4 minute read
9. Colegiales
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
fue huerta», demostraba que hacía tiempo que no tenía uso, etc. (fol. 148). En cuanto a las tiendas antes alquiladas por los jesuitas, todas estaban derrumbadas. La pobreza de los pertrechos del colegio es evidente. En cambio, las imágenes de todas clases abundan en las piezas: veintidós en la sala de la escuela entre las cuales siete «liencecitos de paices de fieras y abrojos», ¿con qué fines pedagógicos? Veinte otros lienzos y doce láminas en la capilla en sus marcos ovalados, un cristo de marfil y dos bultos de santos jesuitas, otros lienzos en la sacristía, otros doce en un corredor, seis en la antesala del cuarto del rector. En la librería se encontraron 200 libros. Si esta cifra es exacta, faltan 57 de los consignados en el inventario efectuado después de la expulsión de los jesuitas (AHNC, Jesuitas del Perú: vol. 377). También faltaba un copón de plata dorado, un hostiario y un ara, de lo que constaba en el inventario del rector Marán en 1776. El rector solo presentó un inventario de muebles y utensilios del colegio, sin las debidas firmas de los rectores que entregaban y recibían el colegio al pie de los inventarios, por tanto sin ningún valor jurídico.
Advertisement
9. Colegiales
Los ocho colegiales presentados durante esta visita eran: Feliciano y Rafael Torres, del partido de Aimaraes, Antonio Guamanhuallpa, de Paruro, Cristóbal Chuquicahua, de Andahuaylillas, Mariano Chalco, de San Sebastián, Francisco Ataupaucar, de Urubamba, Vicente Challco Yupanqui, de Acos, y Lorenzo Sinchiroca, de Urubamba. El rector tampoco pudo presentar el libro de entradas de los colegiales y no se precisa si cada uno era realmente hijo primogénito de cacique, ni su edad. Los que más, llevaban tres años en el colegio. No se da ninguna precisión sobre sus estudios pero en su carta de protesta el dimitido rector Tapia argüía que: «Dicho colegio solo fue creado para veinte muchachos hijos de los caziques de aquel Reyno, a los que no se les a enseñado ni enseña mas que a leer, a escribir y contar por el maestro que para ello se nombra […] y para hacerlo assi es indiferente que el Rector sea de una u de otra escuela». (AHNC, Jesuitas del Perú: vol. 377) Esta justificación, que hace caso omiso de la educación superior que los jesuitas prodigaban a ciertos indios nobles en los últimos años, indica que con los seculares, pronto se había dado marcha atrás. Sin embargo, ciertos nombres de los colegiales presentados en la inspección de 1793 llaman la atención porque pertenecen a familias nobles que mandaron a sus hijos en épocas anteriores a San Borja. Son los de Vicente Challco Yupanqui, de Acos, cuyo antepasado, Tomás, pedía en 1766 ser recibido en el número
de los Colegiales Reales (RAHC, 1950: 207) y de Lorenzo Sinchiroca, de Urubamba, que podría ser descendiente de los Sinchi Rocca de la villa de San Francisco de Maras. Si así fuera, sería pariente de Simón Sinchi Rocca, uno de los cuatro colegiales que en 1763 permitieron justificar que San Borja abrigaba hijos primogénitos de caciques principales. ¿Cómo entender que estas familias siguieran mandando a sus hijos a un colegio en tal estado de ruina? Recordemos que la visita tuvo lugar a petición de los indios comisarios. Estos eran quienes podían certificar la autenticidad de la nobleza de los pretendientes a becas, como se ve en los diferentes instrumentos publicados (RAHC, 1950: 210, 215). San Borja representaba un privilegio para la nobleza inca, «como onor y distinsion a que son acreedores estos naturales por las mercedes que las tienen hechas Nuestros Católicos y Monarcas» (RAHC, 1950: 218). Se abandonaba difícilmente, sobre todo en los años que siguieron la gran rebelión, cuando una amenaza se cernía sobre él. Es de suponer que los representantes del cabildo inca lucharon para restablecer cierto rango al colegio. Si se consideran las listas de matrículas publicadas en la Revista del Archivo Histórico del Cuzco (1950: 225-230), se nota que en 1770 entraron ocho hijos de caciques; en 1771, tres; en 1772, uno; en 1773, dos; en 1774, cuatro; en 1775, tres; en 1776, cinco; en 1777, cuatro; en 1778, ocho y; en 1780, dos. Se nota también que, salvo algunas excepciones, desaparecen los nombres de las grandes familias y que nunca se menciona que son hijos primogénitos. Pero el origen geográfico de los colegiales sigue siendo el mismo. Carecemos de información para el periodo siguiente, pero es verosímil que los nobles incas hicieron cuanto era posible para mantener el colegio en pie, lo que no excluye que hayan completado la educación de sus hijos por medios particulares. En 1794, el protector de naturales acusa al deán rector Felipe de Umeres de desidia, denuncia las muchas irregularidades que pudo constatar, como la pérdida de archivos y «el mal trato que reciben [los alumnos] en sus asistencias» (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 155). Como ya se ha dicho, San Borja, considerado como «bien libre», no competía a Temporalidades. Por esto ante las quejas, se precisó en 1795 que: «Nada puede puntualizar el Administrador porque a la superintendencia que se exigió en aquella ciudad a principios del 68 no se le entregaron ni papel alguno perteneciente a dicho colegio y está cierto que todo entró en poder de los Rectores seculares que sucedieron a los jesuitas». (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 162) Ahora bien ¿bastaba este pretexto para que se produjera tal deterioro? Es muy posible que se hiciera con el consentimiento del Virrey, o por lo menos su indiferencia (Peralta, 1999: 186). Ya hemos notado que San Borja aparece en sus memorias como objeto de queja y que hacía de la enseñanza del castellano