GACETA
DE LITERATURA Y GRÁFICA
◊ NÚMERO 10 ◊ DISTRIBUCIÓN
GRATUITA
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Perdido
gaceta de literatura y gráfica. Número 10 junio de 2004. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. Dirección: Jocelyn Pantoja. Edición: Andrés Márquez. Diseño: Hernán García Crespo. Consejo Editorial: Jorge Jurado, Alejandro Mendoza, Roberto Cruz y Armando Alonso. Colaboraciones: gacetaliteral@yahoo.com
www.kloakas.com/aire/literal
EDUARDO CERECEDO
CLAUDIA PUENTE
Caminar por ella, respirarla como se aspira la redondez de los senos recién bañados. Caminarla tomarla como se toma el refresco preferido, diré cocacola que disuelve parte de ti en la garganta. Por eso olerla es el principio del gusto, pasear por su ambiente cálido frío valiente templado. No obstante de ser amarga –en ocasiones la ciudad es de aire y sabe a bilé y a perfume–; su boca sabe a cerveza, a manzana, según como la abordes cuando la montes. Existe una ternura en su entraña, el cigarro la pincha para sacar su color en la ceniza; un soplo de automóviles desciende su premura. En anuncios publicitarios desvanece la luz los ojos al caldear un colorido de luciérnagas que vaga de la inercia.
Cuerpo dormido
Puñados de piedras restauran la suavidad con que corta la neblina, cascada que asciende troncos de sonido, visiones para que descanse al cerrar los ojos. La noche. ◊
Sepárate de ti hasta caer en ti
Carlos Martínez Rivas
Acudes informe a la sombra, rostro inescuchable, huérfano y seguro, oculto de la palabra. Sonido rebasado por su cause nocturno, luz antigua en el ojo de una tortuga, arteria en vigilia del sentido, memoria lejana y presente. Ahí sabes en tu voluntad de pulso (sujeta a soplos, imágenes) en tu cometa libertaria, que ensarta breve el deseo en el deseo y todos los cuerpos después del cuerpo. ◊
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento I
MANUEL BECERRA SALAZAR
Virago
Marta
HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ Martha enciende un cigarro y le humean los dedos, me colma el vaso de cerveza y se le derrama el ámbar, escurre por la ventana, salpica el cielo y hace el crepúsculo. Abre sus ojos y me encuentro a una dama de tacones y agujas, de falda abierta con un mar en calma entre las piernas, con el cabello enredado y tenebroso como un delirio, como el delirio de Martha donde hombres se avientan al precipicio de sus ojos y ella, mi mujer, me llega enferma de suicidas. Yo la llevo a caminar y nuestras cicatrices se encienden, la llevo por lugares tapizados de grietas y luces que aúllan. Vamos ardiendo y la lluvia produce un sonido en nuestros rostros de cerillos apagándose en el agua. Vamos a su casa y Martha llega con los tobillos flojos y las alas húmedas. Yo la beso y se me deshacen los labios en su boca. Sin luz vestimos nuestras sombras Desvistiéndonos. Con su voz alfombra la habitación y con el pensamiento le sacude las lágrimas a los árboles cargados de tormenta. Porque afuera es el invierno y adentro Martha me ofrece un infierno inacabable. En las sábanas me coloca el rostro de un dios triste, nos volvemos ángeles; poco a poco, serpientes. Después sólo hay uno en la cama: Martha, mi mujer, durmiéndose ebria de café y soledad porque esta vez ella no ha decidido desvelar al mundo sino sólo dormir y respirar tranquila como un fantasma. ◊
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento II
E
