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Pautas para la interpretación del paisaje de la alta montaña Por qué el paisaje actual es como es?

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Presentación

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Esterri de Àneu

por qué el paisaje actual es como es?

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Reflexionando detenidamente sobre el título de este artículo llegaríamos a la conclusión que no se puede comprender ni interpretar el paisaje actual sin conocer su historia. Por eso la pregunta principal que podríamos realizar al principio de un estudio de evolución del paisaje sería: ¿donde se encuentran los indicadores biológicos de la evolución del paisaje? Hay indicadores que nos dan información a corto plazo, sobre todo de las últimas decenas de años que, empíricamente, ha sido cuando se ha observado un recalentamiento de la Tierra. Estos indicadores son la pérdida de hábitats favorables, el marchitamiento de las hojas por la elevada temperatura en la época de crecimiento vegetativo, las invasiones y migraciones a ambientes con temperatura diferente, el cambio en la fenología de muchas plantas y, finalmente, la capacidad de los cultivos de poder crecer en latitudes más elevadas. Sin embargo, como fenómeno interesante, cabe destacar que los cambios actuales en el clima se transforman también en cambios genéticos de algunas especies como, por ejemplo, el haya. A largo plazo, los indicadores de la evolución del paisaje los encontramos en los diferentes tipos de sedimentos. Insectos, algas, polen y otros restos nos dan información del clima y de la vegetación de los últimos cientos o miles de años. En los Pirineos, los sedimentos de los lagos y turberas han sido un medio de estudio que ha aportado resultados interesantes en cuanto al conocimiento de la acción climática y la acción de la especie humana sobre las masas forestales y otras comunidades vegetales. Por poner un ejemplo que se detalla más adelante, a partir del polen vemos que el abetal de la Mata de Valènciaocupaba un área más extensa en época Romana que ahora. Por otra parte, a partir de las algas crisofíceas quedan muy bien delimitados en los Pirineos algunos acontecimientos como el período óptimo medieval o la Pequeña Edad del Hielo. Por eso, la escala temporal de esta evolución no la marca el origen del escenario natural sino la influencia humana y más que el decorado lo que hace falta es situar los actores y su peso sobre la vegetación. Dicho de otro modo, forzosamente, el tratamiento del paisaje debe ser transdisciplinar ya que, por un lado, hay que usar diferentes técnicas y métodos para aproximarse al estudio del paisaje vegetal y de otra es necesario entender el contexto social y tecnológico de cada momento de la historia.

La historia del paisaje pirenaico

Más de 200 vestigios arqueológicos evidencian de manera directa la ocupación humana de las diferentes áreas del Parque Nacional. Cercados, rediles, ordeñadores y cabañas son un testimonio mudo del paso de los rebaños y pastores por todos los valles, orillas de lagos y circos del territorio del Parque. Las carboneras, frecuentes en algunos sectores como la citada Mata de València o en los cursos de los ríos Escrita y Peguera a su paso por las zonas menos elevadas de los valles, muestran el aprovechamiento forestal a lo largo de varios siglos, en gran medida relacionado con fraguas y forjas. Restos de minas y hornos metalúrgicos evidencian directamente esta explotación del hierro, muy presente en diferentes áreas pirenaicas, unos 2.200 años atrás, poco antes del inicio de la influencia de la civilización romana. Estos datos son completados, finalmente, por las trazas del uso de pequeños abrigos rocosos, grutas y cuevas por lo menos desde hace 5.000 años (en el rellano llamado pletiudel Portarró; Valle de Monestero; las umbrías, Obaguesde Ratera, Valle de Cabanes, Ribera de Sant Nicolau) y en ocasiones muy anteriores, como las ocupaciones de hace más de 7.000 años de la cueva Cova del Sardo de Boí, y de casi 9.000 años de antigüedad del abrigo del lago de la Covetade Espot.

