Revista50 de Estudios Sociales Bogotá - Colombia
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes
septiembre - diciembre 2014
ISSN 0123-885X
http://res.uniandes.edu.co
RECTOR Pablo Navas Sanz de Santamaría Vicerrector de Asuntos Académicos Carl Langebaek Rueda Vicerrector de Asuntos Administrativos y Financieros Javier Serrano Rodríguez
Vicerrector de Desarrollo y Egresados Mauricio Sanz de Santamaría Vicerrector de Investigaciones Silvia Restrepo Restrepo
DECANO FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Hugo Fazio
EDITORA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Martha Lux
Fundadores Francisco Leal Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia
Germán Rey Dr. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia
Comité Editorial María José Álvarez Ph.D. Universidad del Rosario, Colombia
Francisco Ortega Ph.D. Universidad Nacional de Colombia
Héctor Hoyos Ph.D. Stanford University, Estados Unidos
Angelika Rettberg Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia
Catalina Muñoz Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia
José Carlos Rueda Dr. Universidad Complutense de Madrid, España
Diana Ojeda Ph.D. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia
Fernando Purcell Ph.D. Universidad Católica de Chile
director editora Hugo Fazio Dr. hfazio@uniandes.edu.co
Martha Lux Dra. res@uniandes.edu.co COORDINADORA EDITORIAL Ana Pérez MA. al.perez241@uniandes.edu.co
Comité Científico Felipe Castañeda Dr. Universidad de los Andes, Colombia Denise Quaresma da Silva Dra. Universidade Feevale, Brasil Carl Henrik Langebaek Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia Javier Moscoso Ph.D. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España
Lina María Saldarriaga Ph.D. Concordia University, Canadá Rogerio Santos Dr. Universidade Católica Portuguesa, Portugal Víctor M. Uribe-Urán Ph.D. Florida International University, Estados Unidos Juan Gabriel Tokatlian Ph.D. Universidad de San Andrés, Argentina
Equipo Informático Claudia Vega Freddy Cortés Corrección de Estilo y Traducción Español Guillermo Díez Inglés Sylvia Chaves O’Flynn Portugués Roanita Dalpiaz Dirección de Arte Víctor Gómez Diseño y Diagramación Leidy Sánchez Imagen de Portada Víctor Gómez, “Cincuenta”, 2014. Impresión Panamericana Formas e Impresos S.A. Distribución Siglo del Hombre Editores Cra 32 No 25-46 Bogotá, Colombia PBX (571) 337 77 00 www.siglodelhombre.com
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Facultad de Ciencias Sociales Universidad de los Andes Cra. 1ª Este No. 18A – 10 Ed. Franco, piso 6, oficina 617 Bogotá – Colombia. Tel [571] 3394949 Ext.: 3585 publicacionesfaciso@uniandes.edu.co
ISSN 0123-885X Dirección: Cra 1a No 18 A-10, Ed. Franco, of, G-615 Teléfono: (571) 339 49 49 ext. 4819 Correo electrónico: res@uniandes.edu.co Periodicidad: cuatrimestral Páginas del número: 228 Formato: 21.5 x 28 cm. Tiraje: 500 ejemplares Precio: $ 20.000 (Colombia) US $ 12.00 (Exterior) No incluye gastos de envío
El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para su uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se cite la fuente. Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero autorización del Comité Editorial de la Revista. Las opiniones e ideas aquí consignadas son de responsabilidad exclusiva de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.
Revista50 de Estudios Sociales Bogotá - Colombia
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septiembre - diciembre 2014
ISSN 0123-885X
La Revista de Estudios Sociales (RES) es una publicación cuatrimestral creada en 1998 por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y la Fundación Social. Su objetivo es contribuir a la difusión de las investigaciones, los análisis y las opiniones que sobre los problemas sociales elabore la comunidad académica nacional e internacional, además de otros sectores de la sociedad que merecen ser conocidos por la opinión pública. De esta manera, la Revista busca ampliar el campo del conocimiento en materias que contribuyen a entender mejor nuestra realidad más inmediata y a mejorar las condiciones de vida de la población. La estructura de la Revista contempla seis secciones, a saber: La Presentación contextualiza y da forma al respectivo número, además de destacar aspectos particulares que merecen la atención de los lectores. El Dossier integra un conjunto de versiones sobre un problema o tema específico en un contexto general, al presentar avances o resultados de investigaciones científicas sobre la base de una perspectiva crítica y analítica. También incluye textos que incorporan investigaciones en las que se muestra el desarrollo y las nuevas tendencias en un área específica del conocimiento. Otras Voces se diferencia del Dossier en que incluye textos que presentan investigaciones o reflexiones que tratan problemas o temas distintos. Documentos difunde una o más reflexiones, por lo general de autoridades en la materia, sobre temas de interés social. El Debate responde a escritos de las secciones anteriores mediante entrevistas de conocedores de un tema particular o documentos representativos del tema en discusión. Lecturas muestra adelantos y reseñas bibliográficas en el campo de las Ciencias Sociales. La estructura de la Revista responde a una política editorial que busca: proporcionar un espacio disponible para diferentes discursos sobre teoría, investigación, coyuntura e información bibliográfica; facilitar el intercambio de información sobre las Ciencias Sociales con buena parte de los países de la región latinoamericana; difundir la Revista entre diversos públicos y no sólo entre los académicos; incorporar diversos lenguajes, como el ensayo, el relato, el informe y el debate, para que el conocimiento sea de utilidad social; finalmente, mostrar una noción flexible del concepto de investigación social, con el fin de dar cabida a expresiones ajenas al campo específico de las Ciencias Sociales. Palabras clave: Ciencias Sociales, investigación, reflexión, revisión. Todos los contenidos de la Revista son de libre acceso y se pueden descargar en formato PDF, HTML y en versión e-book.
INDEXACIÓN
La Revista de Estudios Sociales está incluida actualmente en los siguientes directorios y servicios de indexación y resumen: • CIBERA - Biblioteca Virtual Iberoamericana/España/Portugal (German Institute of Global and Area Studies, Alemania), desde 2007. • CLASE - Citas latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (UNAM, México), desde 2007. • CREDI - Centro de Recursos Documentales e Informáticos (Organización de Estados Iberoamericanos, OEI), desde 2008. • DIALNET - Difusión de Alertas en la Red (Universidad de La Rioja, España), desde 2006. • DOAJ - Directory of Open Access Journal (Lund University Libraries, Suecia), desde 2007. • EP Smartlink fulltext, fuente académica, Current Abstrac, TOC Premier, SocINDEX with full text (EBSCO Information Services, Estados Unidos), desde 2005. • HAPI - Hispanic American Periodical Index (UCLA, Estados Unidos), desde 2008. • Historical Abstracts y America: History &Life (EBSCO Information Services, antes ABC-CLIO, Estados Unidos), desde 2001. • Informe académico y Académica onefile (Thompson Gale, Estados Unidos), desde 2007. • LatAm -Estudios Latinamericanos (International Information Services, Estados Unidos), desde el 2009. • LATINDEX - Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal (México), desde 2004. • Linguistics & Language Behavior Abstracts, Sociological Abstracts, Social Services Abstracts, World Wide Political Science Abstracs (SCA- Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos), desde 2000. • Ocenet (Editorial Oceano, España), desde 2003. • PRISMA - Publicaciones y Revistas Sociales y Humanísticas (CSA-ProQuest, Gran Bretaña). • PUBLINDEX - Índice Nacional de Publicaciones Seriadas Científicas y Tecnológicas Colombianas, (Colciencias, Colombia), desde 2004. Actualmente en categoría A1. • RedALyC - Red de Revistas Científicas de América Latina y El Caribe, España y Portugal (UAEM, México), desde 2007. • SciELO Citation Index (Thomson Reuters – SciELO), desde 2013. • SciELO - Scientific Electronic Library Online (Colombia), desde 2007. • SCOPUS - Database of abstracts and citations for scholarly journal articles (Elsevier, Países Bajos), desde 2009. • Social Sciences Citation Index (ISI, Thomson Reuters, Estados Unidos), desde 2009. • Ulrich’s Periodicals Directory (CSA- Cambridge Scientific Abstracs ProQuest, Estados Unidos), desde 2001. Portales Web a través de los cuales se puede acceder a la Revista de Estudios Sociales: • http://www.lablaa.org/listado_revistas.htm (Biblioteca Luis Angel Arango, Colombia). • http://www.portalquorum.org (Quórum Portal de Revistas, Universidad de Alcalá, España). • http://sala.clacso.org.ar/biblioteca/Members/lenlaces (Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO, Argentina).
Edición especial 9-12
Presentación • Hugo Fazio – Universidad de los Andes, Colombia
13-16
La coyuntura actual en el contexto del último medio siglo en Colombia
17-20
Amarres de la coyuntura política colombiana
21-24
En Colombia todo es permitido, menos el populismo
25-29
Educación superior y educación general: más allá del desafío de la productividad y la competitividad
• Malcolm Deas – University of Oxford, Reino Unido
• Marco Palacios – El Colegio de México / Universidad de los Andes, Colombia • Daniel Pécaut – L’École des Hautes Études en Sciences Sociales, Francia • Jimena Hurtado – Universidad de los Andes, Colombia
Temas Varios 31-42 43-56
La dialogicidad como supuesto ontológico y epistemológico en Psicología Social: reflexiones a partir de la Teoría de las Representaciones Sociales y la Pedagogía de la Liberación • Aline Accorssi – Centro Universitário La Salle, Brasil • Helena Scarparo – Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil • Adolfo Pizzinato – Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil
Encontrar la cultura: estrategias de indagación para el análisis sociopolítico • Laura Fernández de Mosteyrín – Universidad a Distancia de Madrid, España • María Luz Morán – Universidad Complutense de Madrid, España
57-70
Relaciones entre dispositivos administrativos y arreglos familiares en la gestión de la infancia “con derechos vulnerados”. Una aproximación etnográfica • Agustín Barna – Universidad de Buenos Aires, Argentina
Vivienda/violencia: intersecciones de la vivienda y la violencia intrafamiliar en Ciudad Bolívar, Bogotá 71-86
87-100
• Julieta Lemaitre Ripoll – Universidad de los Andes, Colombia • Sandra García Jaramillo – Universidad de los Andes, Colombia • Hernán Ramírez Rodríguez – Universidad de los Andes, Colombia
Más allá del consenso y la oposición: las actitudes de la “gente corriente” en regímenes dictatoriales. Una propuesta de análisis desde el régimen franquista • Claudio Hernández Burgos – University of Leeds, Reino Unido
101-112
Postsecularidad: ¿un nuevo paradigma de las ciencias sociales?
113-126
La revolución militar posindustrial
127-139
La Corte Suprema de Justicia bajo el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla
140-154 155-165
• Iván Garzón Vallejo – Universidad de La Sabana, Colombia
• Guillem Colom Piella – Universidad Pablo de Olavide, España • Mario Alberto Cajas Sarria – Universidad Icesi, Colombia
Las radios católicas españolas. Historia, desarrollo y programación • María Teresa Santos Diez – Universidad del País Vasco, España • Jesús Ángel Pérez Dasilva – Universidad del País Vasco, España
La ‘cuestión’ del mal y la Modernidad. A propósito de una lectura desde Walter Benjamin • Alexánder Hincapié García – Universidad San Buenaventura, Colombia
Documentos 167-173 174-177
Cambios en las ciencias ante el impacto de la globalización
• Hebe Vessuri – CIGA / Universidad Nacional Autónoma de México
Excelencia o pertinencia: para dónde van las ciencias sociales en la Universidad de los Andes • Mauricio Nieto – Universidad de los Andes, Colombia
Debate “Hay que repensarlo todo a la luz de la barbarie” 179-186
• Manuel Reyes Mate – Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España • Tatiana Castañeda – Universidad San Buenaventura, Colombia • Fernando Alba – Université Paris VIII Vincennes à Saint Denis, Francia
Lecturas 188-191
Gerontología ambiental: haciendo lugares significativos en la vejez. Reseña del libro Environmental Gerontology: Making Meaningful Places in Old Age, de Graham D. Rowles y Miriam Bernard
192-196
Martha Lux. 2014. Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes. Discursos, estrategias y tácticas en la guerra, la política y el comercio (Nueva Granada, 1790-1830)
197-198
Carlo Tassara. 2013. Cooperación para el desarrollo, relaciones internacionales y políticas públicas. Teorías y prácticas del diálogo euro-latinoamericano
• Diego Sánchez González – Universidad Autónoma de Nuevo León, México
• Rafael E. Acevedo P. – Universidad de Cartagena, Colombia
• Carlos Enrique Guzmán Mendoza – Universidad del Norte, Colombia
Special edition 9-12
Presentation • Hugo Fazio – Universidad de los Andes, Colombia
13-16
The Current Juncture in the Context of the Last Half-Century in Colombia
17-20
Moorings of the Colombian Political Juncture
21-24
Everything Is Permitted in Colombia Except Populism
25-29
Higher Education and General Education: Beyond the Challenge of Productivity and Competitiveness
• Malcolm Deas – University of Oxford, United Kingdom
• Marco Palacios – El Colegio de México / Universidad de los Andes, Colombia • Daniel Pécaut – L’École des Hautes Études en Sciences Sociales, France • Jimena Hurtado – Universidad de los Andes, Colombia
Varied Topics Dialogicity as an Ontological and Epistemological Assumption in Social Psychology: Reflections Based on the Theory of Social Representations and the Pedagogy of Liberation 31-42
43-56 57-70
• Aline Accorssi – Centro Universitário La Salle, Brazil • Helena Scarparo – Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brazil • Adolfo Pizzinato – Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brazil
Finding Culture: Research Strategies for Sociopolitical Inquiry
• Laura Fernández de Mosteyrín – Universidad a Distancia de Madrid, Spain • María Luz Morán – Universidad Complutense de Madrid, Spain
Relations between Administrative Measures and Family Arrangements in the Management of Children ‘with Violated Rights’. An Ethnographic Approach • Agustín Barna – Universidad de Buenos Aires, Argentina
Housing/Violence: Intersections of Housing and Domestic Violence in Ciudad Bolívar, Bogota 71-86
87-100
• Julieta Lemaitre Ripoll – Universidad de los Andes, Colombia • Sandra García Jaramillo – Universidad de los Andes, Colombia • Hernán Ramírez Rodríguez – Universidad de los Andes, Colombia
Beyond Consensus and Opposition. Attitudes of “Ordinary People” in Dictatorships: An Analytical Proposal from the Franco Regime • Claudio Hernández Burgos – University of Leeds, United Kingdom
101-112
Post-secularity: A New Paradigm of the Social Sciences?
113-126
The Post-Industrial Military Revolution
127-139
The Supreme Court under the Government of General Gustavo Rojas Pinilla
• Iván Garzón Vallejo – Universidad de La Sabana, Colombia
• Guillem Colom Piella – Universidad Pablo de Olavide, Spain • Mario Alberto Cajas Sarria – Universidad Icesi, Colombia
Spanish Catholic Radio. History, Development and Programming 140-154
• María Teresa Santos Diez – Universidad del País Vasco, Spain • Jesús Ángel Pérez Dasilva – Universidad del País Vasco, Spain
155-165
The ‘Question’ of Evil and Modernity. Regarding a Reading from Walter Benjamin • Alexánder Hincapié García – Universidad San Buenaventura, Colombia
Documents 167-173 174-177
Changes in the Sciences Due to the Impact of Globalization
• Hebe Vessuri – CIGA / Universidad Nacional Autónoma de México
Excellence or Relevance: Where are the Social Sciences Heading at Universidad de los Andes? • Mauricio Nieto – Universidad de los Andes, Colombia
Debate “Everything Must Be Rethought in the Light of Barbarism” 179-186
• Manuel Reyes Mate – Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Spain • Tatiana Castañeda – Universidad San Buenaventura, Colombia • Fernando Alba – Université Paris VIII Vincennes à Saint Denis, France
Readings 188-191
Environmental Gerontology: Making Significant Places in Old Age. Book Review Environmental Gerontology: Making Meaningful Places in Old Age, by Graham D. Rowles and Miriam Bernard
192-196
Martha Lux. 2014. Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes. Discursos, estrategias y tácticas en la guerra, la política y el comercio (Nueva Granada, 1790-1830)
197-198
• Diego Sánchez González – Universidad Autónoma de Nuevo León, Mexico
• Rafael E. Acevedo P. – Universidad de Cartagena, Colombia
Carlo Tassara. 2013. Cooperación para el desarrollo, relaciones internacionales y políticas públicas. Teorías y prácticas del diálogo euro-latinoamericano • Carlos Enrique Guzmán Mendoza – Universidad del Norte, Colombia
Edição especial 9-12
Apresentação • Hugo Fazio – Universidad de los Andes, Colômbia
13-16
A conjuntura atual no contexto dos últimos cinquenta anos na Colômbia
17-20
‘Amarres’ da conjuntura política colombiana
21-24
Na Colômbia tudo é permitido menos o populismo
25-29
Educação superior e educação geral: mais além do desafio da produtividade e da competitividade
• Malcolm Deas – University of Oxford, Reino Unido
• Marco Palacios – El Colegio de México / Universidad de los Andes, Colômbia • Daniel Pécaut – L’École des Hautes Études en Sciences Sociales, França • Jimena Hurtado – Universidad de los Andes, Colômbia
Temas Vários A dialogicidade como suposto ontológico e epistemológico na Psicologia Social: reflexões a partir da Teoria das Representações Sociais e a Pedagogia da Libertação 31-42
43-56 57-70
• Aline Accorssi – Centro Universitário La Salle, Brasil • Helena Scarparo – Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil • Adolfo Pizzinato – Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil
Encontrar a cultura: estratégias de indagação para a análise sociopolítica • Laura Fernández de Mosteyrín – Universidad a Distancia de Madrid, Espanha • María Luz Morán – Universidad Complutense de Madrid, Espanha
Relações entre dispositivos administrativos e arranjos familiares na gestão da infância “com direitos vulnerados”. Uma aproximação etnográfica • Agustín Barna – Universidad de Buenos Aires, Argentina
Moradia/violência: interseções da moradia e da violência intrafamiliar na Ciudad Bolívar, Bogotá 71-86
87-100
• Julieta Lemaitre Ripoll – Universidad de los Andes, Colômbia • Sandra García Jaramillo – Universidad de los Andes, Colômbia • Hernán Ramírez Rodríguez – Universidad de los Andes, Colômbia
Mais além do consenso e da oposição: as atitudes das pessoas “comuns” em regimes ditatoriais. Uma proposta de análise desde o regime franquista • Claudio Hernández Burgos – University of Leeds, Reino Unido
101-112
Pós-secularidade: um novo paradigma das ciências sociais?
113-126
A revolução militar pós-industrial
127-139
A Suprema Corte de Justiça sob o governo do general Gustavo Rojas Pinilla
• Iván Garzón Vallejo – Universidad de La Sabana, Colômbia
• Guillem Colom Piella – Universidad Pablo de Olavide, Espanha • Mario Alberto Cajas Sarria – Universidad Icesi, Colômbia
As rádios católicas espanholas. História, desenvolvimento e programação 140-154
• María Teresa Santos Diez – Universidad del País Vasco, Espanha • Jesús Ángel Pérez Dasilva – Universidad del País Vasco, Espanha
155-165
A ‘questão’ do mal e a Modernidade. A partir de uma leitura de Walter Benjamin • Alexánder Hincapié García – Universidad San Buenaventura, Colômbia
Documentos 167-173
Mudanças nas ciências ante o impacto da globalização
174-177
Excelência ou pertinência: para onde vão as ciências sociais na Universidad de los Andes
• Hebe Vessuri – CIGA / Universidad Nacional Autónoma de México • Mauricio Nieto – Universidad de los Andes, Colômbia
Debate “Há que repensar tudo à luz da barbárie” 179-186
• Manuel Reyes Mate – Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Espanha • Tatiana Castañeda – Universidad San Buenaventura, Colômbia • Fernando Alba – Université Paris VIII Vincennes à Saint Denis, França
Leituras 188-191
Gerontologia ambiental: fazendo lugares significativos na velhice. Resenha do livro Environmental Gerontology: Making Meaningful Places in Old Age, de Graham D. Rowles e Miriam Bernard
192-196
Martha Lux. 2014. Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes. Discursos, estrategias y tácticas en la guerra, la política y el comercio (Nueva Granada, 1790-1830)
197-198
Carlo Tassara. 2013. Cooperación para el desarrollo, relaciones internacionales y políticas públicas. Teorías y prácticas del diálogo euro-latinoamericano
• Diego Sánchez González – Universidad Autónoma de Nuevo León, México
• Rafael E. Acevedo P. – Universidad de Cartagena, Colômbia
• Carlos Enrique Guzmán Mendoza – Universidad del Norte, Colômbia
Presentación Hugo Faziov
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.01
E
n momentos en que la Revista de Estudios Sociales llega a su número 50, es oportuno poner en consideración unas cuantas reflexiones sobre el desarrollo del pensamiento social durante el presente que nos ha correspondido vivir. Para la ocasión, quisiera arrancar recordando a Fernand Braudel, quien, poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando el Viejo Continente acometía la inmensa tarea de la reconstrucción posbélica, se preguntaba si “la historia es hija de su tiempo […] si estamos en un nuevo mundo, ¿por qué no en una nueva historia?” (Braudel 2002, 19 y 22). En dicha oportunidad, el historiador galo no sólo afirmaba que un mundo había quedado atrás; mayor era su interés en señalar que los anteriores conceptos intelectuales se “habían encorvado o simplemente roto”, que los científicos sociales estaban obligados a adentrarse en otra “aventura del espíritu” y que urgía emprender nuevas exploraciones académicas e intelectuales.
día más del esquema industrial al que nos había acostumbrado el siglo pasado, el poder internacional no logra estabilizarse y conserva un carácter indefinido, las esferas culturales dejan de ser campos específicos sin ser completamente nómadas, y las biografías —individuales y colectivas— se pluralizan y transnacionalizan, lo cual repercute en el funcionamiento de la política, ya que la variedad de experiencias vividas difícilmente concuerda con los denominadores fundamentales de esta última. Es tan complejo el mundo en esta segunda década del siglo, que su figuración se asemeja a un entramado de naturaleza topológica, escenario cuya regularidad se encuentra distante del equilibrio, situación que se presenta en alto grado por la multiplicidad de cargas temporales de los distintos fenómenos sociales que entran en resonancia, y por el vértigo que producen la urgencia, la compresión espacio-temporal y la aceleración. Un retrato existencial de esta angustia social la ofrecía hace algunos años el filósofo italiano Giacomo Marramao, cuando afirmaba que “el mundo al que comenzamos a pertenecer, hombres y naciones, es sólo una ‘figura parecida’ al mundo que nos era familiar” (Marramao 2006, 11). A ello se suma, además, el hecho de que, a diferencia de lo que acontecía hace algunas décadas, hoy en día, ningún ámbito ni ninguna región geográfica escapan a estas vertiginosas y dispares dinámicas de cambio, lo que fomenta aún más la propensión a la inestabilidad.
