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LOS HOSPITALES VIRREINALES DE LIMA

un mismo oficio, como los zapateros que fundaron la cofradía de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, los calafates que se unieron en torno a la cofradía del glorioso patriarca San José o los miembros de la cofradía de San Crispín y San Crispiniano que se dedicaron al oficio de zapateros o los plateros que se juntaron en torno a la cofradía de San Eloy.

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Las cofradías cumplieron una función benéfica asistencial de suma importancia, se encargaban de asistir a los enfermos, visitar a los presos; ayudar a los niños huérfanos, organizar las misas por el descanso del alma de los cofrades fallecidos y de enterrarlos en la bóveda que tenían o en el lugar que el hermano difunto haya elegido. Todos estos servicios que brindaban las cofradías estaban muy bien estipulados en la carta de hermandad o de esclavitud, que se le entregaba a cada uno de los miembros.

Para poder llevar acabo todas estas obras de caridad que buscaban el bienestar espiritual de sus miembros, era importante la cuota de ingreso de los nuevos miembros, el pago mensual de todos los cofrades, la recolección de limosnas; como también las donaciones que les hacían los hermanos más acaudalados.

Las cofradías jugaron un rol muy importante en el desarrollo de las procesiones, sus miembros tenían la obligación según sus Constituciones de asistir a las celebraciones en honor a su imagen tutelar que incluía una procesión, durante el desarrollo de la misma sus miembros estaban autorizados a pedir limosnas por las calles por donde hacían el recorrido procesional. En el caso que algún cofrade dejara de asistir, era multado, generalmente la multa consistía en entregar un cirio o una cantidad de dinero, la multa dependía de lo que se indicaba en las constituciones de la cofradía. Además de asistir a la procesión de su advocación, todas las cofradías de la ciudad tenían que acompañar las procesiones de semana Santa y del Corpus Christi, su participación era vital, pero en algunas oportunidades dejaron de asistir, esto se debía a los excesivos gastos que les ocasionaba ser parte de una de las más importantes celebraciones en el calendario litúrgico.

El encargado de solicitar permiso para no asistir a las procesiones era el mayordomo; en 1708 el mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, Juan Bautista Calderón, solicitaba no se les obligue a acompañar la procesión de semana Santa, pues no contaban con fondos suficientes. Los gastos más frecuentes que tuvieron que asumir las cofradías, fueron la compra de cera, contratación de músicos, pago al sacerdote que oficiaba la misa y preparación del convite luego de la procesión.

La procesión de Semana Santa, fue la que mostraba uno de los espectáculos más desgarradores en torno a la pasión de Cristo, sus protagonistas, los hermanos cofrades, eran quienes acompañaban los pasos procesionales cargando cruces muy grandes y pesadas, pero sobre todo flagelándose, los miembros de las cofradías de Nuestra Señora de la Soledad y la Piedad eran quienes realizaban estos actos penitenciales.

El legado artístico que nos han dejado las cofradías es muy valioso y son el mejor testimonio de lo importante que fue para cada una de ellas tener las mejores tallas de sus advocaciones, por ello no escatimaron ningún gasto, ni esfuerzo para traerlas desde España.

Por otro lado también acudían a los talleres de las escuelas como la limeña para encargar lienzos, es el caso de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, quienes mandaron pintar dos lienzos de enorme formato en el que quedaron plasmados sus pasos procesionales y que son los únicos testimonios gráficos de la semana Santa limeña de mediados del siglo XVII.

La misma cofradía posee una escultura del Cristo del descendimiento, que fue hecho por el escultor Pedro de Noguera en 1620, esta talla mide 1.70 metros, tiene las extremidades articuladas así como el cuello, en la actualidad cada viernes santo se recrea en el templo de la Soledad el descendimiento de Cristo de la cruz, para colocarlo sobre las andas que lo llevarán a recorrer el centro de la ciudad.

Con el paso del tiempo algunas cofradías se fusionaron y pasaron a ser archicofradías, otras simplemente desaparecieron, pasando a formar parte del patrimonio artístico de las iglesias, conventos y monasterios.

A mediados del siglo XIX, las cofradías sufrieron la expropiación de sus bienes por parte del estado lo que las afectó muchísimo y con la creación de la Beneficencia, aquellas funciones benéfico asistenciales que cumplían pasaron a ser responsabilidad de esta nueva institución.

Debemos reconocer que las cofradías cumplieron un papel muy importante en la sociedad virreinal, sus funciones no solamente se limitaban al ámbito espiritual, es decir realizar misas para salvar almas de sus hermanos difuntos, que era el fin que perseguían muchos de los cofrades que se solían inscribir en más de una. El rol benéfico asistencial que cumplían la mayoría de ellas, pudo ayudar a los más necesitados, que carecían de cualquier tipo de asistencialismo por parte del gobierno virreinal.

