Sesión 12. 1 y 2 Samuel: El Regalo Real y Mesiánico de Dios – Parte 2 Bosquejo
El Propósito de los Libros de 1 y 2 Samuel La Historia Particular en los Libros de 1 y 2 Samuel: El Establecimiento del Reino Eterno de Dios por medio de David La Historia de Samuel (1 Samuel 1 ‐ 7) La Transición Hacia la Monarquía (1 Samuel 8) La Historia de Saúl (1 Samuel 9 ‐ 15) La Historia de Saúl y David (1 Samuel 16 ‐ 31) La Historia de David (2 Samuel 1 ‐ 20) La Exaltación de David (2 Samuel 1 ‐ 10) La Decadencia de David (2 Samuel 11 ‐ 20) Epílogo (2 Samuel 21 ‐ 24) La Historia Teológica de los Libros de 1 y 2 Samuel: El Regalo Real y Mesiánico de Dios Dios es el Rey Legítimo, Absoluto y Soberano Sobre su Pueblo Su Pueblo Debe Confiar en Él Su Pueblo Debe Adorarlo a Él Su Pueblo Debe Servirlo a Él Dios es la Fortaleza de Su Pueblo y Su Garantía de Victoria La Historia Cristiana en 1 y 2 Samuel Cristo es el Hijo de David en Quien el Pacto de Redención Eterna Encuentra Inauguración y Consumación Cristo es Nuestro Rey Cristo es Nuestro Mesías
El Propósito de los Libros de 1 y 2 Samuel Como ya mencionamos en la primera parte de este estudio en los libros de Samuel, 1 y 2 Samuel constituían originalmente un solo volumen. La historia de 2 Samuel describe los eventos entre los años 1010 a.C. y 970 a.C., es decir, todo el período del reinado de David sobre Judá e Israel. Los libros de Samuel están escritos en la forma literaria conocida como historia heroica. Esto significa que su historia se narra a partir de las vidas de tres “héroes” o personajes principales: Samuel, Saúl y David. Se desconoce el autor y la fecha exacta de la composición del libro, pero la composición del libro puede fecharse alrededor del año 950 a.C., durante el reinado de Salomón, como una defensa del derecho monárquico de la familia de David sobre el pueblo de Israel. Resumimos el propósito de estos dos libros de la siguiente manera: Los libros de 1 y 2 Samuel presentan a Dios como el legítimo Rey y Soberano sobre su pueblo escogido. En Samuel, Dios establece su reino eterno por medio de la unción Divina de David y su linaje quien ha de guiar al pueblo a escuchar y obedecer la voz de Dios por fe.
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La Historia Particular en los Libros de 1 y 2 Samuel: El Establecimiento del Reino Eterno de Dios por medio de David En esta segunda parte analizaremos la historia particular de Israel en 2 Samuel. Al igual que en 1 Samuel, buscamos describir la manera en que los eventos históricos en la vida de David proclaman un mensaje unificado: el reinado eterno y soberano de Dios sobre su pueblo y el medio por el cual dicho reinado se establece. 2 Samuel narra la historia de Israel desde la perspectiva de la vida David. Esta historia heroica puede bosquejarse en tres secciones principales: I. La Exaltación de David (2 Samuel 1 ‐ 9) II. La Decadencia de David (2 Samuel 10 ‐ 20) III. Epílogo (2 Samuel 21 ‐ 24) Analizaremos brevemente cada una de estas secciones para después estudiar en mayor detalle su valor teológico para el pueblo de Dios.
