¿A dónde nos conduce un proyecto que pretende desaparecer los sectores estratégicos que constituyen a la nación? Después de largas jornadas llenas de dimes y diretes, afirmaciones, retracciones y demás declaraciones demagógicas llenas de hipocresía ofrecidas por el escenario político nacional, la comunidad del Centro de Capacitación Cinematográfica, respaldada por innumerables personas e instituciones alrededor del mundo, reafirma enérgicamente su absoluto rechazo a la lamentable propuesta de desincorporación, en cualquiera de sus formas, de diversas entidades, presentada por el Ejecutivo a través de su Secretaria de Hacienda. Con esta irresponsable propuesta el Estado se desnuda mostrándose incapáz de hacer frente al rezago que sufren la educación y el fomento cultural de nuestro pais. Esta política evasiva es la misma que día con día queda manifiesta en los temas estratégicos de México: nuestro campo, nuestros recursos energéticos, nuestras telecomunicaciones, etc. Deslindándose así de sus obligaciones con la sociedad ofreciándolas a manos del dinero. Con funciones específicas, el Centro de Capacitación Cinematográfica, el Instituto Mexicano de Cinematografía, los Estudios Churubusco Azteca, junto con la Cineteca Nacional y el FIDECINE, de modo orgánico conforman el único medio del Estado para fomentar la cinematografía nacional. Por tanto exigimos el inmediato retiro de la propuesta de desincorporación y exhortamos al Estado y a la comunidad cinematográfica a la elaboración de un proyecto de cine mexicano que fomente de manera eficiente la producción cinematográfica; a través de la construcción de un marco legal que permita la constante reinversión de los recursos generados por el cine mismo. Tales como la retención de un porcentaje de la ganancias generadas en taquilla y distribución en video, sólo por mencionar algunos.
GACETA
DE LITERATURA Y GRÁFICA
◊ NÚMERO 6 ◊ DISTRIBUCIÓN
KARLA OLVERA
RAMÓN PERALTA
Seducción en línea recta
El paso de Eva El pecado, abismo que pocos saben, reconocen y salen sin rasguño. No estará escrito sobre un libro, sino tatuado en la piel del hombre. Juan Rodríguez
IV Nadie se da cuenta de esa picadura discreta que desata quejiditos en el pupilo que se protege las nalgas cuando está a punto de ser castigado, siendo que el pecho es lo que verdaderamente le arde aún después de los azotes.
I Tu marcha, junta el miedo del venado tu pecho, su calor palpitante. Siempre la duda: tu velo y refugio que vence la fragilidad de tu cuello en el sendero donde al fin habito.
Tampoco nadie comprende la lágrima que no logra salir esa que se guarda tras un rostro de garbo desafiante que pretende imitar el semblante del destino.
Encarno sin querer un tornado la imagen y aliento del asesino. Bastión, batalla de los cien años yo, soy el único soldado y herido. Cuántos días silencio más rotundo el tormento cruel de la penitencia.
V La atracción ya no la provoca el objeto ni el sujeto ahora, esa imprecisión lúdica del “puede ser” –aunque ya esté siendo– del “¿por qué no?” la que abre el juego.
Apenas rozo parte negra de tu sombra tiemblo sin la violencia del rayo la osadía de un golpe de piedra ni la gracia del mosco en el agua.
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
EDUARDO CASAR
¡¡NUESTRO MUNDO NO ESTÁ EN VENTA!! Alumnos del Centro de Capacitación Cinematográfica Responsable de la publicación: Yoame Escamilla
Gaceta de Literatura y Gráfica, Número 6, diciembre 2003 - enero 2004, es una publicación independiente que se realiza gracias al apoyo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de la Asociación de Escritores de México. A.C. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan la opinión del equipo editorial. Edición: Jocelyn A. Pantoja De Luna. Diseño Gráfico: Hernán García Crespo. Consejo Editorial: Andrés Márquez, Alejandro Mendoza y Jorge Jurado. Esta gaceta se elabora dentro el espacio La red-acción, cubículo estudiantil de la FFyL, UNAM. Colaboraciones: gacetaliteral@yahoo.com. Impresa en Cromo color, Ediciones, S. A. de C. V. Impresa en México. Tiraje mensual 2000 ejemplares.