No es una exageración sostener que, en los inicios del siglo XXI, el mundo transita por una coyuntura histórica tanto o más convulsionada que la que le correspondió vivir al célebre historiador francés. No sólo las recomposiciones y reestructuraciones sociales son considerables, más importante es el hecho de que se presentan en todos los ámbitos sociales y atañen a todo el conjunto de las sociedades. Es tal el vértigo transformador que pareciera que vivimos en un contexto de convulsiones y urgencias permanentes: la revolución tecnológica no deja de sorprendernos en el día a día con sus constantes innovaciones, cada vez son más apretados los intervalos de estabilidad económica, el medioambiente pasa a diario sus cuentas de cobro, las heterogéneas configuraciones sociales se alejan cada
v
Ante tal celeridad que comporta el presente no es extraño que el pensamiento social, a pesar de sus denodados esfuerzos, se mantenga a la zaga de la realidad social. Con su cadencia pausada, inherentemente reflexiva, las ciencias sociales no alcanzan a descifrar un enigma, cuando el problema ya está planteando nuevos y más
Doctor en Ciencia Política por la Université Catholique de Louvain (Bélgica). Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Director de la Revista de Estudios Sociales, y miembro del grupo de investigación “Historia del tiempo presente”, categoría A en Colciencias. Correo electrónico: hfazio@uniandes.edu.co
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Revista de Estudios Sociales No. 50 • rev.estud.soc. • Pp. 228. ISSN 0123-885X • Bogotá, septiembre - diciembre de 2014 • Pp. 9-12.
complejos interrogantes. Esta arritmia, es decir, la no correspondencia entre el vértigo de los cambios sociales y la persistencia de unos enfoques inherentes a contextos histórico-sociales previos, genera perplejidad frente a la capacidad de estas disciplinas para estar a la altura de la inmensidad de la tarea.
En la misma dirección se ubican todas aquellas reflexiones que respaldan la importancia ética, formativa, política y cultural del pensamiento social y humanista para el ciudadano del siglo XXI. El conocimiento social alimenta un intelecto activo, provee de pensamiento crítico para asumir un mundo complejo y fortalece la democracia, porque “la facultad de pensar idóneamente sobre una gran variedad de culturas, grupos y naciones en el contexto de la economía global y de las numerosas interacciones entre grupos y países resulta esencial para que la democracia pueda afrontar de manera responsable los problemas que sufrimos hoy como integrantes de un mundo caracterizado por la interdependencia” (Nussbaum 2010, 29).
El problema de fondo radica en que la figuración de los problemas sociales ha cambiado de manera notable. Con la claridad que lo caracteriza, Ulrich Beck explicaba este asunto cuando recordaba que “una experiencia del proceso globalizador” diverge con respecto a la manera como han sido imaginados los contenedores sociales. Para ilustrar este dilema, el sociólogo recurre a la distinción entre universalismo y globalidad. El primero “hace que esta tenga como conclusión la sociedad”, mientras que la segunda ocurre “cuando los sociólogos de todos los países y cosmovisiones analizan sus sociedades con pretensiones conceptualizantes y encuentran explicaciones contradictorias entre sí. Y entonces resulta claro que ya no existe un punto de partida privilegiado desde el que poder estudiar la sociedad” (Beck 2005, 11).
Los desafíos que se tienen delante todavía son inmensos. Se debe seguir trabajando con tesón para decodificar los intríngulis de nuestra contemporaneidad, para hacer de nuestras sociedades unos lugares mejor habitables y para contribuir a formar ciudadanos creativos, críticos y tolerantes, porque, como dijera Martha Nussbaum, “aunque el conocimiento no garantiza la buena conducta, la ignorancia es casi una garantía de lo contrario” (2010, 115).�
Pero así como se observa una disimilitud entre globalidad y universalismo, también difieren las prácticas entre aquellas que tienden a una mayor homogeneidad y otras que acentúan las diferencias. Al parecer, las primeras pueden ser decodificadas de manera relativamente fácil porque son problemas análogos que requieren interpretaciones y respuestas similares. Las segundas, muy numerosas y de difícil aprehensión, por cuanto son circunstancias que exteriorizan experiencias de registros históricos particulares, lo que quebranta la posibilidad de encontrar mínimos comunes denominadores con validez universal.
Referencias 1. Beck, Ulrich. 2000. The Cosmopolitan Perspective: Sociology in the Second Age of Modernity. British Journal of Sociology 15, n° 1: 79-105. 2. Beck, Ulrich. 2005. La mirada cosmopolita o la guerra es la paz. Barcelona: Paidós.
Al igual que sostuviera Braudel hace más de sesenta años, también hoy se plantea la urgente necesidad de reconocer que las perspectivas y los conceptos intelectuales habituales “se han encorvado o simplemente roto”; se debe reconocer el inmenso desafío intelectual que suscita nuestra contemporaneidad, es menester zambullirse en nuevas aventuras del espíritu para producir aproximaciones novedosas del mundo y de las sociedades actuales. Los llamados a “deseuropeizar” el pensamiento social (Chakrabarty 2000) y desarrollar un “cosmopolitismo metodológico” (Beck 2000) constituyen importantes impulsos para avanzar en el rumbo señalado.
3. Braudel, Fernand. 2002. Historia y ciencias sociales. Madrid: Alianza. 4. Chakrabarty, Dipesh. 2000. Provincializing Europe. Postcolonial Thought and Historical Difference. Nueva Jersey: Princeton University Press. 5. Marramao, Giacomo. 2006. Pasaje a Occidente. Filosofía y globalización. Buenos Aires: Katz. 6. Nussbaum, Martha C. 2010. Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Buenos Aires: Katz.
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Nota editorial
mente los sitios desde donde se consulta su página web, y desde donde se leen y descargan sus contenidos, que son todos de libre acceso, y pueden ser consultados sin restricciones desde cualquier parte del mundo. Comprender que la Revista pierde su sentido si no se concibe en relación con su público ha llevado a que pensemos en una página amable y de fácil acceso y uso para sus lectores. En consecuencia, nos complace anunciar que se encuentra a disposición del público una nueva plataforma de presentación, que por el momento contiene el número 50, enlazando con los números anteriores, pero donde se migrará la totalidad de sus contenidos. Esperamos que esta nueva presencia sea del agrado de quienes nos consultan y resulte atractiva para los nuevos lectores.
En este número 50, la Revista de Estudios Sociales presenta a sus lectores una edición especial conmemorativa de sus primeros quince años de circulación. Durante este tiempo se ha dirigido a su público teniendo como objetivo principal presentar temáticas que son de interés para la comunidad académica. Si hacemos un breve recorrido temporal, cabe mencionar que en agosto de 1998 circuló su primer número impreso, con secciones definidas, y muy pronto, en 1999, su fundador Francisco Leal y el Comité editorial que apoyaba los procesos de la recién inaugurada revista decidieron que para su posicionamiento ésta debía tener una periodicidad de dos números al año. La cantidad de propuestas temáticas que llegaban a la Revista llevaron a que en el año 2000 se tomara la acertada decisión de aumentar su presencia a tres números anuales —dos de dossier y uno de tema libre—. También, y ante la necesidad de contar con una evaluación que certificara la calidad de sus contenidos, la Revista se presentó en 2004 para ser indexada en el sistema nacional Publindex de Colciencias; en 2007 fue calificada en categoría A2, y anunció en su número 26 (enero-abril del mismo año) su aparición en versión digital, y la inclusión del portugués como tercera lengua, además del español y del inglés. A partir de 2012 la Revista mantiene su calificación en A1 en el sistema de indexación nacional.
En lo que concierne al número que nos convoca, la Revista, con el objetivo de situarse en los debates relevantes del país y de America Latina, invitó a varios reconocidos académicos para que nutrieran con sus reflexiones algunos aspectos de la situación política del país, la educación, el papel de las ciencias sociales y los retos de la Academia para aproximarse a los problemas sociales y a su comprensión, con los insumos teóricos y metodológicos que posibiliten ser propositivos en la búsqueda de soluciones de los problemas sociales contemporáneos. Malcolm Deas se pregunta por la coyuntura actual del país, a partir de un recorrido por aspectos centrales del último medio siglo nacional, buscando identificar elementos de lo que él llama “la agenda política profunda” actual. Por su parte, Marco Palacios presenta un recorrido histórico de las instancias de poder y la pervivencia de algunas de ellas en la Colombia del presente. Daniel Pécaut nos muestra el papel que ha cumplido el populismo en Colombia, y las diferencias con otros países de América Latina, en la relación entre estructuras sociales e instancias políticas. El texto de Jimena Hurtado vincula temas como el desarrollo económico del país con la convivencia democrática, y el papel de la educación para concebirla en relación con la formación de individuos críticos y propositivos frente a las problemáticas de su entorno inmediato y del país.
Desde su primera indexación en Colciencias se identificó, a su vez, la necesidad de tener presencia en repositorios y bases bibliográficas internacionales, para propiciar el posicionamiento de la Revista, pero sobre todo, con el sentido de difundir los contenidos para consulta de una comunidad académica, más allá de las fronteras nacionales. En este contexto, en 2007 la Revista es incluida en la Scientific Electronic Library Online (SciELO), biblioteca virtual que busca posicionar y difundir contenidos producidos en Latinoamérica, el Caribe, España y Portugal; en 2009 es aceptada en el repositorio Scopus (con sede en Holanda), y en el producto Social Sciences Citation Index de Thomson Reuters (con sede en Estados Unidos). Su más reciente inclusión, de 2013, es en el producto SciELO Citation Index, resultado del convenio entre SciELO y Thomson Reuters. Además de la aceptación en estas bases bibliográficas, la Revista ha sido incluida en una serie amplia de repositorios, que permiten no solamente difundir contenidos, sino proponer temáticas de trabajo y visibilizar las líneas investigativas de las que forman parte sus autores.
En la misma línea de reflexión, contamos con dos escritos sugerentes en la Sección Documentos: el de Hebe Vessuri, sobre los cambios en las ciencias sociales, y su relación con las formas de hacer, y el reto propuesto por la autora de “humanizar” el hacer de la “ciencia”, y articular, por medio de la interdisciplinariedad, propuestas que permitan abordar los problemas sociales; y el de Mauricio Nieto, quien, desde la Vicedecanatura de Investigaciones y Posgrados de la Facultad, incentiva la
El posicionamiento de la Revista demanda al equipo editorial que mantenga una supervisión constante de los múltiples aspectos que han sido tomados en cuenta para calificarla. Con este sentido, se monitorean recurrente-
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articulación de las variadas líneas de investigación con que cuenta actualmente la Facultad, y su relación de los temas comunes que se trabajan desde las diferentes disciplinas de las ciencias sociales, que sin duda tienen que ver con los problemas y desafíos de la Colombia actual.
Universidad de los Andes, estudian la relación entre la posesión de vivienda y formas de violencia, en el núcleo de una muestra de familias de Ciudad Bolívar, en Bogotá; con perspectiva histórica, Claudio Hernández Burgos, desde el Reino Unido, reflexiona sobre las actitudes de la gente del común en regímenes dictatoriales; Iván Garzón Vallejo, politólogo vinculado a la Universidad de La Sabana, en Bogotá, investiga lo que denomina postsecularidad, y se pregunta si ésta corresponde a un nuevo paradigma de las ciencias sociales; los tres siguientes artículos, el primero, de Guillem Colom Piella, desde España, de Mario Cajas Sarria de la universidad colombiana ICESI, y el de María Teresa Santos Diez y Jesús Pérez Dasilva, desde la Universidad del País Vasco, abordan los temas de la revolución posindustrial, el desempeño de la Corte Suprema de Justicia en un momento de la historia colombiana, y el papel que cumplen las radios católicas españolas, respectivamente; por último, el texto de Alexánder Hincapié, desde la Universidad San Buenaventura, en Medellín, realiza una reflexión acerca de la cuestión del mal y la modernidad, a partir de una lectura de Walter Benjamin.
Por su parte, la entrevista del filósofo español Manuel Reyes Mate, que se encuentra en la sección Debate, apunta a temas como la relación de la política, la violencia y la justicia, desde el punto de vista de las víctimas, su resignificación, el papel de los intelectuales frente a los problemas de las víctimas, y el sentido de lo que él refiere como la “culpa moral”, necesaria, desde su perspectiva, para generar un cambio interior en el individuo. En la sección Temas Varios, recurrente en la Revista, damos cabida a diez artículos de las diferentes disciplinas de las ciencias sociales enmarcados en variados escenarios temporo-espaciales, que estudian problemáticas sociales diversas e ilustran la relación del individuo o los grupos sociales con procesos históricos, culturales, políticos y económicos. Los autores de los textos que aquí presentamos son de diversa formación, lo que nos permite encontrar que abordan las temáticas y los problemas de investigación desde variados y sugerentes modelos analíticos.
El número cierra con la sección Lecturas, donde, en esta oportunidad, se publican tres reseñas: la primera, del libro de Graham D. Rowles y Miriam Bernard, que expone la relación entre el ambiente y el envejecimiento de la población, a partir de un estudio interdisciplinario de las ciencias sociales; la segunda, sobre el libro de Martha Lux, que trata de la participación de las mujeres en el proceso de independencia de la Nueva Granada y su accionar en la vida política, económica y social de la primera mitad del siglo XIX. Este libro es el primer texto producto de una tesis doctoral producida en la Facultad; la tercera aborda el libro de Carlo Tassara, resultado de una investigación sobre la contribución internacional, estudio que señala la relevancia de alinear las acciones de la cooperación para el desarrollo con las políticas públicas del Estado.�
Tenemos, así, el texto de los psicólogos brasileros Aline Accorssi, Helena Scarparo y Adolfo Pizzinato, que se preguntan por la dialogicidad, a partir de la Teoría de las representaciones sociales y la Pedagogía de la liberación; por su parte, las sociólogas españolas Laura Fernández de Mosteyrín y María Luz Morán indagan acerca del papel de la cultura a partir del análisis sociopolítico; Agustín Barna, desde Argentina, realiza un estudio etnográfico para revisar la relación entre dispositivos administrativos y arreglos familiares de la infancia con derechos vulnerados; Julieta Lemaitre Ripoll, Sandra García y Hernán Ramírez, desde la Facultad de Derecho de la
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La coyuntura actual en el contexto del último medio siglo en Colombia Malcolm Deasv DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.02
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e conocido al país durante medio siglo; y en esos años, a dieciséis de sus presidentes —Alberto Lleras Camargo fue casi el primer colombiano a quien conocí, en una visita que hizo a Oxford en 1963—.1 Escribo estas reflexiones políticas desde allá, blindado por la larga perspectiva, y por la lejanía. Espero que el ejercicio ayude a clarificar de dónde ha venido Colombia en estos cincuenta años, y adónde va.
Han llegado nuevos patrones de consumo: en las esferas altas, un lujo sin precedentes, y en las bajas, los celulares, las motocicletas, aun el carro coreano o chino. Ha crecido mucho la corrupción.
Segundo, ciertos ciclos experimentados Los ciclos de la economía ilegal: de las esmeraldas, negocio de la primera “gente emergente”, a la marihuana y a la cocaína; el auge y declive de los grandes carteles; los ciclos de la lucha armada, de violencia, homicidio, secuestro, crimen organizado; auge de la guerrilla en los sesenta, con el estímulo de la Revolución Cubana; declive, renacimiento bajo otros estímulos, hasta su tope al fin del siglo; auge y declive del paramilitarismo; los intentos de hacer la paz, desde el presidente Turbay en adelante.
Primero, los grandes cambios sociales La población se ha urbanizado, en algunas décadas a un ritmo asombroso. No hay movilidad geográfica sin movilidad social y política, y la migración a las ciudades produjo una nueva clase media, mucho más grande, y contribuyó a la paulatina muerte de las viejas lealtades sectarias. Se cambió la posición de la mujer, desde la clase alta hacia abajo, encontrando poca resistencia en una sociedad supuestamente machista. El poder de la Iglesia católica resultó ser en gran parte un espejismo, incapaz de resistir la planificación familiar y la competencia de las iglesias evangélicas. Se multiplicaron las universidades, y con esto, la capacidad potencial del país para analizar sus propios problemas. De la escasa televisión en blanco y negro se ha llegado a los universales canales en colores, de un país muy mal comunicado con el resto del mundo al país con el segundo aeropuerto en tráfico en América del Sur. Los colombianos viajan más, dentro y fuera del país. La vieja economía cafetera ha sido reemplazada por la nueva, la del petróleo y la minería.
Tercero, unos cambios institucionales El Frente Nacional fue desmantelado desde 1974. En 1991 fue abandonada, después de 105 años, la Constitución de 1886, y reemplazada por la nueva Carta, reformadora del viejo centralismo, llena de derechos. Las Fuerzas Militares y la Policia Nacional han aumentado su capacidad, y ahora están bajo un Ministero de Defensa civil —Colombia ahora tiene el Ejército más formidable de América Latina—.
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Historiador inglés, realizó estudios de Historia Moderna en la University of Oxford (Reino Unido). Tiene un Honorary Doctorate de la Universidad de los Andes (Colombia). Sus líneas de investigación se centran principalmente en la historia política, económica y social de Colombia, Venezuela y Ecuador durante los siglos XIX y XX. Correo electrónico: Malcolm.deas@lac.ox.ac.uk
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Ocho bogotanos, tres antioqueños, y uno de cada uno de los departamentos de Boyacá, Cauca, Huila, Norte de Santander y Risaralda; tal vez nueve “oligarcas”, pero por lo menos dos de ellos venidos a menos, y no todos “oligarcas” bogotanos…
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El propósito de repasar estos cambios y ciclos —de manera muy somera y distante, sin intentar hacer justicia a los muchos esfuerzos encomiables de los gobiernos que tuvieron que lidiar con tan grandes retos—, es tratar de ubicar lo que me atrevo a llamar “la agenda política profunda” del país en su coyuntura actual.
Los escándalos son muy visibles desde el exterior. En el último medio siglo, los colombianos han llegado a conocer y a entender mucho más el mundo exterior, pero no se dan cuenta de que el mundo exterior conoce todavía muy poco a Colombia, y su mala fama persiste, no sin razón. No ayuda una diplomacia muy desigual, por no decir más.
Empezamos con la paz. Ahora se reconoce que la guerrilla no tiene ninguna posibilidad de llegar al poder por la vía de la lucha armada. Aunque tal resultado nunca fue probable, su imposibilidad no fue tan clara a mediados de los años noventa del siglo pasado. El conflicto ha limitado, hecho más estrecha, la agenda, concentrándola necesariamente en la seguridad: que el presidente Uribe haya reconocido la importancia fundamental de ese derecho, aunque no es explícitamente reconocido en la Constitución de 1991, explica en gran parte su alta y larga popularidad. La relativa seguridad de la que han gozado los bogotanos acomodados por casi toda la historia republicana explica por qué muchos de ellos no entienden este fenómeno.
Y ahora, esta incapacidad de comprender los problemas lejanos preocupa más, con la perspectiva de un acuerdo de paz. Se ha invitado a la guerrilla a hacer política. Si acepta la invitación, su liderazgo no va a abandonar sus ambiciones, ni va a contentarse con uno u otro municipio lejano, o con unas cuantas juntas de acción comunal. Dejando las armas, lo probable es que vaya a seguir combinando otras formas de lucha: marchas, movimientos sociales, paros, bloqueos, todo lo que viene a la mano, y que les conviene. Así va a ser, así debe ser, y los que han hecho la invitación no deben ser sorprendidos. Eso sería, en la trajinada metáfora, matar al tigre y asustarse con el cuero. No se puede decir cuánto éxito va a tener la nueva competencia política, pero la va a haber. Quizá la “luna de miel” con la guerrilla reinsertada va a ser corta, pero de todos modos ella y sus aliados van a ofrecer un nuevo reto a “la gobernabilidad”.
Regresemos a la búsqueda de la agenda profunda. Si se llega a un acuerdo, ciertas obligaciones del Gobierno van a aparecer con una mayor claridad. Una es la necesidad de gobernar todo el territorio de la nación. En muchas partes, un acuerdo va a producir situaciones delicadas: la paz puede ser desestabilizadora, porque inyecta incertidumbre en los arreglos pragmáticos entre las guerrillas y los demás que existen en la periferia. Manejar adecuadamente estos problemas venideros va a exigir un salto cualitativo en la competencia del Gobierno nacional.
Mirando atrás, en los últimos cincuenta años de política colombiana, además de cambios y ciclos, se nota una gran continuidad. Cada presidente terminó su período, el calendario electoral nunca sufrió interrupción. Los dos partidos tradicionales paulatinamente perdieron su dominio, pero ninguno de los dos desapareció, y ambos siguen dando señales ocasionales de vida; y puede ser que vayan a tener más larga vida que la mayoría de sus nuevos rivales. La ola populista de la Anapo creció, nunca llegó a la mitad de los sufragantes, y bajó. La izquierda siguió débil, con su eterna secuencia de cambios de nombre y de divisiones internas. Aquí ha habido un cambio: el sindicalismo en el último medio siglo se ha debilitado; fue mucho más fuerte en los años sesenta, cuando por primera vez vine al país.
No va a ser fácil lograrlo. La Costitución de 1991 rompió algunas cadenas de mando y disminuyó su poder en provincia. No obstante la decentralización, la provincia y la periferia siguen echando las culpas al Gobierno nacional. Éste sigue siendo mal informado, como sigue siendo mal y tardíamente informada la opinión metropolitana. Colombia no tiene una prensa nacional, los periódicos principales son bogotanos, y los periódicos de provincia los leen muy pocos bogotanos. De vez en cuando, la periferia produce escándalos —Buenaventura, La Guajira— y protestas —Catatumbo, Putumayo— que el Gobierno nacional parece incapaz de anticipar y de solucionar.
Después de hacer este breve tour d’horizon de la historia política reciente, la tentación inmediata es gritar: “¡Qué país tan lampedusiano! ¡Qué habilidad de hacer sólo los cambios necesarios para que todo siga igual!”.
El alto grado de tolerancia con la cual se miran estos déficits de buen gobierno, a veces se explica referiendo a “la gobernabilidad”: sin llegar a arreglos con los elementos de poder real de ciertas regiones, es imposible sostener una administración. Bajo tal argumento, mantener “la gobernabilidad” llega a ser hasta una excusa para no gobernar, pero no gobernar tiene sus consecuencias.
¿Las cosas van a seguir así con el fin del conflicto? Tal vez no. Ofrezco un tour d’horizon más actual, de un próximo futuro posible. Con el fin de la balacera, la agenda va a cambiar. Miremos uno de los puntos ya anunciados: el agro.
