25 minute read

9.7La campaña de Junín y Ayacucho

Next Article
Bibliografía

Bibliografía

tes peruanas, ellos interpretaron el instrumento de límites de 1823 como una aceptación tácita por parte del Perú de la soberanía colombiana en la región amazónica.

En su carta a Santander de agosto de 1822, Bolívar también menciona la situación del “corregimiento de Jaén”. Se estaba refiriendo a Jaén de Bracamoros, que había formado parte de la Audiencia de Quito y del Virreinato de la Nueva Granada. Según el principio del Uti Possidetis, era un territorio que correspondía a la Gran Colombia. Sin embargo, el 4 de junio de 1821, Jaén juró la Independencia y se puso a órdenes del intendente de Trujillo y de San Martín, ejerciendo su autodeterminación. A la postre, como ya aparece insinuado en la carta a Santander, Bolívar aceptó a regañadientes los hechos consumados. Cabe señalar que la decisión de los habitantes de Jaén no obedeció a un capricho o a burda presión política (como sí había ocurrido en el caso de la supuesta “autodeterminación” de Guayaquil a favor de la Gran Colombia). La realidad es que Jaén estaba mucho mejor comunicado, en términos humanos y comerciales, con el Perú que con el área de Quito.51

Advertisement

9.7 La campaña de Junín y Ayacucho

Retomando la narración de los sucesos en el Perú desde el tiempo que siguió a la partida de San Martín, los meses que corrieron entre comienzos de 1823 y marzo de 1824 fueron quizá los más caóticos de la historia peruana. En enero de 1823, el hábil general realista Gerónimo Valdés, infligió en Torata y Moquegua una terrible derrota a la Primera Expedición a Puertos Intermedios que

51 Raúl Porras Barrenechea y Alberto Wagner de Reyna. Historia de los límites del Perú. Op. cit. pp. 45, 49-50; Hugo Pereyra Plasencia. “El Perú en el mundo”. Op. cit. pp. 116 y s.

había sido ordenada por el Congreso peruano, en un infructuoso intento por penetrar las defensas realistas acantonadas en el Sur y modificar esa suerte de empate estratégico que existía con las fuerzas patriotas desde el tiempo de San Martín.

El 26 de febrero de 1823, tuvo lugar el primer golpe de estado en la vida política del país: el llamado Motín de Balconcillo, por el cual los militares impusieron a José de la Riva-Agüero como primer presidente peruano, quien asumió el ejecutivo en reemplazo de una débil Junta de Gobierno que había sido nombrada por el Congreso. Riva-Agüero, ambicioso noble peruano con un antiguo historial separatista, dispuso el envío de una segunda Expedición a Intermedios y colocó a la naciente marina peruana al mando de Martín Jorge Guisse, un gran marino británico, veterano de Trafalgar, quien había sido rival de Cochrane.

Desde principios de mayo de 1823, como una especie de avanzada colombiana, el general Antonio José de Sucre había llegado al Perú con un contingente de soldados. Aunque este personaje declaraba que no se metería en los asuntos peruanos, todo hace sospechar que intervenía en realidad, en estrecha coordinación con el coronel colombiano Tomás Heres.52 Sucre y Heres eran los ojos y los oídos de Bolívar en el Perú. Entre junio y julio de 1823, aprovechando el desorden

52 Jorge Basadre. Historia de la República del Perú. Lima: Empresa Editora El Comercio

S.A., 2005, tomo 1, p. 64. El historiador chileno Gonzalo Bulnes ha hablado de la

“guerra sorda” que los colombianos hacían al presidente peruano Riva-Agüero:

“Sucre, que vivía con un ojo puesto en Palacio, aprovechaba todas las faltas del

Presidente (Riva-Agüero) en favor de Bolívar y minaba con habilidad y constancia el terreno que pisaba” (Gonzalo Bulnes. Las últimas campañas de la Independencia del

Perú (1822-1826). Santiago de Chile: Imprenta y encuadernación Barcelona, 1897, pp. 168, 177 y 181.)

