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8. El colegio del Sol

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Abreviaturas

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8. El colegio del Sol

Después de la expatriación de los jesuitas, el corregidor del Cuzco nombró a Clemente de Tapia, prebendado de la catedral, rector del colegio de caciques, ahora llamado del Sol. Pero el Virrey lo revocó por el motivo de que no tenía los títulos suficientes, y por seguir la doctrina de Juárez, enseñada por los jesuitas, cuando la recomendada era la de Santo Tomás (AHNC, Jesuitas del Perú: vol. 377, pieza 9). Se nombró en su lugar a don Francisco Joseph de Marán, canónigo magistral de la catedral de Cuzco, quien en 1776 dejaría un inventario de los bienes del colegio (AGN, Temporalidades; Colegios: leg. 8). En 1795, Ignacio de Castro, en su Relación del Cuzco, retoma los términos de los autos de fundación del colegio, declara que después de los jesuitas: «se han visto prebendados, encomendados de su dirección, y que la casa es hermosa con jardines, patios, corredores bellos, aposentos y una corta capilla. Concluye: «así tiene sus atractivos el Rectorado sin mucha fatiga ni solicitud» (1978: 56). Es interesante cotejar esta descripción idílica con otros documentos (AHRA: c38), como el expediente seguido por los indios comisarios de nobles y caciques de la ciudad del Cuzco, sobre el lamentable estado en que se hallaba en 1790 el colegio de San Borja. El inventario de 1793, que se hizo a consecuencia de las quejas de estos indios comisarios, revela en efecto el estado pésimo del colegio: un corredor caído a medias, un aposento que servía de pasadizo convertido en gallinero, el corredor de la entrada al jardín, ruinoso, el siguiente en estado de caerse, las piezas que servían de horno enteramente destechadas, faltaba la puerta falsa que daba al callejón, y sobre todo faltaban las dos pilas de los dos patios: se evalúan los estropicios en 6970 pesos y cuatro reales. No extraña, pues, que tenga «sus atractivos de poca fatiga y solicitud el Rectorado». Pero tales descripciones revelan el deterioro consecuente del colegio cuya realidad ignoraba Ignacio de Castro. En la visita que hizo el protector de naturales en presencia de los indios comisarios, le fueron presentados ocho colegiales vestidos con sus trajes, que no parecen haber cambiado desde la dirección de los jesuitas: camisetas, capas bandas y escudos y un maestro «que actualmente parece enseñaba no solo a los colegiales sino a muchos niños de todas castas» (fol. 142). En la pieza que servía de escuela, solo había una mesa grande y algunas tablas «donde se sientan los muchachos» (fol. 145). En otra, «que se dijo era dormitorio de los colegiales», había «cinco catres biejos forrados con cuero de Baca y encima unos jergones biejos que se expreso hera cama en que dormian los colegiales». Los colegiales que fueron presentados al visitador entonces eran ocho. O compartían dos el mismo catre, o tres de ellos dormían fuera. Las dos soluciones van en contra de las constituciones, y muestran que se hacía poco caso de esos jóvenes. El estado de la cocina del servicio de los colegiales, situada en un corredor «de la que

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