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El estudio de estos vestigios, que actualmente se encuentra en proceso, evidencia cómo las comunidades humanas han ido viviendo y explotando el actual entorno del Parque. Este estudio es esencial para entender cómo, complementando los condicionantes climáticos y geológicos, las prácticas que estas personas fueron llevando a cabo son también responsables de los paisajes de alta montaña que hoy podemos observar cuando visitamos el Parque. Además, los datos actuales muestran cómo estas formas de vida se han ido modificando con el paso de los siglos. La introducción de las primeras prácticas ganaderas se documenta hace unos 7.500 años en las zonas más bajas de los principales valles, como el de Sant Nicolau. En esta primera fase parece que los pastos se conseguían con la apertura de bosques en ámbitos subalpinos, probablemente mediante pequeños incendios. La explotación de los prados alpinos comenzó hace al menos unos 5.000 años y este hecho conformó el espacio y la imagen que actualmente tenemos de la ganadería trashumante tradicional y los pastos supraforestales. Hasta entonces el bosque probablemente alcanzase altitudes cercanas a los 2.400 metros y a partir de esta cota habría una población de individuos aislados de pino negro, más dispersos y más pequeños. En este mismo momento el bosque se recuperó en valles como el de Sant Nicolau mientras se establecían núcleos de población en pequeños abrigos y alguna construcción de piedra en zonas más altas. Durante todo este tiempo, las poblaciones responsables de esta ganadería utilizaron herramientas de piedra hechas con diferentes tipos de sílex procedentes, como mínimo, de las áreas prepirenaicas de las dos vertientes de la cordillera, situadas a varias decenas o centenares de kilómetros del lugar. Probablemente las ollas, cuencos y otros recipientes cerámicos que les permitían guardar, cocinar y servir alimentos también habían sido elaborados en zonas fuera del Parque. También las construcciones ganaderas han ido variando con el tiempo. En el momento descrito de la Prehistoria no hay indicios de estabulación de los rebaños en rediles o cercados. En la época romana y, sobre todo, en los siglos posteriores, en cambio, esta actividad sí se llevó a cabo. Sin embargo, la forma de estas construcciones, sus dimensiones y la organización de los conjuntos de arquitectura ganadera muestran los cambios en los modelos de gestión de los rebaños: en función de sus dimensiones, de su propiedad, del producto buscado (carne, derivados de la leche o lana, por ejemplo), etc. Y si el estudio de los yacimientos arqueológicos nos permite interpretar la historia de la ocupación humana en multitud de lugares dentro del Parque (ver figura 1), el estudio del polen de un sondeo llevado a cabo en una turbera de Valencia de Àneu y por extrapolación al abetal de la Mata de València ha permitido explicar las perturbaciones natu

Plana de Esterri

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rales y humanas de los últimos 2.000 años de territorios más extensos y demostrar como el actual paisaje vegetal de esta región de los Pirineos no se había dado nunca antes , al menos a lo largo de estos últimos dos mil años. Efectivamente, los datos indican que hace unos veinte siglos el bosque de abeto ( Abies alba) alcanzó su máxima extensión (según las dataciones: 2200-2000 cal BP), posteriormente, entre hace 2.050 y 1.350 años, las actuaciones selectivas sobre el abetal favorecieron la entrada del haya ( Fagus sylvatica) (dataciones: 2000-1300 cal BP). Entre este momento y hace unos 850 años se produjo una deforestación a favor del incremento de la zona agrícola que conllevó la desaparición definitiva del haya (dataciones: 1300-800 cal BP). Más recientemente, durante los siguientes 150 años, hasta el año 1350 se produjo la máxima deforestación del abetal (dataciones: 800-650 cal BP) y su posterior recuperación (pero ya sin la presencia del haya, que de momento no ha vuelto a ocupar el espacio donde había estado presente), abetal que, con diferentes oscilaciones, llega hasta la actualidad, con unos niveles máximos de avellano ( Corylus avellana) que se alcanzan en la actualidad y que se deben a la colonización de las hondonadas húmedas anteriormente usadas para el cultivo y los pastos. La turbera de València d'Àneuha puesto de manifiesto de una manera muy clara una posible actuación selectiva sobre el abetal durante el periodo romano y ha confirmado los indicios que explican como durante el periodo medieval se inician unas dinámicas que durante la Edad Moderna y el siglo XX conducirán a este entorno a los paisajes actuales. Por otro lado y como se ha dicho antes, el trabajo de campo también ha servido para identificar carboneras en la Mata de València d'Àneuque se han podido relacionar con la multifuncionalidad de actividades en el interior del bosque. La identificación de los restos de carbón encontrados (técnica antracológica) ha constatado que la especie que se carboneó fue casi exclusivamente el pino rojo ( Pinus sylvestris). El hecho de encontrarse actualmente en el interior de un gran abetal demuestra el grado de especialización de la actividad de carboneo. Y por comparación con otras zonas cercanas permite plantear la hipótesis de que, tal y como ocurre en otros lugares y pese a ser una madera empleada para hacer carbón desde la época romana, la madera de abeto se reservaba para la construcción y la explotación silvícola. El estudio de los carbones vegetales encontrados en registros sedimentarios cercanos procedentes de incendios forestales ha permitido establecer una buena relación entre el fuego y la apertura del espacio forestal para favorecer las plantaciones de cereales y la creación de pastos. Hasta el período romano estos incendios servían para abrir el bosque. A partir de la Edad Media, el fuego ya sólo servirá para el mantenimiento de un paisaje vegetal mucho más abierto. La observación directa del terreno y la consulta de documentos celosamente conservados en los archivos, como por ejemplo en el magnífico Archivo Histórico Comarcal de Sort, nos aportan una valiosísima información que nos permite describir, interpretar y reflexionar sobre la transformación histórica del paisaje de montaña en los últimos 300 años, como por ejemplo se puede hacer ante la visión de la llanura de Esterri de Àneu desde el castillo de los condes de Pallars. La morfología del terreno que aparece tras la retirada, hace unos 10.000 años, del hielo acumulado durante la última glaciación es la de una cubeta que primero se llena de agua a partir de los diferentes ríos, riachuelos y barrancos (la Noguera Pallaresa, de la Bonaigua, de Unarre...) y después de los sedimentos que colmatan esta cubeta en relativamente poco tiempo, geológicamente hablando. El resultado es un territorio totalmente llano y muy extenso (más de 3,5 km2) de suelo muy fértil que permite ser utilizado para la agricultura. La llanura es el punto de ruptura visible de la pendiente de las laderas. Y esta llanura fue uno de los fundamentos económicos de los condes de Pallars: el castillo de Valencia tiene el control de este recurso agrícola, a la vez que los bosques y pastos de las vertientes, los cursos de agua... Y la población de Esterri de Àneu, con sus mercados y ferias, justo al lado. Pero este mundo rural y agrario va perdiendo importancia dentro de la Cataluña contemporánea, ya que los productos que puede ofrecer (lana, carne, madera) no pueden competir con los llegados de otros lugares. El sistema "tradicional" de aprovechar todo el