GRATUITA
XIII Un té es bebido a la par que un whisky. El pulgar y el índice secan lascivamente los labios, trasgresor sabor de boca. ◊
Otro viaje a la semilla Mira a este niño lindo, tan sonriente y tan rojo: cómo se ríe sin dientes, se levanta y se alarga, vocifera con el rostro de acné que poco a poco va cubriendo su barba tan amada por la hermosa mujer que en él se apoya y se da media vuelta y al fin desaparece, mientras una muchacha toma al hombre del brazo y le quita una cana que resalta sobre su saco negro que ya se ha vuelto blanco y ha perdido dos tallas en una lenta curva que se encoge, mas parece que muy alegremente porque mira, muchacha, cómo sonríe sin dientes este ancianito calvo y colorado. ◊
II Avanza descalza sin lastimar la hierba. Pero hoy día del juicio insectos disimulan descanso bajo las adelfas respiran futuro descubren el miedo en una telaraña y la pena no será errante por la mancha que germina en el vientre. Yo, pájaro ciego atento al menor ruido del mal en la seguridad de las frondas no creo, a pocos metros escucho un diluvio. ◊
Subterfugios de lo real ARMANDO ALONSO
A
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
CARLOS CID GUILLÉN
Primer encuentro con Xilitla EL ASCENSO Cada curva de la serpiente es un colmillo de la tuza. Cada curva de la serpiente es un gemido del zopilote. Cada curva de la serpiente es un salto del asfalto. Modula las voces de la noche. Mañana será el río. Mañana será el río. Mañana será hoy, para alcanzar el ayer. Mañana las columnas cortarán el tiempo. Las marionetas tienen sed y beben la miel de las fuentes del muro. Mañana el río masacrará los días. Mañana. Sed. Marionetas. Soy la marioneta que monta una víbora. Me lleva al monte encima de la realidad. Mañana resucito sin sed.
yer, en el pueblo donde vivo, un ranchero tomó la botella frente a él y se sentó a mi mesa. Yo pago, trae cervezas y tacos, fue una orden que no me interesó discutir. Pagó nuestra comida y bebida, abrió unos ojos rojos vidriosos, tratando de encontrar algo en mi mirada. Se presentó y no puse atención, su nombre no me importaba. Miró fijamente mis ojos para después bajar la vista, sacudir la cabeza, escupir al piso y fallando algunas veces dejaba saliva en la manga de su camisa. Discúlpame si te ofendo. No me has ofendido en lo absoluto, ¿yo te ofendí? No. ¿Estamos bien? Sí. Traté de hilar una conversación pero su borrachera lo hacía imposible. Te llamas como mi hermano, dijo. Sonreí mientras su mirada se tornaba en abismo ¿Crees en la maldad? Sí, contesté. ¿Por qué, por qué a él?, preferiría que me mataran. ¿Está bien tu hermano? No, movió la cabeza y alzando un dedo formaba círculos en el aire, está loco, recordé mi internamiento en el psiquiátrico, a toda la gente desequilibrada que me acompañaba, no sabía si carcajear como mi cuerpo lo exigía, temía insultar sus ojos húmedos. Al fin sonreí, yo también estoy loco, le dije. Por eso me acerqué, por que te pareces a mi hermano, ¿por qué no te rasuras? Porque no tengo ganas. ¿Y por qué no te cortas el pelo? No tengo ganas. Pedía más cervezas, miraba temeroso a los lados, tiraba cerveza en el piso como si así conjurara el mal que rondaba de cerca y que sólo él percibía. Los dueños del local se impacientaban más a cada gesto exorcizante realizado por el beodo que ellos veían importunando clientes. No comprendí la mitad de sus preguntas. Quería un diagnóstico psicológico ahí mismo. Soy escritor, tuve que repetir varias veces. Su mirar se alargó, dudaba, la angustia brotaba de sus ojos, yo apenas intuía el sufrimiento ahogado en alcohol. Si conocieras a mi hermano, te asustabas. ¿Por qué? ¿Es igual a ti, no pude evitar una sonrisa de placer, y está loco. Yo también. No te creo. Sí. O... ¿eres tú Armando? Soy yo y yo no soy tu hermano, tuve miedo de hacerme pasar por su hermano, la situación estaba desbarrando a un oneirismo que tornaba inasible la realidad. Tu hermano y yo somos dos personas distintas, acoté por lo inmediato. Pero tu mirada... es la de mi hermano, la de un loco. Sí. Lloró y me conmoví con él. Volvió a derramar cerveza y nos corrieron sin más. En los escalones de la entrada tropezó y cayó de rodillas. Lo tomé del brazo mientras se levantaba. Me miró a los ojos nuevamente, su mirada se inundó de terror, tiró su brazo soltando mi mano y caminó por la calle oscura, vi su silueta trastabillante empequeñecer, detenía los muros cuando se venían sobre él, las casas se le iban encima le era imposible cargar con algo más que su tristeza, sólo las hacía a un lado. ◊
LOS JARDINES Flor encarcelada entre los rugidos del río. Las aletas de la verticalidad. Arcos sin sustento. Aletas del viento: días sin cola, sin branquias, sin quijadas. Los gusanos también vuelan. Los gusanos tienen esqueletos helicoidales, de acero indestructible, y tragan imprudentes que saltan a las hoces de la selva. Precipicio de piedra. Voces innecesarias. Gritos de las tripas. Traga la luz. Capullos miran hacia las nubes y las comen, untadas sobre el tiempo. AMAR Las palabras rebotan y sacan sangre de la piel. El amor es, a veces, el mejor asesino. No se debe amar si no se está dispuesto a morir mientras se camina por el sueño más inspirador. Las lechuzas pueden amar a su presa mientras la devoran. Al borde de la muerte, las aves cantan y susurran el destino de los suicidas. Te acecho como el ocelote acecha a la libélula. Ad infinitum. EPÍLOGO ¡Muerte a los turistas! Larga vida a quien sueña el concreto. Esto no es una construcción, es una desconstrucción. Ellos miran, nosotros vivimos, soñamos. Ellos tratan de entenderlo, nosotros lo tragamos y lo escribimos o lo pintamos. Quien me lee, si no es ahora un cráneo que vuela, está con ellos. ◊ Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
Polvo y ceniza MAURICIO SALVADOR
S
u abuelo, me contó, fue cocinero en un buque de carga que hacía la ruta entre los puertos de Nueva York y Bissau, en Guinea. Muy joven contrajo nupcias con una muchacha mayor que murió once meses después sin dar a luz. Sin esposa, sin descendencia (que de haber sido una hija habría sido una buena inversión) y sin capital, el abuelo de Martina participó brevemente en el conflicto de 1911 antes de embarcarse en un carguero inglés que transportaba papel floreado de primera calidad (y opio), en el que trabajó incluso durante los molestos años de la guerra. Ahí encontró a un viejo amigo de la infancia, un tal Jinming, proveniente de un barco norteamericano recién liquidado. Jin-ming y el abuelo, según Martina, eran espíritus impares, pues mientras el abuelo se dedicaba pacientemente a cortar ajos y apios, Jin-ming adquirió la vaga costumbre de acodarse sobre la borda y pasar así largas horas mirando más allá de la luna y el mar. No pasaron muchos días, claro está, antes de que la tripulación comenzara a hacer chistes del antagonismo de los amigos, empezando por la figura, pues mientras el abuelo sudaba su gordura metido en la cocina, Jin-ming lucía su desgarbo al trasluz de la luna; y creo que muy pocos sospecharon que tras el deleite culinario de uno y el asombro infantil del otro latía la misma vena de un carácter modelado por cientos de años. Eso es algo que quise creer al escuchar esta historia, la del abuelo de Martina. Martina, por supuesto, nació mucho tiempo después. Yo la conocí en la universidad (a la que había dejado de asistir y en la que su padre creyó que se llenaría de datos útiles la cabeza). Íbamos al cine, comíamos, caminábamos por lugares atestados de gente pero no recuerdo haberla visto más de dos días seguidos. De vez en cuando recibía su llamada y conversábamos durante horas. Es un recuerdo borroso el que tengo de aquellos días. Una noche hicimos el amor. Sucedió así sin más y creo que no fue la gran cosa. Su opinión, no obstante, fue que nunca había sentido tanta ternura. Pero fue a partir de ese día, sin embargo, que comencé a sentirla triste e irremediablemente lejana. Luego fue lo de
Buenos Aires, la larga ausencia que me obligó a echarla en un olvido provisional (esa clase de olvido que se disipa por un olor, una imagen) y que durante meses (y años, aunque parezca inverosímil) me fustigó como sólo fustigan las ocasiones preciosas que se dejan pasar. Por eso recuerdo tan bien la noche que pasamos juntos, las cosas que me dijo, la historia de su abuelo, los discos que escuchamos. Ella subió uno de sus muslos sobre mi vientre y me abrazó con fuerza; creo que fue en ese momento cuando le dije que la amaba. La luna se veía cruzada de nubes por la ventana; era un bonito departamento aquel, fresco, de hermosas paredes empapeladas y lámparas hechas por ella misma. Recuerdo una foto sobre el librero: Martina sentada sobre las raíces enormes de un árbol con un holgado vestido color arena; recuerdo sus ojos, su cuello, y recuerdo que notó mi atención porque en un gesto que me dolió (no sé si por su cursilería o por lo que había de irremediable en ello), tomó el marco, dejó libre la foto y me la dio. Guárdala, dijo, como un recuerdo. A la mañana siguiente preparamos un desayuno exquisito y corrimos al cine; por la noche fuimos a tomar un café y conversamos. La acompañé a su departamento pero al llegar me detuvo frente a la puerta. Hoy no, dijo, no quiero que entres. Y creo que más