Club Pont Grup 12+1 Amor

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CLUB PONT GRUP MAGAZINE N#13 AMOR

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VEN A PROBAR LA NUEVA GAMA MT EN EL

MT-TOUR 2016 08-09 JULIO SANTANDER

16-17 JULIO VIGO

23-24 JULIO VALENCIA

MÁS INFORMACIÓN E INSCRIPCIONES EN MT-TOUR.ES El MT Tour está de vuelta y llega con muchas novedades. No te pierdas este evento único donde tendrás la oportunidad de conocer y probar toda la gama MT incluida la brutal MT-10. En el imponente tráiler que acompaña al evento caben mucho más que motos… Siéntete como un auténtico MT rider con nuestra colección de ropa MT, recréate con la gama de accesorios originales exclusivos MT y disfruta de la fiesta que tenemos preparada para ti. ¡No será un evento de pruebas cualquiera, será una experiencia inolvidable!

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EL SUMARI 5 6 8

pág

EDITORIAL pág

POR AMOR A LAS MOTOS

26 30

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EL HIJO DE MARIA ANTONIA

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MARIONETAS QUE NO SABEN QUE LO SON

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ATLANTIS

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ME PUEDO ENAMORAR DE QUIEN QUIERA: DE TU HERMANA, DE TU MADRE Y HASTA DE TU MOTO. Y NO PUEDES HACER NADA.

36

pág

TE ENTREGO 1/2 DE MI CORAZÓN

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EL AMOR ES UNA VESPA, LA PASIÓN ES UNA HARLEY pág

40 46

pág

TO ELVIS, LOVE, PRISCILLA.

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URAL


¡ADVERTENCIA!

¡Conduce siempre de manera segura y observa las señales de circulación! ¡Utiliza siempre ropa adecuada con protección y nunca pilotes sin casco! ¡Todas las escenas de conducción mostradas han sido realizadas sin excepción por profesionales en carreteras cerradas!

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hora es el momento de entrar en nuestro mundo de ADVENTURE y lanzarte hacia tu nueva y excitante vida a carretera abierta. Sea para una escapada de fin de semana a la costa, para una semana de aventura o simplemente para añadir un poco de salsa a tu desplazamiento diario, hay una KTM ADVENTURE hecha para tus necesidades específicas.

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EL EDIT RIAL Chano Coronil DIRECTOR

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“Estoy bien, yo estoy bien, dime ¿cómo está la moto?” ¿Quién no ha dicho esto mismo después de una pequeña caída con su moto? Y preocuparse de algo más que de uno mismo ¿no es amor? Y es que el amor a las motos es algo parecido al amor a los niños, no puedes entenderlo hasta que no tienes uno. Por eso hemos dedicado al número 12+1 a intentar explicarlo, y ha sido como intentar explicar la superstición, imposible. Eso no quiere decir que no lo hayamos pasado bien intentándolo. En este número encontrarás artículos sobre los diferentes tipos de amor, la moto que Priscilla le regaló a Elvis como muestra de su amor, y un tipo tan enamorado de las motos que pese a sufrir al amputación de los miembros de su lado derecho, aún corre en moto… y gana. Espero que lo disfrutéis tanto como nosotros haciéndolo.


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POR AMOR A LAS MOTOS

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CUANDO ABRIMOS PONT GRUP EN 1989, LOS SEGUROS PARA MOTO COSTABAN UN DINERAL: EL SEGURO DE UNA SCOOTER PODÍA SER MÁS CARO QUE EL PROPIO VEHÍCULO

Cuando abrimos Pont Grup en 1989, los seguros para moto costaban un dineral. Un dineral es tanto como decir que el seguro de una scooter podía ser más caro que el propio vehículo. En estos casos uno puede enfadarse, protestar y no hacer nada o crear la primera correduría especializada en motocicletas de España, creando de paso, una forma de entender los seguros que cambió la manera en la que se aseguraban las motocicletas en este país para siempre. Y lo hicimos modificando la manera en la que las aseguradoras veían a las motos, dejando de ser algo para ricos y convirtiéndolas en algo accesible para todos. Por eso, para que los seguros dejasen de ser un impedimento y que todos pudieran disfrutar de las motocicletas, en el año 2004 nos convertimos en la aseguradora oficial de Yamaha. Desde entonces hemos vendido más de 350.000 pólizas. Es decir hemos conseguido que miles de personas pudieran conducir su sueño. Pero nuestro amor por las motos no acaba ahí, desde el año 2010 hemos ido añadiendo ventajas a nuestras pólizas con el Club Pont Grup, ventajas pioneras que cuidan de la moto, como el seguro de avería mecánica, el cambio de aceite anual, seguro de pinchazo o un localizador antirrobo

para saber dónde está tu moto en caso de que te la roben. Pioneros en asegurarnos que nuestras queridas motocicletas estén siempre cuidadas. Y para fomentar el amor al deporte del motor, patrocinamos pilotos como Jorge Lorenzo, Ben Spies, Aleix Espargaró, Jordi Viladoms, Xavi Vierge y equipos de motociclismo como el Yamaha Dakar, el Yamaha Movistar de MotoGP o el Pont Grup Yamaha de Enduro. Además, para que la relación con las motos sea larga y feliz, también hemos hecho cursos de conducción con Kevin Schwantz, y vídeos para fomentar la seguridad de los motociclistas con Jorge Lorenzo. Una vida de amor a las motos que empieza con los que formamos Pont Grup. La mayor parte de los que trabajamos aquí tenemos moto, algunos de nosotros más de una, e incluso algunos más las utilizamos para competir. Hemos viajado con ellas, corrido con ellas, paseado con ellas y sufrido con ellas de manera que la mayoría de las veces sabemos cómo nos gustaría que fuera el seguro perfecto para los que, como nosotros, estamos enamorados de las motos. Y todo esto ¿por qué? porque amamos las motos, y nada nos gusta más que trabajar con ellas.

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Atlantis P OR

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IVÁN RE G U E RA


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NO HE VUELTO A VER UN CULO IGUAL EN MI VIDA. PERDONEN USTEDES QUE EMPIECE DE FORMA TAN VULGAR, PERO ES QUE MI PRIMER RECUERDO DE PAT ES SU MARAVILLOSO TRASERO. NO PRETENDO IR DE LO QUE NO SOY, NI ENGAÑARLES, NI OCULTAR NADA EN ESTE RELATO. O CASI NADA, AL MENOS.

Pat iba de paquete en la moto Dani, una preciosa Yamaha R-1 negra. Era nueva y relucía. Su manillar, sus maletas, sus neumáticos. Envidiaba a Dani por eso, aunque no podía quejarme de mi Honda CBR 600 roja, que rugía como una diosa. Acababa de comprarla gracias a un chollazo, a un tipo que casi se mata en carretera y pasó de las motos de la noche al día. La Honda tenía una abolladura y un rasponazo que arreglé, pero por lo demás estaba perfecta: delantera nueva, filtros nuevecitos, igual que su arrastre, la batería y el tubo de escape. Yo llevaba a Maite en mi Honda. En aquel absurdo picnic en la sierra, asados de calor y rodeados de moscas y matojos, me quedé petrificado ante aquellos ojos almendrados, la nada dócil mata de pelo rubio cobrizo, las manos, ese cuello que parecía cincelado, esos pechos no muy generosos pero que también parecían tallados, esos muslos mal escondidos en una falda de seda. Fue todo muy rápido. Aquella misma sobremesa, tumbados sobre ese secarral y adormilados por las tres botellas de Rioja, pensé que podría ser mía. No era algo demasiado complicado. Dani era un tapado de manual. Sabía bien que lo que le gustaba eran los tíos. Lo había intentado, muy sutilmente, conmigo. Era cuestión de esperar, pero yo no quería esperar. Quería a Pat en mi moto, en mi cama, en mi ducha y en mi vida. Intercambiamos mails. Lo de las cartas, esas decenas de misivas mandadas a novias aburridas, conservadoras, encantadoras o

