Inca : 863) El Virrey alude por supuesto a las disposiciones de Esquilache y al numeroso alumnado de los primeros años del colegio. Es posible también que se hayan conservado quejas de los caciques del tipo de la antes citada carta, que debieron de repetirse con el tiempo. Otra razón para cuidar la enseñanza de los caciques era darles las aptitudes necesarias para optar la cuarta parte que se les destinaba, según las mismas cédulas reales, de las becas de los colegios y seminarios que se fundasen en las Indias. Dicho de otra manera, soplaba el viento de la reforma y la expulsión de los regulares aparecía como la condición necesaria para que por fin se cumplieran las reiteradas cédulas reales. La cuestión era saber si se iban a cumplir tantas promesas. No se cambiaban las reglas y estatutos establecidos por el virrey Esquilache, «que se han reconocido justos y adaptables a las circunstancias presentes». El director debía formar un nuevo libro, copiar en él estas primeras constituciones y trasladar los demás decretos y providencias respectivas a este colegio y casa de estudios que en el futuro se expidiesen. El original de este libro se encuentra en parte en Santiago de Chile (AHNC, Fondos varios: vol. 63). Solo se añadía que en adelante uno de los ministros de la Audiencia sería nombrado protector del colegio, sustituyéndose al antes protector de naturales. Nuevo libro sobre el

modelo del antiguo, nuevo protector, oidor de la Audiencia como antes, salvo que se dedicaría únicamente al Colegio, el de los caciques se agregaba a la casa de estudios como antes se agregaba a la casa del Cercado: he aquí el nuevo perfil administrativo del colegio del Príncipe. Las constituciones fijaban el salario del director y del maestro en 200 y 300 pesos pagados por la caja de censos «atendido el corto número de caciques que acuden al colegio» (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 34r), mientras que para la casa de estudios, el mismo director recibiría de Temporalidades 1 200 pesos, «caso que no tenga otro beneficio». El director siendo el mismo para los estudios de latinidad y colegio de caciques cobraba, por tanto 1 400 pesos. El vestuario de los colegiales, sus alimentos y curaciones seguirían corriendo a cargo de la caja de censos. El primer director sería nombrado por el gobierno, los siguientes tendrían que presentarse a oposiciones. Las distribuciones preveían actividades en común para los pupilos de la casa de estudios y los caciques desayunaban, comían y cenaban juntos. También la doctrina cristiana, los ejercicios matutinos «que se les leerá en castellano», los descansos y las lecciones de historia, «que será eclesiástica, la de España e Indias» eran comunes. Se suprimía los castigos corporales. Las clases eran distintas y mientras los escolares de latinidad empezaban el año el domingo de Cuasimodo, y lo terminaban después de examinarse, los caciques seguían entrando y saliendo en cualquier momento del año. Además, a pesar de haberlos juntado, los dos planteles quedaban separados en cuanto a la financiación de su mantenimiento. Los caciques competían a la caja de censos, los otros alumnos si eran pupilos pagaban su manutención. El director y los maestros tampoco competían a los mismos fondos. A pesar de todo, vistas las declaraciones del Virrey, estaba previsto que los caciques pasarían a las aulas de latinidad después del primer aprendizaje. Y en efecto el virrey Amat dio la orden: «que se dé estudio de gramática a los indios que después de saber leer y escribir, y contar, quisieran permanecer en el colegio» (Inca: 819). Tal declaración era en sí una novedad que podían apreciar los caciques en palabras del Virrey, aún si los jesuitas como lo vimos arriba, también admitían caciques en las clases de latinidad en Cuzco, oficiosamente, en los últimos años. Según el rector Bordanave, que fue el primero en encargarse del Nuevo Colegio, se observó el mismo orden y método que antes, añadiendo solamente la posibilidad de aprender latín. Así oficialmente se iba a dar a los caciques la posibilidad de seguir estudios superiores. Se iban a cumplir por fin las promesas de las cédulas reales, tantas veces solo «acatadas». ¿Iban a cambiar por tanto la educación y la vida de los caciques con estas nuevas disposiciones y los nuevos rectores?

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