bien fue en ese momento cuando le dije que la amaba, pero Martina se limitó a mirar más allá de mí en espera de mi partida. Me alejé y comencé a ver las noches más oscuras y llenas de estrellas. Como Jin-ming. Y como él sabía que había perdido algo que nunca más volvería a estar entre mis brazos. Después de diez años o más de cortar las aguas del Atlántico, con sus ahorros los amigos se establecieron en San Francisco. Jin-ming, sin embargo se enamoró y exigiendo su parte de la inversión compró pasaje para Nueva York donde al cabo de dos años o más corrió a embarcarse de nuevo hasta que una noche, simplemente, desapareció del carguero sin dejar nada sino una carta con la dirección de San Francisco. Las preguntas que Martina solía hacer sobre este suceso me ponían a pensar toda la noche. ¿Cuál fue el motivo para que Jin-ming desapareciera así sin más. Martina lo pensaba un poco y decía: Una mujer, esa mujer. Por parte del abuelo una ley vino a complicar las cosas para el negocio y no tardó en comprar un boleto de tren para ir a México. En Chihuahua volvió a establecerse y durante treinta años administró con su esposa un floreciente negocio de comida. Por fin un día, con tan sólo el periódico bajo el brazo, volvió a cruzar el Atlántico y no volvió a ver a su mujer ni a sus hijos. Martina y yo, en cambio, nos volvimos a encontrar dos o tres veces más. Un fin de semana viajamos a la playa; a lo lejos contemplamos la vaporosa silueta de un barco en su camino a la nada. Martina me tomó de un brazo y me llevó a caminar. Ya no tengo en la memoria todo lo que hablamos esa vez, pero recuerdo que de pronto se puso a hablar irónicamente de la distancia que nos había separado, como si nunca hubiera existido, como si nunca se hubiera mar-
chado. Hundimos los pies en la playa y miramos los peces que la marea arrojó sobre la playa, viéndolos morir lentamente. Luego el sol se marchó y quiero creer que Martina se sintió feliz a mi lado. La perdí una vez más. Con el tiempo me enteré que vivía con un hombre más allá del Atlántico quien, después de los buenos tiempos del romance, la golpeó sin que ella opusiera resistencia. Se separaron. Martina deshizo el camino y fue a dar a Buenos Aires. Recibí una postal suya, una vista de Mar del Plata. Luego volvió a México y según supe se dedicó a bailar en un bar y en otro y con eso iba jalando. Muchas ocasiones, años atrás, la vi bailar. Nunca olvidaré aquellas noches cuando volvíamos de una noche de juerga para derrumbarnos en el sofá y conversar hasta el amanecer; cuando me hablaba del olor almizcleño de los hombres, de lo que era tener un cuerpo latiendo junto al tuyo. No creo haberlo dicho, pero habré charlado con ella por última vez hará dos años. Ya eran cosa del pasado las cosas que vivimos juntos y las que supimos por terceras personas. Yo había vuelto de una larga estancia en el extranjero y lo que menos hubiera esperado era volverla a ver. No quisiera detallar lo que me pasó por la cabeza en cuanto la vi franquear la puerta y dirigirse a mi mesa. No era la misma, daba la impresión de estar al pendiente de una cita no concertada. Y eran sus manos, en particular, las que insinuaban su secreto en su manera de estar nerviosas, cerradas hacia sí mismas. Me dijo que lucía así porque en los últimos meses le era imposible dormir bien. Intercambiamos algunas frases. Me contó una historia que sería largo contar ahora, y finalmente colocó sobre la mesa una hermosa urna que según ella contenía las cenizas de su abuelo. No dije nada sobre eso. Le dije, sí, que me iba bien. Luego Martina tomó un último sorbo de café, miró más allá de mis ojos y se marchó. Nunca más la he vuelto a ver y las cenizas de su abuelo están ahora junto a su foto. Alguien me dijo que la historia de Martina es una linda historia. Y un amigo, ayer que me visitó, opinó que la urna era una fina pieza de alfarería. ◊
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
Subterfugios de lo real ARMANDO ALONSO
A
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
CARLOS CID GUILLÉN
Primer encuentro con Xilitla EL ASCENSO Cada curva de la serpiente es un colmillo de la tuza. Cada curva de la serpiente es un gemido del zopilote. Cada curva de la serpiente es un salto del asfalto. Modula las voces de la noche. Mañana será el río. Mañana será el río. Mañana será hoy, para alcanzar el ayer. Mañana las columnas cortarán el tiempo. Las marionetas tienen sed y beben la miel de las fuentes del muro. Mañana el río masacrará los días. Mañana. Sed. Marionetas. Soy la marioneta que monta una víbora. Me lleva al monte encima de la realidad. Mañana resucito sin sed.
