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Por Héctor Juán Jara millo
, POEMAS DEL LUTO Y LA CELEBRACION
Héctor Juán Jaramillo
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Se asoman a esta ventana de caras nuevas en el terreno poético tres figuras que aún no sobrepasan el nivel de ese gran viraje producido entre los 27 y los 30 años; y que parten al abordaje de los rojos bajeles y los buques fantasmas dibujados sobre el horizonte, desde el ambiente en continua ebullición de la Casa de Poesía Femando Mejía de Manizales.
Puestos sobre la trayectoria que recorre un poeta como Mauricio Franco, sentimos que se eriza de esos temerarios desniveles y esos choques y saltos que aquí constituyen aquel fenómeno de violentamiento de un lenguaje que ha sido "apropiado" por una serie de creadores, generalmente los que abren brecha, para establecer contacto con ámbitos inexplorados de la sensibilidad y la imaginación. Toma de posesión que efectúa solo el autor, pero cuyas consecuencias se convierten en patrimonio universal. Y en la semioscuridad de un medio que se revela tan adverso para aquel por quien es factible recobrar la vieja calificación de sentidor, vislumbramos un descoyuntamiento cercano a esa tortura cuyo dolor arrojó de sí por primera vez César Vallejo, so
bre el cauce tortuoso de sus versos. Tormento que provoca el vacío afectivo del otro: tormenta por donde un hueco en el cielo hace llover "sal en mi pecho de babosa". Hacemos frente a un campo impregnado de sangre, donde esa angustia enfermiza que agudiza la sensibilidad del poeta alimenta con raciones de absurdo una agonía expresada en crujidos de imágenes destellantes como los ojos de un animal aterrado. Evocando la acometida de una desesperación que lo obliga a retorcerse, y que de ataque en ataque ha mellado sus garras, pero que no será domada nunca. Concluyamos: ésta no es una enunciación lineal de certidumbres sino el cuadro donde se anudan jirones de sentimientos que ahogan una voz estremecida por la ira. Un registro de la oscuridad que percibirnos a través de la acústica provocada en nuestro interior por ciertas resonancias intuitivas, (especie de murciélago dando vueltas en una caverna); expresión emotiva que acaso comprendamos mejor hacia un tercero o cuarto plano de nuestro espíritu desconcertado.
Ante los espasmos de ese ser acuchillado por la existencia que esboza Mauricio Franco, la voz de Juan Carlos Acevedo se alza con aire ceremonial, revestida de la elegancia y la atmósfera de solemnidad propias de quien siente repercutir en él la elevada entonación de los Salmos ¿ Y no vislumbramos que va inmerso también en la oleada del retomo de la lírica, antiguo regalo con que unos dioses tentadores vuelven a agasajar a los hombres? Por eso vemos relampaguear otra vez la emotividad lírica, que apagó la antipoesía al pensar que se trataba de un incendio, y que cobra una nueva intensidad en el amanecer de la generación del nueve ~i3lo. De esta escena emerge un cultor de la palabra, que, como Juan Carlos Acevedo, se muestra desentendido de la tendencia a la informalidad y la trasgresión evidenciada a lo largo del tono secular asumido por los poetas de la modernidad. Sucede que transitamos una época modelada por las invenciones y experimentos, en que el lenguaje ha sido sometido a una acumulación de mutaciones en el laboratorio que lo des-
truye- cuando no lo vuelve más fértil-, y donde se debe sujetar frecuentemente a un tratamiento que lo fuerza e imposta. Esto, cuándo el manojo de sus posibilidades formales no se ha reducido a la pobreza e, incluso, a la insignificancia.