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Envidiaba a Dani por su Yamaha R-1 negra, aunque no podía quejarme de mi Honda CBR 600 roja, que rugía como una diosa. 10

taradas, había quedado completamente desfasado. No guardo los mails que le mandé a Pat porque desde entonces he cambiado dos veces mi cuenta, pero recuerdo que ya en el octavo me lancé. Ella se lanzó también, sin pensarlo. Al leer su respuesta, el corazón me latía desbocado. Me respondió rápido, en sólo tres minutos. Como esperaba, fue sencillo, muy obvio. Ya lo había dejado con Dani. Me alegré por él. Yo rompí con Maite en un taxi. Fue todo muy natural, sin escenas, sin aspavientos. El primer encuentro a solas fue muy torpe. Aunque nos seguíamos gustando, ella pensó que yo era un reaccionario y yo que ella era una progre con una tortilla de ideas inalcanzables. No nos encamamos esa noche, ni la siguiente. Fue tras una fiesta en casa de mi hermano Lucas, en la que celebraba su graduación con

notable. Siempre fue el cerebrín de la familia, aunque yo me quedé con los ojos de mamá y él con la alopecia de papá. En aquella fiesta, que se desmadró y los vecinos acabaron llamando a la policía, Pat tomó media pastilla de a saber qué y de madrugada empezó a sudar y a comportarse como una dulce lunática. Con aquella blusa blanca, empapada en sudor, se le trasparentaba todo. Cuando estaba preparándome mi enésimo cubata en un vaso de tubo de plástico, ya bastante tocado pero no borracho del todo, la bella Pat me cogió de la mano con una delicadeza y una suavidad increíbles y me empujó hacia el cuarto de baño. Saludamos a mi pobre hermano, que acababa de vomitar y estaba pálido. Notable cebollón el suyo. Cerramos la puerta y nos besamos, nos sobamos, nos engullimos. De fondo sonaba Atlantis, de Donovan. “Way down below the

ocean where I wanna be, she may be”. Aunque no podía más, no quise hacerlo en esa casa y menos en ese cuarto de baño. Pat no dijo absolutamente nada, sólo seguía catando. Mis labios, mis mejillas, mis orejas, mi cuello... Yo hice lo mismo, aunque de forma más torpe. Ella era una experta. El efecto de la pastilla todavía le hacía efecto. Mirando a aquellos preciosos ojos y a esas pupilas dilatadas, supe que ella quería otra cosa, otro lugar. Lo hicimos por primera vez en mi casa. La gata observaba con resignación e indiferencia el perfecto desnudo de aquella otra gran felina. Bueno, casi perfecto. Esa noche, esa primera noche de todas las que vendrían, vi por primera vez, y mientras entraba en ella, la cicatriz de Pat en su muñeca. No me desconcentró y seguí a lo mío, aquel cuerpo alucinante era demasiado fiel a mi canon de belleza. Pero


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Vendí la Honda y me decidí por una Harley Softail De Luxe con Power Comander para aumentar su potencia, cuentarevoluciones, doble disco de frenos, barra de protección para motor, bellos estribos, lujosos pedales, preciosos espejos, reloj... cualquiera hubiese sabido que esa marca suicida era sinónimo de muchos problemas, que lo mejor hubiese sido un cigarrillo, un “Nos llamamos” y no volver a verla más. Pero yo estaba enamorado, enganchado, atrapado como un zombie haitiano sin voluntad. Al mes ya estaba con sus cosas plantada frente a mi puerta. La gata la olió y odió durante tres semanas, no llegó al mes. Pasado ese tiempo de adaptación, se hicieron íntimas. Lo mismo hizo con la portera. No trajo demasiadas cosas. Pat era medio gitana, medio nómada. No trajo un solo mueble, sólo dos maletones con sus ropas y tres cajas con sus libros y su música. Esa era toda su vida acumulada en 23 años. Yo tampoco tenía gran cosa en mi apartamento, soy un tipo austero y sin blanca, así que Pat pudo colocar todas sus cosas sin ningún problema.

Mi abuela había dado su último suspiro en la residencia. Hacía años que no sabía ni quién era. Así que acababa de heredar. Decidí celebrarlo e inaugurar nuestra vida juntos cambiando de moto. Vendí la Honda y me decidí por una Harley Softail De Luxe con Power Comander para aumentar su potencia, cuentarevoluciones, doble disco de frenos, barra de protección para motor, bellos estribos, lujosos pedales, preciosos espejos, reloj, la funda original de Harley y, como remate, dos perfectos cascos de piel Harley, uno para mi, otro para Pat. Ella la admiró ilusionada. Con la Harley nos conocimos de pe a pa la sierra madrileña, viajamos en repetidas ocasiones a Cuenca, Toledo y Segovia y también visitamos Mérida, Sevilla y Córdoba, ciudad que realmente no llegamos a conocer porque no salimos de la habitación del hotel. Ya me entienden ustedes.

También usamos la Harley para ir hasta Francia. París fue donde Pat más feliz fue, sin lugar a dudas. Sé que suena a estereotipo romántico, pero fue así, ya les he dicho antes que no pretendo ir de lo que no soy, ni engañarles o manipularles en este relato. Y allí compró el disco con nuestra canción: Atlantis. Los tres primeros años con Pat fueron alucinantes, en ellos nos conocimos, nos peleamos y nos reconciliamos como todo hijo de vecino, pero no todo el mundo tiene que saber qué es el trastorno bipolar. Yo lo tuve que conocer por boca del médico que cuidó de la bella Pat en el primer ingreso de los muchos que tuve que sufrir. Pat padecía el también llamado trastorno afectivo bipolar, algo que hace años se conocía como psicosis maníacodepresiva. Pat, a la que tuve que recoger en El Retiro, tumbada bajo uno de los enormes

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Para celebrarlo, volvimos a la carretera y con una nueva moto, una Suzuki Burgman de segunda mano pero como nueva. 12

Con ella recorrimos Málaga, Almería, Murcia y Alicante.

almendros de El Huerto del Francés, sufría, así decía el buen médico, un trastorno de su estado de ánimo. Había entrado en otra de sus agudas depresiones. La llevé en taxi para que la ingresaran, y la cosa fue muy bien. Los dos hablamos de su problema y ella se abrió a mí como nunca lo había hecho. Durante meses, casi un año, la sanaron, la cuidaron y superó aquello como una valiente y madura señorita. Para celebrarlo, volvimos a la carretera y con una nueva moto, una Suzuki Burgman de segunda mano pero como nueva. Con ella recorrimos Málaga, Almería, Murcia y Alicante, ciudad que, por cierto, horrorizó a Pat. El sexo volvió a ser fabuloso y libre y ella engordó algunos kilos que les sentaron muy bien, sobre todo a su antes mencionado trasero, que ella lucía con generosidad y orgullo.

De vuelta en Madrid, Pat aceptó un trabajo en un agencia publicitaria y yo seguí con mis artículos y relatos, además de una novelita que se me atragantaba, no veía ni el tiempo ni la energía para dedicarme a ella. Por mucho que respetásemos nuestros espacios, la casa no tenía la soledad necesaria para enfrentarme a ella, para escribir de verdad, concentrado. En aquellos días, empecé a echar de menos la soledad en la que había vivido hasta la llegada de la bella Pat. Ella, para qué negarlo, ayudó mucho a avivar esa sensación. En pocas semanas, la echaron de la agencia por montar un numerito a la mujer de administración. En paro, se plantó en casa “para escribir”. Sólo fui capaz de sacarla de casa para montarla en la Suzuki y visitar Portugal, viaje que teníamos en mente hacía meses. Olvidando una escena muy desagradable en una marisquería, todo

fue genial. También el sexo. Otra vez. Mucho y del bueno. Nos complementábamos en la cama. Bueno, en la cama, en la playa, en el campo, entre matorrales o en baños de discotecas. De regreso a la ciudad, Pat volvió a esconderse en su caparazón y a no salir de la sala “para escribir”. Decir que descuidó su higiene sería ser un cursi. Pat no se duchaba, estaba echa una cerda todo el santo día. Y ni comía, ni me acompañaba a hacer la compra. Volvió a adelgazar y su culo perdió aquel esplendor que había logrado. Ya casi no hablábamos en casa, no salíamos de ella y el sexo desapareció durante demasiadas semanas. La Suzuki ya sólo la montaba yo. La necesitaba. Mis paseos solitarios por Madrid fueron toda una terapia para mí, logré con ella una muy necesaria laxitud.


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La moto Dani, una preciosa Yamaha R-1 negra. Era nueva y relucía. Su manillar, sus maletas, sus neumáticos.

