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3. Cuentas y triquiñuelas

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Abreviaturas

Abreviaturas

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

El rector reiteró sus peticiones diciendo cuan injusto era que los edificios cerrados recibiesen ayuda de Temporalidades cuando amenazaban ruina, y no un edificio tan útil como lo era el colegio que abrigaba una multitud de niños. La conocida indolencia de los servicios administrativos, su dejadez en cuanto al colegio de caciques, los intereses de unos y otros, hicieron que no se aplique el ramo de la hacienda de la Huaca hasta 1788. Además de las reparaciones, don Juan de Bordanave iba pidiendo que se dotara al colegio de un vicerrector para suplir las ausencias de los maestros enfermos y recalcaba la falta de pasantes y la necesidad que había de ellos para vigilar a: «los alumnos que viven en el colegio, cuidar de que estudien, y de que bayan a escribir tarde y mañana a la aula de primeras letras, que no se mezclen con los demas niños que vienen a estudiar [...]». (AGI, Lima: 1001) Así a través de estas reclamaciones nos enteramos de que no solo los caciques, a quienes normalmente estaba reservada la clase de primeras letras, la comparten con muchos niños pobres como antes, sino que también sigue la segregación entre unos y otros a pesar de lo proclamado. Además, los jesuitas, ante la incuria de las cajas de censos, se encargaban de las reparaciones y mantenimiento de los edificios y no esperaban que los niños peligraran para hacerlo. Juan de Bordanave repite que paga una parte con su propia bolsa, esperando lograr con esto beneficios personales, pero no puede y no le compite hacer tales gastos.

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3. Cuentas y triquiñuelas

No solo tenía que tratar con la administración de Temporalidades sino que también dependía de la caja de censos para los alimentos de los hijos de caciques. Los primeros años, pasada la sospecha que inspiraban las cuentas de los jesuitas, no hubo averiguación de las de Bordanave. En 1777, sin embargo, el juez de la caja extraña que «los pagamentos se hacen hoy sin la solemnidad, escrutinio e intervencion del señor Protector general de yndios como se practicaba antes de la expatriacion de los jesuitas». Además, en su reclamación el juez afirma que en tiempos de la Compañía los gastos no pasaban de 600 pesos anuales. Es evidente que se refiere a los últimos años, después de la puesta en orden de 1763. Bordanave se defiende arguyendo que hay más colegiales y que ahora viven de por sí, lo que supone gastos que antes no tenían. «[…] pues morando por entonces a manera de huespedes en una casa cuyos dueños absorbian los principales gastos para su subistencia, los caciques no necesitaban de sirvientes asalariados, porque los jesuitas los tenian de sobra [...] El alimento de los caciques, se escusaba en la

mayor parte, sino en el todo, porque no es lo mismo mantener un cuerpo separado que agregarlo a una casa pingue en que no eran escasos los fondos y provisiones». (AHNC, Fondos varios: vol. 63) Presenta sus cuentas de la manera siguiente: «Cada cuenta se divide en tres partes u otras tantas clases. La primera contiene el sustento diario y esta se arregla a la quota de 2 1/2 reales por día según el establecimiento del colegio y sus constituciones, la segunda comprehende el gasto necesario de libros, papel, tinta, el lavado de la ropa y el costo asi de la blanca como del color, zapatos, medias, peinado, utensilios de mesa. La tercera pertenece a los salarios que se pagan a los empleados en la educacion de los caciques». ( AHNC, Fondos varios: vol. 63) Dichos empleados son el maestro escolero, un médico, dos criados y el rector. Como el juez critica los gastos excesivos y la falta de detalles en la segunda parte de las cuentas, Bordanave advierte que si no los da, es por evitar: «la molestia y perdida de tiempo que necesita el escrutinio de la cuenta, no siendole posible a un señor Ministro, cuya atencion esta empleada en asuntos de la mayor importancia a la republica, consumir el tiempo en la inspeccion de cuentas tan menudas». (AHNC, Fondos varios: vol. 63) Explica que otro juez antecesor del presente le aconsejó calcular grosso modo lo que costaba mantener a cada cacique con la decencia necesaria y lo hizo «con la prolijidad y exactitud conveniente», pidiendo cinco reales diarios en total para cada uno. También arguye que los colegiales de Santo Toribio reciben 180 pesos anuales para su alimento. En fin dice que no puede sustraer ni un céntimo sin tener que «reponerlo de su peculio, y solo el prudente y parco uso con que lo maneja es capaz de mantener el colegio en lucimiento y buen trato que es notorio». En el vaivén de papeles entre el fiscal protector, Bordanave y el juez de la caja se nota que el rector tiene en la Audiencia una excelente reputación lo que sugiere que se beneficia de apoyos en las altas esferas. Con todo, el juez no parece dispuesto a dejarle toda libertad: sin poner en duda la probidad del director ni sus méritos para ser ascendido «aqui o en la Corte» —y efectivamente, entonces don Juan de Bordanave acababa de obtener la media ración—, opina que la cuenta jurada debe ser examinada por los fiscales de la Audiencia y que: «siempre la visita sera util y conveniente para la proteccion que SM ha impartido, y continua a dichos alumnos». Lo que el Virrey ratifica en un decreto. Las protecciones de que se beneficiaba don Juan de Bordanave se ven claramente en la relación de méritos que en 1784 el virrey Decroix manda al Rey, dibujan el retrato del perfecto rector:

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

«Quantos alumnos recibe el colegio son otros tantos objetos a que se dedica particularmente la atencion del Rector: el aseo de sus personas en el trage, y vestuario y el alimento con que los sustenta, imprimiéndolos las máxîmas políticas, que deben servirles para su gobierno, hacen conocer el esmero con que se les atiende [...] Todo esto me ha parecido conveniente puntualizar a V.M. protestándole, que el licenciado D. Juan es uno de los sugetos mas recomendables del Reyno, y de quien estoy mejor informado por personas fidedignas de quienes me he instruido privadamente. Y así lo considero digno de la soberana atencion de VM para que premiando su mérito, ponga en su recompensa un modelo a que puedan aspirar otros siguiendo sus huellas». (AGI, Lima :1001) Hasta aquí, los datos relativos a este rector fueron sacados del memorial de sus méritos (AGI, Lima: 1001) y del libro del colegio publicado en Inca. En estos papeles aparece bajo su mejor aspecto, pero otros documentos de Temporalidades dejan asomar otra cara del personaje. En su visita de 1791, el fiscal protector encuentra el colegio en un estado pésimo: los colegiales afirman que son sus padres «por medio de acudientes» quienes les proporcionan la ropa y los vestidos, los aposentos están llenos de inmundicias, son dos alumnos en cada uno, aún cuando están enfermos, no hay sábanas ni colchones, solo pellejos, no tienen sirvientes porque los dos esclavos están al servicio del director, el mismo director que incluía en los gastos cada vez que entraba un colegial, además del uniforme nuevo, sábanas nuevas, frazadas y colchón y no vacilaba en declarar que: «cuando salen [los colegiales] a las funciones publicas estan tan aseados que sin recelo se presentan en cualquier funcion con la decencia correspondiente». (AGN, Temporalidades: leg.171) Ahora bien, después de la visita del protector el escándalo fue tal que, a pesar de su apoyo, Bordanave fue procesado y en 1795 tuvo que renunciar (AHNC, Fondos varios: fol. 55v.; Inca: 856). Hubo antes otros protectores del colegio, que hicieron la vista gorda: don Pedro Bravo del Ribero, por ejemplo, que según un informe del mismo Bordanave «cumplió exactamente con el cargo que le confirió el superior gobierno de protector de este Real Colegio desde 24 de marzo de 76 hasta 9 de marzo de 83 en que se nombró en su lugar al Sr. Joseph Cabeza Enríquez. Que en todo este tiempo visitó el colegio, cuidó de que el público fuese bien servido amonestando y animando a los maestros asalariados por su Magestad a que cumpliesen con su obligación echasen menos a los alumnos que faltasen y tuviesen cuidado de enviar a sus casas a informarse de los motivos por que no concurrían». (AGN, Temporalidades; Colegios: L 171)

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