GACETA
DE LITERATURA Y GRÁFICA
◊ NÚMERO 7 ◊ DISTRIBUCIÓN
GRATUITA
VÍCTOR TOLEDO
El poeta Árbol constelado de ardientes estrellas heladas doblado en estaciones (no doblegado) por el peso de la nieve (la blancura) en sus hojas a veces consumido por el fuego de aves otras incendiado por el agua Tus ojas son las lenguas
hojos del mar (raíz original). ◊
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Dos cuerpos / foto digital
LUIS MARIO VIVANCO MARÍN
Morir de tristeza Un irse permanente, un darse sin sentido, sin ganas; un comprar una prenda y sin usarla jamás dejarla para siempre olvidada; un salir sin saber a dónde ir; un regresar que dicta un reloj, un autobús cualquiera o una palabra; un dejar una lágrima que salga porque pesa, porque estorba o sencillamente porque es humedad y uno quiere estar seco, estar solo, estar sobrio, estar sordo; lo que uno quiere es no querer dormir, dormir y descansar para siempre y de todo. ◊ gaceta de literatura y gráfica. Número 7 febrero de 2004. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. Dirección: Jocelyn Pantoja. Edición: Andrés Marquéz. Diseño: Hernán García Crespo. Consejo Editorial: , Jorge Jurado, Alejandro Mendoza, Andrés Maximiliano Cruz e Ingrid Solana. Colaboraciones: gacetaliteral@yahoo.com
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Mutante / foto digital
www.kloakas.com/aire/literal
Los hilos de Dios
Naipes
ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA
VÍCTOR BACA para José Antonio Aspe
D
os cartas quedaban antes que el alba surgiera, los pasos por las calles apresuraban la luz improvisada. El barco con pereza asumía que el mar lo soportaba, como lo hacemos con papá borracho, –alguien cantaba como si fuera plena primavera. Oros o bastos, niña o caballero jugaron como siempre de rivales, la luz entre ellos aparecía y se llamaba desde los orígenes del árbol, suerte. Las mesas salpicadas de miradas cansadas y casadas con niñas de quince años, aquellas que los colibríes celebran por el néctar y los hombres sonámbulos, por la tristeza. De esas que esperan cada noche que la noche termine, y que las curvas inicien sus desfloramientos. El hastío es la anticipación de cualquier melodía, ingrediente del juego y sus pleonasmos. ◊
D
espués de la muerte de su padre Juan Camargo se dedicó a prestar dinero entre la gente del pueblo del Colorado. Cobraba cuarenta por ciento de interés a todo aquel que se dejara; los campesinos corrían desesperados en busca de su ayuda ¡claro!, tenía tiempo que sus tierras estaban secas, cuarteadas, moribundas igual que ellos (¡Pinches muertos de hambre!). No era suficiente: Juan necesitaba tener más dinero y junto con el presidente municipal impusieron una tarifa especial al agua de riego utilizada en la siembra. Porque con dinero, decía Juan Camargo, se mueven los hilos de Dios, tan inútil, que necesita de vez en cuando una ayudadita. Antes de finalizar el día, Juan guardaba el dinero tras de una cruz que le había obsequiado el presidente municipal. Era de madera y colgaba en la pared de su recámara. Atrás de ella hizo un agujero. Allí enrollaba los billetes después de besarlos tres veces: uno para la suerte, otro para que no pesen y uno más para que se multipliquen. ¿Y su esposa? Cuando Margarita pedía ir a dar una vuelta al pueblo (aunque sea a la tienda, Juan) le ordenaba que se fuera sola, que no molestara (¿Qué saben las mujeres de los hilos de Dios?).