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En los cincuenta años pasados, como anotamos al principio, la población se urbanizó, y sus dirigentes tardaron en darse cuenta de que, sin embargo, el conflicto siguió teniendo en el campo su escenario y algunas de sus principales raíces. Mientras tanto, se habían olvidado casi completamente las polémicas de los años sesenta sobre la reforma agraria. Mientras algunos economistas celebran la memoria de Albert Hirschman —con todos sus encantos, un economista poco práctico y nebuloso en sus consejos—, muy pocos recuerdan las observaciones críticas de Lauchlin Currie: lo importante no es necesariamente la distribución de la tierra, es el aumento del ingreso campesino, y la provisión de servicios de buena calidad en el campo. No pretendo explorar todos estos argumentos acá, ni dictaminar quién tuvo la razón; sólo quiero señalar su pertinencia actual y la pobreza comparativa de los debates recientes. El olvido no se limita a la época de la Alianza para el Progreso; cubre también los programas rurales de los sucesivos gobiernos de las décadas posteriores, que si algo han mostrado, es cómo es de difícil establecer economías campesinas sostenibles —no imposible, pero harto difícil—.
qué”, fue por tanto tiempo plausible. Otra es una participación ancha en la corrupción, propiciada por el clientelismo en todas sus múltiples formas, y otra, la ineficacia de los órganos de control, que, lejos de ser solución, son parte del problema, y la enredada crisis general de la justicia. Sin embargo, es posible que esta tolerancia vaya a disminuir. Una amenaza menor a las malas costumbres es la democratización del análisis político, representada por la feliz acuñación del término mermelada por el ministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry, que las resumió en una sola y conveniente palabra. Otra, y que da más esperanza, es la emergencia de una fuerza genuina de oposición en el Congreso, sin la cual no puede existir una fiscalización eficaz. Escribo estas reflexiones a principios de agosto de 2014. Los periódicos están llenos de gabinetología y uno y otro artículo menor sobre otras prometidas reformas de la ya frecuentemente reformada Constitución. La especulación sobre los posibles ministros no promete nada nuevo, y las reformas políticas parecen ir en contravía de una ampliación democrática. Se asume que la reelección por un solo período del presidente es antidemocrática, mientras que se puede argumentar que la experiencia de los dos recientes turnos en las presidenciales muestra lo contrario, y mientras ciertas mentes dan por asegurado el futuro ascenso del actual vicepresidente. Al mismo tiempo, se restringe la participación ciudadana prometiendo alargar excesivamente los períodos de mando de los gobernadores y alcaldes. En resumidas cuentas, el mensaje es que nada tiene que cambiar, y que algunos cambios tienen que ser reversados, para que todo siga igual. Hay un aire de improvisación, incoherencia e irrealidad.
Además de la amnesia, el Estado padece de la falta de un adecuado equipo administrativo en este campo, como queda claro en el libro de despedida, con tono bastante pesimista, que publicó el exministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo. Aún faltan muchos datos esenciales y actuales, por ejemplo, sobre los baldíos. Acá tenemos un ejemplo muy claro de la necesidad de hacer un salto cualitativo en las capacidades del Gobierno. Una nueva “ciudadanía rural” no se puede lograr con improvisaciones y la alegre repartición de subsidios. Esto me trae a la mente otra especulación: ¿Cuáles son las consecuencias políticas de los cambios en la forma de la economía nacional, el paso de la vieja economía cafetera a la nueva minera-petrolera? A grandes rasgos, la primera garantizaba cierto grado, al menos en apariencia, de distribución del ingreso; no produjo un Estado con muchos recursos. La segunda concentra muchos recursos en el Estado y ha producido esta sensación de estar pasando por los años de las vacas gordas que se siente en ciertas partes y ciertos estratos. Va con los aumentos en la corrupción, y con la autocomplacencia —complacency— política: no nos preocupamos, hay plata para todo.
Recuerdo a un habitante del bajo fondo de El Cartucho, quien confesó que le gustó salir a otras partes de la ciudad de vez en cuando, “para paniquear a la gente”. Para paniquear a mis lectores, les voy a recordar la Venezuela de antes de 1998: un país petrolero-minero, un gobierno rico, aunque el precio del petróleo no era bueno; un sistema político inerte, con dos partidos dominantes en decadencia, incapaz de renovarse, maquinarias ya sin mística; un “consumismo” desbordado, altos niveles de corrupción en los reducidos círculos de favorecidos, servicios públicos de dudosa calidad… Allá pasó algo: vino el chavismo. Por fortuna, existen diferencias, además de similitudes, con la política colombiana. En Colombia ha habido siempre una circulación de élites más vigorosa, gusten o no gusten las élites, al nivel nacional y al nivel local. Hay un sector privado más grande y más independiente que su equivalente venezolano. La ideología de
La tolerancia colombiana de la corrupción, sin duda, tiene varias explicaciones. Una de ellas es la prolongada historia de tener gobiernos pobres, con el resultado de que la excusa de la falta de recursos, que “no hay con
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las Fuerzas Armadas es decididamente constitucionalista, sus oficiales no tienen ni lealtades partidistas ni la costumbre de conspirar. No hay un pasado autoritario…
Protestas recientes ha habido, pero no en escala brasileña: más bien, en unas dosis homeopáticas —los paros, las marchas, las “dignidades”—. Cierto vacío se siente, pero no es un vacío que abarque todo el panorama político, en gran parte gracias al uribismo. Con algunos rasgos populistas, es el mayor obstáculo para otros populismos.
Tampoco ha habido mucho populismo. Algunos comentaristas han deplorado esa relativa ausencia, atribuyéndole las desigualdades del país, como si una experiencia populista fuera una fiebre juvenil por la cual hay que pasar para llegar a una democrática madurez. Me parece que los ejemplos de Argentina y de Venezuela no apoyan esa tesis. Sin embargo, un tour d’horizon colombiano completo debe contemplar la posibilidad de una nueva ola populista. Y uno debe recordar que los populismos, en su mayoría, no se anuncian desde muy lejos: nacen de sorpresa. Nacen acompañados de protestas. Nacen para llenar un vacío.
Entonces, asumiendo que al fin las conversaciones de La Habana terminen en un acuerdo —he evitado fatigar al lector con especulaciones sobre eso, confiando en que ya ha leído suficientes—, Colombia va a experimentar un sistema, no de gobierno y oposición, sino de gobierno y oposiciones. Nunca ha sido una república fácil de gobernar, y no va a ser fácil de gobernar.�
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Amarres de la coyuntura política colombiana Marco Palaciosv DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.03
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uizás porque existe un sesgo partidista inclinado a la visión liberal de la Violencia, Balas de la ley, de Alfonso Hilarión, publicado en los albores del régimen militar de Rojas Pinilla, es una de esas narraciones que, pese a su verosimilitud y méritos literarios, ha pasado más bien desapercibida en las bibliografías y los estudios sobre el tema (Hilarión 1953). Como muchas narrativas, la del teniente Hilarión encadena hechos y situaciones que serían perfectamente intercambiables con algunas más recientes de este 2014. Su lectura, de principio a fin, permite comprender mejor las razones de esa fatigosa reiteración de figuras retóricas o lugares geográficos a que estamos sometidos. Ahí parece inscribirse ese lugar común de invectivas que hoy entrecruzan olímpicamente y por todas partes el llamado uribismo y la coalición variopinta de gobiernistas; algo así como “paras” vs “castrochavistas”. Por fortuna no estamos en los tiempos de la Violencia, cuando las movilizaciones populares, antes y después del asesinato de Gaitán, ampliaban considerablemente el compás de participación electoral. Pese al lenguaje pugnaz de estos bandos actuales, más de la mitad de los votantes voltea la espalda y no acude a las urnas; además, si la fuerza de Uribe en el Congreso pesa como minoría que debe ser tenida en cuenta, el país no está partido en dos como en la década de 1940.
facho, de corte sentimentalista y patriarcal arcaico. Aunque siempre resulta trabajoso ser neutral en el análisis de la coyuntura política, trataré de serlo aquí gracias a que no me interesa personalmente la disputa en el seno de la élite política que maneja el Estado en todos sus niveles territoriales y resquicios funcionales. Me mueve, por el contrario, la creencia de que Colombia requiere doblar la página de las guerrillas de izquierda y la contrainsurgencia cum derecha paramilitar si pretende acercarse al estatus de sociedad abierta, dispuesta a emprender reformas razonables de cuño igualitario, congruentes con los principios constitucionales del “estado social de derecho”. Quisiera llamar la atención sobre la importancia de enfocar los amarres que pueda tener la actual coyuntura política con el proceso histórico subyacente. Vuelvo entonces al lienzo irónico de El Carnero (c. 1638) que, cumplidos 70 años, pintó para la posteridad el criollo santafereño Juan Rodríguez Freile. Picante y poderosa narración, salpicada de espadas desnudas, ludibrio y amagos que amenizaban los frecuentes alborotos de conquistadores, adelantados, encomenderos, cristianos viejos, en fin, españoles de esos que torna criollos la incubadora de la conquista y colonización, cuando resistían disposiciones que estimaban lesivas a sus intereses y expectativas; honores y franquicias. No era raro que en semejantes faenas los mandamases del Nuevo Reino formaran bandos personalistas conforme a tiempo y lugar, como aquellos “monzonistas, lopistas y moristas”, a raíz de la Visita del Licenciado Juan Bautista de Monzón en 1581. En esos episodios puede hallarse la génesis del civilismo conspirativo y oligárquico, entonces amparado en el célebre obedezco pero no cumplo.
I Advierto desde ahora que en la pasada campaña electoral apoyé a Santos y hasta me puse de columnista improvisado en el periódico digital Las 2 Orillas, sumando para atajar la carrera de Uribe y su caudal que con los años terminó configurando un populismo
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D. Phil. Oxon (Politics) (Oxford University, Reino Unido). Estudios de Asia (Área China) en El Colegio de México. Historiador y Abogado. Profesor-investigador de El Colegio de México, CEH, y de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes (Colombia). Correos electrónicos: mpalacios@ colmex.mx y mapalaci@uniandes.edu.co
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Las luchas de poder trascurrían en atrios, zaguanes, corredores, salones, de las corporaciones tutelares de las “repúblicas de españoles”: la Audiencia y la Catedral, centros de “justicia y paz”, y, claro está, en sus réplicas locales en un espacio geográfico descomunal y desconocido, muy laxamente articulado desde Santafé. Las corporaciones del reino, a las que se fueron integrando colegios y seminarios, semilleros de meritocracia, es decir, de Licenciados y Doctores, móviles, funcionaban conforme a reglas de juego formales e informales de la Corona española, su Consejo de Indias y el Patronato, que, en conjunto, formaban una de las más poderosas y prestigiosas maquinarias imperiales de la cristiandad.
De este modo, se estableció la gramática básica que habría de regular la política y las formas de conversación pública todavía vigentes en Colombia. Hacia 1560 se había configurado la imagen colectiva de esas “repúblicas” dándose por supuesto su carácter primordial de ínsulas de civilización europea, lugares en que circulaba el poder contante y sonante en un mar de indios, esclavos y castas, todos debidamente adoctrinados y sometidos por la espada y la cruz. II Mientras que hoy los herederos de los mandamases criollos —por apellido o por indistintas formas de asimilación familiar y cultural: cacaos ligados al gran capital globalizado, terratenientes, propietarios de medios de comunicación concentrados, políticos profesionales, altos magistrados, cúpulas castrenses, fabricantes de “opinión pública”—se reparten en los poderes constitucionales y metaconstitucionales, unos 48 millones de colombianos conforman el pueblo, depositario de la soberanía nacional que ejerce puntualmente los días señalados para elegir mandatarios y representantes.
Puesto que las corporaciones jurisdiccionales dictaminaban y concedían privilegios y canonjías, eran hervideros de intrigas, consejas, traiciones, todo tras el velo de ficciones y procedimientos legales autolegitimadores. En su núcleo sobresalía la familia católica patrilineal, asentada en la primogenitura, base del patriarcado, germen de los padres tutelares de la patria. El poder residía en las ciudades dominadas por núcleos familiares, base de nuevos patriciados que, como en la Europa renacentista, “invertían” en el Estado ocupando empleos que representan, simultáneamente, honor y una forma de aseguramiento patrimonial entre generaciones: a una genealogía familiar parecía corresponder una genealogía de cargos públicos; los patriciados criollos, siempre dispuestos a cooptar mediante matrimonio a funcionarios españoles, competían ferozmente en el regateo cotidiano por posiciones contractuales dentro del Estado. Así se neutralizaban mutuamente y, aparte de la fuerza del sistema normativo formal, contribuían a cerrar las vías del liderazgo carismático —en el tipo weberiano— y del arribismo social incontrolado, aunque por la vía de la carrera corporativa o del comercio y la minería, se podía ascender ordenadamente en la escala social.
Este principio de gobierno electivo, popular, representativo, distribuido equilibrada y armónicamente en las tres ramas del poder de Monstequieu, surge con los inciertos movimientos que muy pronto se llamarían de Independencia nacional, primera revolución política cuyo lenguaje y sentido final, de pretensión “universal”, nos son enteramente comprensibles y familiares. En la Nueva Granada —que, a diferencia de México, Cuba o Perú, fue apenas tocada levemente por el liberalismo gaditano (La Representación del muy ilustre Cabildo de Santafé a la Suprema Junta Central de España de Camilo Torres, 1809, es su principal expresión ideológica, enriquecida por sucesivos movimientos constitucionales del patriciado de los años de 1811 a 1816, que buscaron inspiración en la libertad de los franceses o en el documento de Filadelfia)—, el asunto capital de la década de 1820 fue compartido a lo largo y ancho de esa Hispanoamérica emergida del Imperio, salvo las Antillas, que seguirían españolas hasta el fin del siglo XIX: cómo trasplantar el frondoso árbol de cuerpos de la monarquía católica al vivero de una república constitucional que, pese a la influencia social de las guerras bolivarianas y su pathos, podía ser “de papel”, según Bolívar mismo. Advirtamos que los crímenes feroces fueron expurgados a conveniencia de las narrativas de esas guerras, como de las de “caballeros” del siglo XIX, como de la Violencia en que estuvieran implicados los Directorios Conservador o Liberal, o la Fuerza Pública.
En esos tejemanejes fue asentándose un igualitarismo elitista inter pares. La estabilidad del orden imperial lo requería, y la Corona pagó el precio pues, en últimas, se trataba de dividir para reinar. La primera gran concesión fue la extensión del derecho “absoluto” de propiedad privada a los criollos. Pasó de los solares urbanos a las aguas y tierras agropecuarias y a la ampliación de los derechos de concesiones de minas, trabajadas por esclavos traídos de África, todo a costa de la hacienda pública, del patrimonio real y de los intereses de las comunidades indígenas, reorganizadas en congregaciones.
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Amarres de la coyuntura política colombiana Marco Palacios
El trasfondo de la cuestión es recurrente: cómo transformarlo todo sin cambiar el sustrato social, mental, comercial, fiscal, forjado en los tres siglos anteriores. Cómo gobernar convirtiendo los súbditos jerarquizados del rey, desiguales legal, social, ocupacional y geográficamente (“pueblos”, villas, ciudades), en ciudadanos, individuos iguales “por naturaleza”. Cómo reconfigurar un mapa político-administrativo adecuado a nuevas realidades de poder. En últimas, éstas resultaban de la Restauración del absolutismo de Fernando VII en 1814, la derrota de Napoleón en junio de 1815, el Congreso de Viena, 1814-1815. En América, de la pujanza de Estados Unidos que permitió a Monroe, en 1823, proclamar la famosa Doctrina que declaró clausurado el poder de las potencias europeas en América. Eso fue tres años después del alzamiento militar de Riego en Sevilla; a los pocos meses de aquel pronunciamiento, ya en pleno Trienio liberal español (1820-1823), Bolívar y Morillo —en ese momento el jefe de la mayor fuerza militar española en Sudamérica— pudieron pactar un Armisticio que sólo puede explicarse en el contexto constitucionalista de la Península y en razón del nuevo equilibrio de poder en Europa. Así, Bolívar y Morillo consiguieron representar dos caras del liberalismo moderno.
Para los fines del ensayo, baste decir que hoy subsisten la desigualdad social básica de los habitantes (en índices de desigualdad, Colombia es 12 entre 173 países) (United Nations 2013, 152-155), el formalismo legal (baste ver los protocolos notariales que forman la tradición de dominio de los bienes raíces, del siglo XVI al presente) y la materialidad de la traza en cuadrícula del centro histórico de la ciudad capital. No poca cosa, pero insuficiente para apreciar las confusiones mentales, los dilemas morales, los miedos y ansiedades, las esperanzas alentadas o destrozadas, a que nos somete un país urgido, desde la década de 1940, de resolver asuntos de desigualdad o de guerra y paz. Sobre el tratamiento de estos temas fundamentales, sugiero emprender dos tareas: primera, desmitificar la técnica estatal que consiste en partir de las ficciones legales; deberíamos volver los ojos a Bentham y apoyarnos en criterios similares a los que empleó si queremos desenmascarar los intereses de quienes manejan el Estado moderno, de suerte que podamos fundar una crítica radical a la supuesta neutralidad de éste (citado por Philip Abrams 1988, 63 y 82). Segunda, y del lado de la sociedad, estamos en mora de describir cómo manejan los políticos los temas sociales y cómo manipulan los de guerra y paz; advertir el efecto, deliberado o no, que opaca, cuando no oculta del todo, el tupido cuadro de desigualdades entre los colombianos, así como los mecanismos clientelistas del poder político-jurídico destinados a autoperpetuarlas. Un ángulo poco atendido de las prácticas políticas nos remite a un viejo problema de filosofía: el papel de los sentimientos, las amistades, los afectos. Así, habremos de sacar a la luz aquello que Baruch Spinoza llamó “pasiones primarias”, deseo, placer y dolor, y sus derivadas: amor, odio, esperanza, miedo (Spinoza 1677). En estas claves emocionales, acaso más que en las racionales del arsenal de las ciencias sociales contemporáneas con sus técnicas estadísticas refinadas, las élites, con el auxilio de especialistas en manipulación del lenguaje mediático —visual, oral, escrito—, tratan de inventar “narrativas” para ganar “mentes y corazones” o, simplemente, elecciones.
III A más de 400 años de la república santafereña de El Carnero y unos 200 años después del establecimiento de la República constitucional de Colombia (sean las de 1811-1816, o la bolivariana de 1819-1821 o la neogranadina de 1831), ¿cómo se gobierna y mediante qué técnicas y lenguajes? Por ahí podemos bosquejar respuestas, puesto que es evidente la continuidad de un sistema de control estatal a cargo de oligarquías legal-civilistas, acaso en el mejor estilo de Andrés Díaz Venero de Leyva, el primer presidente de la Real Audiencia de Santafé, 1564-1574. No en vano las prestidigitaciones legalistas del arzobispo Caballero y Góngora en Zipaquirá sirven de ejemplo para captar cómo se desmontó la insurrección comunera del Socorro de 1781, el más portentoso alzamiento en tierras colombianas, poderosa coalición de castas, estamentos, rangos o incluso clases medias en un sentido moderno, con un claro liderazgo de notables de provincia (Aguilera 1985).
En la pasada campaña electoral, Uribe, maestro del histrionismo sentimental, patriarcal, filtrado en una retórica agresiva que salpica de diminutivos, fue superado por el aprendiz que, acaso subliminalmente, mostró con economía de gestos y sobriedad en qué consiste estar enraizado de familia en el corazón de una élite atemporal; cómo para ser buen paterfamilias no hay que ser buen jinete. Mostró, de paso, que un tropezón en bicicleta da cualquiera poniendo buena cara, sin
Parecería sencillo comparar secuencialmente grupos de bandos opuestos desde bolivarianos y santanderistas con el presente; con lo interesante que pudiera resultar un ejercicio así, sería imposible; para empezar, carecemos de una historiografía que ilumine el contendido y permita el análisis.
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a las drogas” del Plan Colombia, adosado al paquete de la lucha global al terrorismo a raíz del 11 de septiembre de 2001, haciendo sinergia con la lucha contraguerrillera, al que parece aferrarse el uribismo sin percatarse de que eso también es pasado.�
el rictus de solemnidad y rigidez corporal de Uribe, y ganó mucho entre los pobres y sectores de las clases medias socialmente inseguras, acaso más inclinadas al discurso populista de Uribe. Por supuesto que hay ventaja en ser gobierno que en estar en oposición contumaz; pero lo actual de la mermelada es el nombre, puesto que ya desde los tiempos de El Carnero el gobernante de turno sabía que debía repartir ciertos recursos estatales entre aspirantes y servidores de la cosa pública. Uribe la anunciaba y la untaba en vivo y en directo en consejos comunitarios populacheros; Santos la distribuye asépticamente, con métodos de esa “nobleza de estado” criolla que posa de tecnocracia moderna.
Referencias 1. Abrams, Philip. 1988. Notes on the Difficulty of Studying the State (1977). Journal of Historical Sociology 1, n° 1: 58-89. 2. Aguilera Peña, Mario. 1985. Los comuneros: guerra social y lucha anticolonial. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Al regresar a un pasado no muy lejano, habrá que recordar que el tipo de político liberal oligárquico —“enruanado” lo llamaba el aristócrata Bolívar— se mueve con agilidad en el sistema de pesos y contrapesos. Sin comparar personas, mencionemos, por un lado, la carta de apoyo de “Tirofijo” a Alberto Lleras en los inicios del Frente Nacional,1 y por el otro, el feroz obstruccionismo de Álvaro Gómez Hurtado a todo lo que sonara a reformismo del tipo Alianza para el Progreso. Claro está, hay que entender que el programa de la administración Kennedy frente al “castro-comunismo” era parte de la Guerra Fría, contexto diferente de la “guerra
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3. Hilarión Sánchez, Alfonso. 1953. Balas de la ley. Bogotá: Editorial Santafé. 4. Spinoza, Baruch. 1677. Ethics, Part III. On the Origin and Nature of the Emotions. <http://www.gutenberg.org/ files/3800/3800-h/3800-h.htm#chap03>. 5. United Nations. 2013. Human Development Report 2013. <http://hdr.undp.org/sites/default/files/reports/14/ hdr2013_en_complete.pdf>.
Archivo 6. Archivo General de la Nación (AGN). Colombia. Ministerio del Interior y Comando de las Fuerzas Armadas, Boletín Informativo.
Declaración suscrita por los exguerrilleros del Tolima. 1958. Archivo General de la Nación (AGN). Ministerio del Interior, caja 4, carpeta 30. Comando de las Fuerzas Armadas, Boletín Informativo n° 167 del 8 septiembre de 1958.
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En Colombia todo es permitido, menos el populismo* Daniel Pécautv DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.04
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n numerosos países de América Latina, el populismo desempeñó un papel fundacional. Lo que voy a sustentar en este artículo es que en Colombia pasó lo opuesto: es más bien el rechazo al populismo el que adquirió un significado fundacional. Como lo voy a considerar, todo está permitido, menos el populismo, esto desde hace muchas décadas. ¿Todo qué? El narcotráfico, la lucha armada, la corrupción, etcétera. Esto lo pueden soportar el sistema político y las élites económicas, precisamente, en la medida en la cual impiden cualquier brote de populismo, incluso, cuando pretenden sustituirlo.
sociales y nacionalismo; en Brasil, el getulismo1 empieza por una combinación de nacionalismo y corporativismo —las leyes sociales promulgadas en 1942—, dando lugar a una forma de ciudadanía social no siempre acompañada de ciudadanía política. El imaginario populista no se impone sino con el segundo gobierno de Getúlio Vargas, entre 1950 y 1954; en Argentina, a partir de 1945, el peronismo apunta a conformar una mezcla de ciudadanía social y ciudadanía política. En los tres casos mencionados, lo que asegura la fuerza del populismo es sobre todo su retórica, la cual remite a una división “amigo-enemigo” de tipo schmittiana, los sin-derechos frente a una oligarquía aliada con el imperialismo, el rechazo a la democracia liberal con sus bases individualistas. Se combina el reconocimiento del “pueblo”, como sujeto político unificado, con el de la Nación como conjunto, más allá de las divisiones sociales, siendo primordial en los cambios el papel del Estado. Esas configuraciones populistas como creadoras de un imaginario muy poderoso se dan en una coyuntura económica internacional específica, la que sigue a la gran crisis de 1930 y de la posguerra.
