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EL PAISAJE CULTURAL Y NATURAL DEL CENTRO HISTÓRICO DE LIMA

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“A description of a view of the city ofLima”, Exhibiendo el Panorama, Leicester Square. Dibujos de W. Smyth (1834).

1. Catedral 2. Calle de Indios 3. Cabinete de minerales 4. Iglesia y Hospital de San Andrés 5. Iglesia y Convento de San Pedro 6. Monasterio de Santa Rosa 7. Monasterio de Santa Catalina 8. Consulado de Estados Unidos 9. Iglesia y Monasterio de La Trinidad 10. Morro Solar y Chorrillos 11. Iglesia y Colegio de Huérfanas 12. Iglesia y Convento de la Merced 13. Hospital de San Juan de Dios 14. Iglesia de San Juan de Dios 15. Iglesia de Nuestra Señora de Belén 16. United States Charges d’ Affaires 17. Residencia del Ministro francés 18. Iglesia y Convento de San Agustín 19. Iglesia de San Marcelo 20. Isla de San Lorenzo 21. Puerto y Ciudad del Callao 22. Puertas del Callao 23. Monasteio de las Nazarenas 24. Océano Pacífico 25. Iglesia de San Sebastián 26. Iglesia y Convento de Nuestra Señora de Monserrate 27. Calle de Valladolid

28. Casa de Maternidad 29. Santuario de Santa Rosa 30. Iglesia de Santa María de las Cabezas 31. Colina y Paseo de los Amancaes 32. Convento de San Francisco de Paolo 33. Iglesia y Convento de Santo Domingo 34. Iglesia de San Lázaro 35. Vieja Alameda 36. Arco hacia el puente 37. Cerro San Cristobal 38. Iglesia y Convento de los Desamparados 39. Plaza de Pelea de Toros 40. Nueva Alameda 41. Río Rimac y Valle de Lurigancho 42. Palacio 43. Cabildo, o Ayuntamiento 44. Plaza Mayor, o Gran Plaza 45. Cordilleras, o Nevado de los Andes 46. Cementerio 47. Iglesia y Convento de San Francisco 48. Consulado Británico 49. Palacio Eclesiástico 50. Iglesia del Sagrario

Alessandra Jaime Martinelli

Esta investigación histórica explica el origen, las características y la relevancia de las áreas verdes y espacios públicos del CHL como parte del Paisaje Urbano Histórico.

Observamos en el plano de 1780 una Lima amurallada enmarcada en un contexto de profuso verdor del valle del río Rímac. Se puede identificar con claridad parcelaciones y cultivos tanto intramuros como extramuros. Sin embargo, las plazas y atrios son espacios vacíos y sin verdor, casi conceptualmente opuestos al ambiente circundante de abundante vegetación. ¿Cómo y cuándo surgen las áreas verdes en los espacios públicos como las conocemos actualmente en el CHL? ¿Pueden ser considerados áreas verdes los espacios destinados a cultivos utilitarios? ¿Qué especificidades deben considerarse al momento de proponer la recuperación, expansión o cuidado de los espacios verdes?

Para intentar responder todas estas incógnitas, se sostiene la hipótesis de que las áreas verdes del paisaje urbano histórico de Lima se han estructurado alrededor de dos grupos rara vez diferenciados: el sistema natural y el sistema cultural.

El sistema natural

El sistema natural está conformado por aquellas áreas verdes que, al menos en su versión original, surgieron espontáneamente en el territorio como parte de un ecosistema. Estos espacios pueden estar conservados de forma prístina, o sobrevivir mediante intervención humana, dado que, por lo general, es la actividad humana lo que inicialmente causa su desaparición o desbalance. Un ejemplo de este tipo de área verde es el paisaje vegetal efímero de lomas costeras, típico de la ecorregión sobre la que se ubica la ciudad de Lima. Dentro de esta definición también se incluye a la vegetación silvestre de la ribera del río.