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Un día, Pat salió a por cigarrillos y se dejó el portátil encendido en la sala, que apestaba a tabaco. Me acerqué a él y leí algunos de sus escritos. ¿Recuerdan aquella escena de El resplandor en la que Shelley Duvall descubre que Jack Nicholson sólo ha escrito en su máquina de escribir centenares de veces “No por mucho madrugar amanece más temprano”? Pues fue algo parecido, pero sin esa repetición. Pat había escrito cosas como: “No dura todo, pero el fin ensancha todas las cosas, alguna vez veré por fin la verdad pero no hoy, mañana a madrugar. Somos lo que vemos y lo que ven dentro o a través. Luz sin sonido, oscuridad sin ritmo, calma plena”. Y todo así. Un palique absurdo e indescriptible. Ilegible. Página de Word tras paginas de Word. Me quedé petrificado. Lloré, lo confieso. Como un crío. El corazón me iba a ciento ochenta por

hora. Cuando regresó a casa disimulé, salí a la calle y me di otra vuelta con la Suzuki. La bella Pat tomaba Olanzapina, un medicamento que, supuestamente, ayuda a gente con depresión severa o psicótica, que era su caso. A veces rompía con la realidad y sufría alucinaciones. Todavía recuerdo, como si fuera hoy, aquella madrugada en la que me dijo que yo era el demonio. La encarnación de Satanás en la tierra. Nada menos. Se lo juro. Una noche, en la que la invité a despejarse y a cenar en un italiano que nos encantaba, se pasó con la dosis y la mezcló con vino blanco. Tras ducharse y maquillarse de forma exagerada, como una meretriz, salimos a la calle y nos dirigimos hacia la Suzuki con nuestros cascos. Pat se tambaleaba como un saco de boxeo, derrapaba al hablar, entrecerraba los ojos. Fue

la vez que más asco me dio. Sentí por ella una absoluta repugnancia y muy poca piedad. Ya no me quedaba ni un puñetero gramo de piedad. La observé, detuve mis pasos y le dije: “Así no voy contigo a ninguna parte, estás colocada”. En vez de defenderse, Pat se abalanzó sobre mí y empezó a pegarme con el casco de la moto. Después lo tiró y se centró en propinarme bestiales bofetadas en la cara, puñetazos en la tripa, patadas en las piernas... Y sin gritar una sola palabra. Muda. La gente que pasaba a nuestro lado nos miraba espantada. No respondí. La hubiese tumbado, pero ni quería hacerlo, ni tenía ganas de una demente versión de Pat en comisaría. En ese supuesto, tenía todas las de perder. Me limité a montar en la Suzuki, a arrancarla y largarme de allí. No regresé con ella. Las siguientes semanas,


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casi un mes, dormí en casa de mis padres. También hablé con su familia, que consiguió volver a ingresarla. Pero esta vez no funcionó, el buen doctor, superado por su brote, no fue tan positivo como la última vez en el hospital.

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Volví a casa, tenía que enfrentarme a la verdad. Había engordado otra vez. Mucho mas. Estaba desfigurada y, para colmo, se había pasado a la ginebra. Olanzapina y ginebra, háganse ustedes una idea. Era imposible hablar con ella. En nuestras patéticas conversaciones, de cada dos minutos que yo metía baza, ella hablaba veinte. Y sin sentido, en bucle, repitiendo una y otra vez los mismos reproches, insultos, inventos y mentiras. Además era hiriente, quería hacer daño. Y se lo quería hacer a todos: a mí, a mi madre, a mi padre, a mi hermano, a Dani, a mis mejores amigos... No quería dejar nada en pie, pretendía arrasar con todo. El último verano con Pat, cambié otra vez de moto. Vendí la Suzuki y me agencié otra Harley. Sólo cinco días después de comprarla, hice un viaje solo. Hasta Barcelona, donde tenía a un buen amigo editor al que le conté todas mis penas. Cuando regresé, aparqué la moto abajo, metí la llave en la cerradura y vi que no entraba. Lo intente, pero nada. Confuso, bajé a portería. Pat, según me confesó la portera, había llamado a un cerrajero y cambiado la cerradura. Mi cerradura. Grité para que me abriera, la llamé al móvil decenas de veces, la llamamos desde portería. Nada. Pensé en llamar a otro cerrajero, a la policía, al buen

doctor, a su familia, en tirar la puerta... Pensé de todo sentado en uno de los viejos y agrietados sofás de cuero del portal. Pero no hice nada de eso. Todo lo que tenía de verdadero valor en la vida estaba en el portátil que traía conmigo. Mis relatos, mi novelita inacabada, mis ideas, mi trabajo, mis contratos, mis facturas... Tomé entonces la decisión más absurda y feliz de toda mi vida. Sencillamente cogí la Harley y me largué. Pillé la A-1 y me dirigí al norte. Sin bagaje, sin nada. Sin mi gata, sin mi vida, sin mi Pat. Y lo hice tarareando Atlantis, de Donovan. “Way down below the ocean where I wanna be, she may be”.

Tomé entonces la decisión más absurda y feliz de toda mi vida. Sencillamente cogí la Harley y me largué. (...) Sin bagaje, sin nada. Sin mi gata, sin mi vida, sin mi Pat.


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Me puedo enamorar de quien quiera: de tu hermana, de tu madre y hasta de tu moto. Y no puedes hacer nada. POR

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C HA NO CO R O N I L


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He estado investigando. Quería escribir un artículo bien documentado, a prueba de comentarios de cualquier experto con ganas de sentirse superior pisando sobre el desconocimiento de los demás, así que he mirado en la wikipedia.

Por lo visto hay varios tipos de amor: amores no correspondidos, amores que te dejan lisiado e incapaz de volver a amar y amores que matan. El amor a las motos es algo parecido al amor a los niños, no puedes entenderlo hasta que no tienes uno. Los griegos, claro, utilizan palabras distintas para denominar los diferentes tipos de amor. No estoy seguro de para qué, pero he intentado encontrar una historia relacionada con las motos para ejemplificar cada uno de estos tipos de amor. Creo que se pueden utilizar las motos para explicar casi cualquier cosa que uno quiera. AMOR ÁGAPE Barry Strang quería una motocicleta. La quería tanto que la quiso durante 44 años y como es habitual su mujer se negaba a compartir su amor con una motocicleta, ella sabía que podía perder. Una mañana con la pre jubilación en el bolsillo y una lista de buenos argumentos en la cabeza Barry logró convencer a su mujer para comprarse una moto y exactamente a 5 kilómetros del concesionario Harley

Davidson de Wyoming la palmó en un accidente con su moto recién estrenada. Su esposa no se enfadó: “Murió con una sonrisa en los labios” dijo a quien quiso escucharla. Montar en moto es una de esas cosas buenas e inservibles con las que uno hila su vida y hace que merezca la pena vivirse. Arnaud C Borwgs, nunca tuvo una moto. Eso no le impidió estar enamorado de ellas hasta el día que se murió. Aquel día su mujer decidió hacer algo que él no hizo en toda su vida. Le compró una. Fue a un escultor local y le encargó una moto de mármol para poner en su tumba. ¿Una moto sola? No, una moto con ella en la parte trasera del asiento. Las dos cosas que más quiso en su vida juntas y para siempre. AMOR FILOS “Lo que el niño necesita es campo para correr” Una abuela normalmente acierta, y otras no se


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equivoca. El niño no se estaba quieto, y correr era desde luego algo que el chico podía hacer.

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You do not need a therapist if you own a motorcycle, any kind of motorcycle!

El médico fue más científico y dedujo tras las pruebas que que el niño sufría de TDAH, le recetó Atomoxetina. Fue entonces cuando la madre dio una de las negativas más varoniles que se recuerdan en aquel hospital. No se había oido un “no” con tanto músculo y testosterona desde que el jefe de del hospital había propuesto hacer los vestuarios del personal mixtos para poner más habitaciones. La madre del niño tenía sus propias teorías sobre como encauzar la energía de su hijo y drogarle no era una de ellas.

Dan Aykroyd

Hay una frase de Dan Aykroyd que dice que uno no necesita ningún psicólogo si tiene una moto. EL TDAH se lo iba a quitar con una TDM del 91. A veces basta con un cambio de letras para que las cosas cambien en todos los sentidos. El niño, como cualquier adolescente, estaba enamorado de las motos y un bicilíndrico en paralelo de casi 900cc era todo el amor que uno puede desear. La TDM fue montada y desmontada decenas de veces, con pequeñas mejoras, motor, frenos, suspensiones, hasta que se le sacó hasta el

último átomo de rendimiento que la moto era capaz de dar y mientras eso ocurría el niño también fue mejorando hasta convertirse en un mecánico competente y un mejor piloto. Pronto su pueblo y su comarca se le quedaron pequeñas y en un par de años consiguió correr el CEV. Cuando puedes encauzar en TDAH con talento, no triunfar es casi una inmoralidad. Fue sólo una carrera pero ¡qué carrera! Tan bella, tan perfecta que contenía todas las buenas carreras de su vida, un “the best of ” concentrado en poco más de media carrera. Aún se recuerda esa épica remontada entre los que la presenciaron. El niño se cayó, aún no se sabe por qué. Quizás se impacientó y aceleró demasiado pronto a la salida de la curva. No se hizo gran cosa, escafoides y clavícula, lo mínimo, pero dejó de correr. De pronto se interesó por otras cosas, algunos dicen que cambió las motos por las chicas, pero lo que se sabe seguro es que gracias al amor de su madre jamás necesitó tomar Atomoxetina. AMOR EROS Mi amigo José entró en el concesionario a lo grande, como si el resto de los días de su vida fueran a ser sábado y abrió la puerta con la seguridad que da llevar en la cartera el dinero para dar la entrada para una moto


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nueva. En billetes pequeños, no correlativos y sin numerar como piden en las películas los que saben de esas cosas. Llevaba tiempo ahorrando para comprarse una moto, una que había tenido en la carpeta, en un póster y en su cabeza desde hacía años.