ra una noche tan dulce, después de un rato de estar pensándolo, después de llorar algunas horas, la partida de María Helena y mi hijo, era una especie de araña en la garganta, un frío que recorre el cuerpo –sin pasar por el espinazo– y que llega a incomodar. Lo estuve meditando, hasta llegar a un dolor de cabeza. Tenía ganas de foyar, tenía ya algunos meses, y me sentía dispuesto a pagar por “una noche de lujuria” simulada, o de cariño remunerado. Tomé el Metro, y de momento como una gota que te llega a manchar, me asaltó una duda, ¿y si no funcionaba? Entonces sentí la necesidad de reaccionar de una vez por todas. Estos años de soledad me estaban acabando, cada vez tenía menos cabello que peinar, y menos ganas de vivir el día. Llegaba a desear que el día se largara a cualquier parte, no salir de la cama, morir por algunas horas, y de ser necesario despertar horas después. Un día me sorprendí hablando con la cafetera –esto no me espantó del todo, me sorprendí cuando el cuchillo, desde su sitio en el cajón, me confesó que deseaba entrar en mi garganta–. Conté algunos meses donde sólo hablaba lo indispensable, y llegué a ver días enteros donde no se asomaba ningún tipo de color, tan sólo era una sucesión de imágenes sepia. Para ser honesto, éste había sido uno de estos días, dolorosos y lánguidos. Alfonso me contestó el teléfono,
pero su madre se lo quitó tan rápido que no me terminó de contar su aventura. Era costumbre la tristeza, era la tristeza lo que me amamantaba con su leche parda, e intentando dar un poco de suavidad a todo eso, estaba dispuesto a alojarme en el vientre de una mujer callejera, estaba dispuesto a hacer el doble servicio, el de hacerle el amor –sin amor– y pagarle. Para cuando estaba llegando a la “zona de tolerancia”, se me ocurrió algo, poco común, o todo lo contrario, las opciones del perdedor: dar una rosa a la puta que me “guiaría a la posada del maligno”, a la fornicación, aunque no he sabido a bien a qué se refiere con esto Goethe, yo daría mi versión, Margarita llegó al cielo antes que Faust, es decir con posterioridad lo guiará a la casa del Maligno, el cielo Pues yo quería ir ahí mismo, al cielo, al dolor, al yacuzzi de lágrimas, y me sentía tan extraviado como un dolor acéfalo. Y se abrió el carnaval, se abrió la noche, como en un viejo Teatro, abandonado por los duendes y paciente de su demolición. Ahí, sobre las tablas, con su nobleza, estaba el catálogo de putas, seres deslumbrantes, ninfas envidiadas por las monjas y las diosas. Seres nocturnos, cuya vida se extingue con la luz del alba. Me acerqué a una, un perfume elocuente me convencía, admito que fui tímido, el matrimonio y la falta de costumbre, atarantan mucho. Después de un rato me acerqué, al verla a los ojos fue una imagen, como si la pipa de un órgano barroco batiera sobre mí su delicia suave, su aroma embriagador, el oleaje helado de una playa negra.
Ella sonrió, y noté que envuelta en esas telas tan brillantes había un alma virago. Fue un poco eso, y su servilismo: – ¿Y cómo te llamas? –pregunté colocando un cigarrillo en mis labios. Se enderezó como una luna inmensa que se separa después de dormir desnuda. – ¿Cómo me quieres llamar, guapo? – Virago... –esbocé tan rápido, que el cigarrillo, torpemente, abandonó mis labios, haciendo piruetas circenses se clavó en un charco. – Bien, guapo, así me llamo... – ¿Y cómo es eso? –pregunté sin pensarlo. – Son cincuenta euros. El precio parecía elevado, no obstante, notando su cuerpo, en plena extensión, en una caída de la mirada, aseguraba que merecía más de cincuenta euros. – ¿Cuánto tiempo, soy lento sabes? – Uy, pues hasta que acabes... Yo no tengo prisa. Hizo un sonidito con la lengua, un pequeño trueno con sus dientes tiritando... – ¿...Vamos? – Bien, ¿dónde es? – Por aquí... –no era necesario llevar los ojos abiertos, el aroma me persuadía, el perfume me sostendría cobijado por el viento acentuando