A orillas del Rímac recibió fundación española en 1573 el “Pueblo de indios yungas camaroneros”, súbditos del curaca Taulichusco que se ocupaban de la caza de camarones, un bien preciado para el consumo a inicios del virreinato. Además, como en numerosos ríos de la costa sur y central peruana, las aguas del Rímac eran hábitat de truchas, pejerreyes y posiblemente nutrias. En sus riberas se levantaban árboles de lúcuma, pacae y huarangos, así como arbustos y herbáceas raramente especificadas1. En una entrevista en 2015, el ex-Ministro de Energía y Minas Pedro Gamio indicaba que, debido a la polución urbana y a las detracciones sistemáticas del caudal, el 85% de la biodiversidad del Rímac había muerto. Al día de hoy, todo el cauce fluvial que discurre por las zonas urbanas de Lima es árido, sus aguas son de color ocre grisáceo y están llenas de desechos orgánicos e inorgánicos. Tomando todo esto en cuenta, no resulta extraña la actitud indiferente e incluso hostil de los limeños por el paisaje urbano fluvial. Por otro lado, algunos autores sugieren que pertenecen al sistema natural todos los espacios verdes surgidos a partir de una intención estética. Sostienen que, si bien se permite cierto grado de organización y complementación con elementos de composición paisajista, las intervenciones no son avasalladoras ni cambian radicalmente el paisaje y sus condiciones geográficas principales2. De esta manera, incluiríamos también en esta categoría a los campos de cultivo del valle del Rímac, cuya existencia fue crucial para el área urbana a través de la historia.

Las áreas verdes de cultivo tenían una presencia hegemónica en el paisaje urbano tradicional de Lima. Como menciona José Barbagelata, estaban conformadas por los campos circunvecinos destinados, en orden de proximidad a la urbe, para uso público y el futuro crecimiento de la ciudad, para dehesas y usos propios del Cabildo, y para tierras de labor distribuidas entre los vecinos dueños de solares3. Su geometría orgánica seguía las formas de los canales de irrigación derivados del río Rímac, y estos a su vez, de un sistema prehispánico de manejo hidráulico trazado

1. Ortegal Izquierdo & López Sánchez, 2016. / 2. Bernal M. & De Las Casas, 2008 / 3. Bromley & Barbagelata 1945: 53

según la topografía. Actualmente, el CHL ya no cuenta con ellos como parte de su paisaje urbano histórico, y las áreas de cultivo que alimentan a la metrópolis se han movido a otros valles, a menudo lejanos.

Los espacios verdes arbolados que se ubicaban en el perímetro de la muralla reciben el nombre de huertas, y, para fines de este artículo, han sido incluidas dentro de la categoría de sistema cultural, en el que serán desarrolladas.

Otras áreas verdes naturales que se establecieron como un elemento constituyente del paisaje urbano histórico de Lima fueron las lomas costeras, ubicadas a una distancia relativamente corta de la ciudad. Extendían su colorida vegetación efímera hasta el pie de las colinas donde se encontraba la Pampa de Amancaes (distrito del Rímac). Al igual que en otros lugares del desierto peruano, áridos promontorios que tutelan los valles de la cuenca del Pacífico reverdecen espontáneamente durante la época de invierno, de mayo a octubre. Esto ocurre por una particular combinación de aumento temporal de la humedad atmosférica, nubosidad permanente y un suelo idóneo para acoger la vegetación espontánea. Como bien describe Léonce Angrand:

“(…) en la época del despertar de la naturaleza, cuando la vegetación, adormecida durante las sequías del verano, renace bajo la influencia de los primeros rocíos de otoño. Se ve entonces las cimas de los cerros que bordean el pie de la cordillera, áridos y desolados durante la estación seca, cubrirse repentinamente con un rico tapiz de flores y de verdor, a los que la humedad de las neblinas concede una efímera existencia; pronto estas improvisadas praderas extienden sus mantos matizados de un amarillo deslumbrante hasta el fondo de los vallecillos más cercanos a la ciudad. El aire aromado de la montaña, traído por la brisa deletérea, llega al anochecer hasta los muros de la ciudad (…)”4 . A las laderas de Amancaes concurría la población limeña desde tiempos virreinales. Inicialmente, era un lugar ideal para disfrutar de meriendas y paseos aprovechando la extensa área verde, costumbre popularizada por la literatura renacentista y la cultura cortesana europea de la época, que otorgaba un alto valor al paisaje bucólico como escenario de ocio y roce social.

4. Angrand 1972: 167. / 5. Bernal M. & De Las Casas, 2008 Probablemente es la primera manifestación de la actividad humana de deliberado disfrute del área verde en el CHL, como espacio valioso de carácter distinto al urbano. Posteriormente esta costumbre se convirtió en la tradicional Fiesta de Amancaes o de San Juan. Las praderas y lomas cumplían, de esta manera, un rol público similar al de los actuales parques y plazas públicas urbanas: amplios espacios de reunión social, solaz, recreación y acercamiento con los elementos naturales. A diferencia de las aristocráticas reuniones virreinales, la Fiesta de Amancaes tenía un carácter popular y accesible a todos los habitantes. Esta costumbre fue precursora del rol público multitudinario que las áreas verdes urbanas cobrarían a partir del siglo XIX, principalmente bajo la forma de parques.

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1. Fiesta de San Juan en Amancaes (Rugendas, 1843). Colección Baring Brothers, Londres.

Sistema Cultural

El sistema cultural, por otro lado, está conformado por todo el grupo de áreas verdes que fueron producto de una intención humana deliberada de incluir especies vegetales en espacios en los que, hipotéticamente, podría no haberlas. De esta manera, observamos cómo una serie de espacios públicos y privados se han transformado progresivamente en escenarios con presencia de todo tipo de plantas, sin que estas hayan surgido espontáneamente o haya habido detrás de su inclusión un motivo primariamente utilitario5 . La naturaleza del sistema cultural de áreas verdes suele ser idónea para dar pie a todas las posibilidades del diseño y la técnica humana en el arte del crecimiento de plantas: plasmar formas, funciones, disposiciones, organizaciones, geometrías, colores, texturas y efectos que representen cosmovisiones, culturas, odas al orden y la simetría o celebración del aparente caos de la naturaleza a través de la mímesis. Sin embargo, este interés podría considerarse un fenómeno social relativamente reciente, ya que hace solo siglo y medio no existían áreas verdes en los espacios públicos de Lima. Los espacios públicos han tenido un rol estructurador en a la ciudad de Lima desde sus inicios. Dichos elementos han formado parte de la configuración urbana fundacional de la ciudad, dada a partir de una trama reticular que iniciaba su desarrollo en la plaza Mayor a modo de núcleo central. Conjuntamente a la plaza principal, existieron también en la naciente de la ciudad dos espacios públicos de menor escala pero de gran trascendencia: la plazuela de la Inquisición y la plazuela de Santa Ana. Asimismo, desde el siglo XVI y a lo largo de los siglos XVII y XVIII el trazado original fue modificándose de manera paulatina con la aparición de pequeños espacios públicos que rompían la trama reticular perfecta a los que se les denominó plazuelas. Aquellos espacios se establecerían en su mayoría frente a las iglesias, a las que se buscaban complementar, embellecer y fungir de una mayor expansión del espacio interior de las edificaciones circundantes.

Este modelo inicial de la ciudad no concebía el espacio público como un lugar de recreación, sociabilidad y descanso de la colectividad, sino como ambientes destinados al tránsito, al comercio y a acoger ceremonias masivas de carácter religioso o institucional. Esta aparente “carencia” de superficie verde en los espacios públicos durante el virreinato y los primeros años republicanos era contrarrestada, por un lado, con la abundante presencia de áreas verdes naturales y de cultivo; y por otro lado, con las áreas verdes pertenecientes al sistema cultural, que aparecían como parte de muchos inmuebles como jardines, patios privados y huertas. A esta última tipología de área verde la consideramos un híbrido entre el sistema natural y el cultural, ya que a pesar de ser creada y transformada por el hombre, su vegetación tiene una disposición más libre y natural.

En el interior de los solares, aparecían los jardines ornamentales y patios adornados, los cuales formaban parte de los conventos, monasterios, casas y palacetes. La vegetación en estos espacios buscaba crear ambientes agradables y acogedores, resaltando la belleza arquitectónica de las edificaciones para el deleite y recreo de quienes las habitaban. Estos jardines privados fueron hasta el siglo XVIII pequeños paraísos

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2. Plaza de la Inquisición, el mercado principal de Lima (Rugendas, 1861). Colección Baring Brothers, Londres.

construidos para el uso particular, el descanso, el retiro deleitoso, la alegría privada y la ostentación6. Con esta finalidad, la vegetación se establecía en distintos elementos de composición paisajista según el espacio al que era destinada. Los claustros monásticos, por lo general, tenían un espacio central que recibía el nombre de patio. Este era adornado por una vegetación predominantemente arbórea, la cual se disponía de manera radial al centro del patio, como ejemplares aislados. Dichos árboles podían estar acompañados por una vegetación complementaria, ya fuera en la parte inferior de cada árbol o en macetas dispuestas no solo en los patios, sino también en otros ambientes del monasterio.