La han sustituido por la VFR 800 dijo, como si un amor fuera substituible por otro.

José había ido muchas veces a la tienda a ver la moto y cuando le preguntaban había tenido que responder “Sólo estoy mirando gracias” que es lo mismo que decir: “Estoy sin blanca, pero quédese con mi cara porque cuando tenga un golpe de suerte, volveré”

¡Qué cabrones! No habían avisado. Deberían haber enviado una circular a todos los que soñaban con esa moto: “Desen prisa, diría, sableen a quien puedan, hagan horas extras, compren lotería, este sueño se acaba”.

José había heredado algo de dinero y según se mire y dependiendo para quién, una herencia es algo que puede ser considerado un golpe de suerte. “Quiero una VFR 750 blanca con ribetes dorados” La frase le salió como un globo al que le sueltas el aire de repente, como si llevase con esa idea metida en la cabeza a presión y no le cupiese nada más en la cabeza. Pero todas las historias perfectas tienen una grieta por donde le cabe un desastre. “Lo siento chaval” respondió el vendedor, la moto ha sido descatalogada, y ya no la vendemos. José sintió el vació bajo sus pies y nada de nada entre las piernas, exactamente en el sitio donde pensaba sentir el ronronear de un V4.

Y de pronto los sábados perpetuos eran lunes por la mañana y José por primera vez no sabía que quería.

Afortunadamente el vendedor de “Motos Torres” tenía la labia que se le supone a los buenos vendedores y no tener lo que el cliente había ido a comprar no era un impedimento para cerrar una venta y llegar a la cuota de todo el año a mitad de Julio. José se compró una VFR 800 y se llevó un casco y un pitón de regalo. Nunca ha sido tan feliz en su vida. Por lo que se puede deducir que José no estaba enamorado de una moto en concreto, sino de la idea de las motos, lo que los psicólogos entienden como amor hedonista, así que finalmente parece que el amor sí que es substituible, y es una suerte, porque a tener una relación monógama para toda la vida con una moto le pasa lo mismo que con las personas, que suena mejor de lo que realmente es.

tener una relación monógama para toda la vida suena mejor de lo que realmente es

Chano Coronil

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EL

amor ES UNA VESPA

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PO R

FE RMÍN DE LA CALLE


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LA

pasiรณn ES UNA HARLEY

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“La velocidad pura se siente subido a una moto. Ningún coche te dispara la adrenalina como una moto”. Steve McQueen

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Hay muchas historias de amor y motos. Empezando por la que protagonizó Julio Cortázar, quien se hizo con una Vespa por un precio insignificante en París en los años 50 para pasear por las calles de la capital francesa. Una Vespa a la que bautizó como Aleluya y con la tuvo un accidente en febrero de 1953 que pudo acabar en tragedia. “Me puse la Vespa de sombrero para no matar a una vieja idiota que se me cruzó en una esquina cuando yo cruzaba con todo derecho y las luces verdes. Quedé reducido a un sándwich entre el asfalto y la motocicleta. Agarrándola de frente, es decir, aceptando matarla, me hubiera salvado con un porrazo y nada más. El

problema moral está en saber si yo elegí hacer la maniobra para salvarla, o simplemente fueron mis manos las que mecánicamente hicieron lo necesario. Me es imposible responder a esto con certeza”, advirtió el escritor. James Dean confesó estar “platónicamente enamorado” de su Triumph Trophy TR5, con la que le fascinaba salir “a asustar vacas con la moto. Se echaban a correr, con las ubres meneándose y perdían un litro de leche”. A Dean le gustaba ir rápido, tanto que perdió la vida en 1955 al volante de un Porsche Spyder 550. Sin embargo, el actor cabalgaba habitualmente a lomos de su Triumph Trophy


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James Dean confesó estar “platónicamente enamorado” de su Triumph Trophy TR5, con la que le fascinaba salir “a asustar vacas con la moto...”

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TR5, de motor bicilíndrico de 500 cc y 25 CV a 9.000 rpm. La moto fue restaurada por Andy Enness, a partir de unas fotografías que hizo Phil Stern en los 50. Hoy se exhibe en el museo de James Dean en Fairmont (USA), aunque las malas lenguas dicen que la expuesta es una de las tres réplicas que fueron construidas después. No obstante, el actor más relacionado con la velocidad y el cine fue Steve McQueen, que convirtió el amor en pasión. McQueen hizo suya una frase de su personaje Michael Delaney en la película Le Mans: “Correr es mi vida… todo lo de antes y después, puede

esperar”. El galán de Indiana protagonizó espectaculares escenas como la persecución por las calles de San Francisco del Ford Mustang GT 390 Fastback de McQueen y el Dodge Charger 440 Magnum que conducían los gángsters en Bullitt o la legendaria huída en moto en La gran evasión. McQueen adquirió joyas de cuatro ruedas como el Porsche 911 S de 1969, el Cooper T-52 de Fórmula Junior que utilizó para correr en la Baja 1000, un Hudson Wasp, un Lotus 11, un Ferrari 250 Lusso... Pero solía decir que “la velocidad pura se siente subido a una moto. Ningún coche te dispara la adrenalina como una moto”. Por eso llegó a tener una


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Tom Cruise contagió la afición por las motos clásicas a Nicole Kidman que cuenta con un par de Harley-Davidson, una BMW y una Ducati.

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espectacular colección de motos en la que sobresalían las Indian, su marca favorita, pero donde no faltaban las Triumph ni modelos antiguos de Harley-Davidson que perseguía hasta adquirir. Su amor por la velocidad le llevó a competir en carreras de motos a lomos de alguna Triumph, después probó con Husqvarna y terminó apostando por la Honda, con un modelo Elsinore. Nadie vivía más rápido que McQueen en el Hollywood de los 60 y 70 y el excelente libro McQueen’s Machines: The Cars and Bikes of a Hollywood Icon, documenta su apasionada relación con la velocidad y los vehículos.

Dan Aykroyd, probablemente el cazafantasmas más conocido, suele decir que “no necesitas ir al psicoanalista si tienes una motocicleta. ¡Cualquier tipo es buena!”. Y son muchos los que han elegido la terapia de las dos ruedas. El amor por las motos también unió al matrimonio Pitt-Jolie, que dispone de un enorme garaje repleto de clásicos de las ruedas. En la colección de Angelina figuran desde BMW a MV Augusta e Indian, en la de Brad destacan Triumph, BMW, Ducati, Roland Sands, Royal Enfield, Yamaha o KTM. Otra pareja, que lo fue en su día, compartió la pasión por las motocicletas. En este caso fue Tom Cruise el


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El amor por las motos a los Pitt-Jolie, que dispone de un enorme garaje repleto de clásicos de las ruedas desde BMW a MV Augusta e Indian.

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que contagió la afición por las motos clásicas a Nicole Kidman, hasta el punto que en el garaje de la australiana descansan un par de Harley-Davidson, una BMW y una Ducati. Y dicen quienes la conocen que las pilota con enorme destreza. Otro coleccionista de Harleys famoso fue Elvis Presley, pero no era un motero militante como Ewan McGregor, quien se calza el casco y se pierde por sitios recónditos cada vez que se apaga la cámara. Dispone para ello de una notable ‘cuadra’ en la que destacan motos de diferentes marcas: Ducati, KTM, Honda, Suzuki, MotoGuzzi, BMW...

Admitiendo que no existe el amor perfecto, si uno tuviera que definirlo diría que es una mezcla entre el amor inocente y tierno de Audrey Hepburn y Gregory Peck a lomos de una Vespa en Vacaciones en Roma y el amor libre y hippie de la roadtrip movie más famosa de la historia, Easy Rider, con Peter Fonda lanzando su reloj, para después arrancar sus chopper Harley-Davidson junto a Dennis Hooper mientras comienzan a sonar los acordes de Born to be wild. ¿Acaso no es amor eso? ¿O será quizás pasión?


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EL HIJO DE MARIA ANTONIA POR

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A L BE RT DE PACO


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El gesto de Maria Antònia Horrach en el funeral de su hijo, Luis Salom, parecía contener una vida. Una madre en el funeral de su hijo es una anomalía cósmica, una suerte de pesebre inverso en el que todo, hasta el más nimio detalle, está electrificado. Por lo general, el dolor, un dolor de tinieblas, incapacita al deudo, al punto que la única demostración de afecto de que un padre o una madre son capaces suele ser el dolor mismo. Maria Antònia, no obstante, se rebeló contra su circunstancia para adelantarse unos pasos y depositar entre las manos de su hijo los cabellos que, en su honor, había dejado de lucir. A los periodistas que siguen los grandes premios de motociclismo, y que trataban con ella en los circuitos, les había costado reconocerla. Un día antes, en el tanatorio de Son Valentí, donde velaban a Luis, se los había cortado. Los cabellos de la madre eran el amuleto más preciado del joven piloto, que tenía por costumbre acariciarlos antes de cada carrera, justo momentos antes de arrodillarse al lado de su vehículo y, con los ojos cerrados y las palmas de las manos enfrentadas, rezar un padre nuestro. Así conjuraba Luis el miedo. El suyo y, probablemente, el de su madre. En el hecho de que ésta se desprendiera de la melena está simbolizado lo que tiene la muerte de pérdida, de amputación. Se trata de una forma de luto tan sobria como hermosa, y ahí, en esa dualidad, radica precisamente la majestad de su gesto. Con la ofrenda, Maria Antònia vincula su aspecto al fallecimiento del hijo, como encarnándolo y, al tiempo, proyectándolo. Para cualquier amigo o conocido, lo primero que en adelante habrá de “decir” la cabeza de Maria Antònia es Luis. Y así será, probablemente, de por vida. Serena hasta hacer daño, ni siquiera le tembló la voz cuando, desde el atril, clamó “¡Sigue cabalgando a nuestro lado, Mexicano!”. Ése, Mexicano, era el mote de Luis. Su nombre de guerra. Cuentan quienes le conocían

Una madre en el funeral de su hijo es una anomalía cósmica, una suerte de pesebre inverso en el que todo, hasta el más nimio detalle, está electrificado. 27


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Un año antes del accidente habían preguntado a Luis por qué rezaba antes de cada carrera y, con la sobriedad que le caracterizaba, respondió: “Para que todos acabemos la carrera”

que, cada vez que le preguntaban de dónde venía el gentilicio, siendo él mallorquín, temía desvelar la razón por si ésta no estaba a la altura de las expectativas. “Viene por mi mánager”, se arrancó en cierta ocasión ante la periodista Nadia Tronchoni. Y ya no soltó el gas: “su hermano tenía un caballo de carreras negro, en Argentina, que se llamaba Mexicano. Pero no le salió como él esperaba: resulta que en una carrera se quedó parado en la salida. Cuando el hermano me conoció y vino a unas cuantas carreras, empezaron con la broma, y a decirme que a ver si yo iba a ser como su caballo y me iba a quedar clavado en la salida”. Huelga decir que no se quedó clavado. Nieto del dueño del concesionario de motos Salom, el más conocido de Palma, se subió a una moto por primera vez con apenas 5 años, a los 8 compitió en la categoría de 50 centímetros cúbicos del Campeonato Balear de Supermotard y antes de cumplir los 16 ya se había proclamado campeón regional de 125 en dos ocasiones. Luego vendrían el paso a la velocidad, su debut en los grandes premios, el triunfo en Indianapolis, el subcampeonato mundial de Moto3 y el ascenso a Moto2. En

el campeonato en curso, había conseguido un segundo puesto en Catar y, tras seis carreras, se hallaba situado en décima posición. El 3 de junio, en la sesión de entrenamientos libres del Gran Premio de Cataluña, Luis llegó a la referencia de frenada de la curva 12 algo más rápido de lo que lo había hecho en su vuelta más rápida. La telemetría diría después que el decalage tenía su origen en que había salido de la curva 11 sin la debida aceleración. La tardanza a la hora de frenar provocó que aún llevara el freno accionado al pasar por encima de un bache cuya existencia conocían todos los pilotos. Luis salió despedido. La Kalex, unos diez metros por delante de él, golpeó las defensas del muro y giró sobre sí misma. Luis, que llegaba resbalando sobre el asfalto, ni siquiera llegó a impactar contra el muro. Los médicos intentaron reanimarle a pie de pista y, aunque se sopesó la evacuación en helicóptero, las asistencias decidieron utilizar una ambulancia debido a la gravedad de los traumatismos. Fue trasladado al hospital del circuito y desde allí al Hospital General de Cataluña, donde falleció a las 16:55. Hace aproximadamente un año, le preguntaron por qué rezaba antes de cada carrera y, con la sobriedad que le caracterizaba, respondió: “Para que todos acabemos la carrera”. En aquella misma entrevista, y sobreponiéndose a su renuencia a mostrar sus tatuajes (“No tienen nada que ver con mi profesión”, solía decir para ahuyentar a quien se interesaba por ellos), acabó mostrando los de su antebrazo derecho. En el lado más visible, una virgen; en el anverso, el rostro de su madre, tomado de una fotografía del día en que lo bautizaron a él. También él, a su modo, parecía contener una vida.


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Mari onetas que no saben que lo son P OR

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JAVI CARRO

El amor es un asunto misterioso. Un sentimiento difícil de explicar, tan difícil como lo es explicarle a alguien que no tiene hijos qué se siente por un hijo, a una persona sorda qué se siente oyendo una cantata de Bach o a un ser humano normal qué se siente al escuchar una de las tautológicas afirmaciones de Mariano Rajoy. Se trata de un sentimiento, y como tal ajeno a la razón, pero vamos a intentar poner un hilo de estructura en ese incontrolable magma. Podría decirse que en el proceso de creación del amor se dan tres fases. Una primera fase de atracción hacia la otra persona.

Hay quien empieza por la fase 3 y la 1 al mismo tiempo (hola, noches locas de parejas creadas por la mezcla de horarios de madrugada y bebidas de alta graduación alcohólica). Hay quien empieza por la fase 2 y luego pasa a la 1 (no, no es una leyenda urbana) y posteriormente a la 3. Y hay quien empieza por la fase 1, luego sigue por la 2, incluye una fase 2.5 llamada boda por la Iglesia y sólo entonces se pasa a la fase 3 del sexo, pero ya dentro del sagrado sacramento del matrimonio. (Afirman los obispos que hay mucha gente que hace eso, pero esto sí parece ser una leyenda urbana). Empecemos por la FASE 1.

Y una tercera de sexo (ésta es la única parte que se repite varias veces).

Según un estudio, el tiempo medio que tarda una persona en decidir si le gusta o no una persona del sexo contrario que acaba de conocer varía según el sexo de la primera persona.

Obviamente, estas tres fases no se cumplen siempre necesariamente en esa cadencia cronológica.

Un hombre tarda de media 3 segundos en decidir si la mujer que acaba de ver le gusta o no.

Una segunda de irse enamorando.


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UN HOMBRE TARDA DE MEDIA 3 SEGUNDOS EN DECIDIR SI LA MUJER QUE ACABA DE VER LE GUSTA O NO. MIENTRAS QUE UNA MUJER TARDA DE MEDIA 3 MINUTOS (SÍ, 3 MINUTOS, 60 VECES MÁS QUE UN HOMBRE).

Y una mujer tarda de media 3 minutos (sí, 3 minutos, 60 veces más que un hombre). Que si cómo tiene los ojos, que si cómo habla, que si tiene sentido del humor, que si cómo mueve las manos, que si me gustan o no sus zapatos… Hemos empezado intentando poner un hilo de estructura y a las primeras de cambio nos tropezamos con esta gran diferencia. Lo cual demuestra, por si había alguien en la sala que no lo tuviera ya claro, que hombres y mujeres son muy distintos. Pasemos ahora a la FASE 2. Aquí las similitudes son casi totales. El proceso de enamoramiento es prácticamente el mismo en los dos sexos. En este proceso se activan numerosas zonas del cerebro, particularmente las asociadas a la recompensa y a la motivación. Aquí participan el hipocampo, el hipotálamo y la corteza cingulada anterior, básicamente para reducir el comportamiento defensivo y aumentar la confianza en la otra persona. Y además se desactiva la actividad de la corteza frontal, con lo cual se reduce el enjuiciamiento

de la pareja. (La corteza frontal maneja el autocontrol y la toma de decisiones y también se desactiva, por ejemplo, con el consumo de alcohol). Es decir, al enamorarnos nuestro cerebro refuerza las regiones que nos empujan a ver lo bueno y lo gratificante de la otra persona. Y debilita las que nos podrían hacer verla de manera más objetiva. Vamos, que se podría decir que nuestro propio cerebro nos aboca como marionetas en pos de enamorarnos. Y pasemos ya a la FASE 3 (sí, tras tanta palabrería llegamos por fin al sexo). El sexo permite reforzar los vínculos amorosos dentro de la pareja, obviamente. Intercambiar placer y compartir placer fortalece el amor, independientemente de la motivación de cada uno de los participantes. (Como dijo alguien, “Los hombres dan amor para conseguir sexo. Las mujeres dan sexo para conseguir amor”). Y eso que ese placer compartido no es especialmente largo. Según un reciente estudio

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EL CEREBRO SUPRIME TODO ANÁLISIS RACIONAL Y NOS ABOCA COMO MARIONETAS EN POS DE TENER COMO COMPAÑERA A ESA MOTO QUE DESEAMOS.

