4 minute read

6. Los rectores del Príncipe

Next Article
Abreviaturas

Abreviaturas

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

seguir ahí una carrera, puesto que ésta debía hacerse a expensas de los padres, salvo excepciones. En 1792, Juan de Bordanave copió en el cuaderno del colegio el siguiente decreto: «Vista la consulta del Rector del Colegio del Principe, con lo contestado por Dn Bartolome Mesa y expuesto por el Sr fiscal Protector; se declara que el auto de la junta de Aplicaciones no altera en manera alguna la constitucion de dicho colegio en cuanto a la admision en el de los hijos de caciques e indios nobles que pretendan entrar a emprender la carrera de las letras, verificandose por padres de estos ultimos la paga de su alimentacion, a exepcion de los que este superior gobierno por particulares meditos [sic] de ellos ù otras circunstancias tenga a bien dispensarles en la paga, como se ha practicado hasta la presente [...]». (ANC, Fondos varios: vol. 63, fol. 52 v.) Se supone que don Bartolomé Mesa, cuyo primo había entrado en 1780 (véase el siguiente capítulo), pedía que las mismas condiciones se aplicaran cuando un colegial seguía los estudios superiores. La negativa que se le opuso indica que el colegio de caciques, como institución, seguía siendo una escuela de primeras letras y nada más. Si los colegiales podían ahora seguir carreras, ello no competía a la caja de censos. También se nota que la presencia de cada uno no era constante. Algunos, como José Manuel Llacsayauri permanecieron hasta 16 años en el colegio, otros como Manuel Doroteo Negrón no se quedaron más que un día. En su visita anual de 1808, que se hizo en ausencia del rector y vicerrector, el protector vio presentarse a José Manuel Molina, de 29 años. El rector Silva explicó que no se debía limitar el tiempo de residencia de los colegiales: «sino que al contrario franquearseles porque es regular que si concluída la gramática se aplican a las facultades mayores o a la theología moral las terminen conforme a sus talentos con el deseado aprovechamiento y se hagan utiles a su nación y a todos». (AGN, Temporalidades: leg.171) En 1817, Ignacio Moreno declaraba que se hallaba reducido a siete el número de colegiales.

Advertisement

6. Los rectores del Príncipe

El 26 de enero de 1795 un decreto del virrey Gil admitía la renuncia de Juan de Bordanave en estos términos: «Visto lo que se representa, se admite la renuncia, que el suplicante Dr Dn Juan de BordaNave hace del rectorado y direccion de Estudios menores del Colegio del Principe en esta ciudad, y se nombra en su lugar el Dr

Dn Jose de Silva, Canonigo Magistral de esta Santa Yglesia, mediante a concurrir en su persona quantas buenas qualidades, y circunstancias pueden apetecerse para el desempeño de dha Direccion, y Rectorado [...] avisando al propio tiempo al Dr Dn Juan Bordanave para su inteligencia». (ANC, Fondos varios: vol. 63, f. 56). Al mismo tiempo se nombraba dos maestros para que sustituyeran a los maestros de primeras letras o latinidad del colegio del Príncipe, en caso de que faltara uno o varios de ellos. Lo que representaba un progreso. Fueron tres los rectores que sucedieron a Bordanave: José Silva, Juan Flores e Ignacio Moreno. Tienen todos en común ser clérigos seculares y canónigos de la catedral de Lima. Juan Flores dejó pocas huellas en la administración del colegio, salvo el establecimiento de una misa diaria (AHNC, Fondos varios:vol. 63, fol. 64), porque falleció muy pronto. Bajo la dirección de José Silva, las inscripciones de los colegiales en el libro se hacen con más detalles: los de su ascendencia, de los motivos de dispensa cuando es el caso, si salió el alumno «enmendado», etc. Las primeras inspecciones que se hicieron bajo su rectorado fueron satisfactorias: los colegiales estaban vestidos correctamente aunque sin uniformes, comían bien, las camas tenían sábanas y fundas limpias. Pero en 1808 se hizo una visita sin el rector. Entonces los colegiales se quejaron al protector de que solo se confesaban dos veces al año, de que solo cuatro alumnos de los once presentes sabían contar: «y por haber aprendido en el colegio de San Carlos que aun creen que los bisarectores no saben a mas, que su letra es muy inferior, y en suma que su honradez y deseo de emulación civil les hacía estudiar algo por la ninguna enseñanza y asistencia de los superiores». (AGN, Temporalidades: leg. 171) ¿Exagerarían los colegiales? Sin embargo, por las capacidades intelectuales y responsabilidades anteriores aludidas en el nombramiento de los rectores del colegio de caciques parece que este puesto haya sido una distinción particular, a la altura de otros rectorados. En 1817, Ignacio Moreno recibe a su vez el cargo de rector del colegio del Príncipe por su «literatura, probidad y demás recomendables circunstancias». Era un científico que había escrito en El Mercurio Peruano, bajo el nombre de Nepeña, y enseñado latín y lenguas indígenas en San Marcos, antes de ser nombrado vicerrector de esta universidad (Cook, 1978: 68). Era una personalidad de prendas intelectuales que iba a tener parte en la Independencia. En 1815 fue uno de los privilegiados que obtuvieron licencia para leer libros prohibidos (Millar, 1984: 443). Por lo tanto era un hombre ilustrado y respetado. Más tarde, quiso convencer al gobierno de la necesidad de una reforma de los colegios y de dar a los caciques una enseñanza superior de calidad para alejarles de las ideas revolucionarias, igualándolos con los españoles y criollos (Macera, 1977, II: 248). Pero ya la institución estaba acabándose.

This article is from: