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La esencia de las palabras: Las voces de La Mata

Hay que andar mucho por los Pirineos y por el norte de la Península Ibérica para encontrar un bosque tan emblemático como el de la Mata de Valencia. Bosque de bosques, de verdores refrescantes, el abetal puro más extenso de los Pirineos esconde un conjunto de valores paisajísticos, sociales y científicos difíciles de descubrir en otros rincones de nuestra geografía forestal. Los bosques y en concreto los abetales siempre han despertado en los humanos algo más que fascinación. Lugares míticos de seres legendarios como los duendecillos –conocidos en la zona como minairons, diablorins o holets– se extendieron durante millones de años por la práctica totalidad de Europa. Pero con la llegada de los últimos fríos cuaternarios se puso en marcha una fuerte regresión que obligó a dichos bosques a protegerse de la extinción en unos determinados enclaves-refugio, entre los cuales se hallaron los Pirineos. Hoy viven, preferentemente, en las montañas de la Europa Central y Meridional –montañas del Jura, de la Selva Negra, del sur de los Balcanes, de Italia- así como en nuestra cordillera pirenaica. En el ámbito de Cataluña, los abetales más grandes los encontramos en el Valle de Arán, en el Pallars, en la Cerdaña o en el Montseny, límite austral de la especie. La Mata es hija natural de la propia cordillera aunque con muchas probabilidades de haber sido recolonizada, hace unos 6.000 años, desde rincones más mediterráneos y prepirenaicos que los actuales. Os presentamos la historia de un abetal excepcional, una proeza biológica nacida en una umbría que desafía valiente, como todas, al gran Norte. 20

boletín del parque nacional d’aigüestortes i estany de sant maurici

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Mata, matet, matosa, matte, mathe…

¡La Mata! ¡Estamos en los Pirineos Centrales! ¡En el tronco fluvial de la cabecera de la Noguera Pallaresa! En una rama conocida como el valle de la Bonaigua, donde más de setecientas hectáreas de gran bosque, situados entre los 1.300 y 1.950 metros de altitud, combaten los desniveles del terreno y sus rocas paleozoicas. El abeto (Abies alba) domina el escenario forestal por debajo de la línea que marca el pinar de pino negro, aunque hay lugar para otras formaciones boscosas en el seno del abetal. Como por ejemplo en el caso de algunas manchas rebeldes de abedules y álamos temblones nacidos tras un incendio sucedido unos cuarenta años atrás, o como la mezcla del abeto con el pino silvestre en los lugares más marginales y secos; o como con la aparición de mosaicos de avellanedas, prados de siega, cultivos abandonados y franjas de sauces cerca del río de la Bonaigua. Cada año, las nubes que arrastran los vientos dominantes del oeste, entre otros, precipitan sobre el abetal una media de 900 litros por metro cuadrado. ¡Un bosque húmedo y agreste donde la vida animal es sorprendente! Centenares de miradas tienen en el entorno de la Mata su hogar biológico. Grandes volúmenes de madera muerta, en pie y por el suelo, acogen pájaros carpinteros como el pito real, el pico picapinos y, sobre todo, el picamaderos negro. Mientras tanto, los mochuelos boreales se esconden a modo de un preciado tesoro. Cuando llega el período de celo, el urogallo corteja intensamente a las gallinas por los sotobosques más ricos en

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la esencia de las palabras

las voces de la mata

frutos, siempre y cuando que los jabalíes, los gatos monteses y los zorros no les molesten demasiado. Las martas persiguen a las ardillas mientras que las observa discreto e inmóvil el azor, un auténtico ¡fantasma del bosque! Los grandes mamíferos como el gran ciervo –con machos que pueden llegar a pesar 180 Kg.–, como los malditos gamos o como los elegantes corzos ladran por selvas y calveros. Las perdices chochas se reproducen en la Mata, rodeadas de unas montañitas cónicas, los hormigueros, construidos con paciencia animal por decenas de especies de hormigas que huyen de los lugares más umbríos para vivir en los claros. En las zonas más bajas, la nutria y el desmán de los Pirineos convierten a la Bonaigua y a Cabanes en ríos Gran Reserva. Por su parte agateadores, carboneros y petirrojos cantan entre las voces de la Mata, un territorio donde cayó, en los años cuarenta del pasado siglo, el último oso pardo autóctono de la zona, muy cerca de la cascada de Gerber y en manos de los de siempre.

