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«Crisis indiana»: ¿una interpretación historiográfica?
refiriéndose a su posible influencia en territorio peruano, advertía cada vez más alarmado que «la alteración de la Nueva España» parecía ser de pésimo augurio para Nueva Castilla, «porque si en tierra tan pacífica como aquella se urdía aquello, ¿qué se debe pensar en ésta donde tantas alteraciones ha habido?»55 . Según García de Castro, era absolutamente necesario renovar en profundidad la estructura social y económica del virreinato, pero también la cultural, creando un nuevo sistema formativo y nuevas perspectivas económicas para permitir que aquellos que habían participado en la conquista, o sus hijos, pudieran integrarse en la sociedad colonial ejerciendo una profesión que no fuera la de las armas. Era necesario poner remedio y ofrecer una educación a «los que acá nacen virtuosamente, porque hasta agora no se han criado sino sobre el caballo y con el arcabuz en la mano, y como se ven grandes y no tienen que comer, puede V. M. considerar que no pensarán en bien alguno»56 . Esto ocurría justo cuando los incas disidentes volvían a representar un creciente peligro, incrementando sus incursiones en los territorios que rodeaban el valle del Urubamba, a lo largo de un importante punto de intersección de las rutas comerciales internas peruanas.
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En una serie de estudios orientados al esclarecimiento de la situación de los territorios americanos de la Corona de Castilla, hacia finales de la década de 1560, el célebre americanista Demetrio Ramos formuló la tesis de una «crisis indiana»57 . Esta crisis consistía básicamente en el fracaso de las principales directrices políticas que habían servido de guía a la Corona en la gestión de los dominios americanos. Esta había suscitado en la propia Corona una reflexión madurada en el curso de los años y la había conducido a realizar un importante cambio de rumbo político. En efecto, el entrelazarse de una serie de nudos problemáticos que se habían ido acumulando a partir de los años cuarenta, minaba la seguridad
55 El Gobernador se refiere a la supuesta conjura de encomenderos capitaneada por Martín Cortés en 1566. Cf. David Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla (1492-1867), México, 1991, p. 320. 56 Carta del licenciado García de Castro, cit., p. 212. 57 Demetrio Ramos Pérez, «La solución de la Corona al problema de la conquista en la crisis de 1568. Las dos fórmulas derivadas», en Demetrio Ramos Pérez, Antonio García y García e Isacio Pérez (eds.), La ética en la conquista de América: Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca, en CHP, XXV, 1984, pp. 716-724.
y el control efectivo de la Corona en sus dominios americanos, en particular en los peruanos58. La inestabilidad política y la incertidumbre que dominaban la vida de la Nueva Castilla provenían tanto de factores internos al virreinato como de externos ligados a la política internacional. Cuando aún no se había terminado de reprimir la resistencia indígena, la Corona se vio en la situación de tener que enfrentarse a la irresuelta contienda con los encomenderos. Pero, también la creciente presencia de los mestizos y la oposición interna de los religiosos disidentes (los que en los informes enviados a la Corte recibían el calificativo de «escandalosos»), constituian serios motivos de preocupación para Felipe II, a lo cual se agregaba también la caída demográfica de los indígenas peruanos. Entre los factores externos, un papel preeminente le correspondía a las delicadas relaciones con Roma, pero también hay que tener en cuenta las dinámicas del resto del Imperio, cuya influencia sobre los dominios americanos no puede pasarse por alto. En este contexto adquirían un particular relieve la crisis financiera y la bancarrota de 155759 . Si la permanencia de la resistencia indígena, como consecuencia directa de una conquista no del todo acabada, era algo comprensible, y si el desasosiego de los mestizos podía explicarse a la luz del malestar social, fruto de una legislación restrictiva y discriminatoria hacia ellos60, la solución del enfrentamiento entre los encomenderos —una auténtica aristocracia colonial— y la Corona61, se presentaba como de más compleja solución. La poderosa casta de los encomenderos, que se formó después de la Conquista, luchaba desde hacía mucho tiempo por conservar sus privilegios. Luego de haber conquistado y colonizado los inmensos territorios americanos en nombre de la Corona62, ahora se veían amenazados por la llegada de funcionarios enviados
58 Cf. Juan Pérez de Tudela y Bueso, «El Estado Indiano» en Miguel Artola (ed.), Enciclopedia de Historia de España, II, Madrid, 1988, pp. 495-592. 59 Una aproximación de este género parece haberse ya consolidado en la historiografía. Cf. Josep María Batista i Roca, «Foreword», en Helmut Georg Koenigsberger, The Government of Sicily under Philip II of Spain: A Study in the Practice of Empire, Londres, 1951, pp. 42-44; más recientemente, cf. Mario Rizzo, «Centro spagnolo e periferia lombarda nell’Impero asburgico tra Cinque e Seicento», Rivista Storica Italiana, 104, II (1992), pp. 315-317. 60 Sobre el problema del «mestizo» y la sociedad indiana en la época colonial, cf. Parry, El Imperio Español, cit., pp. 87-88; Brading, Orbe indiano, cit, pp. 318-322. 61 Richard Konetzke, «Estado y sociedad en las Indias», Estudios Americanos, III, 8-9-10-11 (1951), pp. 33-58. 62 Lohmann Villena, «Étude préliminaire», cit., pp. IX-X.