En gran parte de América Latina, el populismo fue fundacional en relación con la incorporación de las masas populares al sistema político; fue fundacional también, en relación con el advenimiento de un Estado moderno capaz de regular la economía. Los dos anduvieron a la par. En muchos casos, lo que expresa esta articulación, tanto de manera concreta como simbólica, es el conjunto de leyes sociales que se fue adoptando. De esta manera, en repetidas ocasiones se tejen vínculos entre el Estado y las organizaciones populares —los sindicatos en primer lugar—, que se van a mantener más allá del período durante el cual el populismo prevalece como imaginario político. El nacionalismo es un componente importante de esta relación.
Desde luego, no faltan componentes populistas en otras coyunturas, más que todo en períodos de incertidumbres políticas o sociales. En sus trabajos sobre “populismo”, Ernesto Laclau lo ve como un fenómeno que puede acontecer en cualquier momento, y que convoca no sólo a los sectores populares sino a otros sectores muy disímiles. Ahora bien, lo que cuenta en esta visión es ante todo la visión schmittiana; estamos lejos de las configuraciones populistas como imaginarios fundadores.
Claro está que, de un país al otro, las modalidades cambian según las estructuras sociales antes prevalentes, y la coyuntura de la transformación. Para no citar sino los tres ejemplos más conocidos, en México, el cardenismo es una mezcla de reforma agraria, derechos
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El texto es producto de una charla dictada en el primer semestre de 2014 en la Universidad de Antioquia, Medellín - Colombia. Sociólogo y filósofo, director de Estudios en L’École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), Francia. Sus temas de investigación son: sociología política de America Latina, transformaciones sociales y situaciones de violencia, sociología de Colombia. Correo electrónico: Daniel.Pecaut@ehess.fr Período en el cual Getúlio Dornelles Vargas (1930-1954) estuvo en el poder gubernamental de Brasil.
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En Colombia ha habido dos grandes movilizaciones populistas: la de Jorge Eliécer Gaitán, de lejos la más importante y la que marcó la memoria de muchos, y la de Gustavo Rojas Pinilla2 y la Alianza Nacional Popular (ANAPO). No menciono la “Revolución en Marcha” de Alfonso López Pumarejo, ya que, si bien López dio su apoyo a la incipientes organizaciones sindicales, y los débiles comunistas hablaron de un “Frente Popular”, los cambios fueron más bien limitados, y no se acompañaron de leyes que implicaran derechos sociales —fuera de la discutida reforma agraria—, y los cambios se dieron por terminados en 1937. Considero que fue más bien el momento cuando se fortalecieron las dos identificaciones colectivas partidistas y, por otro lado, el modelo liberal de desarrollo, como los dos pilares que sustentaron la estabilidad del sistema y la imposibilidad del populismo. Lo que no impidió que ese gobierno quedara en la Vulgata histórica como el que transformó la condición de las clases populares.
de enfrentar las guerrillas comunistas según lo deseado por el Pentágono. Los brotes de populismo no surgieron sino al final, cuando, frente a la oposición de los dos partidos tradicionales, intentó vanamente conformar un tercer partido y una confederación sindical: es de anotar la influencia de exgaitanistas en la reorientación fracasada de Rojas Pinilla. Lo que contribuyó más que todo a la construcción mítica de un Rojas Pinilla populista fue la manera como las mismas élites que lo habían llevado al poder lo derrocaron echándole la culpa de todo lo acontecido, e interrumpieron el proceso que le iniciaron cuando se dieron cuenta de que lo estaban transformando en mártir. No por casualidad, la ANAPO acogió todos los inconformes con el Frente Nacional (FN), ultraconservadores, lo mismo que revolucionarios. En este caso, la jerga populista en ningún momento consiguió echar las bases de una configuración populista, pero sí consiguió atizar el miedo al populismo. En estas circunstancias, el Frente Nacional se constituyó como una salida frente a la Violencia, pero al mismo tiempo, como un baluarte contra cualquier intento populista.
Pasemos entonces a los dos episodios que he señalado como de auténtico populismo: Si se compara el gaitanismo3 con el peronismo o el getulismo, saltan a la vista varias diferencias: a) Es un populismo de segunda generación que se opone a lo que queda de la “Revolución en Marcha”; b) El pueblo que sirve de referente a Gaitán es un pueblo “enfermo” que no puede tener voluntad propia —influencia del higienismo aprendido de Ferri—; c) Gaitán presenta el sindicalismo organizado como la “quinta rueda de la oligarquía”, por ser influenciado por los comunistas, y por el lopismo, y contribuye a debilitarlo antes del 9 de abril de 1948; d) El componente nacionalista es de los más tímidos; e) Lo más importante es ante todo que el gaitanismo nunca rompió completamente con el Partido Liberal, y lo estuvo encabezando desde 1947. Es decir, que se trata de un populismo en extremo movilizador, pero en gran medida atrapado en las estructuras sociales y políticas vigentes. Habría que considerar si esto no fue un factor que, después del 9 de Abril, llevó a Colombia a cerrar la vía del populismo y abrirla a la violencia.
De lo que se trató, fue de evitar que pudieran llevarse a cabo movilizaciones sociales o políticas que consiguieran convocar al nivel nacional. Durante mucho tiempo, la lógica bipartidista logró encauzar las presiones sociales, con el factor complementario de que esta lógica favorecía la fragmentación de las redes clientelistas, y provocaba la proliferación de reclamos sueltos. Por sí sola, la fragmentación de las redes locales de poder obstaculizaba el surgimiento de una onda populista y contribuía, simultáneamente, a que los acontecimientos políticos no tuvieran un impacto sobre las orientaciones económicas. De esta manera, el entorno político aseguraba la viabilidad del modelo liberal de desarrollo. A principios del Frente Nacional, este modelo remitía a tres elementos en cuestión: 1) La participación directa de las élites económicas del sector privado en las decisiones económicas; 2) Su participación también en el control de las clases populares (cf. el paternalismo antioqueño y el papel de la Federación Nacional de Cafeteros); 3) A bajar el nivel del gasto público y de las inversiones públicas, en comparación con el que prevalecía en países similares. Sin olvidar otro factor clave: el “civilismo”, que deja a las Fuerzas Armadas (FF. AA.) la tarea del orden público, pero les prohíbe opinar sobre temas políticos; uno de los actores cuya intervención es a menudo decisiva en las coyunturas populistas quedó de está de esta manera fuera del juego.
En cuanto a Rojas Pinilla, basta decir que al principio de su gobierno se mostró mucho más conservador que populista. Lo de Sendas no fue mayor cosa en comparación con la actuación de Eva Perón. Tomó la iniciativa
2 En 1953-1957 asumió la presidencia de la República de Colombia bajo una dictadura militar. 3
Movimiento político liderado por Jorge Eliécer Gaitán en Colombia en la primera mitad del siglo XX.
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No faltan los economistas que afirman que la imposibilidad de populismo ha sido una suerte para Colombia, favoreciendo un crecimiento sin altibajos, sin crisis de hiperinflación, sin década pérdida en los años 1980. Pueden seguramente tener razón en el plano puramente económico. Pero no es tan evidente en el plano social. La estabilidad del modelo liberal de desarrollo ha ido a la par con la estabilidad del nivel de desigualdad económica a lo largo de casi un siglo, siendo Colombia todavía el país más desigual. No es tampoco tan obvio en el plano político: la prevalencia de la fragmentación de redes clientelares, si bien obstaculiza cualquier imaginario nacional, y más todavía nacionalista, obstaculiza al mismo tiempo la conformación de una ciudadanía basada en la conciencia de derechos, al menos en muchas periferias del país.
Desde luego que el narcotráfico también implicó un terrorismo de una escala nunca antes conocida, el resquebrajamiento de muchas instituciones —empezando por la justicia— y la generalización de la corrupción en un país que había sido más bien poco corrupto. Sin embargo, durante un tiempo esto no preocupó demasiado a muchos sectores, no sólo por los beneficios que sacaban de la economía ilegal, sino por los empleos que ofrecían a una parte de la juventud y, ante todo, por la manera como esto ayudaba a neutralizar la protesta social, matando a líderes populares, en cooperación con paramilitares y miembros de la Fuerza Pública. De cierta manera, el narcotráfico actuó, y miembros de las FF. AA., como un sustituto del populismo, favorecieron una solidaridad interclasista, dibujando la figura del enemigo externo (cf. la extradición), pero en lugar de instaurar una regulación institucional, multiplicaba las regulaciones coyunturales de hecho.
Vuelvo a mi punto de partida. Lo que quedó realmente prohibido a partir del Frente Nacional fue el populismo. Por el contrario, ni el narcotráfico, y menos el conflicto armado, alcanzaron a ser percibidos como amenazas fuertes sobre el sistema. O mejor aún, para resumir: los fenómenos de violencia relacionados o no con el conflicto armado sirvieron más bien para preservar el statu quo social y político, siendo en unos casos un sustituto del populismo, pero al mismo tiempo siendo, ante todo, lo opuesto.
Ahora bien, el conflicto armado propiamente dicho no tiene mucho que ver con un imaginario populista. Si bien lo tuvo a veces en el caso del Movimiento 19 de Abril (M-194), no sucedió lo mismo con otras organizaciones que nunca dejaron de tratar al populismo como una impostura. Sin embargo, es posible pensar que el proceso de radicalización que llevo a muchos jóvenes “al monte” tuvo que ver más bien con la imposibilidad del populismo. El único camino que les pareció que quedaba, era la lucha armada contra el régimen.
Tengo que subrayar que, al contrario de lo que se dice, durante el primer período del FN se dieron múltiples y, a veces, poderosos movimientos sociales, así como movimientos de oposición política. Basta citar los paros del Valle del Cauca en 1960-61, las amenazas de paro nacional, las invasiones de tierras de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) y, en el plano político, la votación del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) —que le permitía al Partido Comunista Colombiano (PCC) hacer presencia en las elecciones—, y la de la ANAPO.
Mi tesis es que la lucha armada sirvió ante todo para posibilitar el statu quo social y político. No ignoro obviamente que hizo correr al sistema un riesgo considerable en los años noventa, cuando las guerrillas se expandieron sobre gran parte del territorio; no ignoro tampoco, ni los dramas personales ni la situación vivida en las regiones periféricas.
Las preguntas son: ¿Por qué todo esto se acabó a finales de los años setenta, siendo la última movilización masiva la del 14 de septiembre de 1977? ¿Por qué los candidatos de izquierda no alcanzaron a conseguir más del 4% de la votación? Considero que el narcotráfico desempeñó un papel al respecto, permitiendo al principio el surgimiento de grupos ilegales y políticos “emergentes”, que contribuyeron, en ciudades como Medellín, a la proliferación de bandas juveniles que, según los momentos, simpatizaban con uno u otro sector ilegal, que benefició a los cultivadores e irrigó el conjunto de la economía. Fueron muchos los sectores que no tenían razones para preocuparse de la situación; basta recordar las innumerables tentativas de negociación con los narcos llevadas a cabo por los gobiernos.
Sin embargo, impidió al mismo tiempo que la izquierda electoral pudiera sobrepasar los 3 o 4% de la votación, imposibilitando, al mismo tiempo, que se pudieran producir protestas sociales autónomas. Gran parte de las movilizaciones sociales fueron manipuladas o instrumentalizadas por las organizaciones armadas, o bien, cuando no lo eran, fueron tildadas de estarlo. No es preciso recordar la cantidad de líderes campesinos o sindicales asesinados. La ofensiva paramilitar,
4 Movimiento guerrillero colombiano que surgió en 1970, tras el presunto fraude electoral de las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970.
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en auge a partir de 1997, así como los desplazamientos masivos, sirvieron para completar la neutralización de las protestas.
cierta distancia, el conflicto armado sirvió más bien para mantener las estructuras sociales y políticas, o aun más, agudizar las desigualdades que las rigen.
El éxito del uribismo tuvo que ver con el hecho de que se pareció a veces a un populismo, dirigiéndose a la población desorganizada (los “consejos comunitarios”), poniendo énfasis sobre la oposición “amigo-enemigo” (frente a la guerrilla), favoreciendo un novedoso sentimiento nacionalista (frente a Venezuela). Empujando, al mismo tiempo, la concentración de la riqueza y los poderes fácticos. Cuando digo que todo está permitido, menos el populismo, quiero subrayar que, mirado con
Ahora bien, en un momento en que se vislumbra la posibilidad de un acuerdo en La Habana (Cuba) entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), gran parte de la opinión pública mantiene una actitud de escepticismo. Adivina que la paz significaría el despertar de muchas protestas sociales, dada la deuda social que tiene Colombia desde hace un siglo, y esto tendrá un costo muy superior al de la guerra. Pero no hay otro camino si se quiere la democratización de la sociedad.�
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Introducción
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Leal Buitrago como Kalmanovitz y Rubio hablaban en términos de crisis, y los dos últimos señalaban la corrupción y la violencia como ingredientes determinantes.
diferencia de 1998, cuando se publicó el primer número de la Revista de Estudios Sociales, Colombia muestra hoy, en general, unos indicadores macroeconómicos positivos. Después de la profunda crisis de 1999, con tasas negativas de crecimiento, el país logró pasar sin decrecimiento la gran recesión mundial de 20072008, y el PIB ha conservado una tendencia creciente y un poco superior al resto de países de la región. La inversión extranjera directa ha aumentado, mostrando que Colombia es un país atractivo, y cada vez aparece más claramente en el panorama de las economías emergentes de punta. Además, el desempleo ha empezado a caer de forma sostenida, y la inflación está controlada a los niveles bajos deseados por el Banco de la República. Este cuadro optimista está mitigado por las cifras de pobreza, pues, aunque hay menos pobres en Colombia, la concentración del ingreso no cede al mismo ritmo que mejoran las condiciones generales de la economía, y el país se mantiene entre los más desiguales de la región.
Estos escritos del primer número de la RES también compartían su preocupación por informar el debate democrático y aumentar la participación ciudadana. En este artículo, quisiera centrarme en un aspecto concreto de esa preocupación relacionado con el diagnóstico que hacían Kalmanovitz y Rubio hace quince años. Más allá de los indicadores macroeconómicos pueden existir problemas estructurales que esos indicadores no pueden captar, y quisiera avanzar que eso que se escapa a las cifras tiene que ver precisamente con el objetivo de la “democratización política”, la “discusión de ideas” y la construcción de ciudadanía. Crecer en una sociedad violenta y corrupta, si aceptamos el diagnóstico de Kalmanovitz y Rubio, genera ciudadanos cada vez menos exigentes en términos de convivencia democrática y menos preparados para el debate público y la participación política. Decir que parte importante de la solución está en la educación, en general, y en la educación superior, en particular, es poco novedoso. Un debate aún más sustancial es preguntarse acerca de qué tipo de educación estamos hablando. Mientras buena parte de los economistas identifican la educación técnica como una necesidad para responder a las demandas del aparato productivo e incrementar la productividad de los trabajadores, desde otras disciplinas se llama a pensar en una educación que permita la integración ciudadana, sin concentrarse únicamente en las demandas del mercado laboral.
Hace quince años, en el primer número de la Revista de Estudios Sociales, Kalmanovitz (1998) y Rubio (1998) llamaban la atención sobre los retos que deberían enfrentar la economía y los economistas en Colombia. Siguiendo el llamado del primer editorial, estos dos economistas abrían espacios de discusión para guiar “las decisiones en la crisis política” (Leal 1998, 5). Mientras que Kalmanovitz (1998, 38) hablaba de la necesidad de resolver la “crisis latente” del “capitalismo clientelista y compinchero”, Rubio (1998, 22) invitaba a estudiar y “entender la relación entre crimen, violencia y desarrollo”. Tanto
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Doctora en Ciencias Económicas por la Université Paris X Nanterre (Francia); Maestra en Epistemología Económica de la Université Paris 1 PanthéonSorbonne (Francia); Maestra en Economía, Politóloga y Economista de la Universidad de los Andes (Colombia). Profesora de la Universidad de los Andes, Colombia. Correo electrónico: jihurtad@uniandes.edu.co
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En agosto de 2013 Julieta Lemaitre (2013) señalaba la incapacidad de los académicos para pensar e imaginar el país del posconflicto. La incapacidad de las universidades para ofrecerles a los estudiantes un espacio de discusión de ideas sobre el futuro, para construir el futuro. Desde hace al menos dos años se está discutiendo en el país la necesidad de reformar la Ley 30 de 1992, que regula la educación superior en Colombia. En lo que se ha venido a llamar la sociedad del conocimiento, la educación ocupa un lugar cada vez más importante. El primero gobierno del Presidente Santos incluyó a la ciencia y a la tecnología como una de las cuatro locomotoras del crecimiento y el segundo puso la educación como una de sus banderas. La crisis económica de 20072008 en Estados Unidos y Europa puso en el centro del debate la educación de los economistas. Parece existir entonces un contexto propicio que indica la urgencia de esta discusión. Sin embargo, el contexto parece mezclar cosas, diagnósticos y propósitos diversos, con el objetivo general de mejorar la calidad y la cobertura de la educación, pero con poco énfasis en el objetivo y el contenido de esa educación. En este texto quisiera proponer que nos centremos en un aspecto particular o un tipo específico de educación: la educación general o la educación en artes liberales en las universidades.
presupuesto de la educación, Camacho Roldán resaltaba dos, que nos muestran cómo el pasado está tan presente siempre en nuestros deseos postergados de hacer una mejor sociedad: la defensa y la infraestructura. No sólo era la falta de recursos el freno a la educación superior en el país. La diversidad de objetivos de la misma también ha sido una dificultad. Además de la formación de profesionales capaces de mejorar los procesos productivos e insertar a Colombia en el mercado mundial, desde el siglo XIX se le ha pedido a la educación superior formar ciudadanos ilustrados. Además del conocimiento disciplinar, los universitarios debían ser expuestos a los avances, en especial de la ciencia y la tecnología, para garantizar su competitividad. Menos espacio se proporcionó a las artes y las humanidades, dando prioridad al aspecto profesionalizante de la educación superior, tal como lo reclaman algunos contemporáneos que ven en la educación la base de la inserción económica, más que la de formación en competencias ciudadanas. A pesar de los esfuerzos y de la importancia reconocida a esta educación, el diagnóstico actual (Orozco 2013) indica que el sistema tiene en Colombia poca pertinencia, relativa baja calidad y un alto grado de inequidad. Si bien la cobertura ha aumentado y se ubica en el 24% de la población para la educación universitaria, la medición de la calidad —aunque muy problemática (cf. Montoya y Escallón 2013)— ubica a Colombia en un lugar poco destacado, según las pruebas estandarizadas en el orden mundial. Sin duda, existe una relación directa entre estos problemas y la calidad y cobertura de la educación básica y media (Gaviria, Páez y Toro 2013). Pero también es posible que las múltiples demandas que se hacen a la universidad, a la priorización de la profesionalización y a los vacíos de la política educativa misma (cf. Arango 2013) sean parte de este diagnóstico negativo. Es por esto que puede ser relevante volver sobre la misión de la universidad, ahora que se habla de nuevo modelo de universidad como una forma de volverla pertinente. La pregunta sería: ¿Pertinente para qué?
Educación superior en Colombia La educación superior se ha discutido en Colombia desde comienzos de la vida republicana. La creación de una universidad pública fue discutida incluso antes de la Independencia, pues se consideraba, tal como sigue apareciendo en el artículo 67 de la actual Constitución nacional, que la educación garantiza “el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica y a los demás valores de la cultura”. Desde hace más de doscientos años, entonces, es clara la importancia de la educación superior para lograr la modernización del país, gracias a la formación de ciudadanos capaces de entender y participar en la producción y aplicación del conocimiento. Sin embargo, esta claridad no siempre se vio traducida en los hechos. La Universidad Nacional de Colombia sólo empezó a funcionar en 1867, y para la misma época Salvador Camacho Roldán, en un escrito sobre la Educación popular, se quejaba sobre la falta de recursos y la prioridad dada en el gasto a otros rubros por encima de la educación, que, a la postre, era la inversión más rentable de todas, como en efecto lo ha mostrado la literatura contemporánea sobre capital humano y rendimientos de la educación. Dentro de los rubros que le competían al
Misión de la universidad Como nos lo recuerdan Arango (2013), Gutiérrez (2013) y De Zubiría (2013), la universidad colombiana actual se inspira en el modelo de la universidad alemana del siglo XIX. Según este modelo, los objetivos de formación, investigación y docencia van de la mano de la búsqueda de la verdad. La universidad, como espacio de conversación y debate, más allá de la producción de conocimiento
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práctico, se encaminaba al conocimiento crítico, teórico y unificador (Arango 2013, 229). La universidad no se pensaba como fábrica de saberes útiles para el proceso productivo o del conocimiento, como productos que se pueden gerenciar y administrar (Gutiérrez 2013, 252). Era, en cambio, un lugar de encuentro, descubrimiento y construcción de ideas, donde el conocimiento en sí mismo encontraba su espacio natural.
hábito filosófico de la mente o la habilidad de realizar análisis y reflexiones críticos. Al exponer a los estudiantes al conocimiento en ciencias, artes y humanidades, la universidad les permitiría profundizar en la cultura a la que pertenecen, sus producciones, límites y alcances, y formar criterio y carácter.1 La educación general, entonces, es una educación para vivir la vida en una combinación de elementos racionales y emocionales, para crear ciudadanos participativos.
Al mismo tiempo, la universidad era el espacio de formación de las élites profesionales y políticas. En Colombia, en particular, se le pidió ocuparse de la profesionalización de la tecnocracia y, a la vez, contribuir a la cohesión social (Orozco 2013, 1). Pero el diagnóstico indica que se ha quedado corta en su misión. Se cuestionan la pertinencia y relevancia de la universidad, pues los académicos parecen incapaces de pronunciarse en el debate público, y las universidades parecen estar cayendo en lo que Carlos B. Gutiérrez (2013, 252) ha llamado un “virtuosismo cibernético”. La universidad parece haber dejado de lado la última exigencia del mandato constitucional de dar acceso “a los demás valores de la cultura” concentrándose en la transmisión de saberes disciplinares.
Esto significa, siguiendo a Toro (2004), que la educación universitaria tiene como objetivo el “uso constructivo y creativo de la autonomía del estudiante” (Toro 2004, 119). El estudiante debe estar en capacidad de generar, integrar, aplicar y apropiarse del conocimiento que encuentra en la universidad, para lo cual necesita hallar un espacio para aprender, donde encuentre gente apasionada que lo motive a explorar y que despierte su deseo de saber más (Toro 2004, 120). “La universidad es responsable de la atmósfera que forma al estudiante, y no tomar ninguna decisión sobre lo que debe y lo que no debe formar parte de esa atmósfera es tomar la decisión de que lo que es aceptable en la sociedad general se imponga” (Bloom 1999 [1990], 462). De esta manera, se apuntará al objetivo que parece haber recibido menos atención frente a la permanente urgencia de la coyuntura en el país: la formación de un individuo recto, capaz y libre (Toro 2014).