la esencia tibia. El motel era más que molesto, al llegar a la administración me pidieron depositar la fianza. – ...Después, Willi, ¿no notas que estás frente a un caballero? – Es cierto... –la frase del recepcionista fue inconclusa con un grito de la chica que ya iba subiendo. – ¡Virago! Esta noche me llamo Virago. Al terminar la frase mascó el chicle y guiño un ojo. Las escaleras rechinaban, quizá eran las ratas que se devoran un pedazo de madera, nunca supe qué era exactamente. Virago abrió la puerta, y entró a la habitación. Llevaba un short improvisado, en realidad era un blue jeans recortado, casi un hilacho. Tomé la perilla, y al tornar la puerta me sacudió una duda: Cuando dijo “¿Vamos?” Y se estre-
meció un poquito, insinuante como una pedrada, me pareció tan Virago, tan viril, tan punzante, que dudé de haberme metido al cuarto con una mujer. Pero debo cerrar la puerta primero, esto de salir corriendo no me iba, no me daba la gana. Algo me atraía a ese cuarto, a esa cama, a esas piernas, a ese centro universal, donde confluía todo. Y el aroma a nardos, eso que me rodeaba era un sutil aroma a nardos suave. Me sorprendió colocándome las manos sobre los ojos, al punto que ya no puede ver. – A ver..., a ver... ¿qué tanta imaginación tienes? – ¿Qué quieres hacer? –le dije sonriente, disimulando mi perturbación. – Vamos a jugar ¿quieres? – Claro. – Bien, no abras los ojos. Hay algo en ti que me hace ponerme agresiva. Casi podría decir que me calenté al verte. – Pero... tenías frío ¿no? – Se me quitó cuando tu voz, quejumbrosa, me llamó Virago. – ¿A sí? – Sabes qué es Virago ¿verdad? – No. – ¿Cómo? ¡No abras los ojos! Así que vas por el mundo diciendo cosas que ni sabes... – Está bien, no abro los ojos. – Mira, siéntate –me llevó hasta la cama, y me ayudó a sentarme. Una serie de luces me deslumbraron en esa oscuridad, fue el beso que me propinó en plenos labios, me llegó a morder, y sentí el sabor de la sangre en el paladar. – Entonces ¿qué es Virago? – La verdad, lo he olvidado... – Es una mujer muy, pero muy masculina, tanto que se le confundiría con un hombre, ¿te parezco que podría ser un hombre, con este cuerpo? – No en realidad. – Pues, mira – me tomó las manos y las puso en los senos. Eran suaves, firmes, grandes aunque no era lo que más me importaba. – ¡Ay...! Mira, toca ¿crees que podría ser hombre teniendo esto? – No, nunca lo pensé. En ese momento me puso los se-
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento III
nos en la cara. – Dime algo, no eres gay ¿verdad? – ¿Yo? no – ¿Eres casado? – Divorciado. – ¿Ah sí? –y me puso la mano derecha en su nalga desnuda–. Debes ser un cabrón, ¿verdad? – Quizá... ¿a quién le importa? – Tienes razón, a ver, deja te ayudo. Me empezó a desnudar, sentía sus manos con tal fuerza que me temía un poco que sí fuera un hombre. Me sentía con ganas de acabar el juego de una vez, decirle que el que manda aquí soy yo. Y qué se dejara de pendejadas. Pero algo no me dejaba abrir los ojos, de cualquier modo sabía con quien estaba, era una morena de ojos verdes, tenía los labios gordos, la nariz respingada, los dientes grandes, los senos pronunciados, a pesar de esa blusa verde, que para entonces, estaría en el suelo, en la alfombra o en la cama, y el short, estaba a mi lado. – A ver, bombón, quieres una Virago ¿verdad? – No me molestaría... –me sorprendí a mí mismo y a la frase que se había escapado. – Bien, párate, que me falta quitarte los pantalones, mira ya estás haciendo carpas. Me agarró tan rápido y tan suave que la excitación aumentó. – No abras los ojos, flaco. – No. – Mmm, yomi yomi ¿te gusta? Asentí. – ¿Y si hago esto, bombón? No, yo diría “perrito caliente”. En ese momento sentí la suavidad de sus senos blancos. – ¡Manos atrás! –me gritó–. Mua, ¿te gusta? – acercó el extremo de su pezón, al final de mi existencia viril–. ¿Dulce? ¿o salado? ¿dulce o salado? – ¡Virago...! – ¿Dulce o salado? Grítame ¿te gusta? – ¡Sí! – ¿Voy bien? Nuevamente asentí. – Oye, eres un primor. Es más, vamos a hacer algo... – ¿Qué? – pregunté con más
