Miguel Otero Silva. Foto: Osvaldo Tejada. Caracas, 1982.
[5]
[6]
1982.
[7]
1981.
[9]
[ 10 ]
.1982
[ 11 ]
1982.
[ 13 ]
[ 14 ]
1981.
[ 15 ]
[ 16 ]
.1981
[ 18 ]
.1982.
[ 20 ]
1982.
[ 21 ]
[ 22 ]
1982.
[ 23 ]
[ 24 ]
.1982
1982.
[ 27 ]
1982.
[ 29 ]
[ 30 ]
1982.
[ 31 ]
[ 32 ]
.1982
[ 34 ]
.1982
[ 35 ]
[ 36 ]
.1982
[ 38 ]
1982.
[ 39 ]
[ 40 ]
1982.
[ 41 ]
1982.
[ 43 ]
[ 44 ]
.1982
[ 46 ]
.1983
[ 48 ]
.1982
1983.
[ 51 ]
[ 52 ]
.1983
[ 54 ]
.1984
[ 56 ]
.1986
1986.
[ 59 ]
[ 60 ]
1987.
[ 61 ]
[ 62 ]
1988.
[ 63 ]
[ 64 ]
.1993
1992.
[ 67 ]
1994.
[ 69 ]
[ 70 ]
1994.
[ 71 ]
[ 72 ]
.1994
[ 74 ]
.1994
[ 76 ]
.1994
1995.
[ 79 ]
[ 80 ]
1995.
[ 81 ]
[ 82 ]
.1996
[ 84 ]
.1998
1999.
[ 87 ]
[ 88 ]
2006.
[ 89 ]
[ 90 ]
.2007
2007.
[ 93 ]
[ 94 ]
2006.
[ 95 ]
[ 96 ]
.2009
[ 97 ]
[ 98 ]
.2009
[ 100 ]
2009.
[ 101 ]
2009.
[ 103 ]
[ 104 ]
.2009
2009.
[ 107 ]
2010.
[ 109 ]
[ 110 ]
.2009
[ 112 ]
.2010
[ 114 ]
2010.
[ 115 ]
2010.
[ 117 ]
[ 118 ]
.2010
2011.
[ 121 ]
[ 122 ]
2011.
[ 123 ]
[ 124 ]
.2011
[ 125 ]
[ 126 ]
.2011
[ 128 ]
.2010
2012.
[ 131 ]
[ 132 ]
2012.
[ 133 ]
[ 134 ]
.2011
[ 136 ]
.2012
[ 138 ]
.2010
2012.
[ 141 ]
[ 142 ]
2012.
[ 143 ]
[ 144 ]
2012.
[ 145 ]
2012.
[ 147 ]
[ 148 ]
.2010
2013.
[ 151 ]
[ 152 ]
2013.
[ 153 ]
[ 154 ]
.2013
[ 156 ]
.2013
[ 158 ]
.2012
2013.
[ 161 ]
[ 162 ]
2013.
[ 163 ]
[ 164 ]
.2013
[ 166 ]
2013.
[ 167 ]
2013.
[ 169 ]
[ 170 ]
.2013
[ 172 ]
.2012
2013.
[ 175 ]
[ 176 ]
2013.
[ 177 ]
[ 178 ]
.2013
[ 179 ]
[ 180 ]
.2012
2014.