desde España para suplantarlos en la cúpula del poder. Sus aspiraciones políticas consistían en ver transformados en auténticos señoríos sus derechos sobre las tierras y sobre los indios concedidos en encomienda, para así llegar a convertirse en una genuina clase noble en los dominios americanos. Poseer una encomienda representaba la principal fuente de renta y de estatus para la elite de los colonos. Ellos representaban una doble amenaza para la Corona: por un lado, se temía la creación de una «aristocracia» colonial que en un futuro pudiera aspirar a la independencia y, por el otro, se advertía un peligro de carácter militar, puesto que cada encomendero poseía una «clientela» de «hombres de armas» (veteranos de las expediciones de conquista o de las guerras civiles), la mayoría de los cuales no tenía trabajo y demostraba mayor fidelidad a su protector que al representante del soberano. Muchos virreyes, como el Conde de Nieva, para mantener la calma en el reino, tuvieron por necesidad que capitular y aceptar las condiciones de esta clase social, a la que concedieron beneficios y prebendas y, muy a menudo, nuevas encomiendas63. Además, los encomenderos eran casi siempre los personajes más ricos y más ilustres, y eran miembros acreditados de los cabildos, los municipios indianos, donde podían hacer sentir su peso político64. Precisamente, este aspecto se reveló con suma claridad durante las primeras fases de la revuelta de Gonzalo Pizarro en el Perú65. Aunque la Corona mostrase al respecto una voluntad incierta, pareció prevalecer la línea que propugnaba la abolición de la encomienda. La evidencia más clara en este sentido la ofrecieron las Leyes Nuevas de 1542. Tras la resistencia de los encomenderos, capitaneados por Gonzalo Pizarro, que reivindicaban sus derechos y reclamaban la perpetuidad de las concesiones, la Corona se limitó a reducir las encomiendas concediéndolas solo por un período de una o dos vidas, obligando a esta naciente aristocracia colonial a la integración forzosa a los límites impuestos por el Estado66 .
63 De esta situación, a nivel documental, da amplia fe: «Acreçentamientos que hizo el Conde de Nieva, Visorrey del Perú», en CDIAO, XCIV, p. 153 y ss. Citamos algunos casos de un largo listado: «A Juan Verdugo le acrecentó seiscientos pesos de renta cada año, teniendo novecientos de renta situados por el marqués de Cañete, y siendo un hombre jugador (…). A Jorge de Alvarado, que tenía por el marqués de Cañete situados mill y quinientos pesos de renta, situados por dos vidas, le acrecentó seiscientos pesos más. (…). A Jerónimo Carrillo, chocarrero, que tañe la virhuela y panderete, le situó ducientos y cincuenta pesos en tributos vacos, á beneplácito de S. M.». 64 Cf. Ramos Pérez, «La solución de la Corona», cit., pp. 717-718. 65 Lohmann Villena, Las ideas jurídico-políticas, cit., passím. 66 Sobre el tema de la encomienda, clásicos son los trabajos de Silvio Zavala, La encomienda indiana, México, 1973 y El servicio personal de los indios en el Perú (extractos del siglo XVI), I, México, 1978; un estudio mucho más reciente es el excelente trabajo de José de la Puente Brunke, Encomienda y encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una institución colonial, Sevilla, 1992.