2. Plazuela de San Francisco: Capilla del Milagro y Casa de Pilatos

Antonio Coello Rodríguez

Lima desde el momento de su fundación en 1535, tuvo diversos ambientes dedicados a preservar la salud de los enfermos, sin embargo en una sociedad de grandes contrastes sociales, existían hospitales para atender a “razas” y separarlas unas de otras, es así que tuvimos al Hospital de San Andrés, para atender a los españoles, el de Santa Ana para dar tratamiento a los indígenas y por ultimo existió el de San Bartolomé para cobijar a los esclavos. Estos eran hospitales que más que dar tratamiento en sí, eran albergues para brindar apoyo espiritual durante los últimos días de su existencia en este terrenal mundo, antes de pasar a la vida eterna. Recordemos que la ciencia médica estuvo subyugada a la religión durante mucho tiempo y recién con la llegada de la Ilustración a fines del siglo XVIII, la medicina empezará a ascender y sobrepasar al pensamiento religioso.

A su vez frente a estos grandes hospitales existían albergues que hoy podrían ser como clínicas, u hospitales dedicados a oficios específicos, donde el acceso a los mismos era más restringido y costoso, en este caso podemos mencionar al Hospital de la Caridad, fundado en 1562 y que estuvo dedicado a la atención de “mujeres españolas”, aquí se atendió a las jóvenes de la clase social privilegiada, y estuvo situado en lo que es actualmente el Museo de la Inquisición, en la Plaza Bolívar1 .

Otro hospital específico fue el del Espíritu Santo, fundado en 1573 y dedicado a la atención de los marineros, pilotos y toda persona vinculada a la actividad marítima. Este hospital estuvo situado en las cercanías de la parroquia de San Sebastián, en la Avenida Tacna en pleno centro de Lima.

En el mismo rubro podemos mencionar como último ejemplo al Hospital de San Lázaro, fundado en el actual distrito del Rímac, en donde hoy se halla la Capilla de San Lázaro, en este hospital se atendía a los enfermos de lepra y fue fundado por Antón Sánchez en 15622 . Este fue un nosocomio específicamente dedicado a dar esperanza a los enfermos de lepra, por eso llevó el nombre de San Lázaro, quien padeció la misma enfermedad.

Un ejemplo muy particular, pues desde el momento de su creación, estuvo rodeado de un estigma, una etiqueta que solo al mencionarlo, ocasionaba que la gente lo asocie directamente con la muerte, era el “Hospital Refugio de Incurables”, que fue creado en 1669,

1. Arias Schreiber 1978:7. / 2. Harth-Terre 1963: 44.

Patio del Hospital Real de San Andres.(L. M. Bogdanovich, 2009).

durante el Virreinato del Conde de Lemos, su fundador fue fray José de Figueroa y recibió importantes aportes económicos del acaudalado español Domingo Cueto. Conocido como “Refugio de Incurables” u “Hospital de Incurables”, posteriormente será también denominado “Hospital Santo Toribio de Mogrovejo” y hoy es conocido como Hospital de Neurocirugía “Oscar Trelles”. Dicho nosocomio fue dedicado para atender a mendigos, inválidos, gente olvidada y sin parentela de ambos sexos, que había sido abandonada en la calle, así como a toda aquella que estuviera desahuciada, de allí su nombre tan poco amigable, este hospital ocupa actualmente solo la cuadra 12 del jirón Ancash, en pleno Barrios Altos y en sus inicios ocupó dos manzanas completas.

Dichos hospitales mencionados anteriormente, estaban diseminados por la aún pequeña Lima, sin embargo habían tres grandes hospitales que estaban colindantes entre sí y se hallaban ubicados alrededor de la vieja plaza de Santa Ana, denominada así por la Iglesia del mismo nombre, hoy se le conoce también como Plaza Italia.

A continuación mencionaremos a estos tres hospitales que fueron los grandes centros de salud durante todo el virreinato y siguieron funcionando hasta casi fines del siglo XIX.

En 15503 se menciona ya la existencia del Hospital de Santa Ana, ubicado en la plazuela y la parroquia del mismo nombre, Santa Ana, fue fundada por Fray Gerónimo de Loayza, primer Arzobispo de Lima, encargado personalmente de dirigir la construcción de dicho hospital4 , así mismo donó todos sus bienes y joyas para dotarlo de los recursos necesarios, este hospital siempre fue el más grande y el que brindaba las mayores y mejores comodidades para la población enferma, que buscaba un consuelo en sus últimos días terrenales.