[ 183 ]
[ 184 ]
.2015
[ 186 ]
.2015
[ 187 ]
Moris Muñoz El primer fotógrafo profesional que conocí en mi vida fue Vasco Szinetar, aunque es muy probable que él no tenga el más mínimo recuerdo de haberme conocido a mí. Fue, creo, a mediados o finales de 1981. Vasco había llegado a mi casa temprano en la mañana a fotografiar a mi padre. Era un día laborable porque recuerdo que yo iba a la escuela. Esperábamos el evento con la ansiedad y mi mamá había hecho un gran esfuerzo para que mi papá, quien ya se encontraba en una fase superior del alcoholismo, estuviera lúcido y presentable, pero la entrevista casi fue un naufragio por la dificultad de mi papá de mantener el hilo de la conversación. Mientras me alistaba para ir a clases lo vi sacar su cámara y empezar su trabajo. Szinetar iba vestido con una camisa blanca y una chaqueta de jean y se movía nerviosamente por la sala de nuestro apartamento tratando de arrancar un diálogo se perdía por meandros sin ir a ninguna parte. Fue una imagen breve, de un par de segundos a lo sumo. Luego me marché a la escue-
[ 189 ]
la y no supe más de él por muchos años. Pero las raras veces que los periódicos traían alguna nota sobre su obra poética, casi siempre era ilustrada con las fotos de aquel encuentro, fotos cargadas de una tristeza profunda, que se puede sentir tras los lentes oscuros, pero también de una honestidad convulsiva. Szinetar empezaba su carrera como fotógrafo con un ojo muy apto para captar ideas, vivencias que se reflejan o juegan a esconderse en el rostro de los escritores y artistas. Si miramos su obra de forma retrospectiva, como lo propone este libro, podremos ver que durante más de treinta años se ha ido conformando una relación de juego entre el fotógrafo y el retratado. Se trata de un juego cuyas reglas están basadas en principio en los fenómenos sociales de la fama y la distinción. Como señaló Hannah Arendt, a propósito de Walter Benjamin, la fama tiene muchas caras y viene en diferentes tallas –desde la notoriedad de los 15 minutos fugaces de Warhol, hasta el prestigio imperecedero de los mármoles. Pero el juego obedece también a otro principio subyacente e igual de importante: es el juego de un yo que necesita la compañía de otro yo para mostrarse. La convergencia de estos
dos principios han definido la obra fotográfica de Vasco Szinetar hasta llegar a ser una suerte de cuño personal inconfundible. Pero todavía en aquel entonces no había convertido a los sujetos de sus retratos en los peculiares alter-egos –sean estos héroes, cómplices o antagonistas– que aparecen junto a él frente al espejo de un baño o posando directamente ante el objetivo de la cámara, como en la serie Cheek-to-Cheek. Digamos que Szinetar estaba aun en busca de un tema, la identidad oculta y revelada a través contraste; un registro, el (auto) retrato, y un medio, el espejo como espacio lúdico de encuentros, revelación y ocultamiento.
No fue hasta 1982 que comenzó Szinetar a sistematizar estos principios en dos series paralelas de su trabajo. La figura fundadora del trabajo de Szinetar es el pensador rumano E.M. Ciorán. Ciorán es una figura fundacional de Frente al espejo y Cheek to Cheek, series que nacen paralelas, aunque vayan unidas
[ 191 ]
por personajes y circunstancias. Posar junto a Ciorán frente al espejo del baño, lugar donde el cuerpo se renueva y las fantasías más íntimas pueden liberarse sin cortapisas, es un gesto lleno de ironía. También lo es colocarse cabeza a cabeza directamente frente al objetivo de la cámara, pues para Ciorán el yo, la imagen que proyectamos ante los otros y mucho más si está tocada por la diosa Fama, es una ilusión que debe ser combatida como una plaga. Con todo, ya en desde esas primeras fotos se hacen evidentes las señas principales de lo que se podría llamar la retórica fotográfica de Szinetar: el encuentro con la personalidad literaria o artística, el testimonio plasmado en la fotografía, el humor entendido como la ironía y la autoparodia. Sin embargo, es importante diferenciar las características de cada una de esas líneas de trabajo. Pese a lo amplia y central que resulta Frente al espejo en el trabajo, esta serie esta acotada por la misma naturaleza de la situación. Los (auto) retratos se presentan en un doble marco: el del espejo y el del pro-
pio rectángulo de la fotografía. La serie del espejo actúa por exclusión de todo aquello que es ajeno al instante en la foto es disparada, como el contexto cultural en que se producen o la obra de los retratados. En realidad, si no fuera por algo que es externo a la fotografía y que en verdad ocurren en los circuitos legitimadores del mundo real y la industria cultural, no tendríamos mayor idea sobre la relevancia o el carácter especial de las figuras que las protagonizan, aun cuando sus imágenes están cargadas por el aura de la fama y la aclamación pública, lo que en muchos casos vuelve a los rostros estampas que ya pertenecen a la iconografía de la cultura contemporánea. Para decirlo de un modo abrupto y sin ambigüedades: aun si viéramos estas fotos sin saber lo más mínimo de los personajes que aparecen en ellas, tendríamos la impresión de que, de una u otra forma, son parte del mundo que habitamos.
