Revista de Estudios Sociales No. 16

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Fundadores Francisco Leal Buitrago Germán Rey Director Carl Langebaek Comité Editorial Cecilia Balcázar Álvaro Camacho Felipe Castañeda Jesús Martín-Barbero Andrés Dávila María Cristina Villegas Fernando Viviescas Comité Internacional Richard Harvey Brown Mabel Moraña Daniel Pécaut Editores Invitados Felipe Castañeda Francisco Leal Buitrago Coordinación Editorial Lina María Saldarriaga Asistente editorial Nicolás Rodríguez Diagramación Gatos Gemelos Impresión y encuadernación Panamericana Formas e Impresos S.A. Tarifa postal reducida No.818 Vence Diciembre/03 ISSN 0123-885X Distribución y Ventas Editorial El Malpensante Calle 35 No. 14 -27/29 Tel: 3270730/31 Fax: 3402807 Bogotá, D.C., Colombia Correo electrónico: distribucion@elmalpensante.com Librería Universidad de los Andes Cra 1 No. 19-27. Ed. AU106 PBX: 3394949 – 3394999 Exts: 2071-2099-2181 Fax: 2158 Bogotá, D.C., Colombia Correo electrónico: libreria@uniandes.edu.co http://edicion.uniandes.edu.co Suscripciones Decanatura de la Facultad de Ciencias Sociales Cra.1ª E No. 18 A 10, Edificio Franco Of. 202 Universidad de los Andes. Tel: 3324505 Fax: 3324508 Correo electrónico: res@uniandes.edu.co ARCCA Av 22 No. 39 A-64 Of. 101 Tel: 288 58 92 Esta Revista pertenece a la Asociación de Revistas Culturales Colombianas y a la Federación Iberoamericana de Revistas Culturales


Editorial Francisco Leal

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Dossier Hobbes y Kant: de la guerra entre los individuos a la guerra entre los Estados / Adelino Braz

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La actualidad del pensamiento de Carl von Clausewitz / Armando Borrero Mansilla

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Las guerras civiles y la negociación política: Colombia, primera mitad del Siglo XIX / Maria Teresa Uribe

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Globalización y guerra: una compleja relación / Hugo Fazio Vengoa

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Los medios y la guerra / José María Tortosa

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Periodistas, políticos y guerreros. Tres hipótesis sobre la visibilidad mediática de la guerra en Colombia / Jorge Bonilla Vélez y Catalina Montoya Londoño

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Otras Voces Colombia: ¿Una guerra de perdedores? / Eduardo Pizarro Leongómez

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La comunidad del odio / Nicolás Rodríguez Idárraga

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¿El tamaño importa?: formas de pensar el fortalecimiento militar en Colombia / Juliana Chávez Echeverri, Lorenzo Morales Regueros y Mauricio Vargas Vergnaud

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Debate Guerra y medios de comunicación / Javier Darío Restrepo, María Teresa Herrán, Jesús Martín Barbero y Germán Rey

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 7-9

Editorial

Francisco Leal Buitrago*

(…) que el mal que nos agobia ha de durar mucho menos que el bien, y que sólo de nuestra creatividad inagotable depende distinguir ahora cuál de los tantos caminos son los ciertos para vivirlos en la paz de los hijos y gozarlos con el derecho propio y por siempre jamás. (Gabriel García Márquez, "La patria amada aunque distante")

Con este número de la Revista cerramos el tema de la guerra. Son tres los números dedicados a un problema que nos compete, pese a la resistencia de algunos dirigentes a reconocer que padecemos una guerra interna. El desconocimiento de realidades, por dolorosas que estas sean, trivializa la evaluación requerida para una solución adecuada de los problemas. Quienes formulan las políticas tienen en los análisis un recurso invaluable para iluminar sus decisiones. Su desconocimiento –o, lo que es peor, su desprecio– ha traído costos innecesarios a sociedades que han cifrado sus esperanzas en líderes mesiánicos o en dirigentes pragmáticos. Si bien la historia no es un agregado de acontecimientos, que traza una línea que indica qué es bueno para imitar o qué es malo para rechazar, sino ante todo una diversidad de situaciones con grandes saltos, variadas expresiones y distintas velocidades, sí permite apreciar un rico acervo de enseñanzas y experiencias. En este sentido, los análisis sobre la guerra referidos a la antigüedad, al medioevo o a épocas recientes, como los publicados en los dos números anteriores de la Revista, son ejemplos útiles para entender ese complejo mundo de las relaciones sociales conflictivas que devienen en confrontaciones armadas. En este número agregamos otros escritos que redondean un panorama importante, de ninguna manera exhaustivo, para tratar de dilucidar la compleja guerra que nos agobia. El aporte de la Revista no se limitó a los textos presentados en el Dossier, que mostró trabajos recientes de analistas nacionales sobre aspectos relacionados con el tema que nos ocupa. La Revista presentó también, en la sección Otras Voces, escritos complementarios sobre fenómenos vinculados a la guerra. Y en el aparte correspondiente a Documentos, textos de reconocidos pensadores sobre la materia. Además, en la sección Debate se discutió, in extenso (en ambos números), el concepto de guerra civil y su aplicación al caso colombiano, desde puntos de vista teórico, político y militar. En la misma sección, en el número pasado, se plantearon opiniones con respecto a la consecuencia de haber desconocido el concepto de Naciones Unidas sobre la reciente "guerra" de Iraq y a la visión que ese suceso dejó sobre la doctrina de la “guerra justa”. Estos temas permean la esencia misma del conflicto armado colombiano y enriquecen el contexto del análisis que se debe asumir, con la seriedad que amerita su complejidad y con la necesidad de adelantarlo para escoger, ojalá pronto, un camino apropiado para su solución.

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Sociólogo, profesor titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

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Editorial

En términos del conflicto armado interno, el país atraviesa por una etapa decisiva, debido a diversas circunstancias destacadas. En el último año se ha creado un clima de tendencias polarizantes en la opinión pública, frente a muy variados aspectos relacionados con este conflicto. Tal tendencia está ligada a la inmensa popularidad que mantiene el Presidente de la República, ya que cualquier opinión que se emita, sobre asuntos referidos a la guerra, se vincula, de manera consciente o inconsciente, con defensas o ataques al primer mandatario de la Nación o, lo que es peor, a la patria. Esta situación se ha agravado, en forma contradictoria, por razón de la ofensiva desatada como efecto de la presión de la Casa de Nariño sobre los mandos militares en busca de resultados, luego de la importante recuperación operativa alcanzada durante el gobierno pasado, con el apoyo oficial de Estados Unidos. Al insistir el Gobierno en que se está ganando la guerra, se ha aclimatado una controversia adicional innecesaria, en el sentido de que en poco más de un año, en las circunstancias estructurales de la guerra, no es tiempo suficiente para lanzar esas afirmaciones, así se haya mellado la capacidad militar de las guerrillas. Por otra parte, la diferenciación establecida por el Gobierno entre los dos tipos de agrupaciones armadas ilegales enfrentadas, también ha alimentado ese clima de polarización. El afán oficial de negociar con los dispersos y díscolos grupos paramilitares, contrasta con la displicencia que muestra en este campo con las guerrillas. Este hecho guarda relación con el cuidado con que el Presidente maneja la política interna para no menoscabar su “autoridad y mano firme”, pues con frecuencia choca con las necesidades de mantener en alto el perfil de la política exterior. Y por si fuera poco lo dicho hasta ahora sobre este ambiente caldeado de polarización, el sorprendente manejo oficial de los medios de comunicación -unido a su relativa sumisión al poder central- se orienta más que todo a mantener bien arriba la imagen presidencial, en no pocos casos a costa de la precariedad institucional del país. Se cierra así un círculo vicioso que, por desgracia, ha minado la fragilidad de los logros democráticos alcanzados por la sociedad. Por considerar que el país pasa por una etapa decisiva, el Comité Editorial de la Revista decidió ampliar a un tercer número monográfico el tema de la guerra. Se complementa así una visión que, sin ser exhaustiva -como señalé-, aborda este espinoso tema para enriquecer un análisis que posibilite ampliar las discusiones serias sobre nuestro bien prolongado conflicto armado. Pero, sobre todo, que esas discusiones ayuden a que se adopten medidas para rediseñar una pronta y conveniente salida hacia una paz sostenida. Este número de la Revista presenta, en la sección dossier, seis artículos. El de Adelino Braz, filósofo francés, contrasta, mediante el pensamiento de Hobbes y Kant, el paso de la guerra entre individuos a la guerra entre Estados, acorde con las visiones de estos dos filósofos, pilares del largo proceso de modernización. El trabajo de Armando Borrero, sociólogo colombiano, mira el conflicto armado del país a través del lente teórico de Clausewitz, para concluir que el pensamiento de este autor alemán sobre la guerra conserva plena su vigencia. El análisis de María Teresa Uribe, historiadora antioqueña, identifica los patrones destacados de la negociación política en las guerras civiles del país, durante la primera mitad del siglo XIX, que constituyeron la manera de hacer política en un contexto de extrema precariedad del Estado. Hugo Fazio, historiador chileno residente en Colombia, encuentra algunos caminos para ver el carácter que ha adquirido la guerra en la globalización presente en esta época. José María Tortosa, sociólogo español, plantea la relación que se establece entre los medios de comunicación y la guerra, en el contexto moderno en el que estos medios ocupan un 8


Editorial Francisco Leal Buitrago

lugar destacado en la sociedad. Por último, Jorge Bonilla y Catalina Montoya, académicos y comunicadores colombianos, lanzan tres hipótesis sobre el mismo tema de los medios y su vinculación con la política y la guerra, en el plano del conflicto armado del país. Los dos artículos finales del Dossier, en particular el último, sirven para ambientar el tema de la sección Debates, que en esta ocasión se ocupa de plantear una importante discusión acerca del papel de los medios de comunicación en la guerra. Se refiere, al comienzo y de manera genérica, a este fenómeno social y, luego y en particular, a nuestro conflicto armado. Reconocidos analistas de los medios en el contexto nacional, como son Javier Darío Restrepo, María Teresa Herrán, Jesús Martín Barbero y Germán Rey, nos dan sus luces sobre este tópico de gran actualidad, con la autoridad que siempre los ha caracterizado. La sección Otras Voces se ocupa de mostrar tres trabajos singulares sobre la guerra. En primer lugar, Eduardo Pizarro, sociólogo colombiano, parte de considerar el reciente informe del Pnud sobre desarrollo humano y otras dos reflexiones sobre el conflicto armado interno, para dar una versión diferente de ellas sobre la guerra que nos aqueja. En segundo lugar, Nicolás Rodríguez, estudiante de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, discurre en el campo de las percepciones y manifestaciones psicológicas -en este caso el odio-, a través de la literatura, que afectan a una sociedad que vivió -y vive- un conflicto armado interno, como lo fue Colombia en la época de “la Violencia”. Y, en tercer lugar, Juliana Chávez, Lorenzo Morales y Mauricio Vargas, jóvenes profesionales, historiadora la primera y politólogos los segundos, elaboran una discusión técnica acerca del problema del tamaño de las Fuerzas Militares en Colombia y la necesidad de mirarlo en términos relativos a otros factores para lograr un fortalecimiento adecuado en el campo de la guerra. Esperamos, pues, con los tres números publicados sobre el eterno tema de la guerra, haber contribuido al conocimiento y difusión de un problema doloroso que penetra hoy toda la sociedad colombiana. Sin duda, este fenómeno se ubica como el primero en la lista de los que requieren atención inmediata, cuidadosa y responsable. Sin una apropiada solución de la guerra interna, el país estará destinado a retroceder en el de por sí complicado sendero que conduce hacia el utópico Estado-nación occidental, modelo diseñado sobre la marcha de la historia por el largo e irregular proceso de modernización capitalista.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 13-22

HOBBES Y KANT : DE LA GUERRA ENTRE LOS INDIVIDUOS A LA GUERRA ENTRE LOS ESTADOS

The article takes the Kantian criticism to the political thought of Hobbes. It explains in the first place the logic of the desire of power in Hobbes and how this conducts to a state of war, or state of nature, that only can be finish under the threat of a sovereign, that receives from all the members of a community the right to defend them from others. Subsequently it explains the critics done by Kant to the hobbesian formulation of the state of nature, where it is assumed that just the establishment of the civil state, is sufficient to end to the state of war.

el tiempo. No obstante, hay que llamar la atención sobre la idea de que primero esta referencia a Hobbes no es la única en el corpus kantiano y segundo, ciertas posiciones entre estos dos pensadores parecen convergir. Es precisamente el caso en Kritik der reinen Vernunft (1781), el autor alemán, tratando del estado de naturaleza de la razón, menciona a Hobbes para definir este concepto como estado de injusticia y de violencia.2 De igual modo, en 1793, en una nota de Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft,3 Kant reconsidera la proposición del pensador político inglés “status hominum naturalis est bellum omnium contra omnes”,4 indicando así un objetivo común: determinar los fundamentos necesarios para dar cuenta de una transición del estado de naturaleza al estado civil. Para delimitar entonces de manera rigurosa en qué medida, más allá de estos puntos comunes, la filosofía kantiana produce una auténtica divergencia con la concepción política de Hobbes, es necesario situar la raíz del problema en una nueva elaboración de la concepción del estado de naturaleza. A partir de este análisis, el objeto de nuestra investigación consiste en demostrar cómo la reflexión kantiana sostiene una permanencia del estado de naturaleza. Para cumplir esta tarea, analicemos primero cómo la lógica del deseo de poder en Hobbes lleva a un estado de guerra (I), enseguida la innovación de Kant, que consiste en la distinción de un estado de naturaleza jurídicio y de un estado de naturaleza ético, permite conceptualizar una prioridad teleológica del derecho sobre la ética en la salida del estado de guerra (II), y finalmente, el riesgo de una permanencia del estado de naturaleza en el estado civil relativa a la situación de la multitud, del soberano y de las relaciones inter-estatales (III).

Key words:

La lógica del deseo de poder en la filosofía política de Hobbes

Adelino Braz*

Resumen El artículo retoma la crítica kantiana al pensamiento político de Hobbes. Explica en primera instancia la lógica del deseo de poder en Hobbes y cómo ésta conduce a un estado de guerra, o estado de naturaleza, que sólo puede terminar bajo la amenaza coercitiva de un soberano, ante el cual todos los miembros de una comunidad deleguen el derecho a defenderse de los otros. Explica a continuación la crítica hecha por Kant a la formulación hobbesiana del estado de naturaleza en donde se asume que la sola instauración del estado civil, es suficiente para acabar con el estado de guerra, puesto que con él se omite la cuestión moral del problema, en tanto el individuo, aun si se encuentra en un estado civil, continúa en un estado de ausencia interior de moralidad.

Palabras clave: Estado de naturaleza, estado civil, ética, derecho, poder, Kant, Hobbes.

Abstract

State of nature, civil state, ethics, law, power, Kant, Hobbes.

La filosofía política kantiana que reconsidera en sus argumentos la exigencia de salir del estado de naturaleza, mantiene explícitamente una discusión con la obra de Hobbes. El punto más conocido de este debate es sin duda la segunda parte del texto de 1795, Über den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nichts für die Praxis,1 donde Kant critica el concepto de contrato o pacto social establecido como un hecho en

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Université de Paris I, Panthéon Sorbonne, France

El punto de partida de nuestra reflexión reside en la distinción elaborada por Hobbes entre movimiento vital o biológico (vital motion) y movimiento animal o voluntario

Immanuel Kant, edición Preußischen Akademie der Wissenschaften herausgegebenen Ausgabe von Kants gesammelten Schriften, Ak.VIII 271. “Sobre el dicho: esto puede ser correcto en la teoría, pero es inútil en la práctica.” 2 Immanuel Kant, Kritik der reinen Vernunft, Ak.III 492, A 752 / B 780. 3 “La religión, los límites de la mera razón.” 4 Immanuel Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Ak.VI 97. “El estado de naturaleza del hombre es una guerra de todos contra todos.” 1

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DOSSIER • Adelino Braz

(animal motion), en el capítulo VI del Levitahan:5 primero que caracteriza la conservación biológica como, por ejemplo, la circulación de la sangre, el pulso, la respiración; empieza con la generación y sigue sin interrupción durante toda la vida. El segundo está formado por el conjunto de todos los movimientos internos y externos del cuerpo que aseguran la conexión entre el movimiento vital y el mundo exterior.6 Eso significa entonces que el movimiento animal se presenta como un medio que ayuda al movimiento vital a conservarse, constituyendo así, entre estos dos movimientos, una dinámica entre medio y fin. Precisamente esta relación fundamenta una dinámica de deseo: el individuo, representándose favorablemente un objeto que está ausente, se pone en movimiento para adquirirlo. A partir de este análisis, es posible formular tres consecuencias: - El individuo es un ser de deseo animado por un “egoísmo biológico”7, y su única preocupación reside en la conservación del movimiento vital a cualquier precio. - No existe valor absoluto en la naturaleza, ya que todo está interpretado desde el punto de vista del deseo de cada uno y más precisamente de las necesidades de la conservación biológica. El mundo está así siempre representado de manera subjetiva. - Ese deseo, ententido como conatus, es un deseo de perseverar en su ser para asegurar la vida y, en ese sentido, se convierte en un deseo indefinido de poder (power): “The power of a man (to take it universally), is his present means, to obtain some future apparent good.”8 El poder en el sentido de potentia consiste en los medios actuales que tiene el individuo para alcanzar el objeto de su deseo, que se manifiesta como subjetivamente necesario para su conservación. El individuo pasa su vida de objeto en objeto, y el primero es el camino que lleva al segundo. Si consideramos el poder, no de manera abstracta desde el punto de vista del individuo, sino desde el de las relaciones humanas, donde cada uno está animado por su egoísmo biológico, hay que admitir que la noción de poder se vuelve comparativa. No se trata simplemente de

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Thomas Hobbes, Leviathan, cap.VI, pág. 118, Edición Penguin classics, 1985. Sobre este punto, ver Christian Lazzeri, Droit, pouvoir et liberté, Spinoza critique e Hobbes, París, P.U.F., 1998. Expresión de Alexandre Matheron, Individu et communauté chez Spinoza, París, Ed. Minuit, 1988, pág. 89. “El poder de un hombre (en un sentido universal) consiste en sus medios presentes para obtener un cierto bien aparente futuro”. Thomas Hobbes, 1985, op.cit., pág.150.

tener poder para alcanzar el objeto que nos hace falta, sino de tener más poder que el otro que también quiere lo mismo: “power simply is no more, but the excess of the power of one above that of another.”9 La palabra excess se refiere al vocabulario matemático y más precisamente a la proporción. Lo que significa primero, que nuestro poder reside en un signo superior de poder sobre otro y segundo, que las relaciones humanas se presentan como relaciones de rivalidad, cada uno intentando seguir su propio movimiento vital, el otro limitándose a ser un concurrente o un medio para la conservación biológica. Esta rivalidad es inherente al estado de naturaleza definido según los criterios siguientes: - El hombre, considerándose como su propia norma, se presenta como su propio juez. - No existe en este estado de conflicto un poder superior soberano que imponga leyes comunes para todos y capaz de garantizar la vida de todos por su poder legítimo de coerción. - En esta rivalidad, donde dos individuos buscando el mismo objeto se vuelven enemigos, se trata de que cada uno domine al otro. Esta expresión es interesante en la medida en que Hobbes no quiere decir con eso que hay que matarlo, sino dominarlo por la astucia o por la seducción. Para entender esta problemática, hay que explicar la contradicción que existe entre dos tipos de igualdad. Primero, una igualdad de aptitudes y más específicamente aptitudes para matar. En el capítulo XIII del Leviathan, el pensador inglés afirma que la diferencia entre un hombre y otro nunca es tan grande para que uno reclame una ventaja que el otro no pueda reclamar y de ahí concluye: “For as to the strength of body, the weakest has strength enough to kill the strongest, either by secret machination, or by confederacy with others.”10 Segundo, una igualdad de libertad, como derecho de naturaleza (the right of nature) que consiste en que cada uno tenga derecho de usar como quiera su poder para la preservación de su propia vida. La consecuencia de esto es, entonces, dar al individuo el derecho de hacer todo lo que considera necesario para

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“El poder no es nada más que el exceso de poder de uno sobre otro”. Thomas Hobbes, Elements of Law, Oxford, Oxford University press, 1994, I, VIII, 4, pág. 48. 10 “De hecho, en relación a la fuerza corporal, el hombre más débil tiene fuerza suficiente para matar al más fuerte, por una estrategia secreta, o en alianza con otros.” Thomas Hobbes, 1985, op.cit., pág.183.


Hobbes y Kant: de la guerra entre los individuos a la guerra entre los Estados

realizar esta finalidad y llegar así a matar al otro cuando se presenta como una amenaza para la conservación biológica.11 Para entender esta lógica, es pertinente notar la transformación del derecho de naturaleza en un derecho sobre las cosas. Si un hombre tiene el derecho de conservar su vida, tiene también el de utilizar todos los medios necesarios para cumplir esa tarea. Pero, como cada uno es su propio juez para definir los medios necesarios para su conservación, resulta que cada individuo tiene un derecho sobre las cosas. El estado de naturaleza se convierte en un estado de guerra, que se define no como un conflicto permanente, sino como un estado de la voluntad de entrar en conflicto: “the nature of war consisteth not in actuall fighting but in the known disposition thereto, during all the time there is no assurance to the contrary”.12 Lo que implica que en este estado de conflicto nadie puede ser injusto. De hecho, las nociones de justicia y de injusticia sólo existen bajo la autoridad de un poder común. Por lo tanto, son cualidades relativas al hombre que vive en una sociedad civil; de igual modo, no existe propiedad ni distinción entre el mío y el tuyo, ya que todo está únicamente asegurado por la fuerza hasta que se encuentra una fuerza superior capaz de dominarlo. Sin embargo, supongamos que un cierto individuo garantiza, de manera segura, su vida. Esto no significa que su deseo de poder se limite, al contrario, no se trata en este contexto de buscar medios necesarios a su conservación biológica, sino de buscar el poder por el poder, o sea la gloria, la necesidad que tiene cada uno de ser reconocido por el otro, actuando y simulando para dominar mejor. La causa de este deseo indefinido de poder no reside en la esperanza de obtener más placer, sino en una mera estrategia de defensa; la única manera para el individuo de asegurar lo que tiene es acumular cada vez más poder y medios para defenderse del enemigo. Por esto, la relación de rivalidad se convierte en una relación de desconfianza ya que cada uno intenta engañar al otro en sus intenciones. El elemento decisivo que nos permite explicar esta teatralización de las relaciones humanas se sitúa en el poder del lenguaje que no tiene como objetivo mejorar moralmente al hombre sino volverlo más potente. Para Hobbes, la palabra es un signo ambivalente puesto que siendo marca (mark), sirve como instrumento de comunicación, pero en tanto que la palabra

11 Ibid, pág. 189. 12 “La naturaleza de la guerra no consiste en un combate efectivo, sino en una disposición suceptible de actuar en ese sentido, durante todo el tiempo donde ne se puede asegurar el contrario.” Ibid, pág.186.

es un signo convencional, no establece ninguna relación necesaria con la cosa que designa, transformando así ese signo en un instrumento de poder: “the art of words, by which some men can represent to others, that which is Good, in the likeness of Evill; and Evill, in the likeness of Good; and augment, or diminish the apparent greatnesse of Good and Evill; discontening men, and troubling their peace at their pleasure”.13 El lenguaje se manifiesta como un poder de inversión y de transformación de los signos. Ante este estado de desconfianza, el estado de naturaleza se convierte en una guerra de prevención donde cada uno ataca al otro antes de ser atacado, ya que es imposible descifrar las verdaderas intenciones. En este estado de desconfianza, la persona no se define exclusivamente como autor. También se presenta según su etimología como “máscara, aparencia”: el sujeto actúa y representa. En el primer sentido, el invividuo es una persona cuando las palabras y las acciones le pertenecen, persona natural; en un segundo sentido, una persona es el ser cuyas palabras y acciones representan palabras y acciones de otro sujeto,14 persona artificial. En estas condiciones, ¿cómo es posible pasar de la multitud al pueblo? ¿Cómo realizar una unión? Toda la perspectiva de Hobbes se basa sobre la idea de que la unión no es natural, como puede ser un gobierno de abejas que es obra de Dios por medio de la naturaleza,15 ya que cada voluntad obedece naturalmenente a una finalidad común, excluyendo las discordancias. Entre los hombres, a partir de un estado de guerra, la unión es artificial porque naturalmente el individuo está animado por su egoísmo biológico. Para elaborar una unión, el simple consentimiento no basta, porque sólo es válido en cuanto todos tienen una finalidad común; una vez que ello se cumple, cada uno vuelve a seguir su deseo de poder. Esto significa que la obligación, que lleva a respetar este consentimiento, es débil siempre que falta la autoridad de un poder superior y común y, en particular, el temor de un poder coercitivo, como lo explica Zarka en sus comentarios acerca de la obra de Hobbes.16 Efectivamente, en el consentimiento no

13 “El arte de las palabras con el cual ciertos hombres saben presentar a otros lo que es bueno con la aparencia de lo que es malo, lo que es malo con la aparencia de lo que es bueno, aumentar y disminuir la grandeza aparente del bien y del mal, volviendo a los hombres insatisfechos y amenazando la paz según lo que les da la gana.” Ibid, pág. 226. 14 Ibid, pág. 217. 15 Thomas Hobbes, 1994, op.cit., págs. 105-106. 16 Zarka (Y.Ch.), La décision métaphysique de Hobbes, Paris, Vrin, 1987, págs. 310-357.

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DOSSIER • Adelino Braz

existe garantía suficiente para asegurar la paz interior y la defensa exterior, por el hecho de que el consentimiento no obliga. En ese sentido, lo que lleva a los individuos a salir del estado de naturaleza es la violencia inherente a un estado de conflicto. El paso al pueblo es posible limitando el derecho de cada uno sobre las cosas, limitación que para Hobbes se vuelve eficaz con el temor que inspira el poder. En el capítulo VI del Leviathan, Hobbes considera el temor como una aprehensión sobre un mal futuro. El temor tiene el poder de obligar y, la previsión de represalias en el futuro obliga a la acción en el presente, implicando así una certidumbre sobre las acciones del otro individuo. El establecimiento de un estado de paz no resulta entonces de una disposición natural, al contrario, es contra esa disposición egoísta que se impone el poder coercitivo común. Bajo la autoridad del estado y de la teoría de la autorización, 17 en la cual cada uno faculta a un hombre o a una asemblea a representarlo con la condición de que todos los otros individuos abandonen el derecho de presentarse como su propio juez, la multitud como agregación de individuos se convierte en un pueblo por medio de una convención que permite constituir una voluntad única: “a multitud of men, are made one person, when they are by one man, or one person, represented; so that it be done with the consent of every one of that multitude in particuliar.” 18 Para Hobbes, la multitud es un conjunto disparejo de individuos, donde los elementos son únicamente agregados. Como se trata de pasar de la voluntad de todos a la voluntad de uno solo, es necesario instituir un pueblo a través de una persona artificial que permita constituir una unión de las voluntades. Hay que notar que aquí la composición del representante es secundaria; esa persona artificial puede ser un solo individuo, que caracteriza un estado monárquico, o un consejo, compuesto de varios individuos en número impar, lo que corresponde al estado aristocrático. Lo primordial en este contexto es la unidad del represantante, condición para elaborar una unión. El estado civil bajo un poder soberano y detentador de los derechos de gobernarse de cada uno, pone fin al estado de guerra ya que cada uno obedece a las leyes por el temor que inspira el poder. La

17 Thomas Hobbes, 1985, op.cit., págs. 217-222. 18 « Una multitud de hombres se convierte en una sola persona cuando los hombres son representados por un solo hombre o una sola persona, de tal manera que eso sea el resultado del consentimiento de cada individuo singular de esa multitud ». Ibid, pág. 220.

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cuestión ahora consiste en saber si realmente este estado de naturaleza desaparece con el estado civil. Es posible pensar que la acción egoísta está neutralizada, pero nada indica que el hombre se vuelve mejor en sus intenciones, es decir, que el estado civil dé paso a una coexistencia de libertades sin asegurar una reforma de la moralidad, tomando en cuenta que lo necesario es impedir una manifestación ilimitada de la libertad. Ahí se concentra toda la crítica de Kant en relación con Hobbes, porque el estado de naturaleza no se limita a su esfera jurídica.

Estado de naturaleza jurídico y estado de naturaleza ético en Kant La pertinencia de la crítica kantiana consiste en mostrar que el tránsito al estado civil no erradica el estado de guerra de todos contra todos. En un texto de 1793, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Kant a pesar de concordar con Hobbes, subraya que existe una insuficiencia en su concepción del estado de guerra: la fórmula “status hominum naturalis est bellum omnium contra omnes,”19 debe leerse “est status belli, etc.” Presuponiendo que los hombres que no viven bajo la autoridad de leyes públicas y externas no se relacionan efectivamente de manera hostil, lo cierto es que su estado (status juridicus), es decir, la relación en la cual los individuos son susceptibles de derechos de adquisición y de conservación, contiene las condiciones que llevan a un estado de conflicto.20 Cada ser humano se manifiesta como juez de lo que es suyo, y de sus derechos, sin estar seguro de los otros y sin dar tampoco seguridad a los otros sobre su intención; eso es, entonces, un estado de guerra donde cada uno debe estar armado contra el otro. Esta insuficiencia no es la única, la innovación de Kant se basa en una distinción decisiva en el interior del concepto de estado de naturaleza, entendido como estado de violencia y de injusticia. Hay que duplicar el estado de naturaleza jurídico en un estado de naturaleza ético. Los puntos comunes a estos dos estados, que se concilian de cierta forma con la posición de Hobbes, son los siguientes: - Cada uno decide solo su propia ley, siendo así cada uno su propio juez. - No existe una instancia exterior a la cual todos están sometidos.

19 Immanuel Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Ak.VI 97. 20 Immanuel Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Ak.VI 98, nota.


Hobbes y Kant: de la guerra entre los individuos a la guerra entre los Estados

- No existe autoridad pública que posea una fuerza de coerción, según leyes ejecutorias, que determine el deber de cada uno, y haga así del deber una práctica general.21 No obstante, estos dos estados no corresponden a la misma dimensión del individuo ni a la misma esfera de obligación. El estado de naturaleza jurídico (der juridische Naturzustand) corresponde a una manifestación ilimitada de la libertad exterior, o sea una independencia relativa a las leyes que ordenan la acción, e impiden, de esta forma, cualquier coexistencia de las libertades exteriores. El estado de naturaleza ético (der ethische Naturzustand) se refiere a una corrupción de la máxima, entendida como principio subjetivo de la voluntad, ya que se opone a la disposición moral del individuo, que es una disposicón al bien. Lo que Kant entiende aquí por “disposición” (Anlage) es lo que la naturaleza da al individuo como posibilidad, y no lo que el individuo decide eligir. En ese sentido el estado de naturaleza ético es un verdadero estado de agresión pública contra los principios de la virtud y sobre todo un estado de ausencia interior de moralidad. Frente a este estado del hombre natural, Kant insiste sobre la idea de que la salida de estos estados se manifesta como un deber moral, entendido aquí como un deber de la razón que se impone al hombre como un imperativo categórico, fuente común del derecho y de la ética. Hay que recordar que según Die Metaphysik der Sitten (1797),22 Kant considera el derecho y la ética como leyes morales en el sentido en que son leyes que implican una obligación incondicional y deducidas del imperativo categórico.23 El sistema de los deberes, en general, se divisa en primeros principios metafísicos de la doctrina del derecho y en primeros principios metafísicos de la doctrina de la virtud. Esta distinción tiene un fundamento común que es la libertad, a diferencia de que en el derecho se trata de la libertad exterior, la coexistencia entre los arbitrios según leyes universales a priori, y en la ética se trata de la libertad interior, de la adhesión íntima entre el ser natural y su conciencia moral. Sin embargo, salir del estado de naturaleza, en la esfera jurídica, es un deber moral de justicia, pasando así a un estado de justicia distributiva:24 querer mantenerse en un estado que no es jurídico, es decir, un estado donde nadie puede protegerse contra la violencia, es cumplir una grave injusticia porque quitamos toda su

21 Immanuel Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Ak.VI 95. 22 “La metafísica de las costumbres.” 23 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 214. 24 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 307.

validez al concepto de derecho de los hombres, en general.25 En la esfera ética, salir del estado de naturaleza no es un deber del hombre hacia su propia persona, sino un deber del género humano consigo mismo;26 la destinación de la persona como ser moral reside en una comunidad ética donde los individuos son al mismo tiempo legisladores y miembros, cada uno respetando la ley de su razón que tiene una validez universal como ley de virtud. Esta innovación kantiana permite entonces diferenciarse de la tesis de Hobbes. A partir de la distinción entre dos estados, Kant elabora una teleología, una doctrina de los fines, a través de la cual es necesario formular una prioridad teleológica del derecho sobre la ética. Esta posición sólo puede ser explicada, si nos referimos a un paraje de Anthropologie in pragmatischer Hinsicht (1798),27 donde Kant afirma que en el ser humano la naturaleza procede de la cultura a la moralidad y no, como lo recomienda la razón, a partir de la moralidad y de la ley de la razón.28 Por este motivo, el primer momento de la formación del individuo debe ser un momento negativo que corresponde a la disciplina o sea a la coerción.29 El pensador alemán insiste sobre esta idea, afirmando que la aplicación inadecuada de este momento en la formación puede tener consecuencias irreversibles sobre el carácter del individuo. La necesidad de la coerción y, en esa perspectiva, de una prioridad teleológica del derecho se fundamenta sobre la idea de que la coerción no sólo pone fin al despotismo de los deseos en el individuo y frena, de esa forma, la tendencia a expresar su libertad exterior de manera ilimitada, sino también le enseña a respetar las prescripciones de su propia razón. O sea, el interés de la coerción para Kant no consiste en amaestrar al ser humano, sino en formarlo y para eso tiene primero que ser capaz de actuar conforme al deber. Kant lleva a cabo el argumento de la prioridad teleológica del derecho en esta exigencia de salir del estado de naturaleza en el § 83 de Kritik Der Urtheilskraft : la condición formal que lleva a realizar la cultura y al hombre como fin (letzter Zweck) de la naturaleza reside en la sociedad civil porque sólo en ella

25 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 308. 26 Immanuel Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Ak.VI 97. 27 “Antropología en sentido pragmático.” 28 Immanuel Kant, Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, Ak.VII 327. 29 Hay que notar el paralelo en el proceso teológico, entre el derecho y la educación que, empiezan los dos por la coerción.

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se realizan las disposiciones naturales.30 La imposición de una legislación exterior coercitiva, cuyos deberes estrictos no dejan ninguna laxitud al arbitrio, instaura una coexistencia de las libertades bajo la autoridad de leyes universales. Esto es posible únicamente porque el derecho se manifiesta como una cultura de la disciplina que impone una resistencia a la dimensión patológica del hombre, presente en el estado de naturaleza. A nivel jurídico, la coerción ayuda a constituir una coexistencia exterior de las libertades, oponiendo una resistencia al egoísmo de cada uno, según el principio siguiente: la resistencia opuesta a un obstáculo relativo a un cierto efecto, concuerda con ese efecto;31 y esta formula que no es específica del derecho, marca una doble negación en relación con el concepto de efecto: la resistencia opuesta a un obstáculo considerado como obstáculo a la libertad, posibilita una coexistencia de las libertades. En este caso, se puede pensar en una coerción que de manera paradójica no es un óbice a la libertad, pero más bien a todo lo que amenaza esa libertad. Hay que imponer una resistencia a un cierto uso de la libertad que se opone a la libertad constituida según leyes universales. Lo que está implícito en esta articulación es la relación entre el derecho privado (das Privatrecht) y el derecho público (das öffentliches Recht). Para entender esta articulación, es oportuno recordar que para el filósofo alemán, el estado de naturaleza no es un estado obligatoriamente asocial; el estado de naturaleza jurídico, para Kant, no se opone a un estado social, pero sí a un estado civil32 y, en esta perspectiva, es considerado como un estado de derecho privado, en cuanto el estado civil se refiere a un estado de derecho público. Esta observación demarca la posición de Kant en relación con Hobbes sobre dos puntos: primero, para Kant, el estado de naturaleza no es necesariamente un estado solitario, en la medida en que pueden existir sociedades legales como las sociedades conyugales, domésticas y paternas. Segundo, en el estado de naturaleza, el derecho privado como distinción del mío y del tuyo exterior, aunque no sea efectivo en cuanto no se integra en el derecho público, tiene una presunción jurídica; es posible para Kant admitir antes e independientemente de la constitución civil un mío y un tuyo exteriores, cuya posesión es, no obstante, provisoriamente jurídica, ya que en un estado sin leyes

30 Immanuel Kant, Kritik Der Urtheilskraft, Ak.V 432. 31 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 232. 32 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 307-308.

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comunes, la voluntad actúa de manera unilateral y no de manera recíproca.33 Kant nota que el paso al estado civil se conjuga, no con la creación de la libertad, pero sí con la transformación de una libertad natural en una libertad civil, garantizada por el poder coercitivo de las leyes del derecho público, confiriendo de esa forma una efectividad al derecho privado. Lo que fundamenta, entonces, la constitución de una comunidad jurídica-civil es el concepto de limitación de las libertades. El derecho tiene por función, independientemente del móbil, asegurar la libertad con la condición de que esta libertad sea compatible con la libertad de todos. Kant utiliza una analogía con la posibilidad de los libres movimientos de los cuerpos según la ley de igualdad entre la acción y la reacción.34 Esta analogía es pertinente: Kant piensa que el estado jurídico, en general, se caracteriza por una igualdad de acción y de reacción entre los arbitrios, según las leyes del estado civil.35 Ningún cuerpo puede actuar con su fuerza motora sin provocar una reacción equivalente hacia él, relativa a las relaciones de fuerza en el espacio; de igual modo, en el derecho, no se puede hacer nada contra el otro sin darle al mismo tiempo el derecho de hacer lo mismo contra uno, en condiciones idénticas. Eso nos indica que toda comunidad tiene que fundamentarse sobre una acción recíproca entre sus elementos, instituyendo así la limitación como condición de la coexistencia de las libertades. Para realizar una unión de las voluntades (unio voluntationis), cada una tiene que ser parte de la voluntad común y ser gobernada únicamente por la voluntad de la totalidad, porque cada una está en relación recíproca con las otras. La consecuencia de este argumento nos lleva entonces a admitir que, al contrario de Hobbes, el paso al estado civil tiene como único objetivo garantizar la libertad. El principio y la idea de la institución del Estado no reside en el principio de felicidad, pero sí en una libertad conforme a las leyes en general; según la categoría de la cualidad, Kant afirma que la finalidad del derecho no consiste en un eudemonismo, en el cual cada uno puede vivir con bienestar, sino en la libertad para cada uno de poder ocuparse de su propia felicidad. De estos análisis podemos notar los puntos que diferencian a Kant de Hobbes: - Para Kant el estado de naturaleza no se opone a un estado social, sino a un estado civil.

33 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 257. 34 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 232-233. 35 Immanuel Kant, Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nichts für die Praxis, Ak.VIII 292.


Hobbes y Kant: de la guerra entre los individuos a la guerra entre los Estados

- El estado de naturaleza contiene los principios del derecho privado aunque no sean todavía efectivos. - La exigencia de salir del estado de naturaleza no es sólo una cuestión de seguridad, sino una cuestión de deber moral. - La finalidad del derecho se sitúa en la libertad y no en la felicidad. Sin embargo, las oposiciones relativas al concepto del estado de naturaleza se conjugan con otro argumento crítico kantiano. A través de la duplicidad del estado de naturaleza, Kant muestra contra Hobbes, que el estado civil no erradica el estado de naturaleza a varios niveles de lo político.

La permanencia del estado de naturaleza en el estado civil El interés de la distinción kantiana entre estado de naturaleza jurídico y estado de naturaleza ético reside en demostrar que el estado civil, al contrario de lo que piensa Hobbes, no erradica un estado implícito de guerra. Esta idea se puede encontrar en el pensamiento kantiano a nivel del pueblo, del soberano y de las relaciones interestatales. Retomemos el primer punto e intentemos mostrar cómo el pueblo a pesar de vivir bajo leyes jurídicas civiles se encuentra todavía en un estado de naturaleza, indicación de que el estado jurídico civil puede combinarse con un estado de naturaleza ético. Para Kant, en una comunidad que se afirma como una sociedad política, todos los ciudadanos se encuentran en un estado de naturaleza ético, es decir, en un estado de ausencia interior de moralidad.36 Las leyes humanas que fundamentan un cuerpo jurídico tienen por finalidad la de instaurar una legalidad de las acciones que se manifiestan explícitamente, y no una moralidad. Esta reflexión se refiere a la distinción que hace Kant entre los deberes de derecho y los deberes éticos. Los deberes inherentes a la esfera jurídica implican una coerción recíproca entre los individuos, según una legislación externa que regula la relación entre los arbitrios. Esto explica que la legalidad se limita a los deberes exteriores porque la legislación jurídica no exige que la idea del deber, que es interior, sea el principio determinante del arbitrio. Esta exterioridad se radicaliza en el derecho estricto que excluye los preceptos de virtud, limitando, de esta forma, los principios de

36 Immanuel Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, Ak.VI 95.

determinación del arbitrio a los principios que no toman en cuenta los móbiles de la acción, sin reclamar cualquier conciencia que obligue a respetar la ley. Eso no significa que la legalidad no exija un móbil para actuar, pero en el derecho, ese móbil no corresponde a la idea del deber, sino a un móbil aversivo que se une a la ley de manera exterior.37 Así, lo que caracteriza la legalidad es que la acción es cumplida conforme al deber sin que ésta sea el fin de la acción. Al contrario, los deberes éticos traducen una coerción interna, del ser noumenal sobre el ser fenomenal a través de la ley de la razón que expresa una legislación puramente moral.38 Lo que fundamenta la legislación interna es la idea de que la ética no establece leyes para las acciones, sino para la máxima de las acciones. A partir de esta divergencia, es posible entender cómo un estado jurídico civil puede corresponder a un estado de naturaleza ético. El mejor ejemplo es, sin duda, “el pueblo de demonios” en el primer suplemento de Zum ewigen Frieden (1795)39: una multitud de seres cuya máxima de acción está determinada por el mal que puede desear para su conservación la instauración de leyes universales, a pesar de que cada uno tenga la intención de transgredir esas leyes.40 La legislación jurídica no permite aquí una reforma moral de sus intenciones, pero intenta neutralizar en las acciones toda manifestación ilimitada de egoísmo. En este contexto, se expresa un desnivel entre estado civil jurídico y estado de naturaleza ético; los individuos actúan de manera civilizada sin que sus intenciones estén realmente animadas por el bien, lo que significa que en cualquier momento, ese egoísmo puede de nuevo manifestarse y entonces surgir como una amenaza para la comunidad. Para no hacer de la sociedad civil una mera racionalidad técnica que realiza una coexistencia entre los arbitrios, Kant concibe la idea de una comunidad ética donde los individuos se relacionan no por medio de la coerción, sino bajo los principios de la virtud. Lo cierto es que esa comunidad determina una idea reguladora, que confiere a la acción humana un horizonte moral hacia el cual hay que dirigirse sin saber si eso se puede cumplir de manera efectiva. La pertinencia de Kant en relación con Hobbes reside en la idea de que el estado civil hace coexistir los individuos únicamente de manera exterior, sin erradicar el estado de naturaleza ético.

37 38 39 40

Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 232-234. Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 394 “Hacia la paz perpetua.” Immanuel Kant, Zum ewigen Frieden, AK.VIII 366.

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El segundo punto de nuestro argumento nos lleva a considerar cómo evitar que el soberano se sitúe fuera de las leyes que impone, o sea que para Kant se trata de saber cómo hacer salir al soberano de un estado de naturaleza, en el cual el poder está a su servicio, cultivando sus intereses. Kant se opone al argumento de Hobbes para quien el soberano no tiene obligaciones ante nadie y, en este sentido, se instala por encima de las leyes.41 El argumento de Kant se concentra aquí en la forma de pensar el contrato o pacto social que permite transformar la multitud en pueblo. El riesgo de pensar el contrato como un elemento histórico es el hecho de constituir un derecho estatutario, pendiente del arbitrio del soberano y más precisamente del estado de naturaleza del soberano como ser que piensa en sus intereses. La filosofía política de Kant tiene por objetivo conceptualizar un derecho racional, cuyas leyes se deducen de la razón para poder superar el derecho positivo, empírico. En el estado de constitución civil, el derecho derivado de principios a priori de la razón no debe sufrir de ninguna influencia del derecho estatutario. Una doctrina del derecho simplemente empírica no se puede presentar como un sistema normativo para la razón humana por su dependencia del arbitrio del legislador. En estas condiciones, el contrato tiene que ser pensado como un contrato originario (contractus originarus), y eso por dos motivos: primero, porque sólo un contrato originario fundamenta entre los hombres una constitución civil conforme al derecho racional. Cierto, es pura idea de la razón, pero tiene una realidad normativa que consiste en conferir al derecho empírico una norma racional del derecho. Segundo, este contrato originario, entendido como coalición en un pueblo de todas las voluntades particulares y privadas para constituir una voluntad común y pública, obliga a la persona que legisla a instituir leyes de tal manera que puedan ser el resultado de la voluntad unida del pueblo, y a considerar cada sujeto como cuidadano que dio su voto a una tal voluntad.42 Esta norma es necesaria para el legislador: para saber si su acción fue justa, el legislador debe saber si esa acción está de acuerdo o no con el principio de derecho racional, y más específicamente con la idea de contrato originario a priori. Es esta norma la que permite, entonces, al soberano salir de un estado de naturaleza que se basa en un derecho estatutario.

41 Thomas Hobbes, De cive, París, Ed. Gf-Flammarion, 1982, VII, §14, pág.174. 42 Immanuel Kant, Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nichts für die Praxis, Ak.VIII 297.

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El tercer punto donde es posible mostrar la permanencia del estado de natureleza se ubica en las relaciones interestatales, o sea en un estado de guerra entre los Estados. Para eso, Kant examina el derecho de los pueblos (Völkerrecht) o derecho de los Estados (Staatenrecht). En el § 54 Metaphysische Anfangsgründe der Rechtslehre,43 Kant explica que los Estados, aunque sean Estados civiles, viven en un estado de naturaleza jurídico en sus relaciones con los otros Estados ; al considerar sus relaciones exteriores recíprocas, los Estados están por naturaleza en un estado no jurídico, un estado de guerra donde gobierna el derecho del más fuerte. El Estado como persona moral se manifiesta en relación con otro Estado en una libertad natural y no en una libertad civil. Lo que indica que se sitúa en un estado de guerra. En el estado de naturaleza inherente a las relaciones inter-estatales, las hostilidades se manifiestan entre Estados y entre las personas pertenecientes, contrario a lo que sucede individualmente donde sólo hay hostilidades inter-individuales. Kant subraya que no se trata necesariamente de pensar en un estado de conflicto permanente, sino en un estado contrario al derecho. El riesgo de la permanencia de este estado de naturaleza jurídico entre los Estados consiste en que la única manera de arreglar cualquier divergencia o cualquier transgresión de su derecho reside en la guerra, como medio lícito para defenderse ya que la ausencia de derecho inter-estatal, impide la organización de un proceso. En la medida en que el estado de naturaleza de los Estados, como el de los individuos, es un estado de guerra, todo el mío y el tuyo exterior, o sea la propiedad, es siempre provisional por falta de un legislación común exterior. La única manera de salir de este estado y entrar en uno legal reside en una alianza entre los Estados, una unión universal de Estados, donde no puede existir un Estado superpotente que domine a los otros. Se trata más bien de pensar una confederación que impida una tal dominación que se base en el derecho del más fuerte y que se reduzca a un estado de naturaleza jurídico. El argumento de Kant sostiene la idea de que cada Estado tiene que entrar en un estado jurídico de federación y no en una comunidad cosmopolita, sometida a un jefe. La razón condena la guerra como medio jurídico; es un deber absoluto de constituir un estado de paz. En ese contexto, sólo existe una manera de extirpar los Estados de esta situación de guerra: renunciar, como los individuos, a la

43 Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten, Ak.VI 344. “Fundamentos iniciales metafísicos de la doctrina del derecho.”


Hobbes y Kant: de la guerra entre los individuos a la guerra entre los Estados

libertad anárquica para someterse a leyes coercitivas, formando de esa forma, un Estado de naciones (civitas gentium). Pero, como cada Estado nunca se conforma con la idea de un derecho racional, es necesario realizar por lo menos una alianza permanente para evitar la dominación de un Estado y para salir del estado de naturaleza en que viven los Estados. La crítica de Kant en relación con el pensamiento de Hobbes revela así toda su pertinencia: no basta pensar en una transición del estado de naturaleza al estado civil. Ese estado de conflicto se puede manifestar, primero a nivel ético, porque la legislación jurídica sólo neutraliza la acción, sin reformar la moralidad de los individuos. Lo que explica que el estado jurídico civil esté siempre amenazado por una expresión ilimitada de la libertad por un sujeto cuya intención se ubica en un estado de naturaleza. De igual modo, fundamentar el derecho sobre el arbitrio del legislador, reduce la legislación a un derecho empírico donde el soberano se sirve del poder para llevar a cabo sus propios intereses. Sólo el contrato originario conferiere una norma a partir de la cual el legislador piensa leyes justas según el derecho racional. La relación entre los Estados también manifiesta un estado de naturaleza: cada uno intenta dominar al otro, haciendo de la fuerza un derecho. Contra eso, Kant elabora un derecho cosmopolita, que hace pensar en una confederación de Estados, que tiene por finalidad establecer una paz perpetua. Finalmente, la gran lección de Kant en relación con Hobbes es la siguiente: salir del estado de naturaleza es al mismo tiempo un problema, porque permanece hasta en el estado civil y en las relaciones interestatales, y una exigencia que hay que cumplir como deber supremo de la razón. Todo este análisis nos lleva a pensar una filosofía política que se conjuga con una filosofía del progreso, o sea una filosofia de la perfectibilidad del hombre.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 23-28

LA ACTUALIDAD DEL PENSAMIENTO DE CARL VON CLAUSEWITZ Armando Borrero Mansilla*

Resumen El artículo tiene por propósito plantear la vigencia del pensamiento de Carl von Clausewitz cuya aplicación, más allá de las guerras entre Estados nacionales, puede extenderse al análisis de la confrontación entre partidos políticos o clases sociales. Aboga por el componente político de los enfrentamientos militares, y estima que la guerra, aun si denota polaridad y fragmentación, aun si es exacerbada y continua, sigue siendo fundamentalmente política. Muestra cómo en el caso colombiano los excesos de violencia han contribuido a eliminar y oscurecer esas fronteras de lo político, no obstante lo cual, la política sigue existiendo en el conflicto, si bien revestida de mala política. Propone, retomando a Clausewitz y ante la ausencia del Estado en ciertas zonas del país, un mayor uso de la defensa como estrategia de guerra.

Palabras clave: Guerra, política, violencia, defensa, Estado, Clausewitz.

Abstract The article presents the validity of the thought of Carl von Clausewitz, which application, beyond the wars among national States, can be extended to the analysis of the confrontation among political parties or social classes. It defends the political component of the military clashes, and estimates that war, even if denotes polarity and fragmentation, even if is irritated and continuous, continues being fundamentally political. It shows how in the Colombian case the excesses of violence have contributed to eliminate and darkness the political borders, nevertheless which, the politics continues existing in the conflict, though covered with bad politics. It proposes, taking up again Clausewitz and facing the absence of the State in certain zones of the country, a greater use of the defense as strategy of war.

Key words: War, politics, violence, defense, State, Clausewitz.