En paralelo a esos saberes disciplinares, la universidad habría tenido la misión de formar ciudadanos con criterio y capacidad de juzgar. La formación más allá de la transferencia de información y de la profesionalización ha recibido menos atención, y ya se levantan voces intentando recuperar el espacio no sólo de la búsqueda de conocimiento por sí mismo, sino también, y sobre todo, de una educación general que permita preparar a cada estudiante “para la tarea y logro por excelencia de cada ser humano”: “la formación del ser humano hacia la humanidad” (Gutiérrez 2013, 258), o, en otros términos, para educar al individuo a ser lo que quiera ser (Toro 2014). La educación para la productividad puede estar acaparando el espacio de la educación en las virtudes ciudadanas que requieren una “visión integral de la vida y de la historia” (Arango 2013, 225), y parece olvidar que educación y libertad están inevitablemente relacionadas (Toro 2014).
Exponer al estudiante a su cultura es exponerlo a un sistema vital de ideas (Ortega y Gasset 2006 [1930], 538 y 556) que desborda el conocimiento disciplinar y le permite identificarse como miembro y producto de una comunidad. El estudiante aprenderá cuáles son el tiempo y el espacio en los que vive, discutiendo, al menos, las grandes ideas de la física, la biología, la historia, la sociología, la filosofía y las artes. Adquirirá una mínima competencia en el lenguaje de las matemáticas y de la técnica, pero también participará en la educación como un ejercicio de inclusión, identificación y reconocimiento. Además de acercarse a los grandes pensadores y a las diferentes tradiciones de pensamiento de su cultura y de otras, la educación general permite al estudiante construir una noción de servicio al incorporar el cuidado de otros, la preocupación por ellos y la conexión con éstos (Mulcahy 2009). El
Educación general Ésta parece ser la tarea de la educación general. Tanto la idea de esta educación como las quejas por su abandono parecen tan viejas como la idea misma de universidad moderna. En un texto clásico de 1886, el cardenal Newman sostiene que la misión de la universidad es ofrecer una educación general con el fin de construir un
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Investigaciones recientes en el Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania, lideradas por Angela Lee Duckworth, han demostrado una relación positiva y significativa entre el carácter, entendido como perseverancia o la tendencia de mantener el interés, y el esfuerzo para lograr metas de largo plazo (Duckworth et al. 2007), y desempeños considerados exitosos.
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conocimiento, más que producto o compartimentación, en la educación general es un hábito que se adquiere a partir del análisis y la imaginación.
Nuestra atención no debería focalizarse únicamente en las universidades y debería ocuparse de todo el sistema de educación superior. Así, las instituciones universitarias no serán sólo un reflejo de la sociedad en la que se inscriben, sino que pueden pretender forjar y cambiar ese contexto en que se encuentran. La reforma a la universidad implicaría, entonces, la reforma de la sociedad misma.
Como se ha repetido incansablemente, todo esto supone centrar la educación en el proceso de aprendizaje del estudiante, y no en el saber del profesor. Pero también supone que el profesor está interesado en el aprendizaje del estudiante y que las clases son más que algo secundario o un distractor de su investigación (Bloom 1999 [1990], 458). Supone también que hay un intercambio permanente entre disciplinas y que la educación general ocupa un lugar central. El aprendizaje en la multiplicidad “de opciones y caminos del estudiante” (Toro 2014) es la manera en que se desarrolla el potencial de la creación y la innovación y se asoma al vértigo de “pensar lo que todavía no existe” (Toro 2014).
Reflexiones finales Más allá de la coyuntura, de la urgencia, de los apremios de las demandas sociales, pensar la pertinencia de la universidad requiere volver a pensar su misión. La formación de individuos rectos, capaces y libres necesita más que recursos, pruebas estandarizadas, o avance y producción en los saberes disciplinares. En la sociedad del conocimiento la educación es más que un factor de producción. Educar hoy para un mundo en permanente cambio no se puede limitar a la transmisión de información, porque se trata de formar personas para un contexto que no podemos prever. La velocidad en los cambios y las innovaciones tecnológicos, en las técnicas y las aplicaciones del conocimiento, condena a cualquier información a la obsolescencia. No sabemos qué necesitan saber los estudiantes para desempeñarse en el futuro. Pero sí tenemos pruebas de que necesitan formar criterio, carácter, autocontrol, conservar la creatividad y la curiosidad, ser capaces de aprender siempre y de adaptarse a un entorno cambiante.
La preocupación por la hiperespecialización profesional y por la concentración en la transmisión de saberes disciplinares también es de vieja data. El temor por “este nuevo bárbaro […] el profesional, más sabio que nunca pero más inculto también” (Ortega y Gasset 2006 [1930], 539), por la trivialización de los temas y por la creciente irrelevancia de los académicos (Shills 1997 [1989], 306-309) refleja lo que Adam Smith, considerado como el padre de la teoría económica contemporánea, caracterizaba como los efectos perversos de la división del trabajo. Dentro de las tareas del Estado, Smith incluía la financiación de la educación pública. Pero no cualquier tipo de educación: de la educación civil, pues consideraba que la profundización en la división del trabajo lleva al embrutecimiento de los trabajadores, quienes perdían toda noción de la interdependencia y la vida en sociedad. La división del trabajo, sin duda, incrementa la productividad del trabajo pero disminuye la capacidad de los individuos de ser y comportarse como ciudadanos. La educación profesionalizante, entonces, excluía el elemento fundamental que hace la diferencia entre la máquina y el trabajador: su carácter de ciudadano. En la misma línea, en el orden constitucional colombiano, la educación se considera como un presupuesto para el ejercicio de los derechos, y ese presupuesto no se puede cumplir si no hay espacio para el debate, la controversia y la crítica. La reproducción del saber disciplinar resulta insuficiente para este propósito. Podemos recordar al mismo Smith al afirmar que el uso de las facultades intelectuales es indispensable y excede la maestría de la disciplina, para conservar la humanidad de los miembros de una economía de mercado.
La insatisfacción de los estudiantes, reflejada en las marchas en Chile y Colombia, o en movimientos estudiantiles como la Iniciativa Internacional de Estudiantes por una Economía Pluralista (Isipe, por su sigla en inglés), también se puede relacionar con la pertinencia de la educación universitaria. No todos los estudiantes serán investigadores, pero todos serán ciudadanos. En los noventa cobró fuerza el término multiuniversidad (cf. Bloom 1999 [1990]; Bok 2009 [2002]), una institución de educación superior que reúne una diversidad de funciones, respondiendo a diferentes demandas sociales y buscando ser pertinente y relevante para la sociedad en una dimensión particular: la productividad y la competitividad. La multiuniversidad, además de transmisión de conocimiento, formación, investigación y profesionalización, se ocupa de suplir demandas del sector productivo, del sector público, y brindar consejería y asesoría experta a diferentes clientes. Además de la creciente burocracia que generó esta
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Educación superior y educación general: más allá del desafío de la productividad y la competitividad Jimena Hurtado
multiplicidad de funciones (Bok 2009 [2002], 79), aumentó la dificultad de mantener “los altos niveles de calidad necesarios para las trascendentes funciones que solo ellas son capaces de realizar” (Bok 2009 [2002], 80). Concluye el expresidente de Harvard: “Si permitimos que la búsqueda del conocimiento y del entendimiento disminuya en nuestras universidades, el daño será irremediable, porque tales búsquedas intelectuales no pueden llevarse a cabo con eficacia en ningún otro lugar” (Bok 2009 [2002], 84).
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La dialogicidad como supuesto ontológico y epistemológico en Psicología Social: reflexiones a partir de la Teoría de las Representaciones Sociales y la Pedagogía de la Liberación* Aline Accorssiv – Helena ScarparoD – Adolfo Pizzinato Fecha de recepción: 16 de septiembre de 2013 Fecha de aceptación: 25 de febrero de 2014 Fecha de modificación: 28 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.06
RESUMEN Este artículo discute, a partir de la perspectiva interaccionista de la Teoría de las Representaciones Sociales, el rol de la dialogicidad en la construcción de una Psicología Social crítica y emancipadora. Establecemos, para esto, conexiones entre la Teoría de las Representaciones Sociales, elaborada inicialmente por Serge Moscovici, y la Pedagogía de la Liberación, de Paulo Freire. En líneas generales, se puede resaltar que la dialogicidad, en ambas teorías, es comprendida como una condición existencial del ser humano que atraviesa el ámbito ontológico, epistemológico y ético del hacer humano. Tal categoría no niega la tensión y el conflicto de las relaciones humanas; al contrario, comprende que es a través de ella que se pueden articular estrategias dialógicas de cambio social.
PALABRAS CLAVE Dialogicidad, Teoría de las Representaciones Sociales, epistemología, Pedagogía de la Liberación.
Dialogicity as an Ontological and Epistemological Assumption in Social Psychology: Reflections Based on the Theory of Social Representations and the Pedagogy of Liberation ABSTRACT This article discusses the role of dialogicity in the construction of a critical and emancipatory Social Psychology from an interactionist or genetic perspective of the Social Representations Theory. For this purpose we establish connections between the Social Representations Theory of Serge Moscovici and the Pedagogy of Liberation of Paulo Freire. In general both theories consider dialogicity an existential condition of human beings, i.e., one that permeates the ontological, epistemological and ethical fields of human praxis. Said category does not deny the tension and conflict of human relations; on the contrary, it comprehends that these characteristics are what make it possible to articulate dialogical strategies for social change.
KEY WORDS Dialogicity, Social Representations Theory, epistemology, Pedagogy of Liberation. *
Este artículo es producto de la investigación llevada a cabo con la financiación del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Brasil (MCTI/CNPq/SPM-PR/ MDA Nº 32/2012) y coordinado por Aline Accorssi, bajo el título “Possibilidades e limites no rompimento do ciclo de violência contra mulheres”. v Doctora en Psicología por la Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil. Profesora-investigadora en el Programa de Posgrado en Memoria Social y Bienes Culturales, Centro Universitário La Salle, Brasil. Entre sus últimas publicaciones se encuentra A naturalização da pobreza: reflexões sobre a formação do pensamento social. Psicologia & Sociedade 24 (2012): 536-546. Correo electrónico: alineaccorssi@gmail.com D Doctora en Psicología por la Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil. Profesora-investigadora jubilada en el Programa de Posgrado en Psicología de la misma universidad. Entre sus últimas publicaciones se encuentra Extra! Psicologia brasileira é notícia em 1962: breve tempo, sentidos duradouros. Memorandum 24 (2013): 11-28. Correo electrónico: helena.scarparo@gmail.com Doctor en Psicología de la Educación por la Universitat Autònoma de Barcelona. Profesor-investigador en el Programa de Posgrado en Psicología de la Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Brasil. Entre sus últimas publicaciones se encuentra La percepción de determinantes sociales de la salud en Brasil según usuarios y profesionales: un estudio cualitativo. Revista de la Facultad Nacional de Salud Pública 1 (2013): 148-157. Correo electrónico: adolfo.pizzinato@pucrs.br
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A dialogicidade como suposto ontológico e epistemológico na Psicologia Social: reflexões a partir da Teoria das Representações Sociais e a Pedagogia da Libertação RESUMO Este artigo discute, a partir da perspectiva interacionista da Teoria das Representações Sociais, o papel da dialogicidade na construção de uma Psicologia Social crítica e emancipadora. Para isso, estabelecemos conexões entre a Teoria das Representações Sociais, elaborada inicialmente por Serge Moscovici, e a Pedagogia da Libertação, de Paulo Freire. Em linhas gerais, pode-se ressaltar que a dialogicidade, em ambas as teorias, é compreendida como uma condição existencial do ser humano que atravessa o âmbito ontológico, epistemológico e ético do fazer humano. Essa categoria não nega a tensão e o conflito das relações humanas; pelo contrário, compreende que é por meio dela que se podem articular estratégias dialógicas de mudança social.
PALAVRAS-CHAVE Dialogicidade, Teoria das Representações Sociais, epistemologia, Pedagogia da Libertação.
Introducción
L
a dialogicidad es un concepto aún poco discutido, debido a su complejidad, en el campo de la Psicología Social. En este artículo, lo tomamos como central y lo entendemos como una capacidad humana, o mejor, de la mente humana, de concebir, crear y comunicar realidades sociales (Marková 2006a).
tórica desarrollada, sobre todo, por Paulo Freire. Se ha elegido contrastar los puntos comunes y divergentes de ambos marcos teóricos cuando definen dialogicidad, por acreditar que estas aproximaciones poseen un marco ontológico común y particularmente psicosocial. En líneas generales, la ontología es un campo del conocimiento que se dedica a la investigación y comprensión de la naturaleza, del mundo, del ser humano, es decir, de todo lo que existe o que estructura la realidad. Pero en este trabajo consideramos lo que “se refiere a la existencia humana como existencia social” (Marková 2006a, 21), y no como la “esencia del ser”, en un sentido metafísico. La epistemología, a su vez, aborda las teorías sobre cómo se puede conocer, acceder al mundo y a la realidad (Blackburn 1997). Trata también de los supuestos que utilizamos (no siempre con consciencia) en la defensa o en el combate de estos conocimientos y en la validación o en la refutación de los mismos.
Nuestro objetivo es discutir el rol de la dialogicidad en la construcción de una Psicología Social Crítica. Para ello, abordamos en la presente discusión aspectos ontológicos y epistemológicos de la Teoría de las Representaciones Sociales1 (TRS), modelo genético interaccionista propuesto por Serge Moscovici, estableciendo conexiones con la Pedagogía de la Liberación,2 aproximación his-
1
La TRS surgió al principio de los años sesenta con la investigación realizada por Serge Moscovici, rumano radicado en Francia, intitulada “La Psychanalyse, son image et son public”, sobre la difusión del psicoanálisis en la sociedad francesa. La idea inicial era entender de qué manera el conocimiento científico influenciaba la cultura y el pensamiento del sentido común. Así, su estudio de doctorado buscó comprender cómo se daban la transformación y la apropiación del saber psicoanalítico por distintos grupos (comunistas, católicos y progresistas) en la cotidianidad de la vida social. En otras palabras, Moscovici quiso entender el pensamiento social, en su dinámica y diversidad, delineando las distintas maneras de conocer y comunicarse, lo que tituló como saber consensual y científico. A partir de eso, fundamentó una consistente crítica al modelo cartesiano de ciencia, hasta el momento basado en la lógica funcionalista, en la neutralidad, en la homeostasis social y en la jerarquización de los conocimientos. Años más tarde, en 1976, el mismo autor lanzó Social Influence and Social Change en Estados Unidos (posteriormente traducido para la lengua francesa en 1979, y española en 1981, con el título alterado de Psychologie des minorités actives/Psicología de las minorías activas).
el golpe de Estado de 1964, Paulo Freire fue detenido, acusado de actividades subversivas. El único libro publicado antes del exilio es de 1963: Alfabetização e conscientização (Alfabetización y concientización). Estuvo fuera de Brasil desde septiembre de 1964 hasta junio de 1980. Dos libros escritos en este período merecen destacarse, desde nuestro punto de vista, en la construcción de la Pedagogía de la Liberación: Educación como práctica de la libertad, de 1967, y Pedagogía del oprimido, de 1970. El conjunto de la obra de Freire sobrepasa la perspectiva más divulgada y conocida de la educación de adultos y de la educación no formal; ella conlleva fundamentos consistentes para cualquier proyecto de la educación. Su proyecto global de trabajo giró alrededor de la cuestión del cambio social y político, temas controversiales, principalmente, para las instituciones norteamericanas y europeas (McLaren 2001).
2 Paulo Freire comenzó a sistematizar la que sería conocida posteriormente como la Pedagogía de la Liberación, en los años sesenta. Tras
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Buscamos argumentar en este artículo que la dialogicidad, siendo una práctica colectiva que actúa en la producción del mundo social, puede —y quizás debiera— ser el principio guía de las investigaciones y de las acciones en la construcción de una Psicología Social crítica. Marková (2006b), en este sentido, defiende que hay al menos dos características adicionales de la interdependencia entre la persona (definida como Ego) y el mundo social (definido como Alter), que hay que señalar.
Aunque las contribuciones de Hermans (2001) refuerzan la idea de que la definición de dialogicidad transciende a las asignaturas académicas tradicionales, y hoy ocupa un espacio central en la discusión epistemológica de distintos campos de la Psicología, en el presente análisis buscaremos asociar a otras dos teorías de carácter eminentemente psicosocial: la Teoría de las Representaciones Sociales y la Pedagogía de la Liberación. El punto de inflexión de ambas teorías reside en el carácter potencialmente cuestionador y transformador de la realidad que comparten. Creemos, así como las dos aproximaciones, en la importancia del concepto de relación para la construcción del ser humano, y en el rol del conflicto como dispositivo para el cambio social.
En primer lugar, la dialogicidad no puede ser definida sólo con el Ego y el Alter como nociones abstractas o esquemáticas, sino con sus manifestaciones concretas (Marková 2006b). La autora ejemplifica su argumento con diferentes posibilidades de prácticas colectivas, como el ego/yo frente a otro ego/yo, el ego frente a un grupo, el grupo frente a otro grupo, el autor frente a la cultura, entre otras posibilidades (Marková 2006b). En segundo lugar, la misma autora defiende que la “subjetividad dialógica” no es reducible a una relación Ego/Alter, en el sentido del Ego que “asume el rol del otro”, ni tampoco al Ego como un sencillo actor de una relación que, de hecho, es interdependiente (Marková 2006b, 125).
Ambas perspectivas expresan una tendencia epistemológica aún en proceso de consolidación. En otras palabras, corroboran un entramado teórico-conceptual, cuyos hilos se originan en diferentes puntos, destacando el llamado “giro lingüístico” en Filosofía y en las Ciencias Humanas y Sociales, y en las reflexiones proporcionadas por el posestructuralismo y por el construccionismo social, en diálogo con las repercusiones actuales de la Psicología implicada en el marco histórico-cultural. El movimiento conocido como “giro lingüístico” empezó en la segunda mitad del siglo XX, bajo la influencia de filósofos del lenguaje tales como Gadamer (1981), Ricoeur (1986) y Wittgenstein (1979), quienes han colaborado para un cambio de perspectiva en la aproximación al lenguaje en el debate filosófico.
En cambio, esta relación puede ser concebida en términos de múltiples representaciones simbólicas sociales que el Ego asume en relación con el Alter, y viceversa, según lo propuesto por Moscovici (2005). En un punto de vista algo distinto —pero complementario—, Hermans (2001) define este fenómeno en términos de “voces colectivas en el self”, definiendo dialogicidad de acuerdo con una tradición que se remonta a G. H. Mead (1934), aunque como concepto central, el “Dialogical Self” de Hermans se inspira en otras tradiciones, en especial en los trabajos de William James y Mikhail Bakhtin, que, en distintos contextos (EE. UU. y Rusia), tradiciones epistemológicas (Pragmatismo y Dialogismo) y asignaturas (Psicología y Literatura), se configura como un concepto compuesto, en la intersección entre esas dos tradiciones. En ese sentido, y una vez más confluyendo con lo que propone Moscovici (2005), Salgado y Ferreira (2004) definen la subjetividad dialógica incluyendo la intersubjetividad, es decir, acuñando la expresión “el otro en el self” de manera muy similar a la relación Ego/Alter propuesta por Marková (2006a) y mejor trabajada en el desarrollo de este artículo. Según Marková (2006b), todas esas ofertas de distintas definiciones tienen que ver con la potencialidad activa del concepto dialogicidad, como una alternativa viable a los enfoques más tradicionales que estudian el diálogo social, sobre todo, en términos de interacciones, como el intercambio de gestos y símbolos, o como actos de habla, tal como lo hizo Mead (1934).
Además del giro lingüístico, aún integran el entramado los despliegues teóricos más recientes de la perspectiva histórico-cultural en Psicología, derivados de su apropiación en el escenario académico internacional. Teniendo como pilares las ideas originales de Luria (1987), Vygotsky (2000 y 2002) y, en especial, Bakhtin (1981, 1988 y 1997). No se niega en la presente propuesta la importancia de estos distintos antecedentes (en especial Bakhtin,3 el que primero intenta desarrollar este concepto en la interfaz entre la lingüística y las ciencias sociales), pero se pone énfasis en dos teorías posteriores, con fuerte impacto en la praxis social en Latinoamérica: la Teoría de las Representaciones Sociales y la Pedagogía de la Liberación.
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Para una discusión más importante acerca de la importancia de la concepción bakhtiniana de dialogía y su influencia en la producción teórica en la Teoría de las Representaciones Sociales, sugerimos la lectura de los trabajos de Ivana Marková, en especial Dialogicidade e representações sociais: as dinâmicas da mente, de 2006, originalmente publicado como Dialogicality and Social Representations – The Dynamics of Mind, de 2003.
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mediación Alter-Ego-Objeto (o sujeto-otro-objeto)4 que se constituye a través de la continua (y, por lo tanto, no estática) actividad de comunicación e interacción del ser humano, procesada siempre en relación con un tiempo histórico y un contexto (Jovchelovitch 2008).
Así, para fines de organización de la presente discusión, la hemos divido en cinco momentos distintos: en el primero presentamos cómo entendemos la constitución del acto representacional (es decir, la forma como accedemos y conocemos la realidad); en el segundo discutimos los dos campos teóricos, matrices de otras tantas teorías que nutren formas de comprender al sujeto y de intervenir en el mundo; en el tercero y en el cuarto debatimos la concepción del ser humano y de la realidad, respectivamente; y, finalmente, discutimos acerca del cambio social y el rol de la dialogicidad en este proceso.
Pero lo que da movimiento a esta tríada es la presencia de una tensión permanente en la relación Sujeto/Otro o Ego/ Alter. Es necesario mirarla al detalle, pues es importante dejar muy claros los aspectos que estamos considerando. Tensión, aquí, es entendida como fuerza, un ímpetu que el ser tiene en dirección a una acción o cambio, que surge frente a las contradicciones de lo cotidiano. Son ellos, la tensión y el conflicto, los que, según Marková (2006a), constituyen la fuente de acción y de la vitalidad; y aún más, es con la tensión que nosotros tenemos una tríada dialógica, es decir, la unidad dinámica de la teoría del conocimiento social. Veamos cómo ocurre esto, a través de la ilustración propuesta en la imagen 1.
El acto representacional y la tríada dialógica La noción de representación, como sabemos, es un concepto polisémico en el campo de las ciencias humanas y sociales. Para algunas teorías, en especial en la Psicología Cognitiva, la representación está asociada a modelos basados en el procesamiento de la información y en el estudio de la “metáfora computacional” de la inteligencia artificial. Tales esfuerzos han producido o reforzado —de acuerdo con Jodelet (2005)— la concepción de los procesos mentales desprendidos de los lazos sociales. En esta perspectiva, los saberes, es decir, las representaciones, son estudiadas a partir de su estructura (diferenciando sus contenidos y formas —saber declarativo— de sus operaciones —saber procedimental—), lo que enfatiza la importancia de la memoria. Tal perspectiva, aunque relevante, trae consigo algunos problemas, en especial su poca consideración de la función simbólica y dialógica (Jodelet 2005; Jovchelovitch 2005) de las representaciones, y el aspirar, en dicho sentido, a una especie de “aislamiento cognitivo” que elimina la relación de la representación con la vida afectiva y emocional (Jodelet 2005). De acuerdo con Marková (2006b, 128), la dialogía está específicamente “[…] en contraste con la posición de que el conocimiento es generado por la cognición individual à la Descartes, o por la colectividad à la Durkheim […]”, pues asume que el conocimiento es comunicativamente generado por la díada Alter-Ego y captado como una relación triádica Alter-Ego-Objeto. Además, éste es uno de los equívocos más frecuentes desde Descartes: separar el objeto a ser conocido del conocedor, transformando la representación y el objeto en partes aisladas (Guareschi 2010).
