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setiembre 1825 [ 1841 dIcIembre 4 ] [ perú ] BATALLA DE INGAVI. El SanComercio Martín dio creó a conocer losla sucesos de priMera Ingavibandera el sábado 4en deel diciembre de 1841. Ese puerto día se publicóde la piSco, carta poco deSpuéS del señor Fermínde Canseco, habíala llegar quien al perú. recibido una hizocomunicación oficial el 21delde octubre de 1821, general San Román. Canseco dice: “el 18 Mediante un del que rige sufrió decreto en el que nuestro ejército un taMbién diSponía contraste en el campo deque Incague en Ser el éSta(sic), debía que fueron prisioneros de Seda o lienzo y S. E. el Jeneralísimo 8 pieS (sic) Medir presidente de lade República largo pory6elde beneméritoancho. señor Jeneral (sic) Ramón Castilla”.
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PERÍODO 1
[ CAPÍTULO 27 ]
enero de 1842. Es un largo e interesantísimo testimonio que juzga, en un tono de ruda franqueza la conducta de los jefes y oficiales participantes en esta campaña, y se detiene en la crítica de las disposiciones adoptadas por el Presidente en plena batalla. Según lo afirmado en este documento, Castilla previó el descalabro a consecuencia de las órdenes de Gamarra y este se encolerizó ante la gravedad de tal insubordinación. "Que hiciera lo que quisiese" (mandó, por fin, decirle Gamarra a Castilla) "ya era tarde y él marchaba de frente". Impartió, en seguida órdenes a los comandantes generales de las divisiones y a los comandantes de los cuerpos para que solo obedecieran las órdenes del general San Román en la infantería. Poco después sobrevenía el desastre. Gamarra (que había hecho víctima de su propia indisciplina a La Mar en 1829, cuando lo depuso después de Tarqui y aun quizá lo desobedeció en esa misma jornada) fue esta vez la víctima. Cabría acuñar una frase para glosar la moraleja de toda esta historia: "Quien siembra Tarquis, cosecha Ingavis". Los aniversarios del luctuoso día de esta batalla deben ser evocados para rendir homenaje a la virtud militar cuya ausencia desencadenó la catástrofe. Por lo demás, queda a los técnicos el estudio de si la indocilidad de Castilla implicó, a pesar de todo, una previsión genial del rumbo que los sucesos tomaron minutos después. La victoria en el campo de Ingavi aseguró la libertad y la soberanía de Bolivia. Puede decirse así que la de 1841 fue la última guerra de la independencia de esta República. Después de Ingavi nadie intentó ya subyugarla. Simbólicamente allí murió Gamarra, el hombre que tanto había trabajado en contra de Bolivia. En 1828 pudo deshacer a esa República, no quiso. Cuando quiso y pudo en 1831, no lo dejaron sus propios compatriotas. Cuando quiso en 1841, no pudo y lo mataron.
EFIGIE DE GAMARRA.- Colegial de San Buenaventura en el Cuzco, latinista versado que llevaba siempre en el bolsillo una edición del sentencioso Horacio como maestro del corazón humano, sin embargo había preferido la áspera univerdsidad de la vida impura. Había llegado desde muy lejos al trote de su caballito serrano a la capital altiva por largos caminos circundados por campamentos. Un oculto ahorro vital infundíale el optimismo tan necesario para ser conductor; pese a que desde muy temprano supo la verdad feroz de las cosas. Era la suya una tenaz paciencia de obrero rural aunque a veces el milenario recelo andino, lleno de agachadas, escondedor, sin entregarse nunca, decíase que hallábase en él. Cuando conversaba solía inclinar la cabeza y miraba de soslayo como un cazador que apunta. Se le tenía en la vida, en la política, en la guerra, por lo que en la pampa se llama un baqueano. La nariz aquilina de comando en su rostro lampiño y desencajado de surcos cavados por los años, contrastaba con la quieta mirada de sus ojos color tabaco oscuro. Bajo su piel acostumbrada a las recias heladas de la sierra y a las turbias tempestades de la acción fluía la sangre fría, rara en los pueblos jóvenes, las setenta pulsaciones del pretor. Se le aceptaba, aunque por muchos con un "¡Qué le vamos a hacer!" como un mal menor; pero contemporáneos como Távara, Echenique y Mendiburu lo llaman sereno, prudunte y magnánimo aunque sabía, como el marino, utilizar el viento obedeciéndolo y comprendía que la línea recta se tira en el mapa y en el papel blanco y no en el trazado de los caminos ni en el curso de los ríos ni en el gobierno de los pueblos. Había sufrido reiteradamente la prueba del poder y la contraprueba de la adversidad, muchas veces el infortunio lo había dejado solitario; pero él no se había quedado sentado en la orilla de la vida esperando la marea nueva sino que había ido a buscarla y más de una vez la creó. Y, sin embargo, a pesar de los rasgos más difundidos de su carácter, se lanzó, veterano ya, como un soldado bisoño, a la última aventura. Prefirió las vicisitudes de una campaña cuando hallábase rodeado de los encantos y de las seducciones del poder y cuando la patria no tenía ya nada más que darle. El frío de la meseta, el hambre creciente, el asilamiento, comenzaron a azu-