* Sociólogo, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

De la guerra de los Estados a la guerra de los partidos La guerra se ha transformado vertiginosamente en los últimos doscientos años. Pero esta transformación no es sólo la impuesta por la revolución científico-tecnológica o por la explosión demográfica: es el tránsito de las enemistades acotadas a las enemistades absolutas; es el paso de las guerras de los Estados nacionales a las guerras de clases sociales y partidos políticos. El camino va de la “nación en armas” en los comienzos del siglo XIX, a las concepciones contemporáneas que tienden a borrar las fronteras entre la guerra y la paz, entre el combatiente y el no combatiente, entre la guerra nacional y la guerra internacional. En medio de las transformaciones, el pensamiento de Clausewitz sobrevive: la distinción entre guerra real y guerra absoluta sigue en pie. La tendencia a definir la enemistad en términos absolutos ha hecho que las guerras de nuestra época tengan una dirección más marcada hacia la guerra absoluta, como guerras que son dirigidas hacia alteración del equilibrio social. En las guerras de la contemporaneidad ven algunos teóricos un oscurecimiento de la vigencia de Clausewitz porque no corresponden a una relación entre conflicto armado y política de Estado nacional, estrictamente. Pero la política no debe ser considerada, lo mismo que la guerra, sólo bajo su forma “real”; debe ser comprendida también bajo su forma “absoluta”, como el campo de los conflictos de intereses en sí, sean de la política nacional del Estado o de la política de partidos o clases. Si se sigue a Clausewitz de cerca, se verá que siempre tiene presente el concepto “puro” de la política, lo mismo que el de la guerra y quedará claro que la política del Estado es solamente una de las formas que puede tomar la política “real”. De tal manera que es legítimo mirar los conflictos de hoy, no siempre nacionales en sentido estricto, bajo la óptica clausewitziana y entender que la teoría de la guerra nacional se ha desdoblado paulatinamente en una teoría de la guerra civil. Dicho esto sin desconocer la vigencia que conserva, todavía, el Estado nacional y el papel que cumple en la movilización de los pueblos para la guerra, como se apreciará más adelante, cuando se haga referencia a guerras como la de Vietnam, en la cual se dan los elementos de las guerras civiles y los de las guerras nacionales simultáneamente. También los desarrollos técnicos tienden, aparentemente, a oscurecer la vigencia de Clausewitz, porque en el presente se ven guerras en las cuales la ofensiva audaz, veloz y sin tregua, parecería que impide toda posibilidad de defensa. Sin embargo, siempre en la historia ha sido una constante que esa sea la conducta de quien tiene superioridad absoluta. La “ley de los números” de Clausewitz, le confiere al tamaño de los 23


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ejércitos un efecto decisivo solamente cuando los demás factores, incluido el técnico, se mantienen constantes. Pero las guerras revolucionarias del siglo XX ponen las cosas en su sitio: guerras que comienzan con enormes disparidades de medios, guerras en las cuales los insurgentes deben equilibrar la “ley de los números” de Clausewitz con la utilización del tiempo y el espacio en una forma innovadora, son guerras que retrotraen a la actualidad el aserto clausewitziano, quien entendió la superioridad de la guerra defensiva, no en los términos estáticos que le atribuyen muchos críticos, sino como una relación dinámica, en la cual es posible emplear todos los medios ofensivos sin perder las ventajas de la defensiva (el aforismo de Clausewitz casi siempre se saca de contexto y esto ha hecho olvidar que la frase va precedida de la expresión “en abstracto”. “En abstracto la forma defensiva de la guerra es más fuerte que la ofensiva.”1 Las guerras del siglo XX ponen de presente, por la disparidad de medios de muchas de ellas, la primacía de la política y subrayan la diferencia entre el concepto de “guerra total” y el de “guerra absoluta”. Las guerras revolucionarias permiten que el concepto filosófico de guerra absoluta ilumine las realidades de la “guerra real” en una forma más intensa, que las del siglo anterior, precisamente por su tendencia a los extremos, por la profundidad de los sentimientos hostiles, a ese tipo ideal, el de la absoluta. Las guerras de los Estados se movieron más en el campo de las “intenciones hostiles” y por eso pudieron ser acotadas por el derecho de la guerra en una medida difícil de alcanzar por las guerras de hoy. Ya Maquiavelo, en su tiempo, había formulado la propuesta, cuando escribió en los “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, que si la guerra se somete a la política, tomará de forma natural su carácter y que, por tanto, si la política es grandiosa, la guerra lo será también y podrá alcanzar las cimas de las que adquiere “su forma absoluta”. Clausewitz introduce el concepto de “nación” en la formulación de Maquiavelo: “Cuanto más grandiosos y poderosos son los motivos de la guerra, más afectan a la existencia misma de la nación, más violenta es la tensión que precede a la guerra y más se conforma la guerra a su forma abstracta.”2 Lenin primero y Mao-Tse-Tung después, llevarían más lejos la definición al establecer la enemistad en el terreno de las visiones del hombre y de la sociedad. La enemistad está, en estos casos, más cerca de los dilemas existenciales, de las oposiciones excluyentes (es él o yo, uno de los dos sobra en el mundo, un sistema no puede coexistir con otro) que en

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Carl von Clausewitz, De la guerra, Barcelona, Editorial Labor, 1984, pág. 277. Ibid, pág. 322.

el caso de las guerras entre las naciones, porque estas últimas se reconocen como interactores legítimos, interlocutores válidos, parte todos de un mismo sistema. Las guerras tienden a ser de avallasamiento antes que de aniquilación: es decir, de condicionamiento de la voluntad oponente, no de eliminación de las condiciones de existencia de otra voluntad. A las frases antes recordadas de Maquiavelo y de Clausewitz, Lenin y Mao hubieran podido añadir “la clase o el partido”. Pero más allá de este cambio de protagonista, el sentido de clase y de partido trasciende el contenido nacional. El enemigo es universal, aunque la guerra se desarrolle en planos nacionales y con una carácter intensamente nacional (como en las guerras de liberación nacional), lo cual posibilita el desarrollo de la figura del guerrillero: estrategia defensiva para “preservar la propia fuerza” y táctica ofensiva para desgastar al enemigo. Simultáneamente, ligado a la tierra pero guiado por la “gran política”, el guerrillero no sólo se sale de los moldes de la guerra convencional, sino que, en una escala desconocida para el soldado regular, debe mantenerse conscientemente en el plano de la política. De otra manera la irregularidad deviene bandidismo. No solamente en el campo de la izquierda se ha llevado el aserto clausiwitziano a las vecindades de lo absoluto. Los discípulos de Clausewitz se encuentran en todo el espectro ideológico, aunque la asimilación sea disímil y, en general, casi ninguno de los que se han inspirado en sus escritos los ha acogido en su totalidad. La tradición prusiana, por ejemplo, la de Moltke, Schlieffen y Ludendorff, acabó por entender la relación entre guerra y política como la subordinación del Estado al ejército. En 1918, Ludenndorff exigió del Kaiser la movilización total. Era la “guerra total”, no la absoluta de Clausewitz. En la total la política desaparecía en favor de la guerra sin límites. El soberano sería el general. Pero Ludendorff no entendió que la sociedad y la política preceden a la guerra. Su idea precisaba de una concepción de la paz como interregno incómodo entre las guerras, el “estado natural” del hombre. Max Weber aclaró cómo la guerra llega hasta el punto en el cual pone en tensión todas las fuerzas de una sociedad. En ese momento no es posible, no es ganable, porque destruye el fundamento mismo de los intereses que se defienden con las armas. En otras tradiciones, sobre todo en Francia y en la Gran Bretaña, Clausewitz no ha sido popular. La idea más general es la caricatura de un militar que siempre busca librar una batalla y vencer al enemigo en medio de un choque sangriento. “Prusiano sediento de sangre” es una definición tan oída como “filósofo nebuloso” o como “genio maligno” del Estado Mayor prusiano. Tal vez su lectura cayó en un terreno poco fértil: la Europa posterior a la Santa Alianza, en la


La actualidad del pensamiento de Carl von Clausewitz

cual las apelaciones al patriotismo no eran de buen recibo. Ya había pasado la época de las luchas nacionales, del “élan” revolucionario francés y se imponían las guerras del imperialismo. Finalmente, cuando Clausewitz sostuvo que la guerra es la política bajo otra forma, la violenta, observaba seguramente la política como la política nacional de un Estado. Es el campo de los conflictos de intereses, y Clausewitz siempre planteó en su obra que la política de Estado es solamente una de las formas que puede asumir la política real. Tan real como las proyecciones posteriores de la política revolucionaria: por eso es tan real también la permanencia de la idea clausewitziana en las guerras de los partidos, en las luchas guerrilleras del siglo veinte y hasta en la propia guerra nuclear. Muchos adversarios de la obra de Clausewitz han querido ver en esta última el fin de la idea de la política tras la guerra. El equilibrio del terror se manejaba, según este enfoque, bajo una mirada puramente técnica. No entrevieron que era un instrumento para una gran política y que sólo un motivo político excepcional podía desencadenar el uso de un instrumento también excepcional.

La actualidad de Clausewitz Los sucesos del último medio siglo, atrapados entre la vigencia de la Guerra Fría y el fin del mundo bipolar ponen de presente la actualidad del pensamiento de Clausewitz. Basta pensar la guerra de Vietman, en el plano de los grandes sucesos internacionales y la propia guerra colombiana, en el plano más modesto de los sucesos domésticos, para citar dos conflictos que han sacudido a más de una generación y encontrar intacto el camino de Clausewitz, quien entendió que la guerra depende de premisas políticas determinadas y que no es una actividad autónoma y sin lógica. La larga guerra vietnamita, la más importante de la postguerra, comprendidas la de Indochina francesa y la de reunificación de Vietman contra los Estados Unidos, es reveladora en sumo grado de las relaciones subyacentes a los enfrentamientos bélicos; la colombiana, aparentemente más confusa y sin sentido, también tiene la política, así sea la mala política, como motor de su prolongación. Son sólo dos ejemplos, es cierto, pero vale la pena comenzar el abordaje a través de dos hechos presentes en la memoria o de dolorosa vivencia cotidiana. Hacen más fácil la interpretación. Los dirigentes de la insurgencia anticolonial en Vietman, se propusieron mantener férreamente el carácter nacional de su lucha. La ventaja política que esto significaba fue vista, lúcidamente, como superior a las que podía brindar la

aceptación de fuerzas chinas en 1949 o a las consecuencias de plantear el conflicto en términos de bloques políticos enfrentados con base en formulaciones puramente ideológicas. A la lucha nacional vietnamita, los franceses sólo pudieron oponer una legalidad colonial que ya era francamente ilegítima en la segunda postguerra. Frente a los norteamericanos, quienes formularon su justificación de la intervención en términos de bloques, los del conflicto esteoeste, los dirigentes de Hanoi mantuvieron su línea sin desviaciones: el carácter nacional de la guerra por la reunificación y la liberación estuvo siempre en primer lugar. Se aceptaba ayuda material pero no cayeron en la tentación de aceptar tropas extranjeras. Sabían muy bien cuánta independencia se perdía para la conducción de las operaciones, para las negociaciones diplomáticas y para la autonomía futura del Estado nacional. Por contraste, el Estado survietnamita nunca pudo ni formular una política nacional, ni movilizar en tal sentido su población; no tuvo autonomía alguna para conducir operaciones, no pudo proyectar legitimidad y dejó la guerra en manos norteamericanas. La superioridad política fue de quienes pudieron concebir una causa y luchar de manera consecuente por la misma. La política definió, sin sombra alguna, el vencedor. La política generó una determinación que resultó superior a los medios técnicos. Muy cerca geográficamente de Vietnam, se encuentra un ejemplo de guerra revolucionaria que no pudo construir una política para la movilización de la población y que por eso fue vencida por un poder colonial. Se trata de Malasia. Allí, ante la imposibilidad de movilizar el sentimiento de la mayoría malaya hacia una guerra percibida como empresa de la minoría china, los rebeldes tuvieron que plantear la lucha en términos de sola ideología y programa revolucionarios. Fue insuficiente. Primó la solidaridad étniconacional para definir quién era el amigo y quién el enemigo. El desideratum último de la política en términos schmittianos se cumplió plenamente. Los colombianos asistimos a un conflicto distinto, en el cual, a diferencia del vietnamita, se siente un déficit de buena política. No está en juego la cuestión nacional, que salvo por las alusiones a los recursos naturales y el debate alrededor de los procesos globalizadores, los cuales aparecen, dicho sea de paso, de manera marginal y bastante débil en los discursos insurgentes, no genera un polo de referencia para los colombianos. El Estado, por su parte, y por supuesto las clases dirigentes, no han entendido cabalmente la necesidad de obtener, conservar y proyectar legitimidad para sus proyectos de Estado, sea este demo-liberal o social de derecho. La corrupción, la inequidad y la ineficiencia campean. 25


DOSSIER • Armando Borrero Mansilla

Muchas cosas desdibujan la política en el conflicto colombiano y entraban la posibilidad de resolverlo por cualquier vía, sea esta la de la victoria militar de una de las partes o la negociación. Del lado insurgente, lo que fue una propuesta socialista en embrión no encontró las mediaciones democráticas que requería para ser alternativa. Del lado del Estado no apareció nunca una directriz moral que le diera contenido a las mediaciones potencialmente democráticas que ofrecían los procesos modernizadores de la sociedad y la tradición del estado de derecho, que maltrecho e imperfecto se ha mantenido unido a la legalidad republicana durante casi dos siglos. Pero lo político del conflicto se asoma tozudamente. Cualquier observador del proceso de paz intentado entre 1998 y 2002 habrá podido constatar que lo fundamental no fue nunca lo que pensaba el gobierno de turno: que se trataba de la reforma social. Se trataba del poder, simple y llanamente. Por eso, porque se desconoció la naturaleza más profundamente política del conflicto no se pudo ni siquiera acordar una agenda que se refiriera a lo esencial. Ni la subversión logra poner el acento en el conflicto de clases ni el Estado logra colocarlo en el nivel de la democracia y la moral. Pero ni el uno ni el otro, como tampoco el narcotráfico y los métodos criminales que atraviesan el conflicto, logran tapar que el destino de la guerra es el marcado por la inteligencia crítica de Clausewitz: la meta es la destrucción política del enemigo. Es la lógica radical que exige entender la previsión de la llegada a extremos en la dirección de la confrontación. De esa lógica clausewitziana depende no sólo una victoria de uno de los bandos, sino la posibilidad de la negociación: para forzarla hay que hacer lo que jamás se planteó el Estado colombiano, vale decir, vislumbrar el tamaño del esfuerzo político y militar necesario para hacer creíble una política. Cuando se escribe “la llegada a extremos” no se quiere decir extremos de violencia. Se quiere decir tensión total de las energías sociales para asumir la construcción de un orden democrático, eficaz, transparente, justo y capaz de generar identidad nacional. En suma: buena política para darle contenido a una lucha que hoy ha cobrado la forma de una guerra de aparatos militares.

Los límites de la guerra La guerra en términos de Clausewitz muestra en los límites que se le imponen la innegable presencia de la política. La guerra es la política por otros medios, aforismo que se repite (a Clausewitz se lo cita, pero no se lo lee) bajo la forma bastarda de la “continuación de la política”. Pero detrás de la 26

definición trascendental de Clausewitz, éste entendió bien cómo esa naturaleza política podía verse oscurecida por la elementalidad de la guerra, cuya naturaleza y dinámica tiende a los extremos de violencia y resultados. Oscurecida sencillamente, no contradicha ni negada, porque como bien observó Lenin ante la afirmación de Clausewitz sobre cómo la guerra prolongada tiende a la pura expresión militar, “Es en este momento cuando es más política”. Para Clausewitz era claro que la lógica absoluta de la guerra no tenía por qué ser una lógica disminuida de la política. Pero para los acontecimientos históricos que sucedieron a las guerras napoleónicas, la lógica de la guerra hizo exigencias en la dirección de la guerra absoluta –tipo ideal jamás concretado– que parecía evadir la lógica política del cálculo, de la medida, de la racionalidad de los límites. La “guerra real” se mueve dentro de esos límites, los de la “intención hostil” regulada y no desbordada por el “sentimiento hostil”. La historia deja claras esas relaciones y esos dilemas en la decisión de emplear la fuerza. Para no recurrir a un ejemplo clásico de las guerras calculadas y medidas para su exacto fin, como son las guerras de Bismark, se puede traer a colación un suceso más cercano a la memoria latinoamericana contemporánea: la guerra de las Malvinas en 1982. El Gobierno argentino no se propuso (tampoco podía ir más lejos), destruir las fuerzas militares de la Gran Bretaña ni mucho menos poner en cuestión la existencia estatal del Reino Unido. Tampoco los británicos pensaron en aniquilar la nación argentina o en avasallar totalmente su voluntad política. Sólo se trataba de afirmar la soberanía sobre unas islas. La enemistad estaba acotada y, por lo tanto, la política tenía márgenes precisos y total dirección del proceso. La lógica absoluta estaba excluida por los límites que imponían los objetivos y por una talanquera definitiva, la dificultad técnica de ir más allá. No había espacio para que la guerra se transmutara en algo no político. Era la política con todos sus cálculos y sus dilemas. Pero la carencia de autonomía de la guerra plantea la pregunta de si es posible ir más allá de la política. Más todavía, ¿puede existir un Estado que se entienda a sí mismo como afirmación absoluta, sin límites para sujetar la violencia y para fijar los objetivos de su utilización? La guerra ideológica se instala en esas peligrosas vecindades. Está presente “in nace” en la Revolución Francesa. Las guerras de la revolución hicieron posible el despertar de la pasión nacional, de la movilización en gran escala de los recursos humanos y materiales de toda la sociedad. Fue posible también la inversión del servicio de las armas, trasmutado de deber en derecho, gracias al


La actualidad del pensamiento de Carl von Clausewitz

nacimiento del ciudadano como sustituto del súbdito. Pero aún dentro de la pasión nacional, los límites, bien que corridos, se mantuvieron. Estas fueron las guerras de Clausewitz, las que le indicaron la posibilidad de la “guerra absoluta”, tipo ideal de la guerra capaz de iluminar las relaciones políticas subyacentes a la “guerra real”. Pero ni la “Grande Armée” podía ir hasta donde llegaron después las guerras del siglo XX, cuando se concibieron soberanías radicales y guerras radicales. Todavía la Primera Guerra Mundial conservó los límites. Pero en 1918 se apreció ya la inversión de las fórmulas clausewitzianas. El mariscal Ludendorf pidió subordinar la política a la guerra. Su pedido de “movilización total” implicaba moverse a la guerra absoluta. La necesidad de sobrevivir como pueblo y como nación impidieron la marcha al despeñadero. La Segunda Guerra Mundial hizo lo que la primera logró evitar. Esta se mantuvo como guerra entre naciones por intereses nacionales. La satisfacción de los mismos podía resguardar a los contendores de caer en el aniquilamiento de la voluntad política propia. Pero la segunda introdujo la lucha por ideas del hombre y de la historia. El superhombre o el proletario, la democracia liberal o el Reich totalitario, el colectivo irracional o el primado del individuo, fueron los sustentos de unos objetivos de la guerra. Los intereses tradicionalmente esgrimidos, territorios y recursos, estaban todavía presentes, pero hubieron de coexistir con valores y visiones del mundo. El Estado nacional no fue ya el único sustento del “sentimiento hostil” clauswitziano. Su lugar fue compartido por la guerra revolucionaria de partidos con referencias universales. La apariencia de la guerra se hizo más política con la aparición de las guerras de guerrillas, bien fueran de liberación nacional o revolucionarias. El siglo XX fue pródigo en este tipo de conflictos, en los cuales el cambio más notable fue la concepción de la enemistad que los sustentaba. Guerra política, abiertamente, contra un enemigo que no era convencional (combatiente con obligaciones legítimas para con su propio Estado), es decir, no un adversario válido y respetado como soldado atado al Derecho Internacional, sino un enemigo que pone en peligro una manera de vivir la existencia, un enemigo negación de un orden social, un enemigo absoluto y no relativo, al cual se combate sin la reglas de la guerra convencional. El enfrentamiento es un trance existencial. En ese orden de ideas, la política legitima al combatiente que usa medios ilegales e irregulares. Sin la política, abiertamente expresada, es un mero criminal, un fuera de la ley.

La diferencia establecida por la guerra revolucionaria llama la atención sobre el caso colombiano. En éste, la confusión ha reinado en el campo del Estado. Unas veces se habla de la “guerra política” (cuando se hace una recepción acrítica y mecánica, del concepto) para definir las intenciones del adversario revolucionario. Pero a continuación se le desvaloriza como criminal sin ideario, indigno de la interlocución válida. Las discusiones sobre el status político de la guerrilla van y vienen con la suerte de los procesos de negociación. Es esta una de las mayores fallas del Estado para la conducción de la guerra: la apreciación incorrecta de la naturaleza de su enemigo y de la profundidad de la enemistad. Los procesos de negociación oscilan entre los voluntaristas que suponen como problema principal la confianza entre los adversarios y se centran en buscar un terreno de transacción para las reformas sociales, y los de corte objetivo que ven el problema en las relaciones de poder y centran el esfuerzo negociador en la creación de un marco nuevo del diseño político, para darle cabida a la insurgencia en la política regulada y pacífica. Falta el intento de hacer de la reconciliación un problema ubicado en el plano de lo específicamente nacional, sobre todo en la actualidad cuando la guerrilla no tiene “tercero interesado” en la esfera internacional. Falta también la comprensión política adecuada para hacer de la guerra y la negociación momentos de una misma política y no procesos alternativos y mutuamente excluyentes (lo uno o lo otro). El que la guerra haya trascendido los límites del derecho (hoy Derecho Internacional Humanitario) hace fútil, en el caso colombiano, la negación del carácter político de la guerrilla por el hecho de no acogerlo. La descalificación tiene sentido en el plano moral pero no en el político. Un enemigo puede ser simultáneamente de carácter político e irregular, fuera del derecho. El problema es más grave para el insurgente, porque se trata de una cuestión de grados y una conducta criminal tiende a desmoralizarlo y a despotencializarlo en grados acordes con la descomposición sufrida, pero no de manera tajante y automática. Es de la naturaleza del irregular no acogerse al derecho, anota Carl Schmitt, pero desde la convención de Ginebra y sus protocolos adicionales, está abierta la puerta de la consideración del enemigo como político y legítimo, aún si se trata de un combatiente irregular, si cumple con un mínimo establecido de condiciones. Pero la cuestión de los límites de la guerra va más allá de la sustitución de la política de Estado por la política de partido. Es también una cuestión de medios técnicos. Si bien el concepto de guerra absoluta no es lo mismo que “guerra total” (más referida a los medios de destrucción masiva y a su 27


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empleo indiscriminado), los medios influyen las justificaciones y las directrices políticas. La no distinción entre combatientes y no combatientes, entre objetivos militares y civiles, típica de la guerra total, supone una presión muy fuerte sobre quienes toman las decisiones políticas. Hiroshima, Nagasaki, Guernica y Dresde fueron decisiones políticas aunque todavía esperen, como esperan autor los personajes de Pirandello, un derecho que las justifique. Clausewitz está tan detrás de las contradicciones de Borodino en 1812, como de las bombas atómicas de 1945.

El ataque, la defensa y la guerra irregular El título anterior no sugiere un alejamiento de la política. Los aspectos operacionales de una guerra son determinados también, en última instancia por la política. Los objetivos políticos condicionan los medios: si se trata de conquistar territorios habrá de preverse una guerra ofensiva y una superioridad de medios frente al enemigo. Si se trata de disuadir, un dispositivo defensivo puede ser eficaz. Pero no hay fórmulas de aplicación universal. Un conquistador puede preferir el desgaste del enemigo mediante maniobras defensivas, antes de pasar a la ofensiva, y un dispositivo de disuasión puede concebirse como ofensivo. Lo que realmente interesa es el papel de la política: la comprensión de los objetivos, la disposición de los medios, el cálculo racional de las oportunidades y el establecimiento de límites al uso de la fuerza acordes con el propósito político formulado. Clausewitz establece lógicamente la superioridad de la defensa. “En abstracto la forma defensiva de la guerra es más fuerte que la ofensiva. Este es el resultado que nos proponíamos, porque, aunque es absolutamente natural y ha sido confirmado miles de veces por la experiencia, es todavía contrario por entero a la opinión predominante, lo que prueba cómo las ideas pueden ser confundidas por escritores superficiales.”3 En el debate colombiano sobre la guerra aparece con frecuencia, y superficialmente como lo aseveraría Clausewitz, la crítica a las fuerzas del Estado por una supuesta actitud defensiva en vez de una disposición ofensiva para destruir al enemigo. La crítica, antes que contribuir a la claridad, revela la falta de conducción política adecuada del conflicto por parte del Estado. Una condición necesaria de una buena política es la apreciación exacta de la naturaleza y de las condiciones en las cuales se desarrolla un conflicto. Súmesele la decisión de resolverlo por la vía que se determine como la adecuada, lo

cual supone fuerzas materiales y morales suficientes para movilizar voluntades y recursos. Ni una ni otra cosa aparecen claramente en Colombia durante los largos años de la guerra de guerrillas. Vale aquí, para seguir ilustrando la lógica clausewtziana, recurrir al ejemplo de lo acontecido en Vietman. Allí la estrategia y la táctica fueron tan reveladoras de las políticas que se constituye en un caso clásico para la comprensión del fenómeno. La guerrilla survietnamita y el ejército del régimen de Hanoi, en el norte, aplicaron con éxito una estrategia defensiva. Nunca renunciaron a mantener el control de las áreas que ocupaban. Territorio y población eran su objetivo. Las fuerzas norteamericanas se dedicaron a la “búsqueda y destrucción”, pero no pudieron mantener control permanente de las áreas. Obviamente, no podía hacerlo una fuerza extranjera, tan distante culturalmente de la población. Pero tampoco pudieron habilitar al régimen survietnamita para hacerlo. El elemento moral falló y, en cambio, el oponente con una moral elevada, siempre estuvo dispuesto a aceptar costos, por altos que fueran, para defender lo conquistado. La superioridad de recursos les dio a los norteamericanos la ilusión de poder desgastar al enemigo sometido a un inmenso poder de fuego puesto a la ofensiva. Pero el “doble acertijo de la guerra irregular”, del que hablaba Kissinger no fue resuelto nunca. La guerra “militar” se libraba con abundancia de medios. De día se podía tener la ilusión de expulsar al enemigo de las aldeas. Pero de noche la “guerra oculta” pasaba la cuenta de cobro por la no consolidación de las ganancias. Lo mismo sucede en Colombia por la incomprensión estatal del doble carácter de la guerra. Las operaciones pueden desalojar a los insurgentes momentáneamente. Pero el Estado no consolida siempre las ganancias. Doscientos municipios sin presencia de la fuerza pública y más de siete mil corregimientos dan cuenta de la renuncia del Estado a realizar una defensiva necesaria para asegurar el control sobre territorios y población. La “forma más fuerte de la guerra” se deja de lado, no se atiende a la preservación de la propia fuerza, no sólo la militar sino la que se desprende de la política: mantener la legitimidad y la eficacia del Estado, sostener la primacía de lo político ante el dilema de los medios. Sólo así podrá ser movilizada enteramente la fuerza de la nación y evitar la degradación de un conflicto convertido en “guerra de aparatos”.

Bibliografía: Clausewitz, Carl von, De la guerra, Barcelona, Editorial Labor, 1984.

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Ibid, pág. 277.


Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 29-41

LAS GUERRAS CIVILES Y LA NEGOCIACIÓN POLÍTICA: COLOMBIA, PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX María Teresa Uribe de H.*

Resumen Con el objetivo de ampliar los estudios historiográficos que limitan su atención a las matanzas y al horror de la sangre, el artículo hace énfasis en los mecanismos ideados para adelantar negociaciones, acuerdos y transacciones entre hostiles durante las tres primeras guerras de la post independencia. Usa para ello extensas referencias a los comisionados de paz, las exponsiones y el otorgamiento de indultos y amnistías.

Palabras clave: Guerra, negociación, retórica, política, Colombia siglo XIX.

Abstract With the purpose of expanding the historiographic studies that limit the attention to the killings and the horror of the blood, the article does an emphasis in the mechanisms thought to advance negotiations, agreements and transactions among hostiles during the first three post independence wars. For that it uses extensive references to the agents of peace, the expontions and the granting of pardons and amnesties.

Key words: War, negotiation, rhetoric, politics, Colombia XIX century.

Una introducción pertinente Que Colombia ha sido un país en guerra civil permanente,1 es una afirmación que no se discute y no es del interés de este texto ponerla en tela de juicio; lo que sí podría resultar provechoso, es interrogarse por un cúmulo de procesos de diversa naturaleza no bélica que acompañaron los levantamientos armados y cumplieron las importantes tareas de darles sentido, significación y horizontes de justeza, posibilidad e inevitablilidad a estos eventos violentos y que además contribuyeron a hacerlos * 1

Profesora del Instituto de Estudios Políticos Universidad de Antioquia. Son varios los analistas que defienden esta tesis; ver entre otros: Gonzalo Sánchez,”De amnistías guerras y negociaciones”, en Memorias de un país en guerra, Bogotá, Planeta, 2001, págs. 239 – 367.

negociables o a encontrar maneras más o menos pacíficas de ponerle fin a la predominancia de las armas. Una mirada más comprensiva de las guerras civiles decimonónicas en Colombia, y quizá también en América Latina, exigiría tener presentes los siguientes presupuestos: – Las guerras civiles no fueron solo enfrentamientos cruentos y violentos; choques de ejércitos rivales, sangre derramada, cadáveres esparcidos, humo, incendios y destrucción; las guerras se desplegaron también en múltiples esferas de la vida social, estuvieron imbricadas con los contextos sociopolíticos –regionales, locales y nacionales– y tejidas con las relaciones de poder y dominio a las que contribuyeron a redefinir y a configurar; esto quiere decir que sus dramáticas y sus gramáticas se desplegaron hacia sectores, actividades y territorios que en principio no tenían relación con el conflicto armado, pero que terminaban articulándose con él. – Si las guerras civiles no se agotan en lo estrictamente militar ni se restringen a sus dimensiones bélicas, ello querría decir que tenían un innegable perfil político, que constituían una manera de hacer política y de entender la política cuyo referente era el Estado pero que lo trascendían, instalando la hostilidad manifiesta (animus belli) en el conjunto de la sociedad. Las guerras civiles como las definía don Andrés Bello, siguiendo a su maestro Emmerich de Vattel, eran, ante todo guerras entre ciudadanos;2 guerras públicas, por el control efectivo del territorio, por el orden justo, por la generalización y ampliación de las figuras de la modernidad política: el ciudadano y el soberano; luchas cruentas y violentas por el control de los grandes monopolios estatales: el de la violencia legítima, el de los impuestos, el del control administrativo y el de la definición moral y cultural del cuerpo político sobre el que debía descansar la legitimidad buscada.3 – Si las guerras civiles del siglo XIX, se anudaban con la política y entretejían en sus gramáticas y sus dramáticas a muy diversos sectores, estamentos, actores y territorios, ello significa que no eran guerras mudas; por el contrario, eran también guerras con palabras, con relatos y

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Andrés Bello, Principios del Derecho de Gentes, París, Imprenta de Breneau, 1820. Ver también Emerich de Vattel, Derecho de Gentes. Principios de la ley natural aplicados a la conducta y los negocios de las naciones, París, Imprenta de Everat en casa de Leconte, 1836. Sigo aquí las tesis de Charles Tilly. Charles Tilly, Las revoluciones Europeas 1492 – 1992, Madrid, Alianza Editorial, 1992, y “Cambio social y revolución europea 1492 – 1992’’, en Historia Social, No.15, Madrid, Invierno 1993.

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narraciones; con lenguajes políticos y con metáforas, o en otros términos, guerras acompañadas de retóricas, poéticas y mimesis dirigidas a públicos diversos con el propósito de convencerlos o conmoverlos para que actuasen en consecuencia.4 – Las palabras de la guerra no eran simples adornos estilísticos, no se limitaban a la esfera de los semántico o lo literario, no eran adjetivas ni externas a la lógica del conflicto armado; eran ante todo “estructuras penetrantes”5 que contribuían a la movilización bélica, pero también a redefinir sociabilidades, a trazar fronteras y límites, a agrupar o a diferenciar grupos sociales y estamentales; en fin, a transformar los contextos y a modificar los órdenes de una manera tan significativa como podrían hacerlo las armas y el uso de la fuerza. Además, está por estudiarse de qué manera las palabras de la guerra pudieron incidir en las maneras de percibir y hacer imaginable la Nación en procesos de larga duración. Las palabras de la guerra fueron múltiples y diversas; a través de ellas se enunciaron las razones o sin razones de la hostilidad manifiesta (animus belli); se argumentaron las justificaciones morales, la necesariedad o inevitabilidad de las confrontaciones (casus belli); con ellas se convocó a los públicos a participar activamente en las mismas mediante pronunciamientos, alocuciones y proclamas; con palabras se narraron los eventos, los acontecimientos, las peripecias, los lances patéticos o trágicos; se construyeron íconos e imágenes de héroes y villanos que más que a personas de carne y hueso, apelaban a caracteres éticos de bondad o de maldad, noblezas o bajezas; virtudes o vicios con los cuales se compusieron las tramas miméticas de las guerras, vistas como verdaderas tragedias en el registro de Ricoeur. Pero las palabras de la guerra también sirvieron para buscarles otras salidas no bélicas a las hostilidades, a las venganzas y a los odios; contribuyeron a evitarlas cuando se percibía su cercanía o a suspenderlas una vez iniciadas; con ellas se llegó a mínimos consensos orientados a disminuir su ferocidad y se lograron acuerdos y transacciones parciales o puntuales, para ponerles fin en

una región o localidad, sin que ello significase la terminación de la guerra en la Nación; las palabras y las acciones diplomáticas estuvieron al orden del día en las exponsiones, los armisticios, las rendiciones o los sometimientos a la soberanía del vencedor, y las amnistías y los indultos fueron las estrategias jurídicas y políticas privilegiadas para lograr hacia el futuro alguna forma de convivencia social.6 Lo que sería necesario afirmar es que las iniciativas políticas para evitar, suspender o terminar la guerra, fueron tan abundantes y tan plurales como las batallas, las tomas de poblaciones o los encuentros armados en las encrucijadas de los caminos; que a la par con los lenguajes políticos de “los agravios”, “la sangre derramada”, “la tiranía” y “la conspiración”, corrieron parejos los del “perdón y el olvido”, “la clemencia” y “la reconciliación” y que si bien Colombia puede pensarse como un país en guerra permanente, también sería preciso recordar que es quizá el país de América Latina con una más larga y más continua experiencia de negociación, transacciones formales e informales, acuerdos políticos, discursos pacifistas e instrumentos jurídicos para la superación de los conflictos armados. Por estas razones, el propósito de este texto apunta a rescatar esa faceta poco documentada en las historias sobre las guerras civiles en Colombia y proponer para la discusión algunas estrategias y algunos lenguajes políticos y jurídicos que, como las guerras, también son patrimonio histórico de la Nación. El referente histórico de este texto se remite preferentemente a las tres primeras guerras de la post independencia; es decir, a la primera mitad del siglo XIX; las razones para esta escogencia tienen que ver con la necesidad de diferenciar y enunciar las especificidades de estos eventos bélicos a los cuales la historiografía tradicional les ha dado un tratamiento indiferenciado como si se tratase de una misma y única guerra con similares actores, escenarios, prácticas y propósitos; generalizar en este campo puede inducir a visiones sesgadas y a invisibilizar facetas tan importantes como las de las negociaciones y los acuerdos.

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A propósito de las palabras de la guerra, ver María Teresa Uribe y Liliana López, Las Palabras de la guerra, Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia y Colciencias, Medellín (mimeo), 2002. Esta tesis ha sido sustentada por varios autores; seguimos aquí las indicaciones de Paul Ricoeur. Paul Ricoeur, Tiempo y Narración, México, Siglo XIX Editores, 1995, Tomo 1, págs. 80 – 139.

El interés por las amnistías y los indultos ha venido creciendo entre los historiadores y existen excelentes trabajos al respecto. Ver, entre otros, Cesar Castro Perdomo, “67 indultos y amnistías ha habido en Colombia’’, en El Tiempo, Bogotá, Noviembre de 1982; Mario Aguilera Peña, “El Delincuente Político y la legislación irregular”, en Sánchez, 2001, op. cit.; Gonzalo Sánchez, “De amnistías guerras y negociaciones “, en Sánchez, op. cit., 2001, págs. 299 – 369.


Las guerras civiles y la negociación política: Colombia, primera mitad del Siglo XIX

La segunda razón tiene que ver con los propósitos explícitos de este ensayo; el Derecho de Gentes como marco para la regulación de las contiendas civiles, solo se incorpora en el ordenamiento constitucional colombiano a partir de 1863 (Constitución de Rionegro); antes, las guerras carecían de algún marco institucional y por ello deberían ser más feroces y destructivas; lo que me propongo sustentar es que aún en situaciones no reguladas ni acotadas institucionalmente, se presentaron acciones e iniciativas políticas para evitarlas, detenerlas o negociarlas; así como para mitigar sus efectos sobre las poblaciones no involucradas o evitar las retaliaciones contra los enemigos vencidos. En este texto se van a examinar tres grandes campos de acción para la negociación, los acuerdos y las transacciones entre hostiles: los comisionados de paz, las exponsiones y el otorgamiento de indultos y amnistías.

Los comisionados de paz Las guerras civiles en Colombia no fueron relámpagos en cielos serenos; tenían un proceso de prefiguración en el cual, la hostilidad se hacia más evidente y la pugnacidad entre grupos y dirigentes se volvía más beligerante y agresiva, dando paso a una situación o “estado de guerra” que permitía avizorar que la confrontación armada estaba cerca; cuando se presentaban estos climas de hostilidad prebélicos, los grupos implicados (sociabilidades políticas, partidos o alianzas de partidos) empezaban a prepararse para cualquier eventualidad armada pero también se ponían en acción estrategias diversas para evitarla o para impedir su expansión, cuando se trataba de conflictos locales con capacidad de encontrar ecos en otros ámbitos distintos. Allí aparecía la conocida figura de los comisionados; se trataba por lo general de un pequeño grupo, nombrado por una de las partes en conflicto, preferentemente la gubernamental, y conformado por personas “de reconocida influencia social y respetabilidad política” como se decía en la época; los comisionados eran enviados en misión oficial a “parlamentar” con los rebeldes o presuntos rebeldes, con el ánimo de llegar a algún acuerdo político que lograse evitar la guerra o suspenderla cuando ya se había iniciado. Pero el nombramiento de comisionados podía servir también para otros propósitos cuando ya la guerra estaba en marcha, como los de disminuir los efectos de destrucción y muerte sobre las poblaciones y gentes desarmadas, impedir las retaliaciones excesivas contra el enemigo vencido o acordar armisticios y rendiciones; es decir, las comisiones de paz se desplegaban en todos los

momentos y acontecimientos de los eventos armados. La suerte de los comisionados era muy aleatoria y no estaba por fuera de las dinámicas bélicas, más bien se correspondía con ellas, lo que quiere decir que a veces lograban su cometido, pero en otras ocasiones, estos acuerdos fueron esgrimidos como nuevas razones para continuar e incrementar las acciones militares o fueron descalificados como meras maniobras para debilitar al contradictor y por esa vía, se daba al traste con un acuerdo incipiente; es decir, las negociaciones estaban imbricadas con la guerra como acción y contribuyeron a modificarla, profundizarla, expandirla o terminarla; incluso produjeron efectos tan importantes como los conseguidos con el uso de la fuerza. Un ejemplo de éxito duradero fue el de los comisionados enviados por el Gobierno del doctor Manuel Murillo Toro frente al del Doctor Pedro Justo Berrío, quien había depuesto, después de una guerra corta, a las autoridades legítimamente constituidas en Antioquia y amenazaba con ponerse al frente de un movimiento nacional conservador para derrocar el Gobierno y derogar la Constitución de Rionegro. Al frente de la comisión venía don Nicolás Pereira Gamba, un liberal radical amigo del Gobierno en Bogotá, pero que a su vez era un gran comerciante exportador, con vínculos de vieja data con sus homólogos antioqueños.7 La negociación estuvo precedida por un activo cruce de cartas entre los dos mandatarios, por toda suerte de consultas con miembros cercanos a las dos administraciones hasta que, finalmente, se suscribió un acuerdo mediante el cual, el Gobierno de la Unión se comprometía a respetar el derecho a la insurrección de los conservadores antioqueños y reconocía como legítimo el Gobierno de Berrío; los antioqueños, por su parte, se sometían a las instituciones de 1863 y prometían no expandir su propuesta hacia los Estados vecinos de Cauca y Tolima. Este acuerdo permitió algo más de catorce años de convivencia pacífica en la región y fue cumplido en todos sus puntos por los suscriptores, pese a la lluvia de críticas que se les hacían desde todas las orillas: por debilidad al Gobierno central y por connivencia con “un orden impío”, al Gobierno de Antioquia. En otras oportunidades los éxitos de los comisionados fueron parciales o transitorios; es el caso en la Guerra de los Conventillos de Pasto en 1939; ante el levantamiento de curas doctrineros e indios en esa región, el obispo y el

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Para ampliar sobre esta negociación ver, entre otros, Juan Botero Restrepo, Berrío el grande, Medellín, Departamento de Antioquia, Secretaría de Educación y Cultura, 1977.

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gobernador de Popayán enviaron una comisión de prebendados de la diócesis a parlamentar con los insurrectos y lograron algunos acuerdos mínimos para el cese de hostilidades, acuerdos que no se cumplieron, tanto por parte de las guerrillas que siguieron activas, como por parte del Gobierno en Bogotá que envió un gran ejército para someterlos; la ruptura de los acuerdos y los acontecimientos que se desataron después contribuyeron a intensificar el conflicto, a profundizarlo, a deteriorarlo y a anudarlo con la Guerra de los Supremos que estallaría violenta y feroz, en toda la República unos meses después.8 En otros casos, se trataba de enviar comisionados por parte de los sectores pacifistas frente a los belicistas de su propio partido para evitar que fuesen a la guerra; un ejemplo de esto fueron las comisiones enviadas a Bogotá y a Manizales por el presidente del Estado Soberano de Antioquia, don Recaredo de Villa, para impedir, primero, que su partido se levantara en armas y, después, para sacar a Antioquia de la desastrosa guerra de 1876; sobra recordar que no logró ni lo uno ni lo otro;9 una situación similar se había vivido en la misma región durante la guerra de 1860 – 1862, cuando los radicales antioqueños encabezados por Camilo Antonio Echeverri, declararon la neutralidad de la región frente a la insurrección que su propio partido le hacía al Gobierno conservador del doctor Mariano Ospina Rodríguez.10 Las comisiones de paz no terminaban cuando empezaba la guerra y en muchas oportunidades se acudió a esta estrategia para impedir los efectos dañinos sobre poblaciones inermes; en octubre de 1840 cuando los Supremos del Norte Manuel González y Reyes Patria amenazaban con tomarse a Bogotá y someterla al saqueo de los guerrilleros del Llano, si el Gobierno de Márquez no dimitía, varias juntas de notables reunidas en la ciudad presionaron al ejecutivo para que enviase una comisión oficial formada por personalidades con influjo en la región del Norte y pertenecientes a los dos grupos enfrentados, con el ánimo de llegar a algún acuerdo razonable sobre la base de ofrecerles la eventual citación a una Asamblea Constituyente que redefiniese el régimen político; en esta oportunidad los comisionados fracasaron en su intento y además fueron a dar a la cárcel del Socorro, pero tres

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Para ampliar sobre este evento ver Joaquín Posada Gutiérrez, Memorias Histórico Políticas, Medellín, Editorial Bedout, 1975, Tomo 3, págs. 21 – 29. 9 Manuel Briceño, La revolución de 1876, Bogotá, Imprenta Nacional, 1947, págs. 34–52. 10 Camilo Antonio Echeverri, Otra vez Antioquia, Medellín, Imprenta de Balcázar, 1860.

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meses después, cuando la correlación militar había cambiado, fueron los Supremos del Norte quienes hicieron la misma propuesta, sin éxito, por lo demás.11 Los resultados de dichas comisiones no siempre eran positivos y estaban determinados por las dinámicas bélicas y por sus gramáticas de acciones y reacciones; no obstante, lo que cabe destacar es que en los escenarios mismos del conflicto se desplegaban acciones políticas y de negociación muy complejas, que involucraban sectores diferentes de la sociedad e implicaban una amplia movilización en torno a propósitos transaccionales, y que aún en guerras como la de los Supremos, caracterizada por los historiadores como la más sangrienta y violenta, se hicieron esfuerzos consistentes y permanentes en diferentes regiones para impedir los hechos de armas o para aminorar sus efectos traumáticos. Fueron frecuentes también las comisiones formadas por representantes consulares de los países amigos acreditados en el país que se ofrecían como mediadores para encontrarle salidas a las disputas armadas, para disminuir su ferocidad o para contribuir en los armisticios y las rendiciones; fue de mucha ayuda para los comerciantes bogotanos la intermediación de los cónsules con el general José María Melo para negociar la disminución de los montos y el aumento de los plazos para el pago de empréstitos forzosos demasiado onerosos, para evitarles la cárcel cuando no los pagaban a tiempo y para disminuir la presión por recursos, abastecimientos y caballerías sacadas a la fuerza de las haciendas de la Sabana;12 igual intermediación realizó la logia Estrella del Tequendama para proteger a los hermanos masones que caían en desgracia durante esta dictadura y en varias ocasiones le recordaron a Melo que un masón como era él debía dar ejemplo de tolerancia y de filantropía y, evitar así, donde fuese posible, los excesos de sus subalternos.13 Los cónsules de los países amigos volvieron a intervenir activamente, esta vez frente a los “constitucionales”,

11 Ver José Manuel Restrepo, Diario político militar. Memorias sobre los sucesos importantes de la época para servir a la historia de la revolución en Colombia desde 1823, Bogotá, Imprenta Nacional, 1954, Tomo 3, págs. 131 – 187. 12 Para ampliar sobre esta intermediación, ver Venancio Ortiz, Historia de la revolución del 17 de Abril de 1854, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1972. 13 La respetable logia Estrella del Tequendama No. 11, regularmente constituida al oriente de Bogotá. Al ilustre y querido hermano José María Melo, Bogotá, Imprenta del Neogranadino, 15 de junio de 1854.


Las guerras civiles y la negociación política: Colombia, primera mitad del Siglo XIX

alianza de liberales y conservadores que luchaban contra Melo para impedir la toma violenta de la capital y garantizar el derecho a la vida de “los dictatoriales”; en esta oportunidad se desarrolló una diplomacia muy activa, se elaboraron documentos, se hicieron reuniones en los teatros de operaciones, se realizaron consultas con unos y otros, se formularon propuestas para la entrega del dictador, se desplegó una actividad muy intensa durante varios días, pero, finalmente, Melo no aceptó los términos de la rendición y la ciudad fue tomada, barrio por barrio, casa por casa hasta llegar al Palacio de Gobierno.14 Es muy conocida también la mediación de los representantes de países amigos frente al general Mosquera, para evitar el fusilamiento del presidente Mariano Ospina al finalizar la guerra de 1860–186215 y fue el cónsul inglés, en Santa Marta, quien negoció con el supremo Francisco Carmona la excarcelación de la comisión de negociación enviada por el Gobierno de Bogotá y presidida por el general Joaquín Posada Gutiérrez, a principios de 1840.16 Fue definitiva la mediación del encargado de negocios inglés en Cartagena para lograr un acuerdo político bastante generoso con los supremos de la Costa Atlántica (Mompox, Santamarta y Sabanilla), mediante la cual éstos entregaron las armas y se sometieron a la soberanía del Estado, pero recibieron, en cambio, una amnistía prácticamente incondicional para los civiles y los militares involucrados; igual efecto lograron los rebeldes de Panamá con el comisionado Anselmo Pineda, enviado por el Gobierno central: allí nadie fue perseguido por los delitos de rebelión o sedición, a pesar de que las provincias de Panamá y Veraguas fueron declaradas república independiente y separadas de la Nueva Granada durante los dos años que duró la guerra,17 situación contrastante con las provincias del Cauca y Antioquia, donde los Supremos y sus asociados terminaron frente a pelotones de fusilamiento. Los ejemplos podrían extenderse mucho más, pero lo que sería necesario subrayar es que la proliferación de comisiones negociadoras no obedecía necesariamente a la

14 Restrepo, 1954, op.cit., Tomo 3, pág. 511; ver también, Ortiz, 1972, op.cit., págs. 425–435. 15 Estanislao Gómez Barrientos, Don Mariano Ospina y su época, Medellín, Imprenta Departamental, 1913-1915, Tomo 2. 16 Posada Gutiérrez, 1975, op cit., Tomo 3, págs. 134 – 151. 17 Gustavo Arboleda, Historia Contemporánea de Colombia. Desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta el presente, Bogotá, Banco Central Hipotecario, 1990, Tomo 2, págs. 328 – 329.

existencia de grupos de pacifistas u opuestos “per se” a la guerra, en general todos los que tenían acceso a la difusión pública de sus ideas se declaraban amigos de la paz y algunas veces argumentaban la necesidad de usar las armas para conseguirla e instaurar un orden estable, pacificado y desarmado; las estrategias de negociación a través de comisionados se correspondían más bien con las exigencias que el conflicto planteaba a cada paso y con cierto cálculo racional sobre los costos de mantenerlo o de negociarlo con alguna favorabilidad; de acuerdo con los rumbos que iba tomando la confrontación, se decidía qué era más pertinente: la fuerza, las transacciones o una combinación de ambas. Pero lo más significativo es que en estos contextos de gran inestabilidad y turbulencia social, quedaban amplios espacios para la acción política, para los acuerdos y las transacciones y para la puesta en marcha de una cierta diplomacia entre los campos hostiles donde los comisionados cumplieron tareas de gran trascendencia, desafortunadamente poco estudiadas por la historiografía que ha preferido poner su mirada en la sangre derramada.

Las exponsiones Si bien las guerras decimonónicas tuvieron un referente nacional – estatal, se anudaron con conflictos y tensiones de horizonte provincial o local que les marcaron diferencias substanciales de un territorio a otro; en este contexto de diferenciación regional y fragmentación política, es donde pueden entenderse de mejor manera las estrategias de las exponsiones; contrario a la acción de los comisionados que era desarrollada por civiles no involucrados de manera directa en la lucha armada, las exponsiones eran acuerdos o armisticios suscritos por los comandantes militares en el teatro mismo de las operaciones, mediante las cuales se negociaba un cese parcial de hostilidades que afectaba a un territorio particular, pero que no tenía efectos necesariamente sobre el conjunto de la Nación. Las exponsiones procedían en situaciones de empate militar o cuando una de las partes veía la posibilidad de lograr beneficios razonables sin necesidad de derramamiento de sangre; estos acuerdos entre comandantes y estados mayores de los ejércitos rivales eran ad referéndum del Gobierno nacional y estaban precedidos de una activa diplomacia entre los campos enemigos, valiéndose, a veces, de intermediarios con capacidad de escucha en ambos bandos, de tal manera que cuando se reunían los generales rivales ya estaban definidas las bases de un eventual acuerdo y se pasaba a 33


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suscribir un documento oficial; en otras oportunidades, toda la actividad negociadora se realizaba mediante la correspondencia privada entre los dos campos hostiles. Las exponsiones fueron muy frecuentes durante las guerras civiles del siglo XIX, aunque la historiografía tradicional solo recuerde la exponsión de Manizales, durante la guerra de 1860–1862, suscrita entre el general Joaquín Posada Gutiérrez, por parte de los conservadores, y Tomás Cipriano de Mosquera, general rebelde. En la Guerra de los Supremos, por ejemplo, se firmaron dos exponsiones en los inicios de esta y una al final; la primera tuvo ocurrencia entre los insurrectos de la provincia de Vélez y el Gobernador de la provincia de Tunja, quien después de algunas escaramuzas armadas de poca significación logró firmar un pacto con los rebeldes sobre la base de su desmovilización, y ofreció como contrapartida una amnistía general y sin condiciones y el reconocimiento de algunas de sus demandas referidas al régimen fiscal y al cambio de funcionarios públicos.18 La otra exponsión importante fue la de “Los Árboles”, en la provincia de Pasto, suscrita entre el general Pedro Alcántara Herrán, comandante de los ejércitos gubernamentales, y el Supremo José María Obando, alzado en armas. En esta exponsión se acordó que el general Obando se entregaría a las autoridades para someterse a juicio por las sindicaciones que se le hacían sobre el asesinato de Sucre y las guerrillas que lo acompañaban se desmovilizaban pero sin entregar las armas y como contrapartida se les otorgaba una amnistía general y sin restricciones a todos los comprometidos, tanto militares como funcionarios públicos y civiles. Ambas exponsiones significaban en la práctica la terminación de los conflictos armados en Vélez y Pasto.19 No obstante, el Gobierno nacional, presidido por José Ignacio de Márquez, negó ambas exponsiones con el argumento de que aceptarlas, significaría vulnerar la institucionalidad de la República y violar la ley; la negativa suscitó un álgido debate en el Congreso que terminó por darle un giro político y nacional a eventos puntuales, locales y prácticamente desactivados, abriéndole paso a la generalización de la guerra, de tal manera que solo unos meses más tarde, (octubre de 1840) 16 de las 18 provincias de la República estaban en armas y en manos de los rebeldes. Al final de la guerra, tuvo lugar la tercera exponsión, llamada de “Sitio Nuevo” ésta sí exitosa y suscrita entre el general

18 Restrepo, 1954, op.cit., Tomo 3. 19 Sobre la exponsión de los Árboles ver, José Manuel Restrepo, 1954, op. cit., Tomo 3, págs. 154 – 157.

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Pedro Alcántara Herrán y los Supremos de la Costa Atlántica encabezados por Francisco Carmona; este acuerdo se convirtió en el armisticio que puso fin a la guerra en esa región, mediante la entrega de armas y el otorgamiento de un indulto bastante generoso por parte del Gobierno.20 Pero no siempre las exponsiones o acuerdos regionales fracasaban o significaban incrementos en el accionar bélico; ejemplo de ello fue la del “Alto de las coles” cerca de Abejorral, en la provincia de Antioquia, en 1851, firmada entre el general Tomás Herrera, comandante de los ejércitos liberales y el general Braulio Henao, uno de los comandantes antioqueños de la rebelión. Este acuerdo político regional estuvo precedido de una amplia diplomacia y cruce de cartas entre los Estados mayores de ambos bandos y se enmarca en una situación de empate militar; Herrera y el comandante Alzate les ofrecían a los conservadores de Antioquia una amplia amnistía si entregaban las armas y aceptaban la soberanía estatal encarnada en el Gobierno del General José Hilario López. Los jefes conservadores no se pudieron poner de acuerdo,21 pero Braulio Henao decidió actuar por cuenta propia; suscribió un acuerdo con Herrera, entregó las armas en el Alto de las coles y a cambio logró una amnistía muy curiosa porque cobijaba sin distingos a toda la gente del Cantón de Salamina, se exoneraba al propio Henao, a sus demás comandantes y combatientes así como a los funcionarios que hubiesen simpatizado con el alzamiento; lo que quería decir entre otras cosas, que Salamina quedaba por fuera de las retaliaciones de la postguerra y exenta de los atropellos de un ejército enemigo en campaña.22 Esta exponsión, refrendada rápidamente por el Gobierno central en Bogotá, fue el principio del fin de la guerra de 1851 en el país; los conservadores antioqueños quedaron profundamente debilitados y fueron derrotados tres días después en la batalla de Rionegro y a los dos meses, habían sucumbido los demás levantamientos en otras provincias, sin mayor despliegue bélico por parte del Gobierno. Contrario a lo ocurrido en la guerra de los Supremos, este acuerdo regional funcionó como un potente mecanismo

20 Ver Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821 hecha conforme a ley 13 de 1912 por la sala de negocios generales del consejo de Estado, Bogotá, Imprenta del Estado, 1924, Tomo 9, pág. 315. 21 Sobre las diferencias de criterio de los conservadores antioqueños, ver Pedro Antonio Restrepo Escobar, Contestación al manifiesto del Señor Braulio Henao titulado Al Público, y firmado el 20 de octubre de 1851, Medellín, Imprenta de Jacobo Faciolince, 1851. 22 Restrepo, 1954, op.cit., Tomo 3, pág. 178.


Las guerras civiles y la negociación política: Colombia, primera mitad del Siglo XIX

para desactivar el conflicto armado en toda la República y dio paso a la suscripción de armisticios sucesivos que acortarían la duración de una guerra que prometía ser terrible y destructiva. Contra lo que pudiera pensarse, las exponsiones no se firmaban únicamente entre generales de ejércitos rivales; también en el interior de un mismo ejército a veces era necesario llegar a acuerdos, tanto sobre las acciones bélicas como sobre los alcances y limitaciones de los beneficios políticos ofrecidos a los enemigos; estas situaciones se presentaban con frecuencia dada la inveterada inorganicidad de los ejércitos y las luchas por las comandancias y jefaturas, y el asunto se volvía más difícil cuando se trataba de un ejército enviado desde la capital, que llegaba a una provincia determinada, donde ya existía una fuerza bélica organizada. Las exponsiones procedían en estos casos para establecer las reglas del juego entre los distintos comandantes, algunos principios de disciplina militar y la definición de una autoridad única para parlamentar o combatir. Las peripecias del general José Hilario López, nombrado General en Jefe de los ejércitos del Sur a su llegada a Cali en 1854, ilustran muy bien estas situaciones; el general López, pese a contar con un nombramiento oficial, se vio en la necesidad de suscribir una exponsión y firmar un documento con Manuel Tejada, comandante del Batallón Torres, del Valle del Cauca; el acuerdo giró en torno a la aceptación de la jefatura de López, pero también sobre la estrategia para derrotar a los melistas que controlaban la ciudad, pues Tejada insistía en tomarse Cali a sangre y fuego mientras López prefería explorar otras vías; finalmente, triunfó la propuesta de éste, pero a Tejada hubo de otorgársele el beneficio de entrar de primero en la ciudad y que las tropas enemigas se le entregaran a él.23 A más de estos modelos de exponsión más institucionales, consignados en documentos oficiales y a veces con implicaciones jurídicas para ambas partes, fueron frecuentes también exponsiones o pactos más informales, pero que significaron acuerdos locales o provinciales entre un jefe militar en campaña y los notables y autoridades de un determinado cantón o parroquia. Poblaciones percibidas como hostiles por haber suscrito pronunciamientos o proclamas a favor del enemigo, con frecuencia tomaban la alternativa de no ofrecer resistencia ante la proximidad de los ejércitos enemigos y optaban por

Estas estrategias jurídicas y políticas fueron las más socorridas durante el siglo XIX para terminar los conflictos armados; en algunos trabajos recientes acerca del tema, se han hecho cálculos sobre el número de amnistías e indultos firmados entre Gobierno y rebeldes en el siglo XIX,24 pero al parecer son cálculos muy conservadores pues solo en las tres primeras guerras de la posindependencia se firmaron alrededor de 43 documentos de esta naturaleza,

23 Ortiz, 1972, op.cit., págs. 178 – 183.

24 Castro Perdomo, 1982, op. cit.

la vía de parlamentar con ellos y suscribir una suerte de armisticios que logran beneficios jurídicos importantes y libran la localidad, tanto de las depredaciones de un ejército en campaña como de los horrores de posguerra. Aquí parecía prevalecer el cálculo político sobre el sectarismo o el espíritu de partido, ante todo cuando el balance de la confrontación era desfavorable o cuando no se contaba con los recursos para ofrecer batalla. La consigna de las localidades con escasa fuerza militar parecía ser la de “se obedece al que manda” y si la correlación de fuerzas se modificaba, la estrategia de las exponsiones y los acuerdos locales eran una alternativa para cambiar de bando y precaverse de las depredaciones y violencias que acompañan estos eventos, de allí que si bien el sectarismo, los odios heredados, el espíritu de partido eran ingredientes importantes para alimentar la guerra, no era ajeno al accionar de los ciudadanos el cálculo racional, la consideración sobre los medios y los fines y el despliegue de acciones políticas transaccionales para pactar con quien tuviese la fuerza de su parte. Las guerras civiles en la primera mitad del siglo XIX estuvieron cruzadas por una infinidad de pactos o exponsiones locales y regionales, pero quizá el ejemplo más significativo fue la llamada “Campaña de la Costa” en 1841, emprendida por el general Juan María Gómez desde Santafé de Antioquia, cruzando por el sur de Bolívar para llegar a Corozal y Ovejas. El general Gómez, sin disparar un solo tiro, hizo este largo y difícil recorrido por un territorio hostil y cubierto de guerrillas, pues fue llegando a pactos y exponsiones con notables y partidas armadas en Ayapel, San Benito Abad, Simití, Sagún y otros poblados más pequeños; pactos locales que contribuyeron significativamente a presionar a los Supremos de la Costa para firmar armisticios de terminación de la guerra.

Las amnistías y los indultos

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contabilizando únicamente los emitidos por el Gobierno central y que se convirtieron en leyes de la República, pero, también, indultaron a los gobernadores y presidentes de los Estados soberanos y sobre estos documentos es poco lo que se sabe. De allí que la importancia y magnitud de esta estrategia sea mayor de lo comúnmente aceptado. Los acuerdos sobre indultos y amnistías significaban, generalmente, la aprobación pública por parte de los vencidos de la soberanía del vencedor, el sometimiento explícito a su orden político y la aquiescencia sobre su derecho a gobernar, recibiendo como contrapartida algunos beneficios judiciales; es decir, estas estrategias jurídicas estuvieron en su mayor parte orientadas hacia la restauración del orden y la búsqueda de alguna forma de convivencia social; no obstante, estos recursos jurídicos fueron usados de una manera muy discrecional y para multitud de propósitos que a veces poco tenían que ver con el discurso “del perdón y olvido”. Ocasionalmente, estas estrategias jurídicas no estaban asociadas con el final de un conflicto sino con el comienzo de un nuevo orden institucional; en 1832, y sin que mediara un conflicto armado de por medio, fue aprobada una amnistía general para todos aquellos que tuvieran delitos políticos pendientes; de esta manera se celebraba la creación de la Nueva Granada y la proclamación de Constitución de ese año después de la disolución de la Gran Colombia; esta “ley de olvido”, aprobada por la Convención Granadina, estuvo pensada como una estrategia política para proyectar el imaginario de un nuevo comienzo que dejase atrás las heridas y los odios ocasionados por disturbios y enemistades anteriores, y con esta ley se instituía una refundación de la República y convocaba a los que estuviesen por fuera de la ley, a “reconciliarse con la patria y a que con su futura conducta acreditasen el ser buenos ciudadanos.”25 Cosa similar ocurrió en 1838, cuando entró en vigencia el nuevo Código Penal, que definía por primera vez los delitos de rebelión, conspiración, traición, sedición y deserción, y los sancionaba con penas drásticas que iban hasta la de muerte y destierro; la pretensión de sus redactores era que la dureza de las penas desestimulara futuros alzamientos armados y por eso este Código fue acompañado de otro decreto de olvido para todos los delitos políticos ocurridos antes de esa fecha; en este caso, se trataba también de un nuevo comienzo donde los ordenes legales se presentaban

25 Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde 1821, 1924, op.cit., Tomo 7, pág. 321.

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como la manera más adecuada para exorcizar el fantasma de la guerra civil.26 Esta imagen de refundación del orden político dejando en el olvido los delitos y atropellos de las gentes en armas se reprodujo a otros niveles y se convirtió en una práctica corriente que los presidentes, al iniciar su mandato, decretaran indultos para quienes pagaban penas de prisión o destierro por causa de las guerras anteriores.27 Los indultos y las amnistías fueron utilizados también de acuerdo con propósitos no propiamente pacíficos o conciliatorios; a veces se usaron como estrategias para propiciar la deserción en las filas del contrario o para promover los deslizamientos de civiles hacia sus propias toldas, convirtiéndose de esta manera en una suerte de arma arrojadiza y en otras formas de hacer la guerra. Estos indultos eran emitidos en el trascurso de las confrontaciones cuando existía alguna ventaja comparativa de un bando, un triunfo militar significativo o cuando se pretendía lograr el sometimiento de civiles pronunciados. El indulto concedido por el Gobierno de Márquez en plena guerra de los Supremos (enero de 1840) ejemplifica esta práctica; aunque documentos idénticos fueron suscritos por Gobiernos de adscripción política distinta en las dos guerras subsiguientes; el decreto en mención dice lo siguiente: Concédese indulto a favor de todos aquellos individuos que, habiendo servido en las filas de los facciosos en clase de soldados, quieran incorporarse en las tropas del Gobierno y a favor también de los que antes del nuevo estado que rige se hayan separado de las filas de los mismos incorporándose en las filas del Gobierno. ...Para gozar del expresado indulto, deberán, los que quieran obtenerlo presentarse ante el general en jefe del ejército de operaciones, los comandantes de división o columnas... dentro del término que fije el gobernador de la respectiva provincia.28

Además de la intencionalidad bélica, los indultos podían tener propósitos eminentemente pragmáticos, orientados a la solución de los problemas jurídicos de su propia tropa; en las guerras civiles del siglo XIX era frecuente que los prisioneros tomados en combate o los soldados de un

26 Ibid., Tomo 8, pág. 383. 27 Entre otros, véase el decreto e indulto emitido por el general José María Obando al tomar posesión de la presidencia de la República en 1853, ibid., Tomo 11, pág. 283. 28 Ibid., Tomo 9, pág. 153. Un indulto similar fue emitido por José Hilario López durante la guerra de 1851, ver ibid., Tomo 11, pág. 283.


Las guerras civiles y la negociación política: Colombia, primera mitad del Siglo XIX

general rendido fueran incorporados de manera forzada al ejército enemigo y esta práctica venía asociada casi siempre con un perdón judicial que los exoneraba de toda culpa por su militancia anterior, igual cosa sucedía con quienes desertaban para incorporarse en las filas contrarias pero a veces estas amnistías se extendían para cobijar toda suerte de delitos políticos y comunes en sus propias toldas. Es decir, se indultaba a los enemigos, pero también a los amigos, propiciando formas de impunidad muy protuberantes. El decreto de 5 de julio de 1842, es un ejemplo de esto, aunque decretos similares se emitieron en todas las guerras del período. El decreto dice lo siguiente: “... Se concede amnistía a los funcionarios, públicos, militares en servicio o particulares que se vieron en la necesidad de prescindir de las fórmulas en algunas ocasiones para ejecutar actos que no estaban en la esfera de sus atribuciones legales y que no eran conformes a las leyes pero que la necesidad obligaba ejecutar para salvar el Gobierno legítimo...”29

La restauración del orden inducía a dejar en el olvido todas aquellas arbitrariedades y delitos de los copartidarios pues como se decía en la época, sería injusto castigar a los que defendieron la institucionalidad, así fuese violándola, cuando al mismo tiempo se estaba indultando a los rebeldes, facciosos y traidores que habían desafiado el orden legal con las armas en la mano.30 Amnistiarlos era declarar jurídicamente que los delitos, muchos de ellos atroces, nunca habían existido. Fue muy frecuente también que esta estrategia jurídica fuese usada para resolver problemas operativos y administrativos muy curiosos; la congestión de las cárceles, por ejemplo, o la dificultad para dejar a los presos a buen recaudo, cuando no se tenían guardianes suficientes para enviarlos a una cárcel segura o cuando se preveían fugas masivas, dado el hacinamiento; en estos casos se tomaba la decisión de indultar a los menos comprometidos, a los que no tenían jurisdicción y mando, a los que alegaban que habían sido reclutados de manera forzada y, quizá también, a los que tuvieran padrinos que pudieran hablar por ellos. En la posguerra de 1854, por ejemplo, se emitieron varios decretos de indulto por el vicepresidente Obaldía para los detenidos en las cárceles de la ciudad de Bogotá y en cuyo

29 Ibid., Tomo 9, pág. 558. 30 “Los Indultos”, en el Día, No. 106, 3 de abril de 1842.

único considerando, en el que se señala que se otorga este beneficio aceptando una sugerencia del gobernador de la provincia de Bogotá, que lo solicitó, dado el atiborramiento de las prisiones, las muertes por heridas y por la epidemia de tifo y el temor ante un amotinamiento, de allí que se indulte a los individuos de tropa, y a quienes hubiesen sido forzados a permanecer en las filas enemigas.31 La facultad para otorgar indultos y amnistías le correspondía por ley al Gobierno nacional; no obstante, el Congreso podía también proponer iniciativas al respecto y era muy frecuente que en el devenir de las guerras, se les delegase esa potestad a los gobernadores de provincia durante un tiempo determinado con el propósito de un mejor control del orden público. Estas autorizaciones, por lo general, venían inscritas en leyes llamadas “de seguridad” o de “autorizaciones especiales” donde al mismo tiempo se autorizaba a los gobernadores para detener sospechosos y llevarlos a la cárcel, emitir empréstitos forzosos, ocupar propiedades privadas, formar ejércitos y disponer de dineros de tesorería, entre otros.32 Al parecer, estos indultos regionales fueron usados con mucha discrecionalidad por parte de los gobernadores provinciales y sirvieron como recursos de poder para golpear enemigos políticos o privados, para cambiar balances lectorales en las poblaciones, para hacer favores políticos y por esa vía extender las redes de clientela, ofreciendo protección en períodos tan turbulentos e incluso para favorecer a un enemigo cuando se trataba de complacer a una parentela importante y con influjo político que abogaba por su allegado en desgracia. Esto quiere decir que pese a la intención expresa de reprimir y a la aparente rigurosidad jurídica de los decretos de indulto y amnistía, ellos permitían una franja de maniobra bastante amplia (más los provinciales que los nacionales), para las transacciones, las negociaciones, los pactos semi públicos, semi privados, para los acuerdos contingentes y la circulación de las influencias que devela una intensa actividad “negociadora”, una voluntad para resolver asuntos difíciles por otras vías al parecer más expeditas, para hacerles esguinces a las leyes o sacarles

31 Decreto 4 de Enero de 1855, en Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde 1821,1924, op.cit., Tomo 16, págs. 91 – 92. 32 Durante la guerra de los Supremos se aprobó el decreto de facultades extraordinarias de 7 de mayo de 1841, ver Codificación Nacional de todas las leyes desde 1821, 1924, op. cit., Tomo 9, pág. 326. Durante la Guerra de 1851 se emitió un decreto similar, ver Codificación Nacional de todas las leyes desde 1821, 1924, op. cit., Tomo 10, pág. 634.

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partido privado a las mismas; a su vez, estos acuerdos contingentes posibilitados por las dinámicas y las gramáticas bélicas, contribuyeron significativamente a configurar y a perpetuar las dos sociabilidades políticas más importantes, los partidos liberal y conservador. Si bien los indultos y las amnistías pudieron cubrir una gama muy amplia de propósitos, la mayor parte procedían al final de la guerra y durante el momento postbélico, que podía ser un período muy prolongado y en ocasiones se anudaba con un nuevo levantamiento en armas;33 fueron, en lo fundamental, actas de terminación de la guerra; acompañaron los armisticios, las exponsiones, las rendiciones y su propósito principal fue la restauración del orden institucional, pues los actores políticos decimonónicos estaban conscientes de que el orden no surgía del silencio de los fusiles sino de la aceptación voluntaria y el compromiso público de los vencidos con el derecho a gobernar, del vencedor; por esta razón, una vez promulgada la ley de indulto, los sujetos implicados debían solicitarlo de manera individual y suscribir un documento público mediante el cual aceptaban voluntariamente las sanciones y los perdones judiciales y prometían no continuar turbando el orden público. De esta manera con los indultos y las amnistías se construía “filigrana de paz” combinando el castigo con el perdón y la represión con la clemencia, pero en grados distintos que iban cambiando en sus proporciones de acuerdo con la estabilidad política que se lograse conseguir; los indultos de la inmediata posguerra solían ser muy restringidos, consagraban una amplia gama de excepcionalidades y aplicaban sanciones y castigos más drásticos y prolongados; se apuntaba a favorecer a los menos comprometidos, a los soldados rasos y a quienes no tenían jurisdicción y mando tanto militar como civil. En la ley de indulto del 7 de mayo de 1941, por ejemplo, se consignaban las siguientes excepciones: “...1. A los gobernadores y jefes militares de provincia que hayan sido autores, cómplices o auxiliadores de alguna sedición o rebelión; 2. al autor de cualquiera de las diversas rebeliones o sediciones acaecidas, que en alguna de ellas haya aparecido como primer caudillo o cabecilla, sea en principio, sea en el curso de la sedición o rebelión; 3. los autores que como caudillos o cabecillas hayan tenido parte

33 Como ejemplo de esto se puede mencionar la guerra de los Supremos, cuyo primer indulto fue otorgado en 1839 y el último diez años después en 1849 mediante el cual se permitió el retorno al país del general Obando.

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en otra rebelión o sedición y que habiendo sido comprendidos en alguna amnistía o acogiéndose a algún indulto, hayan reincidido volviendo a tomar las armas.”34

Los exceptuados podían ser condenados a penas muy drásticas como las de presión, trabajos forzados y en la coyuntura de este decreto, a la pena de muerte. No obstante, los decretos dejaban siempre algún intersticio jurídico que les otorgaba alguna discrecionalidad a los funcionarios en su aplicación; en el decreto citado se señalaba, por ejemplo: “…que por muy graves razones de conveniencia pública, el ejecutivo podrá indultar a los exceptuados en el artículo 4 con la condición de salir del territorio de la República y no volver a él sin permiso del Congreso.”35

Los indultos estaban pensados para los alzados en armas; es decir, para quienes hacían la guerra en forma directa pero como éstas eran también guerras de palabras, de pronunciamientos, de proclamas, donde la acción política era central y se imbricaba con la bélica, fue necesario legislar también para los desarmados, para los simpatizantes o para los que hubiesen pronunciado alguna opinión favorable hacia los vencidos; en febrero de 1841, el presidente Márquez ofrece una amnistía a favor “de los que firmaron las actas de pronunciamientos”, el decreto dice a propósito lo siguiente: Artículo 1: Concédese una amnistía a favor de todas aquellas personas cuyas firmas aparecen en las actas que bajo el nombre de pronunciamientos se celebraron en las provincias de Casanare, Pamplona, Socorro, Tunja, Vélez y en la capital de Mariquita, con el objeto de desconocer las instituciones y el Gobierno supremo legítimo nacional... Artículo 2: en la amnistía no quedan comprendidos los siguientes casos: los que promovieron la formación de las actas, los que con seducciones, amenazas u hostigamientos contribuyeron a su formación y a que otros firmasen; las cinco primeras firmas que aparecen; los que por otros actos han manifestado aprobar los hechos de rebeldía y traición contra las instituciones y el Gobierno legítimo.36

34 Codificación Nacional de todas las leyes desde 1821, 1924, op. cit., Tomo 9, pág. 326. 35 Ibid., pág. 326. 36 Ibid., Tomo 9, págs. 156 – 157.


Las guerras civiles y la negociación política: Colombia, primera mitad del Siglo XIX

Pero a medida que se iba estabilizando el orden público y que los riesgos de otro levantamiento disminuían, los decretos de indultos se hacían más generosos, exigían menos requisitos e incluso en algunos de ellos se consagraban rebajas de penas para quienes habían sido condenados, desterrados o confinados; de esta manera cambiaba el balance entre castigo y perdón y se enunciaba con más contundencia el lenguaje de la reconciliación y la concordia; ya no se trataba solamente de restablecer el orden, sino también de propiciar mecanismos de convivencia; de allí que se insistiese en la importancia de la clemencia para con los vencidos y en el olvido de sus actos delictivos. Con las rebajas de penas y los perdones judiciales, en un tiempo relativamente corto los rebeldes de ayer volvían a actuar en los mismos escenarios públicos y con más frecuencia de lo aceptado; los facciosos de la guerra anterior podían convertirse en prohombres de la República y llegar a las más altas dignidades del Estado; eso aconteció con José María Obando, rebelde entre 1840 y1942 y presidente de la República en 1853; o con don Mariano Ospina Rodríguez, el gran instigador de la guerra de 1851, que alcanzó la más alta magistratura cinco años después. Pero no todo era perdón y olvido, pues estas actas de terminación de la guerra y los documentos jurídicos de indulto y amnistía fueron ampliamente criticados e impugnados por la incipiente opinión pública, porque se los veía como excesivamente restrictivos por parte de los vencidos o porque los vencedores los impugnaban al considerarlos una debilidad inaceptable, expresando la necesidad de aplicar todo el rigor de la ley pues de lo contrario, bien pronto los rebeldes volverían a las andadas y se declararía una nueva guerra civil. Escritos de este tenor eran muy frecuentes en la prensa de la época: “... Se ha derramado sangre de centenares de granadinos inocentes arrancados de sus campos y talleres, se oyen los gritos de las viudas y los huérfanos, se han dilapidado las rentas de la Nación; en todas las provincias los particulares han sido robados, saqueadas las poblaciones e incendiadas, se ha puesto precio a la cabeza de los ciudadanos que defendían las leyes... los templos han sido despojados de sus adornos ... los monasterios se han profanado... una indulgencia con estos criminales es una conspiración contra la virtud, aniquila la confianza, hace desmayar los ánimos... los manes de las víctimas sacrificadas

37 “A los Señores del consejo gubernativo”, en el Día, No. 56, Julio 11 de 1842.

en los campos de batalla están irritados y piden venganza y solo podrán apaciguarse con el escarmiento severo y pronto de los traidores... que los arrastraron al matadero.”37 De esta manera, a los propósitos de concordia y reconciliación, que circulaban por los despachos oficiales y los juzgados, se sobreponía la dramática de los relatos trágicos, la poética de los sufrimientos, los atropellos y las vejaciones recibidas por parte de los enemigos, y se mantenía vigente el recuerdo trágico de un pasado que se volvía presente perpetuo, contribuyendo de esta manera a mantener la hostilidad manifiesta (el animus belli), los odios y los resentimientos y disolviendo en el lenguaje de los agravios y la sangre derramada los propósitos de reconciliación y de perdón.

El contrapunto entre la guerra y la negociación: a manera de síntesis Una mirada panorámica sobre las guerras de la primera mitad del siglo XIX, permite afirmar que pese a las apariencias y a los énfasis predominantemente bélicos de la historiografía tradicional, éstas no fueron confrontaciones “por el todo o nada,”38 guerras con propósitos irreconciliables que solo podían concluir con una derrota militar contundente donde el enemigo absoluto debía ser excluido de manera radical del corpus político de la Nación porque su permanencia, así fuese en los márgenes de la sociedad, constituía un peligro latente para el orden establecido. Las guerras “por el todo o nada” tienen lugar cuando no existe un mínimo consenso sobre el orden político que debe regir la vida en común (consensus iuris). Las guerras de la postindependencia se enmarcan de mejor manera en el modelo “del más o menos” donde, si bien existen divergencias capaces de producir rupturas en la sociedad, desafíos al orden constitucional y disputas por la soberanía del Estado, con la suficiente fuerza para llevar a los ciudadanos a matar o morir, existen algunos acuerdos sobre el orden político y un consensus iuris en torno a los principios que deben regirlo; en las guerras “por el más o el menos” los enemigos no tienen la categoría de absolutos, pues si son vencidos y aceptan la soberanía de los vencedores pueden ser perdonados, y después de la aplicación de sanciones drásticas retornar a la comunidad política y recuperar su estatus

38 Sobre la diferencia entre las guerras por el más o el menos o por el todo o nada, ver Enrique Serrano Gómez, Filosofía del Conflicto político. Necesidad y contingencia del orden social, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2001, págs., 198–231.

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ciudadano; en estos casos se trata del enemigo justo y su rebelión podía ser entendida en los marcos del ius an bello es decir, de su derecho a las justas armas. Las guerras “por el más o el menos” pueden ser tan feroces, violentas, vejatorias y sangrientas como las primeras y la diferencia entre ambas no tiene que ver con su intensidad, su duración o el horror que sean capaces de producir, sino con la posibilidad de la negociación, de llegar a acuerdos, así estos sean contingentes y precarios, de entenderse con el enemigo y parlamentar con él; de firmar armisticios y exponsiones; de ofrecer indultos y amnistías a través de los cuales se lograse alguna forma de reincorporación de los vencidos al corpus político, cosa que en las guerras por “el todo o nada” son impensables, pues con el enemigo absoluto no se puede convivir en el mismo espacio. Es cierto que los vencidos se vieron obligados a otorgar al Estado –a los vencedores– bienes, dinero y lealtad, pero al mismo tiempo adquirieron derechos de reparación, expresión y compensación y recuperaron su estatus ciudadano, lo que les permitió actuar en los mismos escenarios públicos con los vencedores. Durante el siglo XIX, existió un mínimo consenso sobre el orden político; los que se trenzaron en las guerras compartieron los principios filosóficos y jurídicos del republicanismo; en la Nueva Granada, contrario a lo ocurrido en otros países de América Latina, las veleidades monárquicas no fueron más allá de las propuestas de Bolívar y su grupo en los inicios de la década de 1830 y en el contexto de la disolución de la Gran Colombia que se pretendía evitar por este medio; los “dictatoriales” como fueron llamados por sus contradictores, más que una corona dinástica pretendían instaurar un Estado fuerte, centralizado y regido por militares, a su juicio, el único capaz de controlar la inestabilidad política y las fragilidades propias de la democracia. La propuesta dictatorial se desdibujó rápidamente y aunque con matices y énfasis distintos, los dos partidos apoyaron la instauración de un sistema político, electivo y representativo, regido por la constitución y la ley, en el centro del cual se levantaba la figura del ciudadano y sus derechos; es decir, lograron un consesus iuris de corte republicano; además, la intensa actividad negociadora que se desplegó en las guerras, deja pensar que pese a la intemperancia de las palabras y la violencia de las acciones, la posibilidad de los acuerdos y los pactos fue un horizonte siempre abierto y se recurrió a ellos de manera permanente cuando el devenir del conflicto lo hizo necesario. 40

Lo que parece haber predominado en las confrontaciones armadas de la primera mitad del siglo XIX fue una mixtura bastante compleja y por lo demás sugestiva entre guerra y negociación; entre los lenguajes de los agravios y la sangre derramada, con los del perdón y la reconciliación; entre el cálculo racional medios-fines para negociar o suspender la guerra, y el sectarismo o “espíritu de partido” que optaba por derrotas definitivas y contundentes; entre la radicalidad del momento prebélico cuando era necesario movilizar la opinión en torno a la necesidad de la guerra y las conciliaciones de la postguerra, cuando lo que se requería era poner en acción “la filigrana de la paz” y garantizar un mínimo de orden en situaciones donde el control político presentaba grandes dificultades. La contingencia y la inestabilidad políticas; la dificultad para garantizar la soberanía en un territorio extenso y desintegrado; la ausencia de victorias decisivas entre las partes contendientes y el consecuente temor, siempre presente, a que una nueva guerra o un triunfo electoral llevase a los enemigos a detentar el poder; la incertidumbre sobre la capacidad del Estado para ejercer control y garantizar el orden, pudiesen brindar las claves para entender esta combinación aparentemente paradójica entre guerra y negociación.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 42-56

GLOBALIZACIÓN Y GUERRA: UNA COMPLEJA RELACIÓN Hugo Fazio Vengoa*

Resumen El artículo plantea el papel de la globalización en la configuración de las nuevas modalidades de conflicto en las que se desdibujan las fronteras entre lo que se conoce por guerra, crimen organizado y violaciones a los derechos humanos. Se explican conceptos como los de sociedad global, perfil globalizante y globalización intensa y se los utiliza para desentrañar las nuevas dinámicas de la globalización. Se estima que las guerras, sin dejar de ser eminentemente locales, pueden ampliar sus secuelas y retroalimentaciones bajo la globalización. Se propone, como fundamento explicativo de la misma, el concepto de resonancia, circunstancia originaria de la naciente sociedad global y clave analítica para desentrañar los tejidos, las oleadas y las redes que nutren, a la vez que sirven de escenario, a los nuevos conflictos.

Palabras clave: Terrorismo, globalización intensa, guerra, guerra global, resonancia.

Abstract The article presents the role of the globalization in the configuration of new modalities of conflict in which the borders among what is known as war, organized crime and violations to the human rights are not clear. Concepts like global society, global profile and intense globalization are explained and they are used to understand the new dynamics of the globalization. It is estimated that wars, without stop being eminently local, can expand their consequences under the globalization. It is proposed, as an explanatory principle, the concept of resonance, native circumstance of the rising global society and analytic key and to understand the waves and the networks that nurture, at the same time that serve as setting, to the new conflicts.

Key words: Terrorism, intense globalization, war, global war, resonance.

Con ocasión de los prolongados conflictos yugoslavos y de los sucesos del 11 de septiembre del 2001, un importante grupo de analistas internacionales comenzó a interesarse por las variadas formas que asumen las guerras en condiciones de intensa globalización. Con el

ánimo de aprehender las particularidades de este tipo de fenómenos en el mundo de posguerra fría, la mayor parte de estos analistas ha emprendido un ejercicio comparativo con formas anteriores de guerra, y de las disimilitudes que registran las guerras actuales con respecto a las pasadas infieren los puntos de convergencia que se presentan entre estas modalidades de conflicto y la globalización. A partir de tal perspectiva argumentativa, estos estudiosos subrayan que desde la aparición del Estado moderno en Europa hasta finales del siglo XX, las guerras desempeñaron un papel central en la vida de las naciones. Reiteradamente se remiten a la monumental obra de Michael Mann, Las fuentes del poder social, para demostrar que hasta bien entrado el siglo XX más de la mitad de los recursos del Estado se destinaban a las funciones militares,1 siendo el desempeño militar uno de los principales estímulos para aumentar las finanzas del Estado y desarrollar el espacio nacional. En este importante papel que le correspondió al poder militar, influyeron distintos elementos, tales como las ambiciones de los gobernantes, consideraciones de índole interna así como también la dinámica misma que asumió el sistema internacional, pues “los Estados individuales, para garantizar su propia seguridad, debían prepararse para la guerra, un proceso que bastaba para generar inseguridad en los demás Estados y los llevaba a responder con la misma moneda. En pocas palabras, los Estados se armaban y se militarizaban en parte para aumentar su propia seguridad y, al hacerlo, aumentaban la inseguridad de los otros Estados, que a su vez recurrían al armamentismo. De ese modo, todos los Estados se hallaban en condiciones de menor seguridad.”2 Durante este proceso de consolidación y fortalecimiento de los Estados, se asistió a varias modalidades de guerras: las primeras, predominantes en los siglos XVII y XVIII eran espacialmente limitadas, aunque a veces de muy larga duración, y respondían a la necesidad de asentar el poder por parte de los Estados absolutistas; después se presentó una nueva etapa que abarcó casi todo el siglo XIX, la cual se caracterizó porque las guerras asumieron un formato nacional y revolucionario y se centraban en lo fundamental en torno a la problemática de la creación de los Estados-

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Profesor Titular del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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Michael Mann, Las fuentes del poder social, Madrid, Alianza Universidad, 1997, Tomo 2, págs. 525-578. David Held, Democracia y orden global. Del Estado moderno al gobierno cosmopolita, Barcelona, Paidós, 1997, págs. 77-78.


Globalización y guerra: una compleja relación

naciones; a continuación, se ingresó a una época de las guerras totales de principios del siglo XX (primera y segunda guerra mundial), con un alto contenido ideológico, nacionalista y político y, por último, el mundo tuvo que enfrentar la “imaginaria” guerra fría, basada en la disuasión nuclear, cristalizada en torno a ciertos referentes políticos e ideológicos que le daban sustento y coherencia. Todos estos tipos de guerra,3 aun cuando obedecieran a modalidades bélicas diferentes, dado que eran singulares en cuanto a sus objetivos, disímiles en los tipos de ejércitos que empleaban, en la técnica militar y en la economía de guerra, compartían ciertos rasgos comunes: eran formas de violencia organizada por Estados o por grupos políticos concebidos por motivos políticos; quienes recurrían a la guerra se proponían ejercer un control sobre ciertos espacios territoriales, establecían una distinción más o menos espontánea entre lo interno y lo externo, lo público y lo privado; reproducían una aproximadamente clara diferenciación entre la guerra, por un lado, y los otros tipos de conflicto y violencia, por el otro; el Estado actuaba como agente “organizador” de la guerra, los ejércitos, aun cuando fuesen guerras civiles, se ordenaban jerárquicamente y la economía de guerra se estructuraba desde un punto de vista estatal y “nacional”. A diferencia de ello, las ampliamente documentadas guerras en la antigua Yugoslavia,4 a las que se suman los conflictos en Timor Oriental, Somalia, Burundi, Rwanda y Afganistán, habrían comenzado a demostrar que en el mundo de posguerra fría, la noción misma de guerra habría sufrido una profunda transformación. Desde la década de los años noventa del siglo XX, se estaría asistiendo a una “nueva” modalidad de conflicto, la cual no constituiría una etapa más reciente en la ya de por sí larga evolución de las guerras modernas. En su esencia, estas nuevas formas de conflicto responden a lógicas y desarrollan unas dinámicas tan distintas de las anteriores que Mary Kaldor las define como “nuevas guerras”. Como señala Kaldor, numerosos son los elementos que particularizan estos nuevos tipos de conflicto: se desdibujan las fronteras que antes eran más o menos evidentes entre la guerra en sentido convencional, el crimen organizado y las violaciones a gran escala de los

Véase Mary Kaldor, Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, Barcelona, Tusquets, 2001, introducción y capítulo primero. 4 Véase un interesante análisis de las nuevas guerras en Yugoslavia y en otros lugares del mundo, en Michel Ignatieff, El honor del guerrero, Barcelona, Tusquets, 1998.

derechos humanos; muchas de ellas surgen en un contexto de erosión de la autonomía del Estado o de desintegración del mismo; en su modus operandi realizan una extraña simbiosis entre, de una parte, elementos de la guerra de guerrillas, dado que eluden las grandes concentraciones de fuerza militar y los enfrentamientos entre ejércitos, y las acciones de contra insurgencia (v. gr. limpieza étnica), de la otra; la mayor parte de la violencia se dirige contra la población civil (si a inicios del siglo XX la relación de bajas entre militares y civiles era de 8:1, hoy en día es de 1:8); emplean técnicas de desestabilización dirigidas a sembrar el miedo y el odio entre la población civil; en cuanto a sus contingentes, distantes se encuentran de la época en que predominaban los ejércitos jerarquizados porque están conformadas por unidades descentralizadas y privatizadas (los señores de la guerra), así como por grupos paramilitares, caudillos locales, bandas criminales, elementos de la policía, grupos mercenarios y ciertos elementos de los ejércitos regulares y, por último, organizan una economía de la guerra en torno al mercado negro, la captación de recursos y apoyos externos, el saqueo, y las exacciones. “Todas estas fuentes sólo pueden mantenerse a través de la violencia permanente, de modo que la lógica de la guerra se incorpora a la marcha de la economía.”5 Si los conflictos yugoslavos contribuyeron a la definición de nuevas modalidades de guerra, el ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001 amplió el diapasón argumentativo de estos analistas, dado que este cruel ataque sería la más clara demostración de que el mundo se encuentra igualmente frente a un nuevo tipo de amenaza: el terrorismo global. Este puede interpretarse como “aquel que, en un mundo globalizado, emplea todos los recursos disponibles: desde el recurso a fanáticos de una religión extendida en gran parte del planeta, hasta la explotación de un profundo sentimiento de humillación de toda una cultura, pasando por la organización en red o el uso de todas las capacidades para incrementar la eficacia del terror, sacando provecho de las nuevas tecnologías.” 6 Entre las principales particularidades de este terrorismo se destaca el hecho de ser global, se encuentra sustancialmente privatizado, no atiende a limitaciones y se ha extendido por todo el orbe. Esta difusión a escala planetaria no sólo obedecería a la incidencia que el

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5 6

Mary Kaldor, 2001, op. cit, pág. 24. Narcís Serra i Serra, “La militarización de la política exterior de Bush”, en El País, 7 de abril del 2003.

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proceso de globalización ha tenido sobre dicho fenómeno, aunque los avances tecnológicos aplicados a los flujos de información, las comunicaciones, el transporte y el movimiento de capitales lo hayan propiciado. Detrás hay también un plan deliberado. Osama Bin Laden lo declaró enfáticamente en agosto de 1996: “La orden de matar a los americanos y sus aliados, civiles y militares, es una obligación individual para todo musulmán, que puede hacerlo en cualquier país donde sea posible.”7 Según Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, este terrorismo es global, en cuanto a su organización, pero también en lo que se refiere a su alcance y objetivos. Carece de reivindicaciones precisas y no demanda ni la independencia de un territorio, ni exige concesiones políticas concretas, ni anhela la instauración de un tipo particular de régimen. “Esta nueva forma de terror se manifiesta como una especie de castigo o de punición contra un comportamiento general, sin mayor precisión, de los Estados Unidos y más ampliamente de los países occidentales.”8 Este terrorismo sería un fenómeno de nuevo cuño porque se basa en la acción de redes transnacionales que actúan como organizaciones no gubernamentales, de manera descentralizada, y sin territorio. “Se dice que los Estados son imprescindibles para la estructuración de redes terroristas transnacionales. Pero quizá es precisamente la ausencia de Estados, la inexistencia de estructuras en funcionamiento el caldo de cultivo para las actividades terroristas.”9 El internacionalista Joseph Nye ofrece una atractiva explicación de este fenómeno. Sostiene que este terrorismo global es mucho más mortal y difícil de controlar que las experiencias terroristas de viejo cuño. Es decir, reconoce que si bien el terrorismo ha sido una práctica que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia, el actual comportaría un conjunto de novedades que lo convierten en una experiencia sin parangón con respecto a las experiencias pasadas. Joseph Nye distingue dos tipos de tendencias que han incidido en este cambio de naturaleza del fenómeno terrorista. El primero gravita en torno a la economía y a la tecnología. “Las fuerzas del mercado y la apertura se combinan para aumentar la eficacia de muchos

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Fernando Reinares, “Objetivo: el mundo entero”, en El País, 1 de junio del 2003. Ignacio Ramonet, “Le nouveau visage du monde”, en Le Monde diplomatique, Paris, diciembre del 2001. Ulrich Beck, “El silencio de las palabras”, en El País, 16 de diciembre del 2001.

sistemas más vitales, como el transporte, la información y la energía, pero también los hace más vulnerables. La democratización de la tecnología hace posible que los instrumentos de destrucción masiva sean más pequeños y más baratos y que se pueda acceder a ellos más fácilmente.” Los grandes desarrollos tecnológicos y el empequeñecimiento han desempeñado un papel de primer orden en la medida en que mientras antes las bombas y los temporizadores eran pesados y caros, en la actualidad los explosivos plásticos y los temporizadores digitales son ligeros y baratos. Seguramente, el arma de destrucción masiva que más probablemente pueden utilizar estos grupos no será el armamento nuclear, sino las armas biológicas, la llamada “bomba nuclear de los pobres,” que tienen un bajo costo y son fáciles de construir gracias a los importantes avances registrados por la ingeniería genética. Pero también los terroristas se han beneficiado de los grandes avances que ha registrado la tecnología de la información y de las comunicaciones, pues estos adelantos les han proporcionado medios de comunicación y de organización muy baratos, lo que permite que unos grupos que antes sólo podían operar en jurisdicciones policiales y nacionales alcancen una cobertura internacional. El analista norteamericano recuerda que hace treinta años, la comunicación mundial instantánea estaba restringida básicamente a las grandes entidades que disponían de gruesos presupuestos. Pero, con el desarrollo de internet se ha vuelto prácticamente instantánea, además de gratuita. De acuerdo con Nye, el otro tipo de tendencias se refiere a los cambios en la motivación y en la estructura de los grupos terroristas. A diferencia de los grupos que desplegaron sus actividades durante gran parte del siglo XX, aquellos solían tener unos objetivos políticos relativamente bien definidos, entre los cuales no tenía cabida la destrucción masiva pues socavaba el necesario apoyo social. En ocasiones, esos grupos recibían apoyo de los gobiernos y éstos, encubiertamente, los controlaban. “Pero ahora cambió la forma misma en que operan las organizaciones terroristas. La red Al Qaeda compuesta por decenas de miles de personas, vagamente afiliadas en células en unos 60 países, le proporciona una escala que sobrepasa lo visto hasta la fecha. Las nuevas tecnologías han puesto en manos de grupos e individuos descarriados poderes destructivos que antiguamente estaban limitados a los gobiernos. Si extrapolamos estas tendencias y suponemos que algún grupo descarriado logra acceder a materiales biológicos o nucleares, es posible imaginar a terroristas asesinando a millones de personas. Para matar a tanta gente, unos descentrados como Hitler y Stalin


Globalización y guerra: una compleja relación

necesitaron gobiernos totalitarios. Pero ahora es fácil imaginarse a grupos y/o individuos alineados matando a millones sin apoyo del Estado. Precisamente esta privatización de la guerra ha modificado radicalmente la política mundial.”10 A la pregunta ¿en qué estriba la especificidad de estas nuevas modalidades de conflicto?, la respuesta de todos estos analistas se resume en una palabra: globalización. Son conflictos que tienen lugar en un contexto en el cual se han intensificado las tendencias globalizantes y se desenvuelven a través de los circuitos y oportunidades que crea la misma globalización. Al respecto, el politólogo Benjamín Barber hace un tiempo sostenía que los terroristas tienen una mejor percepción de la naturaleza de este proceso que los gobernantes de Estados Unidos. “Entienden que forman parte de una infraestructura internacional que ninguna nación –por muy poderosa que sea- puede controlar por sí sola. Saben que no corren riesgo sólo porque los Estados ‘anfitriones’ que están utilizando sean atacados y destruidos; porque el terrorismo incluye organismos mutables, móviles y flexibles que no tienen una patria concreta. Pueden establecerse en y entre amigos (en Pakistán, Egipto o Alemania o Florida). Si las erradicas de Afganistán, reaparecerán en Indonesia o en Sudán o en Filipinas, o pasarán desapercibidos, fundiéndose entre la gente de su misma etnia (como los talibanes supervivientes en Afganistán) o explotando el multiculturalismo de sus adversarios (como es posible que estén haciendo inmigrantes o trabajadores extranjeros en Marsella o en Nueva York). La interdependencia significa que el terrorismo no puede ser decapitado: porque es un sistema cuyas conexiones son más críticas que sus células constituyentes.”11 Las derivaciones que se desprenden de la retroalimentación entre estas modalidades de conflicto y el complejo ambiente en el cual se desenvuelven las sociedades modernas tienen una gran relevancia porque sugieren importantes indicios que ayudan a entender mejor la cambiante naturaleza de los conflictos en el mundo de hoy y, cómo éstos constituyen un espejo en el cual se refractan las sociedades y los regímenes políticos, los ordenamientos jurídicos, los universos culturales y la misma vida cotidiana de las personas, proveen de importantes indicaciones de la transformación que está experimentando el mundo en la

10 Joseph S. Nye, “La privatización de la guerra”, en El País, 29 de enero del 2003. 11 Benjamín Barber, “Lo que EE.UU. ha aprendido y lo que no”, en El País, 7 de septiembre del 2002.

actualidad. Así, por ejemplo, cuando se sostiene que estos conflictos se están convirtiendo en guerras globales, se está transmutando el estatuto normativo y la clave interpretativa de la misma sociedad global. A partir de este presupuesto se puede colegir que una diferencia fundamental con respecto a las viejas guerras radica en que las anteriores se desenvolvían en un ambiente externo, eran posibles de obviar, se podía participar o mantenerse al margen, se podían, incluso, aislar. Una guerra global es una totalidad incluyente porque todo individuo se encuentra geográfica o espacialmente inmerso en el conflicto, dado que ésta carece de confines e incluso participa en su proyección temporal porque una guerra global se renueva en el tiempo. No es casualidad que con esta mutación de la guerra, se altere también el pensamiento de la misma. Si antes se argumentaba en torno a la guerra justa, ahora se habla de guerra preventiva.12 Segundo, descifrar su naturaleza se convierte en un asunto muy importante porque estas nuevas guerras mantienen como una de sus principales constantes el hecho de encontrarse compenetradas con las distintas dinámicas de la globalización. Sin duda que uno de los rasgos básicos de estos nuevos conflictos consiste en que potencian al máximo una dimensión privada, tanto en lo que respecta a la iniciativa, la organización, así como a la ejecución misma de las guerras. En buena parte, esta dimensión privada de las guerras no es otra cosa que la penetración de la lógica del mercado en el desarrollo de los actuales conflictos. Esta característica constituye, en efecto, uno de los puentes más sólidos que existe entre las guerras y la globalización. Pero cabría entonces formular otra pregunta más específica, ¿si estas nuevas guerras al igual que el terrorismo global se alimentan de la globalización, utilizan muchos de sus intersticios y generan consecuencias más allá de sus confines inmediatos, puede sostenerse que se estaría asistiendo a una modalidad globalizada de conflictos? No es posible responder este interrogante sin antes abordar someramente qué se entiende por globalización y cómo este fenómeno ha variado en los últimos años. En aras de la brevedad, conviene recordar que el mundo atraviesa en los inicios de este nuevo milenio una compleja coyuntura histórica. Esta es una coyuntura en la que se entremezclan indistintamente viejas y nuevas prácticas de acción, todas las cuales, a su modo, intervienen en la

12 Raniero La Valle, “Un nuovo pacifismo”, en La Rivista del Manifesto, No. 29, junio del 2002.

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determinación de la política mundial. Si en nuestro presente más inmediato el pasado todavía se proyecta como una poderosa fuerza actuante, se debe, igualmente, reconocer que el mundo transita en la actualidad por una fase particular, la cual se caracteriza por una desmedida sobrecarga del presente. Esta preeminencia del presente o de la urgencia viene dictada por el impacto de los modernos medios de comunicación que enlazan y sincronizan de modo fluido a las distintas sociedades en un permanente presente y en ello interviene también el impacto multiplicador que han tenido algunos procesos y magnos acontecimientos –v. gr. el fin de la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín, la crisis financiera asiática de 1997, el 11 de septiembre del 2001, la intervención en Iraq, etc.- eventos que también están alterando los cimientos mismos sobre los cuales se asientan las sociedades contemporáneas. Si bien todo análisis coyuntural comporta riesgos y dificultades en el esclarecimiento de su proyección, el elemento nodal que le da sustento a este período podemos localizarlo en la intensificación de la globalización. En efecto, uno de los fenómenos más característicos de nuestro presente ha consistido en la acentuación, en términos de volumen, velocidad y compenetración de las tendencias globalizantes en la economía, en la cultura, en el ámbito social y en la política. Si bien la globalización constituye un proceso único, sus manifestaciones, ritmos e intensidades son dispares en las distintas instancias de la vida social. Sin embargo, si observamos el desarrollo tendencial de estas disímiles expresiones, podemos constatar que, a raíz del impulso de diferentes factores y agentes, desde finales de la década de los años sesenta, la globalización económica alcanzó comparativamente mayores niveles de compenetración, para lo cual se benefició del impacto que tuvo el ciclo de hegemonía neoliberal, el incentivo que recibió de los procesos de desregulación y liberalización comercial y financiera y del impulso que obtuvo de las políticas de reconversión económica que tuvieron lugar de manera más o menos sincronizada entre los países en desarrollo, las antiguas economías socialistas y las naciones industrializadas. Esta globalización económica tomó cuerpo a través de la activación de un conjunto de mecanismos que superaban las anteriores fronteras, liberaron la economía del zócalo social y político en que antes se encontraba inscrito e hicieron posible el surgimiento de una economía con ribetes globales que subsumía los espacios económicos nacionales. Con posterioridad a la crisis asiática de 1997, esta triunfante interpretación economicista de la globalización comenzó a ser duramente 46

cuestionada. En ello intervinieron dos tipos de elementos. De una parte, se comprendió que así como jalona el crecimiento, también amplifica las crisis. De la otra, en vastas regiones del planeta la globalización no promocionó ni un take off ni se tradujo en bienestar ni en un mejoramiento de la calidad de vida de las personas. No fue casualidad que a finales de la década, la lectura economicista de la globalización empezara a ser sustituida por visiones que promocionaban otras más compactas. Difícil es por el momento saber a ciencia cierta si durante las décadas pasadas la calidad de las demás transformaciones globalizantes fue en efecto mucho menor o si simplemente fue más opaca. Quizás, el menor cuidado que se le prestó a las formas no económicas de la globalización se debió a la alta notoriedad que alcanzó esta última. Como ésta se apoyaba en la existencia de un conjunto de indicadores, los cuales ilustraban y permitían medir los niveles de compenetración, se asumió que todas las demás formas globalizantes debían comportar características similares o que debían explicarse como una simple irradiación y reflejo de lo que ocurría a nivel económico. Ello explica sin duda por qué, durante gran parte de este período, la globalización cultural, por ejemplo, fue entendida básicamente a través del inusitado desarrollo de las industrias culturales, circunstancia inducida por la intensidad de la compenetración económica a nivel mundial y por el carácter mercantil de los distintos ambientes sociales. Al constatarlo se infirió la idea de que, como efecto de estas industrias culturales y del ocio, el mundo estaba ingresando en un inédito proceso de compactación y homogenización. Pero, a partir de la segunda mitad de la década de los años noventa, fue cuando se empezó a tomar conciencia de que la globalización cultural en realidad creaba una explosiva mezcla que conjugaba indistintamente homogeneidad con diferencia y que estimulaba formas particulares de reapropiarse de lo local por lo global y viceversa.13 En el plano social, la globalización fue entendida en los inicios de este período también como el producto de transformaciones a que estaba dando lugar el tránsito de los anteriores esquemas fordistas a otros de acumulación flexible, proceso que implicaba, además de la alteración de los anteriores rígidos patrones de relaciones laborales, la emergencia de un nuevo esquema de división social: los insertos en la globalización y los excluidos de ella. Sólo de

13 John Tomlinson, Globalización and culture, Cambridge, Polity Press, 1999.


Globalización y guerra: una compleja relación

modo reciente, hacia finales de la década de los noventa, se comenzó a popularizar la idea de que la globalización social también comportaba particularidades propias, que se realizan de una manera diferente de lo que acontece en los otros ámbitos, como por ejemplo, cuando se entrevé la emergencia de una naciente sociedad civil global o de una opinión pública con ribetes también globales. Es decir, al igual que ocurriera con los análisis culturales, lo social en un comienzo fue entendido sólo como resultado de las transformaciones que se estaban presentando a nivel económico. Hoy por hoy, predomina una visión distinta en la medida en que se ha comprendido que en este campo también tienen lugar manifestaciones globalizantes particulares, las cuales, del mismo modo que en la cultura, entran a renegociar con lo económico la representación misma de la globalización. Por último, en el plano político, desde tiempo atrás existían débiles manifestaciones globalizantes, como fueron, en efecto, la misma Guerra Fría, que se convirtió en una particular forma de globalización de la política o la universalidad de ciertos principios enarbolados por la ONU como, por ejemplo, los derechos humanos. Sin embargo, la globalización política también fue entendida como un reflejo de las transformaciones que estaban sacudiendo el edificio económico de las sociedades. La expansión del liberalizado mercado al destruir el anterior equilibrio existente entre el Estado y el mercado, a favor de este último, estaba creando un escenario en el cual el primero empezaba a quedar privado parcialmente de herramientas y facultades para intervenir en los asuntos económicos, sociales e incluso, a veces, políticos. No fue casualidad que como lo político se entendía simplemente como reflejo de lo económico, no faltaran autorizadas voces que argumentaban que la globalización simplemente no podía ser un asunto político. Este tipo de argumentaciones, bastante usuales, sobre todo en los análisis politológicos, por lo general, se dejaba llevar por una visión un tanto mecanicista y simplista de la globalización y se ha convertido en una demostración de que en el seno de las ciencias sociales se tardó mucho en comprender la globalización como un fenómeno polivalente, causado y causante, que exhibe una gran capacidad transformadora, que trasciende con creces sus manifestaciones económicas o mundiales, pues altera, al mismo tiempo, lo global y lo local, lo general y lo particular y los cimientos así como las manifestaciones más superestructurales de las sociedades modernas, sean estas desarrolladas o en desarrollo o, para decirlo en otros términos, globalizadas o en vías de globalización.

Pero con el ánimo de juzgar de modo más ecuánime estas interpretaciones iniciales, se podría argumentar que quizá este tipo de lecturas conserva su validez cuando se quiere arrojar luces sobre las particularidades de la globalización en los inicios de esta coyuntura histórica, finales de los sesenta hasta la década de los ochenta, pero resulta ser completamente insuficientes cuando se aborda la fase actual, que es la nuestra. Puede sostenerse que en nuestro presente inmediato más bien se está ingresando en un ciclo en que se ha relentificado la globalización económica, factor inducido por los altos niveles de compenetración que ya ha alcanzado, por el debilitamiento de los referentes universalistas popularizados durante los ciclos anteriores y porque se ha tomado conciencia de que se han disociado sensiblemente los resultados esperados y la experiencia real que esta globalización económica ha creado. Este hecho además, tiene lugar en condiciones en que se está presenciando un inusitado crecimiento en términos de volumen, ritmo y compenetración de las manifestaciones culturales, sociales, imaginarias y, sobre todo, políticas de la globalización. Igualmente, fue común a la mayor parte de esos análisis concebir la globalización como un fenómeno inherente a las transformaciones que tenían lugar entre los países más desarrollados, proceso que sólo a medida que proseguía la senda de su consolidación, terminaba involucrando a las regiones más periféricas, tanto del Este como del Sur. Este es el motivo que explica por qué numerosos autores han interpretado la globalización como una especie de triadización,14 es decir, como una práctica de creciente interpenetración entre Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Lo que no logra captar la mayor parte de estos análisis consiste en que la globalización intensa que debutó a finales de la década de los sesenta, no sólo involucra de modo más directo a los países en desarrollo, sino que también está dando lugar a un tipo de organización más cercana a la experiencia histórica de las naciones más periféricas que a las ricas y avanzadas. Para decirlo en otras palabras, al intensificarse la globalización, las formas “no modernas” no se encuentran en peores condiciones de subsistir y realizarse que las extremadamente modernas. No está de más recordar al sociólogo Ulrich Beck, quien, en uno de sus más recientes trabajos, argumentaba que en la actualidad las naciones desarrolladas dejaron de marcar el rumbo en el proceso de modernización de los países menos desarrollados, pues

14 Vincenç Navarro, Globalización económica, poder político y Estado de bienestar, Madrid, Ariel, 2000.

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estos, en varios aspectos, son los que les muestran a los primeros la imagen de su propio futuro. “En el lado positivo, podríamos enumerar características tales como el desarrollo de sociedades multirreligiosas, multiétnicas y multiculturales, los modelos interculturales (...) En el aspecto negativo, podríamos señalar la extensión del sector informal de la economía y la flexibilización del trabajo, la desregulación legal de grandes sectores de la economía y de las relaciones laborales, la pérdida de legitimidad del Estado, el crecimiento del desempleo y del subempleo, la intervención más enérgica de las corporaciones multinacionales y los elevados índices de violencia y crimen cotidiano.”15 En el fondo, el gran cambio geológico que está experimentando el mundo en la actualidad consiste en que la globalización ha alcanzado unos niveles de intensidad tales que todos los países se encuentran en alto grado compenetrados, incluso aquellos que aparentemente sólo de modo incipiente se han adaptado a estas tendencias. Ello explica por qué muchos de los temas que pueden ser de interés en una región del planeta, en particular, deben analizarse en concordancia con los grandes cambios tectónicos que tienen lugar en el mundo, en su conjunto. Este tipo de profundas transformaciones estructurales, difíciles de observar en la superficie de la vida diaria, ha hecho posible que sobreviniera un cambio cualitativo. En la medida en que se ha intensificado la globalización han aparecido los primeros atisbos que dejan colegir que estamos asistiendo a la emergencia de una sociedad global, de la cual todas las regiones, zonas, localidades e individuos indefectiblemente hacen parte. De ahí que sus temas, problemas y preocupaciones ya no puedan seguirse analizando al margen de las grandes transformaciones que están sacudiendo al mundo en su conjunto. “Una sociedad global que incluye relaciones, procesos y estructuras sociales, económicas, políticas y culturales, aunque operando de manera desigual y contradictoria (...) Pero lo que comienza a predominar, a presentarse como una determinación básica, constitutiva, es la sociedad global, la totalidad en la que poco a poco todo lo demás comienza a parecer parte, segmento, eslabón, momento. Son singularidades o particularidades cuya fisonomía posee al menos un rasgo fundamental, conferido por el todo, por los movimientos de la sociedad civil global.”16

15 Ulrich Beck, La crisis de la sociedad global, México, Siglo XXI, 2002, pág. 5.

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Esta emergente realidad mundial es, sin duda, lo que explica el que ya no podamos seguir analizando las opciones, los problemas y las disyuntivas que se expresan en una realidad regional como si fueran situaciones que pudieran explicarse por sí mismas. Ser parte de una emergente sociedad global conduce indefectiblemente a pensar, imaginar y entender las retroalimentaciones deseadas, conscientes o involuntarias que se producen entre las regiones y localidades con las dinámicas propiamente planetarias. La globalización, como proceso, es un fenómeno activo y, en ese sentido, se le concibe mejor si se le observa como una dinámica mutante y cambiante. En su ya larga historia, la globalización ha transitado por numerosas etapas y en el presente nos encontramos en medio de un tercer período de su desenvolvimiento. Este período podemos definirlo como de globalización intensa, momento de grandes incertidumbres, en tanto que ha sido precisamente durante estos años cuando se reforzó el desarraigo de distintas especialidades con respecto al territorio, se comprimió el tiempo, situación inducida por los sistemas flexibles de acumulación y por la renovación de los medios de comunicación, y porque se comenzó a asistir a inéditas formas de desanclaje de los individuos.17 Una breve periodización de este intenso ciclo de globalización nos ayudará a aprehender de manera fácil y rápida los sucesivos cambios que han tenido lugar en el mundo durante estos tres decenios. Este período de intensa globalización, cuyos inicios se remontan a finales de la década de los sesenta, podemos dividirlo esquemáticamente en tres ciclos: el primero constituyó una fase que podemos denominar como la globalización planetarizada, abarca los años comprendidos entre finales de la década de los sesenta (“mayo del 68”) y los iniciales de los setenta (fin de la convertibilidad del dólar y la primera crisis del petróleo) hasta 1989. Definimos este ciclo como planetarizado porque aún conservaba un apego por lo territorial, pero, a diferencia de los ciclos anteriores, durante esta fase la globalización se expresa en una dimensión planetaria y también porque se proyectó en nuevas condiciones el predominio de los esquemas tradicionales de ejercicio del poder tanto económico como político. Durante estos años, se asistió en todo el mundo a

16 Octavio Ianni, La sociedad global, México, Siglo XXI, 1998, pág. 23. 17 Véase una explicación más detallada de estos ciclos en Hugo Fazio Vengoa, La globalización en su historia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2002.