Hoy asoman sobre el horizonte de la cultura los primeros rayos de un renovado disfrute expresivo, y en especial estético, que se redujo al mínimo hace mucho tiempo, al perder un amplio sector artístico su propia brújula y, renegando de toda profundidad, cederla al poder: político, financiero, tecnológico, de opinión, etc. Se inicia el rebasamiento de la concepción meramente instrumental del lenguaje que, sin atender a las ilimitadas proyecciones de lo que llamó Heidegger "la morada del ser", se limita a concederle a la dimensión de las palabras una función que responde a exigencias circunscritas según esta edad técnica, cuyo impulso sentimos sobre nuestra silueta trepidante. Esta plataforma sirve de base a otro modo de enfocar el lenguaje que no le concede relevancia a la forma sino en función del contenido y a los cuales identifica. Frente a tal especulación está el grueso de los artistas, quienes saben que el tratamiento de la forma, además de precisar o tras-formar los contenidos, no se confina en los materiales, como aquellos intelectuales que por habitar entre ellos la desprecian. Recordemos, no más, que la expresi ón del discurso es susceptible de experimentar un invaluable perfeccionamiento artístico. Y son precisamente los artistas quienes plasman y disfrutan en primer lugar de esos contornos plásticos, asimilándose a un Pigmalión de nuestra era sin dioses, que les comunicara por sí mismo el soplo de la vida. No obstante, es todavía más tenaz la actitud de descuido con que tantos emborronadores manifiestan su indiferencia ante la página en proceso, y el desaprovechamiento de líneas originales, de incitaciones de composición y realización que se proyectan desde el croquis de la escritura, hasta que parecería que el texto sólo fuera para trasmitir y no para expresar algo, que sólo fuera redacción y no escritura, sólo informe y no literatura. En tres palabras: contenidismo, reductivismo, desvirtuación ...
Expulsada del reino por sus guardianes, la visión poética del lenguaje reparó en el revés de las co
César Vallejo
sas, tradujo la lengua de incontables emociones, de mundos y seres amputados del organismo social, y vimos internarse al propio lenguaje hacia dimensiones invioladas. Y éste ante todo adquirió protagonismo dentro de ese cuadro de la escritura que apareáa compuesto por él solo. De tal modo los lectores, menos numerosos pero de mayor nivel, asistieron a un giro de 180º en la esfera poética. Sin embargo ahora podemos hablar de un grupo incipiente de poetas, con quienes coincide Juan Carlos Acevedo, en la aspiración a re-ligar su forma de decir al sentido sagra do del lenguaje. Y esta manera de nombrar las cosas ha originado la literatura más antigua, la más venerable, la que no pasa: la Biblia, el Bhagavad Cita, el I Ching, el Tao ... Tan atrevido rescate conlleva la realización de un designio trascendental que puede restituirle a la palabra su carácter mágico, tal como lo tuvo al vivificar el mito gracias a Homero o Dante, donde se da precisamente la consumación poética. ¿ Y por qué no convocar al fin la fascinación del embrujo poético, que abre el alma del hombre con su fórmula encantada, arrebatándola hacia galaxias fantásticas?
Heidegger observa el horizonte
Sin olvidar el brillo de la palabra, con el metal esmaltado de su voz y la tácita dignidad de un aristócrata abierto a las vueltas del mundo, este poeta nos muestra un recorte del ambiente de tango trabado con el alma de una ciudad que ruende la noche al filo de la cordillera (Manizales ); recrea los contornos neblinosos de cierta leyenda nacida en Inglaterra y que atraviesa el espesor de los siglos; y encomienda a un dios creador, y artista por ende, los versos que acaba de estampar sobre su cuaderno, donde ese dios "enciende la luna". Juan Carlos Acevedo trabaja a la manera de un orfebre sus poemas, y desenvuelve la estética del verbo como si fuera un tapiz de fondo negro ribeteado de motivos dorados. Armoniza los elementos designados con la forma en que los enuncia, y apunta hacia tal altura en la dicción que solamente el equilibrio infundido a su obra le permitiría seguir ascendiendo, a imagen de una torre que se levantara airosa sobre el firmamento.
Navegando por la corriente sin límites que se abre ante quien todavía no llega a los 20 años, la conjugación de poesía y vida en Mauricio Vásquez se hace fecunda al conjuro de los vientos de la experimentación. He aquí un bromista que dándole una voltereta al lenguaje acaba tomándole del pelo para jugar con él, saltándose las alambradas lógicas y adentrándose en una dimensión
donde formas y significados se renuevan y entrecruzan indefinidamente. Su ingenio vadea sin inmutarse los abismos sintácticos, recreando una y otra vez las configuraciones del campo lingüístico, mientras que retuerce y le saca jugo a lo más rico de sus frutos, de esas ambrosías que nos deleitan y además nos embriagan. Y en la expresión de Vásquez se esboza un gesto atento, pero despreocupado y juguetón, por más que asuma a ratos visos de seriedad. Sin embargo, no confiemos demasiado en la engañosa simplicidad que parece entregarnos al instante la clave de tan lacónicos criptogramas. Porque si andamos precavidos no nos engañará la intención maliciosa de estos divertimentos, donde acecha algo incógnito y astuto, que está encerrado entre líneas tan ligeras como para
escabullirse ante las miradas ansiosas, cuando no desatentas, de los supuestos participantes en esta búsqueda que incita al placer de la penetración literaria.