Ilustración número 25 Gerónimo Valdés (Wikimedia Commons)

Ilustración número 26 José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete (Wikimedia Commons)

Ilustración número 27 Martín Jorge Guisse (Wikimedia Commons)

en el campo patriota, los realistas ocuparon Lima otra vez, generando una emigración masiva por terror a las represalias, mientras el Congreso y las tropas se trasladaron al Callao. Responsabilizado del desastre, RivaAgüero fue depuesto por el Congreso, que nombró poco después al ciudadano José Bernardo de Tagle (el marqués de Torre Tagle) como nuevo Presidente. Riva Agüero se declaró en rebeldía y continuó asumiendo funciones presidenciales, en forma paralela, desde Trujillo, junto con un grupo de leales. Hay ciertos indicios de que la discordia entre los hombres públicos del Perú, ahora con dos presidentes, fue atizada por Sucre y Heres, lo que no parece algo descabellado si consideramos el comportamiento colombiano en Guayaquil que había tenido lugar apenas un año antes. Al margen de las causas superficiales y profundas que condujeron a esta situación, y pese a la alergia anti colombiana que existía en muchos círculos peruanos, cabe destacar que el apoyo colombiano había sido pedido de manera oficial por el Perú, incluso por Riva-Agüero,53 quien iba a terminar más tarde considerando a Bolívar como una amenaza para el Perú mucho más grave que el bando realista que entonces combatía con tanta tenacidad. Aunque eran peruanos que luchaban por la independencia de su propio país, ni Riva-Agüero ni Torre Tagle estaban a la altura de la situación, pues no tenían experiencia militar y carecían también de las dotes políticas necesarias para convertirse en los caudillos que las circunstancias demandaban. Por otro lado, aunque ambos exhibían una trayectoria insurgente (el primero desde las primeras conspiraciones por la Independencia y el

53 Gonzalo Bulnes. Las últimas campañas… Op. cit., pp. 110 y s.; 156.

segundo desde los días de San Martín), también tenían, por razones sociales y familiares, estrechos vínculos con los sectores realistas y peninsulares locales, y con la misma España.54 No hubo entonces ningún líder peruano que combinara la energía, la sagacidad, la experiencia militar y la cultura de Bolívar. Todo ello se haría sentir en los meses siguientes. El resultado fue que los intereses grancolombianos fueron mejor expresados y defendidos que los intereses peruanos.

Llamado desde el Perú, como se ha dicho, con carácter oficial, Bolívar se embarcó en Guayaquil el 7 de agosto y arribó al Callao el 1º de septiembre de 1823 en el barco Chimborazo, apenas días después del desastre de la segunda Expedición a Puertos Intermedios. Años después, Bolívar evocó así este episodio: “La impresión que conservo de Lima es de que era una ciudad grande, agradable y que había sido rica; parecía muy patriota […] las calles lucían muchas banderas, centenares de banderas nacionales.”55

Al día siguiente de su llegada, el Congreso peruano se reunió para pedir a Bolívar que terminase la rebelión de Riva-Agüero, quien permanecía en Trujillo. Bolívar comenzó, en efecto, a dar pasos para acercarse a RivaAgüero instándolo a reconocer al Congreso peruano y deponer su actitud. El 10 de septiembre, en tácita degradación de la autoridad de Tagle, quien quedaba reducido a la figura de un jefe del Ejecutivo formal, el Congreso peruano otorgó a Bolívar el título de Director, con poder

54 Scarlett O’Phelan. La independencia del Perú. De los Borbones a Bolívar. Lima: Pontificia

Universidad Católica (Instituto Riva-Agüero), 2001, pp. 391. 55 Simón Bolívar, Autobiografía, complementos de Diego Carbonell, t. II, Buenos Aires,

Imprenta López, 1947, p. 9 (Citado en: José Agustín de la Puente Candamo. La independencia del Perú. Op. Cit, p. 192).

