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El Regalo de Dios Un Panorama General Libro por Libro del Cumplimiento de las Promesas de Dios en la Biblia



Sesión 1. Introducción El Regalo de Dios El Regalo de Dios es Dios mismo. La Biblia es el testimonio divino de este regalo glorioso. No existe mayor bien, ni posesión más preciada que Dios. Él es santo, Él es justo, Él es misericordioso, Él es bueno. Él es perfecto. Él es glorioso. No existe nada ni nadie que remotamente se acerque al valor que Dios posee. En la esencia de su perfección se encuentra su amor. Dios es amor. La Biblia nos presenta a un Dios que ama no por coerción u obligación sino como una expresión de la esencia de su ser. Es Él quien nos da a todos vida y aliento y todas las cosas. Pero por encima de todos sus dones, el amor de Dios se hace evidente en el amoroso don de sí mismo por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad: 16

Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3:16 3

Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. Juan 17:3 1

No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. 2 En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. 3 Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. 4 Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy… 6 —Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí. Juan 14:1‐4, 6 Este es pues el mensaje de la Biblia: El regalo de Dios es Dios mismo. Todo lo que posteriormente mencionemos durante todo el transcurso de este estudio no es más que un comentario a esta verdad Bíblica. Es mi oración al Padre que la gloria del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios sea de tal manera sellada en nuestro corazón por su Espíritu Santo que podamos con abúndate gozo, libre y voluntariamente recibirle y reconocerle a Él, nuestro Rey y Señor, como nuestra posesión más preciada, como la gracia y regalo más glorioso que de Dios mismo hemos recibido.

El Regalo de Dios en la Historia Bíblica En esta sesión consideraremos brevemente la forma en que la Biblia de manera constante y unánime nos da testimonio de la forma en la que Dios se da a sí mismo para la gloria de su Nombre y el gozo de toda la tierra. Si ponemos atención, la historia Bíblica comenzando en la creación del universo, claramente se nos presenta como la historia de Dios dando de sí mismo para atraer a las personas a la comunión con Él. Consideremos ahora algunos de los puntos sobresalientes de esta historia. El Regalo de Dios en la Creación Dios en el principio, creó los cielos y la tierra. La corona de su creación fue el ser humano. El don de la creación es un don divino por medio del cual se establece un contexto en el cual Dios pueda darse a sí mismo al hombre con quien él anhela tener comunión. De hecho, en el don de la creación vemos

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por primera vez la forma en la cual Dios se da a sí mismo, no solo interactuando íntimamente con su creación (Gén. 1:2; 3:8) sino otorgando su imagen y semejanza al hombre: Y Dios consideró que esto era bueno, 26 y dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo.» 27 Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó. Génesis 1:25b‐27 Desde su misma creación, el hombre ha sido creado y diseñado por Dios a su imagen y semejanza para que el ser humano pueda entrar en comunión con Él y cumplir así el propósito de su misma existencia. Dios se da a sí mismo en la creación. En las palabras de San Agustín: Señor, tu nos creaste para ti, y nuestro corazón no halla descanso hasta que lo encuentra en ti. Confesiones 1.1.1 El Regalo de Dios en la Caída y la Redención Alguien ha dicho que Génesis 3 es posiblemente el capítulo más importante de la Biblia ya que aparte del evento histórico que en él se narra es imposible comprender el mensaje de la Biblia y el glorioso carácter del evangelio. Génesis 3 describe la desobediencia del hombre, la corrupción de la imagen de Dios en la humanidad y la consecuente pérdida de la comunión con Dios. La caída de Adán en Génesis 3 nos permite entonces introducir la condición sobre la cual el Regalo de Dios descansa. Todo ser humano que desea entrar en comunión con Dios y gozar del don de su presencia amorosa (Dios es el regalo) ha de recibirle y relacionarse con Él como Rey Soberano y Señor de su vida. 9 Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: —¿Dónde estás? 10 El hombre contestó: — Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí. 11 —¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? —le preguntó Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer? 12 Él respondió: —La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí. 13 Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho? —La serpiente me engañó, y comí —contestó ella… 23 Entonces Dios el Señor expulsó al ser humano del jardín del Edén, para que trabajara la tierra de la cual había sido hecho. 24 Luego de expulsarlo, puso al oriente del jardín del Edén a los querubines, y una espada ardiente que se movía por todos lados, para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida. Génesis 3:9‐13, 23.

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Después de la caída de Adán y consecuentemente de toda su descendencia (Rom. 5:12), el regalo de Dios solo se otorga a aquellos que se acercan a él reconociendo su soberanía y su santidad. No obstante, aún en el mismo evento de la caída del hombre y sus consecuencias vemos claramente expresado el amor de Dios al proveer los medios necesarios para restaurar la comunión entre Dios y el hombre (Gén. 3:15, 21). A partir de este momento, la historia bíblica se ocupa de presentar la obra soberana de Dios para escoger para sí un pueblo de entre las naciones y bendecirlo con el regalo de su presencia.

El Pueblo de la Presencia Posterior a la caída, la Biblia nos describe la condición del hombre como lleno de maldad en obra y pensamiento (Génesis 6). No obstante, Dios nuevamente actúa amorosamente buscando atraer a sí mismo a un hombre, Abraham, por medio del cual establecería su reino y su presencia en la tierra para bendición de todas las familias de la tierra (Génesis 12). La Presencia de Dios en el Pueblo de Israel A través del Antiguo Testamento descubrimos una y otra vez el anhelo de Dios de bendecir a su pueblo escogido. En cada ocasión, la bendición del pueblo consistía en el don de la presencia misma de Dios en medio de su pueblo para llenarlo de gozo. Este regalo demandaba la sumisión y obediencia del pueblo ante su Dios Soberano. Consideremos los siguientes pasajes: Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el SEÑOR se le apareció y le dijo: —Yo soy el Dios Todopoderoso. Vive en mi presencia y sé intachable. 2 Así confirmaré mi pacto contigo, y multiplicaré tu descendencia en gran manera. 3 Al oír que Dios le hablaba, Abram cayó rostro en tierra, y Dios continuó: 4 —Éste es el pacto que establezco contigo: Tú serás el padre de una multitud de naciones. 5 Ya no te llamarás Abram, sino que de ahora en adelante tu nombre será Abraham, porque te he confirmado como padre de una multitud de naciones. 6 Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones. 7 Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes. 8 A ti y a tu descendencia les daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán, donde ahora andan peregrinando. Y yo seré su Dios. Génesis 17:1‐8 6 Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; 7y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios. Éxodo 6:6‐7 45 Habitaré entre los israelitas, y seré su Dios. 46 Así sabrán que yo soy el SEÑOR su Dios, que los sacó de Egipto para habitar entre ellos. Yo soy el SEÑOR su Dios. Éxodo 29:45‐46 La presencia de Dios en medio de Israel sería la señal de su favor y bendición para con su pueblo. No obstante Dios necesitaba proveer medios de acceso a Su presencia que cumplieran con las demandas de su santidad perfecta. Era por tanto indispensable proveer al pueblo una forma de expiar sus pecados para que éste pudiera acercarse a Dios con pureza y así gozar de la bendición de su presencia. Para este propósito Dios establece el tabernáculo (Éxodo 25:8; 40:34‐36) y posteriormente el templo (2 Crónicas 5:7,14) como el lugar de su presencia en medio de su pueblo. Con ellos, estableció además el sacerdocio levítico y el sistema sacrificial como una manifestación de su gracia concediendo a su pueblo pecador la posibilidad de acercarse a la presencia de Dios y gozar de su comunión. El Regalo de Dios

