Revista Pokerface Ed #63

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Nos conocimos en el Caribe cuando, en mi mejor momento, daba clases de buceo. Justo antes de echarlo todo a perder, como había hecho antes en Buenos Aires, y estaba seguro, me volvería a pasar. Cuando volvimos a la ciudad me invitaron a participar de su mesa. Después de perder tres veces, lo que significó dilapidar casi todos mis ahorros, una noche conecté con el gato. Esa fue la primera vez que gané. Hasta entonces solo me había conectado con peces, por supuesto que sin éxito, pero el mensaje del felino fue tan claro y contundente que de inmediato mi suerte cambió. Aunque sabemos que la suerte en esto no tiene nada que ver. Las señales eran información, el gato como manómetro o brújula, según el protocolo y en un todo de acuerdo a mi formación profesional. No me equivoqué. Esa misma tarde fui a comprar ropa de cama nueva y una lámpara, postergadas durante muchísimo tiempo. Por la noche recibí el llamado de Iván, el anfitrión de la mesa de póker, que quería verme en forma urgente. Hice un repaso mental de mi comportamiento, analicé la posibilidad de que me hubieran descubierto y llegué a la conclusión de que era imposible. Agradecí el whisky, el vasito con agua y el plato con galletitas, respondí a las preguntas de cortesía y, seguro de mí, pero con ganas de irme lo más rápido posible, le pregunté qué necesitaba. —Abandonaste la lógica y empezaste a ganar. Ya sé que perdiste varias veces hasta entrar en confianza, así que dale, largá todo… —Solo sigo corazonadas… —Y yo hice la plata trabajando… ¿Querés otro whisky? Pensalo tranquilo mientras te lo sirvo. Lo más sensato que se me ocurrió fue decirle que en la siguiente reunión le mostraría el truco en vivo, pero me ofreció el vaso lleno hasta el borde, y así me ganó de mano: —Quiero que participemos en una mesa especial y no haya margen de error. ¿Hacemos una reunión previa? —Me inquieta eso de que no haya margen de error… —A mi me inquieta un perejil como vos que nos limpió cuatro veces seguidas. Estuve a punto de enojarme por lo de perejil, pero enseguida siguió hablando —Voy a pagar la llave de los dos: vos ganás, te llevás tu plata y la próxima perdés. Así de simple. Eso sí, después de per-

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YA A SOLAS, IVÁN SONRÍE Y DICE QUE SOY UN KAMIKAZE, QUE SOLO A MÍ SE ME OCURRE HACER UN TRIBET ASÍ, PERO GANÉ Y ES LO QUE IMPORTA; DICE QUE LA PLATA ESTÁ EN UN BOLSO Y QUE EN UNA SEMANA TENDRÉ QUE DECIDIR QUÉ HACER, Y QUE NO SERÁ LO QUE DEBA SER SINO LO QUE YO DECIDA.

der no podés volver acá. Es mucha plata la que te ofrezco, ¿estás de acuerdo? —¿De cuánto estamos hablando? —Doce jugadores, un millón doscientos. Y en la siguiente vamos a ser solo cuatro, pero en esa gano yo. Simple. ¿De acuerdo? —Trato hecho. Una escuela de buceo en alguna isla del Pacífico, un bar frente al mar, un nuevo comienzo, quizás pueda secuestrar al gato y dedicarme al poker para siempre. La mesa es conservadora y Evaristo está más preciso que nunca con sus indicaciones. Un river decide mi suerte, el color que derrota a un par doble y un sonoro puñetazo que clausura la velada. Ya a solas, Iván sonríe y dice que soy un kamikaze, que solo a mí se me ocurre hacer un tribet así, pero gané y es lo que importa; dice que la plata está en un bolso y que en una semana tendré que decidir qué hacer, y que no será lo que deba ser sino lo que yo decida. Una semana más tarde llegó a casa de Iván a la hora convenida, me invita a pasar al garaje y me indica la puerta trasera de su camioneta; desesperado, le digo que tenemos que llevar al gato, que sin Evaristo no puedo ganar y él se ríe, me dice que recuerde que hoy tengo que perder y que no me ponga nervioso, que es lo que trato de hacer hasta que los cuatro estamos ubicados a la mesa. El tercer hombre es desagradable y su sobrecargada casa no desentona, el cuarto es aún peor; un ejército de mirones a nuestro alrededor observa al croupier repartir cartas. Yo observo el paño, las fichas, los rostros del público y me llama la atención tanta gente en una partida clandestina. El juego es deep y se hace largo, los de afuera, sin embargo, parecen disfrutar la partida más


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