Santa Ana, presentaba en sus inicios una sala de hombres muy amplia la cual tenía en el medio unos pilares para sostener las vigas del techo, el cual era de esteras con barro5. Posteriormente, en 1624, se suprimieron los pilares y se le dio mayor altura a los muros de la sala de enfermos, la misma que podía contener hasta 300 pacientes.

Durante la década de 1840 Santa Ana será convertido en hospital de atención exclusiva para las mujeres y será el nosocomio siempre en el ojo de la tormenta, debido a sus deficiencias estructurales que colapsaban en épocas de epidemias que asolaban Lima, pero que fue objeto de constantes remodelaciones. Este hospital presentaba un amplio claustro central, botica y la conocida capilla de Santa Ana.

Santa Ana, a lo largo de toda la época colonial acogió a gran cantidad de enfermos, que el hospital de la Caridad, por ser un hospital de elite, no pudo atender. Durante la república y al sucederse las continuas revoluciones, los hospitales reflejarán la vorágine política en sus alicaídas arcas, es así que en 1840, se tiene la idea de formar en Santa Ana, el hospital general de mujeres, porque el de la Caridad tenía menos salas y comodidades. Mientras que Santa Ana, fue hecho para indígenas de ambos sexos, con una mayor ventilación y capacidad, incluso “ahora podrán colocarse en el referido Hospital de Santa Ana las enfermas, las locas y la maternidad”6 .

Durante todo el siglo XIX Santa Ana, seguirá brindando atención a hombres, mujeres y niños indistintamente, pero colapsará constantemente ante la presencia de alguna enfermedad epidémica, al igual que su vecino San Andrés. Ya para inicios del siglo XX y ante el fenómeno de la expansión urbana y lo obsoleto que resultaba dicho hospital, Santa Ana desaparecerá en 1902, los arquitectos Alejandro Garland y Enrique de Solar presentaron un proyecto a la Beneficencia Pública para construir un nuevo local, siendo colocada la primera piedra el 25 de julio de 1915, por el entonces presidente Óscar R. Benavides; sin embargo dicho hospital no se concluyó hasta muchos años después, durante el Gobierno de Augusto B. Leguía; hoy es conocido como Hospital Arzobispo Loayza, ubicado en la Avenida Alfonso Ugarte. Otro hospital cercano a la Plaza Santa Ana, fue el de San Andrés, este fue construido gracias al apoyo del Cabildo de Lima y con fondos proporcionados por el propio Rey de España, el entonces Virrey de Lima, Andrés Hurtado de Mendoza (1556-1561) supervisó los trabajos de edificación y le dio sus ordenanzas para reglamentarlo, poniéndolo bajo la autoridad de un mayordomo; en homenaje al benefactor, Virrey Andrés Hurtado de Mendoza se le denominó Hospital de San Andrés; posteriormente en 1602 se organizó una hermandad de vecinos acaudalados, que contribuían con el sustento económico. Al igual que Santa Ana, San Andrés poseía una capilla con crucero y cúpula con linterna; así mismo presentaba cuatro grandes salones dispuestos en cruz griega y un crucero, fundado en cuatro arcos de ladrillo en donde estaba el altar, desde el cual los enfermos podían presenciar la misa desde sus lechos7 .

Otra de las características de San Andrés, es que presentaba un claustro al ingreso, con una galería corredor en tres de sus lados, pues en el restante se hallaba la iglesia del mismo nombre; tenía también una amplia huerta, lavandería, ropería, cocina y botica; Así como un patio secundario en donde se recibía a los alienados, conocido como la “Loquería de san Andrés”. En 2005 gracias a las excavaciones arqueológicas ejecutadas por los arqueólogos Bauer y Coello8, se hallaron las evidencias de un cementerio colonial, el cual fue materia de un proyecto de investigación.

Al llegar la república, San Andrés sufrió las inclemencias de los vaivenes políticos, teniendo épocas de crisis agudas, incluso durante los años de enfermedades endémicas (fiebre amarilla), San Andrés colapsaba, atendiendo a los mismos pacientes en el lecho, incluso durante la ocupación chilena, cuando ya existía el Hospital Dos de Mayo y San Andrés era considerado un hospital de emergencias. San Andrés nuevamente colapsó durante la ocupación del hospital Dos de Mayo por el ejército chileno9. Posteriormente llegaron aires de renovación con la reformas realizadas por el médico Casimiro Ulloa (1860), quien modificará arquitectónicamente las salas de enfermos, co-

3. Bromley y Barbagelata 1945 / 4. Arias Schreiber 1978 / 5. Durán 1994 / 6. Colección de Leyes, Decretos y Órdenes publicadas en el Perú, desde el año de 1821, hasta el 31 de diciembre de 1859. Lima 1862:286 / 7. Harth-Terre 1963 / 8. Bauer y Coello 2007 / 9. Coello 2010