Ilustración número 28 Simón Bolívar, por el pintor José Gil de Castro (Wikimedia Commons)

militar y político ordinario y extraordinario, lo que equivalía a una dictadura sin ese nombre.56 De cara al público y a los medios, y merced a su extraordinario carisma y capacidad oratoria, Bolívar aparecía en términos epidérmicos como el líder admirado en quien los habitantes de una deslumbrada Lima estaban depositando su confianza para el logro de la Independencia. No obstante, una lectura más atenta y fría de las fuentes permite vislumbrar que, en privado, Bolívar buscó desde el comienzo avasallar e intimidar a los miembros del Congreso y a todas las autoridades peruanas en general con el objeto de concentrar el poder en el plazo más breve.

Movido por su insegura posición política y convencido de que Bolívar y sus fuerzas colombianas eran una amenaza para el Perú, Riva-Agüero dio, en noviembre de 1823, el paso de ofrecer al virrey La Serna (con quien ya había intentado negociar antes un armisticio) una alianza con el doble propósito de deshacerse de Bolívar y de los colombianos y de propiciar una independencia peruana según un modelo monárquico parecido al que había propuesto San Martín en 1820. El virrey La Serna no alcanzó a responder esta propuesta, las tratativas de Riva-Agüero fueron descubiertas, y éste terminó aprisionado por el militar peruano Antonio Gutiérrez de la Fuente, antiguo colaborador suyo, quien parece haber actuado por instigación de Bolívar. Escapado a duras penas de la furia de éste por acción espontánea de Guisse, el jefe de la marina peruana, quien liberó a RivaAgüero de su prisión a la fuerza, el presidente peruano depuesto terminó en el exilio a comienzos de 1824. De más está decir que, por su noble lealtad a su antiguo jefe,

56 Gonzalo Bulnes. Las últimas campañas… Op. Cit., pp. 404 y s.

Guisse se ganó la animadversión y el odio de Bolívar, quien parece haber presionado en más de una ocasión, siempre en forma verbal y reservada, para conseguir la ejecución de Riva-Agüero.57

En este contexto tan insólito por lo inapropiado, a fines de 1823, y cuando Bolívar ya tenía meses en el Perú, tuvo lugar, como se ha dicho antes, un intento de la diplomacia colombiana de despojar al Perú de la mayor parte de sus territorios amazónicos.

Sin dejar de mencionar que el desenlace final del régimen de Riva-Agüero fue en gran parte ocasionado por una actitud de exagerado apego al poder, también debe tenerse en cuenta que, al momento de su caída, dicho personaje encabezada toda una corriente patriótica peruana, de corte popular, que veía al ejército auxiliar colombiano como una fuerza enemiga altanera y prepotente que concentraba todos los privilegios. Decía una fuente de la época que, luego de la llegada de Bolívar y de su exaltación como Director del Perú con poderes dictatoriales, todo se invertía “en hacer excelentes vestuarios a las tropas auxiliares, y ocurrir a sus pagos y socorros puntuales, siendo éstas constantemente atendidas con preferencia a las peruanas.”58 Esta percepción perduró luego de la salida de Riva-Agüero. Por esos días, Bolívar se refirió a este poderoso sentimiento nacional peruano con la metáfora de un “altar” y a Riva-Agüero con la de un “ídolo”: “El altar ha quedado todo entero en pie y sólo

57 En un lamentable hecho de un tiempo posterior, entre 1825 y 1826, durante la dominación bolivariana, Guisse fue públicamente vejado por las autoridades colombianas (Mariano Felipe Paz Soldán. Historia del Perú independiente. Segundo período (18221827), tomo primero. Lima, MDCCCLXX, pp. 308-312). 58 Marqués de Torre Tagle. Manifiesto del Marqués de Torre-Tagle, sobre algunos sucesos notables de su gobierno. Lima, 1824, p. v.

falta el ídolo que fue arrojado para que dejara el puesto al sucesor que le espera. Este altar debe destruirse.”59