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Creación / foto digital
M
erodea El Oriente y el romance convive con la muerte. Oros por doquier entrelazados junto a las espadas. Nadie sabe, ni Dios, que ocurrirá mañana o de cuál palo será el triste caballo. La mano de Dios gusta tirar los dados. Las jóvenes viven sin la suerte. ◊
II
C
opas y anunciamientos brotaron de la fuente sin saber los números marcados, era la sota de piernas opacas ya marchitas y la esperanza sobre los colores. La expectación ignoraba los tiempos y una gota de sudor descendía como ave que se tira del cielo, aún cuando las aves no saben las historias de los precipicios; los ases se desgajan lentos y con cierto cansancio. Jugar con la rudeza siempre excede al azar y a los cuchillos. Esa desnudez de las cartas llega de la lejanía o algunas veces del propio recuerdo, las hojas verdes sólo se ofrecen en la orilla del verano. ◊ Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Noe-Michelle / foto digital
D
esfile de copas, oros y sonrisas. Siete, tres, un caballo y hasta la melancolía. Nada anima tanto como los inquietos dedos, plenos de extranjería y deseo, no cortan o acarician al viento: buscan el regazo de la suerte. Esa inválida que corre entre los montes y los amaneceres. Ars admonitoria lejana del oleaje profundo de los sueños. Lenguaje infinito y amable como un niño gracioso y sin partera. ◊
N
ada acontece fuera de la dama, ni dentro, ni jamás, todo se precipita o disuelve su rostro en el mercurio. El azar configura historias que nadie comprende, la vida es casi parecida a la aventura de los naipes o de los náufragos. ◊
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Creación / foto digital
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Cuerpopatas / foto digital
Había tan sólo una carta en lugar del dinero. En ella, el indio Domitilo Arriaga advertía que alguien muy cercano a Juan andaba enamorando a su esposa para convencerla de que le robara el dinero. El nombre se lo daría por la noche, cuando llegara a la cantina La vieja esperanza. Juan Camargo fue precavido. Después de guardar el dinero, ahora debajo del colchón, limpió perfectamente su pistola. Miró fijamente a Margarita. Estaba a punto de soltarle un golpe, de matarla ahí mismo a patadas. Ella estaba tranquila, doblaba ropa limpia, sacudía sus zapatos y sacaba, con dificultad, una maleta de viaje de debajo de la cama. ¿Vas a salir? Juan se contuvo. Aún era pronto. Mejor ver cómo se dan las cosas. Salió al cuarto para las ocho. Margarita se preparaba para dormir. Se despidió de ella, dio tres pasos y volvió a tropezar con la maleta. ¡Pinche maleta! Como siempre La vieja esperanza se encontraba llena de indios. En una mesa de la esquina, frente a una botella de mezcal a medias, estaba Domitilo, sudoroso, medio borracho. En cuanto Juan se acercó, Domitilo hizo una seña con la mano para que guardara silencio, sacó un papel de su bolsa, estiró el brazo y lo puso debajo de la botella de mezcal. Pidió la cuenta. ¡Ábrelo en cuanto me vaya! Juan salió, minutos más tarde, de La vieja esperanza. Casi mata a tiros a dos borrachos que se atravesaron por su camino. Tocó tres veces. Al ver que nadie respondía, pateó el portón negro. Exigió una explicación. El presidente municipal estaba atemorizado, hacía preguntas, sus labios temblaban. ¿Por qué lo haces, Juan? ¿No somos amigos? Jaló el gatillo tres veces, arrastró el cuerpo y lo tapó con una bandera vieja. El presidente municipal era el culpable. Así lo decía el papel que Domitilo Arriaga puso bajo la botella. Faltaba encontrar a su esposa. Ahora sí pagaría la traición. Sonaron dos disparos, rodó por el suelo, su vista se nubló y quedó perdido en un laberinto donde sólo alcanzó a distinguir la figura difusa de su esposa. Domitilo Arriaga pisó la tierra con coraje, miró al horizonte y escupió sobre la tumba. A lo lejos, bajo un árbol seco, la esposa de Juan Camargo lo esperaba con el dinero y su ropa dentro de una maleta para partir lejos del pueblo. Domitilo sacó de una bolsa la cruz y la metió en la tierra, cortando, para siempre, los hilos de Dios. ◊
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VÍCTOR TOLEDO
El poeta Árbol constelado de ardientes estrellas heladas doblado en estaciones (no doblegado) por el peso de la nieve (la blancura) en sus hojas a veces consumido por el fuego de aves otras incendiado por el agua Tus ojas son las lenguas
hojos del mar (raíz original). ◊
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Dos cuerpos / foto digital
LUIS MARIO VIVANCO MARÍN
Morir de tristeza Un irse permanente, un darse sin sentido, sin ganas; un comprar una prenda y sin usarla jamás dejarla para siempre olvidada; un salir sin saber a dónde ir; un regresar que dicta un reloj, un autobús cualquiera o una palabra; un dejar una lágrima que salga porque pesa, porque estorba o sencillamente porque es humedad y uno quiere estar seco, estar solo, estar sobrio, estar sordo; lo que uno quiere es no querer dormir, dormir y descansar para siempre y de todo. ◊ gaceta de literatura y gráfica. Número 7 febrero de 2004. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. Dirección: Jocelyn Pantoja. Edición: Andrés Marquéz. Diseño: Hernán García Crespo. Consejo Editorial: , Jorge Jurado, Alejandro Mendoza, Andrés Maximiliano Cruz e Ingrid Solana. Colaboraciones: gacetaliteral@yahoo.com
Ibarí Ortega, de la serie Mutaciones / Mutante / foto digital
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