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de la Universidad de Utrecht realizado en 5 países, incluyendo España, la media del acto sexual desde el momento de la penetración hasta la consumación por parte del hombre es de 5 minutos y 24 segundos. (Un tiempo ridículo comparado con el del caracol, que dura 12 horas y tiene un orgasmo de 120 minutos. Eso sí, sólo copula una vez en su vida. Pero qué vez). Y bien, ahora que ya conocemos un poco más de estas 3 fases vinculadas al amor, veámoslas sus similitudes con la adquisición de una moto. FASE 1 Esta es más o menos igual que la Fase 1 del amor en el hombre. En sólo 3 segundos tras verla sabes si te gusta o no. Y si te gusta, si te gusta poco, mucho, muchísimo o Nivel Qué Órgano Tengo Que Vender Para Tenerla. FASE 2 El cerebro suprime todo análisis racional y nos aboca como marionetas en pos de tener como compañera a esa moto que deseamos. Refuerza todo lo que nos hace verla como deseable y

reduce la actividad de los elementos objetivos que podrían desaconsejar su adquisición (“Bueno, es un poco cara, pero me la puedo permitir fumando un poco menos. O dándole a mi hijo pequeño ganchitos para cenar durante 5 años”). FASE 3 En esta fase uno disfruta del placer de montarla, de sentirla debajo de sí, de notar su movimiento, de acompasar su cuerpo con ella para recorrer placenteramente una curva, de fundirse convirtiéndose en uno solo. No es sexo, no hay orgasmos, pero es una sensación física bastante parecida (y sin el inconveniente añadido de tener luego que hablar). Ocasionalmente aparecen noticias de parejas sorprendidas circulando en moto mientras copulan sobre ella (no, no son trapecistas de circo). Es fácil encontrar en internet fotos o vídeos de esos momentos. Y la pregunta que surge es obvia. ¿Puede eso considerarse un trío?


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TE ENTREGO 1/2 DE MI CORAZÓN P OR

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ALB I ALB ARRÁN


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Sin duda uno de los fenómenos más complejos, propio de ser humano, es el amor. Este sentimiento universal al que no le importa condición, raza, sexo o pensamiento se manifiesta de diferentes maneras. La clásica es amar a una persona, a un semejante, pero de igual forma que existen personas que afirman amar a un animal tanto como a un hijo, o seguidores de una religión que manifiestan amar a su Dios, lo verdaderamente extraordinario del amor es que este sentimiento puede estar muy cercano a una pasión, a una forma de vida. Formas de amar hay muchas, y por supuesto que todos nosotros apasionados de las dos ruedas en alguna ocasión hemos sentido algo muy próximo al amor dentro de nuestra afición a este mundo. Así, historias de superación, de pasión por las motos, de metas y objetivos inalcanzables se hacen realidad gracias a esa gran fuerza. Ya hace bastantes años vi por primera vez un vídeo que alguien subió a la red sobre el Australiano Alan Kempster. Nada más darle al play imaginé que era un vídeo más de los que hay a cientos en la red, alguien entrenando con su moto en un circuito. Pero enseguida captó mi atención algo que no me terminaba de cuadrar. Madre mía no daba crédito a lo que estaba viendo. Incluso llegué a pensar en algún tipo de trucaje en la edición del vídeo, pero no. Todo era real. Aquel piloto Alan Kempster del sur de Australia, había sufrido un accidente hace

décadas en el que un conductor ebrio al volante de un camión le dejo sin extremidades en el lado derecho de su cuerpo. Parece que estas cosas no pasan pero ocurren, y solo hay un sentimiento que lleve a estas personas a aferrarse a la vida dando una lección de esperanza y pundonor. Este sentimiento no puede ser otro que amor, pasión, lograr conseguir un sueño, o como dice el propio Alan debemos seguir estos instintos porque nadie lo hará por ti.

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Cuando Alan Kempster sacó de su bolsa el mono de cuero y lo sostuvo en alto para que se viera que sólo tenía una manga y una pernera, el público no se lo podía creer.

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Pero independientemente de ver a alguien pilotando una moto con solo el brazo y el pie izquierdo de manera tan rápida como lo hace Alan Kempster. Hay que centrarse en lo realmente impactante e importante, que es sin duda observar como logra con su filosofía de vida, su ánimo, su capacidad de superación y auténtica pasión por el motociclismo contagiar de optimismo y ganas de seguir adelante a todo aquél que tiene ocasión de asomarse a su historia. Ya el dorsal que aparece en su moto 1/2 enseguida te da una pista de cómo afronta de una manera positiva y con humor este tipo de situaciones. Medio piloto es el que

conduce esta moto, suficiente para incluso ganar alguna de las carreras donde compite con aficionados. Según nos cuenta el propio Alan en un breve vídeo titulado Left Side Story cuando decidió comenzar a competir buscó información en todos los motoclub y asociaciones sin encontrar demasiada ayuda. Mucha gente no le tomaba en serio. Pero el día de su primera carrera llegó. En el box todos se centraban en mirar esa moto que tenía numerosos cambios en sus mandos. Maneta de embrague y freno en el lado izquierdo del manillar y en la estribera del mismo lado dos levas, una para el cambio como en cualquier moto al uso y

otra más para el freno trasero. Cuando Alan Kempster saca de su bolsa el mono de cuero y lo sostiene en alto para que se vea que solo tiene un brazo y una pierna todo el mundo allí presente no se lo podía creer. La mirada puesta en la siguiente curva, rodilla al suelo apretando los dientes y con una habilidad sorprendente trazando curvas de una forma impecable, rápida y efectiva, le llevó en su primera carrera a regresar a casa con el trofeo que le acredita como ganador. Con ello muestra al mundo que todo es posible, todo lo que tienes que hacer es seguir tu sueño y tu pasión. Y amor, mucho amor, por el motociclismo.


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, s i v l E o T love, . a l l i c s i r P 40


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CARLOS DE JAVIE R

“El hombre de Leesburg llevaba un buen rato en el granero mirando cualquier cosa que pudiera tener algún valor, ya sabes, algo antiguo, que pudiera subastar” dijo la propietaria de la granja “pero no encontró nada. Entonces me preguntó si podía echar un vistazo en el garaje. Yo no tenía ni un centavo y le dije que sí. Que si le gustaba algo podríamos hablar”. El hombre inspeccionó los coches sin demasiado interés cuando, en el fondo del cobertizo, vio un bulto tapado con un vieja lona llena de polvo que le intrigó mucho. Lo destapó y descubrió una oxidada Harley Davidson KH del 56 en muy mal estado. “Perteneció a mi marido, el pobre Joe. Yo no conduzco motos, así que hace más de 40 años que duerme ahí. Ni siquiera sé si funciona, pero seguro que me hubiera costado una fortuna repararla”. El hombre le ofreció un par de cientos de dólares por ella y la compró. “Me pagó en billetes pequeños y subió la moto a su furgoneta. Nunca más le volví a ver.” Se fabricaron pocas unidades del modelo KH Panhead de Harley, porque fue sustituida en seguida por el famoso y exitoso modelo XL 883 Sporster con el potente motor Shovel de

LA LEYENDA DE LA MOTO QUE PRISCILLA REGALÓ A ELVIS ENGORDÓ DESDE 1971, CUANDO LOS MECÁNICOS DE GRACELAND, LA MANSIÓN DE ELVIS EN MEMPHIS, LA PERDIERON DE VISTA DE ENTRE SU VASTA COLECCIÓN DE VEHÍCULOS.