La situación de los patriotas continuó empeorando. En enero de 1824, Bolívar cayó enfermo por una crisis de tuberculosis y se retiró al pueblo de Pativilca. En los primeros días de febrero, las tropas rioplatenses que guarnecían los Castillos del Callao, liderados por un oscuro sargento llamado Dámaso Moyano, se sublevaron por falta de pago. El desastre fue total, porque los castillos terminaron en manos del coronel realista José Casariego que había estado prisionero allí. También durante ese convulso mes de febrero, tuvieron lugar el nombramiento de Bolívar como dictador por un desesperado Congreso, así como una nueva ocupación de Lima por los realistas al mando del general Juan Antonio Monet. Fue entonces cuando las cosas llegaron a su punto más crítico. En este ambiente de incertidumbre, temeroso de perder la vida y acompañado por el vicepresidente Diego de Aliaga, de numerosos funcionarios y por más de doscientos oficiales del ejército, el presidente Tagle se pasó al bando realista. Equivocado o no, Tagle había llegado a la misma conclusión que Riva-Agüero sobre las reales intenciones de Bolívar. Sus palabras, incluidas en el Manifiesto que publicó con fecha 6 de marzo de 1824, no pueden dejar margen a dudas: “O Perú, suelo apacible en que vi la luz primera; suelo hermoso que pareces destinado para habitación de los dioses: no permitas que en tu recinto se levanten templos a la tiranía, bajo la sombra de la libertad […]. De la unión sincera y franca de peruanos y españoles, todo bien debe esperarse; de Bolívar, la desolación y la muerte”.60 Vista desde el presente, sobre todo en la perspec-

59 Gonzalo Bulnes. Las últimas campañas…, pp. 414 y s. 60 Marqués de Torre Tagle. Manifiesto del Marqués de Torre-Tagle. Op. Cit., pp. xix y s.

tiva de la historiografía bolivariana, esta actitud ha llegado a ser calificada como un acto de traición, sobre todo porque fue precedida de contactos de Tagle y de sus allegados con el bando del virrey que inicialmente fueron ordenados por Bolívar para ganar tiempo, pero que terminaron tomando otro giro favorable a un entendimiento con los realistas. Contemplado a la luz de las circunstancias de ese momento, un acercamiento entre realistas y patriotas del país era visto como deseable probablemente por la mayoría de los peruanos, como una forma de finalizar la guerra civil y de detener una destrucción que cada vez era más pavorosa, y no únicamente como un ardid, como deseaba Bolívar.61 Aun considerando las peculiaridades de cada caso, no olvidemos que una fórmula semejante de acuerdo entre patriotas y realistas había sido aplicada con éxito en 1821 en México. Los factores que hicieron imposible la aplicación de esta fórmula en el Perú de 1824 fueron el deseo de Bolívar de erigir a la Gran Colombia como un poder hegemónico sobre el Perú y, sobre todo, la renuente actitud del virrey La Serna y de las autoridades peninsulares a conceder la independencia, que se veía ahora reforzada por la cerrazón del monarca español Fernando VII en la nueva fase absolutista que entonces vivía España luego de la derrota de los liberales en 1823. Pero ello no disminuía la conveniencia de esta posible fórmula de avenimiento pacífico, así como su sentido constructivo, teniendo en cuenta los intereses peruanos y el caos –probablemente intencional– en que entonces se hallaba sumido el naciente país.

61 “El general Bolívar deseaba que el convenio particular con los españoles no se hiciese aunque fuera bajo la base de la independencia: quería que se propusiese una cosa que no se había de cumplir, y yo estuve siempre decidido a obrar de buena fe, a llenar exactamente mis deberes y dar la paz al Perú, uniendo sinceramente (a) españoles y peruanos” (Marqués de Torre Tagle. Manifiesto... Op. cit., p. xi).