miedo que placer. – Vamos a apostar doble a ... Dejó de hablar por obvias razones. – Ay... uf... – Ay, digo, doble... o... doble o... Ay, no es poco. – Termina. – ¿Paro? ¿no te gusta? – No, la frase, ...termina la frase. – Ah –me tomó en un puño –doble o nada. – ¿Qué apostamos? – Tú crees que soy mujer ¿verdad? – Por supuesto... – me puse tenso por la frase. – ¡Calma, calma! –la metió a su boca, y después la saco suavemente–. Esa es la apuesta. Si soy mujer, no pagas, si soy hombre, es doble. – No, no me va la apuesta. – Ándale, puedes ganar... – ¿Y si no? –ya me estaba angustiando. – Prueba. Yo no sé porqué te las das de hombre, y eres tan cobarde. – Vale, vale. – Entonces, acuéstate en la cama. Sin abrir los ojos. Hice lo que me ordenó. – Sí. – No abras nada. Dame la mano. – ¿Para qué? – Para cerrar el trato. – Está bien. Extendí la mano, y la apretó tan fuerte, de manera tan varonil, que percibí un redoble militar. El vértigo alteró mis capacidades amatorias. – Bien –al escuchar esto mi alma cayó en el vacío, la voz había enronquecido tanto, y con tal naturalidad, que no dudé mi perdida absoluta. – Espera, debes estar excitado... – Permíteme, te ayudo... La voz mantuvo su matiz. No sé cómo me volví a excitar, bueno sí lo sé. – Aquí viene la prueba. Me separó las piernas al extremo, no sé porque le fue tan fácil. – ¿Listo? – Sí... Tomó mi miembro, y entré en ella como una burbuja de mar, con espuma dulce. ◊
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento I
MANUEL BECERRA SALAZAR
Virago
Marta
HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ Martha enciende un cigarro y le humean los dedos, me colma el vaso de cerveza y se le derrama el ámbar, escurre por la ventana, salpica el cielo y hace el crepúsculo. Abre sus ojos y me encuentro a una dama de tacones y agujas, de falda abierta con un mar en calma entre las piernas, con el cabello enredado y tenebroso como un delirio, como el delirio de Martha donde hombres se avientan al precipicio de sus ojos y ella, mi mujer, me llega enferma de suicidas. Yo la llevo a caminar y nuestras cicatrices se encienden, la llevo por lugares tapizados de grietas y luces que aúllan. Vamos ardiendo y la lluvia produce un sonido en nuestros rostros de cerillos apagándose en el agua. Vamos a su casa y Martha llega con los tobillos flojos y las alas húmedas. Yo la beso y se me deshacen los labios en su boca. Sin luz vestimos nuestras sombras Desvistiéndonos. Con su voz alfombra la habitación y con el pensamiento le sacude las lágrimas a los árboles cargados de tormenta. Porque afuera es el invierno y adentro Martha me ofrece un infierno inacabable. En las sábanas me coloca el rostro de un dios triste, nos volvemos ángeles; poco a poco, serpientes. Después sólo hay uno en la cama: Martha, mi mujer, durmiéndose ebria de café y soledad porque esta vez ella no ha decidido desvelar al mundo sino sólo dormir y respirar tranquila como un fantasma. ◊
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento II
E