yer, en el pueblo donde vivo, un ranchero tomó la botella frente a él y se sentó a mi mesa. Yo pago, trae cervezas y tacos, fue una orden que no me interesó discutir. Pagó nuestra comida y bebida, abrió unos ojos rojos vidriosos, tratando de encontrar algo en mi mirada. Se presentó y no puse atención, su nombre no me importaba. Miró fijamente mis ojos para después bajar la vista, sacudir la cabeza, escupir al piso y fallando algunas veces dejaba saliva en la manga de su camisa. Discúlpame si te ofendo. No me has ofendido en lo absoluto, ¿yo te ofendí? No. ¿Estamos bien? Sí. Traté de hilar una conversación pero su borrachera lo hacía imposible. Te llamas como mi hermano, dijo. Sonreí mientras su mirada se tornaba en abismo ¿Crees en la maldad? Sí, contesté. ¿Por qué, por qué a él?, preferiría que me mataran. ¿Está bien tu hermano? No, movió la cabeza y alzando un dedo formaba círculos en el aire, está loco, recordé mi internamiento en el psiquiátrico, a toda la gente desequilibrada que me acompañaba, no sabía si carcajear como mi cuerpo lo exigía, temía insultar sus ojos húmedos. Al fin sonreí, yo también estoy loco, le dije. Por eso me acerqué, por que te pareces a mi hermano, ¿por qué no te rasuras? Porque no tengo ganas. ¿Y por qué no te cortas el pelo? No tengo ganas. Pedía más cervezas, miraba temeroso a los lados, tiraba cerveza en el piso como si así conjurara el mal que rondaba de cerca y que sólo él percibía. Los dueños del local se impacientaban más a cada gesto exorcizante realizado por el beodo que ellos veían importunando clientes. No comprendí la mitad de sus preguntas. Quería un diagnóstico psicológico ahí mismo. Soy escritor, tuve que repetir varias veces. Su mirar se alargó, dudaba, la angustia brotaba de sus ojos, yo apenas intuía el sufrimiento ahogado en alcohol. Si conocieras a mi hermano, te asustabas. ¿Por qué? ¿Es igual a ti, no pude evitar una sonrisa de placer, y está loco. Yo también. No te creo. Sí. O... ¿eres tú Armando? Soy yo y yo no soy tu hermano, tuve miedo de hacerme pasar por su hermano, la situación estaba desbarrando a un oneirismo que tornaba inasible la realidad. Tu hermano y yo somos dos personas distintas, acoté por lo inmediato. Pero tu mirada... es la de mi hermano, la de un loco. Sí. Lloró y me conmoví con él. Volvió a derramar cerveza y nos corrieron sin más. En los escalones de la entrada tropezó y cayó de rodillas. Lo tomé del brazo mientras se levantaba. Me miró a los ojos nuevamente, su mirada se inundó de terror, tiró su brazo soltando mi mano y caminó por la calle oscura, vi su silueta trastabillante empequeñecer, detenía los muros cuando se venían sobre él, las casas se le iban encima le era imposible cargar con algo más que su tristeza, sólo las hacía a un lado. ◊
LOS JARDINES Flor encarcelada entre los rugidos del río. Las aletas de la verticalidad. Arcos sin sustento. Aletas del viento: días sin cola, sin branquias, sin quijadas. Los gusanos también vuelan. Los gusanos tienen esqueletos helicoidales, de acero indestructible, y tragan imprudentes que saltan a las hoces de la selva. Precipicio de piedra. Voces innecesarias. Gritos de las tripas. Traga la luz. Capullos miran hacia las nubes y las comen, untadas sobre el tiempo. AMAR Las palabras rebotan y sacan sangre de la piel. El amor es, a veces, el mejor asesino. No se debe amar si no se está dispuesto a morir mientras se camina por el sueño más inspirador. Las lechuzas pueden amar a su presa mientras la devoran. Al borde de la muerte, las aves cantan y susurran el destino de los suicidas. Te acecho como el ocelote acecha a la libélula. Ad infinitum. EPÍLOGO ¡Muerte a los turistas! Larga vida a quien sueña el concreto. Esto no es una construcción, es una desconstrucción. Ellos miran, nosotros vivimos, soñamos. Ellos tratan de entenderlo, nosotros lo tragamos y lo escribimos o lo pintamos. Quien me lee, si no es ahora un cráneo que vuela, está con ellos. ◊ Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
Polvo y ceniza MAURICIO SALVADOR
S