Ilustración número 29 José Bernardo de Tagle con la banda presidencial peruana (1823) (Wikimedia Commons)

El hartazgo contra las fuerzas extranjeras, presentes desde 1820, había llegado, pues, a su límite. El 3 de mayo de 1824, dos meses después de la defección de Torre Tagle, William Tudor, Cónsul General de los EEUU, escribía desde Lima al Secretario de Estado John Quincy Adams: “Desafortunadamente para el Perú, los invasores que llegaron a proclamar la libertad y la independencia eran crueles, rapaces, despojados de principios e incapaces. Su mala administración, su espíritu de derroche y su sed de saqueo, pronto alienaron el afecto de los habitantes.”62 Como han señalado los defensores de Bolívar, el Manifiesto de Torre Tagle incluía también expresiones cuestionables, tales como la mención, por parte de los aristócratas peruanos, a “nuestras fortunas”63 perdidas, lo que equivalía a referirse, de manera egoísta, a sus intereses como antiguo grupo de poder, en una reacción típica de las oligarquías que ven perder sus privilegios. Pero el problema era que los más afectados por la violencia y los saqueos no eran los nobles, los grandes comerciantes o los terratenientes –antiguos beneficiarios del orden virreinal– sino las capas populares, que por lo general se encontraban entre dos fuegos. Por otro lado, en el ambiente militar, las rencillas entre los soldados colombianos y peruanos eran pan de todos los días. El anticolombianismo no era exclusivo de los ricos peruanos como Torre Tagle. Se percibe también en los sectores populares, como aparece de manera tan clara en estas palabras del guerrillero Ignacio Quispe Ninavilca, quien defendió claramente a Riva-Agüero:

62 Cit. en: Alfonso W. Quiroz Norris. Corrupt Circles… Op cit., p. 90 (traducción del autor). 63 Marqués de Torre Tagle. Op. cit., p. xix.

“Colombia ha venido a invadir nuestros hogares y saciar su ambición con el fruto de nuestro trabajo. ¿Cómo es posible permitir que esta raza aventurera nos subyugue y aniquile nuestra sangre? […] A ese monstruo [Bolívar], paisanos, que pretende llevarnos a esclavizar en sus pueblos en Colombia y traer acá colombianos […] lo apoyan en Lima y sostienen su crueldad cuatro aduladores […] sólo Riva-Agüero es quien ha de salvarnos de las uñas de estas fieras.”64

Además de su furia contra Bolívar, Quispe Ninavilca se refería aquí al aborrecido e impopular sistema de “reemplazos”, por medio del cual las bajas de los cuerpos colombianos eran cubiertas por peruanos reclutados a la fuerza. En general, el escenario de 1824 en el Perú era de campos devastados, pobreza, imposición de cupos, de requisa de cosechas y de ganados, y también de bandidos y de cimarrones, todo ello dentro del más absoluto desorden social en ausencia de tropas disciplinadas de uno u otro bando. Ello era grave en la vieja capital, aunque de ningún modo se limitaba a ella. El 19 de julio de 1824, Thomas Rowcroft, Cónsul General de Su Majestad Británica en el Perú escribió lo siguiente: “La angustia de esta ciudad empieza a ser grande. La carne, el pan, etc., se están volviendo escasos debido a la cantidad de soldados que la rodean. Todo es requisado: caballos, mulas, carretas, labradores y artesanos.”65

Para muchos peruanos de la época, Bolívar aparecía como una especie de usurpador napoleónico. El Gran Corso había conquistado media Europa, sometiéndola al

64 Jaime E. Rodríguez O. La independencia de la América española. Op. cit., pp. 397 y s. 65 C.K. Webster (Editor). Britain and the Independence of Latin America, 1812-1830 (Select documents from the Foreign Office Archives). London, New York, Toronto: Oxford

University Press, 1938, Volumen I, p. 515 (traducción del autor).

yugo de Francia (como había ocurrido con la propia España), declarando que no hacía sino difundir las ideas de la Revolución Francesa contra los tenebrosos regímenes absolutistas. Similar contraste se observaba entre la manera en que Bolívar se presentaba a sí mismo como heraldo de la libertad frente al poder realista (imagen que perdura en gran parte hasta el presente), y su conducta política concreta, sobre todo en el ámbito internacional, que había traslucido de manera tan nítida en el asunto de Guayaquil. El ejemplo de Napoleón era demasiado cercano como para pasar desapercibido. A ello habría que añadir, como se ha visto, la actitud de las fuerzas colombianas en el Perú que, como había ocurrido con las de origen rioplatense y chileno, se comportaban en los hechos como fuerzas de ocupación. De esta manera, John Lynch ha destacado que el nacionalismo peruano no se despertó contra España, sino frente a las otras nacionalidades hispanoamericanas.66