La Exaltación de David (2 Samuel 1 – 9) Los primeros nueve capítulos enfocan su atención en el ascenso de David al trono de Israel y el establecimiento de su reino y su dinastía por parte de Dios. La historia de la exaltación de David contiene cuatro temas principales: (1) el ascenso de David al trono de Israel (2 Samuel 1 – 5); (2) El establecimiento del Reino en Jerusalén (2 Samuel 5); (3) el traslado del Arca del Pacto a Jerusalén (2 Samuel 6); y (4) la proclamación del Pacto Davídico (2 Samuel 7 ‐ 8). Hemos ya mencionado que todos los eventos de 1 y 2 Samuel proclaman a Dios como el legítimo rey, eterno y soberano sobre su pueblo. Es el regalo de Dios, de Su presencia gobernando sobre Su pueblo, la que hace de su pueblo un pueblo especial, escogido y privilegiado. La historia de la exaltación de David es por lo tanto esencialmente la historia de la exaltación de Dios y de su glorioso poder y su magnífica gracia. Esto se hace evidente en 2 Samuel 5: 5 Todas las tribus de Israel fueron a Hebrón para hablar con David. Le dijeron: «Su Majestad y nosotros somos de la misma sangre. 2 Ya desde antes, cuando Saúl era nuestro rey, usted dirigía a Israel en sus campañas. El Señor le dijo a Su Majestad: “Tú guiarás a mi pueblo Israel y lo gobernarás.” » 3 Así pues, todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón para hablar con el rey David, y allí el rey hizo un pacto con ellos en presencia del Señor. Después de eso, ungieron a David para que fuera rey sobre Israel. 4 David tenía treinta años cuando comenzó a reinar, y reinó cuarenta años. 5 Durante siete años y seis meses fue rey de Judá en Hebrón; luego reinó en Jerusalén sobre todo Israel y Judá durante treinta y tres años. 7 Pero David logró capturar la fortaleza de Sión, que ahora se llama la Ciudad de David… 9 David se instaló en la fortaleza y la llamó Ciudad de David. También construyó una muralla alrededor, desde el terraplén hasta el palacio, 10 y se fortaleció más y más, porque el Señor Dios Todopoderoso estaba con él. 11 Hiram, rey de Tiro, envió una embajada a David, y también le envió madera de cedro, carpinteros y canteros, para construirle un palacio. 12 Con esto David se dio cuenta de que el Señor, por amor a su pueblo, lo había establecido a él como rey sobre Israel y había engrandecido su reino. 2 Samuel 5:1‐5, 7, 9‐12 El Regalo de Dios
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Jerusalén en los Tiempos de David
En esta sección encontramos además el clímax de toda la historia de 1 y 2 Samuel: El Pacto Davídico. Las historias de Samuel, Saúl y David contenidas en 1 Samuel, y toda la historia del ascenso de David al trono de Israel y su establecimiento en Jerusalén en 2 Samuel 1 – 6 llegan a su más alta cúspide en el pacto incondicional que Dios establece con David y su descendencia en 2 Samuel 7. Ante el deseo de David de establecer una “casa” como habitación de la presencia de Dios en medio de Su pueblo, Dios realiza una de las proclamaciones más sublimes de su gracia a favor de David y de su pueblo: 4 Pero aquella misma noche la palabra del Señor vino a Natán y le dijo:
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«Ve y dile a mi siervo David que así dice el Señor: “¿Serás tú acaso quien me construya una casa para que yo la habite? 6 Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto, y hasta el día de hoy, no he habitado en casa alguna, sino que he andado de acá para allá, en una tienda de campaña a manera de santuario. 7 Todo el tiempo que anduve con los israelitas, cuando mandé a sus gobernantes que pastorearan a mi pueblo Israel, ¿acaso le reclamé a alguno de ellos el no haberme construido una casa de cedro?” 8 »Pues bien, dile a mi siervo David que así dice el Señor Todopoderoso: “Yo te saqué del redil para que, en vez de cuidar ovejas, gobernaras a mi pueblo Israel. 9 Yo he estado contigo por dondequiera que has ido, y por ti he aniquilado a todos tus enemigos. Y ahora voy a hacerte tan famoso como los más grandes de la tierra. 10 También voy a designar un lugar para mi pueblo Israel, y allí los plantaré para que puedan vivir sin sobresaltos. Sus malvados enemigos no volverán a humillarlos como lo han hecho desde el principio, 11 desde el día en que nombré gobernantes sobre mi pueblo Israel. Y a ti te daré descanso de todos tus enemigos.” »Pero ahora el Señor te hace saber que será él quien te construya una casa. 12 “Cuando tu vida llegue a su fin y vayas a descansar entre tus antepasados, yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su reino. 13 Será él quien construya una casa en mi honor, y yo afirmaré su trono real para siempre. 14 Yo seré su padre, y él será mi hijo. Así que, cuando haga lo malo, lo castigaré con varas y azotes, como lo haría un padre. 15 Sin El Regalo de Dios
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embargo, no le negaré mi amor, como se lo negué a Saúl, a quien abandoné para abrirte paso. 16 Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí; tu trono quedará establecido para siempre.” »