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La Rebelión de Israel, y la Pérdida de la Presencia y la Comunión con Dios La historia de Israel tristemente es en gran medida la historia del rechazo de Dios de parte de su pueblo. Una y otra vez, el pueblo menospreció la bendición del regalo de la presencia de Dios en medio de ellos y buscó alejarse de Dios y desentenderse de él. Finalmente, el profeta Jeremías viene a ser el heraldo divino que con grande dolor y angustia anuncia al pueblo el cumplimiento de su deseo pecaminoso y soberbio de alejarse de su Dios, su don y posesión más preciada: 12 » ”Vayan ahora a mi santuario en Siló, donde al principio hice habitar mi nombre, y vean lo que hice con él por culpa de la maldad de mi pueblo Israel. 13 Y ahora, puesto que ustedes han hecho todas estas cosas —afirma el SEÑOR—, y puesto que una y otra vez les he hablado y no me han querido escuchar, y puesto que los he llamado y no me han respondido, 14 lo mismo que hice con Siló haré con esta casa, que lleva mi nombre y en la que ustedes confían, y con el lugar que les di a ustedes y a sus antepasados. 15 Los echaré de mi presencia, así como eché a todos sus hermanos, a toda la descendencia de Efraín.” Jeremías 7:12‐15 15 ¡Escúchenme, préstenme atención! ¡No sean soberbios, que el Señor mismo lo ha dicho! 16 Glorifiquen al Señor su Dios, antes de que haga venir la oscuridad y ustedes tropiecen contra los montes sombríos. Ustedes esperan la luz, pero Él la cambiará en densas tinieblas; ¡la convertirá en profunda oscuridad! 17 Pero si ustedes no obedecen, lloraré en secreto por causa de su orgullo; mis ojos llorarán amargamente y se desharán en lágrimas, porque el rebaño del Señor será llevado al cautiverio. Jeremías 13:15‐17 La Presencia de Dios y la Promesa del Nuevo Pacto Aún en medio de la rebelión de su pueblo, Dios manifiesta el glorioso amor que define la esencia de su Ser y de su perfección. El pecado y la rebelión no son obstáculos infranqueables para un Dios amoroso: 1 Vuélvete, Israel, al Señor tu Dios. ¡Tu perversidad te ha hecho caer! 2 Piensa bien lo que le dirás, y vuélvete al Señor con este ruego: «Perdónanos nuestra perversidad, y recíbenos con benevolencia, pues queremos ofrecerte el fruto de nuestros labios… 4 «Yo corregiré su rebeldía y los amaré de pura gracia, porque mi ira contra ellos se ha calmado. 5 Yo seré para Israel como el rocío, y lo haré florecer como lirio. ¡Hundirá sus raíces como cedro del Líbano! Oseas 14:1‐3, 5 A estas alturas no ha de sorprendernos que la solución para el pecado del hombre y para todas las angustias y sufrimientos que éste ocasiona, sea Dios mismo. Dios mismo regalando a su pueblo el don de su presencia, no solo en medio de ellos, sino, en el nuevo pacto, en ellos, sellando su corazón con su presencia por medio de su Espíritu: 36 »Por tanto, así dice el SEÑOR, Dios de Israel, acerca de esta ciudad que, según ustedes, caerá en manos del rey de Babilonia por la espada, el hambre y la pestilencia: 37 Voy a reunirlos de todos los países adonde en mi ira, furor y terrible enojo los dispersé, y los haré volver a este lugar para que vivan seguros. 38 Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. 39 Haré El Regalo de Dios

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que haya coherencia entre su pensamiento y su conducta, a fin de que siempre me teman, para su propio bien y el de sus hijos. 40 Haré con ellos un pacto eterno: Nunca dejaré de estar con ellos para mostrarles mi favor; pondré mi temor en sus corazones, y así no se apartarán de mí. 41 Me regocijaré en favorecerlos, y con todo mi corazón y con toda mi alma los plantaré firmemente en esta tierra. Jeremías 32:36‐41 23