Mauricio Vásquez recobra una lúdica a punto de perderse, lo que nos da pie para poner de presente su importancia. Ya que es factible advertir de qué manera desarrollan la inventiva y ejercen un sortilegio sobre nuestra sensibilidad tales ejercicios de agilidad mental, donde hacemos un vacío en la mente para que afloren las respuestas apropiadas a cada momento, es decir, aquello que se llamaría respuestas oportunas. Se trata de un deporte que agudiza sobre la marcha la imaginación, en el que se cruzan sables afilados y se dispara el inconsciente a través del aire sereno de un continente despejado. Todo ello se nos depara al convertir en campo de juego aquel mundo de posibilidades donde nos hacemos humanos: el lenguaje. Aquí el espíritu toma inspiración de una atmósfera de creatividad que nos envuelve en el manto de ese genio surgido desde la copa hechizada del goce lúdico, al impulso de un acontecer que nos da vuelo, en medio de aquellas corrientes disponibles y ligeras que son absorbidas por la fascinación. Flotando entonces desprevenidamente sobre un entorno propicio al crecimiento de nuestra dimensión personal, que halla su expansión al resplandor del fuego de la palabra. Y la amplitud de sus ondas nos imprime esa vivacidad que podemos tomar por el alma de la llama, a lo largo de un festín donde danzan y ríen los espíritus ebrios; pero que, llegado el momento, también sab en acogerse al silencio y la sombra.
Estos fundamentos propician y dan valor a aquellas permutaciones de las series de sonidos y sentidos que llevan latente el poder de expansión de un universo ilimitado, enriquecido con una pluralidad de fenómenos estelares y rebosante de interés por las constelaciones expresivas, donde tal vez deslumbre el fulgor que despiden las condensaciones y asociaciones libres. Y a semejanza de esos muñecos de resortes que brotan súbitamente de las cajas de sorpresas, de los dobles fondos y múltiples sentidos que pueden desplegarse como un acordeón en aquellas circunvoluciones -propias o extrañas- que son los caminos de la comunicación humana, van extendiéndose los acordes de una original composición en contrapunt o: Ríos en el viento que no siguen ningún curso definido, encuentro en el cielo de una escogida e inexorable bandada de aves de presa, chispazos que saltan de una ingeniosa pirotecnia.
Dejando la mente en blanco, sin sentirse estorbada por bloqueos y cargas, y amplificada por tanto esa atención donde repercuten las palabras del otro; ciertas dosis de espíritu deportivo producen una desenvoltura de aquellas marañas de la complicación y liberan de tensiones a quienes se hallan en capacidad de protagonizar el esplendor de estas batallas sin sangre. En tal forma se canaliza la energía individual mediante improvisadas descargas de salva, franqueadas por una dilatación del ánimo, sin dirección preconcebida. De allí resultan diversas "oportunidades", que pueden ser fulminantes, pero abiertas, en todo caso, a la realización de los valores.
A medida que los profundos plieg ues del psiquismo se desenvuelven sobre este cielo despejado, semejando la bandera de un encuentro festivo, vamos abriéndonos a aquella magia olvidada bajo el apla
Pigmalión y Galatea
namiento colectivo, con que el aparato de los poderes torna más dóciles las conciencias. Ese plano mágico adquiere forma en medio del impulso que toman los juegos de la palabra, (de una categoría muy superior a los juegos de palabra s), permitiéndonos ejecutar peripecias y acrobacias prodigiosas sobre la red del lenguaj e. Tanto la locura inspirada como la ligereza que esta gimnasia ha infundido al discurso nos consienten dejar de lado el respeto con que éste nos amedrenta desde las aulas, e incluso nos dan libertad para violar a la encorsetada gramática; jugándole al dominio del verbo una serie de bromas que derriten el hielo, permitiéndonos saltar la guardia solemne de su formalidad. Entonces descubriremos un reino por donde pasa nuestro camino en el tiempo, y dejaremos atrás la obsesión de que el lenguaje es sólo una estruendosa herramienta para conseguir los fines de la vida diaria. Y así se nos revelará lo maravilloso de su libertad, de su potencia creativa y de las incalculables virtualidades que encierra. 6'