Imagen 1. Triángulo del acto representacional Objeto (físico, social, imaginário o real)
Representación Sujeto/ego Tiempo
Otro/alter Contexto
Fuente: este triángulo del acto representacional ha sido formulado a partir de los modelos expuestos por Moscovici (2008, 9), Marková (2006a, 213) y Jovchelovitch (2008, 72).
En la imagen 1 vemos que nuestras representaciones no se crean por sujetos aislados, y son siempre el resultado de una síntesis de relaciones. Pero es necesario considerar que, una vez que las constituimos, “ellas ganan vida propia, a medida que circulan, se encuentran, se atraen, se repelen y generan la oportunidad de crear nuevas representaciones”, a la vez que las antiguas desaparecen (Moscovici 2003, 41). Es en esta actividad comunicativa,
¿Y qué es lo que se entiende aquí como representación? Ante todo, la comprendemos como una estructura de
4 Esta tríada también puede ser descrita en términos Alter-Ego-Objeto (Marková 2006a).
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por lo tanto, que creamos símbolos, que damos sentidos a lo que nos rodea y que, en un proceso dialéctico, mantenemos o alteramos el medio y el propio saber (Duveen 2003). Su interdependencia, sin embargo, no implica que, dialógicamente hablando, las posiciones del Ego y Alter se fusionen entre sí (Marková 2006b). Por el contrario, sus subjetividades, más que quitar su independencia, se enriquecen en y a través de su interdependencia.
Guareschi (2003 y 2010), posibilitan, o no, el conocimiento de fenómenos sociales que vivimos o que queremos comprender. Veamos.
Supuestos teóricos: TRS y Pedagogía de la Liberación A lo largo del libro Psychologie des minorités actives (Psicología de las minorías activas) (1979), Moscovici, en oposición al funcionalismo, desarrolló una aproximación genética o interaccionista para la Psicología Social. ¿Y por qué esto? Él ha percibido que, al adoptar la teoría funcionalista, estamos aceptando que la influencia siempre vendrá de arriba hacia abajo, es decir, de la mayoría sobre la minoría. Aquí el concepto de mayoría y minoría no tiene que ver con cantidad, pero sí con el ejercicio del poder. Mayoría, en este sentido, es quien decide, quien controla, quien dicta las reglas del juego. Moscovici, no satisfecho con esta perspectiva, defiende que el cambio es posible, y aún más, ese cambio y/o transformación puede venir de las minorías. Por un camino semejante, la Pedagogía de la Liberación de Freire (principalmente a partir de la Pedagogía del Oprimido), también hace una crítica al funcionalismo, materializado éste en la “educación bancaria”.6 Además de esto, para él, los oprimidos tienen una gran tarea humanista: la de “liberarse a sí mismos y a los opresores” (Freire 1996, 30). En líneas generales, podemos percibir que ambos autores tienen algo en común. Continuemos.
Pero cuando hablamos de un “saber” o una “representación”, nos referimos a algo que mantiene un carácter referencial y constructivista. Lo referencial remite siempre a la representación de un objeto, es decir, ocupa el lugar de alguna cosa, representa algo; y, en este sentido, también construye y reconstruye la realidad activamente. Pero atención: las representaciones construyen lo real, pero nunca captan plenamente la totalidad de la realidad.5 Aquello que es aprehendido, a su vez, es reconstruido por el sujeto en el sistema cognitivo, integrado en el sistema de valores, que depende de la historia y del contexto social en que está inserto (Abric 1994). De esto depende que no haya una separación absoluta entre la representación, el sujeto que la conoce y el objeto conocido (Guareschi 2010): cada parte revela un aspecto del todo, pero este todo es más que la suma de las partes. A partir de lo que se ha expuesto hasta aquí, podemos afirmar que toda representación es social. ¿Pero a qué aspecto social nos referimos? ¿Habría solamente una definición? Por supuesto que no. “Social” también es un término polisémico. Para nosotros, lo social es relación, o mejor, algo que no puede ser concebido como aislado, como absoluto, cerrado en sí mismo; algo justamente contrario a eso, social implica, por definición, “otro(s)”. Lo social, en esta perspectiva, “posee, se puede decir, un direccionamiento intrínseco, del mismo ser, en dirección a otro(s)” (Guareschi 2010, 80). Si volvemos al concepto de representación, veremos que es imposible representar algo que no sea “en lo social”, a través “de lo social”. Definir “acto representacional”, automáticamente implica hablar de que la producción de conocimiento, de representaciones, es una práctica transformadora. Conocer es transformar al objeto, y no, copiarlo.
Perspectiva funcionalista
Siempre existen supuestos filosóficos (ontológicos, epistemológicos, éticos) en las teorías, aunque no tengamos conocimiento de ellos. Estos supuestos, como sostiene
La teoría funcionalista dice que el mundo es un sistema cerrado en búsqueda del equilibrio (Accorssi et al. 2011). En una interacción social, por ejemplo, se esperarían cierto papel, estatus y modelo psicológico para el sujeto o para el grupo, pues es a través de la conducta adecuada que se garantiza la inserción del sujeto en el sistema o en el medio social. La realidad, por lo tanto, es algo uniforme y hay reglas que se aplican a cualquier situación. El conflicto o desvío, que rompe la armonía, es una especie de fracaso, una vez que lo que se busca es la estabilidad, la previsión. Pero si el desvío es el fracaso y/o patología, ¿qué será la normalidad? Evidentemente, un comportamiento normal es aquel que se adecua al sistema, aquel que no
5 Hay una diferencia entre lo que es real para alguien y lo que constituye la realidad. “Realidad entendida como la suma de los reales, algo que permanece siempre parcialmente desconocido, porque nadie lo posee” (Jovchelovitch 2008, 75).
6 Educación comprendida como el acto de depositar, de transferir, de transmitir valores y conocimientos (Freire, 1987). En esta concepción hay roles fijos: el educador enseña, sabe, piensa y disciplina; el alumno, a su vez, no sabe, piensa de forma equivocada, necesita ser disciplinado.
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rompe el orden, ni el equilibrio con el medio social. Se busca, por lo tanto, la estabilización de las relaciones; se alimentan las conductas funcionales y adaptativas. Nada debe cambiar, sólo aquello que hace al sistema aún más funcional y adaptativo.
y presentes. Lo divergente y lo normal son definidos en relación con cierto tiempo, espacio, y con su posición particular en la sociedad. El desvío, por lo tanto, no es un accidente de trayecto, ni tampoco una enfermedad, como muchos quieren catalogarlo, sino un producto de esta organización, un símbolo de la contradicción que lo crea y que es, a su vez, creada por ella (Marková 2006a).
Al examinar las prácticas educativas, Freire ha identificado que muchas de ellas se apoyaban en perspectivas funcionalistas, marcando básicamente una perspectiva de educar para la sumisión, para la creencia de una realidad estática, compartimentada, para la visión de un ser humano acabado, listo. Ella inhibe el pensamiento, la mirada crítica. Enmascara las contradicciones y los conflictos emergentes de lo cotidiano donde se insertan la escuela y el educando. Tiene como objetivo el mantenimiento y la reproducción de la consciencia ingenua (Sartori 2008). En el hacer de la educación bancaria, el “educador surge como su indiscutible agente, como su real sujeto, cuya tarea indeclinable es ‘llenar’ a los educandos con los contenidos de su narración”. “La concepción bancaria de educación, es aquella donde el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el de recibir los ‘depósitos’, guardarlos y archivarlos” (Freire 1987, 57-58). El saber, en esta concepción, es la donación de los que se juzgan sabios a los que juzgan que no saben nada. Es decir, aquel que está en el papel de enseñar, el detentador del poder/saber, es quien dicta las reglas del juego; el alumno, “aquel que no tiene luz”, el depositario de informaciones, debe solamente estar de acuerdo y comportarse. Todo se mantiene y parece funcionar, pero ¿beneficiando a quién?
La educación liberadora, a su vez, busca romper, superar la contradicción educador/educandos, de tal manera que se hagan ambos, simultáneamente, educadores y educandos. Al romper y superar el esquema vertical, la “educación problematizadora” afirma la dialogicidad como principio y se hace dialógica. Ella asume, por lo tanto, su intencionalidad y toma consciencia como consciencia de. Si queremos la liberación de los seres humanos, no podemos empezar por alienarlos o mantenerlos alienados. “La liberación auténtica, que es la humanización en proceso, no es algo que se deposita en las personas. No es una palabra más, vacía, mistificante. Es praxis, que implica la acción y la reflexión de los hombres sobre el mundo para transformarlo” (Freire 1987, 67). La palabra guarda dos dimensiones inseparables: la de la acción y la de la reflexión. Existir es pronunciar el mundo, es cambiarlo. Cuestionar, desestabilizar, ser diferente, por lo tanto, trae, a partir de algunas teorías de base funcionalista, problemas y tensiones. Moscovici y Freire también han sido minorías que han logrado comunicar nuevas concepciones y enfrentar a la mayoría. Siguieron el contraflujo de su generación porque, desde nuestro punto de vista, percibieron las consecuencias perversas de la estabilidad y de la reproducción. Apenas un ejemplo en este sentido: si la Psicología pacta con saberes de origen funcionalista, donde el ser humano puede y debe adecuarse a su medio, ella propondrá intervenciones adaptativas, pues creerá que todo puede ser controlado y ordenado. Las intervenciones ignorarán las tensiones, los conflictos, los sofocarán, pues así estarán resueltos. Seremos todos seres humanos-objetos de un sistema equilibrado y ajustado. ¿Pero el ser humano será sólo eso? ¿Un ser que se adapta al mundo? Para ambos, Moscovici y Freire, no, como veremos enseguida.
Moscovici y Freire se opusieron a estos supuestos del funcionalismo, crearon y propusieron otro modo de ver y comprender las cosas, al ser humano, el conocimiento y el mundo. La postura innovadora de los dos cuestiona incluso el concepto de verdad, en último análisis. El primero creó el modelo genético o interaccionista, y el segundo, la propuesta de educación liberadora.
Perspectiva interaccionista y liberadora El modelo genético o interaccionista entiende que el medio social es definido y producido por quien participa. Los roles, los estatus sociales y los recursos psicológicos cobran significado en la propia interacción social, es decir, la llamada adaptación de los sujetos o del grupo al sistema y al ambiente social es la contrapartida de la adaptación del sistema y del medio social a los individuos y a los grupos (Moscovici 1979). Todo lo que sostiene cierto tipo de adaptación es resultado de interacciones pasadas
Ser humano, ser social La pedagogía de la liberación defiende una concepción de ser humano y de la experiencia vital vinculada a lo inacabado o inconcluso. Donde hay vida, hay inacabamiento, posibilidad de cambio y de ser más. Pero, solamente en el ser humano lo inacabado se ha tornado consciente.
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Freire (1987) argumenta que la invención de la existencia se ha dado a partir de los materiales que la vida ofrecía, pero en un momento dado, hombres y mujeres promovieron el soporte, en el mundo. Soporte es el espacio donde el animal se prende, espacio donde crece y aprende a ser animal. A los animales les falta la libertad de elegir, y por eso no se puede hablar de ética entre animales. A medida que el ser humano desarrolló habilidades, el soporte se ha convertido en mundo, y la vida se ha convertido en existencia.
productos y productores de las relaciones por ellos establecidas: “cuando actúan en el mundo, los sujetos no solamente cambian el mundo, sino que se cambian a sí mismos” (Marková 2006a, 239). Estas afirmaciones están basadas en una ontología que supone un tipo de comunicación simbólica e interdependiente entre Alter7-Ego (Otros-Yo), es decir, una ontología dialógica en la cual las partes se constituyen entre sí y están en relación. La dialogicidad es el elemento central de la TRS, una característica ontológica, por cuanto proporciona los recursos necesarios para comprender la constitución del ser a través de los elementos psíquicos.
En el momento en que los seres humanos, interviniendo en el soporte, han ido creando el mundo, inven-
tando el lenguaje con el que pasaron a nombrar las cosas
Para ambas teorías, el ser humano, como ser de relaciones con otros y con el contexto donde vive, es capaz de aprehender la realidad y de actuar sobre ella. Lo que lo diferencia de otros seres es, específicamente, su capacidad de dar respuestas a diversos desafíos que la realidad le impone. Pero este entendimiento de la realidad y acción en el mundo no ocurre de modo individual; al contrario. Es en la relación entre los sujetos y de éstos con el mundo que cambiamos y creamos una nueva realidad; nuevos hombres y mujeres se hacen, creando cultura, haciendo historia (Gadotti 2008).
que hacían con la acción sobre el mundo, a medida que
se han ido habilitando para entender el mundo y crearon, en consecuencia, la necesaria comunicabilidad de
lo comprendido, ya que no ha sido posible existir [...] sin asumir el derecho y el deber de optar, de decidir, de luchar, de hacer política. (Freire 1987, 52)
La existencia humana implica el lenguaje, la cultura y la comunicación, de forma mucho más profunda que la vida. La posibilidad de embrutecer o de embellecer el mundo inscribe, por lo tanto, el ser humano como ser ético, capaz de intervenir, de decidir, de romper, de elegir. Por eso se dice que la presencia en el mundo no es de quien se adapta, sino de quien se inserta. Hay condicionamientos, pero no determinación absoluta e insuperable en el proceso de construcción del ser humano.
Las teorías también concuerdan en relación con el rol de la cultura. La Pedagogía de la Liberación considera que hay una producción sin interrupción del mundo social, siempre mediada por el diálogo, y “en interacción dialéctica con las características estructurales de la sociedad, tales como sus relaciones sociales de producción, formaciones culturales y alineamientos institucionales” (McLaren 2001, 181-182). Para la TRS, la dialogicidad de Alter-Ego se inserta en la historia y en la cultura. Las prácticas dialógicas son transmitidas de generación en generación, a través de la memoria colectiva, de las instituciones y de las prácticas sociales. La historia y la cultura imponen demandas en los estilos dialógicos de pensamiento y comunicación, y los restringen en direcciones específicas. Por ejemplo, hay tipos distintos de restricciones en el pasado y en el presente, en lo individual y lo social, en la tradición y en la innovación. Esas restricciones y demandas del pasado y del presente, así como la enorme variedad de situaciones en las cuales ocurren el pensamiento y la comunicación, generan la característica esencial de
Centrándose específicamente en la multiplicidad dinámica de estas relaciones constitutivas de la persona, el concepto de self puede ser una interesante unidad de análisis, y Hermans (2001) desarrolla su teoría del posicionamiento personal y cultural, la del self dialógico, afín a la TRS. Según Marková (2006b), la teoría de Hermans presenta el self moviéndose en múltiples posiciones inter e intrapsicológicas mutuamente relacionadas. En cualquier situación dialógica, el self cambia sus posiciones. Marková (2006b) también afirma que el yo también se manifiesta desde diferentes posiciones culturales, expresando diferentes “voces colectivas” y usando distintos lenguajes sociales. Según ella, la teoría de Hermans supone que las relaciones dialógicas son “procesos incorporados en un espacio y tiempo específicos” e ilustran “cómo coexisten las voces individuales y se entrelazan con voces colectivas” (Hermans 2001, 266).
7 El término Alter debe ser comprendido como Otros. Marková aclara que la estructura dialógica de referencia poco importa. Tanto puede ser Alter-Ego como Mayoría-Minoría. Lo que de hecho es relevante es saber cómo son tratados estos términos. Modelos funcionalistas tratan las minorías y mayorías como dos entidades independientes, por ejemplo; mientras que el modelo genético de Moscovici los conceptúa como mutuamente interdependientes.
En esa línea de raciocinio, la TRS ve al ser humano como sujeto de la sociedad y de la historia y, a la vez, sujeto a la sociedad y a la historia, es decir, hay libertad, pero no hay autonomía absoluta. Ambos, sujeto y medio, son
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la dialogicidad: su naturaleza multifacética y polifónica (Marková 2003, 136). La interdependencia Alter-Ego es comunicativa y, por lo tanto, está abierta a las distintas posibilidades. Las normas dialógicas y las reglas son establecidas histórica y culturalmente. De esta manera, la sociedad engloba un conjunto de relaciones de fuerzas en tensión, donde el conflicto es elemento imprescindible de cambios, terreno de negociación y de lucha, donde las minorías producen saberes alternativos, potencializado, junto a la colectividad, otras prácticas sociales y otros estilos de vida (Jovchelovitch 2008).
concreto algo abstracto. Mejor aún, el proceso de la objetivación consiste en la incorporación de cierto objeto, que de idea pasa a ser cosa, adentrándose en el universo cognitivo de los sujetos y tomando forma y posición conforme a la singularidad de este universo (Moscovici 2003; Jodelet 1984; Carvalho 2005). Con respecto a este proceso, Moscovici afirma (2003, 71): “la materialización de una abstracción es una de las características más misteriosas del pensamiento y del habla”. De un modo general, el anclaje y la objetivación son maneras de lidiar con la memoria. La primera la mantiene en
Percepción del mundo y presencia en el mundo
[…] movimiento, y la memoria es direccionada hacia adentro, está siempre poniendo y quitando objetos, personas y acontecimientos, que ella clasifica de acuerdo con
La realidad (entendida como aquello que está —o que conseguimos percibir— en el mundo), para Paulo Freire, es siempre contradictoria: involucra los que desean mantenerla como está y los que desean transformarla. Ella está sometida a la posibilidad de intervención de los sujetos, luego, no está dada, ni determinada. En este sentido, la realidad no es sólo un hecho objetivo o concreto, sino también la percepción que el ser humano tiene de ella. Es necesario, por lo tanto, leer la realidad para transformarla. “Nadie lucha contra fuerzas que no entiende, cuya importancia no mide, cuyas formas y contornos no discierne” (Freire 1996, 48). Comprender la realidad, así entendida, es comprender hechos como partes o como pequeñas totalidades pertenecientes a un todo más grande, a una totalidad concreta (Gadotti 2008).
un tipo, y los rotula con un nombre. La segunda, siendo más o menos direccionada hacia afuera (hacia otros), quita de ahí conceptos e imágenes para unirlos y reproducirlos en el mundo exterior, para hacer las cosas conocidas a partir de lo que ya es conocido. (Moscovici 2003, 78)
Ya lo dijimos anteriormente, pero merece la pena repetirlo: El conocimiento es siempre producido a través de la interacción y comunicación, y su expresión está siempre conectada a los intereses humanos en él implicados.
El conocimiento emerge del mundo donde las personas se encuentran e interactúan, del mundo donde los
intereses humanos, necesidades y deseos encuentran expresión, satisfacción o frustración. (Duveen 2003, 8)
Así, para la TRS, es imposible que la neutralidad exista, pues cada objeto y ser, a medida que es anclado y objetivado, se conecta a conocimientos anteriores, se transforma a partir de ellos, de las emociones, y de todo aparato cognitivo de aquel que está representando. Para Moscovici (2003, 117), incluso, la “noción de una completa independencia de la ciencia social en relación con conceptos precientíficos es un cuento de hadas que a los científicos les gusta contarse unos a otros”.
Reflexionar, por lo tanto, sobre el modo que nosotros aprendemos la realidad es de vital importancia. Reconocer las trabas de nuestro pensamiento, percibir lo que conectamos o asociamos, y que nos ayuda a comprender también por qué actuamos de una forma y no de otra. Frente a esto, nos parece importante destacar dos movimientos del pensamiento, articulados a partir de la comunicación y que tienen como objetivo tornar no-familiar, o familiar, a saber: anclaje y objetivación. El anclaje es un proceso de clasificación y nominación de algo. Cuando no conocemos un objeto, por ejemplo, y nos enfrentamos a él, necesitamos asociar lo desconocido a algo ya conocido, necesitamos anclar el objeto a algún conocimiento anterior. “Cosas que no son clasificadas y que no poseen nombre son raras, no existentes, y al mismo tiempo amenazadoras”. Así, categorizar “significa elegir uno de los paradigmas disponibles en nuestra memoria y establecer una relación con él”, es un tipo de clasificación (Moscovici 2003, 63). Mientras que la objetivación se caracteriza por ser un proceso en el que buscamos tornar
La posición de Freire, en este sentido, es, una vez más, muy parecida. Él nos dice: “ya que la presencia en el mundo implica hacer una elección y tomar una decisión, ella no es una presencia neutra; debemos asumir la apoliticidad de la historia; a propósito, no estamos en el mundo para adaptarnos, sino para transformarlo” (Freire 2000, 33). La neutralidad, por lo tanto, es la mejor forma de esconder una elección. Si no estamos interesados en posicionarnos, en mostrar la cara, como se dice, entonces decimos que somos neutros (Freire y Horton 2003). Y éste es el punto
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que nos conduce al próximo tópico del artículo, reconociendo que la pedagogía8 es una de las innumerables prácticas humanas intencionales, y Freire se ha posicionado refrendando su compromiso con la concientización, con el movimiento de las masas y con el cambio social.
cepción de ser humano relacional e histórico. El sujeto expresa su libertad, asume las tareas, reflexiona, analiza, toma posiciones críticas que alteran la realidad, dialoga y actúa en una comunión con los demás. Con todo, es imposible un diálogo entre aquellos que quieren la enunciación del mundo y aquellos que no la quieren. El mundo de la consciencia,9 el poder de reflexión que lleva a la libertad, es la elaboración humana, constituida de trabajo y de colaboración. Buscarse a uno mismo significa comunicarse con el otro, y, a medida que el sujeto se intersubjetiva, más densidad subjetiva gana (Fiori 1987). Es decir, siempre necesitamos del otro para ser más,10 pero no el otro objeto, sino el otro igual, dispuesto a dialogar. Al final, como dice Freire (1987, 52), “nadie libera a nadie, nadie se libera solo”: el aprendizaje y la liberación. El aprendizaje y la liberación se dan en la relación con el otro, en la comunión.11 La existencia humana, para él, y nosotros estamos de acuerdo, no puede ser silenciosa, ni nutrida de falsas palabras. Existir es pronunciar el mundo, al pronunciarlo lo cambiamos y, en este sentido, la palabra gana dos dimensiones inseparables: la de la acción y la de la reflexión.