Daré a conocer la grandeza de mi santo nombre, el cual ha sido profanado entre las naciones, el mismo que ustedes han profanado entre ellas. Cuando dé a conocer mi santidad entre ustedes, las naciones sabrán que yo soy el Señor. Lo afirma el Señor omnipotente. 24 Los sacaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los pueblos, y los haré regresar a su propia tierra. 25 Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. 26 Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. 27 Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes. 28 Vivirán en la tierra que les di a sus antepasados, y ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios. Ezequiel 36:23‐28

El Regalo de Dios en la Persona de Jesucristo El Regalo de Dios y la Promesa del Mesías A lo largo del Antiguo Testamento, descubrimos con frecuencia que la provisión de la presencia de Dios en el tabernáculo y el templo, mediada a través de los sacerdotes y de los sacrificios levíticos constituía únicamente una sombra temporal limitada de su gloriosa presencia. Un día vendría uno que daría acceso inmediato a la gloria y el gozo de la presencia de Dios. Un guiador, un consolador, un libertador, un pastor (Ezequiel 34:11‐31; Miqueas 5:2). Él finalmente lograría poner fin a la transgresión, terminar con el pecado, expiar la iniquidad, y traer justicia eterna (Daniel 9:24). Este varón sería llamado Emmanuel (Isaías 7:14), Dios con nosotros. Jesús, El Regalo de Dios En la persona de nuestro Salvador Jesucristo, se cumple la promesa de Emmanuel. Aquél que estaba con Dios y era Dios (Juan 1:1) se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14). La venida de Jesucristo constituye la consumación de todas las promesas de Dios en el Antiguo Testamento. Es en Jesús en quien tenemos redención, perdón de pecados y acceso con confianza al Padre celestial (Efesios 1:7; 3:12). Él es la imagen del Dios invisible, el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de su sustancia (Hebreos 1:3). En Jesús, Dios Padre envía a su Hijo unigénito con un solo propósito: atraernos a Él: 6 —Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí. Juan 14:6 18 Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. 1 Pedro 3:18 8 Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones El Regalo de Dios

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del pueblo de Dios. 9 Y entonaban este nuevo cántico: «Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra.» Apocalipsis 5:8‐10 En Cristo, el reino de Dios se ha acercado, y ha sido inaugurado en el corazón de los creyentes (Efesios 3:17; 1 Pedro 3:15) hasta el tiempo de la consumación de todas las cosas (1 Corintios 15:24). El Consolador, El Regalo del Espíritu Santo Una vez que nuestro Salvador consumó nuestra redención por medio de su muerte y su resurrección ascendió, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, partió a la presencia del Padre (Hebreos 1:3‐4). Pero no nos dejó huérfanos. En su partida y en espera de su venida nos otorgo otro don inigualable. El don de su presencia en la persona del Espíritu Santo: 16 Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: 17 el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. 18 No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes. Juan 14:16‐18 5 …porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado. 6 A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. 7 Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. 8 Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:5‐8

El Regalo de Dios es Dios Mismo El regalo de Dios es Dios mismo de principio a fin. Vez tras vez podemos admirar en las Escrituras la forma en que Dios se expresa a sí mismo en su amor por nosotros dándonos la bendición de su presencia y su comunión. No tenemos de Dios otro regalo mayor. Él es nuestro bien. Él es nuestro gozo. El es nuestra esperanza. Él es nuestra salvación. En Cristo, el Padre nos ha dado la oportunidad de acercarnos a Él y gozar de su presencia eternamente. Al igual que en la creación, poniendo su imagen en nosotros y buscando la comunión con nosotros, hacia el final de la historia la meta será la misma, pero en esta ocasión ya nada impedirá nuestra comunión con Él y la bendición de contar con su presencia. ¡Que la gloria sea solo para él por medio de nuestro Salvador! 3 Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. 4 Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.» 5 El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.» 6 También me dijo: «Ya todo está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo. Apocalipsis 21:2‐7 El Regalo de Dios

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