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territorio para la subsistencia de la mayoría de la población y para beneficio de una minoría, entra en crisis durante el siglo XIX, y a partir de 1860, la población disminuye -algunas veces más lentamente- hasta 1990.

El paisaje actual y futuro: dos breves ejemplos

Poco a poco los paisajes de montaña nos van mostrando la historia escrita que contienen, como resultado de la presencia, desde muy antiguo, de poblaciones humanas que fueron construyendo esta historia en el lugar donde desarrollaron sus vidas. Igualmente, sin conocer la historia del paisaje no podemos entender, por ejemplo, por qué actualmente casi no hay haya en el Pallars y nos podríamos equivocar atribuyendo exclusivamente al cambio climático el crecimiento de nuevos ejemplares de pino negro en las partes más altas de las montañas. Y tampoco entenderíamos por qué el pueblo de Esterri se encuentra en un rincón de una llanura tan extensa y, más aún, como es que el núcleo de casas más antiguas, trepan ladera arriba. La historia nos cuenta que, tiempo atrás, hubo haya ( Fagus sylvatica ) y que, por tanto, podría volver a haber. Y que los plantones de pino negro y la densificación de la franja de árboles más elevados, que en el momento presente no suelen superar los 2.000 m de altitud, no colonizan de nuevo zonas más altas, sino que recuperan estos espacios que ya habían ocupado hace siglos o milenios y que es la drástica disminución-no la desaparición-de la actividad ganadera lo que ahora se lo permite. Durante las últimas décadas, la agricultura de montaña pensada para una sociedad de montaña va siendo sustituida por una agricultura pensada para alimentar el ganado que luego irá a las zonas urbanas de Cataluña, dando lugar al paso de un paisaje de color amarillo -cereales- a uno de verde -forrajes- y a la aparición de nuevas actividades pensadas más para la población de otras partes de Cataluña: la producción de electricidad a partir de los saltos de agua, el excursionismo y el veraneo, los deportes de nieve y de riesgo. A partir de 1990, la población vuelve a aumentar en el conjunto del Alto Pirineo, llegando a unas cifras similares a las de 1959: eso sí, con una distribución completamente diferente, ya que los pueblos más pequeños, a más altitud y más alejados no recuperan la población, y ésta se concentra en las ciudades y pueblos grandes de los fondos de los valles. Estos cambios se ven en las figuras 3 y 4: el crecimiento urbanístico de Esterri de Àneu, la sustitución del campanario como el edificio de más altura por la torre de telecomunicaciones que permite utilizar la telefonía móvil; el abandono de los pastos de la llanura y el aumento de la superficie arbolada; la nueva carretera que deja de pasar por el centro de la población con el nuevo viaducto permite llegar antes a las pistas de esquí...

Joan Manuel Soriano López, Enric Mendizàbal Riera y

Albert Pèlachs Mañosa (geógrafos), Ramon Pérez Obiol (palinólogo) y Ermengol Gassiot Ballbé (arqueólogo) del Grup de Recerca en Àrees de Muntanya i Paisatge (GRAMP)

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