ra una noche tan dulce, después de un rato de estar pensándolo, después de llorar algunas horas, la partida de María Helena y mi hijo, era una especie de araña en la garganta, un frío que recorre el cuerpo –sin pasar por el espinazo– y que llega a incomodar. Lo estuve meditando, hasta llegar a un dolor de cabeza. Tenía ganas de foyar, tenía ya algunos meses, y me sentía dispuesto a pagar por “una noche de lujuria” simulada, o de cariño remunerado. Tomé el Metro, y de momento como una gota que te llega a manchar, me asaltó una duda, ¿y si no funcionaba? Entonces sentí la necesidad de reaccionar de una vez por todas. Estos años de soledad me estaban acabando, cada vez tenía menos cabello que peinar, y menos ganas de vivir el día. Llegaba a desear que el día se largara a cualquier parte, no salir de la cama, morir por algunas horas, y de ser necesario despertar horas después. Un día me sorprendí hablando con la cafetera –esto no me espantó del todo, me sorprendí cuando el cuchillo, desde su sitio en el cajón, me confesó que deseaba entrar en mi garganta–. Conté algunos meses donde sólo hablaba lo indispensable, y llegué a ver días enteros donde no se asomaba ningún tipo de color, tan sólo era una sucesión de imágenes sepia. Para ser honesto, éste había sido uno de estos días, dolorosos y lánguidos. Alfonso me contestó el teléfono,
pero su madre se lo quitó tan rápido que no me terminó de contar su aventura. Era costumbre la tristeza, era la tristeza lo que me amamantaba con su leche parda, e intentando dar un poco de suavidad a todo eso, estaba dispuesto a alojarme en el vientre de una mujer callejera, estaba dispuesto a hacer el doble servicio, el de hacerle el amor –sin amor– y pagarle. Para cuando estaba llegando a la “zona de tolerancia”, se me ocurrió algo, poco común, o todo lo contrario, las opciones del perdedor: dar una rosa a la puta que me “guiaría a la posada del maligno”, a la fornicación, aunque no he sabido a bien a qué se refiere con esto Goethe, yo daría mi versión, Margarita llegó al cielo antes que Faust, es decir con posterioridad lo guiará a la casa del Maligno, el cielo Pues yo quería ir ahí mismo, al cielo, al dolor, al yacuzzi de lágrimas, y me sentía tan extraviado como un dolor acéfalo. Y se abrió el carnaval, se abrió la noche, como en un viejo Teatro, abandonado por los duendes y paciente de su demolición. Ahí, sobre las tablas, con su nobleza, estaba el catálogo de putas, seres deslumbrantes, ninfas envidiadas por las monjas y las diosas. Seres nocturnos, cuya vida se extingue con la luz del alba. Me acerqué a una, un perfume elocuente me convencía, admito que fui tímido, el matrimonio y la falta de costumbre, atarantan mucho. Después de un rato me acerqué, al verla a los ojos fue una imagen, como si la pipa de un órgano barroco batiera sobre mí su delicia suave, su aroma embriagador, el oleaje helado de una playa negra.
Ella sonrió, y noté que envuelta en esas telas tan brillantes había un alma virago. Fue un poco eso, y su servilismo: – ¿Y cómo te llamas? –pregunté colocando un cigarrillo en mis labios. Se enderezó como una luna inmensa que se separa después de dormir desnuda. – ¿Cómo me quieres llamar, guapo? – Virago... –esbocé tan rápido, que el cigarrillo, torpemente, abandonó mis labios, haciendo piruetas circenses se clavó en un charco. – Bien, guapo, así me llamo... – ¿Y cómo es eso? –pregunté sin pensarlo. – Son cincuenta euros. El precio parecía elevado, no obstante, notando su cuerpo, en plena extensión, en una caída de la mirada, aseguraba que merecía más de cincuenta euros. – ¿Cuánto tiempo, soy lento sabes? – Uy, pues hasta que acabes... Yo no tengo prisa. Hizo un sonidito con la lengua, un pequeño trueno con sus dientes tiritando... – ¿...Vamos? – Bien, ¿dónde es? – Por aquí... –no era necesario llevar los ojos abiertos, el aroma me persuadía, el perfume me sostendría cobijado por el viento acentuando la