En cualquier caso, esto ocurrió después de un largo y laborioso camino que conoció momentos muy delicados, como la Junta de Valladolid de 1550, donde se discutió sobre la conveniencia o no de perpetuar la encomienda67 . Pero tampoco se puede afirmar, como sugiere Ramos, que el malestar de los encomenderos fuera el origen de la «crisis indiana». Más bien es el resultado de décadas de continuas tensiones, y no parece, en absoluto, presentar las características de una novedad de la década de 1560. El propio Felipe II tuvo que afrontar esta situación en más de una ocasión, incluso enviando la célebre comisión de plenipotenciarios. Además, Peter J. Bakewell demuestra claramente que, durante aquel período, en el virreinato peruano se tomaron algunas medidas correctivas y estabilizadoras en distintos aspectos, sobre todo en lo que respecta a la Hacienda Real68. De igual manera, las investigaciones de Sánchez Bella del período 1554-1564, que analizan sobre todo los aspectos económico-financieros —pero sin dejar de lado los políticos69—, demuestran que a pesar de los graves problemas existentes, de los errores de valoración y de los cambios de rumbo, las cuestiones que Ramos indicaba no representaban ninguna novedad. No es de extrañar que gobernantes como La Gasca o el virrey Hurtado de Mendoza concedieran el permiso para nuevas «entradas», es decir, nuevas expediciones militares contra los indios, porque de esta manera, según la contundente expresión del contemporáneo fray Pedro Simón, «se sangrarían las provincias del Perú de tanta y tan corrompida sangre de gente ociosa»70 . Para comprender profundamente los factores estructurales que originaron la «crisis indiana», y particularmente la peruana, es necesario dirigir la mirada hacia las dinámicas demográficas y socio-económicas que se engendran por lo menos a partir del año 1540, o incluso desde la guerra de sucesión incaica entre Huáscar y Atahualpa. Consideramos elocuentes dos testimonios, uno indígena y el otro
67 En la época de la Junta de Valladolid se formará «una corriente literaria» de reacción de parte de los mismos encomenderos, compuesta por unas interesantes crónicas en las que se lee el deseo de los conquistadores-encomenderos de contar su propia verdad; entre estas, cf. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Carmelo Sáenz de Santa María (ed.), Madrid, 1982. Esta corriente historiográfica ha sido estudiada por Demetrio Ramos Pérez, «El movimento historial coincidente: la literatura testimonial de las historias verdaderas de la conquista», en Íd., Ximénez de Quesada en su relación con los cronistas y el epítome de la conquista del Nuevo Reino de Granada, Sevilla, 1972, p. 195 y ss. 68 Bakewell, «La maduración del gobierno», cit. 69 Sánchez Bella, «El Gobierno del Perú», cit. 70 Fray Pedro Simón, Noticias historiales, VI, caps. I, II, Caracas, 1963, p. 279. Citado por Ramos Pérez, «La solución de la Corona», cit., p. 720.
español; ambos nos hablan de la tremenda caída demográfica que sufrieron los indígenas peruanos. En 1543 los quipucamayoc, funcionarios incas responsables de la conservación de la memoria y de los registros del Estado, hicieron la siguiente declaración al presidente Vaca de Castro: Otro mal notable causó este alzamiento general de los indios de este reino, que por la inquietud y andar los indios en la guerra, en más tiempo de tres años no sembraron ningún género de mantenimientos desde los términos de Caxamarca para arriba por respeto de las guerras, y los mantenimientos que habían quedado en algunos depósitos del Inca dedicados al Sol y a las huacas, en estes dicho alzamiento los quemaron los indios y los pueblos y casas.