En el caso de los conventos, el espacio central de los claustros solía formar un jardín interior. Este se dividía en distintas formas geométricas generadas a partir del trazo de los caminos hacia la parte céntrica, donde frecuentemente aparecía una fuente. Inicialmente, estos jardines ornamentales tenían una vegetación avasallada, es decir que seguía figuras geométricas sumamente controladas, inspiradas en el arte renacentista de la época. Con el paso del tiempo dichos parámetros estéticos respecto a la vegetación fueron modificándose al ser influenciados por nuevas corrientes paisajistas como la del jardín inglés, el cual tenía una propuesta más naturalista. Esta apreciaba las formas libres y los patrones naturales del crecimiento de la vegetación, por lo que los jardines en los conventos adquirieron posteriormente un carácter bucólico.

Por otro lado, las casas tradicionales del Centro Histórico de Lima se planificaban a partir de una organización cerrada que se daba alrededor de dos patios. Aquellos,

durante la época virreinal, cumplían con un fin utilitario y eran decorados con una vegetación compuesta por arbolado, establecido como un elemento aislado y una vegetación que se disponía en maceteros y jarrones. El uso de vegetación en el interior de las viviendas fue incrementándose progresivamente conforme el patio pasó de tener una finalidad utilitaria a ser un lugar de encuentro social y de recreo. Asimismo, las corrientes paisajistas europeas jugaron un papel importante en este proceso, pues empezaron a tener mayor trascendencia y por consiguiente, una mayor presencia en los distintos espacios de la ciudad. Durante este proceso, los patios se vieron provistos de otros elementos de composición paisajista, tales como jardineras y el aumento en la cantidad y variedad de maceteros.

Finalmente, las áreas verdes de cultivo que aparecían dentro de la ciudad recibían el nombre de huertas y pertenecían en su mayoría a las comunidades religiosas, así como también a mayorazgos y otros particulares. El cronista y sacerdote jesuita Bernabé Cobo describe las especies vegetales que conformaban dichas huertas de la Lima virreinal, así como la importancia de su ubicación en la ciudad:

“Las innumerables huertas de árboles frutales que hay de naranjas, membrillos, granadas é higos: viñas y perales con todo género de frutos de la tierra y de España, los palmos de lejos campean sobre los otros árboles; y en especial, alegran todo el contorno de la ciudad los alfalfares con su perpetuo verdor y lozanía; los cuales son tantos, que cojen buena parte de esta vega, á causa de ser la alfalfa el sustento común de los caballos y demás bestias de servicio de la ciudad y del campo, por lo cual viene á tener por todas partes esta ciudad muy buenas y alegres salidas”7 .

6. Capel 2002: 5. / 7. Cobo 1882: 41. Claustro principal del Convento la Merced. (s. XIX). Library of France.

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La serie de imágenes muestra una diversidad de espacios del CHL tanto en el interior de los solares como en los exteriores en los que la vegetación constituye una parte fundamental en su conformación, ya que le da una identidad particular a cada uno de ellos, a partir de la manera en cómo se dispone.

1. Escuela Nacional de Bellas Artes. (ca. 1930). Colección de la Escuela Nacional de Bellas Artes. 2. Huerta del Monasterio de las Nazarenas. (s.f.). Colección Vladimir Velásquez - Lima Antigua. 3. Vista panorámica de la ciudad de Lima. (Anónimo, s.f.). Library of Congress. 4. Claustro Principal del Monasterio de Santa Catalina de Lima. (ca. 1910). Colección Vladimir Velásquez - Lima Antigua. 5. Patio de la antigua Escuela de Artes y Oficios - Colegio Real (Courret, 1868). Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. 6. Casa de Manuel Prado en la calle de la Amargura. (s.f.). Colección Luis Martin Bogdanovich. 7. Interior de la Alameda de los Descalzos. (Courret, 1868). Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. 3 5

7 JARDINES

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El uso de la vegetación en el interior de los inmuebles es una costumbre que se puede apreciar en algunos espacios. Sin embargo, es una práctica que debe incrementarse, ya que la vegetación le aporta una belleza e identidad especial al lugar donde se dispone y lo vuelve más agradable y acogedor.