Globalización y guerra: una compleja relación

profundos cambios económicos (tercera revolución industrial, posfordismo o acumulación flexible, intensificación de la globalización financiera), políticos (erosión de los referentes de la guerra fría, interdependencia, emergencia de nuevas potencias), sociales (declive de clases tradicionales –obreros, capitalistas industriales y campesinos-, flexibilización laboral, emergencia de nuevos actores sociales y políticos), culturales (advenimiento de referentes culturales mundiales, consolidación de los mercados culturales, erosión de los anteriores mapas cognitivos), mediáticos (intensificación de la renovación de los medios de comunicación) y discursivos (neoliberalismo). Sin embargo, si en ese entonces no hubo una clara toma de conciencia de la radicalidad de los cambios a los que estaba asistiendo el mundo, ello fue el resultado de que este despliegue globalizante encontraba un límite natural en el rígido guión impuesto por la Guerra Fría. Fue, en el fondo, un período de extendida globalización, pero con manifestaciones todavía dispares en los distintos ámbitos y confines del globo. No obstante las diferencias que asumía este formato en las distintas regiones del planeta, fue durante este ciclo, cuando empezó a intensificarse la globalización en la medida en que ese cúmulo de transformaciones comenzó a crear regularidades en las estrategias de cambio en todas partes del mundo. El segundo ciclo se representa como una globalización sincronizada. Su particularidad consiste en que conjuga las heterogéneas tendencias globalizantes anteriores para ubicarlas dentro de un gran movimiento envolvente. Es en ese sentido que afirmamos que esta fase multiplica en nuevas condiciones el despliegue de la globalización. Este ha sido, por tanto, un breve pero fundamental momento histórico que se inició luego de la caída del muro de Berlín y ha perdurado hasta el ataque terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York. Durante esta fase se interioriza y proyecta en nuevas condiciones la dinámica de la fase anterior, con la única diferencia de que estas distintas manifestaciones globalizantes se sincronizan, se retroalimentan mutuamente y adquieren una dimensión propiamente planetaria, en razón de que desaparecieron muchas de las anteriores “fronteras” (v. gr., el mundo socialista) que obstaculizaban la continua expansión de estas tendencias, y se construyeron nuevos emplazamientos. Por último, con el despuntar del nuevo milenio, se ha presentado un nuevo ciclo que podemos definir como la colisión de las globalizaciones. Este representa una coyuntura, en el sentido politológico del término, en la que actualmente nos encontramos. De este ciclo sólo

conocemos su marco cronológico de inicio: el 11 de septiembre del 2001 y permanece aún abierto su momento de finalización. Desde el día en que se produjo el ataque a las Torres Gemelas al momento actual, se ha asistido a una serie de profundos cambios, los cuales, como tendencia, se han convertido en indicadores que permiten sostener que se está alterando de modo sensible la manera como venía desplegándose la globalización a lo largo de las tres últimas décadas, pero sin llegar a convertirse en una situación como la de los años de entreguerras, cuando se presentó un inédito escenario de desglobalización. Denominamos este ciclo como colisión de globalizaciones porque las tendencias que venían desplegándose desde los ciclos anteriores se proyectan todavía durante esta fase, pero con tres grandes diferencias. La primera consiste en que se ha fragmentado el movimiento envolvente de la globalización, circunstancia que ha obedecido a que se han intensificado sus manifestaciones no económicas, las cuales no sólo están asumiendo formas de expresión distintas de la económica, sino que también reproducen alcances diferenciados. De otra parte, durante este ciclo, distintos actores han acentuado la tendencia a revertir muchas de las preferencias y predisposiciones anteriores, lo cual se ha traducido en una merma en el número y en la calidad de acciones encaminadas a potenciarla. Por último, se visualiza un cambio paradigmático que está alterando la balanza entre la libertad y la seguridad en favor de esta última. Se observa también la existencia de otros factores los cuales del mismo modo están conduciendo a que aumente la réplica de estas colisiones tectónicas. Cabe recordar que uno de los mayores impactos que tuvo el 11 de septiembre fue el haber contribuido más que cualquier otro acontecimiento de nuestro presente inmediato a que se tomara conciencia de que la globalización constituye un fenómeno que trasciende las fronteras de la circulación económica. En efecto, si este ciclo constituye el tercer capítulo de este largo movimiento que hemos definido como de globalización intensa es porque durante estas décadas el fenómeno conserva una alta resonancia. Si bien una lectura del tercer ciclo en una perspectiva de corta duración pareciera sugerir que durante esta fase se estaría ingresando en un período nuevo, en el que aparecerían novedosos elementos que aglutinan y convocan, se llega a otro tipo de conclusión, cuando el problema se visualiza desde el ángulo de la longue durée, porque, no obstante las disimilitudes, se puede constatar que la calidad de las transformaciones de naturaleza más estructural, sobre las 49


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que se precipita la globalización, es tan profunda y ha tejido unos hilos de compenetración tan finos, que incluso el suplantar la libertad por la seguridad terminará siendo, a la postre, un fenómeno bastante episódico y pasajero. La persistencia de estos elementos de continuidad no debe esconder, sin embargo, las novedades de las que este ciclo se hace portador. Desde el debut del nuevo siglo la intensificación de la globalización se viene realizando de modo diferente a las formas que asumiera durante los ciclos anteriores. Si con anterioridad el incremento era más bien de índole cualitativo y sectorial en la medida en que las manifestaciones económicas se constituyeron en el soporte cohesionador de la globalización en las otras esferas sociales, en los inicios del nuevo siglo la intensificación es cuantitativamente sectorial ya que se ha traducido en un poderoso impulso para que adquieran mayor visibilidad las otras manifestaciones del fenómeno, las cuales antes se encontraban rezagadas con respecto a la economía. Al tiempo con que se expanden e intensifican estas otras manifestaciones globalizantes, la expresividad económica deja de detentar el monopolio en la determinación de las pautas y la orientación que asume este fenómeno. En la medida en que lo económico ha ido perdiendo su capacidad conductora, la etapa propiamente neoliberal de la globalización parece estar comenzado a quedar atrás porque además de extinguirse su impulso inicial, el ataque terrorista del 2001 acentuó la propensión al riesgo, elemento propio de las sociedades modernas; aumentó las dosis de volatilidad en el mundo, en general, y sobrepuso otros factores a los exclusivamente económicos en la determinación de la globalización vivida o anhelada. “Los logros del neoliberalismo –un gobierno magro y baratotienden a ser una desventaja en la guerra contra el terrorismo. La precariedad de sus harapientas infraestructuras públicas hizo vulnerable a Estados Unidos en los ataques del 11 de septiembre, la amenaza del ántrax y la seguridad del tráfico aéreo. Ahora ha vuelto el gran gobierno en forma de un enorme Departamento de Seguridad del Territorio Nacional, expansión del ejército y de los servicios de inteligencia, nuevos sistemas de vigilancia, programas de propaganda y apoyo del gobierno federal a las industrias en situación precaria.”18 Esta transmutación en los factores orientadores de la globalización obedece también al hecho de que en

18 Jean Nederveen Pieterse, “Imperio neoliberal”, en El País, 14 de enero del 2003.

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momentos como los actuales cuando un tipo de guerra se convierte en un elemento definidor de la política mundial, se agudizan en todos los ambientes las diferencias que existen entre la globalización y la contienda que libra la actual potencia global. Entre los cambios de mayor envergadura que se pueden observar, se destaca el hecho de que si la globalización se venía realizando durante los dos ciclos anteriores dentro de los marcos de una impetuosa desterritorialización, proceso que, como señala Anthony Giddens, se produce porque en las condiciones de la modernidad, el lugar se vuelve crecientemente fantasmagórico, es decir, los aspectos sociales son penetrados en profundidad y configurados por influencias sociales muy distantes, que se generan a distancias de ellos,19 a partir del 11 de septiembre, los distintos agentes procuran reterritorializar tanto sus acciones como su poder, lo que se ha traducido en un decisivo golpe al neoliberalismo. Esta disociación entre globalización y neoliberalismo no debe interpretarse como un repliegue de la primera o, como ha sostenido el globófobo John Gray,20 que la globalización ha llegado a su fin. Lo que simplemente está ocurriendo es que la anterior convergencia, que llevó a muchos a pensar que globalización y neoliberalismo eran conceptos prácticamente sinónimos, ha comenzado a desdibujarse y que la expansión de estas tendencias proseguirá de manera más desordenada o dentro de otros referentes. Este repliegue del neoliberalismo, de la anterior modalidad de globalización económica y, de suyo también, de la pasada pretensión de configurar el armazón de las relaciones internacionales a partir de las compenetraciones económicas tiene lugar en un contexto en el cual un nuevo común denominador ha entrado a participar: el movimiento se produce en una constelación en la que entran a actuar elementos que apuntan hacia una nueva forma de globalización de la política, uno de cuyos más importantes indicadores lo encontramos en el redimensionamiento del Estado. Pero este reposicionamiento del Estado, así como las nuevas demandas que pesan sobre él, no deben interpretarse como un debilitamiento, sino como un fortalecimiento de la globalización. El 11 de septiembre se convirtió en un punto de inflexión en el desenvolvimiento

19 Anthony Giddens, Las consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1999, pág. 30. 20 Véase, John Micklethwait y Adrian Wooldridge, “From Sarajevo to September 11”, en Policy Review, No. 119, 2003.


Globalización y guerra: una compleja relación

de la globalización, ya que incluso aquellos ámbitos que eran percibidos como monopolios del Estado y que, por tanto, se encontraban al margen de las tendencias centrífugas de la globalización, también entraron en una dinámica de compleja atractividad. Durante toda la época de la Guerra Fría y los primeros años de los noventa, los conflictos y las situaciones de inseguridad económica y financiera podían contenerse dentro de las fronteras nacionales y/o regionales en las que estas situaciones tenían lugar. Con el 11 de septiembre la inseguridad llegó a los mismos países desarrollados y, como tal, demostró que algunos conflictos ya no pueden seguir confinándose dentro de las fronteras regionales, porque por su naturaleza son globales y requieren respuestas de la misma envergadura. Pero esta recuperación del papel del Estado no deja de plantear serios problemas, porque su regeneración tiene lugar en un momento de intensa globalización, lo que sugiere que es cada vez más improbable imaginar que se organice y estabilice el mundo sobre la base de un simple juego interestatal. La globalización exacerba el tránsito de una lógica de bolas de billar que chocan entre sí, a una de flujos que se entremezclan. De ahí surge la idea de que la gobernabilidad mundial que subentiende toda fórmula de regulación mundial ya no sea reductible a un canon exclusivo de los Estados. Cuando se habla de gobernabilidad no se está aludiendo sólo a los gobiernos. La gobernabilidad remite fundamentalmente a la idea de que las elecciones y las decisiones pasen cada vez más por juegos de transacciones entre actores de diferente naturaleza más que por una lógica jerárquica en la que un actor -el Estado- dictaría sus conducta a los otros. Esta es la razón de por qué la idea de la gobernabilidad excluye la perspectiva de un super Estado macro regional o mundial.21 Pero lo más importante es, como lo sugiere Beck, que no nos referimos al Estado en su acepción tradicional y menos aún al legendario Estado nación. “El interés nacional de los Estados los fuerza a desnacionalizarse y a transnacionalizarse, es decir, a renunciar a la soberanía para resolver sus problemas nacionales en un mundo globalizado”. Como precisa el sociólogo alemán, la revalorización del Estado no significa el resurgimiento del Estado nacional sino de los Estados transnacionales

cooperantes.22 Ello, en parte, viene determinado por los mismos acontecimientos que han trastocado la noción misma de seguridad. En un mundo que se globaliza, el atentado a las Torres demuestra que se requiere el apoyo de todo el mundo para afianzar la seguridad internacional pero también para hacer factible la seguridad interior. Las fronteras de lo interno y lo externo se han vuelto aún más porosas, porque el mundo es interdependiente y ello exige sellar compromisos de negociación a nivel transnacional para resolver los problemas más acuciantes a los que el mundo y todas las colectividades deberán enfrentarse. Todos estos abruptos cambios han entrañado, de esta manera, un vuelco fundamental en la perspectiva que venía pregonando y practicando la expansión de las tendencias globalizantes en los años anteriores. Un rasgo fundamental que se ha acentuado durante este ciclo consiste en el deseo deliberado por parte de grandes actores de intentar conducir la globalización por unos derroteros determinados, con el propósito de contrarrestar efectos considerados como funestos. Durante los dos ciclos anteriores fue común el hecho de que la desregulación y liberalización se tradujeran en una liberación de prácticas que terminaban minando la capacidad misma de varios de los más importantes agentes por asegurar al proceso una direccionalidad deseada. Otra importante diferencia de este y los anteriores ciclos de globalización se visualiza en el hecho de que se ha producido un gran cambio en las expectativas que ella despierta. Si en términos generales durante el ciclo anterior existía una inclinación por asociar globalización con bienestar, crecimiento y mayor armonía y seguridad en todo el mundo, los ataques del 11 de septiembre se convirtieron en el “Chernobil de la globalización.”23 No es fortuito, por tanto, que en los últimos años haya adquirido cada vez más fuerza la proclividad de muchos por bajarse o dirigir el tren de la globalización, debido a que cada vez aumenta el grupo de los perdedores o de los marginados de la misma. Si esto se ha convertido en una pretensión evidente en el caso de las autoridades de los Estados Unidos cuando intenta introducir nuevos limes, una situación similar se está presentado con los movimientos antiglobalización, los cuales después de haber pregonado a los cuatro vientos su propósito de descender del tren de la globalización, en la actualidad comparten la idea de que no es posible

21 Zaki Laïdi, “Etat, politique et mondialisation”, en Studia politica. Roman Political Science Review, vol. 1, No. 3, 2001.

22 Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización?, Barcelona, Paidós, 1998. 23 Ulrich Beck, El País, 8 de febrero del 2003.

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manifestarse en contra de este proceso, pues la globalización se ha convertido en un fenómeno que entrelaza a todas las sociedades, incluidas las que todavía se mantienen apegadas a posiciones antisistémicas. La observación de la dinámica de la globalización en los inicios del nuevo siglo, en condiciones en que se atomizó el antiguo movimiento envolvente que encontraba en su dimensión económica el nervio central, conduce a un cambio de perspectiva en el análisis de la globalización y demuestra que este fenómeno carece de causalidades últimas y que sus impactos son más bien el producto de determinadas resonancias que producen ciertos acontecimientos, coyunturas y procesos. Cuando hacemos referencia a que se expresa como resonancia, estamos insistiendo en que la globalización intensa no puede interpretarse en términos de causas y efectos, debido precisamente a los innumerables entrecruzamientos que existen. Zaki Laïdi, al respecto, la examina como “la entrada simbólica del mundo en la intimidad social y cultural de cada sociedad, con los efectos en cadena que esta proximidad, deseada o temida, real o fantasmagórica, entraña en nuestra manera de ver, de comprender, de experimentar el mundo”. La globalización no es, por tanto, “una simple cuenta de series estadísticas de comercio e inversión; también es una representación del mundo; es una fenomenología del mundo porque incluye hechos y concepciones que se tiene de ellos, así como la capacidad de estos acontecimientos a encadenarse los unos con los otros, a entrar en resonancia y, en ese aspecto, producir sentido.”24 Una vez que hemos identificado las características inmanentes de la intensa globalización actual, tal como lo demuestra la experiencia del mundo en los albores del siglo XXI, podemos intentar dar respuesta al interrogante que formulábamos con anterioridad cuando preguntábamos si las nuevas modalidades de guerra y conflicto permiten sostener que nos encontramos frente a un fenómeno que ha adquirido un alcance global. La principal particularidad al intensificarse la globalización consiste en que produce numerosos entrecruzamientos entre una gama tan amplia de variables que éstas ya no pueden explicarse en términos de causalidad (exposición de causas y efectos), razón por la cual se deben establecer enlaces diferenciados entre los distintos elementos. Un análisis en términos de resonancia sugiere que por más que podamos establecer a

ciencia cierta las causas de los conflictos, de éstas no podemos inferir las consecuencias de los mismos, así como de los resultados tampoco podemos extraer las motivaciones que dieron lugar a esas guerras. En condiciones de intensa globalización no pueden existir explicaciones definitivas o en última instancia. A lo sumo se puede intentar establecer un orden jerárquico de ellas y deducir la lógica de la resonancia entre los distintos elementos. El término de guerra global puede utilizarse, incluso con reservas, porque se inscribe dentro de la etapa internacionalizada de la globalización, sólo en relación con tres acontecimientos que establecieron un claro nexo entre globalización y guerra. El primero de estos acontecimientos fue el conflicto bélico conocido como “la Gran Guerra” (1914-1918).25 Entre las numerosas contiendas que habían sacudido el mundo en el transcurso de los últimos siglos, ninguna anterior se asemejaba a ésta. Todas, incluida la guerra de los Treinta Años, habían sido conflictos localizados, se desarrollaban en sus zonas de influencia inmediata, en el radio de acción de los medios bélicos entonces existentes. La Primera Guerra Mundial tuvo su epicentro en el Viejo Continente, pero con la disputa por el control de las rutas marítimas, envolvió a regiones distantes, incluso la zona costera atlántica de América del Sur. Fue una guerra en la que participaron todas las grandes potencias, la mayor parte de los Estados se alineó en uno de los bandos y no fueron pocos los países extra europeos que enviaron soldados a participar en los escenarios de conflicto. Más allá de sus nefastas consecuencias, esta guerra exacerbó el nacionalismo, desató las pasiones imperialistas y, en razón de la fusión entre la política y la economía, propia del imperialismo, tensionó la repartición del mundo en esferas de influencia. Esta asociación entre política y economía, fenómeno que siempre ha estado en el trasfondo del desarrollo de la globalización, se convirtió en uno de los detonantes principales. En ese sentido, no sería equivocado decir que esta guerra fue una expresión de la manera como en ese entonces se expresaba la globalización (territorializada), en la que se enmarcaba la necesidad que para los países centrales representaba la repartición del mundo en zonas de influencia, para poder seguir así participando de las tendencias globalizantes desde una posición autocentrada. En su esencia fue un evento que se inscribió en la lógica de desarrollo de la

24 Laïdi Zaki, “La mondialisation comme phénoménologie du monde”, en Projet, No. 262, verano, 2000.

25 Marc Ferro, La Gran Guerra, Madrid, Alianza, 1980.

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Globalización y guerra: una compleja relación

globalización política en tanto que procuró ser una respuesta a los desajustes que en el ámbito político y militar existían entre las potencias reinantes, intentó dirimir las tensiones que se presentaban a nivel del control de los circuitos económicos y buscaba, además, conservar la centralidad del Estado como actor conductor de la vida internacional en condiciones en que las nuevas fuerzas económicas estaban empezando a romper ese monopolio. El otro acontecimiento fue la Segunda Guerra Mundial, evento bisagra que, al tiempo que implicó una profundización de las tendencias desglobalizantes a que había dado lugar el anterior conflicto bélico mundial, ya que aceleró al máximo el fraccionamiento entre los países en competencias territorializadas, supuso igualmente un importante cambio de perspectiva. Con las alianzas políticas y militares que se crearon en medio del conflicto y con la conciencia que se alcanzó en torno a la necesidad de dar inicio a un ordenamiento mundial que previniera tal tipo de situaciones, se crearon las condiciones para el avance hacia una nueva forma de mundialización. En buena medida esta toma de conciencia estuvo motivada por el hecho de que durante el conflicto se produjeron grandes pérdidas humanas y de activos de capital existente y que dada la capacidad destructiva efectiva era necesario prevenir la repetición de tales de situaciones. A diferencia del anterior conflicto mundial, el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial fue estimulado por el contexto de desglobalización a que había llegado el mundo en la década de los años treinta, pero en su desenlace aportó soluciones para revertir dicha tendencia. Entre estas encontramos, además, la creación de organismos políticos y económicos multilaterales –la ONU, el GATT, el FMI, el Banco Mundial, etc.– y las condiciones que se crearon para impulsar el crecimiento económico y, en general, el desarrollo en un contexto de elevada interdependencia. Estas guerras, que en su desenvolvimiento tuvieron un alcance planetario, fueron fenómenos que se mantuvieron apegados a una lógica de tipo mundial, más que propiamente global, en la medida en que los factores que las impulsaron, la manera como se condujeron y los objetivos que se trazaban seguían inscritos en una dimensión territorial, aun cuando a nivel de los imaginarios se les identificaba como conflictos inéditos y globales, en cuanto a su naturaleza y capacidad destructora. El único conflicto que se ajusta más al concepto de global fue la Guerra Fría, que dio origen a la emergencia de un vector (el eje Este-Oeste), estructurador de las relaciones internacionales, regulado con base en la disuasión nuclear y en la carrera armamentista, al cual se supeditaban o a

través del cual se expresaba prácticamente la totalidad de los conflictos e intereses internacionales. Durante esa época, las otras fuentes de rivalidad o conflicto (como el quiebre Norte-Sur) quedaron eclipsadas o terminaron reproduciéndose dentro de la lógica política que se derivaba de la Guerra Fría. La Guerra Fría puede considerarse también como una forma particular de globalización política. Además de reproducir un eje en torno al cual se expresan todas las situaciones y conflictos a escala nacional (en la mayor parte de los países las divisiones políticas se correspondían con el referente izquierda-derecha, socialismo-capitalismo, pro soviético y pro norteamericano), regional (OTAN contra el Pacto de Varsovia), internacional (Este-Oeste) y mundial (competición intersistémica), y de sobreponer dos referentes ideológicos (el mundo libre y el socialismo en la versión soviética), las superpotencias desarrollaron actividades y mantuvieron una presencia constante a lo largo y ancho de todo el planeta. “La Guerra Fría constituyó un sistema único de relaciones de poder globales que, paradójicamente, dividía al mundo en campos rivales y al mismo tiempo lo unificaban dentro de un orden militar mundial estratégicamente interconectado.”26 La Guerra Fría introdujo igualmente nuevos procedimientos a través de los cuales se expresaba la hegemonía por parte de una de estas superpotencias, los Estados Unidos. Mientras la Unión Soviética “defendía una concepción clásica, territorial y político militar del poderío, Estados Unidos desplegaba una capacidad desterritorializada, sistémica, alimentada de relaciones informales que daban origen a un juego de redes.”27 Es decir, la potencia americana disponía de hilos más finos para seguir manteniendo su control una vez que la bipolaridad entrara a su ocaso y para adaptarse a las redes de interpenetración política, social, económica, simbólica y cultural a que daba lugar la intensificación de las tendencias globalizantes. Fuera de estos acontecimientos, las otras formas de conflicto más recientes difícilmente pueden inscribirse dentro de una perspectiva global. La guerra contra el terrorismo internacional, por ejemplo, sólo frugalmente puede catalogarse como dentro de este grupo. Luego de los sucesos del 11 de septiembre, el gobierno de George Bush declaró su guerra global contra el terrorismo. En un

26 David Held, Transformaciones globales. Política, economía y cultura, México, Oxford University Press, 2002, pág. 88. 27 Marie-Claude Smouth, Les nouvelles relations internationales. Pratiques et théories, París, Presses de Science Po, 1998, págs. 48-49.

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comienzo se pensó en la validez conceptual de este tipo de guerra en cuanto a que se estaba encarando a un grupo armado transnacional (v. gr. los muyahidín). Entre estos, sin duda, el más importante ha sido el grupo Al Qaeda (término, por supuesto globalizado en su misma esencia, puesto que significa banco de datos y alude a los cientos de personas cuyos nombres quedaron inscritos en la lista porque asistieron a los campos de entrenamiento de Osama Bin Laden). Esta organización ha reclutado a su gente en Arabia Saudita, Yemen, Argelia, Marruecos, Iraq y Libia, etc., también recurre a los modernos medios de transporte, se aprovecha de las redes financieras transnacionales, utiliza ampliamente los modernos medios de comunicación y se propone como objetivo la creación de grupos transnacionales que defiendan y justifiquen sus actos y pregonen sus ideas. Un análisis más minucioso del problema deja ver que si bien Al Qaeda demostró una gran capacidad para infligir grandes daños y traumatismo, ocasionar un elevado número de muertes y mantener en vilo a los dirigentes de la nación más poderosa del planeta, tanto en esa como en otras acciones que se le atribuyen, el terrorismo como amenaza planetaria sólo existe de manera incipiente. Como señala Sartorius “lo que subsiste son múltiples fenómenos terroristas en diferentes partes del planeta que obedecen a causas distintas, con historias diferentes y que, en la mayoría de los casos, no tienen nada que ver unos con otros. No es lo mismo Al Qaeda que la guerrilla colombiana; ETA, que el ejército ‘moro’ de Filipinas; las acciones de Hamás que los actos terroristas en Chechenia, Argelia o Cachemira. No existe un centro mundial del terrorismo que coordine todos estos foros de violencia (…) El drama es que al actual gobierno de EE.UU. no le interesan estas matizaciones, porque donde no aparece una amenaza global no se justifica un poder mundial.”28 Incluso en los países musulmanes, región del planeta donde existe un abigarrado número de movimientos que permanentemente recurren a la violencia, muchos de los cuales han sido declarados como terroristas por la Casa Blanca y más recientemente por parte de la Unión Europea; estas organizaciones han sido moldeadas por particularidades nacionales y la mayor parte de las veces defienden determinados intereses nacionales. Una rápida mirada panorámica así lo demuestra. En un comienzo estas organizaciones tuvieron como objetivo la creación de una

28 Nicolás Sartorius, “Sobre la guerra y el terrorismo”, en El País, 19 de septiembre del 2002.

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comunidad musulmana transnacional. Pero ante el fracaso experimentado para alcanzar ese objetivo se convirtieron en movimientos que buscan un reconocimiento como actores legítimos a nivel nacional. Entre estos encontramos el Hamás palestino, el movimiento Islah en Yemen, el Hezbolá libanés, etc. El único movimiento que no responde a esos criterios es Al Qaeda que representa un nuevo tipo de neofundamentalismo, ideológicamente conservador y que se encuentra desvinculado de la política y de las estrategias de los Estados.29 Los vasos comunicantes de estos movimientos con la globalización no son, por tanto, tan sólidos como se pudiera pensar a primera vista. La denuncia de su condición global es parte de un discurso de ciertas elites políticas que ven en ello una coartada que justifica la inclinación de la balanza hacia los temas de seguridad, y establece nuevos limes, pero sobre todo para limitar o redireccionar la globalización en el ámbito político y de las relaciones internacionales. En este sentido, sería más adecuado sostener que, en condiciones de intensa globalización, los conflictos tienden a adquirir un perfil globalizante, sin que por su naturaleza sean eventos que induzcan a que se acelere e intensifique la globalización, es decir, son guerras, cuyas motivaciones originales se encuentran localizadas, pero que se robustecen en los intersticios de la globalización, amplificando sus retroalimentaciones y repercusiones, tanto a nivel espacial como temporal. Este perfil globalizante se apoya igualmente en el hecho de que la intensificación de la globalización, tal como se expresa en la actualidad, ya no se fundamenta en torno a una mayor homogeneidad y compactación mundial, sino en una mayor afirmación de las identidades particulares. La mayor culturización de la vida en las sociedades modernas demuestra que mientras más abstracto se vuelve el poder de los flujos globales, de capital, tecnología e información, “más concretamente se afirma la experiencia compartida en el territorio, en la historia, en la lengua, en la religión y, también, en la etnia. El poder de la identidad no desaparece en la era de la información, sino que se refuerza (…) Un mundo interdependiente y multicultural es un mundo de identidades comunicables o es un mundo en pie de guerra.”30 29 Olivier Roy, Las ilusiones del 11 de septiembre. El debate estratégico frente al terrorismo, México, FCE, 2003. 30 Manuel Castells, “El poder de la identidad”, en El País, 18 de febrero del 2003.


Globalización y guerra: una compleja relación

El perfil globalizante toma cuerpo precisamente en el hecho de que, en condiciones como las actuales, la globalización asume como una de sus principales particularidades el ser una dinámica que ante todo prioriza lo local mezclado con lo global, más que como ocurría hasta hace poco, la intensificación de las tendencias homogenizadoras globales que subsumían lo local. Por ello, hoy por hoy, la dinámica globalizante se refuerza en la misma localidad. La dimensión de lo global, en estos casos, no opera ni como un propósito ni como un procedimiento deliberado ni se sustenta en una dimensión planetarizada. Son conflictos, cuyo radio de acción se amplifica a través de las resonancias que externalizan o que interiorizan, las cuales se generan dentro de las distintas espacialidades globalizantes. La respuesta al ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001 y la intervención militar en Iraq sirven de ilustración de esta doble dinámica. El primero por la actitud globalizante que asumió el Gobierno norteamericano para enfrentar la amenaza y por la disonante resonancia que ha engendrado la toma de conciencia de la globalización de los temas de seguridad. Dominique Moïsi resume este dilema en los siguientes términos: “Durante la presidencia de Bill Clinton, los estadounidenses deseaban salvar al mundo, aunque de mala gana. Con Bush, pretenden protegerse del mundo o incluso retirarse de él.”31 El segundo, por el contrario, no tanto por el arsenal argumentativo que impulsó a Washington a librar esta guerra, sino por la resonancia en términos de consecuencias. Si los efectos llegan a ser controlados, lo que seguramente no sucederá, esta invasión será un fenómeno pasajero, ya que no será otra cosa que un accidente que prolonga tendencias mayores. Pero si sus consecuencias se muestran impredecibles en los resultados, entonces puede convertirse en un acontecimiento fundacional que libera energías incontrolables, incluso para la potencia más poderosa del planeta. En un escenario tal, se intensificará la colisión de globalizaciones y se seguirá profundizando el ciclo globalizante en el cual nos encontramos. En síntesis, tal como se desprende de la lógica que ha asumido la globalización en el transcurso de los últimos años, el fundamento explicativo de la misma se localiza en el concepto de resonancia. Una perspectiva de análisis en términos de resonancia comporta una gran sutileza porque

integra tanto las relaciones directas como las fantasmagóricas, las presentes como las ausentes. En ese sentido, alude al conjunto de redes, flujos, intersticios y espacialidades de los cuales se nutren y en los que también se realizan los conflictos. La resonancia es la condición primigenia de la naciente sociedad global, la cual, a diferencia de las organizaciones nacionales, ya no se concibe a partir de un determinado aparato estatal que la cohesiona y le impone unos determinados límites. La resonancia sincroniza las relaciones, incluidas las que se producen entre ausentes. En otras palabras, si la resonancia se ha constituido en la principal condición de existencia de la globalización y constituye un circuito a través del cual se realiza la mayor parte de los conflictos que actualmente sacuden al mundo, cualquier intento de resolución de los mismos exige encontrar una salida en términos de resonancia, incluidos los que responden a condicionantes más endógenos como puede ser el colombiano. En este caso particular, lo cual también es válido para los demás países latinoamericanos, el reconocimiento de las oportunidades y desafíos que plantea la resonancia vuelve más urgente la necesidad de comprender que la región ha empezado a ser una parte constitutiva de la sociedad global y que debe mirar hacia el futuro, renunciando a muchas de las viejas y estrechas herencias. Como señala Jorge Castañeda “pocas regiones del mundo como América Latina poseen intereses objetivos tan coincidentes con la construcción de una nueva normatividad internacional rigurosa, amplia y precisa. En materia ambiental, de derechos indígenas o migrantes, de derechos humanos o de comercio internacional, de defensa de la democracia o de los derechos laborales, las naciones de América Latina tienen más que ganar y menos que perder que casi cualquier otra región del mundo de la creación de un régimen de valores universales –por definición, supranacionales- en esta materia. Pero al mismo tiempo pocas zonas del mundo manifiestan tanto apego y respeto por una serie de tradiciones y principios hoy en día contrapuestos al proyecto universalista anteriormente mencionado. La no-intervención, la defensa irrestricta de la soberanía, la renuencia ante cualquier cesión consentida pero explícita de soberanía, un enfático nacionalismo retórico e ideológico, la reticencia a asumir responsabilidades “injerencistas” son constantes en las posturas de la inmensa mayoría de los gobiernos latinoamericanos.”32

31 Dominique Moïsi, “La verdadera crisis del Atlántico”, en Foreign Affairs en español, otoño-invierno del 2001.

32 Jorge Castañeda, “América Latina ante una disyuntiva desgarradora”, en El País, 13 de marzo del 2003.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 57-69

LOS MEDIOS Y LA GUERRA * José María Tortosa**

Resumen El artículo interpreta el papel jugado por los medios de comunicación en la reciente guerra contra Iraq. Analiza la cobertura, las fuentes y el contenido de la información de los medios estadounidenses. A través del caso concreto del periodismo “embedded”, ejemplifica las nuevas formas de injerencia gubernamental en la transmisión de la información. Para contrastar, retoma igualmente lo sucedido en Europa y estudia la interacción entre los medios de comunicación, su estructura de propiedad, la guerra, y las diferencias culturales y sociales entre países. Sugiere que el problema entre conflicto y prensa, además de concernir al periodismo, muestra el subdesarrollo de las sociedades en cuanto a su prensa y el valor de la información en situaciones críticas.

Palabras clave: Periodismo, guerra, propaganda, sociedad, información, guerra contra Iraq.

Abstract The article interprets the role played by the media in the recent war against Iraq. It analyzes the cover, the sources and the content of the information of the American media. Through the specific case of the “embedded” journalism, it illustrates the new forms of government intervention in the broadcasting of the information. To contrast this, the article mentions what happened in Europe and studies the interaction among the media, its structure of property, the war, and the social and cultural differences among countries. It suggests that the problem among conflict and press, besides concerning to journalism, shows the underdevelopment of the society’s press and the value of the information in critical situations.

Key words: Journalism, war, publicity, society, information, war against Iraq.

Se puede decir, como comienzo, que “los conflictos, sean internos o externos, son exámenes duros a los que se

Este texto es publicado con la autorización expresa de : http://www.saladeprensa.org/ ** Profesor de la Universidad de Alicante.

somete a la prensa y de la que ella saca valiosas conclusiones y fortalece la democracia cuando lo hace con rigor, valentía y profesionalismo. Si no lo hace de esa forma, la historia los recuerda como medios de propaganda al servicio de uno de los bandos con un grave daño en la credibilidad hacia la prensa en general y un nivel de subdesarrollo de la sociedad en torno a su prensa y hacia el valor de la información en circunstancias críticas.”1 Si esto es así, ¿qué conclusiones se pueden sacar del tratamiento que los medios han dado a la II Guerra del Golfo? ¿Ha predominado el rigor, la valentía y el profesionalismo o se han convertido, mayoritariamente, en medios de propaganda al servicio de uno de los más de dos bandos? ¿Ha habido algún daño en la credibilidad hacia la prensa en general? ¿Qué nivel de subdesarrollo de la sociedad en torno a su prensa se ha manifestado en estas circunstancias críticas? La respuesta referida por algunos autores a los Estados Unidos es directa e inmediata. Por ejemplo, Edward Said, palestino de origen y profesor en dicho país, es taxativo: “Todos los canales importantes emplean ahora como “consultores” a generales retirados, agentes de la CIA, expertos en terrorismo y conocidos neoconservadores. Todos ellos escupen una jeringonza enredosa, diseñada para trasminar un dejo de autoridad, pero en los hechos respaldan todo lo que haga Estados Unidos: de su papel ante la ONU a las arenas de Arabia. Únicamente uno de los diarios importantes, de Baltimore, ha publicado algo en torno al espionaje, la intervención telefónica y la práctica de interceptar mensajes que Estados Unidos ejerce contra los seis países miembros del Consejo de Seguridad, cuyo voto en favor o en contra de la resolución de guerra está aún en el aire. No se oyen ni se leen voces antibélicas en medio importante alguno en Estados Unidos, no hay árabes ni musulmanes (todos fueron condenados en masa a las filas de los fanáticos y terroristas de este mundo); no hay críticos de Israel ni en Public Broadcasting, ni en The New York Times, New Yorker, US News and World Report, CNN o el resto. Cuando estos medios mencionan, como pretexto para ir a la guerra, que Iraq ha ignorado 17 resoluciones de Naciones Unidas, no se mencionan las 64 resoluciones que ha ignorado Israel (con el respaldo de Estados Unidos). Tampoco se menciona el sufrimiento humano que el pueblo

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Benjamín Fernández Bogado, “Medios y conflictos”, en Revista Mexicana de Comunicación, No. 79, enero-febrero del 2003.

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iraquí soporta desde hace 12 años. Cualquier cosa que el espantoso Saddam haya hecho, Israel y Sharon lo ejecutan con el respaldo estadunidense, y, sin embargo, nadie dice nada de estos últimos mientras fulminan al líder iraquí. Esto hace que las admoniciones de Bush y otros, que exigen el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, sean una burla total. (...) Los medios de comunicación tampoco han prestado un buen servicio a los estadunidenses, pues están controlados por otro grupito de hombres que suprimen todo lo que pueda preocupar o afectar al Gobierno.”2 En el New York Times se iba en la misma dirección aunque en tono menor: “Los planificadores [en esta guerra] pueden haber tenido en cuenta los avances en tecnología de los medios y haber decidido que si no pueden controlar a la prensa, por lo menos pueden usarla para sus propios fines. Y no se equivoquen: los medios informativos están siendo utilizados y en más formas de las que están dispuestos a reconocer.”3 Es cierto en lo que se refiere a la cobertura dada a los hechos y a las fuentes usadas para ello. Un estudio de FAIR (Fairness & Accuracy in Reporting)4, publicado el 18 de marzo del 2003, se había dedicado (entre el 30 de enero y el 12 de febrero) a analizar las fuentes de los programas nocturnos de noticias en los que se hacía referencia a Iraq. Se trató de World News Tonight de la cadena ABC, Evening News de la CBS, Nightly News de la NBC y la NewsHour with Jim Lehrer de la PBS. Su conclusión es clara: “las noticias en las redes de televisión, dominadas por funcionarios actuales o ex funcionarios de los Estados Unidos, excluyen ampliamente a los estadunidenses que son escépticos o se oponen a una invasión a Iraq”. Más del 75 por ciento de las fuentes tenían o habían tenido relación con la administración, dejando, pues, poco espacio para las fuentes independientes. Añade el estudio, “en un

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Edward W. Said, “¿Quién está a cargo?”, en La Jornada Virtu@l, México, 8 de marzo del 2003 (Originalmente en Al-Ahram Weekly). En la misma dirección, y afirmando, una vez terminada la guerra, que hay indicaciones de que el Gobierno “cocinó” los informes de inteligencia, presionó a los periodistas y ocultó información engañando a la gente dentro y fuera de los Estados Unidos; Nicholas D. Kristof, “Missing in action: Truth”, en The New York Times, 6 de mayo del 2003. Lucian K. IV Truscott, “Using the news as a weapon”, en The New York Times, 25 de marzo del 2003. Para el uso en la guerra psicológica, Edward A. Gargan, “Head games with media's help. Military using journalists in mental war”, en Newsday.com, 13 de marzo del 2003. “In Iraq crisis, networks are megaphones for official views”, en www.fair.org/reports/iraq-sources.html

momento en el que el 61 por ciento de los entrevistados decían a los encuestadores que hacía falta más tiempo para la diplomacia y las inspecciones (eso era a 6 de febrero), sólo el 6 por ciento de las fuentes de las noticias de televisión se mostraban escépticos ante la necesidad de la guerra”. Los claramente afiliados con el activismo contra la guerra, prácticamente no existían: de los 393 casos analizados, sólo 3 podían inscribirse en este grupo, de los cuales sólo uno era estadunidense: Catherine Thomason, de Physicians for Social Responsability. No se crea que los escépticos sobre la necesidad de la guerra eran gente “de peso” (que la hubo en los Estados Unidos). La mitad de los estadunidenses escépticos nooficiales eran “gente de la calle”, cinco de los cuales ni siquiera fueron identificados por su nombre. Las diferencias entre cadenas eran curiosas: 21 por ciento en la PBS (22 escépticos sobre un total de 106 fuentes), 17 por ciento de escépticos en la ABC (16 entre 92) y la CBS (12 entre 70) y 14 por ciento en la NBC (18 entre 125). También parece que los medios han sido usados, bajando todavía más a detalles, cuando se atiende a sus contenidos.5 Por lo menos, para una de las tres grandes cadenas televisivas estadunidenses, se conocen las instrucciones que sus emisoras recibían con el fin de “modular” el contenido del mensaje y no sólo las fuentes. Dichas instrucciones ocupaban más de mil quinientas páginas. Estos son algunos de sus elementos:6 • 10 de febrero: No está permitido por el momento usar o referirse a vídeos, fotos o artículos provenientes de fuentes francesas, cualquiera que sea ésta. • 26 de febrero: Se espera que la cobertura informativa de la próxima campaña iraquí sea igual a la utilizada durante la Tormenta del Desierto. Las tomas de los reclutas deben mostrar una mezcla racial…cualquier entrevista debe reflejar juventud e idealismo, no cinismo… la liberación de iraquíes, felices y entusiastas, debe mostrarse mediante imágenes de la muchedumbre ondeando, alegres, banderas estadunidenses. También

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La manipulación televisiva mejor documentada es el “histórico” derribo de la estatua de Saddam Husein en la plaza Al-Fardus cerca del hotel Palestina, donde estaban los periodistas. Según Donald Rumsfeld, “quitaba el aliento”. Visto con detalle (www.informationclearinghouse.info/article2842.htm) es un montaje. “Los memorandos internos para la emisión de noticias en la televisión de EE.UU.”, en TBRNews.com, traducción de Ángel Cristóbal Colmenares, en Rebelión, 15 de abril del 2003, www.rebelion.org/medios/030415eeuu.htm. Original en tbrnews.org/Archives/a273.htm


Los medios y la guerra

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sería conveniente mostrar imágenes de reclutas fotogénicos confraternizando con niños iraquíes y dándoles alimentos o cualquier otro obsequio no polémico…por supuesto, no serán mostradas fotos de estadunidenses muertos, y las de soldados iraquíes que se muestren no deberán tener signos de muerte violenta…igual de convenientes serían entrevistas breves a ciudadanos iraquíes angloparlantes, en las que alaben los esfuerzos estadunidenses por su liberación... tales entrevistas deberán ser revisadas por la Casa Blanca o el Pentágono antes de su emisión. 12 de marzo: En este momento deben ser evitadas las referencias a las amenazas militares norcoreanas. La campaña por la libertad iraquí tiene que desarrollarse plenamente ante la opinión pública antes de que se proceda al próximo ataque sobre el Eje del Mal. 26 de marzo: Las alianzas estadunidenses con tribus turcas, iraquíes o kurdas deben ser obviadas. Se considera problemático que turcos y estadunidenses armen y apoyen a los kurdos, ya que podría repercutir muy negativamente en las relaciones con Ankara…Los kurdos deben ser descritos como “luchadores por la libertad iraquí” y no como kurdos. 2 de marzo: Las referencias religiosas del presidente serán omitidas. 10 de marzo: Se dará plena cobertura informativa a las reuniones progubernamentales…si se muestran manifestaciones antigubernamentales, es deseable enfatizar que se trata de un número reducido de “excéntricos” con tomas de inadaptados sociales (con barbas, tatuajes, deformidades físicas, etcétera). Los partidarios del gobierno deben verse tan limpios y bien vestidos como sea posible… deben enfatizar el completo apoyo a los programas del presidente y, muy especialmente, a las unidades del ejército estadunidense camino al combate…también entrevistas con miembros fotogénicos de las familias de reclutas participantes enfatizando la lealtad y el afecto…banderas estadunidenses son siempre un buen soporte de fondo… 1 de abril: Se sugiere la elaboración de algo que sirva para mostrar que, a diferencia de Vietnam, los estudiantes universitarios estadunidenses apoyan totalmente al Presidente y no están involucrados en movimientos anti-guerra. Es aconsejable culpar a profesores que fueran “antiguos hippies” de cualquier sentimiento anti-guerra en los campus. Podría mostrarse a estudiantes solicitando ansiosamente su reclutamiento en las oficinas de ROTC (Reserve

Officers' Training Corp) o incluso apoyando las manifestaciones pro-administración. • 5 de abril: Comentarios que aparecen en el izquierdista británico The Guardian acerca de la ocupación y administración de un conquistado (léase “liberado y recientemente democratizado”) Iraq por personal militar estadunidense serán ignorados. Serán enfatizados “Pacificación, liberación, libertad y gratitud hacia las fuerzas de Estados Unidos y el presidente”. Las visitas presidenciales a las unidades militares en los Estados Unidos recibirán cobertura plena y se extenderán más allá del tiempo generalmente fijado... tomas breves de recepciones inusualmente calurosas son consideradas muy importantes. Es difícil saber si el texto anterior se corresponde con la realidad o es apócrifo. En todo caso, no se indica a qué cadena se refiere, y eso es mala señal, a no ser que lo que se esté intentando sea evitar un pleito. Pero, si es auténtico, mostraría un punto más en una larga serie de engaños y manipulaciones que hacen pensar, con respecto a los Estados Unidos, en unas respuestas muy concretas a las preguntas de las que se ha partido,7 además de hacer surgir dudas sobre la versión transmitida por los canales no-estadunidenses (mexicanos, españoles) que han bebido sus imágenes de fuentes estadunidenses. Sin embargo, quedarse en esta visión no añade mucho conocimiento. Es preciso matizarla8 y, en todo caso, intentar situarla en su contexto.9 Sólo así se podrán entender algunas novedades comunicativas de esta guerra, como es el caso de los periodistas “embedded” en las unidades militares, volviendo así a la vieja tradición del corresponsal de guerra que había desaparecido con la guerra del Vietnam. Esta relativa novedad se añade a otros giros lingüísticos que han sido propios de esta guerra.10 En la del Vietnam las palabras predominantes fueron “corazones y mentes”

Véase Robert Fisk, “Mesonges de guerre au Kosovo”, en Manière de voir, No. 63, mayo-junio del 2002. “Durante el conflicto de Kosovo”, dice, “se demostró que los media no sabían resistir a la nueva propaganda de guerra.” 8 Las excepciones son tan importantes como la regla general. Para el caso de la planta de leche infantil bombardeada por los Estados Unidos en Bagdad en el 4º día de la I Guerra del Golfo (1991) y el papel de la CNN, véase Peter Arnett, “The Goebbels of Saddam's regime”, en Ha'aretz, 18 de febrero del 2003. 9 En José María Tortosa, Violencias ocultadas, Quito, Abya Yala, 2003, los medios se usan como ejemplos de un discurso más general. Aquí, en cambio, se toman como fuente de información. 10 Linda Feldmann, “Euphemisms on the Euphrates: the war of words”, en The Christian Science Monitor, 1º de abril del 2003. 7

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(hearts and minds) y halcones y palomas (hawks and doves), todavía en uso. La I Guerra del Golfo acuñó “la madre de todas las batallas”, frase usada originalmente por Saddam Husein. La II Guerra ha traído “embedded”, “coalition of the willing”, “conmoción y pavor” (shock and awe) y “weapons of mass destruction”, además de términos algo orwellianos como “liberación” o los de dudoso gusto como “cakewalk”, el paseo que iba a ser la guerra. Pero no todo se reduce al lenguaje. Efectivamente, las guerras en las que los Estados Unidos han estado involucrados en los últimos veinte años han sido, simultáneamente, un laboratorio de nuevas armas y un laboratorio de control de los medios. Una de las novedades, como se ha dicho, ha sido, la práctica (no sólo la palabra) de “integrar” (embed) periodistas en las unidades militares en acción. Según dijeron en su momento funcionarios del Departamento de Defensa, el “integrado” sería “el que sigue a una unidad (de tierra, mar o aire) desde su salida a su despliegue en combate (sujeto a aprobación en el terreno) hasta 'el desfile en cualquier capital en la que marchemos' llegando al viaje de regreso a casa y al 'desfile de la victoria.”11 Con la perspectiva de la guerra ya terminada, habrá que ver qué ha significado esta aparente novedad desde el punto de vista de la comunicación.

Enfoques sobre la guerra Cinco enfoques12 parecen ayudar a una mejor comprensión de lo sucedido al tiempo que proporcionan hipótesis para analizar el papel de los medios en esa guerra. Un primer enfoque consiste en percibir los problemas políticos y económicos que tiene la sociedad estadunidense. La crisis económica es real y,

11 Carol Brightman, “U.S. Military plans the war of words”, en Los Angeles Times, 16 de febrero del 2003. El plan incluía “incrustar” unos 500 periodistas, 100 de ellos no estadunidenses, bajo reglas muy estrictas sobre la información por trasmitir (Ralph Blumenthal y Jim Rutemberg, “Journalists are assigned to accompany U.S. troops”, en The New York Times, 18 de febrero del 2003). La más ligera violación de dichas reglas iba a suponer que el periodista sería devuelto a su país, como fue el caso de Phil Smucker, del Christian Science Monitor. Más complicado y publicitado fue el caso de Peter Arnett, ganador de un Pulitzer, y que fue despedido de NBC, MSNBC y National Geographic, por “un serio error de juicio”, es decir, haber dicho en la televisión iraquí que el plan de los Estados Unidos para Iraq había fracasado. 12 José María Tortosa, La agenda hegemónica: la guerra continua, Barcelona, Icaria, 2003; Ver también, José María Tortosa, “La agenda hegemónica: guerra es paz”, en Ecuador Debate, No. 59, 2003.

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probablemente, sería más visible si las empresas no estuvieran dedicadas a la “contabilidad creativa” que ha sido conocida en contados casos como Enron o WorldCom, pero que posiblemente es práctica muy difundida.13 El desempleo aumenta como aumentan la pobreza y la desigualdad y el sentimiento de que la economía no funciona bien. Sobre este telón de fondo se encuentra una Presidencia que fue vista en su momento como de dudosa legitimidad, dado el modo como se llegó a ella, y que no ha conseguido incrementar sus índices de aceptación, sino a través de la exaltación nacionalista rayana en el fanatismo. Esta exaltación es muy útil para ocultar las desigualdades internas y es clásica en el mundo orwelliano: la agitación guerrera es un medio para hacer olvidar otros problemas y para incrementar las probabilidades de aceptación electoral, mucho más sabiendo la dificultad del Partido Demócrata (al que difícilmente se le puede llamar “partido de la oposición”) para articular una alternativa creíble a estas políticas de corte nacionalista. Desde este primer punto de vista, el papel de los medios tendría que ser el de entretener y distraer la atención respecto a temas más espinosos para la clase política dirigente. Un segundo enfoque consiste en ver esta II Guerra del Golfo como efecto del extremismo de un grupo políticamente identificable y cohesionado, con una agenda neoconservadora,14 pero también con intereses particulares fácilmente identificables en empresas petroleras, armamentísticas y de equipamiento. Hay razones para suponer que habrá más casos en un próximo futuro, sobre todo si el segundo Bush consigue la reelección. Entre otros, podrían ser Siria e Irán. Desde este segundo punto de vista, los medios podrían ser vistos como instrumento para legitimar las posiciones de este grupo. No todo es la agenda de esta camarilla cuyos miembros en su momento han estado organizados en torno al Project for a New American Century.15 Desde una perspectiva algo más general, el tercer enfoque tiene que ver con los deseos de los grupos dominantes estadunidenses de mantener su papel hegemónico en el sistema mundial, sometiendo a la supuesta “comunidad internacional” a sus intereses particulares como país, usando esa posición para aliviar las

13 Véase la recensión que hizo Peter Dizikes de sendos libros, uno sobre Enron y el otro sobre Arthur Andersen, en el Washington Post (The Guardian Weekly, 17-23 de abril del 2003). 14 Mariano Aguirre y Phyllis Bennis, La ideología neoimperial. La crisis de EE.UU. con Irak, Barcelona, Icaria, 2003. 15 Véase www.newamericancentury.org


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tensiones internas y para mejorar las perspectivas económicas de sus empresas y de su divisa frente a posibles competidores. No se trata, como en el primer enfoque, de una maniobra distractiva, sino de la utilización del Gobierno de la nación para satisfacer los intereses de clase.16 El caso más cercano es la creación del ALCA (Asociación de Libre Comercio estadunidense) y, con independencia de que ésta se lleve a término o no, lo fue la del TLC o NAFTA. Desde este punto de vista, los medios podrían ser una herramienta para explicar a sus públicos la “bondad” de las decisiones tomadas. Una cuarta perspectiva, haría ver la II Guerra del Golfo como una repetición del juego colonialista que se llevó a cabo en la zona entre finales del XIX y principios del XX por Inglaterra y, secundariamente, por los Estados Unidos. Las potencias coloniales, históricamente, se han sentido legitimadas (por la evangelización española, “the white man's burden” inglés o “la mission civilisatrice” francesa) para imponer fronteras en función de sus propios intereses metropolitanos sin ningún respeto a los principios predicados por dichas potencias, incluido el del nacionalismo cultural. Algo parecido sucede ahora y la agudización de las tensiones “tribales”, “étnicas” y religiosas en el Iraq liberado/ocupado podrían ser manipuladas para una partición del territorio y un nuevo trazado de las fronteras acorde con los intereses hegemónicos. De cualquier forma, el nuevo régimen iraquí tiene, necesariamente, que responder a dichos intereses y no tanto a los principios. El caso anterior fue el de Afganistán donde no se solucionó ninguno de los problemas con que se legitimó la invasión (violencia, situación de la mujer, Al Qaeda, Bin Laden) pero sí se puso como presidente a quien fuera asalariado de la empresa Unocal que es la que acabaría consiguiendo el contrato afgano para construir el oleoducto que los talibanes pretendían adjudicar a una empresa brasileña. Desde este punto de vista, los medios podrían aportar argumentos para legitimar el trabajo emprendido en favor de la seguridad, la democracia y la libertad, que son las nuevas legitimaciones.17

16 La rivalidad entre superpotencias por conseguir el puesto de potencia hegemónica es una constante en el funcionamiento de este sistema mundial. 17 No se confunda legitimación de un comportamiento con causa del mismo. Es posible que entre los europeos que se encontraron en las Azores (Blair, Aznar) haya predominado la tendencia a presentar como si fuese causa lo que no era más que una legitimación. En cambio, por parte de la Administración estadunidense parecería que se había adoptado una postura menos “racionalista” y más emotiva.

Hay una quinta perspectiva, todavía más general, que hace ver a Iraq como uno más en la lista de países periféricos disciplinados militarmente por el centro, con el objetivo de dejar claro “who is in charge”, quién está al mando. El caso anterior fue el de Kosovo: se castigaba a Milosevic por no aceptar el diktat de Rambouillet. Tienen una función ejemplificadora: sepan los desobedientes lo que les puede esperar. Desde este punto de vista, aunque, parcialmente, también desde el anterior, se puede suponer que los medios tendrán un particular contenido cuando se trata de enviar mensajes de centro a la periferia (del “Norte” al “Sur”), mucho más cuando se tiene en cuenta el “viejo orden informativo internacional.”18 Parece aconsejable adoptar una postura ecléctica y ver que cada uno de estos enfoques permite comprender aspectos diferentes y avanzar hipótesis específicas sobre el papel de los medios. No hay, como parece, un sólo enfoque que lo explique todo.