Y añadían, además, que en los acontecimientos de los «alzamientos, todos cuantos niños hubo de indios hasta la edad de seis a siete años, todos murieron de hambre, sin quedar ninguno, y los viejos e impedidos». En los cuatro años siguientes fue imposible reanudar las actividades normales a causa de las graves consecuencias demográficas ligadas a las rebeliones71 . Según el testimonio de los quipucamayoc, el levantamiento indígena no solo estaba estrechamente relacionado con una carestía, que con toda probabilidad debió de empezar hacia 1536, año de la gran rebelión liderada por Manco Inca, sino que también fue causa, a su vez, de una disminución del rendimiento de las cosechas, con la correlativa catastrófica caída demográfica que afectó sobre todo a las franjas de edades débiles, como los niños y los ancianos. Esta situación persistió hasta 1543, año de la deposición de los quipucamayoc, cuando empezó un ciclo normal de producción. Como señala Assadourian, era solo la víspera de un nuevo quinquenio de guerras, esta vez provocadas por la rebelión de los encomenderos liderados por Gonzalo Pizarro. Las devastadoras consecuencias de los acontecimientos bélicos, argumenta Assadourian según la «antigua tesis», se renovaron en los años siguientes constituyendo la principal causa de la caída demográfica indígena72 .
71 El testimonio es citado por Carlos Sempat Assadourian, en Transiciones hacia el sistema colonial andino, Lima-México, 1994, p. 60. 72 Assadourian discute la tesis prevaleciente, según la cual las epidemias serían la causa principal del desastre demográfico indígena en el mundo andino, sostenida desde la segunda mitad de la década de 1950 por Jean Vellard, en «Causas biológicas de la desaparición de los indios americanos», Boletín del Instituto Riva Agüero (Lima, 1956), pp. 77-93; Assadourian considera que las principales causas del despoblamiento indígena están vinculadas a la participación de la población nativa en las guerras incaicas de sucesión y después en las guerras de conquista española. Assadourian, Transiciones hacia el sistema colonial, cit., pp. 19-62. Para un examen de esta compleja problemática, es una referencia obligada Nicolás Sánchez Albornoz, La población de América Latina, Madrid, 1977; Íd. (ed.), Población y mano de obra en América Latina, Madrid, 1985.
El segundo testimonio nos lo ofrece el procurador de los encomenderos peruanos Antonio de Ribera, y se remonta a unos diez años después. En una petición dirigida al soberano en 1554, indicaba el agravamiento de la situación, señalaba algunos parámetros relativos a la población indígena como resultado de los censos realizados por Pizarro y La Gasca, y evidenciaba que la explotación de los indios como porteadores y combatientes en las guerras civiles era, a su juicio, uno de los factores que habían causado el impresionante derrumbe demográfico: «Habrá diez años que el marqués don Francisco Pizarro hizo diligencia de contar los indios para rrepartirlos a los conquistadores y halló un millón y quinientos cinquenta mil indios». Más tarde, durante la administración de La Gasca, al tratar de poner remedio a las peticiones de los «caciques señores de los indios» que se quejaban de que no tenían suficientes indígenas para satisfacer el pago de los tributos, se encontró «que en toda la tierra no había mas que doscientos y cuarenta y tres mil indios […]. De manera que por esta cuenta verá Vuestra Majestad los que faltan en el espacio de siete u ocho años». Pero la situación de alarma que Antonio de Ribera le transmitía al rey se refería al futuro, un futuro incierto debido a esas peligrosas dinámicas que parecían no tener fin y «que fueron causa de la perdición y muerte de tanta gente pues cuanto más se debe temer lo que de aquí adelante podría suceder estando las cosas en el estado en que están», hasta el punto de que después de «qualquier alboroto acabarían los pocos indios que deben haber quedado». Parecía que la situación iba de mal en peor debido al simultáneo incremento del número de españoles, pues, si los pocos españoles presentes en el pasado en el reino habían causado tan imponente derrumbe demográfico, qué cosa habría podido suceder entonces «que harán habiendo ahora tres partes más que los que solían, y de indios de cuatro partes las tres y medio menos»?73 . Ribera representaba la posición de los encomenderos, y no es de extrañar el hecho de que imputase como causa de la caída demográfica indígena el maltrato al que fueron sometidos durante las guerras. En sus observaciones sobre el incremento de la presencia española cabe, además, entrever una señal de alarma, percibida por la clase a la que él pertenecía, en relación al importante recurso
73 Petición de Antonio de Ribera, procurador de los encomenderos del Perú, al rey [1554?], en AGI, Patronato 188, ramo 30, e Indiferente General 1624, ramo 1, parcialmente publicado en Assadourian, Transiciones hacia el sistema colonial, cit., pp. 61-62.
representado por la mano de obra indígena, principal fuente de la fuerza de trabajo repartida entre los primeros conquistadores y en las siguientes concesiones de encomiendas.
No hay que olvidar que existían otras dos posturas netamente divergentes sobre la caída demográfica indígena y los consiguientes perjuicios para la Monarquía, que exponían sus argumentos ante la Corona. La primera era compartida por muchos funcionarios como Hernando de Santillán y Francisco Falcón, y veía en la encomienda y en la explotación de parte de los españoles la causa de la elevada mortandad entre los indígenas74. La segunda veía en la «tiranía» de los jefes indígenas locales, a menudo en complicidad con los encomenderos, la principal causa de explotación de los indios. Como es lógico, la Corona veía con gran preocupación la creciente disminución de la población indígena, principal fuente de mano de obra y de reserva de tributarios de la Hacienda Real.
Además del malestar objetivamente creado por las situaciones locales sin resolver, hay que tener en cuenta las repercusiones de lo que acontecía en los dominios europeos y las situaciones de crisis que concernían al conjunto de los dominios de la Corona. El virreinato de Nueva Castilla formaba parte del marco global de la Monarquía, y la situación en el Perú era, a su vez, influenciada por los acontecimientos de España, como la recesión de los primeros años del reinado de Felipe II, la grave crisis financiera de 1565 y aquel fortalecimiento del poder de la Corona propio de la política filipina, que hacia 1568 se hace patente en todos los dominios, desde Flandes a las Alpujarras75 . En aquellos años, el virreinato de Nueva España, que tradicionalmente había gozado de una mayor estabilidad política, no atravesaba por un momento especialmente fácil, como relata el propio García de Castro en su Memorial. El elemento de mayor preocupación para la Corona lo constituía, también en México, el malestar general en la casta de los encomenderos. Este fue el origen del intento de rebelión de 1566 (aún sin desentrañar del todo), generalmente
74 Hernando de Santillán, «Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los Incas» [ca. 1563], en Marcos Jiménez de la Espada (ed.), Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid, 1879; CLDRHP, IIª serie, 9, 1927, pp. 1-117; BAE, 209, 1968, pp. 97-150; Francisco Falcón, Representación hecha por el Licenciado Falcón en Concilio Provincial, sobre los daños y molestias que se hacen a los indios [ca. 1583], CLDRHP, 11, 1918. 75 Ramos Pérez, «La crisis indiana y la Junta», cit., pp. 1-5.
llamado «conspiración de los encomenderos», en el que se vieron implicados los hijos de Hernán Cortés76 . Pero el factor externo, sin duda alguna, más importante de todos era la situación de crisis que se había generado en las relaciones entre la Corona y la Iglesia, con sus posibles consecuencias en el plano internacional. El Real Patronato indiano, fruto de una hábil negociación diplomática llevada a cabo con insistencia por los Reyes Católicos primero, y por Fernando solo después, otorgaba a la Corona de Castilla una amplísima, a la par que única, autoridad sobre las posesiones americanas77. Si en 1508 los territorios se limitaban casi exclusivamente a la isla de La Española, al extenderse los dominios —especialmente con la conquista de los dos grandes imperios indígenas, el Azteca y el Inca— la Corona tuvo que asumir el control absoluto del clero y de la jerarquía eclesiástica de aquel nuevo «Imperio» del que hablaba Hernán Cortés78 . Pero, al parecer esta situación de privilegio entró en crisis en la segunda mitad de la década de 1560, cuando el Pontífice amenazó con intervenir directamente en la gestión de la evangelización del Nuevo Mundo. En efecto, tanto en Madrid como en las Indias, las jerarquías eclesiásticas y muchos religiosos consideraban que los resultados obtenidos hasta entonces en la obra de evangelización llevada a cabo entre la población indígena habían sido decepcionantes. El eco de este descontento generalizado había llegado hasta Roma. La creación de una comisión pontificia de estudio de los resultados de la evangelización y de la conveniencia de instituir la figura de un nuncio para las Indias constituía, para la Corona, una señal más del riesgo que corría de perder el Real Patronato.