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Natán le comunicó todo esto a David, tal como lo había recibido por revelación. Samuel 7:4‐17
En su Teología del Antiguo Testamento, Bruce Waltke resume el contenido del Pacto Davídico afirmando que consta de diez promesas o bendiciones. Tres promesas se cumplirían durante su vida: Dios (1) le daría un grande nombre (v. 9b); (2) Israel viviría seguro (v. 10); (3) y le daría descanso de todos sus enemigos (v. 11). Todo esto se cumple en 2 Samuel 8. Cuatro promesas más se cumplirían inicialmente en un futuro inmediato en la persona de Salomón: (1) Dios levantaría a uno de sus hijos (v. 12a); (2) afirmaría su reino (v. 12b); (3) y su trono (v. 13); (4) y no apartaría de él su fiel amor, su hesed (v. 15). Finalmente, el v. 16 añade tres promesas más que se cumplirían en un futuro lejano: (1) La dinastía de David permanecería; (2) su reino sería perpetuo; (3) y también su trono. Como observaremos más adelante, todas las promesas futuras encuentran su cumplimiento final en la persona de Jesucristo, el Hijo de David. Las implicaciones del Pacto Davídico contenidas en la oración de David en 2 Samuel 7: 18‐29, tanto a nivel personal como universal, serán analizadas en la sección correspondiente a la teología de 2 Samuel.
La Decadencia de David (2 Samuel 10 – 20) La segunda sección de 2 Samuel7 sirve como una elocuente demostración del poder de la gracia de Dios para hacer de un hombre pecador y ordinario un “hombre conforme al corazón de Dios.” Esta sección hace evidente la incondicionalidad del Pacto Davídico a la luz de la decadencia espiritual de David y sus consecuencias. Se pueden identificar dos temas principales en esta sección: (1) El Gran Pecado de David con Betsabé (2 Samuel 11 ‐ 12); y (2) Las Consecuencias del Pecado de David en Su Reino y Su Familia (2 Samuel 13 ‐ 20). En 2 Samuel 11‐12, la historia del pecado de David hace evidente que aun y cuando las promesas del Pacto Davídico eran establecidas incondicionalmente en base a la gracia y el fiel amor de Dios, estas no constituían una licencia para pecar. La experiencia cotidiana de las bendiciones del pacto estaba sujeta a la obediencia del rey y de su descendencia (2 Samuel 7:14‐15). Aunque no consideraremos a profundidad el pecado de David en este contexto, si debemos citar la perspectiva bíblica en relación a su gravedad: 7 Entonces Natán le dijo a David: —¡Tú eres ese hombre! Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí como rey sobre Israel, y te libré del poder de Saúl. 8 Te di el palacio de tu amo, y puse sus mujeres en tus brazos. También te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. 9 ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que me desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa! ¡Lo mataste con la espada de los amonitas! 10 Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer.” 2 Samuel 12:7‐10 7
Muchos comentaristas inician la segunda sección a partir del capítulo 11 con la narración de David y Betsabé. En este estudio hacemos la separación en el capítulo 10 debido a que este representa una introducción histórica que da contexto a la historia del pecado de David en el capítulo 11. El Regalo de Dios
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La gravedad de este pecado no residía esencialmente en los actos de adulterio y asesinato sino en la actitud soberbia y prepotente de menosprecio a Dios y Su Palabra. Esto es lo que hace del pecado de David una ilustración pertinente y universal para cada pecador. El pecado es una expresión de menosprecio de Dios. Los capítulos 13 al 20 de 2 Samuel nos presentan las consecuencias del pecado de David. Estos capítulos representan una exposición preliminar del juicio de Dios (¡y del mismo David!) sobre la familia de David y las consecuencias que este tuvo sobre su reino tal y como se declaran en 2 Samuel 12:5‐6, 10‐12: 5 Tan grande fue el enojo de David contra aquel hombre, que le respondió a Natán: —¡Tan cierto como que el Señor vive, que quien hizo esto merece la muerte! 6 ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja! 10 Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer.” 11 »Pues bien, así dice el Señor: “Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. 12 Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel.” 2 Samuel 12:5‐6, 10‐12 Aún y cuando Dios en su gracia no ejecutó su juicio sobre David (2 Samuel 12:13), las consecuencias sobre su familia fueron devastadoras. Tal y como David lo había expresado en su juicio (v. 6), cuatro de sus hijos, incluyendo el bebé de Betsabé (2 Samuel 12:14) y los tres hijos mayores de David: Amnón (2 Samuel 13), Absalón (2 Samuel 14‐19) y Adonías (1 Reyes 1‐2) causarían gran dolor a David, pondrían en riesgo a la nación, y finalmente morirían como resultado del pecado de David.
Epílogo (2 Samuel 21 – 24) El epílogo contiene una serie de narraciones y cantos que buscan recordar al pueblo la grandeza de David y la esperanza de Israel en la descendencia del “dulce cantor de Israel” aún a pesar de sus fracasos hacia el final de su reinado.
La Historia Teológica de los Libros de 1 y 2 Samuel: El Regalo Real y Mesiánico de Dios Dios es el Rey Legítimo, Absoluto y Soberano Sobre su Pueblo Como hemos dicho anteriormente, los libros de Samuel establecen claramente el derecho de Dios como Rey legítimo, absoluto y soberano sobre su pueblo escogido. 2 Samuel nos presenta algunas lecciones teológicas que se deducen de esta verdad, las cuales deben añadirse a las previamente estudiadas en 1 Samuel. El Pueblo Debe Confiar en Dios: La Historia de David en su Ascenso al Trono de Israel Previamente mencionamos que la vida de David y en particular la historia de la derrota de Goliat (1 Samuel 17) nos ilustran la necesidad de que el pueblo de Dios descanse en el poder de Dios y su fortaleza en medio de las luchas de la vida. Dios es la fuente de la verdadera fortaleza. La historia de David en los primeros capítulos de 2 Samuel recalca nuevamente esta realidad. David no tenía que usurpar el trono de Israel y arrebatárselo a Saúl (2 Samuel 1). Su responsabilidad era confiar en Dios y someterse a su voluntad (2 Samuel 2‐5). El Regalo de Dios
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El Pueblo Debe Adorar a Dios: La Historia del Traslado del Arca a Jerusalén La historia del traslado del arca a Jerusalén en 2 Samuel 6 nos describe la importancia de adorar a Dios con espontaneidad y entusiasmo. El anhelo de David de habitar en la presencia de Dios y regocijarse en él, aun a costa de su dignidad real y personal (2 Samuel 6:14, 20‐22) ilustran esta lección. Los dos personajes secundarios, Uza y Mical sirven como contraste a la actitud genuina, entusiasta y humilde de David al adorar a Dios y anhelar su comunión y su presencia. Tal y como sucedió en el caso de David y Mical, este tipo de adoración puede llegar a costar la pérdida de la comunión y la unidad familiar. El Pueblo Debe Servir a Dios: Las Narraciones del Pacto Davídico y el Pecado de David Una tercera lección importante implícita en el reinado soberano de Dios sobre su pueblo es que el pueblo de Dios es siervo de Dios. Dios habita en medio de su pueblo como Rey y su pueblo ha de servirle incondicionalmente. Esta lección se encuentra positivamente en la oración de David como respuesta al Pacto Davídico y negativamente en el pecado de David y sus consecuencias.