1. Huerta del Monasterio de las Descalzas de San José (Buscaglia, s.f.). 2. Olivo Centenario plantado en 1603, en el día de la fundación del Monasterio de las Descalzas de San José. (Buscaglia, s.f). 3. Segundo Patio de la casa de Manuel Prado en la calle de la Amargura. (Castillo, 1916). Revista Variedades 1916, pág 60. 4. Evocación feliz (Castillo, 1912). Reproducida en Ilustración peruana nª 149, Lima. 5. Huertas del Monasterio del Carmen. (Mezarina, 2017). 6. Claustro principal del Monasterio N.S. del Carmen (Mezarina, 2017). 7. Interior de la Casa Goyeneche. (Giannoni, s.f.). 8. Segundo patio de la casa Prado Heudebert en la calle del Corcovado. (Parra, 2016). 9. Calle Sevilla en el Monasterio del Carmen (Mezarina, 2017).

La mayoría de aquellas huertas se encontraban próximas a las murallas de la ciudad, especialmente en la zona actual de Barrios Altos. Por consiguiente, eran los espacios que le daban la configuración a los límites del tejido urbano y además, por su aspecto lleno de verdor, convertían las salidas de la ciudad en eventos muy atractivos.

De esta manera, las áreas verdes en este periodo se podían diferenciar claramente por presentar estéticas muy diferentes. Mientras las que constituían jardines o patios ornamentales dentro de los inmuebles presentaban una estética más ordenada, las áreas verdes de cultivo como las huertas y las áreas verdes naturales que conformaban el entorno se definían por tener un aspecto más salvaje, natural y armonioso. Hacia el siglo XVII la concepción del espacio público iba evolucionando de la mano con la necesidad de sociabilizar, y es así como en 1611, siendo virrey el Marqués de Montesclaros, aparece en Lima el que se podría considerar como el primer espacio público de uso recreacional: la Alameda de los Descalzos, llamada así porque comunicaba con el convento de los Recoletos de San Francisco o Descalzos y cuyo trazo fue inspirado en la Alameda de Hércules de Sevilla8. Éste fue el único lugar de recreación, hasta el siglo XVIII, en el que la idea del espacio público se había ido transformando, influenciada por nuevas corrientes filosóficas y arquitectónicas propias de la ilustración, desarrolladas a mediados de este siglo en Europa.

Tras el terremoto de 1746 –probablemente uno de los más terribles por la magnitud de los daños–, Lima se encontraba en ruinas, por lo que tuvo que ser en gran parte reconstruida de sus escombros. Fue este el contexto que las autoridades virreinales aprovecharon para modernizar la ciudad, dándole un aspecto más limpio y ordenado, con un especial enfoque en la recuperación y construcción de espacios públicos de recreación. Así empezó la transformación dándole un aspecto a la trama urbana que perduraría hasta los siglos XIX y XX. De este modo, se llevaron a cabo nuevas obras públicas como la primera remodelación de la Alameda de los Descalzos, la construcción de la Alameda Nueva o de Acho, el inconcluso Paseo de Aguas o la Alameda del Tajamar, que proponían decididamente al espacio público como un lugar de descanso, recreación y sociabilización y a su vez, a la vegetación como un elemento imprescindible que lo constituyese. Estos espacios públicos eran alamedas del tipo español, las cuales consistían en largas calles plantadas de árboles de distintas especies –no únicamente álamos, sino también sauces americanos, naranjos, limoneros, aromos, entre otros– dispuestos en líneas paralelas, dejando amplios caminos o calles para el paseo peatonal y el paso de carruajes cubiertos por los árboles; asimismo las conformaban bancas alineadas a los flancos de las calles reservadas para los peatones y algunas veces, fuentes decoradas9. Tenían, por un lado, un origen casual o fortuito por establecerse en los sitios a donde la población se dirigía, ya sea por el camino de un establecimiento religioso o por alguna obra de utilidad práctica; y por otro lado, una causa determinante motivada por la necesidad de sociabilizar y mostrarse al público10 . Aquellas alamedas se convertirían en los únicos sitios públicos capaces de responder a los gustos y costumbres de los habitantes; también a las exigencias del clima y a la lógica de los sentidos. A diferencia de otras ciudades –donde los jardines o parques públicos eran creados con el fin de un paseo banal o la decoración oficial–, en Lima las alamedas representaban un fin, un sentimiento y la asociación en una filosofía común11. Dichas características de las alamedas son descritas por Angrand en su obra Carta sobre los Jardines de Lima (1866):

“(…) por doquiera frescas sombras, espacio y libertad, y las bellezas de una naturaleza pródiga, que el arte se ha limitado a poner de relieve en lugar de opacarlas con ornamentos inoportunos, y el horizonte sin límites cuya majestuosa grandeza ha sabido respetar”12 .

