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E. Conclusiones

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Bibliografía

Bibliografía

El impacto de la crisis actual provocará una profunda reducción de la IED. Los flujos mundiales podrían caer un 40% en 2020, y de un 5% a un 10% en 2021. Esto significa que recién en 2022 se registraría una recuperación de la IED en el mundo (UNCTAD, 2020).

Un elemento importante que hay que considerar es que la magnitud y las características de la recuperación dependerán no solo de cuánto dure la pandemia de COVID19 y de la capacidad que los Gobiernos tengan para enfrentar la crisis económica en sus países, sino también de las transformaciones que podrían producirse en la organización internacional de la producción y el comercio. La crisis ha puesto en evidencia las fragilidades de las cadenas globales de suministro y ha exacerbado las tensiones, lo que ha obligado a las empresas a buscar nuevas fórmulas que les permitan modificar su organización y su modelo de negocios.

A partir de esta coyuntura, es posible que en el futuro cercano se produzcan cambios que tengan un impacto directo en los flujos de IED. Además de los factores tradicionales relacionados con el costo, las empresas incorporaran elementos geopolíticos estratégicos para definir la localización de sus operaciones. Es posible que las inversiones se diversifiquen más a fin de fortalecer la resiliencia de las cadenas globales de valor lideradas por las empresas transnacionales. Así, es posible que algunos procesos aún incipientes, como la deslocalización cercana (nearshoring) y la relocalización (reshoring), se intensifiquen en los próximos años, como se analiza en el segundo capítulo del presente informe. Esta dinámica podría transformarse en una ventana de oportunidad para mejorar la inserción de algunos países en desarrollo en la economía global. Para ello es fundamental articular de forma adecuada las acciones de política que permitan fortalecer o construir las capacidades que el nuevo panorama productivo comenzará a demandar.

En 2019 finalizó una década en que las entradas de IED de América Latina y el Caribe alcanzaron un valor histórico máximo, hecho que ocurrió en 2012. Sin embargo, después de ese año los flujos de IED de la región cayeron de forma casi ininterrumpida, lo que puso de manifiesto la relación que estos tienen con los ciclos de los precios de las materias primas, sobre todo en los países de América del Sur. En efecto, las entradas de IED de 2019 fueron un 25% inferiores a las de 2012.

Por otro lado, no hay elementos que permitan afirmar que la IED haya contribuido a que la estructura productiva de la región se modificara de forma relevante en el correr de la década. Si bien es cierto que hubo un incremento de los proyectos de inversión y de la IED en energías renovables, la gran mayoría de los flujos se dirigió hacia sectores que ya estaban consolidados en la estructura productiva de los países de la región y donde las transnacionales ya desempeñaban un papel destacado desde hacía décadas, como el sector automotriz, el siderúrgico, el de las telecomunicaciones, el del comercio y el de los servicios financieros. En este sentido, la inversión extranjera no actuó como un catalizador de cambios importantes en la dinámica productiva regional. Esto se debió también a la falta de articulación entre las políticas de desarrollo productivo y las políticas de atracción de IED. Los organismos de inversiones en muchos casos actuaron de manera eficaz en su misión de atraer capitales extranjeros hacia nuevos sectores. Como se menciona en el tercer capítulo de este informe, un ejemplo de ello es la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE), organismo que se dedica a promover las inversiones extranjeras en Costa Rica. Sin embargo, la política industrial y de desarrollo productivo de la región no estuvo estrechamente conectada con las iniciativas relacionadas con la IED.

En paralelo, el valor absoluto de la renta asociada a la IED creció un 24% en la segunda mitad de la década, y el déficit de la balanza de rentas pasó de ser equivalente a un 1,6% del PIB en 2014 a representar un 1,9% de este en 2019. Las repatriaciones de utilidades, por su parte, aumentaron un 10%. En definitiva, el balance de la década muestra que la IED se adaptó a la dinámica de la estructura productiva existente, a la situación macroeconómica de los países de la región y a las tendencias de los mercados internacionales de materias primas.

Al finalizar 2020 se observa un panorama muy negativo para las entradas de inversión extranjera en América Latina y el Caribe. Los datos de la balanza de pagos correspondientes al primer semestre, la información relativa a los anuncios de proyectos de inversión y a las operaciones de fusión y adquisición en los primeros nueve meses del año, y las previsiones de la CEPAL sobre cómo evolucionará el PIB de la región llevan a estimar que las entradas de IED caerán de un 45% a un 55% en el conjunto de América Latina y el Caribe.

En este contexto, resulta necesario retomar la indicación del Secretario General de las Naciones Unidas según la cual para “reconstruir mejor es necesario transformar el modelo de desarrollo de América Latina y el Caribe”, así como los mensajes planteados por la CEPAL a lo largo del trigésimo octavo período de sesiones (CEPAL, 2020c).

La IED ha constituido un aporte notable en la región como complemento de la inversión nacional y como fuente de nuevos capitales, y también ha contribuido a que se expandieran las actividades exportadoras y a que se desarrollaran la industria automotriz, las telecomunicaciones, algunos segmentos de la economía digital y ciertos sectores que hoy adquieren una importancia estratégica en el contexto de la pandemia de COVID19, como la industria farmacéutica y el sector de los dispositivos médicos.

Sin embargo, los problemas estructurales de las economías de la región y el nuevo contexto internacional hacen necesario que la IED y las políticas destinadas a promoverla sean parte integrante de un proyecto más amplio que impulse un cambio estructural progresivo, a saber, “un cambio que permita aumentar la productividad y lograr la inclusión social, la igualdad y una creciente sostenibilidad ambiental” (CEPAL, 2020c, pág. 211).

En este sentido, es importante recuperar el rol de las políticas industriales como instrumento de transformación de la estructura productiva. Esto se vuelve indispensable hoy, porque la ausencia o la debilidad de estas políticas en un contexto de aceleración de la cuarta revolución industrial y de grandes transformaciones en la organización internacional de la producción inevitablemente llevará a que aumenten las brechas productivas y tecnológicas que caracterizan a América Latina y el Caribe (Cimoli y otros, 2017).

Para que la IED forme parte de esta visión de política industrial hay que crear condiciones, no solo para que lleguen capitales extranjeros, sino para que estos se vuelvan fuentes generadoras de más productividad, innovación y tecnología, y para que se orienten hacia un crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible.

La política de transformación de la estructura productiva debería articularse alrededor de tres grandes áreas de intervención (CEPAL, 2020d) y, en cada una de ellas, la IED puede representar un aporte importante para la región.

En primer lugar, la política industrial debería apuntar a los sectores y las cadenas productivas que adquirirán mayor dinamismo en la economía mundial, por ejemplo, los biomateriales, los nuevos materiales y servicios asociados a los edificios inteligentes, las energías renovables, la electromovilidad, los productos y servicios relacionados con

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