En primer lugar, el servicio a Dios es una consecuencia lógica de reconocer su gobierno amoroso y soberano sobre las vidas de sus hijos: 18 Luego el rey David se presentó ante el Señor y le dijo: «Señor y Dios, ¿quién soy yo, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar tan lejos? 19 Como si esto fuera poco, Señor y Dios, también has hecho promesas a este siervo tuyo en cuanto al futuro de su dinastía. ¡Tal es tu plan para con los hombres, Señor y Dios! 20 »¿Qué más te puede decir tu siervo David que tú no sepas, Señor mi Dios? 21 Has hecho estas maravillas en cumplimiento de tu palabra, según tu voluntad, y las has revelado a tu siervo. 22 »¡Qué grande eres, Señor omnipotente! Nosotros mismos hemos aprendido que no hay nadie como tú, y que aparte de ti no hay Dios. 23 ¿Y qué nación se puede comparar con tu pueblo Israel? Es la única nación en la tierra que tú has redimido, para hacerla tu propio pueblo y para dar a conocer tu nombre. Hiciste prodigios y maravillas cuando al paso de tu pueblo, al cual redimiste de Egipto, expulsaste a las naciones y a sus dioses. 24 Estableciste a Israel para que fuera tu pueblo para siempre, y para que tú, Señor, fueras su Dios. 25 »Y ahora, Señor y Dios, reafirma para siempre la promesa que les has hecho a tu siervo y a su dinastía. Cumple tu palabra 26 para que tu nombre sea siempre exaltado, y para que todos digan: “¡El Señor Todopoderoso es Dios de Israel!” Entonces la dinastía de tu siervo David quedará establecida en tu presencia. 27 »Señor Todopoderoso, Dios de Israel, tú le has revelado a tu siervo el propósito de establecerle una dinastía, y por eso tu siervo se ha atrevido a hacerte esta súplica. 28 Señor mi Dios, tú que le has prometido tanta bondad a tu siervo, ¡tú eres Dios, y tus promesas son fieles! 29 Dígnate entonces bendecir a la familia de tu siervo, de modo que bajo tu protección exista para siempre, pues tú mismo, Señor omnipotente, lo has prometido. Si tú bendices a la dinastía de tu siervo, quedará bendita para siempre.» 2 Samuel 7:18‐29 La gracia de Dios manifestada en su amor, su fidelidad, su misericordia y su presencia misma, ha de constituir un llamado irresistible al servicio y a la adoración. Si Dios es Rey, cada integrante de su pueblo es siervo. Negativamente, la historia de David y Betsabé y las consecuencias de su pecado nos enseñan que Dios ha de ser servido aún cuando (y especialmente cuando) esto implique sacrificar nuestros propios deseos y los intereses de nuestra propia familia. Al cometer adulterio con Betsabé y asesinar
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a Urías, David se estaba sirviendo a sí mismo, buscando satisfacer sus deseos sensuales en menosprecio de Dios. No debemos amar al mundo y sus deseos (1 Juan 2:15‐17). Las narraciones de la decadencia de David nos ilustran además la importancia de servir a Dios y honrarlo antes que a nuestra propia familia. Al igual que Elí, David tampoco tuvo éxito en colocar los intereses de Dios por encima de sus afectos familiares. A pesar de la gravedad de los pecados de Amnón (violación), Absalón (asesinato, traición, revolución) y Adonías (usurpación del trono), David no ejecutó juicio contra ellos y prefirió tolerar su pecados a costa de poner en riesgo la unidad y la seguridad del Reino de Dios que le había sido conferido. ¡Cuán difícil es amar a Dios por encima de nuestra propia familia! (Mateo 10:37).
Dios es la Fortaleza de Su Pueblo y Su Garantía de Victoria Otra lección teológica la encontramos en 2 Samuel 24. Bajo la dirección providencial de Dios que buscaba ejecutar juicio sobre su pueblo, David decide realizar un censo militar. Desde la perspectiva humana, este censo manifestaba una actitud de dependencia en la débil, falsa e inútil fortaleza militar humana que David había anteriormente rechazado (1 Samuel 17). La confianza de David (y la nuestra) no debía residir en la capacidad humana de su ejército sino en la presencia poderosa de Dios que le protegía. Dios es la fortaleza de su pueblo. En las palabras de Jonatán, “para él no es difícil salvarnos, ya sea con muchos o con pocos” (1 Samuel 14:6).