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“CADA DÍA RECIBO UNA LLAMADA DE ALGUIEN QUE TIENE UNA VIEJA HARLEY CON UNA INSCRIPCIÓN BAJO EL ASIENTO. POR LO VISTO (...) PRISCILLA DEBIÓ COMPRAR LA SERIE ENTERA DE HARLEY KH”

4 valvulas. Las pocas KH que quedan son una reliquia así que nuestro hombre resolvió restaurarla para llevarla a subasta y ganar un buen puñado de dólares. Se puso en contacto con el concesionario local de Harley en Carolina de Norte para conseguir las piezas originales necesarias. Le fueron pasando de sección en sección haciéndole preguntas cada vez más concretas “¿es blanca y rojo pepper? ¿los neumáticos son Firestone?¿El sillín tiene ribete blanco?” Y así hasta hartar. Al cabo de un par de días recibió una llamada del mismísimo presidente de Harley desde Milwakee “nuestro vendedor en Rockingham county nos facilitó su número, le ofrezco 1 millón de dólares por su moto, esté en el estado que esté” dijo por teléfono. La llamada le pareció una broma y, obviamente, colgó el

teléfono. Justo al día siguiente recibió otra extraña llamada “Hola tío, me he enterado de lo de tu Harley”. Era Jay Leno, el famoso presentador del Tonight Show y entusiasta del motor. “Doblo el precio. Te doy 2 millones de dólares por ella”. “¿Qué?! ¿Qué es lo que hay tan especial en la chatarra vieja que he comprado?” contestó estupefacto sin ni siquiera estar seguro de no estar hablando con un imitador de la estrella de televisión. Todo era tan raro que volvió a colgar el teléfono. El hombre con la voz de Jay Leno volvió a llamar “¿Estás en un teléfono inalámbrico?” dijo con urgencia. “Sí, sí, claro” contestó inquieto. “Ok, pues ve al garaje y mira debajo del asiento”. El hombre de Leesburg hizo lo que le dijo y entonces vio la inscripción: “To Elvis, love Priscilla”. Casi se desmaya ahí mismo. Le había tocado la lotería. Dos semanas más


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¿PAGÓ HARLEY DAVIDSON 4 MILLONES DE DÓLARES TAL Y COMO LA RUMOROLOGÍA SUGIERE? BUENO, NOLA VANDER MEULEN, RELACIONES PÚBLICAS DE LA MARCA, LO NIEGA.

tarde se la vendió a Jay Leno por 2 millones de dólares. “Cada día recibo una llamada de alguien que tiene una vieja Harley con una inscripción bajo el asiento. Por lo visto esa moto está un día en Maine y el siguiente en Oregón. Si es así, Priscilla debió comprar la serie entera de Harley KH” dijo Jay Leno en riguroso directo. “Amigos, yo no tengo esa moto. Además, yo colecciono coches y motos antiguas, no colecciono cosas de famosos”. Pero el hombre de Leesburg asegura que la voz que escuchó era la de Jay Leno y si no lo era, se le parecía mucho. ¿Dónde está la moto entonces? Si eliminamos al presentador, todas las pistas conducen hasta Milwakee. ¿Pagó Harley Davidson 4 millones de dólares tal y como la rumorología sugiere? Bueno, Nola Vander

Meulen, relaciones públicas de la marca, lo niega. “En una subasta se llegaron a pagar más de 40 mil dólares por una American Express Gold caducada con la que Elvis hizo alguna compra. Si pagan ese dineral por algo que Elvis tocó con la mano, imagínate lo que se llegaría a pagar por algo que llevó entre sus piernas. No señor, Harley Davidson no está dispuesta a pagar tanto dinero por nada”. La leyenda de la moto que Priscilla regaló a Elvis engordó desde 1971, cuando los mecánicos de Graceland, la mansión de Elvis en Memphis, la perdieron de vista de entre su vasta colección de vehículos. Desde entonces, excéntricos personajes la han visto o vendido a lo largo y ancho del país por ridículas cantidades de dinero. Un pastor de la Willmar Assembly of God en Minnesota pretendía

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UN PASTOR DE LA “WILLMAR ASSEMBLY OF GOD” EN MINNESOTA PRETENDÍA SUBASTAR UNA HARLEYDE ELVIS POR LA ABSURDA CANTIDAD DE CUATRO MILLONES DE DÓLARES. subastar una Harley asegurando que era el regalo original de Priscilla, aunque ni siquiera era el modelo KH, por la absurda cantidad de cuatro millones de dólares. La subasta acabó con una redada policial y el reverendo en prisión. Una dependiente de un Seven Eleven en el Elvis Presley Boulevard de Memphis asegura que Elvis aparece cada noche en su establecimiento a lomos de una Harley blanca y roja. “La aparca y se toma un sándwich de bacon y platano frito con mantequilla de cacahuete y una Coca-Cola XXL con mucho hielo y pajita”. Ya, claro, luego se va tal y como ha venido, enfundado en cuero negro y su negro tupé al viento (curiosamente con la misma facha en la que reapareció en el 68 en su show especial de la NBC) conduciendo quizás hasta el Sands Casino en Las Vegas, donde también aseguran que desayuna cada día.

Priscilla nunca arrojó mucha luz sobre la historia. Su silencio se hizo eterno en 1977 cuando Elvis explotó victima del sobrepeso y el cóctel de pastillas con el que mantenía su reinado. Los fans del Rey del rock’n’roll rezaban para encontrar todas las respuestas sobre su ídolo pero ella nunca afirmó ni negó haberle regalado una KH con esa inscripción aunque lo que sí es público es que reconoció que quizás cuando más amó al mito era precisamente cuando dejaba de serlo. Subido en su moto a toda velocidad y ajeno a todo ese cuento de hadas que el coronel Parker le había construido y del que no podría escapar nunca jamás. To Elvis, love, Carlos.


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PRISCILLA NUNCA ARROJÓ MUCHA LUZ SOBRE LA HISTORIA. SU SILENCIO SE HIZO ETERNO EN 1977 CUANDO ELVIS EXPLOTÓ VICTIMA DEL CÓCTEL DE PASTILLAS CON EL QUE MANTENÍA SU REINADO. En septiembre de 1959, Priscilla conoció a Elvis Presley en Bad Nauheim, durante el servicio militar del cantante en Alemania. Después de un tiempo comenzaron una relación amorosa, pese a la inicial oposición de los padres de ella, quien en ese entonces era menor de edad. Cuando su noviazgo se hizo público, los padres de la joven la autorizaron a vivir con Presley en Graceland sólo si él le proponía matrimonio. Así, el 1 de mayo de 1967, se casaron en Las Vegas. El 1 de febrero de 1968, nació la primera y única hija de la pareja, Lisa Marie Presley. El matrimonio resultó difícil para Priscilla desde el comienzo debido a la gran fama, el círculo de amistades, el temperamento volátil, la vertiginosa carrera y las muchas infidelidades de Presley. Priscilla Presley culpó al representante de su esposo, el “coronel” Tom Parker, de manipular excesivamente la vida de su esposo en pro de sus propios intereses. Finalmente, la pareja se divorció en octubre de 1973, después de seis años y medio de matrimonio. Acordaron entonces compartir la custodia de su hija. El cantante debió pagarle a su ex esposa $725 000 dólares en efectivo, acordó darle el 5% de las ganancias que generasen sus discos, películas y productos de merchandising además de una generosa manutención para Lisa Marie. Pese a su separación, continuaron siendo amigos hasta la muerte del músico, el 16 de agosto de 1977. Entre las generosas condiciones del divorcio, se incluía el derecho a disfrutar de ciertas propiedades adquiridas durante el matrimonio, como la Harley Davidson de 1971.

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DAVID FO NS

LA ESTEPA RUSA… CENTENARES DE KILÓMETROS DE PLANICIE INACABABLE, DORADA EN VERANO, UN LODAZAL EN OTOÑO, BLANCA SIN FIN EN INVIERNO, EXPLOSIÓN DE COLORES EN PRIMAVERA; LA ESENCIA DEL SER RUSO. Frente a mí se abre toda ella, la contemplo, todavía estamos a mediados de primavera y el sol dora toda la superficie hasta donde mis ojos abarcan. Aún no hace demasiado calor, pero de todos modos, el polvo del camino hace mella. Bebo unos sorbos de agua fresca de la cantimplora que llevo en la parte posterior del cinturón, hago ademán de ofrecérsela a mi compañera de viaje, pero no le hace falta, prefiere otro tipo de líquido. Cierro el tapón y me la vuelvo a colocar en su sitio. Bueno, nos vamos, seguimos camino, cerca del millar de kilómetros nos esperan para acompañarnos en este periplo que hemos decidido llevar a cabo juntas, desde BrestLitovsk, en la actual Ucrania occidental, la famosa Galitzia Oriental, hasta Moscú, capital de Rusia. ¡Ah!, es cierto, no te he explicado todavía, querida compañera de viaje, el porqué del mismo, tan “interminable” como interesante de llevar a cabo.