[ 193 ]
Los espectadores frecuentes de la obra fotográfica de Szinetar se preguntarán con razón por qué han visto tanto de Frente al espejo, sin duda la serie que hasta ahora representa su investigación en el retrato y el autorretrato, y tan poco de Cheek to Cheek . La respuesta simple es una negación: Cheek to Cheek es el negativo de Frente al espejo. Pero enseguida habría que ilustrar y definir a qué nos referimos. Lo primero que hay que notar es que la serie traspasa el confín fijo del marco fotográfico. Lo hace de un modo muy singular: a través de la notación. Szinetar se permite en Cheek to Cheek comentar sus (auto) retratos de una forma única y peculiar. Veamos el caso de lo que dice del poeta cubano Heberto Padilla, quien fuera enjuiciado por traicionar a la revolución con actos de brutal discriminación y censura, en una famosa cacería de brujas que dividió para siempre a la intelectualidad latinoamericana entre adversarios y defensores del régimen cubano. Szinetar anota: “Ante el horror del paisaje, la palabra” y esta línea basta
para ligar al retrato no sólo con carga histórica específica, sino también conferir al autorretrato una postura ética frente a la experiencia vivida por Padilla. Como si se tratara de un juego de pareados, Padilla encuentra su contraparte en otro poeta cubano, Nicolás Guillén, a quien Szinetar le hace decir: “Lo que tuve que callar”, en un guiño paradójico acerca del destino de su compatriota Padilla, quien tras años de ostracisimo marchó al exilio donde murió. En Frente al espejo, Szinetar toma distancia de su retratado para poder colocarse en un tercer plano de la foto que hace posible el autorretrato. En Cheek to Cheek esta distancia es reducida, hasta casi desaparecer, a favor de una ilusión de igualdad, confraternidad y coloquio entre los protagonistas de la escena. Es gracias a este tipo de artificios que Szinetar puede interpelar a José Saramago, premio Nobel portugués y autor de novelas extraordinarias, con un laconismo lapidario que apela a sus irrenunciable filiación comunista: “¿Y había un Dios comunista?”. Pero bien vista, la interpelación contiene dosis equivalentes de juicio histórico y refutación teológica. El comunismo, al menos
[ 195 ]
en su versión de los llamados “socialismos realmente existentes”, ha sido un rotundo fracaso donde quiera que se ha intentado y aun así muchas de las mentes comunistas más brillantes han sentido la urgencia de elevar un increíble puritanismo para defenderlo a capa y espada contra toda lógica histórica. Pero la política es, por suerte, solo una de las muchas materias que dialogan en estas fotografías. Estas anotaciones aparecen en el margen de la fotografía, aunque no son exactamente una marginalia. Funciona en realidad un campo alterno a la fotografía, un espacio en blanco, libre para apostillar el encuentro con aforismo, una cita literaria o una observación vivencial. Szinetar recuerda sus aventuras. En su encuentro con el dramaturgo nigeriano Wole Soyinka escribe: “Me perseguía la luz del trópico. La orilla que no termina y ahí apareció el fotógrafo”. Mientras pone estas frases en boca del influyente ensayista inglés Christopher Hitchens: “Alrededor de mí, Cartagena: el encuentro con lo que siempre ame:la aventura allende los mares. Desplegar la imaginacion y el coraje, con la palabra siempre como lanza y escudo. Solo mis ojos se enfrentan al fotografo”.
Hitchens y Soyinka hablan de una circunstancia y de un temple, pero, ¿quién habla en verdad? Ya lo ha dicho Szinetar junto a otra de sus imágenes: los otros son sus “cómplices. Ante el click solo ellos existen”. A la vez él también es cómplice, como lo expresa al apostillar la imagen del poeta Alejandro Oliveros, en otro acto de desdoblamiento: “Para mi diario tengo un cómplice: este fotógrafo”. Estos artificios causan en efecto de banda de Moebius: aunque dan la impresión de ser las dos caras de un plano están colocadas en la misma superficie. Esta apariencia paradójica va conformando una sofisticada cartografía personal hecha de imágenes y palabras, motivos y pasiones entrelazadas. Por ejemplo, con frecuencia, Szinetar escribe sobre el amor que siente por el oficio fotográfico con una perspicacia y sutileza que puede ser pasada fácilmente por alto incluso por veteranos seguidores de su obra. Como escribe junto a la foto del famoso periodista Gay Talese, considerado el padre del Nuevo Periodismo, “Yo los escribo. Él los retrata”, una sentencia que resume admirablemente todo el sentido del libro. O juegos de complicidad como el planteado en los aforismos que acom-
[ 197 ]
pañan los retratos de Leila Guerriero y Rodrigo Rey Rosa: “Lo sigo pensando:los fotografos mienten con gracia, huyen del lugar del crimen y solo dejan un rastro: la imagen” Y: “Con cautela: ¿Los fotógrafos nos robarán el alma o nos darán la suya?”.
