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4. Enfermedades y funerales

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Abreviaturas

Abreviaturas

Este informe concluía que el protector se merecía los 100 pesos que le estaban asignados por la caja de censos. Parece que su sucesor Joseph Cabeza Enríquez tampoco se mostró exigente pero cuando en 1790, se nombró al fiscal Pareja como protector del colegio, las cosas cambiaron. Algunos colegiales y sus padres dieron sus testimonios, poniendo de manifiesto que Bordanave falsificaba las cuentas. Don Hernando Mangor, cacique de Azángaro declaró que su hijo había recibido un traje gastado demasiado grande para él, que en el espacio de dos años solo había recibido un par de zapatos y un par de medias. En cuanto a don José Alania costeó el vestido, el espadín, el sombrero y todos los demás requisitos de su hijo. Un testigo dice que el vestido solo servía cinco veces al año y que en cuanto terminaba la función se guardaba, que él iba a cenar y dormir a casa de sus padres y que solo recién después de la visita le dieron una cama, un colchón y sábanas. El padre tuvo que pagar dos capas a su hijo para que «no estuviese en cuerpo». Otro declara haber recibido un traje en 1776 que le duró hasta su salida, en 1782. Como los niños entraban a los diez o doce años, se puede imaginar cómo le quedaría el vestido al joven cuando salió y con qué «decencia» saldría en público si su padre no asumiera los gastos de vestimenta. Lo que va de los méritos reconocidos «por personas fidedignas» y bien ponderados por el mismo Virrey, a la realidad de la inspección y a los testimonios aducidos, evidencia una vez más la colusión que existía en la sociedad colonial, tan compartimentada, entre gente de una misma clase, su hermeticidad, el peso de las amistades en los intereses particulares, y la dejadez de siempre con que se trataba los asuntos indígenas.

4. Enfermedades y funerales

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Un documento de 1796 —desgraciadamente no fue posible encontrar el equivalente en tiempos de los jesuitas—, nos informa un poco sobre el tratamiento de las enfermedades de los colegiales. Se trata de las cuentas del rector sobre gastos de enfermería entre el 12 de octubre y el 7 de enero (BNP, Manuscritos: 1796), para el cacique Apunina, oriundo de San Damián (Huarochirí), aparentemente enfermo de los bronquios. Compran para curarle, el 12 de octubre, un bálsamo de calabaza, lamedor* violado, y un pectoral diez días después. También compran bastante linaza, con la que supuestamente le hacen cataplasmas. Pero sigue enfermo ya que el 23 de diciembre le compran una «basenica» (¿para escupir?) y el 29 otra vez un pectoral y carbón. En el mismo espacio de tiempo otro colegial, Panaspaico, cacique de Huarmey, enferma de viruela y lo curan dos días seguidos con «un par de ayudas, un real de carne y otro de miel rosado, harina, azúcar y lamedor de amapolas». El 31 de diciembre compran un cuarto de pollo «para el

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

virueliento». En enero se declaran otros caciques enfermos. Las sangrías, ayudas [lavativas] y purgas parecen ser las técnicas más empleadas. Los cuartos de pollo o de gallina vuelven también a menudo, sin que se pueda saber si eran para comer, para hacer caldo o para aplicar sobre el cuerpo del enfermo. También se compra muchas alorbas2 y carbón: posiblemente pastillas o granulados que todavía se usan como antidiarreico. En cuanto a la salud de los caciques, bajo el rectorado de Bordanave, el médico que da su testimonio en el proceso afirma que son: «gravisimas las enfermedades que padecen los mas dellos». La promiscuidad y falta de higiene lo explican fácilmente. Cuando muere Manuel de Chavín Palpa, en 1786, el rector presenta la cuenta de su entierro a la caja de censos. No podemos afirmar que los gastos del funeral declarados correspondan a la realidad, puesto que pudo falsificarlos, pero sí permiten reconstituir un entierro de cierta categoría. Según estas cuentas se tocó a agonía en tres lugares: La Caridad, San Andrés y San Bartolomé. Llevaron al difunto en procesión con cruz alta, deseo común a los ricos otorgantes de testamentos, con posas3 —no precisa cuántas— y doblando las campanas, se dijo una misa rezada de cuerpo presente y fue enterrado en la iglesia de los Huérfanos. El total de los gastos fue de 44 pesos, 19 de derechos de cruz y 11 de derechos de iglesia, a cargo de la real caja de censos (AGN, Temporalidades; Colegios: leg. 171). Los aranceles variaban según los obispados y resulta difícil evaluar los gastos. La suma de 44 pesos representaría, según un antiguo arancel, el entierro de un español rico con varias posas y acompañamiento de varios clérigos (Lisson, 1944, III: 254-257). Pero, comparada con lo que denuncian Jorge Juan y Ulloa (134 pesos en 1772), parece mínima (Juan & Ulloa, 1991: 342). La verdad es que los funerales eran objeto de muchos abusos de los curas, que contaban las honras y cabos de año, bajo el pretexto de que el alma gozaría más pronto de mejor vida en el cielo. No fue el caso para el colegial del Príncipe, pero sí hay sospecha de un abuso. Parece poco verosímil que el rector consultara la caja de censos antes de realizar el entierro, puesto que se hacía al día siguiente de la muerte. En todo caso podemos sospechar que hubo cierta reacción del juez de censos porque al año siguiente murió otro colegial y Bordanave escribe: «[...] y para que la caxa no pagase el entierro se puso empeño en que su padre que a la sazón acertó a estar en Lima se hiciese cargo del funeral lo que se logró». (Inca: 822)