Si Bolívar había expresado, desde antes, fuertes críticas con relación a la sociedad peruana, ellas se acentuaron luego de los sucesos de febrero y marzo de 1824, al punto de que –según el testimonio del marino estadounidense Hiram Paulding– sólo hablaba denuestos contra los peruanos.67 Aunque llegó a amenazar con irse del Perú si

66 John Lynch. Las revoluciones hispanoamericanas… Op. cit., p. 325. 67 “Lo que me sorprendió sobremanera, fue el oír las comparaciones que hizo cuando pasó de Colombia a hablar del Perú. Condenó a los peruanos en términos generales […]. En suma, sus denuestos fueron ásperos y sin reserva. A mí desde luego me pareció que aunque fuesen justas sus observaciones, eran impolíticas, extemporáneas y capaces de perjudicarle seriamente en el afecto de las gentes de aquel país, al paso que era imposible que en ningún caso produjesen provecho alguno. Luego me dijeron que siempre solía hablar así de los peruanos, y a esto creo que debe con razón atribuirse, el que aquellos habitantes no mostrasen mayor gratitud hacia los colombianos por el fraternal socorro que les dieron para arrojar a los españoles de su país”.

En: “Visita a Bolívar en Huaraz (1824)” de laColección Documental de la Independencia

Ilustración número 30 Napoleón Bonaparte cruzando los Alpes, por Jacques-Louis David (Wikimedia Commons)

Ilustración número 31 Monumento ecuestre a Bolívar en la Plaza del Congreso de Lima (Wikimedia Commons)

no recibía más apoyo de Colombia, Bolívar se quedó, motivado por la convicción de que la seguridad de Colombia dependía –ahora más que nunca– de la destrucción del poder realista, que estaba en un momento de relativa fortaleza. En otras palabras, su referencia era el interés grancolombiano. Bolívar estableció su base de operaciones en el Norte del Perú donde, a diferencia de otras zonas, la población se manifestaba inclinada por la Independencia. En esos meses, el trabajo abnegado de las poblaciones de esos territorios norteños, sus recursos naturales, y los bienes de la Iglesia nutrieron al Ejército Libertador. De la Gran Colombia, sobre todo de Quito, llegaron también recursos y miles de soldados de refuerzo. Por esta época Bolívar tuvo a su lado, en calidad de Ministro General, al peruano José Faustino Sánchez Carrión, gran defensor del sistema republicano y rival ideológico del monarquista Monteagudo.

En contraste con el Norte del Perú, los territorios del Sur se habían convertido en el último bastión realista. Como se ha dicho, desde 1822 la sede de gobierno del virrey La Serna era la ciudad del Cusco. Varios historiadores han hecho notar que el espacio de este bastión coincidía con el que tuvo el gran levantamiento de Pumacahua y de los hermanos Angulo, que se llevó a cabo entre 1814 y 1815. Entre las explicaciones que se pueden hacer de esta situación, se puede señalar que, esta vez, no había el sustento ideológico y político, de corte liberal, que la Constitución de Cádiz había proporcionado en la fase anterior de las luchas emancipadoras. En su reemplazo, el

del Perú. Tomo XXVII. Relaciones de Viajeros, volumen segundo. Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971, p. 442. (Traducido de Hiram Paulding. A Sketch of Bolivar in his Camp.New York: A.T Goodrich and J. Willey, corner of Broadway and Cedar – street, 1834, pp. 67-68).