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1. Claustro del Hospital del Espíritu Santo (Angrand, ca. 1840). Biblioteca Nacional de Francia. 2. Fachada del Hospital de Santa Ana (Anónimo s/f.). Colección L. M. Bogdanovich. 3. Hospital San Bartolomé Capillano. (Courret, s/f.). Biblioteca Nacional del Perú 4. Vista de la bóveda de la Capilla de San Andrés. (L.M. Bogdanovich).

locando pisos de alquitrán, abriendo amplias ventanas y teatinas en las salas de enfermos, y destruyendo las covachas, en donde se atendían los pacientes, para colocar catres y colchones así como ropa de cama adecuada.

Ya en el siglo XX, San Andrés atenderá a niños abandonados y será una escuela albergue, regentado por la Sociedad de Beneficencia de Lima, finalmente en la década de 1970, el vetusto local será convertido en el Colegio Oscar Miro-Quesada de la Guerra RACSO, funcionando hasta el 2008, año en que sucedió el trágico terremoto de Pisco, desde dicha fecha hasta hoy, San Andrés fue declarado inhabitable por Defensa Civil y permanece en el olvido.

Finalmente el tercer Hospital, San Bartolomé, se hallaba a una cuadra de la Plaza Santa Ana; San Bartolomé, fue fundado en 1646 durante el gobierno del marqués de Mancera don Pedro de Toledo y Leyva, en cuanto a su fundador, según Arias Schreiber11 fue el sacerdote agustino Bartolomé de Vadillo, sin embargo para otro autor lo menciona como Bartolomé Badilla12. Este hospital estuvo dedicado a atender a la gente africana, la cual era esclava en aquella sociedad estamental y más aún que al ser viejos o presentar una enfermedad eran abandonados por sus amos, quienes no se preocupaban por su salud, pues la misma le ocasionaba más gastos, razón por la cual eran abandonados pasando sus últimos días en la mendicidad.

Posteriormente ya con aires republicanos el hospital de San Bartolomé, será dedicado a la atención exclusiva de los militares y dependerá de la administración de la Sociedad de Beneficencia de Lima (1849), pero posteriormente en 1855, el Ministerio de Gobierno, lo tomó bajo su dirección. Este hospital también presentaba su capilla, cementerio, lavandería, despensa y cuatro salas con una capacidad aproximada de 277 enfermos; para 1913 ya casi en sus años finales, el hospital presento “9 salas para enfermos de distintos tamaños, incluyendo la sala de oficiales, con capacidad de 350 enfermos, una sala de operaciones, pequeño laboratorio, una farmacia, servicio de baños, lavandería y un ambiente de desinfección13 .

11. Arias Schreiber 1978: 8. / 12. Mier y Proaño 1913 / 13. Mier y Proaño 1913:8

En la actualidad de dicho hospital, solo se conserva la capilla y el claustro principal la misma que aún mantienen su vieja torre con reloj, así como su capilla, con su techo de bóveda de cañón corrido sosteniéndose a la fecha casi por milagro, hoy también está declarado inhabitable por Defensa Civil y esperando un aporte milagroso para poder ser restaurada o por lo menos visitada.

Todos los hospitales coloniales presentaban un patrón arquitectónico, conocido como “Hospitales Claustro” esto debido a que los mismos estaban construidos alrededor de un patio central, o claustro, y en sus tres o cuatro lados una arquería de medio punto que la circundaba, alrededor de este claustro se hallaba en uno de sus lados la puerta de la capilla del hospital y en los otros tres lados las oficinas (ropería, cocina y demás ambientes). Este concepto cambió por completo con las ideas higienistas, dando pase al concepto de “Hospital pabellonario” a fines del siglo XVIII. Pero, ¿Cómo se mantenían y administraban los hospitales limeños? Durante la vida republicana, pues no existía un Ministerio de Salud, el ente estatal encargado de supervisar, administrar y ver su economía fue la Sociedad de Beneficencia de Lima, dicho organismo vivía de la caridad y aportes que ejecutaban las personas pudientes, las mismas que al morir entregaban sus bienes y aporte económico para que la beneficencia pueda mantener los hospitales, la cárcel y en un inicio la educación10. Además de estos bienes donados, la beneficencia obtenía ganancias del alquiler de las propiedades heredadas, de la plaza de toros de Acho, así como de la venta de la lotería de la suerte “huachitos”. Esto cambió completamente con la aparición del Ministerio de Salud, que será el organismo encargado de velar y ver el desarrollo institucional de la salud peruana. 1

10. Rabí 2006

Antiguo corredor del Hospital de San Bartolomé (Sebastián Mezarina, 2017).

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