2 «Alhorbas: semillas de un olor y gusto desagradable las quales se llaman alhorbas y son mui usadas en las Boticas» (Diccionario de Autoridades). 3 En los entierros, la procesión podía pararse a rezar ante unos altares que jalonaban el recorrido. Cuanto más rico era el difunto más posas se hacían.

Así no todos los colegiales gozaban del mismo tratamiento en cuanto a funerales y adivinamos que el padre se resistió en vano a esta desigualdad. La muerte de este colegial que solo se había quedado nueve meses, debió de ser por una enfermedad contagiosa puesto que, por mostrarse parco en gastos imputables a la caja, Bordanave declara que la ropa del muerto que no estaba maltratada «se aplicó al recién entrado». El cual entró tres semanas después y murió... a los tres días (Inca: 822). Las cuentas del rector no mencionan su entierro. Se conocía los efectos de la contaminación. Desde 1752 una cédula real prohibía y castigaba a los que no quemaban los objetos usados por los enfermos: «hecho ver la esperiencia quan peligroso era el uso de la ropa, muebles, alhajas de los que avian adolecido o muerto de enfermedades éthicas tipsicas y otras contagiosas [...]». (Ayala, 1988: 129) Pero las cédulas reales no solían tener efecto inmediato en el Perú y menos aún en un colegio de caciques. A pesar de la escasez de documentos al respecto, es de suponer que los jesuitas hubieran tomado más precauciones para la salud de los colegiales. Sebastián de Villa, en su defensa de 1724 declara que 20 colegiales vienen en su compañía, «aun en este tiempo de peste en que todos los mas han muerto» y que todos están bien gordos, mostrando así el buen cuidado que los jesuitas toman de la salud de sus colegiales «porque la Compañía primero lo pide prestado que falte la gloria de Dios» (ADC, Colegio de ciencias: leg. 21, cuad. 9). La salud de los colegiales dependía esencialmente de dos factores: la alimentación y la higiene. Ahora bien, las dos eran pésimas. Las cajas de censos siguieron pagando los dos reales y medio, fijados en 1618, para la alimentación de los colegiales hasta 1817, cuando el rector Ignacio Moreno advirtió que el precio de los víveres había subido notoriamente de un cien por cien desde que la Junta de Aplicaciones aprobó y confirmó esta asignación, o sea desde 1771. En realidad dicha asignación se remontaba a la fundación de los colegios por Esquilache, dos siglos antes. No queda rastro de que tuvieran otros recursos como los tenían los jesuitas con sus huertas para paliar tal escasez. El rector pidió y obtuvo que se subiera a cuatro reales y que se señalase algo para los alimentos de los empleados que antes estaban incluidos en la cuenta de los colegiales. También declaró: «Deberse hacer del fondo y masa comun de temporalidades los reparos de las aulas de Gramatica y Retorica: por la caja de sensos los de las viviendas de los hijos de los caciques, sus corredores, cosina, y refectorio que le es propio y que uno y otro por mitad deben hacer el gasto que exige la capilla, la pila, y su cañería, la Letrina y su Asequia, el Alumbrado de la calle, y barido de ella por ser todo esto comunmente [de ella] asi a los yndios como a los estudiantes Españoles de Latinidad y Retorica [...]». (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol.65).

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