La dialogicidad y la posibilidad de cambios o transformación social Ya podemos inferir que la dialogicidad para ambas perspectivas aparece como una cuestión existencial. La TRS, tal como lo propone Marková (2006a), afirma que el origen del lenguaje y del pensamiento es social, establecido a partir de las relaciones; la Pedagogía de la Liberación, a su vez, dice que el diálogo, o la dialogicidad, es el punto de partida de lo humano, es el movimiento constitutivo de la consciencia. Es él, el diálogo, “el que fenomeniza e historiza la esencial intersubjetividad humana; él es relacional, y en él, nadie tiene iniciativa absoluta. Los dialogantes ‘admiran’ un mismo mundo; se alejan de él y con él coinciden; en él se ponen y se oponen” (Fiori 1987, 16). Según Freire, podemos así encontrar un ser humano adaptado y acomodado a su realidad, como un ser humano integrado, es decir, un ser humano Sujeto. En esta afirmación hay una dicotomía entre hombres-mundo. Son sujetos en el mundo, y no con el mundo y con los otros. Sujetos espectadores, y no recreadores del mundo. La consciencia, en el primer caso, es como si fuese una sección “dentro” de los seres, mecánicamente compartimentada, pasivamente abierta al mundo que irá “llenando” de realidad. Una consciencia continente para recibir los depósitos que el mundo le hace, y que van transformándose en sus contenidos. Tales seres serían presa del mundo, y éste, un eterno cazador de aquéllos, que tendría por distracción “llenarlos de pedazos suyos” (Freire 1987, 63). El sujeto, aun en el primer caso, se caracteriza como algo cosificado, desenraizado y deshumanizado. Él no consigue alterar la realidad y, por lo tanto, se ajusta o se adapta a ella. Ya en la Pedagogía de la liberación encontramos una con-
Llamamos la atención en este punto para mostrar la similitud que hay, implícita, con la TRS. Ya abordamos anteriormente cómo ocurre el hecho representacional y cómo aprehendemos la realidad. La dialogicidad, para Marková (2006a, 137), es entendida como la capacidad que el ser humano, o mejor, la mente, tiene “de concebir, de crear y de comunicar sobre las realidades sociales en términos del Alter-Ego”. Si consideramos que toda palabra, en última instancia, es una representación de algo, cada vez que la enunciamos en el mundo estamos en un proceso doble, recreando tanto a ella como al mundo. Moscovici (2003), en este sentido, nos recuerda que hay un drama asociado en el proceso de transformación del
9 Consciencia intransitiva, transitiva ingenua y transitiva crítica: grados de comprensión de la realidad, que tiene relación con el condicionamiento histórico cultural. Freire aborda tales puntos en el libro La educación como práctica de la libertad. 10 Ser más: el ser humano tiene una vocación para la humanización, es decir, él está en permanente búsqueda, aventurándose curiosamente en el conocimiento de sí mismo y del mundo (Zitkoski 2008, 380).
8 El término Pedagogía, nos recuerda Streck (2008), aparece en varias obras, desde de la Pedagogía del oprimido, de 1970, hasta la Pedagogía de la autonomía, de 1996. Pedagogía de la Pregunta, de la Indignación, de la Esperanza, etcétera. Eso significa que no hay una única Pedagogía, sino Pedagogías con intencionalidades formativas diferentes que se utilizan como instrumentos metodológicos diversos. Pedagogías que se posicionan en diferentes campos ideológicos, pero que, de alguna forma son alargamientos de la Pedagogía del oprimido. Además, la intencionalidad de esta obra y, por consiguiente, la de las otras está explícita desde el inicio, con la inserción del siguiente epígrafe: “A los desharrapados del mundo y a los que en ellos se descubren, y, así, descubriendo cómo ellos sufren, pero sobre todo, como ellos luchan”.
11 Sabemos que cualquier proceso comunicativo de lo cotidiano está impregnado de relaciones de poder expresas, sobre todo, a partir de los intereses de sus actores, ya sea en la producción de conocimiento (Accorssi, Scarparo y Guareschi 2012a) o en la perpetuación de situaciones desiguales y opresivas (Accorssi, Scarparo y Guareschi 2012b). Transformar tal realidad requiere que los discursos sociales sean sometidos a aproximaciones críticas de análisis e intervención. Aun así, tales aproximaciones solamente producirán alguna diferencia en el sistema social si rompen la lógica de la dominación de unos sobre los demás, adoptando prácticas verdaderamente dialógicas.
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Tabla 1. Aproximaciones entre la TRS y la Pedagogía de la Liberación Teoría de las Representaciones Sociales
Pedagogía de la Liberación
Posibles aproximaciones
Ideas contestatarias del modelo funcionalista en la Psicología: perspectiva genética o interaccionista.
Ideas contestatarias del modelo bancario de la Educación: perspectiva liberadora.
Explicitaron las contradicciones de la ideología vigente;
Los sujetos (re)producen activamente su medio social. Al actuar, el sujeto cambia el mundo y a sí mismo.
Hay condicionamientos sociales, pero no determinación absoluta. Concepción de un ser humano relacional e histórico.
Ser humano no está dado; se
El conocimiento se produce en la relación yo-otro-objeto; tríada dialógica.
Educación basada en la dialogicidad.
El conocimiento se construye a partir de la dialogicidad.
Es a través de la relación Yo-Otro, de la dialogicidad, que se constituye el ser humano. La tensión es la fuerza de cambio.
La dialogicidad es una cuestión existencial. El diálogo es el movimiento constitutivo de la consciencia.
La dialogicidad es una condición del ser humano; no reprocha ni la tensión ni el conflicto de las relaciones. La dialogicidad es el elemento que puede llevar al cambio.
conocimiento, es decir, del nacimiento de una nueva representación social. Al enunciarse una idea nueva, divergente de la anterior, se rompe algo naturalizado, institucionalizado, y se instauran en lo social nuevos espacios de diálogo, de lucha y de tensión.
propusieron nuevas estrategias de reflexión/acción.
construye a partir de la relación con el otro.
tablecidas entre los seres humanos, se ha instaurado un conjunto de valores morales que, supuestamente, regula lo que es bueno y debe ser seguido, y lo que sería malo y debe ser rechazado por los grupos (Guareschi 2004). Al construir, probar y pensar relaciones, en consecuencia, elegimos entre formas de nuestras prácticas y las justificamos por medio de determinados valores.
Antes de finalizar este artículo, presentamos un cuadro síntesis (ver la tabla 1) de lo discutido hasta el momento.
La “eticidad” de la existencia reside justamente en el reconocimiento del “otro” como distinto del “yo”, estableciendo relaciones dialógicas, constructivas y de conversión. “Toda nuestra postura implica una dimensión ética. Y nuestra ética se diferencia según nuestra actitud relacional hacia el ‘otro’ (Guareschi 1998, 157), toda vez que es en la convergencia del encuentro que se devela nuestro horizonte ontológico. Por otra parte, “nadie es ético para sí mismo; somos éticos en relación con los otros” (Guareschi 2008, 7).
A lo largo del artículo buscamos desarrollar la idea de que la dialogicidad es una categoría importante para la Psicología Social desde la perspectiva ontológica, epistemológica, y también en términos éticos. Para ambas teorías (la TRS y la Pedagogía de la Liberación), la figura del “otro” es central para la constitución del ser humano y, partiendo de esa premisa, se puede pensar, aunque brevemente, sobre algunos de sus aspectos éticos. Entiéndase ética12 como una instancia crítica y propositiva del deber ser de las relaciones humanas presente en todas las sociedades. Por instancia se entiende una situación, un nivel, luego, algo que no es fijo, ni definitivo; por crítico, aquello que no es absoluto, que tiene por lo menos dos puntos de vista; y por propositiva, lo que presenta propuestas concretas. Así, a través de los tiempos y de las interacciones es-
En este mismo sentido, hablar de ética, según Guareschi (1998 y 2008), es hablar de justicia. La ética, desde Aristóteles, es comprendida como justicia. Y la justicia, a su vez, es comprendida como relación, pues nadie puede ser justo en soledad. “Es en la relación con el ‘otro’ que nos tornamos, o no, justos” (Guareschi 1998, 159). Así, ser ético, ser justo, significa que “mi” acción —que siempre es en relación con otros— es correcta, pues no hiere los derechos de nadie. Hablar de ética, por lo tanto, siempre es hablar de ética de las relaciones. “Alguien es ético o antiético si actúa bien o mal en relación con algo o alguien” (Guareschi 2008, 7).
12 El lector podrá encontrar este debate elaborado en el capítulo 15 del libro Psicología social crítica: como práctica de liberación, escrito por Pedrinho Guareschi.
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Freire, aunque nunca publicó un libro que aborde de modo explícito tal temática, luchó por la defensa ética del serhumano, es decir, para él —y para nosotros también— es necesario luchar por la defensa de una vida digna para todos. Su opción humanista es la base de su ética de la liberación y de la solidaridad, puesto que asume el compromiso con el oprimido, el excluido, y por la justicia global (Trombetta y Trombetta 2008). La educación aquí tiene un papel importante, ya que, en cuanto libertaria, puede promover la denuncia del mundo injusto y el anuncio de que es posible un mundo mejor. El proceso educativo, como vimos anteriormente, implica problematizar la realidad social con la intencionalidad de hacer emerger la libertad responsable, así como el compromiso con los otros y con el mundo que nos rodea. “Una nueva humanidad sólo es posible a partir de la ética de la solidaridad, que pone la justicia radical en el centro de todo el proceso civilizatorio” (Trombetta y Trombetta 2008, 180).
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Para finalizar, acordamos que el valor de la igualdad se sustantiva en el hacer “a-lógico”, pues sólo es posible establecer una dinámica relacional verdadera con movilidad de lugares, de habla y de escucha en una interlocución, puesto que tal valor rodea la relación. Se trata, por lo tanto, de promover la existencia, ya sea a partir de la Psicología Social o en nuestra cotidianidad, en las cuales el diálogo sea el elemento faro del hacer humano.�
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Encontrar la cultura: estrategias de indagación para el análisis sociopolítico* Laura Fernández de Mosteyrínv – María Luz MoránD Fecha de recepción: 13 de octubre de 2013 Fecha de aceptación: 21 de abril de 2014 Fecha de modificación: 18 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.07
RESUMEN El objetivo de este artículo es profundizar en los modos de investigar la cultura y el discurso público. Para lograrlo, la primera parte del texto está dedicada a situar los discursos y prácticas en el seno de una concepción amplia de cultura. Se trata de una concepción que, más allá del giro cultural, se centra en la cultura en acción, así como en el diálogo dinámico entre la estructura y la acción. Con el fin de avanzar en una propuesta metodológica, se analizan cuatro trabajos que proponen estrategias diferenciadas para hacer operativo el concepto de cultura.
PALABRAS CLAVE Cultura política, discurso público, prácticas sociales, investigación social.
Finding Culture: Research Strategies for Sociopolitical Inquiry ABSTRACT This paper is intended to explore modes of inquiry into culture and public discourse. To this end, the first part of the paper is devoted to situating discourses and practices within a broad notion of culture, a notion which goes beyond the cultural turn and focuses on culture in action, as well as on the dynamic dialogue between structure and action. In order to advance in a methodological proposal, the paper examines four different studies that propose differentiated strategies for making the concept of culture operational.
KEY WORDS Political culture, public discourse, social practices, social research.
*
Este trabajo forma parte de la investigación “¿Redefiniendo la ciudadanía? El impacto de la crisis socioeconómica en las bases de legitimación del Estado de bienestar”, financiada por el Ministerio de Economía y Competitividad de España, de cuyo equipo investigador forman parte las autoras. Una primera redacción de este trabajo fue presentada en el XI Congreso de la Federación Española de Sociología (Madrid, julio de 2013). Agradecemos a los participantes en el grupo de Sociología Política, y los comentarios y críticas que realizaron a nuestra ponencia. Asimismo, queremos agradecer a los dos evaluadores anónimos de la Revista sus sugerencias a la versión definitiva del texto. v Doctora en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (España). Profesora de la Universidad a Distancia de Madrid (España). Miembro del Grupo de Investigación “Grupo de Estudios sobre Sociedad y Política” (UCM-UNED). Entre sus últimas publicaciones están: Rodea el Congreso: un caso para explorar las bases del Estado Securitario. Anuari del Conflicte Social (2013): 1129-1152, y Las demandas de seguridad y las políticas antiterroristas tras el 11-S. En Actores y demandas en España. Análisis de un inicio de siglo convulso, ed. María Luz Morán. Madrid: Los Libros de la Catarata – Colección Investigación y Debate, 2013. Correo electrónico: lauramaria.fernandez@udima.es D Doctora en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (España), profesora de la misma Universidad. Codirectora del Grupo de Investigación “Grupo de Estudios sobre Sociedad y Política” (UCM-UNED). Entre sus últimas publicaciones están: De la integración adaptativa al bloqueo en tiempos de crisis. Preocupaciones y demandas de los jóvenes (en coautoría con Jorge Benedicto). En Actores y demandas en España. Análisis de un inicio de siglo convulso, ed. María Luz Morán. Madrid: Los Libros de la Catarata – Colección Investigación y Debate, 2013, y ¿Otra clase de politización? Representaciones de la vida colectiva y procesos de implicación cívica de los jóvenes en situación de desventaja (en coautoría con Jorge Benedicto). Revista Internacional de Sociología 72, n° 2 (2014): 429-452. Correo electrónico: mlmoran@cps.ucm.es
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Encontrar a cultura: estratégias de indagação para a análise sociopolítica RESUMO O objetivo deste artigo é aprofundar nos modos de pesquisar a cultura e o discurso público. Para atingi-lo, a primeira parte do texto está dedicada a situar os discursos e práticas no seio de uma concepção ampla de cultura. Trata-se de uma concepção que, mais além do giro cultural, se centra na cultura em ação, bem como no diálogo dinâmico entre a estrutura e a ação. A fim de avançar numa proposta metodológica, analisam-se quatro trabalhos que propõem estratégias diferenciadas para fazer operativo o conceito de cultura.
PALAVRAS-CHAVE Cultura política, discurso público, práticas sociais, pesquisa social.
Para ello, procederemos a situar el estudio de estos discursos en los debates más amplios sobre la cultura y, a continuación, exploraremos algunas estrategias a través de las cuales entendemos que se puede encontrar la cultura con propósitos analíticos. Dichas estrategias se desprenden del examen de cuatro trabajos concretos pero son, sin embargo, compartidas por muchas otras investigaciones recientes.
The difficult of studying culture begins with the problem of finding it.
D
(Swidler 2003, 11)
esde mediados de los años ochenta, el “giro cultural” afectó de lleno al análisis sociopolítico y situó en el centro del debate la naturaleza lingüística y discursiva de la acción social. Los esfuerzos por profundizar en el papel de la cultura en las prácticas sociales hicieron hincapié en los discursos públicos y las narraciones colectivas. Ello obligó a retomar algunas cuestiones clásicas del análisis social, así como a abrir nuevos campos de trabajo para hacer posible tanto la imprescindible renovación teórica como el diseño de nuevas metodologías para aprehender “la cultura en acción”.1
Discursos y prácticas: más allá del “giro cultural” El hombre es un animal inserto entre tramas de significados que él mismo ha tejido; considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experi-
Pero el objetivo de este texto es mucho más modesto de lo que parece anunciar el párrafo anterior. No ilustraremos los debates que marcan el reciente desarrollo de una perspectiva cultural en sociología política, que se erige trabajosamente sobre el agotamiento del modelo clásico de la cultura política.2 Aunque las referencias a ciertas discusiones teóricas sean inevitables, nuestro propósito es considerar las estrategias de indagación planteadas en algunos trabajos relevantes en este campo; es decir, el modo en que se ha concretado en la investigación empírica la búsqueda de los marcos culturales de lo político y de la política. De ahí, el énfasis prestado a distintas propuestas de desarrollar una sociología aplicada de los discursos públicos, en la medida en que, dentro de la considerable diversidad de los análisis, este concepto parece haber operado como eje integrador.
1
Tomamos este término de Swidler (1986).
2
Para un análisis detallado de la crisis del modelo clásico de la cultura política y de las nuevas perspectivas de análisis, pueden consultarse Lichterman y Cefaï (2006) y Morán (2010).
mental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significados. (Geertz 1990, 20)
Esta afirmación, formulada en 1973 por el antropólogo Clifford Geertz en La interpretación de las culturas, expresaba una profunda ruptura con la tradición antropológica clásica y, además, se convirtió en el punto de partida del llamado “giro cultural” de las ciencias sociales.3 No podemos profundizar en la aportación de Geertz, ni tampoco detenernos en las críticas que ha suscitado. Para nuestro propósito, basta con recordar que, enfrentándose a los dos paradigmas entonces hegemónicos —marxismo y funcionalismo—, abrió nuevas líneas de análisis que superaran la vinculación entre cultura y valores postulada por la concepción psicosociológica clásica, y trascendieran la perspectiva positivista.
3 Tomamos la expresión “giro cultural” del trabajo de Bonnell y Hunt (1999), a partir del cual se ha difundido tanto en el análisis sociopolítico como en el histórico.
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Aun así, el impulso que originó el “retorno de la cultura a un primer plano” no provino únicamente de la antropología. Un buen número de filósofos y científicos sociales influyeron en la dirección que adoptó este vuelco,4 aunque con enfoques muy diversos e importantes desacuerdos en cuestiones básicas. Por ello, no se puede hablar de una escuela, aunque sí se puede realizar un esfuerzo por señalar sus principales puntos en común.5
Pero, a pesar del impulso del “giro cultural”, desde finales de los noventa sus propios defensores advirtieron sus limitaciones. Ello los obligó a reconsiderar algunas certidumbres, concretamente a retomar la dialéctica entre estructura e interpretación (Maines 2000). Se admitió que contemplar la cultura pública como un conjunto de códigos lingüísticos compartidos reducía las prácticas culturales a una mera “lectura de signos”. Se había dado por sentado que éstas constituyen una parte de la disposición natural del mundo, ocultando que, en realidad, son formas históricamente creadas de “verlo” (Biernacki 2000, 293). “We argue that such an emphasis on codes glosses meaning by reducing culture to the operation of a fundamental structure enacted by historically situated actors engaged in public debate” (Battani, Hall y Powers 1997, 782).
Ante todo, se cuestionó si se podía seguir operando con las categorías de la teoría sociológica clásica. En palabras de Sewell: “There was more to life than the relentless pursuit of wealth, status, and power” (Sewell 1992, cit. en Bonnell y Hunt 1999, 7). Paralelamente, se desplazó el interés desde la estructura social a cuestiones relacionadas con los símbolos, rituales, discursos y prácticas culturales. Pero, además, recogiendo el énfasis semiótico del estructuralismo y el posestructuralismo, la cultura fue considerada como textual y representacional. En definitiva, las categorías sociales no se entienden como previas a la conciencia, la cultura o el lenguaje, sino dependientes de estos últimos.6
Incluso, quienes siguieron defendiendo un enfoque lingüístico (Fairclough 2006) reconocieron que la estructura sólo limita parcialmente a unos agentes que, de hecho, confieren textura a los textos y establecen relaciones entre sus elementos. Había que superar el nuevo dualismo creado entre lo textual y lo material, replanteando los problemas que suscita el análisis de unas culturas enraizadas en la acción social. Así, al ubicarlo en el seno de las prácticas sociales, el viejo problema de la construcción de significados se tornó más complejo. “Speech and action are no longer the surface manifestations of firmer, deeper, and more dependable foundational values. For values themselves are now said to be constructed in speech and actions” (Wuthnow 1992, 1).
A partir de lo anterior, los trabajos de los últimos veinticinco años7 comparten una definición mínima de cultura, entendida como conjunto de códigos o repertorios públicos comunes que intervienen en la capacidad de las personas de pensar y comunicar ideas. Las culturas, por tanto, son sistemas simbólicos compartidos por ciertos grupos o incluso por sociedades, pero, además, son también prácticas semióticas. Esta apuesta por unas ciencias sociales más “blandas” generó importantes dilemas epistemológicos y metodológicos, entre los que destacan la reconsideración de las relaciones entre cultura y estructura (Sewell 1992; Archer 1988) y una nueva evaluación de los estándares que permiten juzgar la interpretación de los significados (Biernacki 2012). Pero, sobre todo, situó en el centro de la investigación el análisis de las dimensiones culturales de la praxis social. Finalmente, todos estos rasgos permiten entender por qué dio lugar a un realineamiento de las disciplinas, al tiempo que una difuminación de sus fronteras.8
En consecuencia, se difundieron estudios empíricos que, en lugar de presumir la existencia de códigos de significados básicos, consideraron cómo los actores, enfrentados a cuestiones públicas, emplean una multiplicidad de significados a la hora de establecer sus interacciones. No se trataba ya de entender la puesta en práctica de una estructura cultural o de un sistema de códigos específicos, sino de analizar la diversidad de formas a través de las cuales los individuos y grupos recurren a distintos significados a lo largo de estos procesos, creando otros nuevos, reinterpretando los antiguos, e incluso equivocándose a la hora de emplearlos.9 En definitiva, este nuevo giro explica el énfasis en la “cultura en acción”, que dio lugar a un conjunto notable de investigaciones empíricas, en las que los discursos públicos siguen constituyendo una pieza clave del análisis. El cambio fundamental es que se
4 Entre ellos, destacan las aportaciones de J. Lacan (1999), J. Derrida (1984) y M. Foucault (1969), pero también los trabajos de R. Barthes (2009), P. Bourdieu (1985), M. Sahlins (1988), R. Williams (1981) y M. de Certeau (1999). 5 Para ello, seguimos a Wuthnow (1992) y Bonnell y Hunt (1999). 6 “Social categories only came into being through their expressions or representations” (Bonnell y Hunt 1999, 9). 7
Algunos de los más relevantes son los de Swidler (1986 y 2003), Wuthnow (1988), Wuthnow y Witten (1988), Bellah, Madsen y Sullivan (1985), Bellah (1992), Somers (1995 y 1999), Eliasoph (1998), Eliasoph y Lichterman (2003) y Sewell (1992 y 1999).
9 Véase, por ejemplo, la crítica de Battani, Hall y Powers (1997) a la perspectiva neodurkheimiana de Alexander y Smith (1993), quienes aplican un esquema de códigos binarios en su estudio de la cultura política estadounidense.
8 Sobre este punto, véase Sewell (1999).
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apuesta por una concepción dinámica y conflictiva de la elaboración de dichos discursos, así como de las formas en que son empleados por los actores.
It does not simply articulate a theme, but coaches that
Aun así, persiste buena parte de la indefinición conceptual, que es especialmente patente cuando se consideran aquellos términos que aluden a las dimensiones lingüísticas de las culturas: discursos, narraciones, relatos, textos... Con frecuencia, se reconoce su escasa teorización, y tampoco es infrecuente que en un mismo trabajo se empleen casi como sinónimos.
audience. (Wuthnow 1992, 10)
theme in a framework of parallels and contrasts, fra-
mes it within certain categories that deny others, and implies various relations between the speaker and an
Las investigaciones aplicadas han considerado el discurso público desde dos ópticas diversas. La primera lo entiende “desde arriba”: es aquel producido y transmitido por las élites y por los expertos; el que conforma los “marcos” de significado que operan en la opinión pública (Gamson y Modigliani 1989; Scheufele 1999; Schudson 1989). Se trata de la posición más difundida en los estudios de comunicación, pero también entre los herederos del neomarxismo (Somers y Block 2005).10 Los estudios abordan el papel del poder, la dominación y la hegemonía, incorporando también las reapropiaciones, transformaciones y resistencias de los actores a estos discursos.