El frente interno Esta guerra ha sido diferente de las anteriores desde el punto de vista de los medios de comunicación. La I Guerra del Golfo (1991) fue el triunfo de la CNN, y los expertos del ramo se apresuraron a acuñar el término “efecto CNN” que ya rondaba los círculos bienpensantes de aquel entonces. El interludio de Afganistán, por su parte, fue el triunfo de Al Yazira, aquellas imágenes en verde totalmente incomprensibles, pero que daban la impresión de que “lo estabas viendo”. Esta II Guerra del Golfo, en cambio, ha sido una explosión informativa que, de alguna manera, recuerda a la Guerra del Vietnam. Aquí reside la primera razón para esta diferencia: esta vez ha habido competencia informativa y no sólo de Al Yazira, sino de otras dos cadenas árabes, además de la CNN y otras más de países muy diversos. Un total de 1.500 periodistas han cubierto, desde la zona, ésta que, para algunos, es “la primera guerra en directo de la historia.”19 La segunda razón es tecnológica: ahora se pueden poner webcams, cámaras que trasmiten por internet vía satélite, y se pueden tener imágenes en tiempo real y continuo. Y puede desplazarse

18 El informe McBride, planteando explícitamente los problemas informativos en las relaciones centro-periferia o Norte-Sur, fue uno de los desencadenantes del abandono de la UNESCO por parte del Gobierno de los Estados Unidos, presidido por Ronald Reagan. 19 Luis Prados y Guillermo Altares, “La guerra mejor contada de la historia”, en El País, 6 de abril del 2003.

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la cámara y el contacto se mantendrá a no ser que se suelte una bomba con efecto electromagnético y deje sin programas a todos los ordenadores de la zona afectada. Y, por parte de los periodistas “integrados”, se pueden usar teléfonos móviles que trasmiten imágenes vía satélite y realizar, con relativa facilidad, “videoconferencias”. Pero tiene que haber algo más para que este “libertinaje” informativo sea posible. Puede haber una razón adicional: el interés de la camarilla dirigente en los Estados Unidos. Se sabe de la novedad organizativa de esta guerra con respecto a las inmediatamente anteriores en las que primó la “sequía” informativa: los periodistas “embedded” (integrados, empotrados) acompañando a las tropas y retransmitiendo la versión oficial. Se puede citar a Rumsfeld incitando a los periodistas a ser más explícitos en sus informaciones; se conoce desde años la táctica de “conmoción y pavor”;20 y no habría que olvidar que uno de los objetivos de esta guerra era meter en vereda al díscolo, según el principio de que los antiguos colaboradores (Noriega, Bin Laden) deben ser disciplinados. Pues bien, hay un cierto regodeo con el dolor, la sangre y la tragedia para que los posibles rebeldes se tienten la ropa antes de intentar rebelarse, para que sepan a qué atenerse y conozcan “who is in charge”, quién está de guardia, quién manda aquí.21 De todas formas, esta nueva política informativa del Departamento de Defensa, bien alejada del síndrome postVietnam, parece revelar una nueva confianza no sólo en las bombas de precisión, la lucha nocturna o los nuevos sistemas de comunicación entre Armas, sino, sobre todo, en que el ejército es la parte de la burocracia estadunidense que realmente funciona.22 Se podría llamar militarismo a todo esto. De todas maneras, algo tiene que ver con poner como cabeza de la administración estadunidense “civil” en Iraq a un militar profesional: Jay Garner, en efecto, general retirado y oficialmente director de la Oficina de

20 Ver www.dodccrp.org/shockIndex.html 21 Interpretaciones tal vez exageradas incluyen en esta táctica el hecho de la muerte de algunos periodistas como Taras Protsyuk de la agencia inglesa Reuters y José Cousa de la emisora española Telecinco, el 8 de abril, el día antes de la caída de Bagdad, en el hotel Palestina. Es plausible que fuera deliberada como, evidentemente, lo fue el ataque a las instalaciones bagdadíes de Al Yazira en el que murió un periodista y los disparos contra la estación de Abu Dhabi TV. Total: tres periodistas muertos y cuatro heridos. Véase “Is killing part of Pentagon press policy?”, en Fairness & Accuracy In Reporting, 10 de abril del 2003 (www.fair.org). 22 Lionel Barber, “The media get conscripted to the fight”, en Financial Times, 25 de marzo del 2003.

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Reconstrucción y Asistencia Humanitaria, actuaba como “gobernador de facto”, una especie de “virrey” o “procónsul”. Su sustitución posterior por un civil no cambiaría mucho las cosas.23 Pero hay más: uno de los efectos, tal vez queridos, del periodista “embedded” es el elemento de reality show que implica. “Está pasando; lo estás viendo”, como dice la autopublicidad de una cadena televisiva española, es sinónimo, en este caso, de “lo estás viendo, pero no lo estás entendiendo”. El espectáculo de la acción directa impide, no favorece, la comprensión del conjunto. Es un caso de árboles que no dejan ver el bosque. Desde este punto de vista, el periodismo “embedded” no se diferencia mucho de otros espectáculos como Gran Hermano, en diversos países. Si, además, lo que el periodista puede trasmitir es objeto de rígidas normas y censura previa, la función distractiva no puede ser más evidente. Esta actividad ha sido comparada con una retrasmisión deportiva en la que no se viera el conjunto del juego, sino sólo lo que da una cámara situada en la cabeza de uno de los jugadores, o una carrera de coches en la que sólo se vea el mundo desde la perspectiva de una sola cabina y un solo piloto.24 “La revelación de una nueva mentira, escándalo o atrocidad, rara vez conduce a algo más que a incrementar la depresión o el cinismo (...) Agobiar a la gente con una rápida sucesión de imágenes que tocan puntos sensibles sólo les confirma en su habitual sensación de incapacidad ante un mundo más allá de su control. Espectadores con una máxima capacidad de atención de treinta segundos pueden quedar momentáneamente invadidos por una repulsión hacia la guerra a causa de las imágenes de niños bombardeados con napalm, pero también pueden fácilmente dejarse llevar por un arrebato fascista a la vista de otras imágenes al día siguiente, por ejemplo, imágenes de personas que queman una bandera.”25 No todo queda ahí. Junto a esta función disciplinaria y distractiva del periodismo “embedded”, había que

23 Ni el nombrar a un iraquí responsable de los asuntos petroleros, pero bajo la supervisión de un ex-empleado de la Shell. 24 Dante Chinni, “Don't mistake micro for macro with news 'embeds'”, The Christian Science Monitor, 25 de marzo del 2003; Henrik Rehbinder, “La prensa en tela de juicio”, en La Opinión digital, Los Angeles, 25 de marzo del 2003. 25 El texto prosigue: “A pesar de sus mensajes aparentemente radicales, los medios de comunicación alternativos han reproducido generalmente la relación dominante espectáculo-espectador”, Bureau of Public Secrets, “La guerra y el espectáculo”, en Secretos a voces, Madrid, Altea, 2001.


Los medios y la guerra

conseguir un mínimo de legitimación para la guerra, aunque no fuese más que por los costes que podía tener para el contribuyente estadunidense. El trabajo comunicativo, incluso de la prensa más “liberal”, ha sido “redirigir las heridas emocionales dejadas por el '11 de septiembre', el dolor y la ira, hacia un adversario diferente de quienes realmente las infligieron,”26 es decir, trasformar a Bin Laden (si es que fue el responsable último de la masacre) en Saddam Husein, cosa alcanzada hasta niveles realmente notables.27 De hecho, el apoyo a la Guerra se mantuvo sólidamente en torno al 70 por ciento, haciendo que los contrarios formaran parte de una elite que no recibe las noticias sólo por televisión, que es la mayoría, sino que tiene acceso a los periódicos elitistas de la Costa Este.28 Saul Landau era cáustico al respecto: “la ‘prensatituta’ (presstitute), como la llama Uri Avnery, (...) reporta las noticias de la guerra de Iraq. “Su pecado original”, dice él, fue su aceptación a 'encamarse' (em-bed) en unidades del ejército. Este término estadunidense suena como si se los llevaran a la cama, y es lo que sucede en la práctica. Un periodista que se acuesta en la cama de una unidad militar se convierte en esclavo voluntario. Está agregado al personal del comandante, llevado a lugares en los que está interesado el comandante, ve lo que el comandante quiere que vea, se le excluye de los lugares que el comandante no quiere que vea, oye lo que él quiere que oiga y no oiga lo que el ejército no quiere que oiga. Es peor que un vocero oficial militar, porque pretende ser un reportero independiente. El problema no es que sólo vea una pequeña pieza del gran mosaico de la guerra, sino que transmite una visión mendaz de esa pieza.”29 En cualquier hipótesis, sí parece verosímil que la II Guerra del Golfo haya tenido efectos en la sociedad estadunidense, en particular sobre amplios sectores de la población que la han apoyado constantemente. Pero también ha tenido efectos

26 William Greider, “Washington Post' warriors”, en The Nation, 24 de marzo del 2003. 27 Sólo el 17 por ciento de los entrevistados para Knight-Ridder sabían que ninguno de los supuestos secuestradores de los aviones del 11-S era iraquí y un 55 por ciento creía que Saddam estuvo implicado en dichos ataques. Para una lista de los engaños demostrables y no demostrables, Dennis Hans, “Rumsfeld dice a los medios cómo deben proteger a los lectores contra las mentiras de los gobernantes”, en Medialens, traducido para Rebelión (15 de febrero del 2003): www.rebelion.org/imperio/hans150203.htm. 28 Linda Feldmann, “A sharp turn in US perceptions of war”, en The Christian Science Monitor, 4 de abril del 2003. 29 Saul Landau, “Compren, vayan a la iglesia, apoyen a Bush y esperen por el Armagedón”, en Progreso Semanal, 26 de abril del 2003 (www.rebelion.org/imperio/030426landau.htm).

sobre la profesión periodística: “La guerra de Iraq y la revolución en la tecnología de las comunicaciones puede haber abierto el camino para una reconciliación entre el Ejército estadunidense y los medios informativos estadunidenses.”30 Algunos periódicos han ido más allá: “La cobertura de las noticias en la guerra de Iraq, sin precedentes en su frecuencia e inmediatez, puede tener su impacto mucho después de que la guerra se termine: ¿Quién va a conseguir la propiedad de los medios que proporcionan las noticias?”31 Las “guerras” entre empresas de comunicación no son nuevas,32 ni las “batallas” entre los medios y la clase política. Si lo dicho hasta aquí es cierto, ya se sabe quién ha ganado esta última.33Está por ver quién ganará la primera.

El frente diplomático Esta II Guerra del Golfo también tenía una relativa novedad social: se daba con una notable fractura entre los países centrales y, a la vez, con una evidente fractura entre los gobiernos y las opiniones públicas de muchos de esos países. Entre el 14 y el 16 de marzo del 2003, Princeton Survey Research Associates realizaba para el Pew Research Center34 una encuesta internacional en la que, entre otras cosas, se preguntaba sobre el apoyo o rechazo que recibía la dicha guerra entre los entrevistados. Se puede recordar ahora

30 Daniel Schorr, “Uneasy evolution of war coverage”, en The Christian Science Monitor, 28 de marzo del 2003. 31 Andrew Ratner, “War coverage could alter U.S. media policy”, en The Baltimore Sun, 30 de marzo del 2003. La nueva legislación puede hacerse para “premiar a los buenos y castigar a los malos” y permitir mayores concentraciones de medios en manos de los “buenos”. 32 Gwanyth Jackaway, “Media at war”, en Greenwood Pub., 1995, narra alguna de estas “guerras”, por ejemplo, la llevada a cabo por la industria de los periódicos para mantener el monopolio sobre la distribución de noticias entre 1924 y 1939. Las tendencias hacia el monopolio son normales en todas las ramas de la economía y, por tanto, también en el campo de la información. 33 El Iraq de post-guerra y cómo se reparte el dinero de su “reconstrucción” es un tema mucho más interesante y de calado que lo que haya podido retransmitir un reportero “embedded”. Sin embargo, no hay buenas imágenes del contrato para Bechtel (“U.S. Gives Bechtel a Major Contract in Rebuilding Iraq”, en The New York Times, 18 de abril del 2003): 34 millones inicialmente, pero pudiendo llegar a 680 en 18 meses. Un escándalo, según el mismo periódico en editorial del día siguiente (“And the winner is Bechtel”).Tampoco hay imágenes para los 62 millones de dólares para una empresa estadunidense que va a “reconstruir” el sistema educativo iraquí (www.transnational.org/pressinf/2003/pf182_BurgerStyleEducat.html). 34 En people-press.org/reports/display.php3?ReportID=175, datos distribuidos el 18 de marzo del 2003. El margen de error varía de país a país entre 3 puntos y 5 puntos. Tómese, pues, con mucha cautela.

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el porcentaje de respuestas de repudio a la guerra en los países en los que ésta fue vista a un lado y otro del Atlántico. Porque, a decir de algunos medios estadunidenses, las cosas se veían de muy diversa manera en un lado y en el otro. Ante todo, era particularmente interesante el modo como algunos periódicos estadunidenses veían intereses económicos detrás de algunas posturas europeas mientras eran incapaces de ver intereses económicos importantes detrás de las posturas del propio Gobierno. Lo contrario sucedía también con cierta frecuencia en algunos medios europeos. Un caso curioso lo proporciona un artículo del Christian Science Monitor,35 de finales de febrero del 2003, que comenzaba con los trabajos de los diplomáticos de Francia, Alemania, Rusia y China en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, procurando ralentizar o bloquear lo que muchos en dichos países veían como la prisa de los Estados Unidos para entrar en guerra con Iraq. “Mucha de esa oposición”, añadía, “se origina en una genuina animadversión hacia el combate, por lo menos a este nivel. Pero más allá de sus principios, cada país está también tomando en consideración un conjunto de realidades económicas e intereses nacionales que tienden a matizar dicha decisión.” Después de eso, venía una enumeración de intereses, bien alejados de los principios, que podían estar motivando a cada uno de dichos gobiernos. Paul Krugman, colaborador regular del New York Times, lo planteó de manera explícita:36 “¿Por qué otros países no ven las cosas como las vemos nosotros?”. Una parte de la respuesta, en su opinión fácilmente compartible, residía en la diferencia de cobertura informativa dada al asunto en la “Vieja Europa” y en el “Nuevo Mundo”. En general, decía Krugman, los medios estadunidenses incluso los “progresistas” (“liberal” en inglés) estaban siendo especialmente conservadores al respecto, por no decir belicosos (hawkish)37. Pero las diferencias no estaban tanto en

los medios escritos (en los que, a su parecer, no había tanta diferencia entre los Estados Unidos y el Reino Unido -aunque, hay que añadir, sí la había con los medios franceses, españoles e italianos-). La gran diferencia estaba en la televisión, muy militante a favor de la guerra en el caso de los Estados Unidos, hasta niveles de falsificación, manipulación y tergiversación notables,38 mientras que en las televisiones europeas habría habido una actitud más distante, que se preguntaba por qué Iraq precisamente y cuáles podían ser los motivos reales y sin ver la oposición a la guerra como cobardía, sino como todo lo contrario. Se le ocurrían dos interpretaciones a esta diferencia de percepción y retrasmisión: el posible antiamericanismo de los medios europeos por un lado y, por otro, el que algunos medios estadunidenses, “actuando en un contexto en el que cualquiera que cuestionase la política exterior de la Administración sería acusado de antipatriota, habrían tomado como tarea propia el vender la guerra, no el presentar una información equilibrada que pudiera poner a prueba la justificación de la guerra.” En la misma dirección se pronunciaba un artículo en el Christian Science Monitor, un mes después:39 “La audiencia estadunidense está viendo y leyendo sobre una guerra que es diferente de la que ven o sobre la que lee el resto del mundo.”

35 Faye Bowers, “Driving forces in war-wary nations. The stances of France, Germany, Russia, and China are colored by economic and national interests”, en The Christian Science Monitor, 25 de febrero del 2003. 36 Paul Krugman, “Behind the Great Divide”, en The New York Times, 18 de febrero del 2003. 37 Cita un libro muy interesante (Eric Alterman, What liberal media? The truth about bias and the news, Nueva York, Basic Books, 2003) en el que se pretende desmontar el mito del pretendido carácter “progresista” (“liberal” en inglés) de los medios estadunidenses, en particular la prensa. Un argumento utilizado consiste en hacer notar que los periódicos conservadores sólo tienen colaboradores conservadores mientras que los periódicos “liberales”, por aquello de ser “equilibrados”, incluyen a conservadores y “liberales”. La denuncia de ese carácter “progresista” sería un truco conservador para hacerlos todavía más conservadores.

Como puede observarse, el caso de los Estados Unidos era excepcional en este conjunto. El porcentaje de rechazos a esta guerra era relativamente bajo. Incluso el Reino Unido, el otro participante en la coalición, tenía presencia mayoritaria de los contrarios, por no decir aquellos países cuyos gobiernos habían apoyado la intervención de diversas maneras (Italia, España40 y Turquía). Los gobiernos

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Figura 1: % en contra de la guerra Estados Unidos .......................................30 Reino Unido............................................51 Alemania ................................................69 Polonia....................................................73 Francia ....................................................75 Italia........................................................81 España ...............................................81 Turquía...............................................86 Rusia..................................................87

38 Krugman cuenta algunos detalles de la cobertura dada por Fox y CNN a la gran manifestación mundial del 15 de febrero que hacen pensar que el “memorando” citado más arriba no es apócrifo. 39 Danna Harman, “World and America watching different wars”, en The Christian Science Monitor, 25 de marzo del 2003.


Los medios y la guerra

de Francia, Alemania y Rusia parecían responder mejor a su electorado, además de hacerlo a otro tipo de intereses que ahora no es momento de relatar. Para lo que aquí se trata, es importante levantar acta del modo con que esta guerra fue vista a un lado y otro del Atlántico. Los estadunidenses seguían creyendo que se trataba de una guerra justa; en el resto del mundo seguía habiendo serias dudas al respecto. De nuevo, una de las causas, no la única, de la diferencia era la selección de noticias y su presentación. Los estadunidenses no estaban viendo iraquíes heridos ni manifestaciones árabes contra una guerra percibida como de agresión y sí veían el rápido progreso de la guerra hacia la victoria.41 Los europeos, prosigue el artículo, generalizando por necesidad, ponían en segundo término el gran número de tropas iraquíes que se estaban rindiendo, la cooperación con otros estados del Golfo, la superior tecnología militar estadunidense y el enfoque de “interés humano” sobre las tropas estadunidenses. Las razones que se daban en el periódico para las diferencias eran las siguientes: 1.- La propiedad de la prensa en Europa está menos concentrada y puede, por tanto, dar más perspectivas, de forma más pluralista y con mayores dosis de debate entre los medios. 2.- Los periodistas europeos han mostrado un mayor nivel de escepticismo y eran los únicos que en las ruedas de prensa de la Casa Blanca o el Pentágono preguntaban sobre las armas de destrucción masiva cuya posesión se había dado como “causa” de la invasión, mientras que sus colegas

40 El caso de España exigiría un tratamiento particular pues parece mostrar que los medios televisivos, muchos de ellos controlados por el gobierno del Partido Popular, no son omnipotentes. A pesar de las campañas de estos medios a favor de la posición del Gobierno, apoyadas por algunas emisoras de radio como la COPE y por algunos periódicos de difusión en toda España (ABC, La Razón), la opinión contraria a la guerra ha sido mayoritaria a lo largo de todo el primer cuatrimestre del 2003, incluyendo el 78 por ciento que, después de la caída de Bagdad, la seguía considerando como no justificada (El Mundo, 26 de abril del 2003, encuesta realizada por Sigma2 entre el 22 y el 24 de abril). De todas formas, la campaña emprendida por el Gobierno para beneficiarse de la “victoria” sí que era perceptible: los que pensaban que la guerra no estaba justificada habían disminuido de un 85 por ciento en marzo a este 78 por ciento en abril del 2003. 41 John Vinocour (“On television news, war's first casuality comes into focus”, en International Herald Tribune, 24 de marzo del 2003) apuntaba que si la CNN y la BBC tenían dificultades en proporcionar la verdad (primera baja en toda guerra, según el tópico), “peor lo tenían las televisiones francesa y alemana al intentar apuntalar sus inclinaciones a describir las cosas de forma que encajaran con la insistencia de sus respectivos gobiernos en que todo esto no podía terminar bien.”

estadunidenses estaban más interesados en saber si Saddam estaba vivo o muerto. 3.- Los medios europeos tendieron a ser más equilibrados dada la vecindad con el mundo islámico.42 Las diferencias entre países europeos son tan visibles que cuesta mantener la ficción de una televisión “europea”43 o una visión “europea” de los medios. En el New York Times44 se distinguía bien entre una situación como la de Francia, en la que tanto la opinión pública como el Gobierno se oponían a la guerra y que, sin embargo, “sus reportajes han sido básicamente objetivos, en la medida en que las organizaciones mediáticas han procurado recoger información de Washington, Londres, Qatar, Kuwait e Iraq.” En Alemania, con una situación política parecida a la francesa, se había desplazado a periodistas al terreno, pero los productores de noticias mantuvieron un cierto escepticismo sobre el apetito de las audiencias por tener noticias directas y detalles sobre el tema, y la cobertura no fue tan amplia como en otros países vecinos. En el Reino Unido, en cambio, al tener tropas en el terreno, la información adoptaba “tintes patrióticos” por lo menos en algunos medios, en particular los de Rupert Murdoch y, sobre todo, en el Sun.45 Finalmente, España, con el Presidente a favor de la guerra y amplias mayorías de la opinión pública en contra de la misma, mostró una situación algo particular: “la televisión que es propiedad del gobierno, TVE, ignoró ampliamente las manifestaciones

42 El artículo se refiere al hecho de que en Marsella, el 30 por ciento de la población es musulmana, pero olvida la presencia del Islam en la sociedad estadunidense, aunque puesta en dificultades después del síndrome del 11-S. 43 Lo más parecido a un canal “europeo” es Euronews. Un seguimiento detallado de sus emisiones permitiría ver si, realmente, existe una visión “europea” o si, simplemente, se yuxtaponen las visiones contradictorias de los gobiernos europeos realmente existentes. 44 Alan Riding, “In Europe, war coverage is everywhere, all the time”, en The New York Times, 23 de marzo del 2003. 45 Pero no tanto en la BBC. Greg Dyke, su director general, afirmaba que “muchas de las cadenas de Estados Unidos se han envuelto a sí mismas con la bandera y han cambiado la imparcialidad por el patriotismo”. Como, efectivamente, las cadenas más “patrióticas”, como la Fox News, habían conseguido superar en audiencia a la CNN -no por ello, “antipatriótica”-, Dyke añadía que “las presiones comerciales pueden tentar a algunos a seguir la fórmula de Fox News de patriotismo belicoso, pero para la BBC sería un error tremendo. Si perdemos la confianza de nuestra audiencia, la BBC ya no tendría sentido. Si Iraq ha probado algo es que la BBC no puede asumir la mezcla de periodismo y patriotismo” (Walter Oppenheimer, “La BBC critica la cobertura de la guerra de las televisiones de EE.UU. por exceso de patriotismo”, en El País, 26 de abril del 2003).

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contra la guerra en varias ciudades españolas, pero proporcionó cobertura completa a la guerra, consciente de la competencia por parte de los canales privados, Antena 3 y Telecinco, que también tenían periodistas en el terreno. Y, como en otros países, para llenar el tiempo entre la cobertura en directo, se recurría a los 'bustos parlantes'.”46 No parece correcto decir que el conflicto diplomático entre la “Vieja Europa” y el “Nuevo Mundo” (o, si se prefiere, entre Eurasia y Oceanía, según la geografía de la novela 1984, de George Orwell) influyera en el tratamiento que los medios dieron a la guerra. En este campo, los medios parecen haber reflejado situaciones muy diferentes en cuanto a sociedad, cultura, estructura de la propiedad de los medios, compromisos políticos de las elites etc., lo que hace difícil una generalización a partir de situaciones tan heterogéneas.47 Por otro lado, la II Guerra del Golfo tenía, entre sus objetivos, el de disciplinar al díscolo, o, como dirían los partidarios de la misma, conseguir un mundo más seguro a través de la liberación y democratización de Iraq. Pero también, a tenor de lo dicho, cumplía con la función de satisfacer determinados intereses, mientras se canalizaban las frustraciones estadunidenses generadas por el síndrome del 11-S.48 Esta canalización de las frustraciones se hacía mostrando (a la par que negando) un objeto para la agresividad: el mundo árabe, el otro elemento en el frente diplomático. Desde esta perspectiva, parece claro que la

46 Como en todas las guerras, la “guerra” mediática española tiende a presentar la realidad en términos dicotómicos, maniqueos y apocalípticos. La presentación que se puede hacer desde la “coalición de los voluntariosos” es la de resaltar el poder del Grupo Prisa (el periódico El País, las emisoras de radio en torno a la Ser, Canal + y CNN+, televisiones locales, editoriales, y su expansión no sólo hacia América Latina). Por el contrario, los “otros” no estarían tan de acuerdo con que Antena 3 y Telecinco son “independientes” del Gobierno y de sus emisoras y tenderían a resaltar las semejanzas de la información en todos esos canales. No hace falta decir que ambas perspectivas contienen numerosas inexactitudes, como las tenía la visión dicotómica, maniquea y apocalíptica de “sindicato del crimen” que daba Felipe González, entonces presidente del Gobierno del Partido Socialista, de los medios y periodistas que lo criticaban con más dureza y servían así, objetivamente, a los intereses del Partido Popular. 47 Es importante darse cuenta de las enormes diferencias que separan unas situaciones de otras para no caer en el error de aceptar teorías sobre la información, basadas sólo en situaciones como la estadunidense. El mundo de la comunicación es bastante más complejo. 48 José María Tortosa, “Elementos fascistas en el síndrome del ’11 de septiembre’”, en Sistema, No. 167, 2002.

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tónica en los medios árabes fue la de percibir la guerra como una guerra imperialista de ocupación y como parte de una nueva cruzada contra el Islam al tiempo que, por no compartir las visiones dominantes en los Estados Unidos, tendían a ser vistas como “antiestadunidenses”49 por los estadunidenses. De esta forma, se convertía en una profecía que se autorrealizaba: el objeto de la agresividad eran los árabes; los árabes reaccionaban ante esa agresividad; y la reacción se convertía en una razón de la agresividad.50 No hay por qué aceptar las, por otro lado frágiles, razones a favor de un “choque de civilizaciones”. Es fácil estar de acuerdo con Aníbal Quijano cuando dice:51 “Las tesis de la 'guerra de las civilizaciones' no tienen, como puede ser notado, mucho sustento histórico. Llevan, más bien, a escamotear la experiencia colonialista e imperialista euroestadunidense durante 500 años, como una de las fuentes centrales de donde surte la hostilidad y la resistencia de sus víctimas, incluso el odio hacia este 'occidente cristiano', al que ven, no sorprendentemente según todas sus experiencias, como el enemigo real de los pueblos de todo el mundo. En lugar del colonialismo y del imperialismo capitalista, procuran instalar en el imaginario de la gente, incluso de las víctimas, una entidad suficientemente vaga y equívoca como para que pueda ser asociada a las necesidades concretas del Bloque Imperial Global y de su Estado Hegemónico, Estados Unidos, en cada coyuntura específica.” Sin embargo, sí conviene levantar acta de las diferencias culturales que separan a las distintas sociedades. Son formas distintas de ver el mundo y, sin duda, tienen su reflejo en los medios, del mismo modo que los medios se “refractan” en dichas culturas cuando provienen de otras.

49 Howard LaFranchi y Nicole Gaouette, “War within the war: shaping perceptions”, en The Christian Science Monitor, 20 de marzo del 2003; Danna Harman, “World and America watching different wars”, en The Christian Science Monitor, 23 de marzo del 2003. Desde Jerusalem, los cuatro primeros días de las nuevas hostilidades fueron vistos como victoria de los aliados en el terreno militar y del gobierno del Baaz en el terreno de la propaganda: Ze'ev Schiff, “How allies are winning on ground, Iraqis on TV”, en Ha'aretz, 25 de marzo del 2003. En el mismo sentido, el del déficit de credibilidad de los aliados, y desde Inglaterra, Brian Whitaker, “Flags in the dust”, en The Guardian, 24 de marzo del 2003. 50 Tal y como era previsible, las operaciones militares oficiales consiguieron abrir todavía más el foso entre amplios sectores de la población árabe y la política visible de los Estados Unidos. Véase Bradley Burston, “Bush the despised”, en Ha'aretz, 5 de mayo del 2003. 51 Aníbal Quijano, “¿Entre la Guerra Santa y la Cruzada?”, en Economía y Política, Universidad de Cuenca, Ecuador, 2002, IV, 9, pág. 101.


Los medios y la guerra

Pero eso no tiene por qué impedir ver las diferencias que impone la relación asimétrica entre centro y periferia y que incluye diferencias en tecnología y diferencias en la transmisión de los mensajes propios y en la silenciación de los ajenos.52

Los medios ante la guerra Tomada Bagdad y, con ello, sabiendo que la guerra estaba terminando, si no terminada, Carlos Alberto Montaner53 escribía en el periódico quiteño El Comercio: “Sólo los corresponsales de la televisión estadunidense e inglesa reportaron el júbilo popular tras la caída de Bagdad sin tratar de minimizarlo. En general, la prensa mundial quería ver una derrota militar angloestadunidense, o al menos una feroz resistencia nacionalista, una especie de Stalingrado que demostrara el rechazo del pueblo iraquí a la arrogante bota imperialista de Washington y Londres, auxiliada por unos cuantos polacos y australianos vendidos a los centros de poder capitalistas. Pero no ocurrió así. Cuando se desplomaron las defensas de Bagdad (...) el pueblo se lanzó a la calle a manifestar su alegría y a derribar las estatuas de Saddam Hussein. (...) ¿Por qué suele existir una distancia tan grande entre los sentimientos y creencias profundas que tienen los pueblos y los que arbitrariamente les atribuyen los periodistas? En general, porque muchos de mis colegas son revolucionarios de baja intensidad que no llegan a la profesión con el ánimo de describir la realidad tal y como es, sino como debiera ser de acuerdo con las anteojeras ideológicas a través de las cuales examinan los conflictos, distorsión que se exacerba en un buen número de escuelas de periodismo rabiosamente tercermundistas en las que los jóvenes aprenden que todas nuestras congojas son producto de la maldad sin límite de los países desarrollados.” Lo que se ha intentado aquí es ver cómo parece haber

52 Los aliados han usado ampliamente el correo electrónico, las llamadas a móviles y el trabajo de piratas informáticos para intentar controlar los servidores informáticos iraquíes. Durante la guerra, no dejaba de ser sintomático que la página gubernamental de la Iraqi News Agency (www.uruklink.net/iraqnews/eindex.htm) llevara, mediante Iraq Satellite Channel, a propaganda claramente antigubernamental, infiltrada por servicios de los Estados Unidos con toda probabilidad. También fue sintomática, durante las hostilidades directas, la dificultad para conseguir la versión en inglés de Al Yazira, probablemente obstaculizada por el mismo tipo de servicios. 53 Carlos Alberto Montaner, “Periodistas derrotados en Iraq”, en El Comercio, Quito, 14 de abril del 2003.

funcionado el “periodismo rabiosamente primermundista”, y de Estados Unidos proviene la mayoría de citas a pie de página. La conclusión que se extrae, en los términos planteados al comienzo, es sencilla: si los conflictos son exámenes duros a los que se somete a la prensa y de los que ella saca valiosas conclusiones y fortalece la democracia cuando lo hace con rigor, valentía y profesionalismo, la II Guerra del Golfo ha sido, básicamente, un ejemplo de todo lo contrario. Por ello, la historia los recordará como medios de propaganda al servicio de uno de los bandos con un grave daño en la credibilidad hacia la prensa en general y un nivel de subdesarrollo de la sociedad en torno a su prensa y hacia el valor de la información en circunstancias críticas. Es cierto que hay alternativas,54 que otro periodismo es posible y la prueba es que ha sido real. Pero no ha sido mayoritario como parece. Y no digamos posturas profesionales más comprometidas como el “periodismo para la paz” (peace journalism) prácticamente ausente durante las hostilidades, su preparación y sus secuelas. El periodismo, altamente desarrollado en los Estados Unidos en lo que a sus medios se refiere, ha sido claramente subdesarrollado en sus contenidos y en sus funciones. Ha habido, todo hay que decirlo, un periodismo minoritario que ha cumplido con otras tareas y ha habido un periodismo que ha sido consciente de los problemas que se le estaban planteando: de ese último periodismo anglosajón se han extraído la mayoría de los datos que se han ofrecido aquí.

54 Trudie Richard y Brent King, “Alternative to the fighting frame in news reporting”, en Canadian Journal of Communication, XXV, 4 ,2000.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 70-81

PERIODISTAS, POLÍTICOS Y GUERREROS. TRES HIPÓTESIS SOBRE LA VISIBILIDAD MEDIÁTICA DE LA GUERRA EN COLOMBIA Jorge Bonilla Vélez / Catalina Montoya Londoño*

Resumen El propósito de este artículo es plantear un análisis sobre el papel que están desempeñando los medios de comunicación, en general, y el periodismo en particular, en la situación actual de guerra interna que vive el país. El artículo expone tres hipótesis que pretenden establecer una discusión teórica con algunos de los conceptos más hegemónicos que han establecido los alcances y los límites del campo intelectual y profesional del periodismo en este tipo de situaciones.

Palabras clave: “Campo”, guerra, medios de comunicación, consenso, censura, esfera pública.

Abstract The purpose of this article is to analyze the role of the media, in general, and the role of journalism in particular, in the present situation of war in Colombia. The article elaborates three hypotheses that intend to establish a theoretical discussion with some of the more hegemonic concepts that have established the limits of the professional and intellectual field of the journalism in this type of situations.

Key words: “Field”, war, media, consensus, censorship, public sphere.

Este artículo ofrece una mirada conceptual al papel que están desempeñando los medios de comunicación en la actual situación de guerra interna que vive el país y busca establecer algunas relaciones y discusiones teóricas con otros casos de confrontación bélica –pasados y recientes– en el contexto internacional. Un doble ejercicio teórico guía este trabajo. Por una parte, nos basamos en la comprensión de la esfera

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Profesores del Departamento de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana. Integrantes del grupo de investigación 'comunicación, medios y cultura', adscrito a dicha institución. Las ideas que aquí se exponen retoman y amplían algunos resultados de una investigación recientemente concluida por los autores, titulada ‘Periodistas, políticos y guerreros. Visibilidad mediática y gestión comunicativa de la guerra y la paz en Colombia, 1982-2002’.

pública como una arena de “competencia política” donde confluyen y se yuxtaponen diversos intereses, marcos de acción e interpretación por acceder y significar la realidad. Y por la otra, en el análisis del “campo” periodístico como un espacio en tensión donde se llevan a cabo una serie de interacciones y disputas entre las instituciones mediáticas (y los agentes profesionales llamados periodistas) y otras esferas de poder de la sociedad (políticos, ciudadanos, guerreros, entre otros) por redefinir los temas y problemas que deben ser objeto de atención pública sobre la guerra y la paz en este país. ¿Por qué una aproximación a los debates periodísticos sobre la guerra y la paz a partir de la perspectiva de campo intelectual y profesional? Para Pierre Bourdieu, la noción de campo puede definirse como un sistema de relaciones sociales, organizado mediante un conjunto de exigencias y reglas internas, cuyo respeto garantiza su evolución y producción histórica.1 El concepto es útil en cuanto a que posibilita reconocer que, como tal, un “campo” es algo que está estructurado a la manera de una red de relaciones de autoridad, legitimidad, credibilidad, autonomía, consenso, dominación y oposición entre sus integrantes para definir cuáles son los “temas y problemas” que deben ser objeto de atención y preocupación.2 Allí las interacciones entre la diversidad de intereses, identidades, poderes y agentes no son necesariamente simétricas ni expresan las mismas legitimidades; por el contrario, en él se verifican continuas disputas por apropiarse y liderar las normas culturales y las orientaciones básicas que conforman las áreas y enfoques, más o menos extensos, más o menos restringidos, del campo. Estudiar el periodismo como un campo intelectual y profesional nos conduce a afirmar, primero, que éste opera en un contexto más general, que es la sociedad y sus conflictos; y segundo, que el periodismo no define por sí mismo cómo es y cómo debería ser una sociedad determinada, por cuanto está en competencia con otros campos: agentes, instituciones, tradiciones e identidades; y esto a través de múltiples y complejas interacciones de hegemonía e interdependencia que buscan acceder, nombrar y controlar la esfera pública.3 En otras palabras, los periodistas no son los únicos agentes de la esfera pública, ya que hacen parte de grupos sociales diversos, portadores de universos políticos, culturales e

Pierre Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Barcelona, Anagrama, 1995, pág. 298. 2 Pierre Bourdieu, “Campo intelectual y proyecto creador”, en Jean Puillon, Problemas del estructuralismo, México, Siglo XXI, 1976, pág. 135. 3 Pierre Bourdieu, “La influencia del periodismo”, en Revista Causas y Azares, No. 3, Buenos Aires, 1995, págs. 55-62. 1


Periodistas, políticos y guerreros. Tres hipótesis sobre la visibilidad mediática de la guerra en Colombia

ideológicos diferenciados –valores, memorias y lenguajes–, quienes a su vez conviven de manera consensual o conflictiva con otros grupos sociales, en relaciones que no son inmóviles ni estancadas para siempre. Situar al periodismo en esta perspectiva es importante porque permite problematizar cómo en sociedades que presentan un “colapso parcial del Estado” y asisten a una “guerra contra la sociedad”, una “guerra civil” no convencional y de “soberanías en disputa” donde, como bien señalan algunos analistas del conflicto armado colombiano,4 el poder institucional no es soberano, al menos en algunas partes del territorio de la nación; y donde predomina la voluntad de disputar con las armas el dominio del Estado, mediante dinámicas de fuerza que acceden al uso de la violencia y el terror contra los civiles, el periodismo no es ajeno a los avatares, las arbitrariedades y el envilecimiento de la guerra. Por el contrario, este se convierte en objeto de las disputas por definir el contexto y sus orientaciones, así como en –otro– “blanco” de las amenazas, lo que por cierto pone en juego la estabilidad institucional del campo y su relativa autonomía frente a otras esferas y agentes sociales,5 que es precisamente lo que viene sucediendo con el escalamiento de la violencia ejercida sistemáticamente contra los periodistas y los derechos relacionados con la información en distintas regiones de la nación. Para desarrollar las anteriores consideraciones, proponemos esbozar un mapa de discusión sobre el campo intelectual y profesional del periodismo, basado en las siguientes tres hipótesis, que no dudamos son polémicas y provisionales en torno a este tema: a) en contextos donde la seguridad del Estado está amenazada, los esquemas de control y censura legal/formal son contraproducentes para lograr el consentimiento social de los medios de comunicación y los periodistas a favor del Estado; b) en órdenes sociales 4

5

Para una mayor ampliación de estos conceptos véase, entre otros, los trabajos de Francisco Leal y León Zamosc, Al filo del caos. Crisis política en la Colombia de los ochenta, Bogotá, Tercer Mundo, Universidad Nacional, 1990; Manuel Alberto Alonso y Juan Carlos Vélez, “Guerra, soberanía y órdenes alternos”, en Estudios Políticos, No. 13, Medellín, julio-diciembre, 1998, págs. 41-75; María Teresa Uribe, “Las soberanías en disputa: ¿conflicto de identidades o de derechos?”, en Gonzalo Sánchez y María Emma Wills (comp.), Museo, memoria y nación, Bogotá, Ministerio de Cultura, PNUD, IEPRI, ICANH, 2002, págs. 455-479; Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Planeta-Espasa, 2001; Jorge Giraldo, El rastro de Caín. Guerra, paz y guerra civil, Bogotá, Foro, 2001. Para el desarrollo de esta idea fue útil el modelo de análisis sobre el campo de las ciencias sociales en un contexto conflictivo, véase a José Joaquín Brunner y Guillermo Sunkel, Conocimiento, sociedad y política, Santiago, Flacso, 1993, págs. 17-42.

fragmentados, donde la soberanía y la hegemonía de las representaciones simbólicas hegemónicas están en disputa, las definiciones sobre la guerra y la paz son variadas, ambiguas y ambivalentes, es decir, no proceden de un sólo centro-raíz, lo que puede plantearle posibles “aperturas” informativas a los medios; c) las agendas informativas sobre la guerra y la paz en nuestro país se están confeccionando según un modelo de prensa sensacionalista que, a pesar de lo cuestionable y limitado, tiene variantes de visibilidad pública que no se deberían subestimar.

Los “órdenes” del campo: el consenso por otras vías La primera hipótesis plantea que en contextos donde la seguridad del Estado aparece amenazada, la tentación –siempre invocada– por parte del poder político-militar de imponer controles y censuras legales a la información puede ser contraproducente para lograr en el interior del campo periodístico una gestión favorable del consentimiento social. Esto es así en la medida en que el cierre legal/formal por la vía de los “papeles firmados” de la ley suele ser visto por los periodistas como una intromisión no deseada en los valores fundacionales del periodismo liberal, asociados a la libertad, la autonomía, la independencia y la autoregulación; valores que los agentes y las tradiciones más ortodoxas del campo acostumbran invocar con bastante recelo. Más que un cierre legal/formal se necesitará un proyecto comunicativo-cultural que asegure el consenso por otras vías, que no sean únicamente las de la restricción, así como de dinámicas propias del mercado de masas que aseguren la desregulación de las obligaciones de “servicio público” de los medios de comunicación. Aludimos, por supuesto, a otras modalidades de construcción del consentimiento social que, si bien no renuncian a la censura (como lo veremos más adelante), desbordan esta figura, al combinar viejas y nuevas formas de intervenir en los campos de la comunicación y la cultura, entre las cuales vale la pena mencionar: a) La nueva actividad empresarial de la información y del sistema de medios, vinculada a su vez, a una fuerte concentración de la propiedad mediática, en tanto lugares estratégicos de inversión de capitales y de poder político-económico;6 pero también asociada a un declive de los principios fundacionales del periodismo moderno, que amenaza el derecho a la información y la pluralidad comunicativa, esta vez por la vía del mercado.

6

Un informe reciente de esta concentración de la propiedad mediática en el mundo se puede consultar en el Atlas de Le Monde Diplomatique, Madrid, abril del 2003, págs. 16-17.

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b) El renovado diseño de una política de comunicación centralizada, como flexible, que otorga a los enunciadores autorizados de la palabra pública una “presencia” total en el sistema de medios, esto es, que les permite el tránsito de ser “fuentes” de la información a “emisores” de su propia comunicación, mediante la creación y el suministro saturado de acontecimientos noticiosos y temas de agenda pública, previamente seleccionados. Política de comunicación basada en el media planning, esto es, en la suma calculada de acciones bélicas + imágenes (controladas) + voceros oficiales = información.7 c) La consolidación entre algunos sectores de la opinión pública de unos acuerdos suficientes sobre la necesaria desdramatización de las consecuencias humanas de la guerra, por las vías de la “cero visibilidad del horror”8 y de la transformación de los campos de batalla en escenografías espectaculares que son presentadas por medio de infografías y animaciones. Proceso que, a su vez, está relacionado con una nueva percepción de las armas –al estilo “soldado universal”– que combinan la estética del videojuego con el posicionamiento del sistema experto de verdad oficial, encargado este último de gestionar las renovadas narrativas de la guerra, mediante la presentación de imágenes en las que predomina el análisis estratégico de la “velocidad”, la “precisión” y la “distancia”, asociados al consumo público de una “guerra sin horror”.9 Modalidades que, por cierto, nos plantean la necesidad de indagar por las nuevas formas de saturación y restricción

Federico Montanari, “Guerra y comunicación”, en Revista de Occidente, No. 232, Madrid, septiembre del 2000, págs. 46-59. 8 Esta cero visibilidad del horror se aborda con mayor profundización en Jorge Bonilla, “Comunicación, televisión y guerra”, en Revista de Estudios Políticos, No. 19, Medellín, Universidad de Antioquia, juliodiciembre del 2001, págs. 143-160. 9 Para consultar un conjunto interesante de reflexiones que analizan este fenómeno, véase a Ives Michaud, Violencia y política, Buenos Aires, Eudema, 1989; Michael Kunczik, ¿Guerra y censura... algo inseparable?, Dusseldorf, Fundación Friedrich Ebert, 1992; Beatriz Sarlo, “Estética y pospolítica. Un recorrido de Fujimori a la Guerra del Golfo”, en Néstor García Canclini (Compilador), Cultura y pospolítica, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993, págs. 309-324; Arlovich Correa, “Instantaneidad y simulación: el directo televisivo en tiempos de conflicto”, en María Eugenia García y Arlovich Correa, Proceso de paz. Ambigüedades de la apertura informativa y directo televisivo, Cuadernos Ocasionales, No. 2, Bogotá, Maestría en Comunicación, Pontificia Universidad Javeriana, 2000; Michael Ignatieff, “Guerra virtual”, en Manuel Leguineche y Gervasio Sánchez, Los ojos de la guerra, Madrid, Plaza y Janés, 2001, págs. 427-441; Francisco Sierra Caballero, “Guerra informacional y sociedad red”, en Revista Signo y Pensamiento, No. 40, Bogotá, enero-julio del 2002, págs. 32-41. 7

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informativas que los creadores y seguidores del pensamiento estratégico de ayer, hoy y mañana vienen adoptando sistemáticamente a través de sus “regímenes de verdad oficial”, estrategias de comunicación y circuitos de “relaciones públicas” con el propósito de gestionar la visibilidad pública de la guerra no sólo en los sistemas de comunicación, sino en los diferentes ámbitos de las esferas públicas locales, nacionales e internacionales. Y que, a diferencia de las formas de control llevadas a cabo por los regímenes autoritarios, se trata de una gestión políticocomunicativa que no se basa exclusivamente en la censura directa, sino en la combinación estratégica de políticas de restricción con políticas de desregulación económica favorables a las industrias culturales y corporaciones empresariales mediáticas, por una parte, y a novedosas alianzas de cooperación y de creación de pools informativos entre periodistas, políticos y militares, por la otra. A esta construcción del consenso por otras vías se refiere precisamente Douglas Kellner10 cuando se pregunta, a propósito de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991: “¿Cómo pudo la esfera pública aprobar el empleo de una fuerza que mató aproximadamente 243.000 iraquíes?”. Siguiendo los trabajos de Kellner y tambén de Edward Said, el investigador inglés Nick Stevenson plantea que los consensos que se construyeron entre la elite político-militar y los periodistas, por una parte, y los controles ejercidos por la elite político-militar a los periodistas, por la otra, así como la estrecha vigilancia sobre el diálogo público en el contexto estadounidense, fueron acciones efectivas para asegurar el apoyo público a la Guerra del Golfo.11 Los controles y los consentimientos en torno a un “cierre informativo” que no mostrara voces disidentes, minimizara el sufrimiento y los horrores de la guerra, no presentara imágenes de destrozos ambientales ni de “bajas” en las tropas enemigas, fueron propósitos que impidieron eficazmente la ausencia de formas públicas de reflexión y variantes mayores de crítica democrática.12 10 Douglas Kellner, The Persian Gulf TV War, Boulder, Wetsview Press, 1992. 11 Nick Stevenson, Culturas mediáticas. Teoría social y comunicación masiva, Buenos Aires, Amorrortu, 1998, págs. 290-295. 12 ¿Sucedió lo mismo doce años después? Lo interesante del caso de la campaña militar en Iraq, 2003, es que a las visibilidades controladas y consensuadas, de las que habla Stevenson, les surgieron otros competidores comunicativos que reivindicaron para sí “aperturas inestables”, en el marco de un consenso-mundo que llegó erosionado a la guerra; y que se pudo apreciar a través de las informaciones provenientes de la cadena de televisión árabe, Al-Yazira, de algunos medios de comunicación de países europeos y latinoamericanos y, sobre todo, del papel jugado por internet en la provisión de imágenes, debates e informaciones “otras”, que si bien no se constituyeron en dominantes, sí le disputaron el significado dominante a las visibilidades hegemónicas.


Periodistas, políticos y guerreros. Tres hipótesis sobre la visibilidad mediática de la guerra en Colombia

Propósitos estos a los que se unió, en el caso de la Guerra del Golfo de 1991, la invocación constante de amplios sectores de públicos estadounidenses para que los medios de comunicación ejercieran un “periodismo patriótico” de modo que esto contribuyera a proteger de los horrores de la guerra a la población más vulnerable: los niños. ¿Qué sentido tenía alertar sobre los efectos nocivos que las imágenes de crueldad y dolor podían producir en las audiencias infantiles como una –otra– importante razón para construir los consensos necesarios que aseguraran el “cierre informativo” de la guerra? Para Stevenson13 esto servía a dos objetivos. El primero, el expresado por “el establishment político, que deseaba presentar la guerra como limpia y justa”, sin mostrar los horrores producidos por las tecnologías de precisión que disparaban a distancia, sin ver al enemigo y sin ser vistos por el enemigo. El segundo, el manifestado por unas audiencias adultas que preferían ser protegidas del sufrimiento visible de los iraquíes y no deseaban que se les recordara que su apoyo a la guerra tenía consecuencias destructivas para los “otros” no-presenciales que habitaban esas lejanías del mundo en términos de tiempo, espacio y cultura. Según Stevenson, el mantenimiento de una “distancia” entre los espectadores que estaban en su casa y la mala situación de los iraquíes sirve para esconder ideológicamente los sentimientos subjetivos de obligación. Tal como no somos propensos a sentir obligación por los rwandeses, si sólo se los presenta como cuerpos moribundos, los procesos de identificación se modifican permanentemente si el “otro” es el objeto de deformaciones racistas y se oculta a la vista su sufrimiento. Si se sigue por esa senda, el deseo de la audiencia de proteger a los niños es en realidad un deseo de protegerse de los sentimientos de duda, ambivalencia y complejidad moral.14

¿Qué relaciones tiene esto con la búsqueda del consenso por otras vías en este país? En el caso colombiano, lo que habría que recalcar es que el hastío que vienen mostrando algunos sectores sociales (padres de familia, educadores, periodistas, empresarios, organizaciones sociales, intelectuales, jóvenes, entre otros) frente a las agendas informativas que exacerban el dolor y sobreexponen el horror, no debería convertirse en una coartada para restringir niveles mayores de debate y crítica democráticas

13 Ibid, págs. 294-295. 14 Ibid, pág. 295.

sobre la guerra y la paz, como en efecto está sucediendo a partir del cierre informativo que diversos agentes, dentro y fuera, del campo periodístico vienen pregonando como una forma de hacer “patria” desde la información. El cansancio y la postración de amplios sectores de la opinión pública nacional frente a esta guerra que nos desangra, así como la satisfacción que muestran en Colombia algunos “públicos fuertes” de opinión pública, que están a favor de los beneficios relativos de la censura y de la “cero tolerancia” hacia las imágenes públicas de la guerra y de sus agentes, invocando para ello la irresponsabilidad del periodismo nacional en la banalización del horror, puede leerse también como la tentación que tienen estos “públicos fuertes” por mantener un perímetro protector que les permita inmunizarse, distanciarse y no presenciar el sufrimiento visible de esos otros no-presenciales, cualquiera que ellos sean. Y que al hacerlo los exima de sentimientos de duda, ambivalencia y complejidad moral, esto es, de una responsabilidad mínima de tener que enfrentar con contenidos éticos las consecuencias destructivas que implica el apoyo a la guerra.

Visibilidades inestables. Esfera pública, consenso y control social La segunda hipótesis plantea que en culturas políticas fragmentadas, las definiciones sobre lo que es la violencia política, la guerra y la paz son mucho más variadas, ambiguas e inestables, incluyendo las que vienen de los “foros políticos” establecidos. Así, la no radicalidad de declararle la “guerra total” a la insurgencia por parte del Estado colombiano (que se puede apreciar en las sucesivas lógicas paz-guerra-paz-guerra), así como los sucesivos procesos de cohabitación y transacción entre órdenes institucionales y órdenes alternos que entrecruzan lo legal y lo ilegal, lo explícito y lo no dicho, ha podido plantearle posibles “aperturas” a los medios de comunicación, los cuales siempre se enfrentan a la tensión entre normalidad y excepción. Estas “aperturas” se han articulado a dinámicas propias del periodismo nacional en las que todos los consensos de los agentes, instituciones y discursos del campo periodístico no han apuntado a favor de la guerra total, al menos hasta nuestros días.15 También se han asociado a posiciones de 15 Lo que no significa que esta situación se pueda revertir, en la medida en que el escalamiento de la confrontación armada interna adquiera las dimensiones de una “guerra civil”, bajo la lógica “amigo-enemigo”. Sobre este deslizamiento de la situación colombiana a una guerra civil, véase a Daniel Pécaut, Midiendo fuerzas, Bogotá, Planeta, 2003.

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campo que se niegan a “seguir las órdenes” de un discurso oficial que vive en la permanente tentación (sobre todo a partir de la ruptura del proceso de paz llevado a cabo por la administración Pastrana y de la actual “Política de Seguridad Democrática” del presidente Uribe) de exigirle al periodismo “tomar posición” a favor del Estado, que es quien libra la “guerra justa”,16 lo que por cierto pone en entredicho las autonomía relativa del campo, ya que lo convierte en una “arena de competencia” al servicio de unas determinadas disputas por la significación. Lo que pretendemos afirmar es que asistimos a la complejidad de un campo periodístico que a pesar de sus inconsistencias, desmemorias y limitaciones, ha podido reivindicar (aunque cada vez con mayor dificultad debido a las múltiples presiones, explícitas y veladas, ejercidas por los agentes institucionales y los actores al margen de la ley) la consigna de una “información libre” y, si bien, no de puntos de vista diferentes, sí de visibilidades inestables. Allí, la pretendida unidad del Estado y la sociedad se presenta ambigua y contradictoria debido a que, además de la guerra, las agendas mediáticas también hablan de escándalos, robos al erario público y corrupción política, de enfermos que mueren por falta de atención médica y hospitales que tienen que cerrarse, de ancianos desvalidos y niños desnutridos, de funcionarios públicos que discuten entre sí, de maridos que le pegan a sus esposas y de esposas que ya no le temen a sus maridos, de los ricos y famosos pero también de gente sin agua, sin empleo y sin vivienda, protagonistas de historias sin futuro. Visibilidades inestables que configuran un espectro informativo, en el que la representación mediática de la guerra también compite y se yuxtapone con otros “marcos interpretativos”

16 Algunas de estas posiciones, provenientes de agentes de otros campos sociales de poder, han comenzado a disputarse el lugar hegemónico del debate político nacional sobre el papel de los medios de comunicación en Colombia, a raíz de la ruptura de las conversaciones de paz, en febrero del 2002. Aquí es interesante revisar una multiplicidad de pronunciamientos, tales como, la conferencia de Hernando Gómez Buendía en el marco del Primer Seminario sobre Fuerza Pública y Periodismo, celebrado en Paipa, Boyacá, en noviembre del 2001; el discurso de inauguración pronunciado por el entonces ministro de Justicia, Rómulo González, en la Conferencia Internacional sobre Violencia contra los Medios de Comunicación, organizada por la Asociación Mundial de Periódicos y Andiarios, el 22 de marzo del 2002; las declaraciones del exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, en una entrevista concedida al semanario El Espectador, en junio del 2002; las palabras de la ministra de Comunicaciones, Martha Pinto, en un evento de celebración del Día del Periodista, el 3 de febrero del 2003 (por citar apenas algunos ejemplos de muchos más).