Sur estaba dominado ahora por la propaganda realista, y la misma presencia del Virrey era un disuasivo contundente para todo atisbo de rebelión organizada. Tampoco hay que descartar que las poblaciones del Sur hayan procesado su regionalismo –que fue una de las raíces de los movimientos anteriores– en la forma de un retorno popular a la fidelidad del Monarca.68 Los huantinos, feroces guerrilleros montados del área de Ayacucho, fueron realistas aún hasta después de la Independencia.69 Lo cierto es que, para 1824, la causa del Rey era dominante en el Sur, aunque el cuadro distaba mucho de tener carácter idílico. Como sucedía en el Norte, el esfuerzo de guerra realista requería de hombres y recursos que eran obtenidos de manera brutal en la nueva capital serrana, en su hinterland, y en localidades como Huamanga o Arequipa, que eran controladas con mano de hierro por los jefes realistas. Ello había ocurrido desde los días en que La Serna se encastilló en la Sierra. Por ejemplo, en abril de 1822, la matrona huamanguina María Parado de Bellido fue ejecutada por el cruel brigadier José Carratalá, bajo el cargo de servir de enlace de los enemigos de la causa del Rey. Años después, el general Valdés recordaría que era preciso vigilar a la infantería realista, compuesta de campesi-

68 “El problema sin solución, para los historiadores de este período, es el porqué una ciudad y una región del Perú, que en 1814 y 1815 habían mostrado un inequívoco deseo de independencia, se convierten entre 1821 y 1824, en el centro realista determinante de la resistencia a la revolución por la Independencia […]Puede concluirse quizás, que el particularismo regional fue finalmente más importante a los cusqueños que el nacionalismo” (John Fisher.“La formación del estado peruano (18081824) y Simón Bolívar”. En: Inge Buisson y otros. Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica. Böhlau VerlagKölnWien, 1984, pp. 465-480. La cita corresponde a la página 479). 69 Cecilia Méndez. The Plebeian Republic. The Huanta Rebellion and the Making of the

Peruvian State, 1820-1850. Durham and London: Duke University Press, 2005, pp. 33 y otras.

Ilustración número 32 José Carratalá (Wikimedia Commons)

nos indios, porque muchos de sus integrantes preferían despeñarse en los pasos de la cordillera antes de continuar sirviendo en el ejército, como una manera elocuente de señalar que esta guerra no les concernía. Si bien la tendencia de las poblaciones andinas del Sur fue la de apoyar al bando realista, también es cierto que la enorme complejidad social, ligüística y económica de las poblaciones rurales de esa porción del territorio peruano hacía imposible generar una respuesta uniforme entre las alternativas del realismo, de la Patria o de la simple marginación política y personal.

Pese al brillo administrativo y estratégico de Bolívar, y también a pesar del apoyo que recibía en el Norte peruano, su posición no dejaba de ser débil frente a los realistas. No obstante, justo cuando el virrey La Serna pudo haber concebido una operación para marchar hacia el Norte y destruir al Ejército Libertador, comenzaron a confirmarse, en el campo de Bolívar, inesperadas nuevas desde el Alto Perú: el 11 de febrero de 1824, Pedro Antonio de Olañeta, jefe de las fuerzas realistas de ese territorio, había ingresado en Chuquisaca y proclamado la monarquía absoluta, en abierta rebelión contra el virrey La Serna. ¿Qué había pasado?

Otra vez, como había ocurrido en 1808, la vida política en la Península modificó el curso de los acontecimientos en América del Sur. Desde fines de 1823 habían comenzado a llegar noticias sobre la restauración de Fernando VII en su trono absolutista, llevada a cabo por un ejército francés de la etapa post-napoleónica a las órdenes del duque de Angulema. Ante el motín de Olañeta de febrero, el virrey La Serna envió el mes siguiente a su general más sagaz, Gerónimo Valdés, para que buscara un avenimiento con Olañeta, que a final de cuentas nunca llegó a conseguirse. Esta crisis dividió a los realistas en un

momento crucial y dio un tiempo precioso a Bolívar para organizar y emprender su campaña a la Sierra.

