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Prólogo por el escritor de trujillo (España) José Jalón

Prólogo

La insurrección Inka nació de lo más hondo del lago Titicaca, al disputarse legítima o rifada la Mascaypacha entre los grandes señores del Cuzco.

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El resplandor del Imperio Inka surgió con los Hijos del Sol.

ContourSoul. Intruso. Actor y espectador. Autor de su ensimismo. Cómplice inevitable de la tragedia Inka, trunca su silencio.

Desciende de chamanes o hechiceros, visionarios proféticos que alumbran nuevos mundos. O tal vez vislumbran augurios similares: Transformar el mundo. Construir o destruir. Los senderos sucesivos del triunfo y del fracaso.

Los sufrimientos de la humanidad no han sido siempre literarios.

Los acontecimientos pretéritos ni son tan lejanos ni son parte del olvido. El mejor antídoto para el remordimiento: La Historia.

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El holocausto de todos los tiempos

Supimos que en mil cuatrocientos noventa y dos la línea del horizonte no acababa en un barranco.

Que hace más de cinco siglos el Imperio Inka sufrió el exterminio por los españoles: el epílogo del lírico Tahuantinsuyo por nuestros antepasados prosaicos.

Que el yugo del sufrimiento se forjó a cal y canto al otro lado del Atlántico. Con nuestra épica extremeña. El descubrimiento, la conquista y la evangelización poética de América: la fe sin arcabuces.

Supimos de los ojos siniestros de Almagro y de Orellana, el tuerto trujillano.

Hijos del Sol entonces. Ahora Hijos de Dios.

ContourSoul. Crítico con nuestros errores, renace con las contradicciones de los suyos.

Embelesado. Entusiasmado en enaltecer su pasado ensangrentado de estragos, profana truculento, en pleno macabro siglo veintiuno, apocalíptico, la tumba de Manco Cápac. Vuela en el alma del cóndor tiempo atrás. Como un arcoíris planea sobre Machu Picchu en la penumbra de la noche de los tiempos.

Expoliados los inkas, desde entonces, por náufragos vasallos, dioses trujillanos, cuando Trujillo era antaño puerto de mar. Desde mil quinientos once, intuimos, que por Trujillo corre un río tan grande como el Nilo hacia la mar salada: las olas bañadas en sangre española.

Su plaza Mayor renacentista, el palacio de la Conquista. Mansiones, torres, canteros, conquistadores. El karma ecuestre de Pizarro reconstruyendo, al otro lado del mar, el ideal de una nación ultrajada.

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