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de la información, cuyos alcances son más difusos y, por lo mismo, pueden tener la capacidad de erosionar el código editorializante y estereotipado de las informaciones de guerra, llevándolas hacia lugares simbólicos de inestabilidad e incertidumbre. Se trata, en todo caso, de “aperturas” informativas que no escapan a los constreñimientos legales y a sus tentaciones de acudir a la censura, lo que por cierto nos pone en un escenario complementario, e incluso antagónico, al del consenso por otras vías, descrito en páginas anteriores. Un par de reflexiones sobre el terrorismo, en general, y la guerra de Vietnam nos ayudarán a desarrollar este apartado. En cuanto a lo primero, existen trabajos17 que afirman cómo en sociedades que perciben una amenaza real o ficticia contra el orden político y la seguridad ciudadana, los sectores con “liderazgo político y cultural” acostumbran acudir a los “beneficios relativos de la censura”.18 El aporte de estos trabajos para nuestra reflexión consiste en ofrecer herramientas teóricas para analizar cómo estos sectores viven en la permanente tensión de operar un “cierre” legal/formal del sistema de comunicación “oficial” a cualquier tipo de aperturas y visibilidades inestables en las que tengan presencia informativa –con voz propia– aquellos contra-públicos que son considerados una amenaza contra la sociedad. Lo que aparece y, por supuesto, se legitima en esta tensión es la preeminencia de un discurso formal y organicista que en el contexto de sociedades en guerra solamente admite estar “a favor o en contra” de lo que se habla y de quién habla. Allí las posibilidades de debatir asuntos de carácter colectivo sin el imperativo de “tomar partido” son cada vez

17 De hecho, el planteamiento de esta hipótesis se desprende de algunos trabajos dedicados a examinar los debates sobre violencia política, terrorismo y medios de comunicación en Gran Bretaña (caso IRA), Italia (caso Brigadas Rojas), España (caso ETA) y en la prensa occidental (caso terrorismo islámico). Véase a Stuart Hall, Policing the crisis. Mugging, the State and Law and Order, London, Macmillan, 1978; Philip Schlesinger, Graham Murdock y Philip Elliot, Televising Terrorism. Political Violence in Popular Culture, London, Comedia, 1983; Philip Schlesinger y Bob Lumley, “Dos debates sobre violencia política y medios de comunicación: la organización de los campos intelectuales en Gran Bretaña e Italia”, en Philip Schlesinger, Los intelectuales en la sociedad de la información, Barcelona, Anthropos, 1987, págs. 187-229; Micheal Kelly y Thomas Mitchell, “El terrorismo transnacional y la prensa occidental de elite”, en Doris Graber (Comp.), El poder de los medios en la política, Buenos Aires, Grupo Editorial Latinoamericano, 1987, págs. 341-348; Miquel Rodrigo, Los medios de comunicación ante el terrorismo, Barcelona, Icaria, 1991. 18 Schlesinger y Lumley, 1987, op.cit.,187-229.


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más restringidas, puesto que se considera que no hacerlo, además de ser irrelevante, fractura el consenso social y favorece al “enemigo”. Descalificaciones estas que, a su vez, provienen de lecturas idealizadas o catastróficas de la sociedad, que consideran que cualquier intento de comprensión de la guerra y la violencia es una apología de la ilegalidad, como si comprender fuera igual a compartir y explicar fuera lo mismo que justificar. Lo que aquí se perfila es entonces la adopción de un lenguaje basado en el “discurso terrorista”, que acusa –incluso judicialmente– a los medios de comunicación de operar como “cajas de resonancia” de los grupos al margen de la ley, al amplificar sus acciones, convertidas en hechos noticiosos. Así, cualquier entrevista, fotografía o imagen de este tipo de “contra-públicos” se considera altamente nocivo para la salud moral pública, ya que esto no sólo atenta contra la legitimidad del Estado, sino que ofende a los ciudadanos de bien, vulnera los derechos de los más indefensos, como la población infantil, y concede ventajas estratégicas a los “enemigos” de la sociedad para llevar a cabo sus objetivos propagandísticos.19 La fascinación de restringir las causas políticas de la violencia terrorista al ámbito del mensaje y la propaganda (a un “vedetismo compulsivo por aparecer en los mass media”20 ) es muy popular entre sectores conservadores de académicos, periodistas y políticos que abrazan una vieja tesis, todavía no lo suficientemente discutida ni mucho menos comprobada empíricamente: “sin medios de comunicación libres, el terrorismo sería un problema marginal: la publicidad es su salvavidas.”21 Frente a este tipo de consignas, se pronuncia el investigador catalán,

19 Un ejemplo reciente de lo dicho fue el artículo 35 del borrador del proyecto de ley, denominado 'Estatuto Antiterrorista', que fue retirado en febrero pasado por solicitud expresa del presidente Álvaro Uribe, y que rezaba lo siguiente: “el que mediante prensa escrita, radio, televisión o sistemas de información virtual divulgue informaciones que puedan entorpecer el eficaz desarrollo de las operaciones militares o de Policía, coloque en peligro la vida del personal de la Fuerza Pública o de los particulares o ejecute cualquier otro acto que atente contra el orden público, la salud moral pública, mejorando la posición o imagen del enemigo o estimulando las actividades terroristas para causar un mayor impacto de sus acciones, incurrirá en prisión de ocho (8) a doce (12) años, sin perjuicio de la suspensión del correspondiente servicio”. 20 Una interesante crítica a la mirada que restringe el terrorismo sólo a la esfera de la propaganda, en Rodrigo,1991, op.cit., págs. 17-71. 21 Paul Johnson, citado por Carlos Soria, “La ética periodística ante el desafío terrorista. Cuestiones y propuestas profesionales: la función pacificadora de los medios”, en Varios autores, Periodismo y Ética, Santiago de Chile, PGLA, 1985, pág. 68.

Miquel Rodrigo, quien afirma que la faceta comunicativa del terrorismo es una consecuencia y no una causa del mismo. Ciertamente, se trata de un fenómeno que no solamente tiene una serie de causas políticas y sociales que perduran independientemente del uso comunicativo que se haga de él, sino que la contundencia de sus acciones también se basan en el silencio y el secreto, en lo que no se dice y lo que se oculta. Por tanto, según Rodrigo, “no se puede afirmar que la información sobre el terrorismo comporta siempre una posición propagandística y que la simbiosis medios-terrorismo facilita la generalización del terrorismo.”22 En esta misma dirección, también es útil mencionar el trabajo de los académicos estadounidenses, M.J. Kelly y T.H. Mitchell, sobre la cobertura periodística del terrorismo transnacional en la prensa occidental. Sin desconocer que el éxito del grupo terrorista depende de una serie de factores, incluido su grado de orientación interna y su eficiencia en realizar sus operaciones, estos investigadores hacen énfasis en la capacidad comunicativa de los terroristas para generar atención, reconocimiento y legitimidad para su causa así como en las interacciones entre terroristas y periodistas como un fenómeno de comunicación política que debe ser más seriamente discutido. Ambos autores llegan a la conclusión de que el terrorismo puede ser una estrategia efectiva con respecto a los dos primeros objetivos [atención y reconocimiento], pero el más importante, la legitimidad, del cual depende el éxito último del terrorismo, parecería estar seriamente socavado por la clase de cobertura que proporcionan los medios periodísticos. Los medios solo compran parte del paquete de los terroristas. La explotación de los medios por parte de los terroristas se convierte en la explotación del terrorismo por parte de los medios (…) Si los objetivos de guerra psicológicos del terrorismo son los que se manifestaron, o sea hacer propaganda y crear un clima de terror, parece ser que los medios contribuyen sólo a esto último. El terrorismo está en algo parecido a una trampa. Los medios ayudan a los terroristas a atraer la atención de un público pero no les permiten transmitir su mensaje (…) Al quitarle al terrorismo su contenido político, los medios convierten al cruzado en un psicópata.23

22 Rodrigo,1991, op.cit., pág.30. 23 Kelly y Mitchell, 1987, op.cit., págs. 347-348.

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En cuanto a la segunda reflexión, existe un interrogante que todavía produce acaloradas discusiones en torno a las visibilidades inestables y las aperturas relativas en tiempos de guerra. ¿Fueron los medios de comunicación los responsables de la derrota militar de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam? Esta es la pregunta que se formuló hace algunas décadas el profesor de la Universidad de California, Daniel Hallin,24 en un trabajo donde controvierte no sólo la tesis conservadora de que la ausencia de control sobre los medios de comunicación fue lo que minó el esfuerzo estadounidense en Vietnam, sino el “mito” de que la cobertura de la televisión –hasta el punto de saturación– fue lo que causó que el público norteamericano se volviera contra la guerra. Esto es, el mito de que toda guerra televisada conduce inexorablemente a la pérdida del apoyo del público, como más tarde se refutaría con las intervenciones militares, que inaugurarían (caso del Golfo Pérsico, 1991) y consolidarían (Afganistán, 2001, e Iraq, 2003) nuevas modalidades de gestión comunicativa de la guerra, basada en las consignas: ¡no más Vietnams!,¡no más cuerpos muertos ni imágenes de sufrimiento! Todo esto para afirmar que la constante invocación a la “cero visibilidad” informativa del horror, bien sea por los caminos de la censura o del consenso, también es consecuencia de las enseñanzas que han dejado para los ejércitos modernos las guerras que no se ganaron, como la de Vietnam (1965-1975) en el caso estadounidense. Máxime cuando el “fantasma” de esta confrontación armada aún sigue rondando no sólo a los sectores que conforman el establishment político-militar de ese país, sino a núcleos de la opinión pública de otros países, para quienes los medios de comunicación se convirtieron en “agentes de la derrota”, al ensañarse en la true horror war. A esta “cobertura negativa” de la guerra se refería precisamente Samuel Huntington, en un estudio sobre las causas de la “ingobernabilidad” en las democracias occidentales, publicado a principios de la década de los setenta. Según Huntington, La guerra de Vietnam y, en menor medida, los problemas raciales han dividido a las elites, así como al público de masas (...) La más notoria de las nuevas fuentes de poder nacional han sido los medios nacionales. Es decir, los grandes networks de televisión, los grandes news magazines y los periódicos de alcance nacional como el Washington

24 Daniel Hallin, The 'Uncensored War': The Media and Vietnam, New York, Oxford University Press, 1986.

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Post y el New York Times. Existe, por ejemplo, un considerable número de evidencias que sugieren que el desarrollo del periodismo televisado ha contribuido a minar la autoridad gubernamental (...) Resumiendo, las informaciones televisadas funcionan como una agencia despatriante (dispatriating). Una agencia que describe las condiciones en las que se desarrolla la sociedad como indeseables y yendo de mal en peor.25

A contrapelo de afirmaciones como las anteriores, el estudio de Daniel Hallin plantea que en situaciones en las que el consenso político prevalece, los periodistas tienden a actuar como miembros responsables del establishment, tomando la perspectiva política dominante y asumiendo que los valores de las autoridades son los valores de la nación en su conjunto. Por su parte, en situaciones de conflicto y ruptura del consenso político, como la que se vivió en Vietnam, los periodistas se vuelven más independientes e incluso opositores, aunque no pasarán las barreras del establisment político, y continuarán escuchando de manera privilegiada la voz oficial. “Pese a que el cubrimiento en Vietnam se movió, esa oposición fue limitada. La administración Nixon manejaba bien a los medios, los periodistas continuaron siendo patriotas, viendo a los americanos como los chicos buenos, así que el cubrimiento no fue tan negativo como se piensa.”26 Lo anterior nos lleva a examinar el nivel de correspondencia entre los marcos de significación adoptados por los medios de comunicación y aquellos ofrecidos por los antagonistas político-militares en tiempos de conflictos bélicos. Por una parte, esto significa comprender que el proceso político tiende a tener más influencia en las agendas informativo-noticiosas de los medios de comunicación de la que los medios tienen en el proceso político,27 ya que el primero se puede convertir en poder sobre los medios; y esto a través no sólo de la marcada influencia que los decisores políticos tienen en los propietarios y 'elites' directivas mediáticas, sino del control y regulación de los flujos informativos, sistemas de propiedad y disposiciones legales relativas a la esfera

25 Samuel Huntington, citado por Armand Mattelart, La comunicación mundo. Historia de las ideas y de las estrategias, México, D.F., Siglo XII, 1996, págs. 167-168. 26 Hallin, 1986, op.cit., pág. 10. 27 Para complementar esta perspectiva, ya señalada por Daniel Hallin, se puede consultar a Gady Wolsfeld, Media and Political Conflict. News from the Middle East, London, Cambridge University, 1997.


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mediática. Así, las autoridades se van a caracterizar por tratar de controlar los eventos, dominar las discusiones y movilizar apoyos, tras lograr el éxito de su gestión mediática y política en los medios.28 Por otra parte, esto implica entender que el papel de las noticias en los conflictos bélicos puede cambiar en el tiempo según las circunstancias. No hay papel homogéneo por parte de los medios en la cobertura de las guerras, ya que éste varía según los contextos políticos del conflicto, las fracturas del consenso, los recursos materiales y simbólicos movilizados, las capacidades comunicativas y el poder político de los antagonistas, el estado de la opinión pública y la habilidad de los periodistas para acceder y narrar los eventos relacionados con la dinámica misma del conflicto.29 Precisamente, son esas visibilidades inestables y aperturas relativas las que suelen ofuscar a quienes le exigen al campo periodístico, además de obediencia, amor y fe.

Modelos periodísticos y “zonas de visibilidad pública” de la guerra La última hipótesis plantea que las agendas de la información periodística –sobre todo televisiva– de la guerra en Colombia se están confeccionando según las lógicas de producción de la “prensa sensacionalista”. Para esto deseamos apoyarnos en los trabajos30 de John Fiske, Guillermo Sunkel y John Langer, quienes plantean que los modelos informativos de los “diarios populares de masas” (Sunkel), la “prensa popular” (Fiske) y las “otras noticias” (Langer) no se caracterizan por orientar y configurar un tipo de esfera pública basada en la verdad objetiva, el uso público de la razón, la credibilidad, la precisión y la contrastación en el manejo de los hechos. Por el contrario, son lógicas de producción periodística que se basan en formas simbólicas y modelos culturales que buscan interpelar el imaginario social, a partir de una variedad de relatos del caos, el desorden y la victimización en los que se promueve la exageración, el esceptisismo, la ironía, el drama, la sospecha, la incertidumbre, los sentimientos y la disolución de las fronteras entre información y entretenimiento, ficción y realidad.

28 Ibid, pág. 4. 29 Ibid, pág. 4. 30 Nos referimos a los trabajos de Guillermo Sunkel, Razón y pasión en la prensa popular, Santiago, Ilet, 1982; John Fiske, Understanding Popular Culture, London, Unwin Hyman, 1989; John Langer, La televisión sensacionalista, Barcelona, Paidós, 2000.

Aquí es preciso mencionar que el modelo informativo que más ha defendido los valores profesionales de la autonomía, la veracidad, la independencia y el compromiso con el “interés común”, y que más fuerte ha enarbolado los ideales de “servicio público”, es el mismo que menos pacta con el dolor, la tragedia y los sucesos sensacionales, tan atractivos para el modelo de la llamada prensa popular de masas y su variante de “prensa amarilla”. Tampoco es gratuito que el respeto por los ideales que dieron surgimiento a la llamada “prensa seria” y que alentaron las propias definiciones de la responsabilidad social del periodismo, ubicándolo como un “foro de debate público”31 de la democracia, se manifieste también en un respeto por el dolor y la intimidad de aquellos que sufren las tragedias de la vida. Existen en esta concepción de la información periodística unos consensos profesionales –y también normativos e ideológicos– construidos desde hace tiempo, que todavía hoy se resisten a claudicar ante las crecientes formas de gestión empresarial de la información, propias de una ya larga reorganización de las industrias mediáticas en el mundo entero. Lo que por cierto ha dado nacimiento al fenómeno de alteración cultural denominado “infoentretenimiento”: mezcla de “temas pesados e intrascendentales, banales o macabros, de argumentación y narración, de tragedias sociales comunicadas en tiempo de swing o de clip o narradas como películas de acción,”32 y en el que géneros clásicos destinados a profundizar la discusión y estructurar el debate público, compiten y se yuxtaponen, como bien señala el investigador argentino, Aníbal Ford, “con géneros cuya función es otra –el caso de la publicidad– o que, por su carga narrativa, ingresan más en el ámbito del imaginario social que en el de la opinión pública.”33 Pues si hay algo que se ha instalado en el periodismo actual, que por cierto no es propiedad exclusiva de la llamada “prensa sensacionalista”, y que además se puede palpar en los momentos más agudos de las crisis políticas y

31 Para una ampliación de esta temática, véase a James Curran, “Mass Media and Democracy. A reappraisal”, en James Curran and Michael Gurevitch (Editors), Mass Media and Society, London, Edward Arnold, 1991, págs. 82-117; John Kane, “La democracia y los medios de comunicación”, en Revista Internacional de Ciencias Sociales, No. 129, Sept. 1991, págs. 549-568; Félix Ortega y María Luisa Humanes, Algo más que periodistas. Sociología de una profesión, Barcelona, Ariel, 2000. 32 Aníbal Ford, La marca de la bestia, Bogotá, Norma, 1999, págs. 95-96. 33 Aníbal Ford, La construcción discursiva de los problemas globales. El multiculturalismo: residuos, commodities y seudofusiones, Buenos Aires, mimeo, 2001, págs. 4-5.

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en las épocas de mayor incremento de la inseguridad y los miedos ciudadanos, es el borrado de las líneas divisorias entre la información “dura” y “seria”, dirigida a interpelar a los ciudadanos y, por lo mismo, a promover el uso público de la razón, y aquel otro tipo de saber social destinado a fabricar, como bien lo señala el intelectual chileno, José Joaquín Brunner, un “mercado de la violencia imaginaria y del miedo, donde la demanda por relatos de crimen y castigo es sostenida por una oferta que responde a ella y la estimula.”34 Y esto mediante el uso de géneros y narrativas simbólico-dramáticas que no han tenido antes, ni tienen ahora, el propósito de promover niveles elevados de debate público que puedan aportar información útil y de calidad para la toma de decisiones ciudadanas. Que las agendas mediáticas de la información, sobre todo las televisivas, se estén confeccionando según las lógicas de la “prensa sensacionalista”, se podría asociar a lo que el investigador francés, Daniel Pécaut, denomina las consecuencias de la banalización del terror y del envilecimiento de la confrontación armada interna en la experiencia cotidiana y el tejido social de la nación. Pécaut se refiere a tres consecuencias que, guardadas las proporciones, también se podrían aplicar a un análisis más decantado del tipo de agendas informativas sobre la guerra en Colombia.35 La primera, está asociada a la disolución de los lugares simbólicos y geográficos como ámbitos de cristalización de las solidaridades colectivas (la desterritorialización); la segunda, tiene que ver con la dificultad de articular un relato colectivo de nación que se sustituye por una narración discontinua de microrrelatos que se viven como “la historia de cada quien”: familias, grupos y sujetos que lloran a cada uno sus muertos; relatos que además ubican fuera del tiempo los acontecimientos, como si la violencia fuera algo “desde siempre” (la destemporalización); mientras que la tercera se relaciona con la impotencia y la pérdida de la capacidad de los individuos para expresarse y afirmarse como sujetos de su propia vida (la desubjetivación). Lo que, por cierto, se traduce en lo que el mencionado autor llama una “dislocación de la opinión pública”,36 que apenas sí alcanza a generar niveles 34 José Joaquín Brunner, “Política de miedos y medios de la política”, en Revista Diálogos de la comunicación, No. 49, Lima, octubre 1997, pág. 11. 35 Daniel Pécaut, “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano”, en Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Planeta-Espasa, 2001, págs. 227-256. 36 Ibid, págs. 89-156. Véase también del mismo autor, “Opinión pública, violencia y memoria histórica”, en Revista de El Espectador, No. 8, Bogotá, domingo 10 de septiembre del 2000, págs. 76-80

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públicos de indignación mientras que las acciones rutinizadas de la violencia se convierten en hechos espectaculares, o cuando son acciones revestidas de una dimensión simbólica mayor, como es el caso de los magnicidios. ¿Qué papel ha jugado el periodismo nacional en esta suerte de banalización del terror y la violencia? Como comentario a esta hipótesis nos atrevemos a afirmar, a riesgo de que se nos señale de contradictorios, que la “matriz simbólico-dramática”,37 que se explota desde la llamada prensa popular de masas, supone algo más que sangre, sudor y lágrimas. Pues si algo ha caracterizado a este tipo de “mediaciones simbólicas”, es la capacidad de presentar una oposición frente al “bloque de poder”38 y sus regímenes oficiales de verdad, en la medida en que son informaciones que no están construidas desde el “significado dominante”, sino a partir del “código cultural subordinado”, y buscan con esto irrumpir “desde abajo” en las técnicas de disciplinamiento del conocimiento experto, basados en el “buen gusto” de la cultura letrada, la verdad, la razón y los hechos. A esto se refiere John Fiske cuando afirma que las formas culturales representadas en la “prensa popular”, basadas en la exageración y el esceptisismo no producen un significado único y definitivo. Al contrario, estas presentan tensiones y fisuras que pueden generar dinámicas de “resistencia” y no sólo de control social, y se constituyen así en textos abiertos a las “tácticas del débil”. 39 Y a esto también se refiere John Langer cuando afirma que la “televisión sensacionalista” plantea contradicciones e inestabilidades que no son discernibles sólo mediante el análisis del contenido de sus mensajes, sino a partir de las mediaciones que estos “textos” establecen con sus “audiencias”. Langer sostiene que, si bien los relatos e historias sensacionalistas de la televisión están confeccionados según el “significado dominante”, y que en ese sentido devuelven a los sectores subordinados sus propias condiciones de existencia, por la ruta de la fatalidad y la resignación (“lo peor ya lo tenemos”, ¿ahora que vendrá?), y que por eso mismo son cruciales para lograr el consentimiento social a favor del statuo

37 Sunkel, 1982, op.cit., págs. 13-58. 38 John Fiske, citado por Nick Stevenson, 1998, op.cit., págs. 145-164. 39 Este concepto es tomado de Michael de Certeau, La invención de lo cotidiano, México, D.F., Universidad Iberoamericana, 1996, págs. 35-52.


Periodistas, políticos y guerreros. Tres hipótesis sobre la visibilidad mediática de la guerra en Colombia

quo, también pueden generar “placeres” que pueden ir en contra de ese consentimiento, por la vía de la ambigüedad, la contingencia, la incertidumbre y la inestabilidad40 de las historias caóticas y melodramáticas que cuentan esos relatos. A nuestro modo de ver, aquí estaría la diferencia en la cobertura informativa de la guerra en Colombia, entre una prensa sensacionalista, que ya no opera más desde el “código cultural subordinado”, sino bajo el “significado dominante”, trasladado esta vez a las lógicas comerciales de la televisión privada. De ahí que lo que habría que empezar a estudiar y, claro está, a discutir es el nuevo sentido político que atraviesa ese “régimen comunicativo” de visibilidades ambiguas e inestables de nuestras tragedias, horrores y dolores,41 fabricado con relatos mediáticos cargados de banalidad, fragmentación, destemporalidad, incertidumbre y espectáculo; al igual que los nuevos modos del miedo –y sus viejas maneras de agenciarlo– que se cuelan en los géneros y formatos aparentemente más débiles –políticamente hablando– del “docudrama” y la televisión real que llaman al consentimiento social desde la resignación, el fatalismo o la retirada. ¿Qué tipo de esfera pública es la que allí se configura? También habría que comenzar a analizar las maneras desiguales en que están distribuidos en nuestra sociedad los “perímetros protectores” de la privacidad y la intimidad, según las clases, roles y categorías sociales, la raza y la cultura.42 Si se es mujer, pobre, campesina, desplazada y viuda, los riesgos de que la cámara de televisión invada los rincones más íntimos del dolor y el sufrimiento, serán mucho mayores que si se es hombre, con posición social, trabajo calificado y habitante urbano de barrios residenciales. ¿Qué clase de narrativas son las que subyacen a este tipo de agendas informativas que proponen, por la vía del sensacionalismo, la violación

40 Langer, 2000, op.cit., págs. 199-231. 41 Algunas de estas ideas se desarrollan con más detenimiento en Jorge Bonilla, “Campo intelectual y estudios de comunicación. Notas sobre comunicación política y violencia”, en Pablo Emilio Cañas (editor académico), Balance de los estudios sobre violencia en Antioquia, Medellín, Universidad de Antioquia, 2001, págs. 361-375. 42 En este punto se recogen algunas ideas de Roberto DaMata, “A propósito de microescenas y macrodramas: notas sobre el problema del espacio y del poder en Brasil”, en Nueva Sociedad, No. 104, Caracas, nov.–dic., 1989; Nancy Fraser, Iustitia interrupta. Reflexiones críticas desde la posición 'postsocialista', Bogotá, Siglo del Hombre–Universidad de los Andes, 1997.

pública desigual del mundo privado de los ciudadanos? Por último, no se puede subestimar el hecho de que la cobertura informativa de la guerra en nuestro país no sólo pone en crisis las normas básicas del periodismo liberal como la veracidad, la independencia y la contrastación de puntos de vista diferentes, sino que además rompe con uno de los principios fundadores de la democracia moderna: la eliminación del “poder invisible”, que se asume como “secreto” y lejano a las miradas de escrutinio del gran público. A este principio se refiere Norberto Bobbio cuando afirma que lo que “distingue el poder democrático del autocrático es que sólo el primero puede permitir formas de “desocultamiento” por medio de la crítica libre y el derecho de expresión de los diversos puntos de vista,” entre los cuales está el derecho a preguntar: “¿Quién controla a los controladores?” 43 He ahí, precisamente, una de las paradojas de la democracia moderna: enfrentarse a momentos excepcionales de concentración del poder que, como las guerras, reivindican lo invisible. Y he ahí una de las paradojas de esta zona de visibilidad opaca que produce la guerra: mientras la gestión informativa en la esfera pública busca –en teoría– hacerla visible, los guerreros intentan, a toda costa, hacer invisibles sus acciones y decisiones, o al menos las que no les favorecen, o que favoreciéndoles no tienen por qué someter al “poder visible” del debate público.

43 Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, México, F.C.E., 1986, pág. 80.

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DOSSIER • Jorge Bonilla Vélez / Catalina Montoya Londoño

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 85-93

COLOMBIA: ¿UNA GUERRA DE PERDEDORES? Eduardo Pizarro Leongómez*

Key words: Military strategy, democratic security project, negotiation, State, economies of war, international community.

Resumen

The author compares the visions of the dynamics on the present Colombian conflict outlined by the columnist and specialist in security themes, Alfredo Rangel, the Minister of Defense, Marta Lucía Ramírez and the National Report of Human Development for Colombia-2003. It proposes that there is a possible resolution of the conflict if the project of democratic security is supported financial, politically and socially in the long-term. It reaffirms the importance of the recovery of the State and the fight against the drugs traffic, necessary conditions to guarantee the democracy and the breaking of the war economies of the armed groups. It proposes that the resolution of the conflict should be done through negotiation and the active participation of the international community. Is expected a diplomatic support by the European Union that serve of counterweight to the more military factions of the United States. It also prevents on the need to consolidate a “third actor” that facilitates the processes of negotiation.

En las últimas semanas, ha habido un intenso debate en Colombia en torno al balance estratégico del conflicto armado interno que afecta al país. En particular, deben mencionarse las perspectivas desarrolladas en el “Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia - 2003”, en las columnas y artículos del conocido analista de temas de seguridad, Alfredo Rangel, y en las intervenciones públicas de la Ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez. El Informe Nacional de Desarrollo Humano caracteriza nuestro conflicto armado como una “guerra de perdedores”: “Con todo y su expansión territorial, la guerra ha sido un fracaso. Fracaso para las FARC y para el ELN que, tras cuatro décadas de lucha armada, están aún lejos de llegar al poder. Fracaso para los paramilitares, que en veinte años de barbarie no han logrado acabar con la guerrilla. Fracaso para el Estado colombiano, que ni ha sido capaz de derrotar a los insurgentes, ni de contener el paramilitarismo, ni de remover las causas del conflicto armado.”1 Esta guerra, según los autores del Informe, no tiene perspectivas de solución por la vía militar, pues, está dominada por seis lógicas o “inercias” que alimentan su degradación inevitable (las lógicas de la militarización, el rentismo, la territorialización, el terror, la criminalización y la vinculación apolítica). Alfredo Rangel, a su vez, en distintos informes preparados por la Fundación Seguridad y Democracia, sostiene que las FARC lejos de haber sufrido una mella significativa en su capacidad militar, simplemente se han replegado estratégicamente para evitar ser golpeadas en esta etapa de alto protagonismo de las Fuerzas Armadas, conservan en lo fundamental intacto su aparato militar y solamente están esperando el desgaste del Gobierno para retomar la iniciativa militar. Finalmente, la ministra de Defensa, ha planteado la inminente derrota militar de la guerrilla e, incluso, repitiendo el error que cometió diez años atrás el entonces también Ministro de la Defensa Nacional, Rafael Pardo, ha pronosticado nuevamente su derrota total en tan solo 18 meses. En pocas palabras, lejos de haber una lectura así sea mínimamente compartida en el país en torno al balance

*

1

El autor compara las visiones sobre la dinámica actual del conflicto colombiano esbozadas por el columnista y especialista en temas de seguridad, Alfredo Rangel, la Ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez y el Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia-2003. Estima que existe una posible resolución del conflicto si se aboga por una sostenibilidad a largo plazo, social, política y financiera, del proyecto de seguridad democrática. Reafirma la importancia de la recuperación del Estado y la lucha contra el tráfico de drogas, condiciones necesarias para garantizar la democracia y el quebrantamiento de las economías de guerra de los grupos armados. Encuentra que la resolución del conflicto debe darse por la vía de la negociación y la participación activa de la comunidad internacional, de la que se espera un apoyo diplomático por parte de la Unión Europea que sirva de contrapeso a las facciones más militaristas de los Estados Unidos. Así mismo, previene sobre la necesidad de consolidar un “tercer actor” que facilite los procesos de negociación.

Palabras clave: Estrategia militar, proyecto de seguridad democrática, negociación, Estado, economías de guerra, comunidad internacional.

Abstract

Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.

PNUD, El conflicto, callejón sin salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia - 2003, Bogota, 2003, pág. 81.

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OTRAS VOCES • Eduardo Pizarro Leongómez

estratégico, las miradas van desde una próxima derrota de la guerrilla hasta la imposibilidad de alcanzar un triunfo por la vía militar.

Hacia un “punto de inflexión” A riesgo de aumentar la confusión reinante voy a plantear una lectura distinta, con fundamento en la cual quisiera discutir las fortalezas y las debilidades de las visiones del PNUD, Alfredo Rangel y el Ministerio de Defensa. Nuestra tesis se podría simplificar de la siguiente manera: a partir de 1998 las FARC sufrieron una derrota estratégica. Esta consistió en que, tras un esfuerzo para pasar de la guerra de guerrillas a la guerra de movimientos –mediante la conformación de unidades y cuadros militares propios de un ejército regular–, se vieron obligadas a retomar la guerra de guerrillas debido a la modernización y tecnificación de las Fuerzas Armadas. El indicador más fiable de este enorme retroceso ha sido la ausencia desde esa ya lejana fecha (1998) de una sola acción con valor estratégico, es decir, que le infrinja a su adversario estatal una derrota de significación, tal como había ocurrido durante la administración Samper (Las Delicias, El Billar, Patascoy, San Juanito, etc.). Durante este cuatrienio, las FARC cercaron, aniquilaron o retuvieron, importantes unidades de élite del Ejército. Esta situación no volvió a ocurrir y, por el contrario, tras haber perdido la iniciativa táctica, las Fuerzas Militares la retomaron gracias a la superioridad aérea, la tecnificación de las comunicaciones y otras innovaciones, propinándole duros reveses a las FARC. El ELN, a su turno, no ha sido ajeno a este proceso de retroceso militar. Pero, su caso se debe fundamentalmente al avance de los grupos paramilitares en sus regiones de influencia y a la brutalidad de los métodos de estas organizaciones criminales. Tras largos años de construcción de redes de apoyo social y popular, las masacres, los asesinatos selectivos y el desplazamiento forzado inducido por los grupos paramilitares quebraron sus nichos sociales. El ELN se ha visto obligado a llamar a las FARC en su auxilio en múltiples regiones en las cuales poseía una influencia sólida y, según muchos analistas, este hecho le ha generado una creciente perdida de autonomía política y militar. Así, en los últimos años el ELN ha perdido el control de importantes zonas de influencia y corredores estratégicos para la movilización de sus frentes de guerra y el suministro de armas y pertrechos. Finalmente, en cuanto hace a los grupos paramilitares, las AUC tras varios años de avance en el plano organizativo y territorial, se hallan en un momento de desagregación, crisis 86

y ruptura. Los enfrentamientos armados entre distintas corrientes “paras” en Antioquia o Meta son solamente la punta del iceberg de las múltiples tensiones internas que atraviesan a este movimiento de extrema derecha. Ante este panorama creemos que Colombia está viviendo un “punto de inflexión” en el conflicto armado interno, es decir, un momento histórico que permite pensar que nos hallamos ad portas de su solución final. ¿En qué difiere, pues, nuestra mirada de las otras visiones mencionadas? Con respecto, a la visión del “Informe Nacional de Desarrollo Humano – 2003”, si bien coincidimos en que desde una perspectiva a largo plazo se trata de una “guerra de perdedores” –tesis que había constituido el eje central de nuestro libro Insurgencia sin revolución. La guerrilla en Colombia en una perspectiva comparada (1996)–, desde un análisis más inmediato de la dinámica actual del conflicto, es inadecuado. Los autores del Informe sostienen que en Colombia existe “una especie de ‘empate militar’ a niveles de fuerza e intensidad crecientes. A cada innovación o avance técnico, financiero, estratégico o territorial de la guerrilla, el Estado ha respondido con medidas de contención que, en esencia, se limitan exactamente a eso.” Más adelante añaden: “(…) hay varios factores que tienden a impedir la derrota militar de la guerrilla: la geografía montañosa y selvática, la enorme riqueza de los insurgentes; el apoyo de quienes usufructúan los servicios provistos por ellos (‘bienes colectivos locales’); la fragmentación de las élites y el Estado; los dilemas que afectan la acción de las Fuerzas Armadas; las limitaciones que enmarcan su estrategia, y la actitud de contención que caracteriza la política militar del Estado colombiano.”2 La existencia de un “empate militar” entre la guerrilla y el Estado ha tenido amplia difusión en Colombia. Según esta visión, el supuesto empate ha bloqueado las posibilidades de una solución por la vía militar y, ante los esfuerzos inútiles de una y otra parte para romper a su favor ese equilibrio, la guerra ha persistido año tras año. Esta tesis, inicialmente popularizada por el general en retiro, José Joaquín Matallana, ha tenido desde entonces fervientes defensores. Ante todo, esta visión ha servido de argumento central para quienes defienden las negociaciones de paz como única opción para desactivar el conflicto armado interno. Esta tesis adolece de dos debilidades. Por una parte, las Fuerzas Militares en ningún momento han perdido la

2

Ibid., págs. 67-87.


Colombia: ¿Una guerra de perdedores?

superioridad estratégica, aún cuando, en ciertos momentos a lo largo de estas cuatro décadas de conflicto armado, han perdido la iniciativa táctica. Ante todo, durante la administración Samper. Por otra parte, la idea del empate militar genera la impresión de una situación inmodificable, ya sea a favor del Estado, ya sea a favor de la insurgencia. Por ello, como alternativa analítica, hace algunos años propusimos la noción de “empate negativo”, con la cual queríamos subrayar tres ideas centrales: primero, la clara superioridad estratégica de las Fuerzas Armadas a lo largo de todo el período; segundo, que a pesar de esta superioridad, había sido palpable una incapacidad de las Fuerzas Armadas para resolver a su favor el conflicto por la vía militar; y, por último, la posibilidad abierta de que este escenario fuera modificado debido al quiebre del “empate negativo” a favor de una de las partes. Este quiebre fue intentado con resultados muy ventajosos por las FARC durante los años 1994 y 1998 y está siendo impulsado igualmente con resultados positivos por las Fuerzas Armadas desde 1998. Hoy, la superioridad estratégica continúa siendo un patrimonio de las Fuerzas Militares quienes, por su parte, han retomado la iniciativa táctica. En pocas palabras, si observamos la historia colombiana en las últimas cuatro décadas, sin duda, la expresión “guerra de perdedores” tiene amplia validez. Por el contrario, si miramos la dinámica del conflicto armado en los años recientes, es evidente que las Fuerzas Armadas han transformado el escenario estratégico a su favor. Por esta razón nos apartamos, igualmente, de la perspectiva de Alfredo Rangel. Es incontrovertible que las FARC están observando un riguroso repliegue táctico y están a la espera de un desgaste del Gobierno para retomar la iniciativa militar. Pero, a mi modo de ver, Rangel minimiza los golpes sufridos por las FARC, por ejemplo, en sus retaguardias de apoyo logístico y, ante todo, minimiza el impacto que ha tenido la modernización de las Fuerzas Armadas desde 1998. A pesar de este cambio en el escenario estratégico, igualmente, nos apartamos de las fechas perentorias de la ministra de Defensa. La fijación de términos tan estrechos como 18 meses no solamente choca con su factibilidad real, sino, con un problema grave de determinación de lo que se entiende por la derrota militar de la guerrilla: ¿se trata de un arrasamiento total del polo insurgente como ocurrió con los Tupamaros en Uruguay o los Montoneros y el ERP en Argentina? ¿Se trata de un debilitamiento tal que sólo les quede como opción la búsqueda de una salida negociada? Si este es el caso, ¿cómo se evalúa un debilitamiento de estas proporciones? Desde nuestra

perspectiva, desde 1998 y, con mayor fuerza, desde el inicio del mandato de Alvaro Uribe Vélez, la guerrilla ha sufrido un grave debilitamiento estratégico. Pero, este debilitamiento no significa su extinción total - la guerrilla, como ocurriera en Guatemala, puede subsistir por años en la endemoniada geografía física y humana de Colombia -, lo cual hace muy aventurado colocar plazos tan rígidos como 18 meses. Ante las debilidades o las limitaciones de estas tres lecturas, creemos que la visión de un “punto de inflexión” es la más adecuada para caracterizar el momento actual. ¿Significa, entonces, que estamos cerca de una resolución inminente del conflicto interno? Si, bajo un supuesto esencial: la sostenibilidad del proyecto de seguridad democrática. Para poner en evidencia la importancia de este tema, basta recordar lo que ocurrió durante el conflicto armado en El Salvador. El “pulgarcito de América” –como denominara el sacrificado poeta Roque Dalton a su pequeña nación–, constituyó después de Vietnam el conflicto armado de mayor envergadura con participación estadounidense hasta años recientes (Iraq, Yugoslavia, Afganistán). Esta dramática guerra, en la cual Washington invirtió alrededor de seis mil millones de dólares, terminó el día en que se agotaron las fuentes externas que alimentaban el conflicto. Por una parte, el FMLN perdió su retaguardia estratégica en Nicaragua con la derrota electoral del FMLN en manos de Violeta Chamarro. Por otra parte, Washington amenazó al presidente Alfredo Cristiani con el corte de su estratégica ayuda si no se sentaba en la mesa de negociación. Bajo estas nuevas condiciones, la guerra dejó de ser sostenible para ambos bandos y se abrió camino el proceso de paz. En la actual coyuntura, ¿qué camino han tomado las FARC y el Gobierno? Las FARC han tomado dos decisiones estratégicas. Por una parte, ante la dura iniciativa de las FF.AA., llevaron a cabo un repliegue militar y una dispersión de sus fuerzas para evitar ser golpeadas. Por otra parte, comenzaron a atacar duramente la infraestructura vial, económica y energética del país para ahondar la crisis fiscal del Estado y limitar sus recursos para la guerra. El Gobierno, en su momento, tomó dos decisiones centrales. De un lado, retomar la iniciativa militar y el control del territorio y, de otro, golpear las finanzas de los grupos armados, en particular las provenientes del tráfico de drogas, el secuestro y la extorsión. En otras palabras, las FARC juegan al desgaste progresivo del esfuerzo militar del Gobierno, gracias a la crisis fiscal y a una eventual disminución de los recursos provenientes del Plan Colombia. Y, a su turno, el Gobierno juega a quebrar las finanzas de la guerrilla, ahogando su 87


OTRAS VOCES • Eduardo Pizarro Leongómez

capacidad de reclutamiento, expansión geográfica y suministro de armas y municiones. En este contexto, tanto unos como otros confían en que, a corto o a mediano plazo, la capacidad de su adversario para sostener la dinámica militar entrará en colapso. En otras palabras, en la lucha por la supremacía estratégica, tanto el Estado como las FARC han entrado en una dramática guerra de desgaste de su adversario. La pregunta central es, entonces, la siguiente: ¿es sostenible a mediado plazo la política de seguridad democrática?3

La sostenibilidad del proyecto de seguridad democrática Como muestra el Informe Nacional de Desarrollo Humano Colombia -2003, más allá de las causas que dieron origen al conflicto armado en Colombia, lo cierto es que éste se ha convertido en una de las principales murallas para avanzar en el desarrollo económico, consolidar las instituciones democráticas y reconstruir las instituciones estatales. La solución al conflicto armado interno es hoy en día el desafío más importante de Colombia. Si en torno a este punto existe un consenso mayoritario en el país, en relación con las estrategias más adecuadas para enfrentar la violencia existen hondas divergencias. Desde mi perspectiva, una estrategia exitosa va a depender de la capacidad del Estado para empujar de manera simultánea una agenda global (es decir, no limitada solo a cuestiones militares) y, segundo, de su capacidad para garantizar la sostenibilidad (social, financiera y política) del proyecto de resolución de conflicto a largo plazo. En la última década, ha habido avances en dos terrenos centrales e indispensables para poder resolver el conflicto armado a mediado plano. Por una parte, la reconstrucción estatal; por otra parte, aunque de manera menos satisfactoria, la quiebra de las “economías de guerra”, gracias a la lucha contra el tráfico de drogas y de manera creciente contra el flagelo del secuestro.

3

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Presidencia de la Republica - Ministerio de Defensa Nacional, Política de Defensa y Seguridad Democrática, Bogotá, 2003. Una lectura más compleja requeriría discutir si la prolongación del conflicto es, igualmente, sostenible en las actuales circunstancias para los grupos guerrilleros. De hecho, si el debilitamiento estratégico de estos grupos continua y se acelera la quiebra de las “economías de guerra” (tráfico de drogas, secuestro, etc.), es probable que el esfuerzo militar actual no sea ya necesario en dos o tres años.

La reconstrucción del Estado Una condición básica para lograr la plena vigencia de un Estado de derecho y el eficaz respeto de los derechos humanos en cualquier país, es la existencia de un Estado con capacidad de garantizar un mínimo orden democrático. Para ello se requiere, en primer término, que el Estado esté en capacidad de formular y hacer cumplir las leyes y, en segundo término, que el ejercicio del poder se lleve a cabo a través de autoridades electas y dispuestas a rendir cuentas de su gestión. En Colombia existen graves deficiencias en ambos planos. Pero, el déficit más pronunciado se encuentra en el primer nivel, debido al “colapso parcial del Estado” que sufrió el país a finales de los años ochenta. La hiperviolencia que afecta a Colombia desde mediados de esa década, trajo como consecuencia una lenta pero persistente erosión institucional, que afectó ante todo a los débiles organismos encargados de la seguridad ciudadana.4 Como un castillo de naipes, el país pudo observar con angustia cómo se cuasiderrumbaban el aparato de justicia, el sistema carcelario, la Policía Nacional, e incluso las propias Fuerzas Militares. A principios de los años noventa llegamos al fondo del abismo. En estos años negros se produjo una cifra de homicidios intencionales sin antecedentes, el nivel de impunidad alcanzó cifras alarmantes, se fortalecieron varios grupos armados de carácter político o criminal que desafiaban la autoridad del Estado, se ahondó la perdida del monopolio de las armas y se amplió el número de regiones en las cuales era nula o escasa la presencia estatal. En medio de este clima dramático simbolizado por el narco-terrorismo y sus carros-bombas cotidianos, se inició bajo la administración de César Gaviria la reconstrucción de las instituciones, la cual ha arrojado algunos resultados parcialmente exitosos. Tal vez el caso más destacado sea el de la Policía Nacional, en especial tratándose de un continente donde existen muy pocas instituciones policiales confiables. Igualmente, ha habido avances en la justicia con la creación de la Fiscalía General de la Nación y el aumento de recursos para el aparato judicial. De hecho, a partir de 1993 la tasa global de homicidios ha bajado, sobre todo, gracias a su disminución en los principales centros urbanos. En estos años, igualmente, ha habido éxitos y retrocesos con respecto a los grupos armados por

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Ver Eduardo Pizarro y Ana Maria Bejarano, “Colombia: A Failed State?”, en ReVista. Harvard Review of Latin America, Vol II, No. 3, 2003.


Colombia: ¿Una guerra de perdedores?

fuera de la ley. Por un lado, se logró desmantelar a los carteles de la droga de Medellín y Cali que, a través de la violencia o la corrupción, estaban minando a las instituciones. Finalmente, en los últimos años se han fortalecido las Fuerzas Armadas (presupuesto, número de hombres, capacitación y tecnología), lo cual ha permitido que ésta institución haya recuperado la iniciativa militar en detrimento de los grupos guerrilleros y paramilitares. Como hemos sostenido a lo largo del libro, hoy Colombia tiene más Estado que hace 10 o 15 años.

La lucha antinarcóticos El quiebre de la espiral de crecimiento de los cultivos ilícitos durante el año 2002 y la reciente disminución en la producción de la hoja de coca en Colombia es un hecho, al parecer, indiscutible. Según el Departamento de Estado la caída fue de un 15%.5 Esta cifra es aún mayor si nos atenemos al Informe del director de la Oficina de Control de Drogas y Prevención del Crimen de la ONU (UNODC), Antonio María Costa, según el cual, la disminución alcanzaría el 30%. Según Costa, esta disminución tiene diversas fuentes: la erradicación de los cultivos ilícitos, el desmantelamiento de laboratorios y el auge que está experimentando el sector agropecuario,6 todo lo cual haría menos atractiva la siembra de coca en Colombia. De acuerdo con Naciones Unidas la extensión de los cultivos pasó de 144.807 a 102.071 hectáreas entre el año 2001 y principios del 2003, gracias ante todo a su disminución en los departamentos de Putumayo (71%) y Caquetá (42%), es decir, las dos regiones de mayor valor estratégico para el financiamiento tanto de las FARC como de las AUC.7

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Office of National Drug Control Policy, “Coca Cultivation in Colombia, 2002”, en News & Public Affairs, 27 de febrero del 2003. Este auge estaría relacionado con un crecimiento de cultivos alternativos en alrededor de 46.000 hectáreas que en el pasado se dedicaban a los cultivos ilícitos, según el encargado latinoamericano de la ONUDC, Aldo Lale-Demoz (“Colombia reduce plantaciones de coca en un 30%”, en El Espectador ,18 de marzo del 2003). Rachel Van Dongen, “Fall in Amount of Coca Grown in Colombia”, en Financial Times, 22 de marzo del 2003. Igualmente, según la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas que dirige el zar antidrogas, John Walters, el cultivo de amapola - usado para la fabricación de heroína - ha caído en un 25%, pasando el área cultivada de 6.540 hectáreas a 4.999 entre el 2001 y principios del 2003. Esta disminución quiebra una tendencia hacia el crecimiento acelerado, pues, entre 1998 y 2001, el cultivo de amapola había aumentado en un 62% (Reuters, “Estados Unidos dice cultivo de opio en Colombia se redujo en 25%”, 10 de mayo del 2003).

Esta disminución es sin duda importante, dado el enorme peso de los recursos del tráfico de drogas en el financiamiento de los grupos armados no estatales, en particular las FARC y las AUC, las cuales encuentran en este rublo entre el 50% y el 70% de sus recursos económicos. Es, además, importante pues en la medida en que desde Colombia se genera el 80% de la coca que llega a los Estados Unidos y dos terceras partes de la heroína que se consume en la Costa Este de esta misma nación, las posibilidades de una inserción positiva de nuestro país en el sistema internacional estará seriamente en cuestión. Los logros alcanzados en la reconstrucción estatal y en el debilitamiento de las “economías de guerra” son muy importantes; sin embargo, la pregunta sobre la sostenibilidad de la política de seguridad democrática a mediado plazo continúa siendo crucial. Este es, si se quiere, el verdadero dilema estratégico que vive la sociedad colombiana. Si la respuesta es positiva, la política de seguridad democrática puede abrir, finalmente, las puertas de la solución definitiva del conflicto interno. Si la respuesta es, por el contrario, negativa, a corto o mediano plazo la violencia política retomará su curso impasible por otros largos años. La sostenibilidad tiene, a mi modo de ver, tres dimensiones centrales: la sostenibilidad social, la sostenibilidad financiera y la sostenibilidad política.

La sostenibilidad social: ¿Mantequilla o cañones? Alejandro Santos, director de la revista Semana, en una conferencia ante el Foro Social reunido en Bogotá retomó el dilema clásico del profesor Paul Samuelson y se preguntaba: “El dilema que nos congrega hoy es cómo romper el círculo vicioso entre la guerra y la pobreza. ¿Se debe impulsar la seguridad para que la economía se reactive y por esa vía se ayude a mitigar la pobreza? ¿O se impulsa la inversión social para solucionar las “causas objetivas” de la violencia y así reactivar la economía?”8 En otras palabras, ¿debemos colocar el acento en la reconquista de la seguridad como precondición para el desarrollo o, por el contrario, debemos privilegiar el desarrollo para poder quitarle bases de apoyo social a los grupos armados? Según la Ministra de Defensa “si Colombia quiere acabar rápidamente el conflicto armado,

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Alejandro Santos, “Cañones o mantequilla”, en Semana.com, 6 de febrero del 2003.

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OTRAS VOCES • Eduardo Pizarro Leongómez

es indispensable aumentar el presupuesto de las Fuerzas Militares, inclusive, a costa de otras inversiones como salud, educación e infraestructura.”9 Esta postura me parece un grave error. Dada la enorme complejidad de la situación colombiana –incluyendo una situación social explosiva–, creo que el país requiere una estrategia compleja jugando a varias bandas de manera simultánea; es decir que necesitamos tanto cañones como mantequilla. En los últimos años, tras décadas de mejoría constante en los índices de pobreza y desigualdad de los ingresos, se ha iniciado una peligrosa involución haciendo de la cuestión social una verdadera bomba de tiempo. En América Latina y, en particular en la región andina, se ha ido configurando una nueva fisura social que amenaza la estabilidad institucional en toda la región. Una fisura entre los sectores integrados y los sectores no integrados a la economía formal, al seguro social, a las organizaciones sindicales o gremiales, a los barrios provistos de servicios públicos básicos, etc. En otras palabras, a las condiciones mínimas para el ejercicio pleno de la ciudadanía, tal como se puede observar en la Figura 1. Figura 1: Personas en situación de pobreza e indigencia - 2001 (porcentaje del total de personas)

País Bolivia Colombia Ecuador Perú Venezuela Promedio región andina Promedio América Latina

Pobreza 61.2 54.9 60.2 49.0 48.5 54.8 43.0

Indigencia 37.3 27.6 28.1 23.2 21.2 27.5 18.6

Fuente: CEPAL, Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe, Santiago de Chile, 2002.

El dilema de Colombia no consiste en escoger entre cañones y mantequilla, sino, en saber combinar sabiamente los cañones y la mantequilla. Pero, ¿es viable financieramente hacer esfuerzos simultáneos en ambos frentes? Este es uno de los más trágicos dilemas al que estamos enfrentados hoy los colombianos. Ojalá la comunidad internacional entienda que la reconstrucción del Estado, el gasto social y la política de paz no son políticas antagónicas, sino políticas

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“Mindefensa pide aumentar el gasto militar y bajar inversión social”, en El Tiempo, 13 de marzo del 2002.

convergentes y mutuamente necesarias e interdependientes.

La sostenibilidad financiera: ¿Hacia una crisis fiscal? La evolución del gasto militar ha sido una de las mayores paradojas de Colombia si se compara con el proceso vivido en América Latina. Durante décadas, el gasto militar colombiano fue uno de los más modestos en el continente. Por el contrario, en la última década y en abierta contravía de las tendencias regionales, el presupuesto de las Fuerzas Armadas ha tenido un crecimiento constante. Según el Ministerio de Defensa, Colombia ocupa actualmente el cuarto lugar en volumen de gasto militar en América Latina, después de Brasil, Argentina y México.10 En este tema, nuevamente, enfrentamos otro difícil dilema: el gasto militar es insuficiente para afrontar los requerimientos del desafío armado que enfrenta el país, pero, está consumiendo recursos que el país requiere a gritos para enfrentar las tareas del desarrollo económico. Este crecimiento del gasto militar tiene, pues, un doble rostro: por un lado, amenaza afectar duramente la estabilidad macroeconómica, debido a los riesgos de una grave crisis fiscal. Pero, por otro lado, dada la persistencia del conflicto interno, sólo un alto gasto militar permite crear un mínimo de condiciones para el funcionamiento de la economía. ¿Cómo vamos a equilibrar estas exigencias, al menos en apariencia contradictorias?

La sostenibilidad política interna e internacional (a) ¿Es posible construir una política de Estado? Uno de los desafíos más complejos que afronta un sistema democrático como el colombiano, afectado por un conflicto armado prolongado, es la cuestión del timing, del manejo del tiempo. Mientras que los grupos armados se rigen por la lógica de la guerra popular prolongada y, por tanto, pueden llevar a cabo planes estratégicos a largo plazo, los gobiernos democráticos están expuestos a elecciones regulares y, por tanto, al cambio de los equipos dirigentes y de sus planes de gobierno. Como hemos visto, el tiempo de los gobiernos democráticos es distinto al tiempo que rige la lógica insurgente. Mientras que un gobierno sólo puede planificar sus acciones para la duración de su mandato

10 Ibid.


Colombia: ¿Una guerra de perdedores?