¿Qué vamos descubriendo de este libro? ¿Junto a la imagen no se oye también la voz de un amante de los libros, de un cultor de amistades, de un cronista de viajes e incluso de un crítico fotográfico y literario? Lo extraordinario de Cheek to Cheek es que es todas esas cosas sin ser categóricamente ninguna de ellas. Szinetar viaja, ve, oye, dispara, lee, anota, medita, siente y escribe de una manera oblicua. En una época en que gracias a la tecnología la fotografía se ha universalizado en dispositivos electrónicos de todo tipo, la documentación y registro del Yo, a solas o en el mundo, también se ha masificado a un nivel jamás antes visto. Uno podría pensar que Szinetar es un reportero gráfico, un ubicuo cazador de autógrafos o un paparazzo de lujo. Sus fotos también están cruzadas por los discursos contemporáneos
de la fotografía de la moda y del culto al Yo y la celebridad. Pero nadie se equivoque: su trabajo es no solo un ejercicio de admiración, para tomarle prestado otro término a Ciorán, o de vanidad, ni una puesta en imágenes del tenso balance entre nuestra identidad y la los demás, sino también, a fin de cuentas, una búsqueda de verdades propias que se van revelando como consecuencia del contacto con el otro. Esas verdades podemos encontrarlas de modos disperso, fragmentario. Son perdigones o flashes muy íntimos acerca de temas o situaciones variadas. Esas ráfagas verbales, cristalizados por lo general en frases inspiradas, pueden ser calificadas como marcas y rasgos del Yo del fotógrafo. Pienso en las referencias a la visión sobre el oficio fotográfico, las analogías y diferencias entre la el arte de retratar y la creación de personajes literarios en la ficción, como en los retratos junto con Alessandro Baricco, Juan José Millás y David Trueba. Al lado del poeta brasilero Ledo Ivo, reflexiona sobre la naturaleza efímera de la vida humana y la salvación (o el consuelo) que puede ofrecer algo tan precario como la imagen.
[ 199 ]
Pero, hay un nivel todavía más íntimo, compuesto de frases que casi son un corredor secreto hacia la ciudad secreta de la memoria, un espacio de vericuetos y laerintos afectivos poblados por fantasmas familiares. En la única foto en la que Szinetar se despoja de los anteojos que son parte de su disfraz aparece junto al escritor colombiano Héctor Abad Facciolince, quien también usa anteojos. Se trata de algo más que un gesto de hermandad profunda. “Esos ojos lo irradian todo. (El Padre)”, es la lacónica leyenda que la acompaña. Ambos personajes, huérfanos de padre por demás señas, se quitan los anteojos como si desearan mirar más adentro, irradiar con una mirada introspectiva el lugar donde se encuentran las memorias más de la infancia, donde yace el nudo arquetípico con la figura paterna. Este tema reaparece en un silogismo lleno de soledad y ternura junto al escritor paquistaní Hanif Kureishi, autor de Mi oído en su corazón, un hermoso libro para homenajear la memoria de su padre. Por fortuna, para quien vaya tropezando con estos guiños se dará cuenta que son más personales y, por suerte, más consistentes y duraderos que efímeras migajas de pan. Por ejemplo Szinetar nun-
ca abandona el humor que lo hace tomarse el paso de la vida con filosofía. Una clave de esa filosofía está en los versos del (auto)retrato con Rafael Cadenas. Me entrego a la mirada del otro. En un magnífico cierre se reencuentra con Fernando Savater y Mario Vargas Llosa, a quienes ha fotografiado hace ya muchos años, cuando los tres tenían el cabello oscuro y el rostro sin arrugas. Ahora nos presenta a un trío de arrugados veteranos, con las cabezas y las barbas llenas de canas, quienes, más por resignación que por ironía, cantan a coro: “¡El tiempo pasa!”.
[ 201 ]
© Vasco Szinetar © Ediciones Lavaka © Texto: Boris Muñoz
E
D
I
C
I
O
N
E
S
LaVaka
Producción editorial Producciones Lavaka Escritos y Fotografías Vasco Szinetar Diseño gráfico Kataliñ Alava Texto Boris Muñoz Corrección Alberto Márquez Agradecimiento a Doménico Chiappe Caracas, febrero 2017
P/A [
]