u abuelo, me contó, fue cocinero en un buque de carga que hacía la ruta entre los puertos de Nueva York y Bissau, en Guinea. Muy joven contrajo nupcias con una muchacha mayor que murió once meses después sin dar a luz. Sin esposa, sin descendencia (que de haber sido una hija habría sido una buena inversión) y sin capital, el abuelo de Martina participó brevemente en el conflicto de 1911 antes de embarcarse en un carguero inglés que transportaba papel floreado de primera calidad (y opio), en el que trabajó incluso durante los molestos años de la guerra. Ahí encontró a un viejo amigo de la infancia, un tal Jinming, proveniente de un barco norteamericano recién liquidado. Jin-ming y el abuelo, según Martina, eran espíritus impares, pues mientras el abuelo se dedicaba pacientemente a cortar ajos y apios, Jin-ming adquirió la vaga costumbre de acodarse sobre la borda y pasar así largas horas mirando más allá de la luna y el mar. No pasaron muchos días, claro está, antes de que la tripulación comenzara a hacer chistes del antagonismo de los amigos, empezando por la figura, pues mientras el abuelo sudaba su gordura metido en la cocina, Jin-ming lucía su desgarbo al trasluz de la luna; y creo que muy pocos sospecharon que tras el deleite culinario de uno y el asombro infantil del otro latía la misma vena de un carácter modelado por cientos de años. Eso es algo que quise creer al escuchar esta historia, la del abuelo de Martina. Martina, por supuesto, nació mucho tiempo después. Yo la conocí en la universidad (a la que había dejado de asistir y en la que su padre creyó que se llenaría de datos útiles la cabeza). Íbamos al cine, comíamos, caminábamos por lugares atestados de gente pero no recuerdo haberla visto más de dos días seguidos. De vez en cuando recibía su llamada y conversábamos durante horas. Es un recuerdo borroso el que tengo de aquellos días. Una noche hicimos el amor. Sucedió así sin más y creo que no fue la gran cosa. Su opinión, no obstante, fue que nunca había sentido tanta ternura. Pero fue a partir de ese día, sin embargo, que comencé a sentirla triste e irremediablemente lejana. Luego fue lo de
Buenos Aires, la larga ausencia que me obligó a echarla en un olvido provisional (esa clase de olvido que se disipa por un olor, una imagen) y que durante meses (y años, aunque parezca inverosímil) me fustigó como sólo fustigan las ocasiones preciosas que se dejan pasar. Por eso recuerdo tan bien la noche que pasamos juntos, las cosas que me dijo, la historia de su abuelo, los discos que escuchamos. Ella subió uno de sus muslos sobre mi vientre y me abrazó con fuerza; creo que fue en ese momento cuando le dije que la amaba. La luna se veía cruzada de nubes por la ventana; era un bonito departamento aquel, fresco, de hermosas paredes empapeladas y lámparas hechas por ella misma. Recuerdo una foto sobre el librero: Martina sentada sobre las raíces enormes de un árbol con un holgado vestido color arena; recuerdo sus ojos, su cuello, y recuerdo que notó mi atención porque en un gesto que me dolió (no sé si por su cursilería o por lo que había de irremediable en ello), tomó el marco, dejó libre la foto y me la dio. Guárdala, dijo, como un recuerdo. A la mañana siguiente preparamos un desayuno exquisito y corrimos al cine; por la noche fuimos a tomar un café y conversamos. La acompañé a su departamento pero al llegar me detuvo frente a la puerta. Hoy no, dijo, no quiero que entres. Y creo que más bien fue en ese momento cuando le dije que la amaba, pero Martina se limitó a mirar más allá de mí en espera de mi partida. Me alejé y comencé a ver las noches más oscuras y llenas de estrellas. Como Jin-ming. Y como él sabía que había perdido algo que nunca más volvería a estar entre mis brazos. Después de diez años o más de cortar las aguas del Atlántico, con sus ahorros los amigos se establecieron en San Francisco. Jin-ming, sin embargo se enamoró y exigiendo su parte de la inversión compró pasaje para Nueva York donde al cabo de dos años o más corrió a embarcarse de nuevo hasta que una noche, simplemente, desapareció del carguero sin dejar nada sino una carta con la dirección de San Francisco. Las preguntas que Martina solía hacer sobre este suceso me ponían a pensar toda la noche. ¿Cuál fue el motivo para que Jin-ming desapareciera así sin más. Martina lo pensaba un poco y decía: Una mujer, esa mujer. Por parte del abuelo una ley vino a complicar las cosas para el negocio y no tardó en comprar un boleto de tren para ir a México. En Chihuahua volvió a establecerse y durante treinta años administró con su esposa un floreciente negocio de comida. Por fin un día, con tan sólo el periódico bajo el brazo, volvió a cruzar el Atlántico y no volvió a ver a su mujer ni a sus hijos. Martina y yo, en cambio, nos volvimos a encontrar dos o tres veces más. Un fin de semana viajamos a la playa; a lo lejos contemplamos la vaporosa silueta de un barco en su camino a la nada. Martina me tomó de un brazo y me llevó a caminar. Ya no tengo en la memoria todo lo que hablamos esa vez, pero recuerdo que de pronto se puso a hablar irónicamente de la distancia que nos había separado, como si nunca hubiera existido, como si nunca se hubiera mar-