–los Planes Nacionales de Desarrollo tienen también una vigencia de cuatro años–, los grupos armados pueden hacer planes de expansión y acción militar para 10 o más años. Este décalage entre la temporalidad de la guerra popular y la temporalidad de la democracia ha sido muy costoso para el manejo del conflicto interno en Colombia. Mientras que las FARC y el ELN han elaborado planes estratégicos a largo plazo, las élites colombianas han oscilado entre la guerra y la paz, sin ninguna continuidad. Es más, mientras que las élites percibían la guerra y la paz como dos términos antagónicos,11 las FARC y el ELN utilizaban cada uno de estos momentos en beneficio de su objetivo estratégico, la conquista del poder político. Esta situación cambió a partir de 1998. Bajo el empuje de Rodrigo Lloreda –uno de los más destacados ministros de Defensa que ha tenido el país–, se logró que simultáneamente con la política de paz que se desarrollaba en la llamada “zona de distensión”, se llevara a cabo un proceso de modernización y fortalecimiento de las Fuerzas Militares y de Policía. Por ello, tras el fracaso estruendoso del proceso de paz con las FARC en San Vicente del Caguán, la arremetida de la guerrilla pudo ser no sólo controlada, sino, incluso, revertida en detrimento de los grupos guerrilleros. ¿Qué lecciones deja esta experiencia? Fundamentalmente dos. En primer término, a diferencia de lo que se llegó a plantear en algún momento en el país en torno a la necesidad de convertir la política de paz en una política de Estado, lo que realmente es indispensable es convertir la política de seguridad democrática en una política de Estado. Es decir, es indispensable garantizar a mediado plazo una clara y contundente superioridad militar del Estado colombiano, como condición para una negociación exitosa con los grupos armados. En segundo término, en consecuencia es necesario evitar los “bandazos” que han caracterizado el manejo del orden público a lo largo de las últimas dos décadas. (b) El apoyo de la comunidad internacional El apoyo de la comunidad internacional tiene dos dimensiones: por una parte, el apoyo financiero y por otra parte, el apoyo diplomático. En cuanto hace al apoyo financiero, a pesar de la ayuda proveniente de la Unión Europea, Japón y otras naciones, el peso fundamental de este apoyo a Colombia proviene de

los Estados Unidos. La sostenibilidad del apoyo de Washington va a estar determinada, ya sea por la reelección de George Bush a la presidencia para un segundo período, ya sea en caso de que éste sea derrotado o de que llegue a la Casa Blanca un mandatario del Partido Demócrata comprometido igualmente con el Plan Colombia. Los países de la Unión Europea por motivos diversos (su oposición al componente antinarcóticos del paquete de ayuda de los Estados Unidos, el deseo de jugar su propio papel autónomo en América Latina, el temor de verse envueltos en una confrontación militar), se han mostrado muy reacios y críticos al Plan Colombia.12 Igualmente, ha influido en la actitud europea la existencia de otras regiones del mundo - en particular, Europa Oriental, Africa y Asia -, en las cuales poseen intereses en juego más intensos. Por ello, la Unión Europea ha preferido un “soft engagement” (compromiso suave) en contraste con el “hard engagement” (compromiso duro) de los Estados Unidos. A pesar de estas reticencias legítimas, el papel de Europa, no solamente en el plano del apoyo político a la solución negociada del conflicto, que ha sido invaluable, sino en el campo social y económico, es y será cada día más esencial. Por una parte, en aras de la diversificación de la ayuda externa y como equilibrio frente a las posturas de los sectores más radicales y militaristas en los Estados Unidos. Por otra parte, como complemento a la ayuda norteamericana –que ha colocado el mayor énfasis en la lucha militar y antinarcóticos–, centrando los aportes en la reactivación económica, el fortalecimiento de la administración de justicia, la población desplazada por la violencia y los derechos humanos. Estos recursos de la Unión Europea, así como de Japón y de diversos organismos multilaterales, son fundamentales para contribuir a garantizar un tratamiento integral a la crisis colombiana. En cuanto hace al apoyo diplomático –suponiendo que el Gobierno de Uribe no continúe cometiendo graves errores en este plano–, éste es fundamental para la solución definitiva del conflicto armado. Todos los analistas, tanto en el plano interno como en plano internacional, coinciden en que es muy difícil pensar en la viabilidad de una salida puramente militar a este conflicto. Por ello, todas las medidas que están siendo implementadas, deben necesariamente tener como horizonte estratégico el logro

11 Es decir, mientras se llevaban a cabo iniciativas de paz se debilitaban los esfuerzos militares, por lo cual tras cada etapa de negociación la guerrilla terminaba fortalecida militarmente.

12 Joaquín Roy, European Perceptions of Plan Colombia: A virtual Contribution to a Virtual War and Peace Plan? , Carlisle, Strategic Studies Institute, 2001.

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OTRAS VOCES • Eduardo Pizarro Leongómez

de la paz interna en el país a través de un proceso de negociación. Naciones Unidas, la Unión Europea y el Grupo de Países Amigos de la Paz en Colombia, han jugado y deberían jugar en el futuro un rol aún más decisivo en este plano. Tal como lo evidencia la experiencia internacional, son muy contados los conflictos que se han resuelto por la vía de la negociación sin la presencia de un “tercero” que juegue un rol de mediador en el conflicto. Como sostiene Barbara Walters, “A diferencia de las guerras inter-estatales, las guerras civiles raramente terminan en acuerdos negociados. Entre 1940 y 1990, el 55 % de las guerras inter-estatales fueron resueltas en la mesa de negociaciones, mientras que solamente el 20% de las guerras civiles alcanzaron una solución similar. En su lugar, la mayoría de las guerras internas terminaron con el exterminio, expulsión o capitulación de sector derrotado. De hecho, los grupos que sostienen guerras civiles casi siempre escogen luchar hasta el final, salvo que un poder externo intervenga para garantizar un acuerdo de paz. Si una tercera parte acepta presionar el cumplimiento de un tratado de paz, las negociaciones siempre son exitosas a pesar de los objetivos iniciales, ideología o etnia de los participantes. Si una tercera parte no interviene, las conversaciones usualmente fracasan.”13 Barbara Walters subraya que, mientras en las guerras entre Estados una vez se alcanza la paz los ejércitos enemigos se pueden replegar hacia sus países de origen, en los conflictos armados internos los adversarios deben aprender a convivir en el mismo territorio. Católicos y protestantes deberán aprender a convivir en paz en Irlanda del Norte si la paz, finalmente, se aclimata en esta convulsionada región. Lo mismo deberá ocurrir con los serbios, los croatas y los musulmanes en Bosnia Herzegovina. Por esta sola razón, es absolutamente indispensable la presencia de un “tercero” para crear garantías de seguridad y poder monitorear el cumplimiento de los acuerdos entre las partes. Esto fue lo que ocurrió tanto en El Salvador como en Guatemala y, lo que tarde o temprano deberá pasar en Colombia.

Un “empate mutuamente doloroso” Para terminar, pues, ¿cómo podemos caracterizar el actual escenario colombiano con respecto a la dinámica del

13 Barbara Walters, “The Critical Barrier to Civil War Settlement”, en International Organization, Vol 51, No. 3, 1997, pág. 335.

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conflicto armado y las perspectivas de paz? Me parece que la noción ya clásica de William Zartman, “empate mutuamente doloroso”, es la más adecuada.14 De manera un poco burda, podríamos afirmar que los analistas en resolución de conflictos se dividen en dos grandes escuelas de pensamiento. Por un parte, quienes sostienen que un conflicto armado llega a su punto de maduración para una salida negociada cuando existe un “equilibrio estratégico” entre los bandos enfrentados. Este habría sido el caso en El Salvador, en donde debido al nivel de polarización política y social alcanzada entre el Estado y la insurgencia, así como el empate en el plano específicamente militar, no quedaba sino una opción única: la búsqueda de una salida política, ante los riesgos de un empantanamiento del conflicto sin perspectivas de solución por la vía militar. Por otra parte, quienes sostienen que un conflicto armado llega a su punto de ebullición cuando, con autonomía del nivel militar alcanzado por las dos partes en conflicto, éste por diversas circunstancias se vuelve doloroso para todos los sectores de la sociedad, incluidos los actores armados. Este sería el caso de Guatemala. En Guatemala - a diferencia de El Salvador -, la guerrilla agrupada en la URNG estaba ya estratégicamente derrotada. Solo subsistían entre 800 y 900 guerrilleros en el norte del país, los cuales ya no constituían una amenaza para la estabilidad institucional de esta nación. Sin embargo, las élites políticas guatemaltecas –con el apoyo de Naciones Unidas–, impulsaron un proceso de paz que culminó exitosamente en diciembre de 1996. ¿Por qué se negoció en El Salvador con una guerrilla fuerte e intacta en su capacidad militar, pero, igualmente, en Guatemala con una guerrilla débil y sin mayores potencialidades militares? A mi modo de ver, por una razón fundamental: la persistencia del conflicto, independientemente de su nivel e intensidad, se había hecho dolorosa para la guerrilla –que había perdido ya su potencialidad estratégica para acceder por la vía militar al poder político–, pero, igualmente, dolorosa para las élites políticas. Estas, bajo un clima de violencia interna, no podían llevar a cabo una inserción positiva al sistema internacional, lo cual afectaba las posibilidades de la inversión privada, tanto interna como externa, y por tanto, las tasas de crecimiento económico.

14 William Zartman, “The Unfinished Agenda. Negotiating Internal conflicts”, en Roy Licklider (ed.), Stopping the Killing: How Civil Wars End, Nueva York, New York University Press, 1993, págs. 20-34.


Colombia: ¿Una guerra de perdedores?

El escenario estratégico colombiano cambió radicalmente en los últimos años. Entre 1994 y 1998 nos acercamos a un escenario a la salvadoreña. Es decir, la guerrilla creó los gérmenes de un “equilibrio estratégico”. Pero, tras su derrota a partir de 1998, nos estamos acercando a un escenario a la guatemalteca, o sea, a una situación en la cual a pesar de la derrota estratégica de la guerrilla, su persistencia en el tiempo está afectando duramente tanto las potencialidades económicas del país, como la vigencia de las instituciones democráticas y la solidez del tejido social. Ante esta “guatemalización” del escenario estratégico colombiano es indispensable continuar fortaleciendo el Estado y las instituciones encargadas de la seguridad y la justicia. Pero es, igualmente, indispensable tener en mente que este conflicto sólo tendrá una salida definitiva a través de la mesa de negociación.

Roy, Joaquín, European Perceptions of Plan Colombia: A virtual Contribution to a Virtual War and Peace Plan?, Carlisle, Strategic Studies Institute, 2001.

Bibliografía

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Van Dongen, Rachel, “Fall in Amount of Coca Grown in Colombia”, en Financial Times, 22 de marzo del 2003.

Lale-Demoz, Aldo, “Colombia reduce plantaciones de coca en un 30%”, en El Espectador,18 de marzo del 2003.

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Reuters, “Estados Unidos dice cultivo de opio en Colombia se redujo en 25%”, 10 de mayo del 2003.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 94-104

LA COMUNIDAD DEL ODIO Nicolás Rodríguez Idárraga*

La razón es, y sólo puede ser, una esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirles y obedecerles. David Hume, Disertación sobre las pasiones.

Resumen A partir del estudio de obras literarias, el artículo ofrece una mirada panorámica de los hechos ocurridos en la denominada “época de la Violencia”. Es una interpretación que busca complementar los trabajos adelantados por las ciencias sociales en materia de actores, comportamientos y razones para ejercer la confrontación. Se propone como eje conductor del trabajo, categoría analítica y componente central de las novelas evocadas, el concepto del odio como factor político. Tras un resumen y una breve contextualización de las novelas usadas, el artículo se pregunta por la función que juega el odio en la configuración de identidades partidistas y guerrillas de auto defensa. Encuentra que lo político, además de la violencia, pasa por la institución de comunidades cimentadas en el odio.

Palabras clave: Odio, comunidad, política, confrontación partidista, identidad, violencia.

Abstract Based on the study of some literary works, the article offers a panoramic view of the “years of the Violence”. It is an interpretation that seeks to complement the work that has been done in the social sciences related to the actors, behaviors and reasons to be in confrontation. It is proposed as the analytic category and the central component of the novels evoked the concept of the hate as political factor. After a summary and a contextualization of the novels used, the article questions the role played by the hate in the configuration of party identities and the self-defense guerrillas. It finds that the politics, besides the violence, passes for the institution of communities founded in hatred.

Key words: Hatred, community, politics, parties confrontation, identity, violence.

El estudio de la violencia política en Colombia ha producido un gran número de hipótesis académicas que intentan revelar su génesis y funcionamiento. Muchas de ellas siguen teniendo legitimidad aun hoy después de cruentos enfrentamientos e innumerables asesinatos. Así, se habla de una débil presencia estatal y una amplia deficiencia en la prestación de servicios de seguridad y de justicia por parte del Estado, de un cerramiento del sistema político, de una resistencia a procesos de reforma agraria, de una permanente inequidad en contextos de economía dinámica y en fin, otras posibles explicaciones al fenómeno de la violencia. Ahora bien, la violencia ha sido también tema de inspiración para los escritores colombianos hasta tal punto que generaciones enteras de novelistas han querido escapar a la influencia de la muerte en sus obras. En este trabajo se busca reivindicar la pertinencia de un concepto que la literatura ha querido priorizar como explicación a los hechos ocurridos: el odio, una noción que abarca un interrogante aun más extenso: ¿se hace política con sentimientos? A partir de la lectura de una serie de novelas que tienen por fondo la denominada época de la Violencia,1 se pondrá a consideración la existencia del odio como filtro explicativo y capaz de arrojar nuevas luces para la comprensión de los móviles e inclinaciones personales de campesinos, guerrilleros y militares. Se pretende elevar el odio a la categoría de factor político y abrir el debate con respecto al tipo de comunidad que se crea sobre la base de su existencia. Después de un breve resumen de cada obra, el ensayo intenta entonces responder a las siguientes preguntas: ¿qué visión del conflicto se maneja en la novela? ¿Quiénes son sus participantes y cuáles son sus intereses? ¿Cumple el odio con una función?

El odio: una rápida aproximación desde la psiquiatría El odio ha sido tema de análisis para figuras del conocimiento como Aristóteles quien lo describe en su Retórica oponiéndolo a la ira, David Hume que lo retoma

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Estudiante de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

En adelante su usará la Violencia con mayúscula para referirse al periodo histórico, y la violencia sin mayúscula para tratar el fenómeno.


La comunidad del odio

en su Disertación sobre las pasiones y otros ensayos morales, Freud que lo esquematiza bajo la conocida fórmula odio-amor hasta llegar entre otros muchos a Ortega quien amparado en la consigna freudiana postula en sus estudios sobre el amor una aproximación bastante cercana a la planteada por la teoría psiquíatrica contemporánea: “Odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia. Sólo satisfaría su radical desaparición.”2 En la actualidad uno de los teóricos más comprometidos con el tema, Carlos Castilla del Pino, plantea que “el odio funciona como deseo de destrucción del objeto odiado.”3 Se ejerce con relación a un objeto y su finalidad primaria consiste en el desvanecimiento del mismo: “es una relación virtual con una persona y con la imagen de esa persona, a la que se desea destruir…el trabajo del odio es bidireccional: va desde el deseo a la acción, y a la inversa, desde la inhibición de la acción al mero deseo.”4 En síntesis, el odio se practica sobre un objeto que se quiere destruir; puede constituirse en una obsesión que dé lugar a actos violentos; juega un papel determinante en la creación de una cierta identidad. Y ¿por qué, para qué y cómo odiamos? Retomando a Castilla del Pino, odiamos porque un objeto se convierte en una amenaza para nuestra integridad, para nuestra estructura como sujetos; odiamos para preservar entonces nuestra identidad y lo hacemos de manera acumulativa hasta el punto en que la imagen de lo odiado se torna constitutiva de nosotros.

Maniqueísmo en el tratamiento de la época de la Violencia Para empezar, ponemos a consideración dos novelas de corte testimonial: Lo que el cielo no perdona, de Ernesto León Herrera y Viento Seco, de Daniel Caicedo. Independientemente de sus escasos valores estéticos las dos narraciones se enfrentan al tema que nos ocupa: el odio como impulsor de las motivaciones de los personajes. En la novela- testimonio de León Herrera priman las descripciones de los hechos históricos ocurridos bajo el gobierno de Laureano Gómez. La persecución a los liberales es tema y sustento de la novela. El autor se centra en los episodios acaecidos en el occidente antioqueño para narrar la formación de guerrillas de la mano de míticos

José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1961, pág. 57. 3 Carlos Castilla del Pino, El odio, Barcelona, Tusquets Editores, 2002, pág. 13. 4 Ibid, pág. 25. 2

personajes como Manuel Giraldo, Arturo Rodríguez, Aníbal Pineda, Jesús Emilio Arenas y Jesús Franco. Se retoman tristes sucesos de la época de la Violencia en Antioquia como la matanza en Urama, liderada por el mayor Rafael Mejía Toro y la cruenta lucha cotidiana contra la Policía conservadora en el pueblo de Cañasgordas. La novela está dispuesta para rendir homenaje al general Rojas Pinilla y las Fuerzas Armadas de Colombia, cuyos soldados son permanentemente descritos como patriotas salvadores al servicio de la libertad y justicia del pueblo. El autor identifica culpables e inocentes con apabullante facilidad: el partido conservador y sus ciegos seguidores del sector de la Iglesia católica constituyen el bando de los malhechores y se enfrentan a la guerrilla, grupúsculos menos perversos de lo que podría creerse en razón a su devoción religiosa y justa sed de venganza. Hay en el texto una clara afinidad hacia la formación y el accionar de las guerrillas que operan en Antioquia, entre 1949 y 1952, tras la arremetida conservadora contra el pueblo liberal. Para enjuiciar al partido conservador y embestir contra el gobierno de turno se describen minuciosamente las macabras acciones de la sanguinaria Policía y se las contrasta con las benévolas Fuerzas Armadas.5 Especular en torno al sentido de la guerra narrada sumerge inevitablemente al lector en una secuencia en apariencia lógica de causas y efectos: con Laureano Gómez se atacan liberales y de ahí surgen las guerrillas; éstas se enfrentan a la Policía y en general a los grupos de hombres civiles que atacan al pueblo por ser liberal; la guerra es brutal y en ocasiones los mismos guerrilleros no le ven sentido, incluso consideran como única salida la llegada al poder de las Fuerzas Armadas. En resumen, el exterminio de liberales se enfrenta con actos de autodefensa y justificada venganza. Identificar gradaciones de odio en esa mezcolanza de sentimientos que mueven a la acción, constituye en buena parte un objetivo claro de este trabajo. El odio conservador hacia el liberal y el odio del guerrillero hacia la Policía no pueden consistir en una misma cosa. La actitud del conservador revela la necesidad de eliminar la otredad; el accionar guerrillero se justifica desde sus inicios en la autodefensa, en la conservación de la vida. Los dos casos argumentan odio y si bien el resultado del

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No está de más anotar que el libro es escrito un año después del golpe de estado propiciado por el general Rojas Pinilla (1954), de acá que en el momento las fuerzas armadas representen en efecto poco más que la salvación, son la esperanza de la paz y el fin de la violencia partidista.

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OTRAS VOCES • Nicolás Rodríguez Idárraga

enfrentamiento es el mismo (la muerte), la guerrilla y su reactivo sentimiento tienen una mayor razón de ser, un motivo real para sentir odio, inexistente en la actitud conservadora descrita por el libro. No obstante, más que odio haríamos bien en hablar de venganza, si se considera que el odio le es común a los grupos en contienda por razones diferentes. Así, habrá campesinos liberales que sienten odio por el asesinato de sus familias y sin embargo no llegan a concretar una verdadera acción punitiva contra los autores del crimen; por el contrario, los hay quienes logran encauzar ese odio en la dinámica de la guerrilla para hablar así de odio vengativo y colectivo. El inicio de una comunidad que se ejerce en la base misma del odio. Surgen una serie de preguntas cuya respuesta resulta crucial para el entendimiento de la época y sus actores: ¿en qué se basa el odio conservador hacia los individuos liberales? ¿Es justificable el ejercicio de la fuerza física bajo la bandera oscura de la venganza? ¿El odio colectivo tiene por fin la noción de revancha o se está desafortunadamente ante el inicio de una guerra no declarada, un enfrentamiento que no cesaría ante el asesinato de unos pocos individuos juzgados culpables?6 La novela de Daniel Caicedo se inicia en la región de Ceilán con la matanza y persecución de toda una familia. En el asalto, propiciado de manera macabra y sanguinaria por los pájaros, mueren los padres y la hija de Antonio Gallardo. Miserables y sin ánimos, Antonio y su esposa Marcela logran llegar a la Casa Liberal de Cali con la ayuda de don Andrés quien ofrece su apoyo económico al par de prófugos. Ya en la Casa Liberal, hogar de refugiados y víctimas de la persecución, el 22 de septiembre de 1948, los pájaros irrumpen nuevamente en escena e inician la histórica matanza. De ésta no escapa Marcela pero sí lo hace Antonio quien profundamente herido simula estar muerto y es arrojado a un río en compañía del resto de cadáveres. Un tiempo después, recuperado de las más inverosímiles heridas, Antonio se une a las guerrillas de Ansermanuevo que dirige Emilio Arenas con el único objetivo de vengar lo sucedido. El texto no tiene, como ya lo mencionamos, ningún mérito literario más allá de ser, según la critica literaria, la primera novela en Colombia que trata sobre la Violencia. A pesar de su apego a los hechos históricos y la carencia de interpretaciones literarias, la novela es de sumo interés en

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Algunos de estos interrogantes serán reformulados a la luz de otras novelas pero es de esperarse que no todos permanezcan sin una respuesta plausible.

tanto rastrea las relaciones que se tejen entre el odio y la venganza. Los hechos narrados podrían situarse entre los años 1946 y 1950, dadas las referencias explícitas que se hacen de las elecciones. Como ocurre en la novela de Herrera, el objetivo último lo constituye el enjuiciamiento del partido conservador interpretado como la bandada de salvajes que llevó a Colombia al éxodo de sus campesinos y la sucesiva formación de guerrillas. Los liberales son a su vez esbozados como el grupo perseguido y maltratado. En su interior funcionan con la lógica filantrópica de ayuda mutua y practican en su mayoría el odio y la venganza como única salida al dolor ocasionado por los conservadores. En Antonio el ejemplo es claro. Tras el desafortunado genocidio, odio y necesidad de venganza, se mezclan en el héroe hasta el momento en que la posibilidad de irrumpir en una guerrilla convierte el odio y la venganza en proceder metódico y calculado. Es así como la ilusoria noción del “ojo por ojo”, a la que apela en el prólogo García, se revela incierta, en tanto Antonio se compromete ahora con una causa institucionalizando lo que denominamos odio colectivo con respecto a la obra anterior. Cada Policía es un recuerdo en la vida de un campesino. Unos se retroalimentan a otros compartiendo dolores que en principio les serían ajenos. Retomando a Castilla del Pino: “Somos, es decir, sentimos los mismos afectos, de amor y de odio, que aquellos con los que tratamos de formar una comunidad.”7 No existe una válvula de escape que ayude a considerar el fin del odio. Antes todo lo contrario, se ejerce en comunidad y como tal no para de aumentar o por lo menos no disminuye. Asociar el odio con lo negativo y primario del ser humano constituye en casos como el anterior un desacierto. ¿Quién podría no sentir odio ante el asesinato de su familia? Esa es en últimas la justificación a la lucha armada que emana de los textos comentados. El odio no es allí un impedimento o, como respondió el escritor suizo Max Frisch en la entrevista sobre el tema, concedida a Alfred A. Hasler, “El odio de los oprimidos en el pasado, el presente y el futuro está justificado, es necesario. Sin odio jamás se hubiera asaltado la Bastilla.”8

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Castilla del Pino, 2002, op.cit., pág. 34. Max Frisch, “Tenemos que organizar nuestro mundo de otra manera”, en El odio en el mundo actual, Madrid, Ed. Alfred A. Hasler, Alianza Editorial, 1969, pág. 44.


La comunidad del odio

La violencia partidista en Caballero Calderón y Álvarez Gardeazábal: una visión diferente del maniqueísmo Sin entrar a juzgar la veracidad de lo narrado por Herrera y Caicedo, es apenas necesario un registro menos partidista sobre la historia colombiana, de lo contrario no habrá más avances en la comprensión del odio, y el entendimiento de la época de la Violencia se limitará a una visión perfectamente maniqueísta del mundo en la que un color político carga con la responsabilidad total de lo ocurrido. A continuación exploraremos tres buenos esfuerzos por superar ese simplista análisis histórico: El Cristo de espaldas y Siervo sin tierra, de Eduardo Caballero Calderón y Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal. El Cristo de espaldas narra la historia de un pueblo colombiano del páramo al que llega un joven cura, promesa del seminario de la capital, con la tarea de reemplazar al cura anterior. La acción de la novela transcurre en cinco agitados días en los que el cura pone a prueba sus conocimientos y principios religiosos. La trama se teje en torno al asesinato de don Roque, cacique conservador del pueblo que domina a su antojo al notario, al alcalde, al juez y demás encargados de la administración pública. Dados los nexos de Anacleto, hijo de don Roque, con los liberales alzados en armas de la mano de Pío Quinto, antiguo cacique del pueblo, se decide unánimemente declarar como culpable a Anacleto; en adelante lo sucedido será visto como un crimen político. Sólo el cura tendrá acceso a un pedazo de la verdad cuando el sacristán, después de recibir un grave machetazo en pelea con la banda de Pío Quinto, confiese antes de morir la violenta forma en que acuchilló a Don Roque por orden y pago de otras personas. El escenario ideado por Caballero es el mismo pueblo abandonado, pobre y violento al que acuden una y otra vez los escritores colombianos que se encargaron de retratar los acontecimientos de la época de la Violencia. Cambia el lugar por tratarse concretamente de Boyacá, pero los personajes son parecidos.9 No obstante, en su escogencia del cura como personaje principal y filtro explicativo de los hechos, la novela asume una considerable distancia con respecto a los textos anteriores, en términos de

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Concretamente la organización social del pueblo se asume en torno al poder del gamonal de turno, liberal o conservador, y a la Iglesia católica.

complejidad narrativa.10 Los hechos, que como es obvio tratan sobre el conflicto entre liberales y conservadores, ya no son presentados a favor o en contra de un color político. El cura le representa a Caballero la posibilidad de narrar la forma en que se atacan unos a otros sin tomar partido. Sin querer simplificar la novela, el cura es, en estricto sentido, una metáfora de lo neutral. Además de enfocar la narración en un pueblo conservador que pretende el exterminio de sus liberales, Caballero retoma igualmente el comportamiento de la masa liberal y es reiterativo con respecto al parecido en su accionar: todos se enfrentan con los mismos infundados prejuicios. No existe una verdadera diferenciación entre partidos políticos más allá del color que los identifica. Lo que prima en el análisis es una visión desgarradora de la masa de campesinos: “...eran los siervos, los desposeídos, los miserables. Su tierra quedaba siempre expuesta al capricho de los caciques, que los echaban de ella cuando les venía en gana. Sus mujeres seguían cayendo derrengadas por la paliza dominical y el duro trabajo cotidiano. Sus hijos nacían hipotecados al patrón como los bueyes y los marranos. Sus hijas seguían sirviendo de criadas y meretrices a los amos.”11 Sufren, debido a que existen grandes hacendados que los hacen vivir en un feudalismo anacrónico. Sin tierra propia y trabajando toda la vida para obtenerla, los campesinos rinden tributo a sus señores en la total ignorancia e injusta explotación. Unas líneas más del libro ejemplifican a grandes rasgos la posición del autor: “Pero, por una fuerza de inercia que en el fondo no era sino miseria e ignorancia, los campesinos eran liberales si habían nacido en finca de Don Pío Quinto Flechas, en el páramo, y conservadores, si alguna vez recibieron cepo y latigazos en la hacienda de las Piraguas”12 (apellido de Don Roque). Suerte o destino, nada que contribuya a aumentar más la sensación de incoherencia que recorre los motivos que se dan para hacer la guerra. Básicamente ardían en odio los unos a los otros según el lugar donde nacieran; las verdaderas similitudes, que eran muchas, empezando por la esclavitud y la ignorancia, poco importaban. No hay rasgos de ideología y

10 El uso del cura como filtro explicativo de la narración es una estrategia que Caballero comparte con dos textos que se analizarán en la parte final del trabajo: La mala hora de García Márquez, y El día señalado de Mejía Vallejo. 11 Caballero Calderón, El cristo de espaldas, Barcelona, Editorial Destino, 1968, pág 52. 12 Ibid, pág 52.

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el odio como detonante y razón de ser de la violencia se trasmite por simple herencia familiar. Pero ¿qué es lo que determina en realidad, el comportamiento de los campesinos? ¿Se puede pretender con absoluta seguridad que la suerte y el destino juegan un papel determinante en el desarrollo de los enfrentamientos o, por el contrario, existe un actor distinto al campesinado capaz de influir en el curso de la guerra? Esa es en parte la tesis que resulta de la obra de Caballero y si bien El Cristo de espaldas nos conduce en esa dirección manifestando su preocupación por la anacrónica estructura feudal que rige en la época, la novela Siervo sin tierra es un claro ejemplo del fenómeno. El eje del relato lo constituyen las aventuras de Siervo Joya, campesino nuevamente de la región del departamento de Boyacá durante la época de la Violencia. Liberal de nacimiento, Siervo Joya tendrá como único objetivo en la novela trabajar para comprar un pedazo de tierra. Ambientada en un mundo cruel y primitivo, la novela da cuenta de la gran cantidad de injusticias que se cometen con el campesino ignorante, siervo en una inverosímil relación feudal con los señores del territorio. Un buen día Siervo Joya se ve inmiscuido en una extraña y turbia trifulca tras la cual asesina en defensa propia a un conservador de la región. Es entonces conducido a la cárcel por lo que abandona a su esposa Tránsito, su perro Emperador y su hijo Sacramento. Ya en la cárcel estallan los acontecimientos del 9 de abril y la turba liberal se impacienta tras la victoria de los conservadores en las elecciones y el asesinato de Gaitán. Siervo Joya aprovecha la oportunidad para escapar de la cárcel junto al resto de reos también liberales. Se inicia así el período de la persecución en el cual Siervo Joya será maltratado físicamente y en su honor de liberal. Un tiempo después, cuando parecen normalizarse las cosas y la gran mayoría del pueblo liberal ha abandonado sus casas atrincherándose en el monte, Siervo Joya logra convencer al señor Ramírez de venderle el pedazo de tierra que tanto ha querido y trabajado frente a un contrato de endeudamiento. Finalmente, muere en el camino hacia el rancho tras firmar los papeles. A pesar de la llegada al poder de los conservadores en 1946, Siervo Joya y sus vecinos persisten en ser liberales. Cambiar de partido es una ofensa en la cual ninguno quiere incurrir. No importa que los persigan o torturen, la identidad se define a través de color político. Incluso antes de ser perseguidos los liberales ya practican con frenesí el odio y deseo de eliminación. Si bien liberales y conservadores son en la base el mismo campesino 98

ultrajado y pobre como bien lo describe Caballero, “Todos eran cortados con una misma tijera: tenían los mismos jipas mugrientos a la cabeza, las mismas ruanas piojosas sobre los hombros, los mismos calzones bordados de remiendos, pero entre ellos se olían, se distinguían y se atacaban como gozques de vecindario,”13 aun a pesar de eso, la idea de pertenencia a un partido le confiere a Siervo Joya la sensación de existencia. Probablemente de ahí emane la necesidad de superar y reducir al otro a su mínima expresión. Sin odio no hay identidad en tanto esta es finalmente la misma para todos. Se ha querido creer que la diferencia tajante entre liberales y conservadores le concierne a la Iglesia y sin embargo, a pesar de la activa participación de ésta en ciertos bochornosos episodios relacionados con la persecución liberal, los liberales siguen formando parte de la colectividad católica. Ante la falta de ideología, buena es entonces la práctica del odio, un velo que oculta las similitudes y proyecta la sensación de diferencias. Odiando se es liberal o se es conservador. Sin odio no hay comunidad. Si se reemplaza el enfoque utilizado anteriormente y se aboga por una diferenciación entre pobres y ricos, surge una sencilla forma de ver la relación de servidumbre en el interior de los partidos: dado que los hacendados y jefes más importantes son los que deciden a quién se le deja trabajar y cómo, al mismo tiempo condenan a sus empleados a sus propias decisiones políticas. El modelo de hacienda que describe Caballero conlleva la perdición económica y política para los campesinos. Lejos de Boyacá, pero en el mismo momento histórico, la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, Cóndores no entierran todos los días, nos propone la desafortunada historia de León María Lozano, humilde vendedor de libros y devoto seguidor de la Iglesia cristiana y el partido conservador. Tras salvar heroicamente el colegio de los salesianos del ataque de la chusma liberal del 9 de abril de 1948, Lozano empieza a convertirse en el dirigente del partido conservador de la zona, con ideas de extrema derecha. Vinculado a los congresos y reuniones de su partido, Lozano pasa a ser el jefe de toda una organización cuya meta consiste en asesinar individuos liberales. Por las calles de Tuluá empieza el desfile de cadáveres no identificados. La ciudad se convierte en un río de sangre sin

13 Caballero Calderón, Siervo sin tierra, Medellín, Bedout, 1978, pág. 101.


La comunidad del odio

que las autoridades hagan algo por impedirlo. El poder del personaje crece hasta el punto en que es conocido a nivel nacional como uno de los dirigentes de mayor importancia; aparece ya a esta altura de la novela como el jefe de los pájaros. El final del relato ofrece una cruda narración sobre la cantidad de personas asesinadas por ser liberales o conservadores disidentes, incluso por no denunciar abiertamente sus preferencias políticas. Central en la novela, la insistente descripción de los pájaros aporta nuevos matices al análisis del periodo. En sus inicios, los principales culpables de lo ocurrido son las elites conservadoras encargadas de convencer a León María Lozano de liderar los primeros asesinatos contra la población liberal. En ese sentido, el poder de influencia de las elites parece no tener límites. Sin embargo terminan por construir, sin que se sepa si conscientemente o no, un grupo totalmente sanguinario que desborda sus propias expectativas y plantea otro tipo de preguntas: ¿qué sentido tiene o tuvo imprimir sadismo en la ejecución de los señalados? ¿Con qué fin el uso de la crueldad y la tortura? Estas son las preguntas que habrá que responder, considerando además que los liberales si bien fueron asesinados no fueron los únicos. Y aun así, si se omite la muerte de liberales y se imagina la situación como una sucesión de torturas al conservador, ¿qué se puede expresar del odio conservador al liberal? O la explicación de la identidad conservadora entendida en términos de odio al liberal se revela falsa, o el odio esgrimido por la masa conservadora es incluso capaz de saltar por sobre la muerte. De la mano de Castillo del Pino la psiquiatría nuevamente podría ser útil: “…la muerte del odiado es, como la de cualquier otro objeto con el que estamos sentimentalmente vinculados, muerte del cuerpo odiado; su imagen, vive porque vivimos nosotros y en ocasiones perdura por el resto de nuestra vida.”14 Ahora es también posible que las prácticas y acciones descarnadas se relacionen con un propósito definido: enviar un mensaje claramente disuasivo, generar pánico para así disminuir la brecha entre miembros de una y otra colectividad. Tuluá no tolerará la diferencia, como si se tratase de negros y blancos en el interior de un conflicto racial. En ese sentido el exceso en la violencia es funcional. El autor es igualmente enfático al sugerir la activa participación de un sentimiento para el cual podría elaborarse otro ensayo: el miedo en las clases dominantes.

14 Castilla del Pino, 2002, op.cit., pág 25.

Caricaturizando, el texto evoca el miedo a Gaitán y por eso supone que lo matan; miedo a la chusma que se crea tras el asesinato de Gaitán y por eso la creación de los pájaros; miedo al desbordamiento de las bandas de pájaros, incontrolables una vez ideadas para aniquilar y tal vez por ello el golpe de estado (pactado) con el que se cierra el telón de la novela y con él la partida de León Maria Lozano hacia Pereira; miedo al éxodo de campesinos hacia las ciudades que generan inseguridad y sensación de desasosiego en las capitales… Miedo que encarna en una actitud atrevida, soberbia y no menos violenta que la ostentada por el odio en las clases menos favorecidas.15 Así mismo, es claro que los aparatos diseñados por las elites para ejercer violencia con precisión y crueldad, caso de los pájaros, le generan miedo al individuo. Esto influye y determina tanto el sentimiento de odio como la comunidad que se crea a su alrededor.

Violencia urbana y bogotazos sin Gaitán Hasta el momento nos hemos referido al plano de la violencia campesina desatada en los campos por cuestiones de persecución política y excesos asociados a las acciones delictivas policiales. A continuación ahondaremos en la violencia urbana (igualmente desatada, en algunos casos por la violencia rural y partidista) y en la figura, siempre reiterativa en las letras, del 9 de abril de 1948. Al respecto se han escrito una buena cantidad de novelas entre las que consideraremos Detrás del rostro y La calle 10, del médico y escritor Manuel Zapata Olivella, El día del odio, de Osorio Lizarazo y La rebelión de las ratas, de Fernando Soto Aparicio.

15 Al final, cuando teóricamente no hay de qué temer, Gardeazábal insiste en atribuirle la responsabilidad a las elites: “Todo empezó con el éxodo. Tuluá no fue la única que aportó la ruina. En las montañas no fue quedando con quien trabajar y en las poblaciones pequeñas la vida terminó lánguidamente. Las ciudades grandes se llenaron de un momento a otro de rostros entristecidos, marcados para siempre con el signo del terror, que terminaron apretujándose en castillos de mentira o en tugurios de cartón en las cañerías de las afueras. Tantos, y todos tan acongojados, que los dueños del poder por fin despertaron, y antes de que todo fuera hecatombe, los que acompañaban a los señores de Bogotá en sus banquetes de paz y en sus fotografías de lujo, decidieron invertir los papeles y decirle a los asesinos elegantes que su sangría ya había terminado porque ya no podían sus industrias y sus mujeres sostener a tanto refugiado y el porvenir económico del país estaba primero que la satisfacción política.” Cóndores no entierran todos los días, Bogotá, Editorial Plaza y Janés, 1985, pág. 112.

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La novela Detrás del rostro nos sirve como transición y ruptura al cambio que plantea considerar la violencia en términos de conflicto citadino. Además de actores diferentes nos enfrentamos a situaciones más complejas en donde el color político es sólo una de tantas variables. El principio de la historia que narra Zapata Olivella tiene sus bases en el asesinato de una familia en el Tolima, región por la que transitaba Octavio quien recoge a un niño en apariencia abandonado y totalmente asustado: “No me maten. ¡Ya asesinaron a mis papacitos y a mis hermanos!”16 Tras esta trágica confesión que es más grito de auxilio, Octavio decide encargarse del niño a quien en adelante llamará Estanislao. Intenta igualmente brindarles un sepelio justo y digno a los padres y hermanos de Estanislao pero se topa con que el Gobierno se lo impide. El secretario de Gobierno, persona allegada a Octavio, le advierte:”...esos muertos deben ser enterrados en el mayor silencio o el Gobierno no garantizará su vida o la de su familia...”17 Decide entonces hablar con el cura, también amenazado por el Gobierno, y lo único que consigue es una total negativa a su petición. Estanislao por su parte termina por huir de la casa de Octavio ante una serie de problemas que se le presentan con la hija y es acá en donde inicia el relato de uno de tantos hijos que ha dado la violencia, el gamín. El conflicto político (la supuesta participación del Gobierno en el asesinato de una familia entera de campesinos) no se analiza entonces directamente en el momento específico en el que ocurrió. Lo que interesa al relato es lo que produjo, su efecto (el gamín) y la indiferencia de una sociedad nada preparada para encararlo. Comparable con lo que podría ser la vida de un desplazado por la violencia en la sociedad colombiana actual, el gamín se convierte rápidamente en la injusta victima de la situación. Atrás han quedado los verdes paisajes, el diario vivir se revela una tortura de cemento gris y días lluviosos. Empero, el odio no es un tema relevante en la novela. Lo poco que se le informa al lector con respecto al gamín lo convierte en una persona afectiva, luego es justo preguntarse, ¿qué pasa si tras una trágica e injusta situación el odio ni aflora ni es expresado? En otros términos, ¿qué sucede si se reprime el odio, si se lo confunde con cualquier otra sensación? Es probable que sea imposible responder a esta pregunta por no ahondar en la sicología, sin embargo, se puede

16 Manuel Zapata Olivella, Detrás del rostro, Madrid, Aguilar, 1963, pág. 42. 17 Ibid, pág. 61.

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sostener que implícitamente se le está confiriendo una función al odio. En efecto, como meta por alcanzar (en el caso de la venganza) o simple desespero, el odio mantiene al individuo alerta y dispuesto a una posible acción. No ocurre lo mismo con Estanislao quien además de terminar desadaptado ante el profundo cambio que el medio citadino y la violencia en el campo le representan, no tiene una comunidad a la cual adherir; un grupo que le canalice el sufrimiento hacia algún punto distinto de la soledad, el desespero y la introyección. A pesar de lo peligroso y contraproducente que pueda resultar, la comunidad le confiere al individuo que sobrevive a una matanza y es expulsado de su territorio la oportunidad de mirarse a sí mismo en un espejo. Para que una violenta acción no degenere en el desespero total del que sobrevive, se necesita la existencia de otros muchos sujetos como él dispuestos a unirse en comunidad bajo el himno articulador del odio.18 El tema de la indiferencia citadina es retomado nuevamente por Zapata Olivella en su novela La calle 10, pero en este caso las victimas ya no son criaturas solitarias. El material de construcción es el pueblo mismo en el que se desarrolla la violencia urbana frente a la opulencia de sus clases dirigentes y los abusos coercitivos de una Policía tan o más viciosa que la descrita en Cóndores no entierran todos los días. La vida del sector conocido como La plaza de mayo es retratada con detalle. La miseria, el hambre, el horror, la rabia y la muerte nutren la vida del desafortunado sector de la ciudad. Existen dos personajes que le otorgan el hilo a la narración, un poeta socialista y un boxeador. En la primera parte de la novela, el boxeador es apuñalado por un misterioso individuo que presupone la presencia del Gobierno. Las 26 puñaladas desatan el caos y la segunda parte de la novela inicia así un Nueve de abril sin Gaitán. Incendios, saqueos y una cantidad inútil de muertos cierran la novela. El mensaje es claro: se sembró la semilla de la indiferencia y se cosechó el odio y la sed de venganza. Una visión particular del bogotazo. A pesar de lo inútil del ejercicio de la revuelta (al día siguiente la situación es la misma), el autor no escatima adjetivos para situarse del lado de los desfavorecidos. La novela encierra el germen de la revolución y hace pensar que el odio es subversivo.

18 Es también viable y ciertamente preferible que individuos como Estanislao ingresen a comunidades no vengativas; sin embargo y esa es también la crítica a las ciudades, esto es poco probable dada la enorme indiferencia con que se asume la existencia de estas personas.


La comunidad del odio

En ese ámbito del odio como combustible y detonante, José Antonio Lizarazo inscribe igualmente su novelaensayo, El día del odio. El texto describe la desafortunada vida de Tránsito, campesina de Lenguasaque, conducida por su madre a la capital para trabajar con una familia clase media que aspira al ascenso social. Un buen día la culpan de un robo que no cometió y es expulsada al terror de las calles bogotanas hacia los años 40. Empieza el suplicio para ella, violada inicialmente por un policía y conducida a la prostitución para sobrevivir. Víctima de las más nefastas influencias y en contacto con todos los parias de la capital, conoce a un delincuente (el Alacrán) que se ofrece a cuidarla con una extraña mezcla de cariño y abusos físicos. Entre el hambre y la chicha, Tránsito deja de ser la campesina inocente que llegara a la gran ciudad con esperanzas de un trabajo humilde. La novela termina en un grito de desorden y descomposición social total con el asesinato de Tránsito y el desarrollo de los hechos del bogotazo. Más que el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril que el libro esboza refiere al cansancio y estallido de odio del pueblo oprimido y sumido en la pobreza, circunstancias parecidas a las descritas por Zapata Olivella. Destaca en la novela la tajante división entre ricos y pobres. Prácticamente todo lo que se ha escrito sobre Gaitán y su figura como líder indiscutible del pueblo se materializa en esa maniqueísta visión del mundo. Dos temas en particular tejen la trama del relato: el papel de la chicha que envilece y enajena al pueblo al mismo tiempo que cataliza sus sufrimientos; los constantes abusos de la Policía. A pesar de no tener claras las razones que impulsan a destruir la ciudad, la masa se junta en una enloquecida total que en realidad es grito de odio contra la realidad que la rodea. Al prescindir de la importancia de Gaitán, se asume la necesidad del enfrentamiento: el odio sembrado y reproducido hasta el cansancio explota porque tiene que explotar, como si se tratara de un hecho irremediable. Para el indigente o campesino tradicional desfogar su necesidad de eliminación del objeto odiado en una ciudad es muy complicado. No se odia únicamente a los conservadores por obligar al éxodo, se odia a la Policía y sus abusos, al delincuente común, al violador, al indiferente... Brotan así algunas de las diferencias entre violencia urbana y rural. La violencia urbana se ejerce como espiral, salvo contadas excepciones (que son más milagros) la persona que ingresa no sólo nunca sale, sino que se hunde en una maraña de prácticas delictivas y costumbres borrosas que lo convierten rápidamente en un ser que la sociedad rechaza por principio. Que sea una prostituta o un gamín, a nadie se le ocurriría pensar que detrás de su

peligrosa fachada hubo en algún momento una historia con destino y futuro. Ya para terminar con los bogotazos presentamos uno en que no hay ni ciudad ni Gaitán. Se trata de la novela La rebelión de las ratas, de Fernando Soto Aparicio. El libro recrea la trágica explotación de los mineros de la Campaña Carbonera del Oriente. Los hechos se tejen alrededor de las acciones de Rubicundo Cristancho quien llega al lugar de la mina en espera de un futuro mejor. No solo no lo consigue, sino que termina esclavizado de la peor manera por las directivas extranjeras de la compañía a cambio de un sueldo miserable que lo mantiene a él y su familia al borde de la muerte. En tan solo 19 días que dura la acción del relato, la familia de Cristancho sufre toda una serie de infortunios: su esposa aborta su tercer hijo, su hija abandona la familia con una especie de matarife de pueblo y su hijo de doce años conoce por primera vez la cárcel. Cristancho por su parte se une al resto de mineros para iniciar una huelga que termina con la irrupción de la Policía (la misma que en opinión del autor desató la Violencia en Colombia) y la vuelta a la rutina del insoportable trabajo so pena de una acción represiva. Finalmente los mineros se deciden por una segunda protesta y al calor de la chicha y la cerveza, lo que inicia como una organización formal de trabajadores en busca de mejores condiciones de trabajo, termina en un bogotazo sin ciudad para incendiar, pero con las mismas características de desorden, resentimiento y destrucción. En síntesis, el odio es desde la perspectiva de estas obras literarias un detonante, una chispa capaz de revertir el orden social. Ninguno de los autores considerados esconde su abierta actitud pro revolucionaria. El odio, retomando al filósofo Ernst Fisher, “es en ocasiones justificado, un odio que nace de la ira provocada por la injusticia, la crueldad, el abuso del poder.”19 Casi una necesidad en tanto que fuerza histórica, a pesar del fracaso que suponen, en términos de cambio sustancial, los bogotazos evocados, y el verdadero.

Violencia como institución, y odio a través de las instituciones: La mala hora y El día señalado La mala hora, de Gabriel García Márquez y El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo, nos plantean dos temas fundamentales: la institucionalización de la violencia, y el odio a partir de las instituciones.

19 Ernst Fischer, “Por un rostro humano del socialismo”, en Hasler, 1969, op.cit., pág. 32.

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OTRAS VOCES • Nicolás Rodríguez Idárraga

La mala hora transcurre en un pueblo que intenta restablecer el orden a través del terror bajo el poder de Rojas Pinilla. Una desafortunada noche los primeros pasquines (especies de chismorreos de pueblo donde se da cuenta de las andanzas, tropiezos...de los habitantes) aparecen en algunas puertas. El que llega a César Montero lo insita a asesinar a Pastor, el músico del pueblo. Los pasquines se multiplican y siembran la discordia entre familias, reanimando odios, reviviendo en la memoria rabias y crímenes cometidos en el pasado. El cura Angel, en principio indiferente, se reúne con el alcalde y lo persuade a tomar medidas de seguridad frente a este “caso de terrorismo en el orden moral”. Nada logra que los pasquines dejen de proliferar. El alcalde decide volver a la represión. La paz transitoria e irreal termina y el pueblo vuelve a su infierno cotidiano. El relato se sitúa en un paraje distinto del clásico Macondo usado por el autor.20 Las acciones ocurren un hipotético año después de las persecuciones, cuando el estado de sitio sigue vigente en la mayoría del país. Sin hacerla explícita, la violencia asume un carácter cotidiano, como si fuese una institución. El odio ante la represión del pasado ha instalado una turbia actitud en los habitantes: no sienten verdadero miedo, no corren a esconderse y, por el contrario, practican un metódico ejercicio de oposición clandestina. En opinión de Gustavo Cobo Borda,”Los chismes, en La Hojarasca, como los pasquines en La mala hora, como las papeluchas en el General en su laberinto dispersan la presión de la caldera social pero a la vez difunden la malevolencia y sacan a la luz la ignominia de tantos conflictos, sociales, políticos, o sexuales.”21 Así, frente al padre y su creencia en una moral tradicional y digna se cocina una verdadera descomposición social. Los pasquines son sólo el detonante de algo que no podía tardar mucho tiempo: los nexos comunitarios se pierden, la razón de ser de ese orden social basado en una moral única y distinguible ha llegado a un punto de quiebre definitivo. Es la pérdida total de colaboración entre miembros de una misma comunidad y lo viene a ratificar Casandra, la adivina del pasajero circo que le anuncia al alcalde con respecto a la autoridad de los pasquines: son todos y ninguno.

20 Junto a La mala hora, la única otra obra que no parece tener por espacio el pueblo bananero de Macondo sería El coronel no tiene quien le escriba. 21 Gustavo Cobo Borda, “Cultura y violencia a través de la obra de Gabriel García Márquez”, en Repertorio crítico sobre García Márquez, tomo 1, serie La granada entreabierta, Santafé de Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1993, pág. 230.

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Evidentemente que todos saben, pero no hacen nada para evitarlo; en el fondo ese es el objetivo, demostrar que no hay paz, que la aparente tensión tiene sus razones de ser y el teatro pacifista montado por el gobierno autoritario debe llegar a su fin. No obstante la moral retardataria, la violencia y el odio juegan un papel importante en la ruptura de los nexos comunitarios. Se institucionalizó la violencia hasta el hartazgo. El odio explota como lo hace en otras novelas, no puede permanecer estancado y al margen de la opresión por mucho tiempo. Aquí es incluso a través del mismo que la oposición se gesta hasta convertirse en una nueva comunidad y como siempre, una comunidad de odio y al servicio de las guerrillas pero al margen de aquellos que no profesan la misma necesidad de exterminio de la otredad o del ser odiado. Difícilmente pueden seguir coexistiendo en el pueblo opositores y colaboradores. La mala hora es un libro de homenaje a la oposición. El odio, más que diferenciar conservadores de liberales, traza líneas recordatorias. Cumple el papel de memoria, otorga la posibilidad de resistencia. Por lo demás, constituye un ejemplar único en términos literarios: sin necesidad de asfixiantes descripciones que en su recorrido salpican sangre, trasmite con maestría y humor la tensión política de los años 50. Episodios como el del dentista y el alcalde, por ejemplo, le hicieron falta a la literatura del momento: con pocas palabras, García Márquez condensa en el dolor de una muela el significado político de una época. El día señalado es por su parte un registro literario más tenebroso y directamente violento. En un dantesco territorio denominado Tambo se desarrolla la vida de un pueblo asustado y sitiado por la guerra de la Violencia. Varias historias confluyen en la narración, desde la llegada de un nuevo cura que intenta cambiar las actitudes de los habitantes, hasta el relato de un joven gallero que inicia un viaje hacia Tambo en busca de su padre (que resulta ser el gamonal del pueblo), al cual tiene por enemigo y piensa asesinar. Entre historias se da cuenta de la lucha entre guerrilleros atrincherados en el páramo y militares que cuidan y a la vez esclavizan al pueblo dejándolo sin hombres. En un contexto de violencia institucionalizada y sin sentido, de odios y rencores fundados en matanzas, la misión del cura fracasa debido a la irrupción de la guerrilla en el pueblo. El gallero encuentra a su padre y le perdona la vida tras su victoria en un combate eminentemente metafórico entre su gallo y el del gamonal. Imagen central de la novela y elemento sumamente perturbador para el lector, Mejía Vallejo presenta la figura del enterrador, el encargado de cavar huecos para los


La comunidad del odio

constantes cadáveres que se registran en el pueblo. Independientemente de su macabra función, el enterrador es además un hombre con un triste pasado: los militares del pueblo asesinaron a su esposa y lo hicieron huir del campo con su hijo. En permanente acecho, el enterrador está presente en la mayoría de la obra, emitiendo extrañas amenazas en particular al sargento de los militares y al cojo Chútez, gamonal del pueblo. El personaje del sargento es a su vez la representación de la represión y el infinito odio hacia los guerrilleros. De semblanza fuerte y postura altiva, su devoción hacia la milicia es total. Junto al cojo Chútez, los dos personajes manejan a su antojo el pueblo. El relato no escatima ingredientes que puedan emanar violencia y odio; todos murmuran y al mismo tiempo temen, convirtiendo el miedo en una tortura del diario vivir. La posición hacia los militares resulta sumamente ambigua en tanto el pueblo los percibe como culpables, pero el narrador no los condena. Al final del relato, en el momento en que los militares pierden una batalla tras caer en una emboscada en el páramo, organizada por el enterrador, el sargento surge como un personaje que infunde respeto y admiración en el pueblo. Los guerrilleros son igualmente ideados como elementos que aglutinan las esperanzas del pueblo, pero al hacer su irrupción, el día señalado, el desorden es tal que de cualquier manera el lector no encuentra mayores razones para identificarse con ellos. De hecho, la figura del líder Pedro Canal no pasa de ser autoritaria y evidentemente brusca hasta el cansancio. Aun así el miedo que ocasionan los militares es superior a las ilusiones que la guerrilla representa. Entre los muchos tipos de odio que la novela plantea, uno, en especial, atrae la atención: el odio en la institución militar. Salvo el sargento, ninguno de los soldados expresa en un principio un verdadero odio o resentimiento hacia la guerrilla y, sin embargo, son todos víctimas de un adoctrinamiento supremamente efectivo. El ejercicio militar, además de ser en el relato uno de los grandes detonadores de excesos e injusticias, enseña a odiar. Entendidas como comunidad, la institución militar y la guerrilla se cohesionan respectivamente ante la existencia de un enemigo común. En conclusión, las comunidades se enfrentan hasta eliminarse mutuamente pues no pueden coexistir en paz cimentadas en el odio.

Consideraciones finales El trabajo se inició con la pregunta por el papel de los sentimientos en el ejercicio de la política y si bien no fue riguroso y, por el contrario sólo el odio fue fruto de

atención, es posible concluir que durante el período de la Violencia, la política, más que un ejercicio netamente racional, se erigió como una racionalización del odio con miras a la política. El concepto mismo de comunidad se reveló pertinente en tanto que ayudó a esclarecer la dinámica del odio colectivo. Así, la narrativa de la época de la Violencia además de actores, postula comunidades cimentadas en el odio. Aun si se desconoce la verdadera génesis del odio en el interior de cada comunidad, el conflicto partidista, la formación de guerrillas y la represión militar, son fácilmente abordables bajo el mismo esquema de comunidad del odio. La base de la comunidad es entonces el odio y de ahí lo hermética y funcional de su estructura. Casos concretos como el del partido liberal o conservador, llevan incluso a hablar de identidad entendida a través del odio. Se aprende a odiar y con base en ello se construye un significado del otro. Así mismo, se da una construcción social del odio por cuanto existen instituciones (llámense partidos políticos, Iglesia, milicia o guerrilla) que lo socializan. Por otra parte, el odio puede ayudar a interpretar las enormes diferencias que hay entre violencia urbana y violencia rural. En lo rural la comunidad o más específicamente la guerrilla se revela funcional a pesar de estar forjada en el odio. No es claro si éste (el odio) es el resultado de distintas acciones o el punto de partida, pero los hechos narrados le confieren un papel fundacional. Así, donde no hay esperanzas y la violencia partidista o los excesos gubernamentales han arrasado con la identidad campesina, el odio deviene un factor de cohesión y reordenamiento. En ese sentido, cumple con una función social. No ocurre lo mismo en la ciudad por las mismas características a las que se enfrenta el campesino o indigente que vive en la calle. No hay un registro literario claro que haga pensar en una comunidad de pobres porque a pesar de compartir el odio hacia las elites y su indiferencia, la noción misma de comunidad se ve embestida por innumerables vicios y taras que imposibilitan la unión. Así, la violencia urbana se constituye, como bien lo esboza Zapata Olivilla, en un ciclo sin salida. Los esfuerzos narrativos ideados por algunos escritores para convertir el bogotazo en una revolución no pasan de ser meros esfuerzos. La realidad social en la que están inmersos sus personajes atestigua la verdadera envergadura del conflicto. En la ciudad, el odio es tan solo una de tantas emociones negativas. Para terminar, un artículo de Ignacio Echevarría, titulado El odio: una pasión moderna, ayuda a contextualizar el odio más allá de la literatura y la psiquiatría. Sostiene Echevarría 103


OTRAS VOCES • Nicolás Rodríguez Idárraga

que “…cabría postular que en la formación de los pueblos y de las naciones, o más generalmente de los grupos sociales, el odio desempeña un papel inmemorial comparable al que desempeña en la construcción de la autoconciencia individual.”22 Así, el odio, además de esencial para la identidad en el plano individual, en términos históricos ha jugado un papel preponderante en la conformación de los distintos pueblos. Ocurre entonces que en Colombia, la construcción social de un orden inacabado, conflictivo y, rara vez armonioso, se ha desarrollado en buena medida a través del odio. Lo político en la época de la Violencia vendría a ser, además de la violencia como lo sostiene Pécaut,23 el odio y la venganza.