Las Victorias Más Grandes Son Victorias de Gracia Una última lección teológica en 2 Samuel se encuentra en la historia de David y Betsabé y su relación con el Salmo 51. En su libro Whiter Than Snow (Mas Blanco que la Nieve), Paul David Tripp nos describe esta lección: Es tentador pensar que la más grande victoria en la vida de David fue la victoria sobre los Filisteos y su poderoso Goliat. Sin embargo, esta historia [de David y Bestabé] y el salmo que la acompaña, apuntan al hecho de que la más grande victoria en la vida de David no fue una victoria militar sino una victoria de gracia. Es sorprendente observar a este endurecido adúltero y asesino ser llevado a la confesión y el arrepentimiento por el poder de la gracia de Dios… La más grande victoria en la vida de David no fue realmente una victoria de David, sino más bien una victoria de Dios y de su gracia sobre el pecado que había cautivado el corazón de Dios. Nunca podrá comprender la historia de David ni la grandiosa utilidad del Salmo 51 si se detiene a observar de lejos la historia y se dice a sí mismo, “¡Qué bueno que no soy como David!” Decir esto es no entender la historia. Esta historia está en la Biblia precisamente porque la historia de David es su historia… Hay momentos en los cuales usted se permite a si mismo ser dominado por sus deseos egoístas y no por los claros mandamientos de Dios. Hay ocasiones en las que usted ama algo en la creación más que lo que ama al Creador. Hay ocasiones en las que voluntariamente rebasa los límites divinos deseando obtener lo que usted quiere… Hay ocasiones en las que usted trabaja duro en negar lo que ha hecho o encubrir sus faltas por temor a ser descubierto. La historia de David es nuestra historia, y el Salmo 51 es también nuestro salmo. Este salmo de fracaso moral, conciencia personal, tristeza, confesión, arrepentimiento, compromiso y esperanza coloca sus brazos alrededor de la experiencia de cada uno de nosotros… El Salmo
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51 describe como Dios viene a encontrarse con nosotros en nuestros más profundos momentos de fracaso y nos transforma por su gracia.8
La Historia Cristiana en 1 y 2 Samuel Concluimos una vez más considerando el texto del Antiguo Testamento en relación a la consumación de su revelación en el Nuevo Pacto establecido en la persona de Jesucristo. 2 Samuel nos apunta a Jesucristo quien es el eterno Rey y Mesías sobre el pueblo de Dios. La inauguración de la dinastía davídica nos apunta a su consumación en la persona de Cristo. Esto es particularmente evidente en el Pacto Davídico y las promesas futuras que contiene. De hecho podemos interpretar al libro de Apocalipsis en su totalidad como un extenso comentario a la verdad de 2 Samuel 7:16:
“Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí. Tu trono quedará establecido para siempre.”
Mencionamos ya previamente que hay al menos tres aspectos importantes asociados a la historia cristiana de este libro:
I.
Cristo es el Hijo de David en Quien el Pacto de Redención Eterna Encuentra Inauguración y Consumación Cristo es Nuestro Rey Cristo es Nuestro Mesías
II. III.
Cristo es Nuestro Rey y Mesías En la primera parte de este estudio consideramos brevemente la forma en que los libros de Samuel con su énfasis en el reinado eterno y soberano de Dios sobre su pueblo deben dirigir nuestra atención a la persona de Jesucristo. Es en Jesucristo en quien se cumplen de manera total las promesas del pacto Davídico. A través del Nuevo Testamento, El libro de los Hechos lo describe de esta manera:
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Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. 30Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, 31viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. 32A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. 34Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, 35 Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. 36Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Jesucristo es por tanto el Hijo de David, el Ungido, el Rey Eterno de Israel en quien tenemos redención. Es en su persona y su obra en quien las promesas hechas a Abraham y a David encuentran su consumación y nos conceden a nosotros el privilegio de una casa, un reino y un trono eternos (Juan 14:1‐3; 2 Corintios 5:1; Apocalipsis 3::21; 5:8‐10). A causa de su amor por nosotros podemos gozar de su presencia y su reino soberano por la eternidad. La gloria le pertenece solo a Él.
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Paul David Tripp, Whiter Than Snow: Meditations on Sin and Mercy, Crossway, 2008.
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