De esta forma, la originalidad de las áreas verdes que comprendían los paseos de Lima estaba basada precisamente en la libertad y la intemperancia de la expresión natural de su vegetación. El pensamiento decorativo que se aplicaba a las obras públicas de la época, que en muchos lugares utilizaba una vegetación avasallada y disciplinada sin mesura por ser consecuente con un arte indiscreto, se ve eclipsado por el carácter de simplicidad y la belleza de una naturaleza imponente13 .

En conclusión, la constitución de la imagen de la ciudad durante esta época estaba atada a la existencia y a la vinculación que se tenía con los elementos naturales, lo cual es descrito por Angrand de la siguiente manera:

“Tantos contrastes grandiosos y armonías encantadoras forman un cuadro de extraña pero incomparable belleza… Así también nada es tan dulce y benéfico frente a estas sublimes grandezas, como la sombra de este delicioso paseo del Acho, cuando, a la caída del día, el admirable perfil de la ribera opuesta se colorea con los matices rosados del crepúsculo; en el momento en que los ruidos de la ciudad callan súbitamente al primer toque del Angelus, la voz lejana de la oración de la tarde viene a mezclarse con el rugido de las aguas y a traer los más dulces aquietamientos del alma al paseante solitario, suavemente mecido ya por todos los enajenamientos de los sentidos”14 .

8. Bonilla di Tolla 2009: 167. / 9. Angrand 1972: 165. / 10.Angrand 1972: 165-166. / 11. Angrand 1972: 165-166. / 12. Angrand 1972: 165. / 13. Angrand 1972: 164 / 14. Angrand 1972: 168

El uso de vegetación en espacios interiores fue incrementándose progresivamente en cantidad y en variedad de elementos paisajísticos conforme estos espacios pasaron a tener un uso de recreo, deleite y/o encuentro social.

1. Patio de casa limeña. (Courret, 1880). Colección privada. 2. Vista posterior y jardines de la Quinta de Presa. (Branbila, 1795). Biblioteca Nacional de España 3. Grabado de la Casa de Mendiguru en la calle Coca. (Squire, s.f.). 4. Acuarela del patio de la Casa del Conde de Casa Saavedra. (Atribuida a Pancho Fierro, s. XIX). Imagen publicada en el libro “Linaje, dote y poder“ de Paul Rizo-Patrón Boylan. 2 3

Parque de la Exposición, Archivo Histórico del Instituto Riva Aguero (AHRA - IRA)

Se hace evidente la importancia que tenían las áreas verdes y demás elementos naturales que constituían la ciudad destacando principalmente la presencia del río, los monumentos o edificaciones erigidas, el verdor y el rol que jugaban las alamedas en el desarrollo de la vida cotidiana de los habitantes. En palabras de Angrand, se hace referencia a los grandes contrastes y a la armonía encantadora que existía como resultado de la relación entre la naturaleza ruda, de grandeza soberana, pura y libre, frente a las edificaciones erigidas por la civilización15 .

Posteriormente, a mediados del siglo XIX, la idea de que los parques urbanos y jardines eran una necesidad para las ciudades estaba totalmente aceptada16. Es por eso que superada la emancipación, empiezan a aparecer en Lima determinadas pautas culturales que se manifestarían de forma gradual en el diseño de nuevos espacios y edificios públicos. Durante el transcurso de este y el siguiente siglo (XX), la concepción del espacio público como lugar de descanso, ocio y recreación se vería totalmente implementada en la ciudad con la construcción y la remodelación de distintas obras que tendrían como objetivo modernizarla y expandirla.