esencia tibia. El motel era más que molesto, al llegar a la administración me pidieron depositar la fianza. – ...Después, Willi, ¿no notas que estás frente a un caballero? – Es cierto... –la frase del recepcionista fue inconclusa con un grito de la chica que ya iba subiendo. – ¡Virago! Esta noche me llamo Virago. Al terminar la frase mascó el chicle y guiño un ojo. Las escaleras rechinaban, quizá eran las ratas que se devoran un pedazo de madera, nunca supe qué era exactamente. Virago abrió la puerta, y entró a la habitación. Llevaba un short improvisado, en realidad era un blue jeans recortado, casi un hilacho. Tomé la perilla, y al tornar la puerta me sacudió una duda: Cuando dijo “¿Vamos?” Y se estre-
meció un poquito, insinuante como una pedrada, me pareció tan Virago, tan viril, tan punzante, que dudé de haberme metido al cuarto con una mujer. Pero debo cerrar la puerta primero, esto de salir corriendo no me iba, no me daba la gana. Algo me atraía a ese cuarto, a esa cama, a esas piernas, a ese centro universal, donde confluía todo. Y el aroma a nardos, eso que me rodeaba era un sutil aroma a nardos suave. Me sorprendió colocándome las manos sobre los ojos, al punto que ya no puede ver. – A ver..., a ver... ¿qué tanta imaginación tienes? – ¿Qué quieres hacer? –le dije sonriente, disimulando mi perturbación. – Vamos a jugar ¿quieres? – Claro. – Bien, no abras los ojos. Hay algo en ti que me hace ponerme agresiva. Casi podría decir que me calenté al verte. – Pero... tenías frío ¿no? – Se me quitó cuando tu voz, quejumbrosa, me llamó Virago. – ¿A sí? – Sabes qué es Virago ¿verdad? – No. – ¿Cómo? ¡No abras los ojos! Así que vas por el mundo diciendo cosas que ni sabes... – Está bien, no abro los ojos. – Mira, siéntate –me llevó hasta la cama, y me ayudó a sentarme. Una serie de luces me deslumbraron en esa oscuridad, fue el beso que me propinó en plenos labios, me llegó a morder, y sentí el sabor de la sangre en el paladar. – Entonces ¿qué es Virago? – La verdad, lo he olvidado... – Es una mujer muy, pero muy masculina, tanto que se le confundiría con un hombre, ¿te parezco que podría ser un hombre, con este cuerpo? – No en realidad. – Pues, mira – me tomó las manos y las puso en los senos. Eran suaves, firmes, grandes aunque no era lo que más me importaba. – ¡Ay...! Mira, toca ¿crees que podría ser hombre teniendo esto? – No, nunca lo pensé. En ese momento me puso los se-
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento III
nos en la cara. – Dime algo, no eres gay ¿verdad? – ¿Yo? no – ¿Eres casado? – Divorciado. – ¿Ah sí? –y me puso la mano derecha en su nalga desnuda–. Debes ser un cabrón, ¿verdad? – Quizá... ¿a quién le importa? – Tienes razón, a ver, deja te ayudo. Me empezó a desnudar, sentía sus manos con tal fuerza que me temía un poco que sí fuera un hombre. Me sentía con ganas de acabar el juego de una vez, decirle que el que manda aquí soy yo. Y qué se dejara de pendejadas. Pero algo no me dejaba abrir los ojos, de cualquier modo sabía con quien estaba, era una morena de ojos verdes, tenía los labios gordos, la nariz respingada, los dientes grandes, los senos pronunciados, a pesar de esa blusa verde, que para entonces, estaría en el suelo, en la alfombra o en la cama, y el short, estaba a mi lado. – A ver, bombón, quieres una Virago ¿verdad? – No me molestaría... –me sorprendí a mí mismo y a la frase que se había escapado. – Bien, párate, que me falta quitarte los pantalones, mira ya estás haciendo carpas. Me agarró tan rápido y tan suave que la excitación aumentó. – No abras los ojos, flaco. – No. – Mmm, yomi yomi ¿te gusta? Asentí. – ¿Y si hago esto, bombón? No, yo diría “perrito caliente”. En ese momento sentí la suavidad de sus senos blancos. – ¡Manos atrás! –me gritó–. Mua, ¿te gusta? – acercó el extremo de su pezón, al final de mi existencia viril–. ¿Dulce? ¿o salado? ¿dulce o salado? – ¡Virago...! – ¿Dulce o salado? Grítame ¿te gusta? – ¡Sí! – ¿Voy bien? Nuevamente asentí. – Oye, eres un primor. Es más, vamos a hacer algo... – ¿Qué? – pregunté con más