chado. Hundimos los pies en la playa y miramos los peces que la marea arrojó sobre la playa, viéndolos morir lentamente. Luego el sol se marchó y quiero creer que Martina se sintió feliz a mi lado. La perdí una vez más. Con el tiempo me enteré que vivía con un hombre más allá del Atlántico quien, después de los buenos tiempos del romance, la golpeó sin que ella opusiera resistencia. Se separaron. Martina deshizo el camino y fue a dar a Buenos Aires. Recibí una postal suya, una vista de Mar del Plata. Luego volvió a México y según supe se dedicó a bailar en un bar y en otro y con eso iba jalando. Muchas ocasiones, años atrás, la vi bailar. Nunca olvidaré aquellas noches cuando volvíamos de una noche de juerga para derrumbarnos en el sofá y conversar hasta el amanecer; cuando me hablaba del olor almizcleño de los hombres, de lo que era tener un cuerpo latiendo junto al tuyo. No creo haberlo dicho, pero habré charlado con ella por última vez hará dos años. Ya eran cosa del pasado las cosas que vivimos juntos y las que supimos por terceras personas. Yo había vuelto de una larga estancia en el extranjero y lo que menos hubiera esperado era volverla a ver. No quisiera detallar lo que me pasó por la cabeza en cuanto la vi franquear la puerta y dirigirse a mi mesa. No era la misma, daba la impresión de estar al pendiente de una cita no concertada. Y eran sus manos, en particular, las que insinuaban su secreto en su manera de estar nerviosas, cerradas hacia sí mismas. Me dijo que lucía así porque en los últimos meses le era imposible dormir bien. Intercambiamos algunas frases. Me contó una historia que sería largo contar ahora, y finalmente colocó sobre la mesa una hermosa urna que según ella contenía las cenizas de su abuelo. No dije nada sobre eso. Le dije, sí, que me iba bien. Luego Martina tomó un último sorbo de café, miró más allá de mis ojos y se marchó. Nunca más la he vuelto a ver y las cenizas de su abuelo están ahora junto a su foto. Alguien me dijo que la historia de Martina es una linda historia. Y un amigo, ayer que me visitó, opinó que la urna era una fina pieza de alfarería. ◊
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
¿A dónde nos conduce un proyecto que pretende desaparecer los sectores estratégicos que constituyen a la nación? Después de largas jornadas llenas de dimes y diretes, afirmaciones, retracciones y demás declaraciones demagógicas llenas de hipocresía ofrecidas por el escenario político nacional, la comunidad del Centro de Capacitación Cinematográfica, respaldada por innumerables personas e instituciones alrededor del mundo, reafirma enérgicamente su absoluto rechazo a la lamentable propuesta de desincorporación, en cualquiera de sus formas, de diversas entidades, presentada por el Ejecutivo a través de su Secretaria de Hacienda. Con esta irresponsable propuesta el Estado se desnuda mostrándose incapáz de hacer frente al rezago que sufren la educación y el fomento cultural de nuestro pais. Esta política evasiva es la misma que día con día queda manifiesta en los temas estratégicos de México: nuestro campo, nuestros recursos energéticos, nuestras telecomunicaciones, etc. Deslindándose así de sus obligaciones con la sociedad ofreciándolas a manos del dinero. Con funciones específicas, el Centro de Capacitación Cinematográfica, el Instituto Mexicano de Cinematografía, los Estudios Churubusco Azteca, junto con la Cineteca Nacional y el FIDECINE, de modo orgánico conforman el único medio del Estado para fomentar la cinematografía nacional. Por tanto exigimos el inmediato retiro de la propuesta de desincorporación y exhortamos al Estado y a la comunidad cinematográfica a la elaboración de un proyecto de cine mexicano que fomente de manera eficiente la producción cinematográfica; a través de la construcción de un marco legal que permita la constante reinversión de los recursos generados por el cine mismo. Tales como la retención de un porcentaje de la ganancias generadas en taquilla y distribución en video, sólo por mencionar algunos.