El 15 de junio de 1824, las fuerzas de Bolívar partieron de Trujillo, rumbo a la Sierra, en lo que fue el inicio de la más brillante y significativa campaña militar de la Independencia. Guillermo Miller, oficial inglés al servicio del Ejército Libertador, pintó así el retrato de estas fuerzas en los prolegómenos de la batalla de Junín:

“En este llano, rodeado por objetos y vistas tan grandiosas, y al margen del magnífico lago de los Reyes […] estaban reunidos hombres de Caracas, Panamá, Quito, Lima, Chile y Buenos Aires; hombres que se habían batido en Maypo, en Chile, en San Lorenzo, en las orillas del Paraná, en Carabobo, en Venezuela y en Pichincha, al pie del Chimborazo. En medio de aquellos americanos, valientes defensores de la libertad y la independencia de su patria, había algunos extranjeros fieles aún a la causa, en cuyo obsequio habían perecido tantos otros paisanos suyos. Entre los que sobrevivían a tantos peligros y tantas fatigas, se hallaban hombres que habían combatido en las orillas del Guadiana y del Rhin, y que habían presenciado el incendio de Moscú y la capitulación de París.”70

El 6 de agosto de 1824, la caballería patriota derrotó a su par realista en Junín, en el Centro del país. Luego de este encuentro, Bolívar bajó a la costa en dirección a Lima. Dejó el ejército al mando de Sucre, quien se desplazó hacia el Sur, en búsqueda de los realistas. El 9 de diciembre, su ejército venció en Ayacucho a lo principal de las fuerzas realistas bajo órdenes directas del virrey La

70 Mr. John Miller. Memorias del general Miller al servicio de la República del Perú (con un estudio preliminar de Percy Cayo Córdova). Lima: Editorial Arica, 1975, tomo II, pp. 110 y s.

Ilustración número 33 Guillermo Miller en tiempos de las campañas militares de la Independencia (Wikimedia Commons)

Serna. “De los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur”, había dicho Sucre a sus tropas, recorriendo el campo a caballo, cuando se iniciaba el encuentro, en momentos en que las masas realistas comenzaban a bajar por el cerro Condorcunca. De este encuentro militar dependió, en efecto, el fin o la continuación por algún tiempo de la dominación española, pero también (en la mente de Sucre) si el hegemón de la América del Sur iba a ser la Gran Colombia o el Perú. Antes de la batalla, en lo que fue una imagen gráfica de esa guerra civil que fueron las luchas por la Independencia en esta parte del mundo, parientes y amigos peruanos que se encontraban en los bandos enfrentados se abrazaron y se despidieron antes de regresar a sus puestos para empuñar las armas.71

Como evocó el historiador José de la Riva-Agüero más de ochenta años después de la batalla en una de las citas iniciales de este estudio, sólo unos pocos cientos de oficiales del Ejército Nacional de La Serna eran peninsulares, mientras que la inmensa mayoría de los miles de realistas que habían participado en el encuentro eran nacidos en el Perú. Cuando, ya capturado el Virrey y estando vencido el ejército real, el general Canterac se presentó en el campo patriota para iniciar conversaciones, dijo en forma elocuente que le parecía estar viviendo un sueño. Otra imagen representativa de la época la dio el emisario

71 Dice sobre el particular el libro Campaña del Perú de Manuel Antonio López, ayudante del Estado Mayor General Libertador: “A las nueve (del día de la batalla) el general Monet bajó a la línea, hizo llamar al general Córdova y tuvieron una corta entrevista. Muchos oficiales de los dos ejércitos, relacionados con vínculos de sangre y amistad, tuvieron el placer de verse y abrazarse y no faltaron hermanos de distintas opiniones que, al mirarse después de mucho tiempo de separación, derramasen un torrente de lágrimas. Después de esta escena tan patética que duró media hora, cada uno se retiró a su campo” (Cit. en: Gonzalo Bulnes. Últimas campañas de la

Independencia del Perú… Op. cit., p. 594).

Ilustración número 34 Batalla de Junín, 6 de agosto de 1824 (Wikimedia Commons)

Ilustración número 35 Batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824 (c. 1830). (Wikimedia Commons)

This article is from: