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Nuevos asentamientos y urbanización

Nuevos asentamientos y urbanización

Don Francisco tuvo ocasión de constatar por experiencia propia la importancia que iba asumiendo la proyección del poder en la organización urbanística de las ciudades. La sede de la Corte filipina en Madrid y la consiguiente transformación de la ciudad era un claro ejemplo de ello. El virrey también había podido observar el ejemplo anterior en el gobierno de su tío don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles desde 1532 a 1553, que había acometido importantes transformaciones urbanísticas para ratificar, además, la preeminencia de la Monarquía y la afirmación del poder del rey a través de su alter ego43. La política centralizadora se desarrolló también desde un punto de vista arquitectónico a través de una reorganización del espacio. Con el reordenamiento urbanístico limeño fue erigido un nuevo palacio, sede del poder virreinal44. Se construyeron los nuevos centros de poder de manera que quedaran bien a la vista y, por lo tanto, no nos sorprende la actitud de Francisco de Toledo cuando ordenó que colocaran su propia divisa en la fachada del palacio virreinal; gesto que le costó la acusación de autoritarismo. Siguiendo el ejemplo de Nápoles —que había visto una profunda transformación urbanística dedicada a darle a la capital un aspecto más acorde con el rol de centro político de un importante elemento del complejo dominio de los Habsburgo—, Lima y Cuzco también experimentaron importantes cambios urbanísticos. Toledo explicaba a la Corona que a su llegada «las obras publicas de las ciudades, como muchas veces he escrito a V. M., estaban sin dueño y desbaratadas»45 . Entre sus cometidos, el virrey consideraba también el de promover la creación y el mantenimiento de determinadas estructuras fundamentales para la vida civilizada:

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Otras obras públicas de policía y adorno de las ciudades se hicieron, que ademas de ser necesarias es género de buen gobiemo hacer esto en las repúblicas, porque cómo hasta aqui estaban los moradores de ellas sin pensar, por muy viejo que estuviese un hombre, morir allá sino venirse a estos reinos, no tenian cuenta con edificar más de lo que les parecia que bastaba para mantenerse, sin otra policía

43 Cesare De Seta (ed.), La città europea dal XV al XX secolo. Origini, sviluppo e crisi della civiltà urbana in età moderna e contemporanea, Milán, 1996, pp. 79-106. Sobre el virrey Pedro de Toledo, cf. el estudio de Carlos José Hernando Sánchez, Castilla y Nápoles en el siglo XVI. El virrey Pedro de Toledo (1532-1553), Salamanca, 1994. 44 AGI, Lima 30. Carta de Toledo del 18 de abril de 1578. 45 Toledo, «Memorial», cit., p. 85.

ni comodidad, y ahora que con la riqueza en que queda la tierra, tienen salida de todas las cosas que produce y van asentando y echando raices los hombres, van aumentando edificios y enobleciendo las ciudades46 .

En las Ordenanzas para la ciudad del Cuzco trasluce claramente la intención de Toledo de dar a la ciudad un aspecto más digno y ordenado y, al mismo tiempo, de reglamentar no solo los espacios sino también los tiempos. Toledo intervino en la vida ciudadana y en los espacios urbanos modificándolos conforme a las exigencias específicas de una nueva sociedad más articulada y compleja, con respecto a la de la fase primitiva de conquista, y marcando una ruptura también con el pasado prehispánico. Para alcanzar esta meta, el poder virreinal tenía también la necesidad de sobreponer simbólicamente su propia imagen a la de la potencia de los incas. La ciudad del Cuzco estaba dominada por la fortaleza incaica de Sacsayhuamán, construida sobre un espolón rocoso y resguardada por un triple muro de piedra maciza que discurría en zigzag. Toledo ordenó requisar la imponente fortaleza de Sacsayhuamán a los descendientes de los incas. La reformó y organizó una guarnición, colocando así la presencia del Estado colonial y de su potencia militar en una posición simbólica de dominio sobre la ciudad. La nueva fortaleza fue dotada de artillería y puesta al mando de un castellano de plena confianza del virrey: Luis de Toledo, un primo suyo que contaba con una larga experiencia militar en las Indias, habiendo participado en expediciones en Chile y habiendo sido también comandante de la guarnición de Santiago. Parece supérfluo recordar que, además de atender al nivel simbólico del poder, la guarnición atendía también al nivel práctico: al del mantenimiento del orden virreinal; es decir, servía para disuadir de las insurrecciones y para reprimir posibles revueltas. Toledo sabía que una de las más eficaces demostraciones de autoridad del poder del Estado y del control social, cuando no admonición para que se respetaran las leyes y el orden, era la presencia bien visible de las cárceles, que asomaban a la plaza principal del asentamiento, así como la iglesia y el municipio. Sin embargo, las estructuras carcelarias eran prácticamente inexistentes en el virreinato y en el pasado habían sido utilizadas unas viviendas incautadas o salas de edificios públicos. El virrey, pues, ordenó que «las carceles que eran de nombre, todas quedaron muy fuertes», adosando «las casas de cabildos» a los edificios públicos de la ciudad en la medida de lo posible. También le señalaba al rey que había una gran necesidad de cárceles en el Cuzco, Lima, Huamanga y La Paz,

46 Ibíd., p. 86.

mientras que en Potosí y Chuquisaca eran suficientes las estructuras existentes47 . La necesidad de crear símbolos visibles de la afirmación de la Corona y de la civilización española también se hizo patente en la intervención directa de Toledo para acelerar la construcción de la catedral del Cuzco y conseguir que esta reflejara toda la autoridad necesaria para su sacralidad y para que estuviera a la altura de la importancia de la ciudad48. También consideraba necesario «para el servicio del culto divino» que terminaran las obras de la nueva catedral «para ser iglesia conveniente a la autoridad de esta ciudad y obispado»49. De igual manera se proveyó para la erección de la catedral de Lima: al final de una solemne ceremonia pública, el Arzobispo puso la primera piedra del nuevo edificio, poniendo en marcha el cumplimiento de un proyecto urbanístico para el que ya en enero de 1569 se había pedido la autorización al rey50 . De esta manera, el poder del Estado se unía al poder de la Cruz también a nivel visual, y así lo percibían también los pueblos indígenas, quienes debían identificar a los españoles, especialmente a los oficiales del rey, con unos cristianos cuyo comportamiento era intachable y caritativo. Para enseñarle al pueblo la «caridad y limosna», el virrey también intervino en la reorganización de la gestión de los «hospitales pobres», cuidando «la traza y orden en su administracion y cuenta» y ordenando la construcción de distintos hospitales. En Lima había uno para los nativos «que el Arzobispo pasado favoreció y ordenó, todos los demas estaban sin orden, pobres y mal edificados»51. En Huamanga, Cuzco, La Paz, Chuquisaca, Potosí y Arequipa52 se edificaron nuevas estructuras y se suministró el soporte económico correspondiente.

47 Ídem. 48 Benevolo considera atentamente la construcción de ciudades en territorios americanos y ofrece un esquema interpretativo no exento de una valoración negativa, Íd., La città nella storia d’Europa, cit., pp. 123-124. 49 AGI, Lima 300. Disposiciones sobre la construcción de la catedral del Cuzco y erección de centros educativos. Cuzco, 28 de agosto de 1571, publicadas en Toledo, Disposiciones gubernativas, cit., I, pp. 131-133 y 218-221. 50 El 14 de enero de 1569 fue pedida la autorización al rey. AGI, Lima 310; Jiménez de la Espada, Relaciones Geográficas de Indias, cit., I, p. LIV, nos da detalles sobre la construcción de la catedral y la ceremonia inaugural. 51 Toledo, «Memorial», cit., p. 85. En AGI, Patronato 189, ramo 26, los documentos sobre fundación de los hospitales. 52 BNP, ms. B 511, ff. 322 v.-327 v. Ordenanzas para el hospital de los españoles y naturales de la ciudad de La Plata. La Plata, 8 de diciembre de 1574, publicado en Toledo, Disposiciones gubernativas, cit., I, pp. 453-460.

Así le escribía Toledo a Pío V:

Beatissimo Y Muy Sancto Padre, (…) Como los españoles que han pasado en estas provinçias les a prometido la cudiçia muchas riquezas y no sean aplicado a las lavor y trauaxos de la tierra anse [hinchado] y hinchen cada dia los espitales delas çiudades principales deste reyno de muchos pobres hidalgos y caualleros que seuan a alimentar curar y morir enellos por cuya causa la Magestad del Rey mi Señor ha favoresçido y fauoresçe estos ospitales y ansi me an pedido suplique a V. Beatitud los adornes y favorezca con sus gracias e yndulgençias a cuya devoçio se comecan a dar mucho los yndios naturales para que por todas partes conzcan el regalo y amor con que V. Santidad los reçive a la sancata yglesia y ansi suplico a que V.Santidad por la memoria que con esta sera, nos favorezca enesta parte a mi ya ellos53 .

David Goodman ha estudiado la relación entre la ciencia, la tecnología y el poder en la época filipina, puntualizando el hecho de que la Corona, bajo Felipe II, había incrementado el control en los hospitales para pobres54. Sin embargo, hay otro aspecto que Goodman no ha puntualizado. Como se desprende claramente de las Ordenanzas establecidas por Toledo, existía un fin educativo e ideológico cuando se fomentaba el interés por la salud de los nativos, y este era la enseñanza de la caridad cristiana a los indios, para alejarlos de las prácticas idólatras y demostrarles la coherencia del Estado español con las doctrinas evangélicas. Considerando que una de las cosas que mas importa a la edificación y conversión de estos naturales, que principalmente esta a cargo de Su Magestad, es introducir en estos reinos la caridad y limosna que conviene hacer a los naturales y los españoles por haber tan poco curso de ella despues que se descobrieron como por que los mismos indios siguen sus ritos y ceremonias y orden que tenían… (,) enviando a «los cojos y mancos e impedidos» a practicar los cultos indígenas y los rituales «de mochar y adorar a la huacas» cumpliendo aquellas prácticas que podrían definirse como idolatría. Por otro lado, también era necesario «que los pobres y enfermos sean curados y viendo esto los indios aprendan a tener caridad y usarla los unos con los otros para que nuestra predicación concuerde con nuestras obras».

53 IVDJ, envío 23, caja 35, n. 10. Carta de Toledo al papa Pío V pidiendo algunas mercedes para la Universidad y los hospitales de aquellos reynos. Lima, 7 de febrero de 1570. 54 David Goodman, Poder y penuria. Gobierno, tecnología y ciencia en la España de Felipe II, Madrid, 1990, pp. 234-238.

De sobra es conocido el interés por las obras de caridad entre los soberanos españoles, bien sea en los dominios europeos como en los americanos, donde ya Isabel y Carlos V habían ordenado la construcción de hospitales. En el Cedulario indiano de Diego de Encinas consta el proyecto específico diseñado por la Corona para los nuevos asentamientos, que contemplaba edificios para el cuidado de los pobres y de los enfermos —de construirse cerca a la iglesia—, y un edificio específico para los enfermos contagiosos, ubicado lógicamente en un lugar aislado de manera que los súbditos quedaran protegidos ante el riesgo de contagio55 . En este sentido no sorprende encontrar ya desde los tiempos de Carlos V, en las instrucciones a los diversos virreyes, recomendaciones para que se favoreciera la construcción de edificios adecuados para ello56. Cuando Goodman se remite al caso de los conflictos entre Felipe II y el Arzobispo de Ciudad de México por el control del Hospital Real de Naturales57, pone de manifiesto el nexo de carácter jurisdiccional, de defensa de las prerrogativas regias, que unía el interés por los hospitales reales con la reafirmación de los derechos del soberano sobre las minas. Efectivamente, ambos pertenecían al patrimonio real, pero, si observamos la atención que Toledo demuestra en la construcción del hospital para los indígenas en Huancavelica, se entiende cómo el interés por la salud de los súbditos, en particular de los trabajadores indígenas, respondía a unas lógicas de tutela de los nativos y de su importante función de reserva de mano de obra. La construcción del hospital para los mineros de Huancavelica se pudo realizar gracias a una dotación anual de 2000 pesos, y el compromiso de la Corona se reiteró en el contrato estipulado por Toledo con los concesionarios de la explotación minera58. En 1577, el virrey dictó una serie de directrices para la gestión y administración del hospital de San Andrés en Lima59 . El interés por la salud física de los trabajadores indígenas, queda claramente patente al relacionar la construcción de los hospitales con un aspecto distinto del problema sanitario, es decir, el consumo de la coca. Toledo había dado muestras de un profundo interés por las tradiciones de los nativos ligadas al cultivo y al uso

55 Encinas, Cedulario indiano, cit., I, p. 219. También Benevolo, La città nella storia d’Europa, cit., pp. 120-123. 56 Cf. Hanke, Los virreyes, cit., pássim. 57 Goodman, Poder y penuria, cit., pp. 236-237. 58 AGS, Diversos de Castilla 46, n. 66. Condiciones que hizo el virrey con los mineros por cuatro años que fueron del año de 77 a 81. 59 BNP, ms. B 511, ff. 640-651. Ordenanzas para el hospital de San Andrés de Lima. Lima, 9 de octubre de 1577, publicadas en Toledo, Disposiciones gubernativas, cit., II, pp. 309-327.

de la planta; tanto es así que dedicó un cuestionario específico a este tema en sus «Informaciones». Su interés nacía de la necesidad de entender los efectos de la planta, pero también de la posibilidad de utilizarla a gran escala para favorecer una menor fatiga en las maestranzas indígenas empleadas en las minas. Además, los cultivos de coca estaban localizados en un área particularmente húmeda y considerada insalubre puesto que, según nos informa Luis Capoche, favorecía un «mal incurable que es peor de la buba»60. Había un auténtico temor, entre los indios, de que se difundieran epidemias que habían ya tenido efectos devastadores. Por lo demás, los productores sacaban provecho del fenómeno de la difusión de la adicción de los indios al consumo de la hoja de coca para hacerse ricos. En octubre de 1572, Toledo envió a un grupo formado por el licenciado Estrada, el agustino padre Juan de Vivero y el médico licenciado Alegría para estudiar la situación in loco. Se trataba de comprender las cualidades de la planta —caso de que las tuviera— para determinar exactamente sus efectos y el uso que se le podía dar61 . Siguiendo su método usual, en un principio recogió las informaciones necesarias mediante un equipo de expertos, luego intervino varias veces en este sector con nuevas disposiciones, fruto también de sus consultas con la Corona. Tras una primera medida destinada a la limitación de la producción —impidiendo que se extendieran los cultivos62—, en febrero de 1572 le siguieron otras complementarias dirigidas a reglamentar el trabajo en las plantaciones, tratando de evitar la explotación de la mano de obra indígena, ya fuera contratada como forzosa63 . Una forma de explotación de los indios consistía en solicitar, por parte de los encomenderos al principio y de los curacas después, el pago del tributo bajo forma de canastas de coca, obligando a los nativos a ofrecerse como trabajadores para recibir una parte de la cosecha como salario. Toledo luchó contra esta mala costumbre, limitando las áreas de producción de la planta, evitando que se extendiera el cultivo y disciplinando con la máxima atención el régimen de la mano de obra64. Según testimonio del propio Toledo, los indios vendían su ración

60 Capoche, Relación general del asiento y villa imperial de Potosí [1585], cit., p. 175. 61 Ordenanza del Cuzco, 3 de octubre de 1572, en GP, VIII, p. 14. 62 Provisión para que no se plante mas chácaras de coca, Cuzco, 15 de marzo de 1571, publicada en Toledo, Disposiciones gubernativas, cit., I, pp. 113-114. 63 Provisión y auto con disposiciones adicionales sobre la coca, Cuzco, 25 de febrero de 1572, pp. 142-147, publicada en Ibíd., pp. 61-64. 64 BNP, ms. B 511, ff. 142 v.-153 v. y RAH, Colección Mata Linares XXII, ff. 82-100. Ordenanzas para la coca de los andes del Cuzco. Cuzco, 3 de noviembre de 1572.

de comida, constituida por maíz, para conseguir las hojas de coca. Sin embargo, aunque el hambre de los nativos se atenuaba con la droga, el virrey pudo constatar que la desnutrición de los indios era una de las causas de la elevada tasa de incidencia de las enfermedades entre los trabajadores de las plantaciones. En cualquier caso, cabe recordar que el uso de la coca entre los indios no fue abandonado y se consideró que en trabajos tan extenuantes como el de la minería, su consumo podía seguir siendo aceptado65. El virrey decidió, y así lo impuso, que los productores debían destinar una cuota del 1% de la cosecha a favor del Hospital de los Andes, construido para los indios mitayos a quienes se les repartía la coca, y obligó a los productores a que enviasen a los trabajadores enfermos a dicho establecimiento hospitalario. El uso de la coca quedó arraigado y la Corona aceptó el régimen propuesto por Toledo, que fue codificado en la Recopilación de leyes de Indias66. No había duda de que a la Corona le preocupaba la salud de los indios, pero seguramente era mayor el interés por incrementar la producción de plata, pese a sus clásicas justificaciones tales como «deseamos no quitar a los indios este género de alivio para el trabajar, auque solo consista en la imaginación». El objetivo de la reducción del horario de trabajo, así como de otras medidas de carácter higiénico-sanitario introducidas en la producción y en el trabajo en las chácaras de coca —como cambiar sus vestidos por ropa adecuada para trabajar en condiciones de humedad o la contratación de médicos en las plantaciones— era limitar la mortalidad entre los indios, puesto que hasta entonces «perecen infinidad de indios, por ser cálida y enferma la parte donde se cría». Al parecer, la mayor objeción de Felipe II con respecto a la producción y al consumo de la coca estaba relacionada con el ámbito religioso. Se temía que los nativos lo relacionaran con sus cultos religiosos prehispánicos. Para evitar el riesgo de la idolatría, se hizo un llamamiento a los religiosos para que estuvieran alerta en todo momento. También se prohibió a los productores que se trabajara los domingos y las fiestas de guardar, para permitir que los indios pudiesen asistir a misa y escuchar el sermón dominical67. La prueba de la importancia que revestía este sector productivo para Toledo es que volvería a él en más de una ocasión a lo largo de los años, tanto desde Arequipa, en 1575, como desde Lima, en 1577,

65 El uso de la coca y su creciente comercio entre Potosí y Cuzco está documentado en el trabajo de Paulina Numhauser, Mujeres indias y señores de la coca: Potosí y Cuzco en el siglo XVI, Madrid, 2005. 66 Rec. Ind., lib. VI, tít. XIV, ley 1 (Madrid, 18 de octubre de 1569) y ley 2 (Madrid, 11 de junio de 1573). 67 En este sentido se expresa Goodman, Poder y penuria, cit., p. 239.

para establecer —a instancia de los productores— unas reglas que aclararan el texto de las normas anteriores68 .

Entre las otras intervenciones de carácter urbanístico y sanitario, cabe destacar las Ordenanzas de aguas que regularon el uso de este recurso tan importante, ya fuera en el ámbito ciudadano y alimentario, como en el de la producción agraria, tanto española como indígena. Los incas habían podido cultivar también en zonas impracticables, a lo largo de las laderas de las montañas andinas, gracias a unos sistemas de riego y canalización de aguas diseñados con inteligencia y habilidad. La misma plaza principal del Cuzco estaba formada por un espacio rectangular con unas dimensiones de unos 250 metros por 500, y comunicaba la ciudad con el campo. La plaza, que los incas llamaban Huacaipata, estaba atravesada por el río Huatanay, en aquel tramo canalizado y empedrado. Los españoles construyeron encima la Plaza de Armas, pero los años del saqueo y de las guerras civiles borraron el equilibrio existente entre el asentamiento urbano y el ambiente natural. El cronista Cieza de León relataba que ya en 1548 el agua cristalina que discurría por ese cauce en tiempos de los incas había sido sustituida por un río cuyas aguas arrastraban estiércol y basura69 . El virrey estableció un nuevo régimen de utilización de las aguas, adaptando sus disposiciones a los distintos contextos geográficos y económicos. En Lima, donde Toledo pensaba que «unas de las cosas y más principal que impide y daña esta ciudad» era la negligencia en el sistema de canalizaciones y el régimen de las aguas, que «la hace estar sucia y enferma», en 1577 fueron promulgadas unas ordenanzas70 para garantizar una «justa distribución y conservación de las aguas». En el pasado, su utilización impropia había originado muchos juicios civiles entre residentes e indios.

La institución de una magistratura expresamente para ello, el juez de aguas, resultó ser absolutamente ineficaz. Toledo ordenó que se restablecieran las canalizaciones originarias, que se prohibieran los abusos utilizando un sistema de medición con «marcos de piedra» en las principales articulaciones y que para construir nuevas canalizaciones era necesaria la autorización del cabildo. También ordenó

68 BNM, ms. 3035, ff. 344-358 v., Nuevas Ordenanzas para la coca, Arequipa, 6 de noviembre de 1575; BNM, ms. 3035, ff. 385-389 v. Aclaración de algunos capítulos de las nuevas Ordenanzas de la coca. Lima, 12 de setiembre de 1577. 69 Benevolo, La città nella storia d’Europa, cit., pp. 118-119. 70 RAH, Colección Mata Linares XXI, ff. 65 v.-77 y XXII, ff. 174-186 v. Ordenanzas sobre distribución de aguas del valle de Lima. Lima, 21 de enero de 1577.

que todas las viviendas, por pequeñas que fueran, recibieran agua corriente por conexión con los canales principales; asimismo impuso la prohibición del vertido de estiércol y la permanencia de caballos cerca de las principales canalizaciones, y estableció que se colocara en cada vivienda unas rejillas para recoger los desperdicios. Puesto que se consideraba que causaban «muchos daños y inconvenientes» precisamente «las carretas que andan por las calles de esta ciudad y quiebran y deshacen las acequias de ella», se prohibió la circulación de carretas dentro de la ciudad. Finalmente, para mantener bajo control y en continua puesta al día la situación hídrica en el valle, tanto en la ciudad como en el campo, el virrey ordenó que se instituyera un Libro del repartimiento de aguas y valles de Lima, que debía custodiarse en el cabildo. También fue previsto un sistema de fuentes públicas perfectamente equipadas para el suministro hídrico y para cuidar el aspecto estético de la capital del virreinato71 . La consolidación de los edificios y la creación de diques para evitar las frecuentes inundaciones de los barrios populares, formaban parte del plan urbanístico del virrey, quien tuvo que intervenir para evitar que las crecidas del río Rímac anegaran el barrio de San Lázaro, donde vivía fundamentalmente el estrato más pobre de la población limeña. En la zona se erguían también dos monasterios de franciscanos y dominicos que habían sido dañados por los desbordamientos. Toledo ordenó varias obras para reestructurar conventos y que se construyeran diques y muros de refuerzo en las orillas72. En 1578 fueron dictadas unas normas para este mismo fin, que obligaban a los propietarios de los molinos situados a lo largo del río Rimac al mantenimiento de las orillas para evitar las inundaciones73 . La reorganización del espacio del poder preveía una serie de nuevos asentamientos urbanos también en otras áreas. Jacques Poloni-Simard, retomando un análisis de Braudel, ha subrayado el importante papel que desempeñaba la fundación de nuevos asentamientos españoles en la región andina74. La ciudad colonial no era solo una zona residencial privilegiada de los grupos dominantes, sino también un elemento de reorganización social y económica de cada región.

71 RAH, Colección Mata Linares XXI, ff. 220-220 v. Ordenanzas sobre las fuentes de Lima. Lima, 15 de julio de 1580. 72 La medida debía ser subvencionada con los recaudos de la Sisa, tasa municipal. Carta de Toledo del 18 de abril de 1578, en AGI, Lima 30. 73 RAH, Colección Mata Linares XXI, ff. 350 v.-352 v. Ordenanza para que los dueños de molinos cercanos al río Rimac reparen su sector ribereño, para evitar inundaciones. Lima, 23 de octubre de 1578. 74 Poloni-Simard, La mosaïque indienne, cit., pp. 32-36.

En el marco de la consolidación de la conquista, de la creación de nuevos equilibrios entre dominadores y dominados, del control del territorio y de los recursos, las nuevas ciudades coloniales, además de la aculturación de los pueblos indígenas, desempeñaron indudablemente ese rol de «acelerador de la historia» que Fernand Braudel también teorizó para las ciudades europeas75. Las ciudades coloniales americanas son «ciudades europeas trasplantadas a una enorme distancia» y, como tales, reflejan el hábito mental del Renacimiento injertado en los vestigios de las ciudades medievales, y los modelos descritos en los tratados de arquitectura. La cultura geométrica y los dibujos simétricos se convierten en el modelo que prevalece en el Nuevo Mundo, hasta tal punto que la misma Corona promulgará una serie de normas para el diseño de las futuras ciudades76 . No sorprende, por tanto, comprobar que Francisco de Toledo también estuviera tan interesado en la creación de nuevos asentamientos para los españoles. Estos debían actuar como auténticos centros neurálgicos de control y penetración dentro de nuevas áreas, o servir para consolidar y defender las rutas económicas. El asentamiento de Huancavelica, centro minero productor de la mayor parte de la amalgama de mercurio necesaria para refinar la plata, fue particularmente desarrollado y potenciado en agosto de 1572, convirtiéndose después en la ciudad de Villa Rica de Oropesa. También es comprensible la relevancia dada por Toledo a la ciudad de Huamanga, situada en el corazón de la zona minera, que se había convertido en un centro fundamental en las relaciones económicas entre el Perú y la Madre Patria. El virrey dedicó la máxima atención también a la fundación de nuevos asentamientos y a su correspondiente organización política y civil, sin descuidar los aspectos urbanísticos, higiénico-sanitarios y culturales. Surgieron muchos asentamientos para garantizar la creación de vías comerciales y áreas de penetración económica, o simplemente para mantener el control sobre las regiones fronterizas. En el caso de Charcas, Toledo eligió deliberadamente la construcción de una «población» en una localidad llamada «valle de la Barranca», situada aproximadamente «en la mitad del camino que hay de la ciudad de La Plata a la de Santa Cruz»77 .

75 Fernand Braudel, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XV-XVII siècle, I, París, 1991, pp. 449-462. 76 Benevolo, La città nella storia d’Europa, cit., pp. 119-120. 77 «Relación verdadera del asiento de Santa Cruz de la Sierra, limites y comarcas de ella y Rio de la Plata y el del Guapay e Sierras del Piru en las provincias de los Charcas, para el Excmo. Sr. D. Francisco de Toledo, Visorey del Piru», en Jiménez de la Espada, Relaciones Geográficas de Indias, cit., II, p. 154.

En aquellos años, además de la fundación de Huancavelica o Villa Rica de Oropesa, el virreinato de Nueva Castilla fue testigo de la fundación de Santiago del Cercado, Charcas, Tomina, Tarija y Cochabamba en la provincia de Tucumán (en el año 1570 se fundó un obispado para afianzar la evangelización en la zona meridional de la Audiencia de Charcas78). Además surgieron asentamientos en Santa Cruz de la Sierra, Salta y Jujuy. Para defender a los colonos de las incursiones de los indios calchaquíes, en Tucumán fue construido un fortín dotado de una guarnición79 . La misma expedición contra los indios chiriguanos tenía como objetivo favorecer las comunicaciones en un área tan importante como la de Tucumán: «La provincia de los Charcas también quedo asegurada, y sin la queja continua que tenía de los daños que recibian de los chirihuanas, porque aunque cuando yo entré a ellos que no parecieron ni osaron esperar en ninguno»80 . En Panamá, el virrey tuvo ocasión de ocuparse del mejoramiento de las comunicaciones, especialmente reforzando la seguridad en la vía que unía las dos orillas del istmo, centro neurálgico de comunicación entre el golfo de México y el Pacífico. La zona estaba infestada de bandas de indígenas rebeldes a quienes a menudo se les unían grupos de negros huídos de las plantaciones y denominados «cimarrones», que asaltaban a los viajeros en rápidas correrías. Ya en el pasado se habían tentado algunas expediciones para «pacificar» la zona. Toledo organizó una expedición militar muy bien armada para someter a los indios y a los «cimarrones», pero, al mismo tiempo, se dedicó a racionalizar el trabajo realizado por los oficiales de la Hacienda Real en un nudo comercial de carga y descarga de las mercancías y, sobre todo, de los metales preciosos, que cumplían el trayecto entre el virreinato de Nueva Castilla y la Madre Patria. El asentamiento de Paita, uno de los pocos puertos seguros de las costas del norte del Perú, había caído en un estado de abandono ya que la mayor parte de los habitantes españoles se había ido del lugar. Entonces, Toledo dispuso lo necesario para que el asentamiento fuera nuevamente poblado y se desarrollara como centro propulsor de la economía del interior del Perú81 .

78 Su fundación había sido ya recomendada por la Audiencia de Charcas en una Carta al rey del 1 de febrero de 1562, en AGI, Charcas 16. Cf. Zimmerman, Francisco de Toledo, cit., p. 84; Levillier, Don Francisco de Toledo, cit., I, p. 13. 79 Toledo, «Memorial», cit.; para el caso de Luis López, CDIHE, XCIV, pp. 486-525. 80 Toledo, «Memorial», cit., p. 79. 81 Birckel, «Le vice-roi Toledo (1569-1581)», cit., p. 59.

El virrey comprendió la importancia de favorecer algunas salidas comerciales para la zona de La Plata, e impulsó la creación de una ruta para el comercio atlántico desde el puerto de Buenos Aires, para abastecer a las provincias del Paraguay y Tucumán82. Fueron además dictadas ordenanzas para reorganizar la ciudad de La Plata83, pero para poder actuar esta línea política y comercial hubo que esperar hasta 1580, cuando Juan de Garay fundó el puerto de Buenos Aires. Anteriormente, en 1567, el presidente Castro había encargado a Juan Ortiz de Zárate un proyecto similar, pero el intento resultó ser un fracaso. Una vez más, fue Juan de Matienzo quien señaló la relevancia de la apertura de un puerto en la costa atlántica ya desde inicios de los años sesenta. Entre las primeras actuaciones que realizó el virrey tras haber llegado a las Américas, estaba la organización de la recaudación de los derechos aduaneros en Cartagena de Indias donde, entre otras cosas, fundó un hospital para los marineros enfermos84, medida que dispuso también para el otro lado del istmo.

Comunicaciones y viabilidad Un estudio dedicado a la intervención de Toledo en la maîtrise del espacio americano, del francés Maurice Birckel, constata cómo el virrey, indudablemente, estuvo más influenciado por aspectos políticos que por consideraciones de tipo científico o naturalista. No obstante, Don Francisco, que ya antes de partir había reflexionado sobre muchos de estos temas y había presentado algunas propuestas a la Junta, se quedó impresionado, entre otras cosas, por la inmensidad de las distancias, la lentitud de los correos y la precariedad del sistema de comunicaciones85 . Al restablecer bajo el control de la Corona los inmensos «reinos» y «provincias» peruanos, el virrey Toledo imaginaba proyectar en ellos el modelo español y europeo valiéndose, en la medida de lo posible, de las estructuras prehispánicas para introducirlas en un complejo sistema de control político, económico y religioso. Así es como él entendía la «pacificación» del reino. Las antiguas «rutas del Sol», el sistema de caminos construido por los dominadores anteriores de la región, los incas, adquirieron un relieve especial. Su sistema vial había seguido la expansión del Imperio y podemos confirmar que las observaciones de Lucien Febvre acerca

82 AGI, Charcas 16. Carta de Matienzo y Juan Torre de Vera al rey. 83 AGI, Lima 29, lib. 11, ff. 95-146. Ordenanzas que el virrey mandó hacer para la ciudad de La Plata. La Plata, 5 de mayo de 1574. 84 Zimmerman, Francisco de Toledo, cit., p. 56. 85 Birckel, «Le vice-roi Toledo (1569-1581) », cit., pp. 57-66.

de la construcción de caminos y de los distintos sistemas de comunicación, como componentes esenciales de la formación de un Estado, resultan ser plenamente válidas también para un modelo estatal tan diferente del europeo86. Los caminos incas seguían, pues, las necesidades del Tahuantinsuyu, que no coincidían con las del Estado colonial español87. Al converger en el Cuzco, capital y auténtico «ombligo» del Imperio inca, estos eran el resultado de una extraordinaria adaptación a las condiciones geográficas de la compleja orografía andina. A lo largo de los miles de kilómetros de recorrido había dos elementos fundamentales, los puentes y las posadas. Estos lugares se denominaban tambos. Pese a ser concebido para una viabilidad que no conocía la rueda, los nuevos invasores en seguida adoptaron el sistema vial incaico. Con la llegada de los conquistadores un rol predominante en los transportes de tierra lo asumieron la mula y la llama juntas, pero, por lo general, se siguió empleando a gran escala a los indígenas para cargar los bienes y las mercancías88. Toledo se interesó mucho por la mejoría de los medios de comunicación, y mediante las Ordenanzas de Tambos favoreció el restablecimiento de las posadas a lo largo de las principales arterias89. Cada tambo debía tener provisiones «para los caminantes y para las cabalgaduras y de pan, vino, carne, maíz, leña, hierva y agua». Para poder mantener los tambos, la mercancía debía venderse de manera que garantizase un «interés y ganancia», y el mantenimiento correspondía a las ciudades a las que pertenecían por jurisdicción, que a su vez cobraban las ganancias de las ventas. Si consideramos, como sugiere Febvre, que la construcción de caminos es un elemento básico en el progresivo conocimiento y en la conquista de un territorio, podemos entender por qué los españoles se encontraban en situación de ventaja al utilizar la red vial indígena, pero también podemos entender por qué, al no coincidir los itinerarios del poder español con los incaicos, ni en el aspecto simbólico, ni en el político, ni en el económico, surgía la necesidad de trazar

86 Lucien Febvre, La terra e l’evoluzione umana. Introduzione geografica alla storia, Turín, 1980, pp. 370-395. Para la valoración del modelo incaico, tema que ha apasionado y dividido a la historiografía, Métraux, Gli Incas, cit.; y Murra, Formazioni economiche, cit. 87 Sobre las poblaciones de españoles y sobre la «racionalización» de los pueblos de indios reducidos, tuvo influencia el modelo ciudadano castellano, cf. Benevolo, La città nella storia d’Europa, cit., pp. 116-126; Calabi, La città del primo Rinascimento, cit. 88 Toledo, reiterando una medida ya dispuesta por la Corona, prohibió que los indios fueran empleados como cargadores y portadores: «provisión por la que se prohibe utilizar a los indios para portear cargas». Cuzco, 26 de agosto de 1572, publicada en Toledo, Disposiciones gubernativas, cit., I, pp. 151-152 y en Libros de Cabildos de Lima (CL), VII, Lima, 1935, pp. 376-378. 89 BNP, ms. B 511, ff. 610 v.-612 v. Ordenanzas para el servicio de los tambos de Huamanga. Huamanga, 19 de enero de 1571, publicadas en Toledo, Disposiciones gubernativas, cit., I, pp. 61-64.

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