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La esencia de las palabras: De los cerros a las más altas cumbres, pasando por las lomas

Dibujo de Berta Huarte

Durante los últimos milenios, la riqueza de nombres con que los pueblos de los valles pirenaicos han bautizado sus paisajes cotidianos es tan geodiversa que podríamos sorprendernos durante varios milenios más. Según el campo geográfico que queramos analizar, una serie interminable de topónimos nos acompañará tanto si consultamos una cartografía convencional, como si navegamos por una de digital, o si charlamos con alguna de aquellas auténticas enciclopedias humanas ambulantes -de piernas largas y con una gran memoria- que habitan en todos los pueblos y que conocen su término municipal como la palma de su mano. ¡Cualquier pequeña originalidad, curiosidad o sorpresa paisajística ha recibido un nombre! Un nombre que nos permite situar, en el imaginario de las personas, una porción de territorio, del cual hablar, y a menudo, ¡someter! Una palabra que, a veces, será evidente y otras no. Un ejemplo: Estany Llong es un ibón larguirucho a tenor del adjetivo que lo califica pero, por contra, el Estany de Llebreta, no tiene nada que ver con aquellos simpáticos mamíferos ni con sus gazapos, sino más bien con unas flores que crecen en primavera y otoño: ¡los azafranes de montaña! ¡Hoy hablaremos de montañas! No de las montañas más altas de los Pirineos sino de los nombres de las formas del relieve. Una montaña es una montaña pero ¿qué es un “montanyó” o una “montanyeta”? ¿Una montaña grande, una pequeñita? ¿Un lugar rico en pastos? ¡Empecemos por abajo! sa debió de ser mayúscula. Elevadas sobre la llanura, las descubrieron en su trepar hacia el cielo, ¡como un Dios! Durante siglos, por eso y por muchas causas más, fueron consideradas espacios sagrados con poderes mágicos, siempre rodeadas de supersticiones misteriosas en múltiples civilizaciones; tradiciones y costumbres que aún se mantienen vivas en algunas zonas tales como el Himalaya o los Andes. Las montañas pirenaicas, con alturas más modestas pero de una gran belleza estructural, han sido pisadas y conquistadas a lo largo los últimos 10.000 años de forma intensa, a pesar del frío, de la nieve y de los glaciares. Las hemos hollado y ascendido para ganar, como cualquier especie animal o vegetal, nuevos espacios de supervivencia y de convivencia. El legado de nombres que ha sido legado a las generaciones actuales es, pues, riquísimo. Al empezar a caminar, estamos en la base o el pie de una montaña, un territorio rico formado por los materiales que bien han sido arrancados a la montaña o bien han sido depositados por las corrientes de agua. Un terreno relativamente llano que, poco a poco, empieza a hacerse empinado. Si la pendiente mira al norte o al oeste -las orientaciones más frías- será la umbría o “aubac”, y cuando mira al sur o al este -las más soleadas- será el “solà”. Umbrías y solanos tienen apelativos diversos en catalán como el femenino “aubaga”; diminutivos como “aubagueta” o “solaneta”; y otro más curioso: el pago (del latín opacu, obago, sombrío). En el Valle de Boí, por ejemplo, serpentea el camino del Pago, que comienza en la entrada de la Ribera de Sant Nicolau y termina en el Estany de Llebreta. Como podéis imaginar, el trazado discurre montaña arriba, ¡por la umbría! En el Valle del Escrita, este río divide el pueblo en dos barrios: Espot Solau y Espot Obago.

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Dibujo de Victoria Morales Vicén

de los cerros a las más altas cumbres, pasando por las lomas… ß 22 Por último, el Bago de Llessui desafía la ubicación solana del pueblo pallarés. Son lugares en donde todavía crecen bosques de caducifolios y de coníferas, con una gran variedad de denominaciones que van desde las selvas a las matas pasando por las baürtas. En medio, aisladas y ahogadas por la reconquista forestal, se esconden antiguas boïgues que, hace apenas más de 50 años, eran explotadas, por las casas de los pueblos, como pequeños espacios agrícolas de subsistencia.

La montaña media

Allí donde comienza la verdadera ascensión, en donde las lomas o las faldas de la montaña ceden el paso a las primeras cuestas empinadas, decimos que comienzan las primeras costas, un topónimo que, de forma general, nos recuerda más al mar que a la montaña pero que tiene, en ambas geografías, un sentido orográfico de dominio de pendientes. Cuesta arriba, cuesta abajo o cuesta a través son algunas frases que se utilizan mientras caminamos. ¡Ah! Y cuanto más pendiente, más empinado… Después llegamos a las primeras palas, pales o paletes, que pueden convertirse en pales roies o paletes dretes, si los materiales geológicos son rojizos o se acentúa el desnivel. Cuando la pala pierde su nombre, aparecen las primeras canales -canals, canalots o canaletes- según el grado de furia geológica de la Naturaleza. Estamos en el mal país o malesa, especialmente en invierno y en primavera, cuando aludes y desprendimientos, pueden darnos ¡más de un susto! Así, un topónimo como Pletamala podría hacer referencia a aquella montaña en donde los animales que pacen tranquilamente pueden llegar a sufrir algún contratiempo debido a las dificultades de la orografía. Pero entonces, ¿por donde pasan los pastores y sus rebaños? Por los pasos o passades dels feixants. Un feixà es un territorio de paso colgado, similar a esas fajas de otros lugares pirenaicos, entre rocas y peñascos, dentro de un mismo enclave montañoso. Si los pastores han de desayunar, el lugar elegido serán cerros conocidos como tozales, tussal o tossalet, o lomas conocidas como sierra, sarrat o serradet, ¡vistosos pero a veces protegidos del viento! Desde aquí, podrán descubrir algún lastra lisa, que forme parte de un molar -paraje mineral redondeado que combina espacios con suelo vegetal con parajes pedregosos-; podrán buscar algún calcí –pequeño prado en pendiente de hierba fresca, rodeado de roquedos- que si se hace mayor se convierte en una calcinada; podrán disfrutar del vuelo del quebrantahuesos mientras éste rompe los huesos de animales muertos contra las pedrizas, de piedras más diminutas que los canchales; podrán desafiar, los últimos cortados o cinglos (del latín cingulum) de los mallos o malls más extraplomados de las montañas. Malls de Estanyobago, Molar de Contraix o Tussal de les Mentides... A las puertas de las cabeceras terminales, desafiando la gravedad, encontraremos, por fin, las raspas, parajes de roquedos escarpados, casi sin suelo vegetal y áspero. Las Raspes Roies, de Taüll o de Cardet son algunos ejemplos.

Por las cumbres

El punto más alto de una montaña, conocido con muchos nombres diferentes, es un lugar de peregrinaje masivo de los excursionistas contemporáneos. Paradójicamente, para los primeros conocedores de las montañas, los pastores, estos puntos culminantes nunca fueron importantes. ¿Por qué? Porque en las cimas, caps, corones o capçades de cierta altura, ¡no crece la hierba! El frío riguroso no invita, ni poco ni mucho, a la supervivencia ni de los animales domesticados ni de los aún salvajes. Sin embargo las formas, los colores y las texturas de las cimas de montaña han enriquecido el lenguaje popular y científico, con nombrecillos catalanes, de origen pirenaico, muy pragmáticos. Bony, pui, pic o pica, tuc o tuca, pala, punta, agulla... son algunos de los más frecuentes, la mayor parte emparentados con la lengua vasca. Los menos usados, cima y cim -este último, más moderno que cimacuriosamente no aparecen ¡hasta hace pocos siglos! Los bonys suelen ser cerros redondeados y toman apellidos como el Bony Blanc, Bony Negre o Bony Cremat, en función de los materiales geológicos- los calcáreos son

boletín del parque nacional de aigüestortes i estany de sant maurici

claros y los pizarrosos, más oscuros- o de determinados sucesos más o menos catastróficos. Una variante interesante es el uso de roca para nombrar, de forma genérica, toda una montaña, como sucede en los alrededores de Sant Maurici, con la Roca de l’Estany o Roca Blanca. Las cimas más amplias o puis (derivados del latín podium), como el de Linya, suelen aplicarse a elevaciones importantes del terreno. Pueden generar topónimos compuestos, de significados evidentes, como Puipla, Puiredó o Puicalbo, es decir, sin vegetación. Son dominantes en las comarcas pirenaicas de poniente pero pueden alargar su sombra orográfica hasta las tierras del Ebro, presentando reducciones originales a “pi” o a “pu”, como Purrodono. Los picos, els pics y les piques son utilizados sobretodo por los geógrafos, los cartógrafos e ingenieros para dar nombre a elevaciones importantes. Pero retornando a lo dicho anteriormente, la gente del país no los utiliza apenas y prefiere hablar de “tussals, bonys i caps”. El enigmático “picolano”, ¡preciosa rareza!, podría ser ¡un pico pequeño! Y finalmente, no hay que dejarse engañar con la expresión “fer un piquet”, que a pesar de parecer invitar a subir un pequeño pico, en el Valle de Boí significa… “tomar un tentempié”. Tucs y tucas serían otras formas gasconas arraigadas también en los valles pallareses y ribagorzanos, lo que viene a demostrar que las lenguas extienden sus territorios naturales más allá de las absurdas fronteras administrativas. El Tuc de les Corticelles, el Tuc de Comamarja o el Tuc de Ratera son algunos de ellos, ¡lejos de Occitania! Montañas llamadas palas -como la Pala Alta de Sarradé, la del Sudorn o la Pedregosa de Llessui- también disfrutan de fortísimas inclinaciones, casi verticales, solo aptas para lo mejores caminantes. Es el país de los rebecos y de las perdices blancas. Si el punto culminante es extremo y agudo se utiliza la forma de “punta”, como la concurrida Punta Alta Comalesbienes, y cuando la punta es muy fina y en forma de aguja puede tomar el nombre de “agulla”, como las de Amitges, Bassiero o Travessani, pequeños paraísos pétreos para los escaladores de los Pirineos. Hay montañas que según la situación donde se encuentran, ya sea por las formaciones rocosas que generan o por comparación con construcciones defensivas, claves en la historia de muchos pueblos, reciben la apelativo castrense de castell, con variantes aumentativas, diminutivas o peyorativas como el Castell de Rus, el Castellet de Moro o els Castellassos. Si queremos pasar de un pico a otro no nos quedará más remedio que ratear por la línea divisoria entre las dos vertientes, el término pirenaico de la cual no es el de una carena- poco usado fuera de los ámbitos más cultos y excursionistas- sino el de una cresta, crestell o crestada. Crestells de Montorroio es una de ellas situada a caballo entre la Vall Fosca y la Vall de Àssua. Agonizan, por desgracia, las formas más metafóricas de todas: la crenxa ribagorzana o el clinxo pallarés, que muy probablemente, deriven de la crin del cabello. Por otro lado si utilizamos la palabra sierra o serra, como en la Serra de les Agudes o la Serra de Crabes, agruparíamos varios picos dentro de un mismo conjunto montañoso. Un sinónimo de montaña muy entendido es mont. Aparece fusionado con adjetivos, creando topónimos compuestos como Montorroio, la montaña roja; Montsent, la montaña señal; o Montardo, la montaña que no se rinde nunca. Otra curiosidad es el uso de aumentativos o diminutivos, como grande o pequeño, que refuerzan la importancia de una montaña. ¡Quién no ha oído hablar del Gran Encantat, el Petit Encantat o el Gran Tuc de Colomès! Por último, como comentábamos al inicio, una montaña es una montaña pero ¿qué es un montanyó o una montanyeta? ¿Una montaña grande, una pequeñita? ¿Son nombres comunes relacionados con las formas del relieve? Los expertos dicen que son palabras que no tienen un valor orográfico. Que simplemente hacen referencia a lugares de cierta altitud, ricos en pastos y frecuentados por los rebaños de los pueblos cercanos. Donde el bosque desaparece y donde comienzan los prados. Es allí donde encontraremos los montanyons y montanyetes, como las de Llacs, Erill o Espot. ¡Y más arriba, las altas cumbres! Josepmaría Rispa Pifarré Adaptación al castellano: Javier Piqué Alejaldre ß de los cerros a las más altas cumbres, pasando por las lomas… 23

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