Todo empezó en el verano de 1.941, exactamente el día 22 de junio, recién comenzado el estío; esa madrugada el ejército alemán inició la Operación Barbarroja, la invasión de la entonces Unión Soviética, una invasión que se tardaría en rechazar 4 largos años, hasta la rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1.945, tras la toma de Berlín por las tropas soviéticas. Mi abuelo fue uno de de los combatientes que llevó a cabo el asalto final al Reichstag, pues era comandante de batallón de una de las unidades pertenecientes al 8º Ejército de la Guardia al mando del reconocido General Chuikov, el defensor de Stalingrado, en ambas ocasiones bajo el mando del Mariscal Zhukov y, en ambas ciudades, luchó mi abuelo, Yuri Wrangel, sí, familiar de aquellos generales de las guerras napoleónicas, de la Primera Guerra Mundial y de la posterior Guerra Civil. Y he ahí la razón de este viaje, recorrer aquellos frentes en los que estuvo mi abuelo durante aquellos pavorosos años, tras haber encontrado en la buhardilla de la dacha familiar, una caja con fotos de él en aquellos tiempos y un diario de guerra; así que me decidí a leerlo y ver todas las fotografías que se conservaban en aquella caja. También recordé, leyendo y mirando, las historias que, tanto mi abuela, desaparecida hace poco tiempo, como mi abuelo, me contaban de pequeña, cómo lo vivían, la emoción que sentían y los ojos llenos de lágrimas al rememorarlo y, por supuesto, la alegría tras la victoria y el reencuentro con la familia. Y cuando me llevaban todos los años al desfile de la Victoria del 9 de mayo.

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Pero volvamos a nuestro viaje.

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Frente a mí, el río Bug, tras él, la fortaleza de Brest-Litovsk. Aquí empezó todo. Mi abuelo estaba destinado como teniente de instrucción en la susodicha fortaleza tras haber llegado un mes antes de uno de los “campos de reeducación” de Stalin tras sus famosas purgas del ejército en el año 37, así que, todavía delgado y algo demacrado, allí que se plantó mi abuelo para seguir “redimiendo sus culpas” y allí le pilló el primer asalto de la guerra. Tras una semana de asedio y totalmente aislada del mundo exterior, la fortaleza cayó, pero mi abuelo y unos pocos más lograron evadirse y, sorprendentemente, llegar a sus propias líneas, líneas que se iban alejando cada vez más ante el imparable empuje alemán y lo hizo… ¡en moto!, una moto que, hoy por hoy, se sigue fabricando, aunque con una producción cuasi elitista, apenas unas pocas, 40 para ser concretos, 30 con sidecar y 10 sin. En la primera versión, al igual que antaño, el sidecar llevará el soporte para la ametralladora que, en su momento, se llevó como defensa del binomio que la conducía y un anclaje para algún tipo de utensilio como un gato, una pala, o un pico, por ejemplo. Y todo ello como homenaje a la histórica Ural 70, encargada por el propio Stalin al conocer la BMW R71 del ejército alemán, aunque en honor a la verdad hay que decir que era menos estable en las curvas, como la Vespa con sidecar, bueno, algo más, una cosa intermedia entre la motocicleta alemana y la italiana; se construyeron 9.799 unidades de la Ural 70 en la fábrica sita “paradójicamente” en… sí, en los Urales, “coincidencias” que tiene la vida, querida compañera de viaje. Y he aquí la moto de la que hablo, con mi abuelo al mando de la misma. Ambas recorremos la fortaleza y guardamos un minuto de silencio en honor a los allí caídos. Y seguimos camino hacia Minsk, capital de Bielorusia. La verdad es que mi amiga no habla mucho,

le gusta más escuchar, observar, sentir el viaje, cada vez me gusta más hacerlo en su compañía, me va cautivando, me va envolviendo… Nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero desde que hemos vuelto a coincidir y comenzado este camino, cada día va a más nuestra amistad y… algo más… Ah, se me olvidaba, mi nombre es Ekaterina Wrangel. En Minsk volvemos a guardar silencio ante el monumento a los caídos y luego visitamos la ciudad y tomamos unos tragos de buen vodka acompañados de pepinillos dulces, una combinación… muy viajera… Y seguimos. Pero antes debemos dar de beber a la “niña”, pues como buena moto de los años 40, ¡bebe como una cosaca!, pues su motor de 649cm, 4 tiempos y dos cilindros horizontales a 180º, le dan una velocidad máxima de 95 Km/hora y 28cv, lo que no está mal para

recorrer media estepa rusa en apenas una semana. Además, al no haber prácticamente curvas en el camino, el “desequilibrio” que se produce al girar hacia la izquierda, como que nos lo ahorramos la mayoría de las veces, excepto en las ciudades, pero se comporta bien. Y paramos en una gasolinera, menos mal que el motor no es el de la época, pues si tenemos en cuenta la calidad de la gasolina de entonces, sería totalmente imposible no destrozarlo, valga como ejemplo que el famosísimo Jeep Willis norteamericano de la Segunda Guerra Mundial utilizaba gasolina de… ¡5 octanos! Así que llenamos los 20 litros que permite el depósito y ya tenemos “refresco” para los siguientes 350Km, pues gasta 6 litros a una media de 50-60Km/hora, más que suficiente para los casi 2m y medio de largo, poco más de 1,5m de ancho, más uno de alto y sus 340Kg (más gasolina, aceite, equipaje y viajeras). Si fuéramos directas a


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en los que los ojos se miran los unos a los otros durante un espacio de tiempo que parece infinito, como la misma estepa, sin palabras, sólo miradas, aromas, sonidos entrelazados entre el sudor de mediados de primavera… Algo me llena y me toca muy profundamente cuando miro a mi compañera de viaje… Y llegamos a Moscú el día 8 de mayo; Moscú, la gran capital de Rusia, enorme, variopinta, clásica, histórica, decadente, moderna, innovadora… Se nota ambiente de fiesta, por qué será… Mi compañera de viaje y yo decidimos disfrutar Moscú la nuit, bebemos vodka, bailamos, paseamos, nos abrazamos y nos vamos a dormir a la casa de mis abuelos, repleta de recuerdos y, ahora también, de pasión…

Moscú sin parar, estaríamos allí en dos días, pero pararemos a visitar otros frentes de guerra en donde se llevaron a cabo famosas batallas durante ese verano, otoño e invierno del 41. Curioso el sistema del cambio de marchas, se pueden cambiar tanto con el pie como en el manillar, lo que, bien pensado, es un acierto finalmente. Y la “niña” que no para de beber… Y la estepa sigue imperturbable, inacabable hasta donde la vista alcanza, dorada, polvorienta, calurosa en cierta medida… Infinita. Dormimos al raso algunas veces, miramos las estrellas, nos miramos… surgen roces inocentes, no buscados, pero invitables… Y la estepa sigue abriéndose paso delante de nosotras, un paso lento, un paso rápido, un descanso y siempre el sonido del motor acompañándonos, constante, imperturbable al calor, el polvo, la lluvia o el frío, monótono la mayoría del tiempo por

el simple camino que se hace al “andar”. Y andando, andando, pasamos por Smolensko, Viazma para, finalmente, llegar a la meta de nuestro recorrido, Moscú. Aquí es donde mi abuelo, por fin, pudo dejar la moto para que la cuidaran y pusieran de nuevo a punto, si es que le hacía falta, pues se sigue comportando de la misma manera que entonces, salvando las distancias y las inclemencias del tiempo a lo largo del verano, del otoño y principios del invierno. Bien dicho, la Ural, copia o no copia, se portó de maravilla y lo sigue haciendo 71 años después o, por lo menos, es lo que pensamos mi compañera de viaje y yo misma. Y la niña que no para de beber y beber, bueno, y yo también, para qué nos vamos a engañar… Y mientras bebemos, hablamos, nos reímos, cruzamos miradas cómplices cada vez más intensas y más tiernas, el corazón se me desboca en esos momentos

9 de mayo, Plaza Roja de Moscú, desfile de la Victoria 71 años después, los batallones formados y la tribuna de personalidades e invitados, entre los que se encuentran todavía algunos excombatientes de la guerra, orgullosos, emocionados, repletos de medallas, ven el desfile con lo más novedoso del armamento ruso y, para finalizar, las tropas vestidas con los uniformes de la Segunda Guerra Mundial, incluida una compañía de motocicletas Ural 72 y 62, al frente de ella… Yo y mi amor, emocionadas al habernos sido concedido el honor de encabezar a ese grupo de motores monótonos, imperturbables. Miro a mi derecha, veo en el asiento del sidecar la foto de mis abuelo en su Ural de la guerra y otra más con las fotos de mi abuela y mi abuelo el día que se casaron. Miro a mi amor de nuevo, después al frente con la cabeza bien alta y embargada por la emoción del momento; sí mi amor, tú y yo lo hemos logrado, aunque hayan pasado 71 años, sigues comportándote y siendo tan maravillosa como entonces, como en 1.941… Mi amor tras el viaje que acabo de describiros, a que no se puede ser más preciosa, más maravillosa…

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