Bosc, bosquet, boscarró, boscal, boscàs, baürta…

¡El Bosque! El paisaje y sus bosques son testimonio de la huella humana dejada a lo largo de los tiempos. Un espejo en donde se reflejan las relaciones entre los seres humanos y el territorio que los liga. Más allá de las perturbaciones que puedan ocasionar los factores naturales, las actividades humanas son las que acaban marcando la evolución del paisaje. La guerra de los árboles, en el buen y en el mal sentido de la palabra, ha tenido diverso signo durante los últimos dos mil años en la Mata. Hagamos un rápido repaso histórico… Los romanos, que tuvieron en mucho aprecio a la madera de abeto, fueron de los primeros en aplicar una cierta gestión forestal, utilizándola preferentemente en la construcción o en la fabricación de muebles y el diseño de herramientas. Pocos siglos más tarde, una inicial incipiente actividad minera y agrícola posterior en les Valls d’Àneu, el Valle de Arán, la Ribagorza y los Pallars provocó una deforestación muy intensa, originada como consecuencia de fuertes quemas y talas. Los bosques siempre han sido enemigos de los pastos y es por eso que ancestralmente, como si se tratase de una necesidad sublime, los humanos los hemos abrasado hasta convertirlos en tierras de cultivo y pastoreo. Los primeros signos de recuperación no llegan hasta el siglo XV, coincidiendo con la Pequeña Edad del Hielo y con la crisis social y económica que tiñe la Baja Edad Media y que se traduce en un abandono de muchos pueblos pirenaicos. La recuperación de las actividades humanas vuelve con fuerza entre los siglos diecisiete y diecinueve: la presión demográfica, las nuevas escaramuzas en el bosque para crear pastos, la febril actividad de las atarazanas mediterráneas… Los almadieros o raiers y la Pallaresa se convierten en arrieros fluviales y facilitan la exportación de esa madera cortada hacia los mercados más lejanos del Mediterráneo. Y qué decir tiene de las fraguas o fargues, ¡uno de los episodios de explotación forestal más intensos que se han vivido en los Pirineos! Y llegamos a los últimos cien años, casi una anécdota en este viaje por los últimos dos milenios, cuando aparecen nuevos oficios relacionados con el bosque. Carboneras y carboneros, talas con leñadores que cortan y sacan arrastrando los árboles con mulos, más pastores… y auténticas revoluciones paisajísticas como las producidas por las grandes obras hidroeléctricas y de comunicaciones. ¡El tren del progreso llega a los Pirineos! La Mata es un testimonio natural vivo. Muta constantemente mientras la historia natural avanza. Y a pesar del uso y abuso a que ha sido sometido el bosque, éste siempre ha logrado recuperarse con una cierta facilidad, ya sea con una mayor o menor abundancia de abetos o con la apari

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ción y la desaparición de otros competidores como el haya o el pino silvestre. La Mata resiste y desfallece cíclicamente pero es seguro que cuenta con la ayuda de la idoneidad de su hábitat. Dicen los expertos que su crecimiento, a grosso modo, se encuentra estancado desde hace más de 50 años. Una curiosidad más. Pronto, geológicamente hablando, volverá a ser arrasada, no por el ser humano sino por glaciares venideros o por nuevos episodios geológicos. Volverá a estar cubierta y sedimentada por mares y océanos futuros que dejaran nuevas semillas biológicas. Volverá a ser selva tropical o paisaje templado. Volverá a ser tierra de seísmos: ¡uno de cada 500 años la acostumbra a armar!

Selva, selva, salvata, salvassa, selvera…

¡La Selva! Esta Mata de sombras compactas que evoluciona sobre suelos frescos pero amantes de la luz hacia una madurez que probablemente combinará la regeneración con el envejecimiento, la singularidad con la diversidad, la producción con la dispersión… ¡es un bosque de bosques extraordinario! Un espacio de reflexión, de gritos, silencios y agradecimientos, donde la creatividad biológica brilla por su eficiencia. Un bosque que se ha hecho acompañar, como mandan los cánones, por un río, un barranco, unos tozales y unas montañas. Un bosque maduro de cerca de 300.000 metros cúbicos de madera, con árboles que alcanzan su madurez hacia los 150 años de vida, que hay que dejar evolucionar de forma natural aunque respetando las voces del territorio que lo han gestionado discretamente durante centurias y centurias. Un bosque ocupado por esos gigantes de acero del siglo XX –las torres de las líneas eléctricas de alta tensión– que demasiadas veces han conquistado el paisaje pirenaico sin casi discusión alguna.

Cremada, socarrada, fogassa, fogà, artiga…

¡La gran Mata! Potente pero frágil, diversa pero amenazada, densa pero en pendiente… es uno de los grandes retos en la gestión de los Pirineos. ¿Por qué? Porque, más allá de las realidades más actuales, en los bosques se esconden las raíces de nuestra especie. ¡Crecimos dentro de ellos, procedemos de ellos, somos sus hijos! Cerebro e inteligencia se desarrollaron gracias a los bosques. Aprendimos a gesticular, a hablar, a comunicarnos a través de ellos. Hace millones de años que compartimos camino y por eso nos abrazamos a los árboles, paseamos por los bosques, ¡sufrimos por la Mata! ¡Qué belleza esconden los árboles mientras crecen hacia el cielo! Compiten y se empujan entre ellos. Son máquinas extraordinarias que viven gracias a la luz del Sol, el agua del suelo y el dióxido de carbono del aire que acaban transformando en alimento y energía. Respiramos y expiramos el mismo aire pero si uno de los dos lo deja de hacer, el otro muere. Árboles y animales cooperan mutuamente. Es más, ¡si retrocediéramos en el tiempo seguro que encontraríamos el ancestro común! Todos tenemos algo que decir sobre la Mata. Todas las voces son importantes, las de dentro y las de fuera del bosque, incluso las que hablan desde el silencio. Os invitamos a viajar por el interior de uno de los bosques más bondadosos del sur de Europa. Un jardín forestal lleno de tesoros que comparten su afecto día y noche. Un sorbo dulce de pureza que despierta con frecuencia muchas emociones. Un antiguo abetal. Un abetal. Una proeza biológica nacida en una umbría que desafía valiente al gran Norte.

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