Los principales espacios públicos de Lima empezaron a ser transformados y remodelados, dejando de ser mercados o zonas únicamente utilizadas para el tránsito peatonal, y se convirtieron en parques, paseos y diversos tipos de espacio para el esparcimiento. Uno de los espacios públicos existentes que se aprovechó en remodelar fue la Alameda de los Descalzos en 1856 durante el gobierno del presidente Ramón Castilla. La remodelación implementó a la alameda de un nuevo mobiliario y fue decorada con doce nuevas esculturas italianas hechas en mármol de Carrara, una verja de fierro traída de Inglaterra, una glorieta, farolas de gas traídas de Francia y jarrones de fierro fundido pintados imitando el blanco del mármol, adquiriendo el aspecto moderno de aquella época, con el que la conocemos en la actualidad, y haciéndola protagonista hasta la posterior aparición de los nuevos parques17 .

El proceso de modernización y crecimiento urbano de la ciudad se iniciaría con la demolición de las murallas de Lima entre 1868 y 1870, éste tendría un gran impacto en la evolución del tejido de la ciudad por considerarse como la primera gran expansión urbana de esta. A pesar de que este crecimiento se viera pausado durante y después de la Guerra del Pacífico debido a los trabajos de la Reconstrucción Nacional, Lima, una vez recuperada, continuó con una expansión que tomaría como base urbanística las ideas de Georges-Eugène Haussmann aplicadas en París, con las que se realizarían diversos paseos o bulevares de gran amplitud que proyectarían una trama radial para el crecimiento futuro de la ciudad. Sobre la muralla destruida se estableció un gran paseo o avenida de circunvalación (ca. 1872), lo que posteriormente serían las avenidas Grau y Alfonso Ugarte, en la cual además se construyeron tres plazas circulares que fueron la Plaza Bolognesi (1905), la Plaza 2 de Mayo (1872) y la Plaza Unión o Castilla; y asimismo, se construyeron otros nuevos bulevares como el Paseo Colón (1898), el bulevar de la Colmena (1899), en medio de la trama original del Centro; y también la Av. Brasil (1898).

Como parte de las nuevas obras que se hicieron durante esta transformación urbana hacia la modernidad, estuvo la realización de un proyecto icónico que significaría un gran avance en la evolución del espacio público y las áreas verdes de la ciudad. Esta obra fue la construcción del primer parque urbano de Lima: el Parque de la Exposición, realizado en 1872, cuando la ciudad iniciaba una primera etapa de crecimiento. Con la construcción de este parque y otros espacios, se inició un paulatino abandono de las alamedas tradicionales como lugares de ocio, puesto que estos nuevos y modernos espacios públicos se llevaban todo el protagonismo. En los años posteriores, con motivo del Centenario de la Declaración de la Independencia del Perú durante el gobierno del Presidente Augusto B. Leguía, se continuaron ejecutando nuevas e importantes obras públicas. Algunos ejemplos de estas fueron el Parque Universitario, la Alameda Alfonso Ugarte, la Plaza San Martín, el Parque de la Reserva, el Paseo de los Héroes Navales, entre otras obras. Países extranjeros, para embellecer aún más estas obras, hicieron donaciones importantes en el marco del Centenario: el Museo de Arte Italiano, el Arco Morisco, la Fuente China y la Torre del Reloj.

El conjunto de los espacios públicos y áreas verdes creados a lo largo de los distintos periodos histórico-culturales descritos anteriormente constituirían parte de los valores universales excepcionales del Paisaje Urbano Histórico limeño, el cual empezaría a verse afectado negativamente a mediados del siglo XX.

A lo largo de la primera mitad de dicho siglo, el Centro se estableció como un núcleo comercial, político, institucional, administrativo y financiero. Sin embargo, la mayoría de vecinos con mayores ingresos radicados durante siglos en el Centro ya habían empezado a establecerse en nuevas urbanizaciones al sur de la ciudad. Los nuevos habitantes, de menores recursos, no pudieron afrontar los gastos que implicaba el mantenimiento de los inmuebles que ocupaban. Ello tuvo como consecuencia una caída notable de la densidad poblacional del CHL, su abandono paulatino y un acelerado del proceso de deterioro de los inmuebles.

Paralelamente, desde mediados de siglo Lima experimentó un crecimiento demográfico exponencial, formando una extensa área metropolitana. Un anillo de nuevos barrios populares rodeó el CHL, urbanizando densamente todas las áreas verdes que previamente habían pertenecido al sistema natural y poniendo en crisis los recursos paisajísticos del CHL.

15. Angrand 1972: 167 / 16. Capel 2002: 8 / 17. Bonilla di Tolla 2009: 168

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