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22 Ignacio Echavarría, “El odio: una pasión moderna”, en Hasler, 1969, op.cit., pág. 84. 23 Daniel Pécaut, Orden y Violenia, Evolución sociopolítica de Colombia 1930-1943, Bogotá, Editorial Norma, 2001.

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Zapata Olivilla Manuel, La calle 10, Bogotá, Ediciones Casa de la Cultura, 1960.


Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 105-114

¿EL TAMAÑO IMPORTA?: FORMAS DE PENSAR EL FORTALECIMIENTO MILITAR EN COLOMBIA* Juliana Chávez Echeverri **, Lorenzo Morales Regueros ***, Mauricio Vargas Vergnaud ****

Resumen El artículo retoma el concepto conocido como relación combate-apoyo (RCA) para evaluar el fortalecimiento de las FF.MM colombianas. Destaca cómo en las últimas décadas, y de manera errónea, se ha pretendido que un aumento del pie de fuerza en combate, en detrimento del número de personas que brindan apoyo para el combate, acarrea necesariamente un aumento en la capacidad de combate. Contrario a esto, argumenta en favor del establecimiento de prioridades, la asignación de tareas específicas y el mejoramiento en el empleo de los recursos. Se sugiere que cantidad no es sinónimo de calidad y se aboga por una mayor profesionalización de las FF.MM.

Palabras clave: Eficiencia, eficacia, fortalecimiento, movilidad, superioridad militar.

Abstract The article examines the concept known as relation fight-support in order to evaluate the strengthening of the Colombian armed forces. It emphasizes how in the last decades, and in an erroneous way, it has been argued that an increase in the number of fighters, in detriment of the number of persons that offer support for the battle, leads necessarily to an increase in the fighting capacity. Contrary to this, it stands for the establishment of priorities, the assignment of specific tasks and the improvement in the use of the resources. It is suggested that quantity is not synonym of quality, and it stands for the need to professionalize the military forces.

Key words: Efficiency, efficacy, strengthening, mobility, military superiority.

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Este trabajo recoge los aportes principales del “Estudio relación combate - apoyo en las Fuerzas Militares” elaborado para la Subdirección de Seguridad y Defensa de la Dirección de Justicia y Seguridad del D.N.P. Las opiniones aqui vertidas son de exclusiva responsabilidad de los autores. ** Historiadora de la Universidad de los Andes, ha trabajado como consultora para la DJS del DNP. *** Politólogo de la Universidad de los Andes especializado en temas de seguridad del Instituto de Estudios Políticos de Toulouse –Francia. Ha trabajado como consultor para la DJS del DNP. **** Economista y Politólogo de la Universidad de los Andes, asesor de la DJS del DNP.

En la literatura sobre temas de seguridad y defensa, uno de los indicadores más recurrentes para evaluar la eficiencia y la capacidad de combate de la fuerza pública es la relación cuantitativa entre el número de efectivos que realizan labores directas de combate y los efectivos que realizan labores de apoyo y administrativas. Este concepto, conocido como la relación combate-apoyo (RCA), representa entonces el número de hombres requeridos para sostener a un solo soldado en un área de combate,1 y deja ver entre otras cosas, los niveles de burocratización de las fuerzas militares (FF.MM.), así como la capacidad real de combate de los ejércitos.2 En general los procesos de reestructuración, modernización y profesionalización de las FF.MM. han estado nutridos por debates sobre la recomposición de esta relación, la cual tiende por inercia a aumentar en la proporción de personal de apoyo y a reducirse en el personal estrictamente de combate. Este fenómeno es mal recibido por la opinión pública que ante los incrementos de demanda por seguridad en contextos de dificultades fiscales, no admite tener unas FF.MM. burocratizadas.3 En este orden de ideas las discusiones han mostrado dos planteamientos básicos: por un lado están aquellos que defienden un sector con un peso importante del personal de apoyo, argumentando que este es indispensable para el funcionamiento adecuado de las fuerzas en el cumplimiento de su misión, posición defendida, en general, por el estamento militar que conoce de primera mano la importancia del tema logístico para el desarrollo de operaciones militares.4 Por el otro lado, el

Ver por ejemplo, Martin Binkin, y William Kaufman, U.S. Army Guard & Reserve: Rhetoric; Realities, Risks, Washington DC, The Brookings Institution, 1989, pág. 26. 2 En este sentido los análisis de la RCA deben diferenciar las armas existentes en unas FF.MM. (ejército, fuerza aérea y armada), ya que el poder de fuego con el que cuenta el personal de combate de cada una es de naturaleza distinta. No se puede comparar por ejemplo el poder de fuego de un soldado de infantería con el de un piloto de combate. 3 En vísperas del 11 de septiembre del 2001, uno de los temas principales para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos era la ejecución de una gran reforma de desburocratización de esa entidad. A la RCA se le conoce en inglés como tooth-to-tail ratio (relación diente-cola). 4 La Logística militar es un tema que teóricamente aparece entre los niveles de la Estrategia y la Táctica, y que también es tratado por los autores clásicos de la literatura. Tal vez quien mayor énfasis hace sobre el tema es el francés Henri Antoine Jomini, en The Art of war, London, Greenhill Books, 1986. Ver también la revista de la Escuela de Guerra, Fuerzas Armadas, Vol LIX, edición 184 de septiembre del 2002, número especial sobre el arte operacional.

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personal civil versado en temas de defensa que demanda una mayor asignación de personal a la misión propia de las fuerzas, es decir el combate, posición que se explica no por ignorar el tema de la logística militar, sino porque se conoce también la tendencia a que gran parte de los cargos administrativos en lo ministerios de defensa sean ocupados por personal castrense, cuando estas funciones podrían ser encargadas por menor costo a personal civil.5 Mientras en los países anglosajones el estudio de la RCA ha sido la columna vertebral de la recomposición y modernización de los ejércitos, este tema en el país ha sido abordado de manera muy marginal, lo que puede explicarse por varias razones. Tal vez la más importante sea el hecho de que el tema de la Defensa y la Seguridad es considerado como política pública hace relativamente poco tiempo, y dada la especificidad de lo relacionado con la RCA, una investigación como la aquí planteada no tenía prioridad en la agenda de los analistas del sector, quienes se han concentrado principalmente en asuntos más generales como los niveles de gasto militar o la desagregación de los rubros de éste. Otro aspecto que influye en la marginalidad de la RCA en Colombia, y que sigue afectando los estudios empíricos sobre Seguridad y Defensa, es el relativo a la existencia, la disponibilidad y la confiabilidad de la información sobre aspectos militares. El presente artículo pretende abordar lo tocante a la RCA, mirando primero algunas consideraciones metodológicas importantes para dimensionar los alcances de este indicador y enseguida analizar sus limitaciones a la hora de evaluar la eficiencia y eficacia de las fuerzas. Con estos planteamientos se pretende hacer una lectura crítica de las políticas de fortalecimiento militar, que se limitan a aumentar el pie de fuerza, y se proponen algunos asuntos que deberían ser prioritarios para los policy-makers del sector. Se aclara en este punto que el presente análisis no cubre el tema de policía, pues se trata de un cuerpo armado de naturaleza civil, con misiones distintas (seguridad urbana y prevención del delito), que no puede ser estudiado de la misma forma que los cuerpos armados militares.6

La relación Combate-Apoyo como indicador de eficiencia En el mundo anglosajón, la relación combate apoyo se conoce como la “tooth-to-tail ratio”, concepto que ha desbordado los aspectos estrictamente militares y ha tocado aspectos importantes de la reorganización empresarial.7 Para el análisis de esta relación en el caso militar, el ejército de los Estados Unidos distingue tres categorías que ayudan a clasificar al personal de las Fuerzas Armadas, de acuerdo con sus funciones con respecto al combate.8 La primera categoría es el “personal de combate”, es decir, el personal militar armado que participa con poder de fuego en las operaciones militares. Básicamente, en Colombia son los soldados del Ejército, la Infantería de Marina, y las unidades de Policía desplegadas en zonas de Orden Público. La segunda categoría es el “personal de apoyo al combate”, que aunque no tiene poder de fuego, presta apoyo directo a las operaciones militares. Dentro de ésta se cuenta el personal de comando y control, el personal de unidades de transporte y comunicaciones, el personal de inteligencia y el personal médico, que operan en el nivel táctico. Y la tercera categoría es el “personal de apoyo general” con influencia muy indirecta en las operaciones, pero indispensables para el funcionamiento general de las fuerzas. Como ejemplo de este grupo en Colombia se puede citar al personal administrativo del Ministerio de Defensa, los soldados y policías bachilleres que no pueden ir a zonas de orden público, los militares que se encuentran en formación y entrenamiento. Comúnmente, las metodologías para el cálculo de la RCA consideran personal de “apoyo”, al que entra en las categorías de “apoyo al combate” y “apoyo general”. En el documento “El gasto militar y el dividendo de paz: desarrollo teórico comparativo internacional y realidad colombiana”, elaborado en el año de 1998 por el Departamento Nacional de Planeación, único antecedente

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Aquí se tiene en cuenta sobre todo el costo que implica el entrenamiento de oficiales y suboficiales, el cual se desperdicia al asignarles funciones para las cuales no requieren formación militar. Un análisis más integral sobre el fortalecimiento del Estado para afrontar el conflicto armado interno debería incluir los temas de Policía, Fuerza Aérea, Armada y los demás organismos de seguridad del Estado, como el DAS.

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En efecto la “tooth-to-tail ratio” tiene aplicaciones en sectores como el bancario y el comercial, donde interesa saber, por ejemplo, si la relación entre el personal de oficina y los empleados que tienen contacto con los clientes es eficiente. Ver sobre el tema: Keuning y Opheij, Desburocratizar la empresa, Barcelona, Folio, 1994, y John Dumond, Marygail Brauner, Rick Eden, John Folkeson, Donna Keyser, Eric Peltz, Ellen M. Pint, Mark Y.D. Wang, Velocity Management: The Business Paradigm That Has Transformed U.S. Army Logistics, Santa Monica, Rand, 2001. Frederick Kroesen, “Army Structure: A Primer”, en Army Magazine, May 2001.


¿El tamaño importa?: formas de pensar el fortalecimiento militar en Colombia

concreto sobre el tema, se encuentra que el Ejército colombiano presenta una RCA de 1:8, es decir, que por cada soldado en operaciones hay 8 personas brindándole algún tipo de apoyo “para el combate” y/o apoyo “general”. Este cálculo es el punto de partida obligado para cualquier profundización sobre esta relación. Y aunque la cifra de 1:8 dice básicamente que en 1998 la estructura de las FF.MM. tenía una marcada preponderancia de actividades distintas de la de combatir en el terreno a los grupos armados ilegales,9 el resultado facilita un mayor análisis y nuevos desarrollos. Son varios los temas que se sugieren para complementar el cálculo y explicar la gran “cola” que tienen las FF.MM.: por un lado, estaría un análisis sociológico de la burocracia del sector de la Defensa en Colombia, dado que tal vez desde el Frente Nacional, es un sector con gran número de prerrogativas para los militares,10 pero también para los civiles que trabajan para el Ministerio de Defensa, lo que constituye un incentivo para la burocratización administrativa.11 Por otro lado, desde una perspectiva de estudios militares se puede por ejemplo analizar el dispositivo geográfico de las FF.MM. La dispersión de las unidades militares en el territorio lleva a que se destine una gran cantidad de hombres a la protección de las instalaciones de los batallones. En este sentido, de las cinco compañías que conforman un batallón, una se encarga de prestar guardia, otra es de relevo y otra más es de apoyo al combate (alimentación, salud, etc.). Visto así, de 5 compañías, sólo 2 están efectivamente en operaciones de combate. En este sentido, se puede deducir que si, por ejemplo, se empleara el esquema de grandes fuertes militares -como el de Tolemaida-, se podrían generar algunas economías de escala en la protección de las bases, y se podría asignar mayor personal a labores propias de combate.12 9

A manera de ejemplo es importante mencionar que en Vietnam las tropas norteamericanas guardaban una proporción de 1:7. 10 Para más información, ver: Andrés Davila, El juego del poder, Bogotá, Ediciones Uniandes-Cerec, 1998 y Alejo Vargas, Las Fuerzas Armadas en el conflicto colombiano, Bogotá, Intermedio, 2002. 11 De acuerdo a un estudio reciente de consultoría externa del Ministerio de Defensa, de un total de 283.920 personas que laboran en el sector, 17.040 son civiles. 12 Aun teniendo en cuenta que el perímetro de estos fuertes es obviamente más grande que el de un batallón tradicional, lo que implica relativamente más hombres para su protección. En abstracto, si para cuidar 1 batallón de 100 hombres se requieren 20, para cuidar 4 batallones dispersos se necesitan 80 hombres. Si estos cuatro batallones se concentran en un fuerte militar, su protección sólo requeriría aproximadamente de unos 40, liberando así a 40 hombres para operaciones militares.

Otro factor que se puede mencionar es de índole misional y consiste en que en las actuales circunstancias una porción importante del pie de fuerza está anclado prestando seguridad a infraestructura estratégica del Estado, como oleoductos, estaciones de bombeo, acueductos, hidroeléctricas o torres de energía. En el ejercicio ya citado de Planeación Nacional se muestra que si el personal destinado a cuidar esta infraestructura se empleara para operaciones ofensivas de combate, se tendría una RCA de 1:4 aproximadamente. Lo anterior, más que un simple cambio en los números de la relación, significa algo mucho más importante y es que unas FF.MM. con una RCA de 1:4 posee, ceteris paribus, el doble de poder de fuego que unas con una RCA de 1:8, esto con exactamente el mismo pie de fuerza, pero con un cambio en el diseño de su organización. Esta constatación nos lleva a plantear una pregunta fundamental: ¿cómo analizar el fortalecimiento de las FF.MM. colombianas a través de la relación combate-apoyo?

Fortalecer es agrandar: 10 años de estrategia militar en Colombia En el contexto actual de la confrontación militar, buena parte de la sociedad colombiana, empezando por el actual Gobierno, considera necesario fortalecer a las fuerzas armadas, para lograr ya sea una victoria militar definitiva (escenario, más bien improbable) o bien las condiciones necesarias para iniciar una salida negociada al conflicto interno. Sin embargo, a falta de una discusión profunda y por la –histórica- falta de claridad y especificidad de la estrategia del Estado para afrontar el conflicto, el sentido común ha llevado a la idea de que fortalecer es sinónimo de agrandar. Sin embargo, antes de desvirtuar tal idea, resulta importante hacer un repaso general de lo que ha sido la evolución reciente de esta estrategia. Se puede decir que al menos en los últimos diez años, la presencia ha sido el eje rector de la estrategia políticomilitar empleada por el Estado para enfrentar a la subversión, modalidad que tuvo su auge con la iniciativa del presidente César Gaviria (1990-1994), y que se prolongaría de alguna manera hasta finales de la década.13 Su principio es elemental: ubicar físicamente a las

13 Aunque es poca la literatura y los documentos oficiales que hacen alusión a este tema, la estrategia de presencia en Colombia, que se hace evidente desde 1992, presenta características que se habían venido empleando desde mucho tiempo atrás.

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FF.MM.14 en los municipios del territorio nacional para así ejercer control sobre él. Sin embargo, la realidad ha demostrado que aumentar el pie de fuerza para dispersarlo tiene como resultado unas Fuerzas que a pesar de estar en todos lados, son militarmente débiles en muchos de ellos. En consecuencia, el objetivo político de ejercer control es derrotado por la imposibilidad militar de ser fuerte en todo el territorio. La guerrilla identificó esta debilidad y se dedicó a aprovecharla, obteniendo ruidosos éxitos militares durante el gobierno de Ernesto Samper, como los de Puerres (abril 1996), Las Delicias (agosto 1996), Patascoy (diciembre 1997) o El Billar (marzo 1998).15 La estrategia de presencia se tradujo así en un descalabro militar que obligó a las autoridades políticas y militares a revaluarla y encaminarse hacia la reestructuración general de las FF.MM. Obviamente, no todo el dispositivo de las FF.MM. estaba, digamos, atomizado, y efectivamente existían grandes y poderosas unidades del Ejército, pero la lógica militar de la guerrilla consiste justamente en evitar los encuentros con este tipo de unidades y en cambio propinarle golpes en sus puntos débiles y retirarse inmediatamente. Esta práctica guerrillera se conoce como ‘hit-and-run’ y, como se vio antes, se mostró eficaz frente a la estrategia de presencia por parte de las FF.MM. La concentración de fuerzas fue la respuesta lógica a esta encrucijada militar: contrarrestar la debilidad de la dispersión con la fortaleza de la agrupación. No obstante, si bien la concentración espacial de tropas ha reducido la probabilidad de nuevos descalabros militares como los mencionados antes, cabe decir que es un esquema de lenta, compleja y costosa implementación, pues implica, por un lado, un profundo cambio en la doctrina operacional de los militares, y por otro, la consolidación de la hasta hoy incipiente capacidad de las distintas fuerzas, incluida la Policía, para trabajar de la mano en lo que se han llamado operaciones conjuntas.16 En este tipo de operaciones, 14 Es importante aclarar en este punto la diferencia conceptual y operativa de los militares con la Policía, ya que ésta última tiene funciones que sí demandan una presencia en todo el territorio nacional. 15 Para un trabajo exhaustivo sobre el tema en este período, ver la investigación de Andrés Dávila, “Al caído caerle: las vicisitudes del ejército en el período Samper”, financiado por Colciencias y la Maestría de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. 16 Ante la vulnerabilidad de la modalidad clásica de los pelotones patrullando a pie por las veredas, se le dió prioridad a la realización de grandes y prolongadas operaciones militares que involucran a Ejército, FAC y Armada. Por ejemplo, en el caso de la operación Gato Negro realizada en febrero del 2001, se desplegó a un total de 3.555 combatientes entre oficiales, suboficiales y soldados profesionales durante 70 días.

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resulta clave para los combates terrestres el apoyo de fuego aéreo proporcionado por la Fuerza Aérea, el cual ha demostrado golpear sensiblemente a los grupos armados ilegales. Este salto en el posicionamiento de las FF.MM. se ha venido materializando con la adquisición de equipo de fuego aéreo. En tan solo tres años, las Fuerzas han casi duplicado sus helicópteros de combate, pasando de 18 en 1999 a 30 en el 2002. De hecho, muchos analistas atribuyen a este factor el que la guerrilla haya fracasado en su intento por pasar de una estrategia guerrillera a una guerra de posiciones. La dificultad de la guerrilla para concentrar una masa de hombres importante, blanco fácil de los aviones y helicópteros de la FAC, la ha obligado en parte a proceder mediante ataques terroristas y retenes esporádicos, con despliegues y repliegues rápidos.17 Sin duda el poder aéreo ha sido fundamental en la balanza del conflicto, pero no sólo en términos de poder de fuego, sino también y, quizás más importante, en términos de movilidad. Entre 1998 y 2002 las Fuerzas han pasado de 124 a 223 helicópteros de transporte.18 La movilidad se ha implementado en Colombia mediante el énfasis en el uso de estos equipos y mediante la concepción de Brigadas Móviles, lo que ha permitido reducir la vulnerabilidad de las unidades. Lo que se quiere decir con esto, no es que en términos absolutos las Fuerzas Armadas no presentan un pie de fuerza inferior al deseado, sino que en la discusión sobre ampliar el personal de combate se han dejado por fuera otras consideraciones importantes. Entre ellas, definir claramente los objetivos que se ajusten a una estrategia global, articular el personal de apoyo a las necesidades del personal de combate para cumplir las misiones específicas que se desprenden de estos objetivos, o justificar de manera estratégica la distribución del pie de fuerza en el territorio. En este orden de ideas, “la pregunta que merece una respuesta por parte de los planificadores del sector y de líderes políticos y civiles nacionales es ¿cómo incrementar la capacidad de combate de unidades que, en el mejor de los casos, no deben aumentar su número?”19 La planeación

17 Sobre la evolución de la estrategia de la guerrilla ver por ejemplo los trabajos: Alfredo Rangel, Colombia: guerra en el fin de siglo, Bogotá, Tercer Mundo Editores – Facultad de Ciencias Sociales Uniandes, 1998, y Guerra Insurgente: conflictos en Malasia, Perú, Filipinas, El Salvador y Colombia, Bogotá, Intermedio Editores, 2001. 18 Desde entonces, se hace énfasis en el transporte aéreo de las tropas que se realiza principalmente con aviones C-130 tipo Hércules y aviones Casa, y helicópteros MI y Black Hawk artillados para los desembarcos tácticos. 19 Andrés Soto, Yaneth Giha y Héctor Riveros, “El gasto militar en Colombia: aspectos macroeconómicos y microeconómicos”, en Revista de la CEPAL, No.69, diciembre 1999.


¿El tamaño importa?: formas de pensar el fortalecimiento militar en Colombia

estratégica debe estar orientada hacia el diseño de unas FF.MM. flexibles, capaces de responder de manera eficaz y eficiente a los desafíos que plantean el tipo de enemigo y la particularidad del escenario del conflicto interno nacional. Lo esencial es lograr balancear las necesidades operativas que se desprendan de unos objetivos claros con la demanda de personal y conseguir así un complemento ideal entre el personal de apoyo, los insumos tecnológicos disponibles y el personal de combate.

Menos es más y más no es mejor El incremento indiscriminado del pie de fuerza, aunque aumenta lo que en términos militares se conoce como la masa, no necesariamente aumenta la capacidad de combate de un ejército. De hecho, en algunos casos el aumento de la masa, sin el proporcional aumento en recursos de apoyo puede redundar en una situación paradójica: un ejército grande pero, inmóvil, vulnerable e insostenible por largo tiempo en el combate. Las limitaciones de la interpretación que aboga porque “más es mejor”, pueden ilustrarse con un dato esclarecedor. Si se mira la evolución histórica de las acciones armadas de la guerrilla, tomando este indicador como medida de la capacidad y el accionar del enemigo, se puede observar que éste ha evolucionado casi de manera pareja al aumento del pie de fuerza en las FF.MM. Esto lo que quiere decir, en términos reales, es que el aumento del pie de fuerza no se ha traducido en una reducción de la capacidad ofensiva de las guerrillas y, en últimas, en el pulso militar no le ha significado ninguna ventaja clara al Estado. (Figura 1). Figura 1: Evolución del pié de de fuerza de las FF.MM. y actividad armada de las guerrillas

Fuente: Sala de Estrategia Nacional y Ministerio de Defensa.

La afirmación sobre la insuficiencia del pie de fuerza que aquí se hace debe tomarse con precaución en el sentido de que, como se afirmó al comienzo, las FF.MM. en Colombia cumplen con una cantidad enorme de misiones que van desde capturar cabecillas, hasta proteger infraestructura estratégica del Estado y realizar jornadas de vacunación en pueblos apartados de la geografía, lo que dispersa mucho sus esfuerzos. El análisis sobre cuántos soldados exactamente se requieren para lograr una victoria militar, merece una discusión especial, que no se dará en esta oportunidad. Figura 2: ¿Qué aumenta y qué no cuando se incrementa el personal de combate?

¿QUÉ AUMENTA? La disponibilidad de personal La masa La vulnerabilidad La correlación cuantitativa frente al enemigo La capacidad disuasiva Los costos ¿QUÉ NO NECESARIAMENTE AUMENTA? La movilidad El poder de fuego La efectividad La letalidad La sostenibilidad de las operaciones El punto es insistir en la hipótesis –sensata– de que si se establecen prioridades, se asignan tareas específicas y se emplean mejor los recursos, no se necesitará un enorme aumento del pie de fuerza para lograr una superioridad militar frente a las guerrillas. El tema de la RCA es complementario de otro concepto en literatura militar que es la Relación Ataque-Defensa (RAD). Este indicador plantea cuántos hombres deben estar en la ofensiva por cada hombre que se defiende. En este caso también la inercia y el sentido común han imperado para establecer que la RAD debe ser 1:3, argumento que de paso refuerza la idea errada de que fortalecer es agrandar. El análisis del tema a través de la RAD también muestra que se dejan de lado factores fundamentales como la tecnología, el entrenamiento o la especialización de los servicios del combate. La superioridad militar no es una superioridad numérica.20

20 Sobre la RAD en el caso colombiano ver la tesis de grado de Mauricio Vargas Vergnaud, “La Relación Ataque-Defensa en la táctica: un modelo analítico para la confrontación militar entre el Ejército y las Farc”, Bogotá, Universidad de los Andes, 2001.

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Así, los vacíos en el tema del fortalecimiento militar se dan en aspectos como los siguientes:

Objetivos y plazos claros El análisis del fortalecimiento militar sólo tiene sentido visto a la luz del establecimiento de objetivos políticos estratégicos que impliquen que los militares desarrollen cierto tipo de operaciones que contribuyan al cumplimiento de esos objetivos. Así las cosas, el análisis en Colombia ha pasado por encima de la especificidad de las misiones asignadas a cada fuerza en función de la estrategia para enfrentar al enemigo. En otras palabras, el estudio de la RCA en Colombia se ha hecho desde la óptica de mostrar un sector versado sobre las labores de apoyo en detrimento del combate, haciendo equivaler esto a una subutilización de los recursos. En este sentido, la RCA se ha visto de manera abstracta y desligada de las prioridades y de los objetivos políticos, estratégicos y tácticos del momento. Esta particularidad ha conducido a comparaciones que aunque son interesantes, solo arrojan conclusiones en forma de receta. Es decir, se establecen comparaciones con parámetros internacionales, desconociendo el contexto particular del caso colombiano y homologando nuestra situación a experiencias foráneas que en poco o nada se asemejan al momento estratégico de la confrontación con los grupos armados ilegales, y desarticuladas del tipo de misiones y operativos que implica una lucha contrainsurgente, con todos los ingredientes específicos del caso colombiano (narcotráfico, terrorismo, etc.). Los estándares internacionales en el tema militar deben ser mirados con lupa. Las limitaciones ya mencionadas de las políticas que buscan fortalecer a las FF.MM. y que sólo ven a través del lente del aumento del pie de fuerza, en parte son la consecuencia de la ausencia de objetivos estratégicos y tácticos claros por parte del Estado, así como de una concepción errada del enemigo al que se está enfrentando. Sin una estrategia clara en sus plazos y sus objetivos, es imposible definir el tipo de FF.MM. que queremos para la clase de misiones específicas que deben cumplir. Por ejemplo, si entre los objetivos de un gobierno está el de frenar la expansión del narcotráfico, desvertebrar las redes logísticas de la guerrilla y capturar a sus cabecillas, se podría pensar que antes que reclutar indiscriminadamente miles y miles de soldados, se le debería dar prioridad al fortalecimiento de la inteligencia militar, al control y taponamiento de los corredores geográficos de entrada de insumos, y la preparación de más grupos especiales de 110

asalto. Antes que soldados armados con fusiles, estas actividades requieren una serie de apoyos y de acciones que no involucran grandes cantidades de soldados. El caso del fortalecimiento militar para afrontar una amenaza de tipo terrorista es bien diciente. Un buen ejemplo es un ejército como el de Israel, cuya superioridad militar sobre los dispersos grupos extremistas palestinos es pantagruélica, y, sin embargo, la situación de seguridad en ese país por atentados en las ciudades no mejora.

Costos económicos de mediano y largo plazo El tema económico es inseparable del tema militar, pues de él depende la financiación de los ejércitos y, por lo tanto, el “esfuerzo de guerra” que estos podrán mantener en el tiempo.21 A continuación se propone un pequeño ejercicio que busca mostrar lo costosa que resulta la fórmula de incorporar, incorporar, incorporar. Suponiendo por un momento que el método de sumar hombres para medir la correlación de fuerzas fuera el adecuado, la victoria del Estado a través del aumento del pie de fuerza resultaría un escenario tan inverosímil como costoso e ineficaz. De acuerdo con los planteamientos de la teoría de guerra contrainsurgente, para que un ejército regular logre vencer a un ejército irregular de tipo guerrillero, por cada subversivo, el Estado debe contar con 10 soldados.22 En el estado actual de las cosas se calcula que entre FARC, ELN, Epl y autodefensas, el país cuenta con un enemigo que estaría alrededor de los 30.000 hombres en armas.23 Según esto para alcanzar una victoria militar, el Estado debería poder contar con un pie de fuerza de 300.000 soldados combatientes, el doble de lo que tiene hoy. Para alcanzar este tamaño (y suponiendo ingenuamente que la cifra de alzados en armas se congelara en el tiempo), el Estado colombiano tendría que hacer un esfuerzo inicial equivalente a algo más de 4,8 billones de pesos ($4.800.000.000.000)24 adicionales a lo que normalmente

21 Ver Francois Jean, y Jean-Chistophe Ruifin, Economie des guerres civiles, Paris, Hachette, 1996. 22 Julia Sweig, “What Kind of War for Colombia?”, en Foreign Affairs, Sept.-oct. del 2002. 23 Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006, “Hacia un Estado comunitario”. 24 Este es un ejercicio realizado por los autores con cifras DNP y el Ministerio de Defensa. Los cálculos incluyen los costos de la incorporación de 150.000 hombres, la conformación de 11 Brigadas Móviles, y la adquisición de 20 helicópteros Black Hawk. Son cálculos conservadores pues un incremento de ésta índole implica mucha más inversión.


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se gastan. En términos relativos del año 2001, esto es destinar para los militares un 2,5% del PIB adicional al 3,3% que se destinó ese año. Aunque la cifra no es excesivamente exagerada, cabe decir que ésta sólo incluye el montaje de la estructura de ese ejército de 300.000 hombres, y no incluye su funcionamiento y operación. Es decir que ese esfuerzo del 2,5% del PIB es sólo para tener la tropa y los equipos, pero no es suficiente para ponerlos a funcionar. Si se incluyeran los costos de mantenimiento y horas de vuelo de los helicópteros y las cargas prestacionales de los soldados, para mencionar solo algunos factores, el monto sería mucho mayor. En el escenario económico y fiscal de los próximos años, resulta un esfuerzo inviable en el inmediato y mediano plazo.

Movilidad y niveles de alistamiento La movilidad consiste en la capacidad de desplazar tropas al teatro de operaciones según las necesidades tácticas de la confrontación. La movilidad es una variable vital en la confrontación contrainsurgente. En términos del transporte aéreo, terrestre y fluvial, la pregunta es si el país cuenta con la capacidad necesaria para transportar sus tropas en el momento y las magnitudes adecuadas, teniendo en cuenta la difícil geografía nacional y la práctica del minado ejercida por las guerrillas, que dificulta los desplazamientos tácticos terrestres. La movilidad de las fuerzas puede evaluarse por un lado a través de la cantidad de equipos de transporte con los que cuenta una fuerza (número de camiones, lanchas, aeronaves), y por el otro lado, el nivel de alistamiento de estos equipos, es decir, del total de equipos con los que se cuenta, el porcentaje de ellos que está disponibles al instante para cumplir su misión. Por las características del conflicto interno y por la topografía y extensión del territorio nacional, el análisis se concentrará en la movilidad ofrecida por equipos aerotransportados, siendo estos los que ofrecen mayor seguridad, versatilidad (acceso a sitios apartados, por ejemplo) y rapidez a las tropas. Observando las cifras de alistamiento general de la FAC, se encuentra que el nivel general de alistamiento de las aeronaves ha venido mejorando hasta presentar un nivel cercano al ideal, es decir del 70%, pues siempre deberá haber algunas aeronaves en mantenimiento preventivo, recuperativo o en una modernización mayor. Sin embargo, para el caso de los aviones Hércules C-130, principal avión de transporte masivo,25 el nivel de 25 Un avión de este tipo puede movilizar 80 hombres armados y equipados, el nivel más alto disponible en el país.

alistamiento es a veces irregular lo que limita la capacidad potencial que tienen las FF.MM. para desplegar sus soldados a nivel estratégico y táctico con la mayor prontitud y a los lugares más apartados.26 La situación es parecida en el caso de los helicópteros de transporte, los cuales son vitales para los desembarcos tácticos en el teatro de operaciones, así como para la evacuación de heridos o el sostenimiento de la tropa con aprovisionamiento de munición e intendencia para el combate.27 En este orden de ideas, tanto la de aumentar el personal de combate, recomponiendo la RCA, como la de aumentar el pie de fuerza, sólo se responde a una visión de superioridad entendida a partir de comparaciones cuantitativas sobre el número de combatientes en cada bando. Por fuera quedan consideraciones sobre la calificación del personal y las ventajas cualitativas que pueden ofrecer otras variables como la incorporación del elemento tecnológico o el poder del control del espacio aéreo, solo por citar algunas. La inquietud que se plantea, es sobre la utilidad de un gran ejército que no puede contar con la movilidad para estar en el lugar indicado, en el momento preciso.

Sostenibilidad de las operaciones La sostenibilidad de las operaciones se refiere a la capacidad que tienen las Fuerzas para mantener una operación en un sitio específico y por un tiempo determinado. Es decir, que existan recursos que faciliten enviar alimentos al frente de guerra, adquirir combustible para las aeronaves o equipos utilizados, ofrecer un servicio de salud eficaz y rápido a los soldados, movilizar el personal y reponer la munición necesaria para el combate, entre otros. Una de las observaciones que hacen los militares con respecto a las limitaciones de este tipo de operaciones es justamente que por falta de recursos, ya sea combustible o armamento, los operativos deben

26 De las 6 aeronaves contabilizadas (hay que señalar, que recientemente los Estados Unidos entregaron un Hercules B, el cual no fue contabilizado, por no estar disponible la información) en el 2002 en promedio solo estuvieron disponibles 2.53, es decir en términos reales, solo dos. 27 Si se mira el alistamiento ponderado de helicópteros, aeronaves de transporte táctico, para el año 2002 se encuentra que el promedio es de alrededor del 29%, es decir que del total de 32 helicópteros de transporte, en promedio solo están disponibles, 9.28, es decir en realidad solo 9, algo menos de una tercera parte de la flota.

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acabarse antes de tiempo. El ejemplo de la Operación Tanatos, realizada por las FF.MM. en febrero del 2002 para retomar la zona de despeje, es tal vez el más reciente y el más diciente.28

Tecnología y moral Además de los argumentos presentados antes, se puede, finalmente, proponer una serie de temas fundamentales para pensar lo que debe ser el fortalecimiento militar. En primer lugar, la tecnología. Lejos de decir que una guerra contrainsurgente se gana con medios tecnológicos, sí es importante considerar que éstos juegan un papel clave para complementar los recursos destinados a la inteligencia humana. En el caso de la política del presidente Uribe, una pregunta es, por ejemplo, cómo se va a sistematizar y procesar la información de las “redes de cooperantes” de tal manera que el alto mando y la alta política puedan analizar y tomar decisiones acertadas. Un ejemplo exitoso de la adopción de tecnología para las operaciones es el caso de los equipos de visión nocturna, que permiten la realización de operaciones en la noche, con una ventaja clara sobre los combatientes de la guerrilla. Y en segundo lugar se debe presentar el tema de la moral de las tropas. El hecho de haber presentado herramientas analíticas y realizado algunos análisis cuantitativos no debe sugerir que la guerra sea un asunto de números, cálculos y eficiencia. Desde Sun Tsu y luego en Clausewitz, el asunto de las “fuerzas morales” que influyen en una guerra, es aunque intangible, una variable decisiva. Otra vez, de nada serviría un gran ejército cuyos soldados tengan la “moral baja” para luchar. ¿Qué hacer? Las condiciones de vida del soldado y los incentivos que tenga para combatir dependen en parte de las políticas sectoriales sobre el bienestar de la tropa, de la calidad del mando, del liderazgo político, de la doctrina, de la medicina en campaña y, por supuesto, del apoyo de la población.

A manera de conclusión El eje central del análisis sobre RCA se ha basado sobre un supuesto equivocado: que una RCA más eficiente es aquella que imperativamente hace énfasis en el aumento de la proporción de personal de combate en detrimento del

28 Perspectivas recogidas por los autores en conversaciones con miembros de las FF.MM.

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personal de apoyo. Esto es discutible. La recomposición de la relación combate apoyo que privilegie la asignación de personal a labores de combate no necesariamente aumenta la capacidad de combate de las FF.MM. Al contrario, paradójicamente el aumento del personal de combate sin el proporcional aumento del personal de apoyo puede reducir la capacidad de combate de las FF.MM., al disminuir su movilidad y su letalidad y por el contrario, aumentar su vulnerabilidad. La RCA ideal o eficiente es aquella que responde, de manera adecuada, al desempeño de las misiones específicas necesarias al cumplimiento de los objetivos estratégicos claros dictados por la Política de Seguridad. Hasta ahora el énfasis y el mejoramiento de la capacidad de combate a partir del aumento del pie de fuerza se ha convertido en un fin en sí mismo, y no en un medio para alcanzar los objetivos de la política (darle la ventaja militar al Estado que propicie un acercamiento para el diálogo y la negociación final de la paz). En este sentido el crecimiento sostenido del pie de fuerza en los últimos años no se ha traducido en un giro en la correlación de fuerzas que favorezca al Estado y se ha convertido, por el contrario, en una inversión costosa, dolorosa e inefectiva para superar el conflicto. Es indiscutible el hecho de que en un contexto de recursos limitados, y por demás escasos, los recursos humanos y económicos destinados a las labores administrativas implican una menor asignación de medios a las labores de combate propiamente dichas. Sin embargo, esto no debe ser leído como una ecuación en la que a mayor asignación a las labores de apoyo, menor eficiencia de la relación RCA. En este sentido es importante señalar que gran parte de los recursos asignados al apoyo al combate pueden (y deben) contribuir a una mayor eficiencia y efectividad del personal de combate. Así, lo que es primordial enfatizar es que mas allá de una cifra ideal en la RCA, lo que se debe mirar con atención es el proceso de coordinación adecuada entre la parte de apoyo y la parte del combate. Recomendaciones concretas deben ser el resultado de ejercicios más exhaustivos que éste, no obstante, nos atrevemos a señalar algunos temas que deben enriquecer el debate sobre la utilización de la relación combate-apoyo como indicador de eficiencia y como insumo para una eventual reforma del sector. En primer lugar, los estudios más recientes sobre la RCA en los Estados Unidos han centrado sus análisis en el traslado de ciertas funciones que no sean de carácter sensible a otros sectores con mayor conocimiento y disponibilidad


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para realizarlas. En este campo se han hecho serias recomendaciones con el fin de recurrir con más frecuencia al modelo de “outsourcing” en temas como el de construcción de vivienda militar o el de cierto tipo de servicios de telecomunicaciones, entre otros. Incluso se ha llegado a contratar empresas privadas para el desarrollo de tareas aún más sensibles y relacionadas directamente con el frente de combate.29 En pocas palabras las recomendaciones van orientadas hacia el fortalecimiento de alianzas estratégicas con proveedores privados de servicios. Según estas recomendaciones, con esto el sector defensa podría concentrarse en la actividad que mejor sabe hacer, ofrecer seguridad, y se evitaría la dispersión de esfuerzos humanos y presupuestales en otras tareas complementarias y de apoyo. No sobra anotar, sin embargo, que para un país que vive en situación de paz es más fácil y menos sensible en términos de seguridad subcontratar ciertas actividades. Por la situación particular de conflicto interno en Colombia, se presentan algunas limitaciones a este esquema de delegación de tareas, como el tema de la seguridad en el manejo de la información y la escasa experiencia de empresas y civiles en temas militares. En segundo lugar, y para terminar sería conveniente aclarar si el aumento de fuerza pública no debería concentrarse en cuerpos distintos del de las fuerzas militares, que por su naturaleza, sus características y su misión puedan representar una ventaja real y concreta en la recuperación y consolidación de la autoridad del Estado en todo el territorio. En particular nos referimos aquí al caso de la Policía, que por ser una fuerza de carácter civil y estacionaria, a diferencia de las Fuerzas Militares, un aumento importante del pie de fuerza no le implicaría las limitaciones de movilidad señaladas más arriba para el caso militar.

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29 Durante la Guerra del Golfo Pérsico, en 1991, 1 persona sobre 50 alrededor del campo de batalla era un civil bajo contrato. En Bosnia, cinco años más tarde, esta proporción pasó a 1 sobre 10. En total, cerca de 40 empresas privadas trabajan de esta manera para el Pentágono, entre las que se encuentran DynCorp, con contratos en Colombia relacionados con la fumigación de cultivos ilícitos, MPRI o Kellog, Brown & Root.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 117-119

Debate 16 Javier Darío Restrepo, María Teresa Herrán, Jesús Martín-Barbero, Germán Rey

1. ¿Se puede afirmar que los medios de comunicación en la actualidad se han convertido en factores activos de los conflictos bélicos? Javier Darío Restrepo: En cuanto son agentes pasivos que se limitan a informar lo que ven u oyen, hacen que el espectáculo excitante de la guerra llegue a través de los sentidos, sin la intervención de la inteligencia. Al ver y no entender la guerra, el receptor legitima el uso de la fuerza como alternativa necesaria a lo político. María Teresa Herrán: No sólo desde ahora sino siempre, los medios de comunicación han sido actores importantísimos en los conflictos bélicos, como vehículos de representaciones del “enemigo”, atizadores de odios, señalamiento de traidores o de lo que es o no es patriotismo. En ese sentido, la “neutralidad” y la “objetividad” son entelequias, como lo es afirmar que la prensa es “un cuarto poder”. Otra cosa es un comportamiento ético y responsable del periodismo, que tienda hacia la veracidad con buena fe. Tanto en épocas de paz como de guerra se entremezclan el poder político, el económico y el mediático y ello es todavía más notorio ahora por la concentración de esos tres poderes en pocas manos. Sin duda, la guerra de la información es cada vez más importante en las estrategias militares, como bien lo demuestra el rubro que en el Plan Colombia se destinó a mejorar la oficina de prensa del Ministerio de Defensa. Jesús Martín - Barbero: Los medios de comunicación son factores activos de los conflictos bélicos al menos desde que el nazismo alemán usó la prensa, la radio y el cine –especialmente los noticiarios cinematográficos semanales y mensuales– primero como propaganda que legitimaba la guerra de invasión y después como estratagema de desinformación del enemigo. Obviamente el medio más eficaz en ese sentido, y el usado con mayor pericia por los nazis, fue la radio, medio que jugó un doble papel: el de proporcionar información falsa a las poblaciones que iban a ser invadidas para que no se alarmaran ni resistieran, y el de hacer llegar información en clave a sus colaboradores durante la invasión, con consignas y mensajes de todo tipo frente a los cuales las poblaciones no tenían cómo reaccionar. Pero también en el otro extremo del espectro ideológico, los argelinos usaron la

radio para su guerra de liberación desde mediados de los años 50, como cuenta Frantz Fanon en Sociolgie d’une revolution. Frente a la potente Radio Argel que trasmitía las bondades de la presencia francesa, la rebelión argelina abre la Voz de Argelia Libre, con una peculiaridad técnica arriesgada y valiosa: la longitud de onda y el horario de transmisiones es cambiado permanentemente, “esa voz habla desde los djbel, sin localización geográfica precisa”, movilizando a la población y pasando consignas que el ejército francés no entiende mientras el teléfono árabe, el boca en boca a toda rapidez, lleva la información de la frecuencia y el horario por todo el país. La guerra se traslada entonces a la radio a través de la prohibición de los receptores de pilas y de constantes interferencias de parte del Gobierno francés, que son burladas por la agilidad con que los transmisores cambian de lugar y la rapidez con que opera el teléfono árabe. Lo que hace su aparición con la guerra de Vietnam es la presencia de la televisión, proporcionando imágenes casi instántaneas de la guerra, que van a producir efectos fuertemente contradictorios en la población norteamericana: la mentalidad de los años sesenta transformó unas imágenes que, en gran medida, se querían propaganda de la guerra, en verdaderos bumeran contra el Gobierno y la guerra de buena parte de la población, especialmente entre los jóvenes. La guerra de la información se librará ahora no sólo en el país donde se combate, sino también y sobre todo en los EE.UU. donde la prensa aún mantiene en esos años una fuerte independencia frente al Gobierno, e incluso ciertos noticieros y programas de opinión en televisión, que a medida que la guerra se prolongó fueron volviéndose abiertamente críticos. Actualmente la presencia de la guerra en los medios es tan fuerte y tan constante que se ha vuelto factor activo tanto en donde se combate, como en los países desde donde se hace la guerra -USA, Inglaterra, España- para el caso de Iraq, y también en el resto del mundo: las brigadas islámicas que luchan ya en Iraq, procedentes de diversos países islámicos vecinos y lejanos, responden a una alta interacción mediática que movilizan no sólo radio y TV, sino también internet. Germán Rey: En todos los conflictos bélicos, la información ha sido un elemento fundamental. Incide en la visibilidad de los actores, en el reconocimiento de la evolución de la confrontación, en la revelación de numerosos acontecimientos que de otro modo pasarían desapercibidos. Pero también tiene un juego en la generación de miedos, en el fortalecimiento de las hegemonías o en las posibilidades de promoción del debate público, en contextos generalmente tomados por las confusiones y la intolerancia. Los medios de comunicación, entonces, tienen una 117


DEBATE • Javier Darío Restrepo / María Teresa Herrán / Jesús Martín Barbero / Germán Rey

presencia creciente. Son uno de los lugares sociales en que los conflictos bélicos se representan y en que se les hace seguimiento entre sus turbulencias y desafueros. Sin embargo, las formas de representación han variado de acuerdo con la propia transformación de los medios. La escritura de las guerras ha sido reemplazada por sus versiones electrónicas, marcadas, a su vez, por la velocidad, la simultaneidad, la instantaneidad y las transmisiones en directo. Una profunda modificación temporal y espacial atraviesa las narraciones contemporáneas de los conflictos. La guerras ya no se cuentan en pasado reciente sino en un presente, incluso, anticipado. Algunas guerras son visuales, unen la pantalla de la televisión con los paneles de los ordenadores, “incrustan” a los periodistas en la máquina militar, como sucedió escandalosamente en la reciente guerra en Iraq. Otros conflictos son, por el contrario, invisibles, primarios, sometidos al olvido. Pero hay una serie de convergencias en el manejo de la información en la que los medios son solo una parte del eslabón. Ahí están los gobiernos y sus organismos de seguridad, los propios actores interesados en una determinada presentación de sus intereses, las fuentes institucionales y hasta las propias movilizaciones de la sociedad. Sin embargo, el papel de los medios está en los criterios para seleccionar una determinada información, resaltar una arista del conflicto, darle voz a ciertas corrientes de interpretación o generar territorios simbólicos en los que se ubica el desarrollo de las confrontaciones. Por eso los medios son estratégicos para quienes diseñan y hacen las guerras. Y por eso cobra tanta importancia la independencia y la calidad del periodismo, como una garantía social frente a los desastres de la guerra.

2. ¿En qué medida la guerra que sólo se percibe y se conoce a través de los medios de comunicación afecta la concepción de la misma? J. D. R.: La guerra percibida sensorialmente es un espectáculo vivo y colorido que los medios presentan siguiendo el esquema interiorizado del cine o de las series de televisión. De hecho, camarógrafos y cronistas, de modo inconsciente, buscan la reproducción del libreto en el que está ausente esa otra parte que permite una percepción integral de la realidad: antecedentes, contexto y, sobre todo, proyecciones. Como la percepción así emitida se limita a lo presente, parcialmente visto, la guerra asume la insignificancia de lo anecdótico. M. T. H.: Las lógicas mediáticas, en particular las audiovisuales, producen un imaginario sobre la guerra basado 118

en estereotipos y simplificaciones. La televisión, por ejemplo, es esencialmente reductora de la realidad. Privilegia la imagen sobre lo conceptual, la inmediatez en vez de los procesos, el impacto visual en vez de la contextualización. J. M. B.: La pregunta es de fondo pues al usar verbos como percibir y conocer involucra los límites de la información, pero ello nos saca del mundo de los medios para remitirnos al bagaje de formación histórica y geográfica, de contextualización, con el que la mayoría de los colombianos lee la prensa, oye la radio o mira la televisión. Y la ausencia de ese bagaje no es achacable a los medios sino al fracaso de una educación que no prepara a los ciudadanos para la sociedad y el mundo que les tocó vivir. De manera que, ciertamente, quienes sólo perciben y conocen la guerra –de Iraq, por ejemplo- a través de los medios, van a verse enormemente limitados en la comprensión de sus verdaderas causas, del sentido de los acontecimientos que se narran y de las implicaciones que todo ello tiene para sus propias vidas. Pero hay algo más, que es necesario plantear: uno, ¿por dónde se informan acerca de la guerra –de Iraq, por ejemplo- los que sí tienen un bagaje capaz de analizar lo que dicen los medios?; y dos, para entender lo que está pasando en la guerra no sólo hay que tener un mínimo de bagaje contextualizador sino también la posibilidad de constrastar informaciones, o sea acceso a diferentes tipos de medios con posiciones distintas frente al conflicto. Sin esto último, incluso los muy versados en el asunto pueden quedar atrapados en sus propios prejuicios y desaprovechar la ocasión para ampliar su visión del mundo. G. R.: Las recientes presiones de autoridades de los Estados Unidos sobre una pequeña emisora de televisión ubicada en Qatar (Al Jazhira) es sólo una muestra de lo que significa la comunicación en tiempos de guerra. Distante del modelo de CNN, Al Jazhira cuenta el conflicto desde otras coordenadas no sólo físicas, sino mentales y simbólicas. Rompe, en otras palabras, la uniformidad y los consensos informativos e introduce perspectivas que reducen, o por lo menos matizan, las interpretaciones hegemónicas. Los medios de comunicación afectan las concepciones de la guerra en tanto ésta es también un sistema de representaciones y percepciones, de imaginarios y flujos de la opinión. Sin embargo, las orientaciones decisivas de las guerras están en otra parte: en los propios actores guerreros, en los traficantes de armas, en quienes medran en medio de los conflictos y buscan que sus intereses se preserven o se aumenten.


Debate 16

3. ¿Qué pertinencia tendrían las consideraciones anteriores en el conflicto armado colombiano? J. D. R.: En Colombia se agregan circunstancias como la excesiva duración del conflicto que ha generado el fenómeno de la rutina informativa, de modo que periodistas y receptores han acabado acostumbrándose a la guerra y a sus consecuencias; otra circunstancia es la deficiente preparación de los periodistas, que convierte la información de la guerra en un hecho trivial o en tema en el que se toma partido con la misma irracionalidad con que se adhiere a una barra de fútbol en un estadio. La percepción emocional y no racional del hecho explica las fluctuaciones de una opinión pública que apoyaba mayoritariamente el proceso de paz durante el Gobierno Pastrana y que escogió la solución armada, guiada por lo que veía y oía en los medios, pero no por reflexión ni análisis. M. T. H.: Como bien lo anota el mediólogo Regis Debray en su libro “Vida y muerte de la Imagen”, la “auto referencia mediática hace que una mentira repetida se convierta en una cuasi verdad”, ficciona lo real y materializa nuestras ficciones. En Colombia, hace unos años vivimos con la ficción de las palomas como solución al conflicto; ahora, con la de una guerra que supuestamente se está ganando. Hoy, el unanimismo que se observa en Colombia es reforzado por el unanimismo mediático, propiciado por la concentración de medios y la dependencia de fuentes oficiales. La guerra, en términos audiovisuales, se describe como una serie de sucesivos “golpes” (contra la subversión, contra la delincuencia común y el narcotráfico) a partir de los videos suministrados por el Ministerio de Defensa, el DAS y la Policía. Los espacios de opinión están relegados a la estratosfera de la medianoche. Escasas excepciones – un Rangel, un reportaje de Jorge Enrique Botero- no alcanzan a desvirtuar la regla general según la cual el poder mediático refuerza el “wishfull thinking” del poder económico y político: la guerra va a ganarse porque Uribe es presidente, y va a ganarse con el mínimo de concesiones políticas y económicas. Eso la convierte en un “Reality Show”, en el que no importa tanto lo que se diga o se haga, sino lo que se aparenta. ¿Cómo contrarrestar? Formando a los ciudadanos en “lectura” de medios y fortaleciendo el análisis crítico de los propios medios. J. M. B.: Colombia es un país “privilegiado” a la hora de estudiar cómo afectan activamente los medios, no sólo a la percepción y conocimiento de una guerra, sino a la evolución del conflicto mismo. En tiempos de las “brigadas rojas” en

Italia, Umberto Eco escribió lúcidamente sobre la manera como la resonancia mediática era parte estructural de la estrategia terrorista, sin la cual el poder del terror quedaba reducido enormemente. Como en este número de RES hay un artículo en el que se analizan densamente las relaciones entre medios y guerra en Colombia, me limitaré a señalar las tres zonas del conflicto que considero más activamente afectadas por los medios: una, la capacidad de participación de los ciudadanos en la búsqueda de procedimientos y formas de asumir y negociar el conflicto colombianamente; dos, la capacidad de la población más directamente afectada para saber a qué atenerse y cómo comportarse en sus relaciones con los diversos actores de la guerra; y tres, el reforzamiento de la polarización de posiciones ideológicas haciendo inaudibles por unos las voces de los otros hasta el punto de que los actores en conflicto no parecieran compartir mínimamente el país por el que luchan y dicen defender. Alguien dirá que esa es una clave de toda guerra civil: ¿pero, entonces en qué quedamos, es eso lo que tenemos verdaderamente en Colombia? Y si no es así ¿qué hacen los medios sesgando constantemente sus imágenes en esa dirección? ¿A quién sirven con esa actuación sino a los diversos señores de la guerra? Esa es la cuestión de fondo a la que remite la relación entre medios y guerra en Colombia. G. R.: Los medios de comunicación tienen una presencia importante en el desarrollo del conflicto interno colombiano. Varios trabajos recientes han mostrado inquietud por oficializar las fuentes con que se mira el conflicto, las presiones e intimidaciones de los actores sobre periodistas y medios, las deficiencias al verificar la información, la filtración sin controles de hechos distorsionados que buscan generar determinados impactos en la opinión. También se cuestiona el desamparo de los periodistas en las regiones, los compromisos con los actores, los énfasis interesados para resaltar verdades a medias y las deplorables ausencias de contexto y análisis de la información. Sería muy importante observar los cambios de la información en la propia variación de los conflictos, así como su papel, ya sea en procesos de negociación como en proyectos primordialmente militaristas. Toda política de seguridad, cualquiera que sea su matiz, tiene influencias directas en el manejo de la información y en el acceso que los ciudadanos tienen a ella. Por lo pronto lo que se observa es que se necesitan menos afiliaciones emocionales y mucha mas independencia; menos unanimismo acrítico y mucha más investigación rigurosa de la tragedia que vive el país. Solo así el periodismo será fiel a su naturaleza y a sus exigencias más fundamentales. 119



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