miedo que placer. – Vamos a apostar doble a ... Dejó de hablar por obvias razones. – Ay... uf... – Ay, digo, doble... o... doble o... Ay, no es poco. – Termina. – ¿Paro? ¿no te gusta? – No, la frase, ...termina la frase. – Ah –me tomó en un puño –doble o nada. – ¿Qué apostamos? – Tú crees que soy mujer ¿verdad? – Por supuesto... – me puse tenso por la frase. – ¡Calma, calma! –la metió a su boca, y después la saco suavemente–. Esa es la apuesta. Si soy mujer, no pagas, si soy hombre, es doble. – No, no me va la apuesta. – Ándale, puedes ganar... – ¿Y si no? –ya me estaba angustiando. – Prueba. Yo no sé porqué te las das de hombre, y eres tan cobarde. – Vale, vale. – Entonces, acuéstate en la cama. Sin abrir los ojos. Hice lo que me ordenó. – Sí. – No abras nada. Dame la mano. – ¿Para qué? – Para cerrar el trato. – Está bien. Extendí la mano, y la apretó tan fuerte, de manera tan varonil, que percibí un redoble militar. El vértigo alteró mis capacidades amatorias. – Bien –al escuchar esto mi alma cayó en el vacío, la voz había enronquecido tanto, y con tal naturalidad, que no dudé mi perdida absoluta. – Espera, debes estar excitado... – Permíteme, te ayudo... La voz mantuvo su matiz. No sé cómo me volví a excitar, bueno sí lo sé. – Aquí viene la prueba. Me separó las piernas al extremo, no sé porque le fue tan fácil. – ¿Listo? – Sí... Tomó mi miembro, y entré en ella como una burbuja de mar, con espuma dulce. ◊
GACETA
DE LITERATURA Y GRÁFICA
◊ NÚMERO 10 ◊ DISTRIBUCIÓN
GRATUITA
ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Perdido
gaceta de literatura y gráfica. Número 10 junio de 2004. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. Dirección: Jocelyn Pantoja. Edición: Andrés Márquez. Diseño: Hernán García Crespo. Consejo Editorial: Jorge Jurado, Alejandro Mendoza, Roberto Cruz y Armando Alonso. Colaboraciones: gacetaliteral@yahoo.com
www.kloakas.com/aire/literal
EDUARDO CERECEDO
CLAUDIA PUENTE
Caminar por ella, respirarla como se aspira la redondez de los senos recién bañados. Caminarla tomarla como se toma el refresco preferido, diré cocacola que disuelve parte de ti en la garganta. Por eso olerla es el principio del gusto, pasear por su ambiente cálido frío valiente templado. No obstante de ser amarga –en ocasiones la ciudad es de aire y sabe a bilé y a perfume–; su boca sabe a cerveza, a manzana, según como la abordes cuando la montes. Existe una ternura en su entraña, el cigarro la pincha para sacar su color en la ceniza; un soplo de automóviles desciende su premura. En anuncios publicitarios desvanece la luz los ojos al caldear un colorido de luciérnagas que vaga de la inercia.
Cuerpo dormido
Puñados de piedras restauran la suavidad con que corta la neblina, cascada que asciende troncos de sonido, visiones para que descanse al cerrar los ojos. La noche. ◊
Sepárate de ti hasta caer en ti
Carlos Martínez Rivas
Acudes informe a la sombra, rostro inescuchable, huérfano y seguro, oculto de la palabra. Sonido rebasado por su cause nocturno, luz antigua en el ojo de una tortuga, arteria en vigilia del sentido, memoria lejana y presente. Ahí sabes en tu voluntad de pulso (sujeta a soplos, imágenes) en tu cometa libertaria, que ensarta breve el deseo en el deseo y todos los cuerpos después del cuerpo. ◊