GACETA
DE LITERATURA Y GRÁFICA
◊ NÚMERO 6 ◊ DISTRIBUCIÓN
KARLA OLVERA
RAMÓN PERALTA
Seducción en línea recta
El paso de Eva El pecado, abismo que pocos saben, reconocen y salen sin rasguño. No estará escrito sobre un libro, sino tatuado en la piel del hombre. Juan Rodríguez
IV Nadie se da cuenta de esa picadura discreta que desata quejiditos en el pupilo que se protege las nalgas cuando está a punto de ser castigado, siendo que el pecho es lo que verdaderamente le arde aún después de los azotes.
I Tu marcha, junta el miedo del venado tu pecho, su calor palpitante. Siempre la duda: tu velo y refugio que vence la fragilidad de tu cuello en el sendero donde al fin habito.
Tampoco nadie comprende la lágrima que no logra salir esa que se guarda tras un rostro de garbo desafiante que pretende imitar el semblante del destino.
Encarno sin querer un tornado la imagen y aliento del asesino. Bastión, batalla de los cien años yo, soy el único soldado y herido. Cuántos días silencio más rotundo el tormento cruel de la penitencia.
V La atracción ya no la provoca el objeto ni el sujeto ahora, esa imprecisión lúdica del “puede ser” –aunque ya esté siendo– del “¿por qué no?” la que abre el juego.
Apenas rozo parte negra de tu sombra tiemblo sin la violencia del rayo la osadía de un golpe de piedra ni la gracia del mosco en el agua.
Fernando Medellín de la serie “Autorretratos” / paladio / 1996
EDUARDO CASAR
¡¡NUESTRO MUNDO NO ESTÁ EN VENTA!! Alumnos del Centro de Capacitación Cinematográfica Responsable de la publicación: Yoame Escamilla
Gaceta de Literatura y Gráfica, Número 6, diciembre 2003 - enero 2004, es una publicación independiente que se realiza gracias al apoyo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de la Asociación de Escritores de México. A.C. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan la opinión del equipo editorial. Edición: Jocelyn A. Pantoja De Luna. Diseño Gráfico: Hernán García Crespo. Consejo Editorial: Andrés Márquez, Alejandro Mendoza y Jorge Jurado. Esta gaceta se elabora dentro el espacio La red-acción, cubículo estudiantil de la FFyL, UNAM. Colaboraciones: gacetaliteral@yahoo.com. Impresa en Cromo color, Ediciones, S. A. de C. V. Impresa en México. Tiraje mensual 2000 ejemplares.
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XIII Un té es bebido a la par que un whisky. El pulgar y el índice secan lascivamente los labios, trasgresor sabor de boca. ◊
Otro viaje a la semilla Mira a este niño lindo, tan sonriente y tan rojo: cómo se ríe sin dientes, se levanta y se alarga, vocifera con el rostro de acné que poco a poco va cubriendo su barba tan amada por la hermosa mujer que en él se apoya y se da media vuelta y al fin desaparece, mientras una muchacha toma al hombre del brazo y le quita una cana que resalta sobre su saco negro que ya se ha vuelto blanco y ha perdido dos tallas en una lenta curva que se encoge, mas parece que muy alegremente porque mira, muchacha, cómo sonríe sin dientes este ancianito calvo y colorado. ◊
II Avanza descalza sin lastimar la hierba. Pero hoy día del juicio insectos disimulan descanso bajo las adelfas respiran futuro descubren el miedo en una telaraña y la pena no será errante por la mancha que germina en el vientre. Yo, pájaro ciego atento al menor ruido del mal en la seguridad de las frondas no creo, a pocos metros escucho un diluvio. ◊