76 Cf. Brading, Orbe indiano, cit., pp. 320-321. 77 Sobre el origen y el desarrollo del Real Patronato, así como sobre las diferentes interpretaciones historiográficas y las polémicas relativas a las divergentes fuentes documentales provenientes del Archivo Secreto Vaticano, del Archivo de Simancas y del Archivo General de Indias, cf. Pedro de Leturia, «El origen histórico del Patronato de Indias», «Un párrafo más sobre el origen del Patronato de Indias» y «Novum Spagnole Nomen», en Íd., Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica (1493-1835), I, Época del Real Patronato, Roma-Caracas, 1959, pp. 1-29, 33-48 y 49-57, respectivamente; y el más reciente trabajo «La teocracia pontifical como título de la Conquista de América», en Paulino Castañeda Delgado, La teocracia pontifical en las controversias sobre el Nuevo Mundo, México, 1996, pp. 280-437; con una óptica más centrada en las dinámicas del Imperio español, Parry, El Imperio Español, cit., pp. 128-147. 78 Sobre el control de los religiosos por la Corona y la gestión de la evangelización: Pedro Borges (ed.), Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (siglos XV-XIX), I, BAC, 1992; Íd., El envío de misioneros a América durante la época española, Salamanca, 1977; Francesca Cantù, «L’Europa e il Nuovo Mondo. Società, cultura, religione all’epoca dell’evangelizzazione dell’America», en Luciano Vaccaro (ed.), L’Europa e l’evangelizzazione del Nuovo Mondo, Milán, 1995, pp. 7-32.
Se barajaba, por tanto, la posibilidad de crear una Nunciatura indiana o incluso de arrebatarle a la Corona de Castilla el control de la evangelización. Además de ratificar la incapacidad de evangelizar, y por tanto de cumplir con el compromiso adquirido en las bulas de Alejandro VI, esto habría supuesto una amarga decepción política y el derrumbamiento de uno de los pilares sobre los que se asentaba la ideología española y la política confesional de Felipe II79 . Las guerras civiles entre los españoles, los abusos contra los indios (a manos de los jefes indígenas o de los españoles, según quién testificara), las rebeliones indígenas, las epidemias, la fuerte caída demográfica y productiva, la crisis financiera en la Península y las dificultades en las relaciones con la Iglesia (a quien le llegaban voces contrarias al régimen de la encomienda), retrataban una situación encaminada hacia una crisis sin solución.
Un elemento importante que podría avalar la hipótesis de una «crisis» es el fracaso en la conducción política del territorio americano, o, cuando menos, en la elección de los funcionarios encargados de llevar a cabo la importante función de gobierno en los territorios indianos. La prueba más eficaz de esta desazón de naturaleza política fue el cese de su cargo tanto del Conde de Nieva, virrey del Perú (en 1563-1564), como del virrey de México, el Marqués de Falces (en 1567), por su incapacidad para administrar la difícil situación. Demetrio Ramos señala que el largo período de reflexión que Felipe II necesitó antes de nombrar a los nuevos virreyes fue un síntoma claro de la gravedad de la crisis que se desató simultáneamente en ambos virreinatos a finales de la década de 156080 .
¿Es posible, entonces, hablar de «crisis indiana» y de reacción política de la Corona como de un fenómeno caracterizado por su discontinuidad o más bien por su continuidad? ¿Fue una crisis que se produjo en las Indias, o más bien fue una crisis europea que se reflejó en las Indias como espejo de una dificultad en las relaciones entre la Monarquía y la Iglesia? La postura de Assadourian no coincide con la de Ramos, pues aquel subraya que es recomendable hacer una lectura de las cuestiones indianas que ponga de manifiesto la evolución de las necesidades de la Corona en relación con los acontecimientos indianos81 .
79 Pedro de Leturia, «Felipe II y el Pontificado en un momento culminante de la Historia hispanoamericana», en Íd., Relaciones, cit., I, pp. 59-100. 80 Ramos Pérez, «La crisis indiana y la Junta», cit., p. 4. 81 Assadourian, «Acerca del cambio», cit., pp. 2-6.