Para avanzar en nuestro argumento, nos atreveremos a realizar una mínima aclaración sobre dichos términos. La pieza clave es, ciertamente, el texto; remite a la naturaleza lingüística de la cultura y, por tanto, a un científico social que desentraña los significados contenidos en él con las mismas técnicas del crítico literario. Aunque la referencia primera sean los textos escritos o hablados, el sesgo semiótico permite extender el concepto a otros elementos de la cultura: imágenes, gestos, música… Pero, frente al interés de los lingüistas por su estructura y contenido, los estudios sociológicos prestan mayor atención al mundo social que describe y a la relación entre ambos, texto y contexto. Por otra parte, enfatizan la complejidad de códigos, distinciones y normas, y el juego entre forma y contenido que permite que una declaración pública se articule con su entorno (Wuthnow 1992).
El análisis de contenido es la técnica predominante en estos trabajos, aunque progresivamente haya cobrado peso el recurso a técnicas retóricas. Así, los temas y argumentos de los discursos públicos constituyen el principal objeto de estudio. Para estas propuestas, además, las grandes ideologías —como el conservadurismo, el liberalismo o el socialismo— constituyen lenguajes compuestos por discursos específicos. A partir de aquí, la mediación de los discursos públicos por parte de los medios de comunicación y de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), los cambios de géneros y retóricas en la era de globalización, y su papel para generar o reproducir la desigualdad social —mediante el establecimiento de fronteras simbólicas—, aparecen como las principales cuestiones abordadas desde esta perspectiva.
A su vez, el término narración sugiere un tipo de texto en el que los acontecimientos están organizados en una secuencia, y configurados en una trama (Maines 2000). Son historias, trozos de discurso, que subrayan la centralidad del lenguaje literario en la propia actividad humana de dotar de significado al mundo que nos rodea (Polletta 2008). Admitir que en la acción se construyen narrativas para atribuir sentido a las prácticas sociales reafirma la conveniencia de recurrir a los conceptos acuñados por los críticos literarios; en concreto, a las normas inherentes a toda narración.
La segunda óptica de estudio, que podemos denominar ”desde abajo”, está estrechamente asociada con el concepto habermasiano de esfera pública, entendida como lugar de deliberación ciudadana en el que se construyen significados compartidos sobre temas de interés común. El discurso público aquí es un elemento central para la construcción de una cultura pública, y la principal pregunta a responder es:
Finalmente, un discurso es un texto que se expresa en público y, por lo tanto, presupone una audiencia. En suma, es un acto de comunicación en sentido estricto, por lo que hablar de discurso público sería redundante, ya que no cabría referirse a discursos íntimos o privados. Para el análisis sociológico, los discursos forman parte de las prácticas sociales, constituyendo modos de actuar, de representar, y modos de ser o identidades (Fairclough 2006). Al ser construcciones intencionadas, poseen reglas, instrumentos y estrategias específicos para cumplir su propósito:
How can we communicate with one another about the basic values, the collective symbols on which our society
rests, the goals and ambitions to which we aspire as a people? (Wuthnow 1992, 8)
10 Para una crítica de esta concepción “arriba-abajo”, véase el trabajo de Cramer (2004).
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Los análisis de la construcción de las culturas públicas insisten en su carácter dinámico y conflictivo, y su principal interés es considerar el modo en que operan los discursos en la construcción de representaciones comunes acerca de lo colectivo. Así, los discursos públicos son más que simples instrumentos de comunicación: son fundamentalmente textos simbólicos enraizados en el contexto social en el que operan.
des para articular los tres niveles de análisis que se desprenden de dicha asunción: a) los discursos producidos por las élites y los expertos, y su transmisión; b) su recepción por los ciudadanos y grupos sociales, sometida a diferentes mediaciones, resistencias y reapropiaciones; y c) la propia producción de nuevos y distintos discursos públicos por parte de estos últimos. En la medida en que se entiende que en los tres escenarios los discursos están indisolublemente vinculados a las prácticas sociales de los actores, desentrañar sus movimientos e influencias mutuas —de ida y vuelta— se convierte en una empresa extraordinariamente compleja.
Questions arise, therefore, about the internal contrasts that give structure to this language, about recurrent
scripts that familiarize arguments to the listeners, and
about the mechanism that allow speakers to leap from one script to another and either integrate or comparti-
Todos estos riesgos y complejidades son asumidos en distintos trabajos, cuyos autores plantean diferentes estrategias de indagación que les permitan “encontrar la cultura” en acción. Como veremos en el siguiente apartado, afrontan dicha empresa como una tarea en la que la renovación teórica y la metodológica están indisolublemente unidas. Todo ello, sin olvidar que el análisis cultural debe seguir esforzándose por responder a las preguntas centrales de análisis sociopolítico.
mentalize their arguments. (Wuthnow 1992, 11)
Al tiempo, esta segunda óptica sigue remitiendo a cuestiones centrales sobre la naturaleza de la vida política contemporánea. Por ello, no desaparece la preocupación por el poder y la dominación, ni por las mediaciones ejercidas por los medios de comunicación y las TIC. De aquí que incorporen el papel de las culturas públicas en la definición de las estrategias de acción de grupos y movimientos, así como en la reproducción, institucionalización o resistencias frente a la desigualdad social.
Buscando la “cultura en acción”
Los avances de estas propuestas de estudio de las culturas públicas frente a las primeras versiones del giro cultural son innegables. No obstante, junto a una cierta indefinición teórica y conceptual, comparten algunos problemas importantes que podemos resumir de forma muy breve. En primer lugar, el propio impulso que animó al “giro cultural” obliga a trabajar con una concepción muy laxa de lo público y de lo político. Ello no sólo es debido al reconocimiento de que en las sociedades contemporáneas las viejas fronteras entre lo público y lo privado, lo político y lo social, o el Estado y el mercado, son inadecuadas para ilustrar el funcionamiento rutinario de las sociedades y sus conflictos. A ello se suma la convicción de que no es posible trazar fronteras claras entre las culturas que se generan y operan en los ámbitos de las vidas cotidianas de los ciudadanos, y aquellas que afectan al ámbito de la vida pública. De aquí que sea inevitable trascender el ámbito de la vida política institucionalizada.
En la primera parte de este trabajo hemos situado los discursos públicos como elemento central del estudio de las culturas políticas. A partir de aquí, resulta necesario abordar de qué manera estos mapas conceptuales pueden convertirse en esquemas de trabajo empírico. Nos referimos al problema básico de convertir un planteamiento en una estrategia de investigación. Por ello, pretendemos ahora considerar algunas de las estrategias a través de las cuales convertir las culturas en una realidad más operativa, más tangible, con propósitos analíticos. Retomamos, así, la constatación de Ann Swidler con la que iniciamos nuestro texto: cómo encontrar la cultura seleccionando las instancias más apropiadas para examinarla y los modos más adecuados para interpretarla. Con el fin de ilustrar la diversidad de estrategias, nos centraremos en cuatro trabajos que consideramos especialmente significativos por el modo en que responden a los retos del nuevo análisis cultural. Consideraremos cómo, situando el foco analítico en la cultura en la práctica, resuelven de forma distinta las dificultades teóricometodológicas, al tiempo que incorporan en el centro de su mirada el análisis de los discursos públicos. Tres son las razones que nos llevaron a su elección. Ante todo, se trata de contribuciones ampliamente difundidas entre quienes trabajan en esta línea. En segundo lugar, las
Conventional political analysis should move beyond the
study of official rhetoric by looking at the ways in which it resonates (and, in the process, is transformed) in the everyday life of ordinary folks […]. (Auyero y Joseph 2007, 5)
Por otro lado, admitir que es inevitable incorporar la doble naturaleza del discurso público “desde arriba” y “desde abajo” conlleva enfrentarse a muchas dificulta-
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Finalmente, el texto de Ann Swidler, Talk of Love (2003) se toma como investigación de referencia sobre la cultura en la práctica. Al estudiar la cultura del amor de la clase media estadounidense, la autora examina cómo las personas “usan” la cultura para interpretar el mundo que las rodea y para desarrollar y justificar sus propias estrategias de acción. Se trata del concepto más sensible a la acción de todos los propuestos, llevando al extremo la concepción utilitaria de la cultura como “caja de herramientas”. A través de un caso enormemente original, el amor, explora dimensiones de la cultura que van mucho más allá del mismo para adentrarse en las relaciones entre la estructura y la agencia. Además, evidencia el gran potencial de las biografías como estrategias de captura de narraciones que, siendo aparentemente personales, están atravesadas por las lógicas y los contenidos discursivos de lo público.
cuatro son investigaciones aplicadas; son estudios de caso en los que, sin embargo, el papel de la reflexión teórico-metodológica es muy significativo. Por último, hemos aplicado un criterio de heterogeneidad. Los casos que analizan son muy dispares y, además, pueden entenderse como ejemplares, en la medida en que apuestan por diferentes estrategias de análisis. La primera obra elegida es Domination and the Arts of Resistance (1990), de James Scott, quien se aproxima al papel de la cultura en las estructuras, los procesos y las relaciones de clase. Su principal argumento es que la resistencia de los desposeídos, de quienes carecen de poder —que en contadas ocasiones genera acción o violencia colectivas—, es mucho más perceptible en sus prácticas cotidianas. El análisis de las relaciones de dominación en el ámbito de la vida del día a día permite establecer que, aun legitimando en el discurso y la práctica públicos el orden de dominación, la resistencia se produce a través de prácticas y discursos “ocultos” que se generan en el ámbito de la “infrapolítica”. Se trata de un trabajo representativo de la relación entre los discursos “desde arriba” y “desde abajo”, que incorpora el papel mediador de los medios de comunicación y de la cultura popular. Examinarlo nos permite, además, considerar cómo se reformulan dos cuestiones clásicas: la relación cultura/ ideología y la hegemonía cultural.
El discurso en movimiento, la cultura en acción El primer rasgo de la visión compartida por estos cuatro trabajos, aparentemente tan dispares, es que incorporan una concepción matizada de la dimensión lingüística de la cultura y, por lo tanto, de los instrumentos para aprehenderla. Así, los conceptos de discursos y narrativas desbordan los límites del lenguaje verbal o escrito para aplicarse a una amplia gama de formas que enmarcan las acciones individuales y colectivas (Battani, Hall y Powers 1997; Alexander y Smith 1993; Swidler 2003).
Para incorporar la concepción de cultura entendida como conjunto de códigos simbólicos y lingüísticos compartidos, y representaciones de la realidad, nos basaremos en el trabajo de Robin Wagner-Pacifici y Barry Schwartz, The Vietnam Veterans Memorial: Commemorating a Difficult Past (1991). Este extenso estudio de caso reconstruye el proceso de construcción de un monumento conmemorativo de la guerra de Vietnam. Centrándose en el campo discursivo que generó una decisión políticamente controvertida, examina cómo visiones sociales contrapuestas articularon estas ambivalencias al poner en acción memorias diferenciadas sobre el propio acontecimiento histórico.
Pero, además, la cultura es una práctica, por lo que la “cultura en acción” está “situada”; es decir, debe aprehenderse en procesos sociales que ocurren en contextos específicos (Silbey 2010). Ello explica, en concreto, sus evidentes puntos de contacto con la etnografía política y el recurso al “truco” de Howard Becker, en virtud del cual “things are just people acting together” (1998, 46) y “everything has to be someplace” (1998, 51). Una argucia que conduce necesariamente a espacios y lugares significativos en los que individuos y grupos utilizan la cultura de forma diversa.
Encounters with Unjust Authority (1982) de William Gamson, Bruce Fireman y Steven Rytina es un trabajo paradigmático de la comprensión goffmaniana sobre la escenificación de la cultura. Aplicando una técnica experimental de producción del discurso —someter a grupos a situaciones de injusticia “artificialmente” creadas—, los autores captan, en la interacción “cara a cara”, el modo en que se generan y negocian nuevas definiciones de lo legítimo y lo ilegítimo, y se improvisan estrategias de acción individual y colectiva en respuesta a elementos estructurales.
Scott trata de comprender el modo en que las relaciones de poder son visibles y afectan al discurso, en la medida en que están vinculadas a espacios concretos de resistencia. Al centrarse en el poder, suscita un dilema metodológico fundamental: ¿cómo captar dichas relaciones cuando quienes carecen de él —los subordinados— expresan públicamente discursos de sometimiento? En esta disyuntiva, puede que el discurso público no sea la instancia más apropiada para examinar la dominación y
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la resistencia. Su estrategia traslada el análisis al espacio de la “infrapolítica”, y busca la cultura allí donde se cruzan la dominación y la resistencia. Así, define el “guión público”11 como el conjunto de interacciones visibles entre subordinados y dominadores, al que se adhieren los primeros abiertamente, por medio de representaciones que evidencian de manera convincente la hegemonía de las culturas dominantes. En este sentido, argumenta, cuanto más fuerte sea la dominación y más amenazante el poder, mayores serán la representación pública y la adhesión al discurso dominante: “the more menacing the power, the thicker the mask” (Scott 1990, 3).
colectiva? ¿Cómo se genera el consenso sobre un monumento que rememora un pasado políticamente controvertido y moralmente cuestionable? Al responder a ambas preguntas, el trabajo plantea una concepción de lo social y de la cultura más “plural” que la dualidad de Domination —discursos desde arriba vs. discursos desde abajo—, que incluye un amplio conjunto de actores y niveles en la construcción de la memoria. Su principal aportación metodológica es buscar la cultura allí donde se evidencia su carácter conflictivo: en su enraizamiento en las estructuras sociales, en los entramados institucionales, en las prácticas sociales y en los universos simbólicos de grupos sociales, políticos y expertos. Su estrategia consiste en construir un caso en profundidad con el fin de elaborar, siguiendo a Geertz (1990), no una codificación de regularidades sino una “descripción densa”, rastreando las trayectorias sociales, políticas y culturales de la negociación que generaron dicho monumento. Este proceso demuestra la naturaleza conflictiva de la cultura y de los productos culturales, y cuestiona el carácter consensual atribuido por Durkheim (2007) a los mismos.
Pero en este “teatro” se escenifica también el “guión oculto”, constituido por los discursos y prácticas producidos “entre bambalinas”, de manera encubierta y fuera de la observación directa de los poderosos. Los discursos y prácticas que genera este guión son específicos y dependientes del contexto y de los actores, y, además, están dirigidos a una audiencia diferente.12 Scott discute, pues, la concepción marxista clásica de la dominación y la resistencia, según la cual los discursos y narrativas hegemónicos generan la aquiescencia social (Gramsci 1977), por lo que el peso de la estructura constriñe cualquier estrategia de acción o inacción. Por el contrario, su aportación abre el concepto de cultura a un mayor peso de la acción social y a la capacidad de los actores para desarrollar sus propias estrategias:
Este caso-proceso “aísla” y reconstruye la dinámica de una negociación multidimensional en torno a la propia conmemoración, que pone en juego concepciones e intereses distintos. Este “acto de memoria” es inevitablemente conflictivo porque los monumentos conmemorativos:
[...] to the degree structures of domination can be
demonstrated to operate in comparable ways, they
[…] are not self-created; they are conceived and build by
of resistance that are also broadly comparable. Thus,
people that others are more inclined to forget [...]. To
will, other things equal, elicit reactions and patterns
those who wish to bring to consciousness the events and
slaves and serfs ordinarily dare not contest the terms
understand memorial making in this way is to unders-
of their subordination openly. Behind these scenes,
tand it as a construction process wherein competing
though, they are likely to create and defend a social
“moral entrepreneurs” seek public arenas and support
space in which offstage dissent to the official transcript
for their interpretations of the past. These interpreta-
of power relations may be voiced. (Scott 1990, 11)
tions are embodied in the memorial´s symbolic structure. (Wagner-Pacifici y Schwartz 1991, 382)
En una línea bien distinta, el proceso de creación y recepción pública del “Vietnam Veterans Memorial” (Washington D.C., 1982) sirve también a Wagner-Pacifici y Schwartz, para teorizar sobre la incorporación de los marcos dominantes. ¿Cómo se construye la memoria
Pero además, las interpretaciones sobre el pasado —dominantes o conflictivas— se materializan en objetos culturales concretos y en las estructuras simbólicas que éstos adoptan. El método que emplean se centra en reconstruir lo que dicho objeto representa. Volviendo a Becker, podemos decir que recurren al truco de buscar en el objeto: “all the traces of how it got the way, of who did what so that this thing should now exist as it does” (Becker 1998, 50).
11 Scott no utiliza el término “discourse” sino “transcript” (transcripción); un concepto que remite a la idea de texto, sobre la que ya hemos reflexionado. Nosotras lo hemos traducido como “guión”.
Así, el esfuerzo por conectar objetos culturales con experiencias personales permite “decodificar” la construcción social de sus significados. Ello se realiza mediante
12 El concepto “discurso oculto” o “discurso encubierto” es, sin duda, una aportación fundamental al análisis del discurso “desde arriba”, toda vez que los estudios de la hegemonía y la ideología dominante se han centrado en las relaciones formales y oficiales.
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una etnografía que descubre las “estructuras conceptuales que informan los actos de los sujetos” (Geertz 1990, 27): un análisis del discurso sensible a la inscripción de significados verbales y visuales del monumento y sus alrededores, así como al debate y los gestos sociales que lo constituyen e interpretan en el espacio y en el tiempo. Se trata de un proceso colectivo de creación cultural que, a partir de elementos estructurales (géneros, discursos oficiales, diseños institucionales…), es apropiado, negociado y empleado por múltiples agentes. Pero es también un proceso político que implica visiones y demandas conflictivas en un contexto concreto. La producción colectiva del significado conmemorativo logra que la guerra menos prestigiosa, más controvertida y más disputada en Estados Unidos tenga el monumento más visitado y más “usado” creativamente por los ciudadanos. Ello evidencia que las múltiples capas de discursos y prácticas reposan sobre una red de interacciones; su capacidad para lograr la conmemoración de un acontecimiento histórico concreto descansa en las interacciones sociales con el propio monumento y su contexto. Así, este estudio de caso revela la conjunción de voces y prácticas que —a partir de esquemas, marcos culturales, géneros y objetos culturales dados— construyen la memoria y, con ella, parte fundamental de la cultura política.
emergen los discursos y prácticas de la resistencia cotidiana (sobre los que hemos reflexionado con Scott). Y a pesar de que la mayor parte de éstos son individuales, contribuyen a crear “subculturas” de resistencia que generan contextos favorables a la acción colectiva. ¿Cómo captarlas? En Encounters, su estrategia consiste en analizar “encuentros”13 —situaciones en las que se expone a las personas a escenarios evidentes de injusticia social—, entendidos como parte de los procesos de la conciencia social y la conciencia política, desde los cuales se dibujan eventuales líneas de respuesta y acción. Las “definiciones legítimas” —o “marcos legítimos”— a partir de las que los individuos se topan con las autoridades pueden ser desafiadas por “nuevas definiciones”. Éstos son los procesos que se trata de captar: el modo en que, en momentos concretos, se rompe la hegemonía del marco legítimo y los “resistentes” tienen que adoptar un enfoque alternativo. Para ello, la investigación crea situaciones de injusticia de manera artificial. Así, los sujetos de estudio se someten a un verdadero experimento que los sitúa frente a unas circunstancias injustas y autoritarias. Con ello, se comprende cómo se rompe la legitimidad del marco consensuado y se abre un proceso de definición de lo injusto y de reacción, sometimiento o pasividad ante el mismo.14
Pero las prácticas y los discursos también pueden buscarse en el nivel microsocial, como muestra el trabajo dirigido por Gamson, retomando la tradición interaccionista y dramatúrgica de Goffman (2006). El ámbito de la acción política está repleto de encuentros “cara a cara” en los que se generan intercambios simbólicos y discursos. El análisis dramatúrgico ayuda a comprenderlos, al desentrañar los microeventos en los que las personas cuestionan el sentido común y los consensos sobre la política, y al descifrarlos atendiendo al papel mediador de los medios de comunicación en la definición de las realidades políticas (Gamson 1985). Si los individuos son “procesadores activos” que decodifican la realidad de modos distintos, conocer el proceso de decodificación es fundamental para entender las culturas políticas.
La cultura política, en el juego entre estructura y agencia La segunda cuestión recurrente en nuestros cuatro trabajos deriva de una concepción dinámica de la construcción de las culturas en las prácticas sociales. En la medida en que la cultura da forma al mundo que nos rodea, y contribuye a definir las posibles líneas de acción de los actores, es imprescindible volver a indagar sobre las relaciones entre estructura y agencia.
13 El término “encounters” es tomado del lenguaje de Goffman. Alude a la producción de sentido en los episodios de interacción microsocial. Sin embargo, en el trabajo de Gamson adquieren una especial connotación de confrontación a partir de la cual se rompen y redefinen las realidades sociales. Lo traducimos por “encuentros” recuperando el legado de estos autores.
Se trata, pues, de aproximarse al proceso por el cual los individuos y grupos sociales elaboran sus propios marcos de significado, desarrollando sentimientos de injusticia y estrategias de acción conjunta sobre cuestiones y situaciones políticas específicas. Uno de sus argumentos fundamentales es que, aun siendo fuertes las fuerzas culturales que inhiben la aparición de sentimientos e impulsos para actuar, el individuo no es tan pasivo como los argumentos más convencionales sugieren. En el espacio mayoritario entre la pasividad y la rebelión
14 El método sigue los experimentos de los psicólogos sociales Milgram (1974) y Zimbardo (1972) sobre la autoridad y la obediencia. Se idean situaciones forzadas en las que se configura un sistema de autoridad y se implica a individuos que han decidido cooperar voluntariamente en la investigación. Los participantes, supervisados por un controlador, deben juzgar una situación concreta. En el curso de los acontecimientos, las condiciones se transforman y los participantes se enfrentan a una supervisión injusta y autoritaria. Esta situación prefabricada permite observar cómo en el proceso de interacción individual y colectiva se produce el acatamiento o la deslegitimación de una “autoridad injusta”.
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A partir de aquí, las distintas estrategias adoptadas se diferencian, primero, por el grado de agencia que se concede a la cultura (a los marcos culturales, a los discursos). Y, en segundo lugar, discrepan también sobre el peso concedido a los elementos estables, duraderos, de las culturas. Éste es mayor en los trabajos de la corriente neodurkheimiana, frente a la mayor flexibilidad y variación de aquellos que entienden las prácticas sociales en términos de “bricolaje cultural”. Si, como hemos visto, los individuos no son pasivos ni siquiera en condiciones de dominación extrema, es en los espacios y momentos en los que emergen los discursos y prácticas de la resistencia cotidiana (Scott 1990; Auyero y Joseph 2007) en donde se comprueban el procesamiento activo de la cultura y los distintos modos en los que los individuos la decodifican, se apropian de ella, la movilizan, y la vinculan a sus experiencias (Swidler 2003, 5).
práctica. Por esta razón, el mejor modo de observarla como repertorio15 es examinando situaciones en que se movilizan distintas partes del mismo a la vez. El trabajo es ilustrado combinando narraciones de los entrevistados sobre el romance, el matrimonio y el divorcio, con el fin de argumentar que la cultura opera dando forma a cómo se entiende el amor. Se examina la manera en que las personas usan distintos significados, aparentemente contradictorios, para comprender e interpretar sus propias situaciones: se invocan mitos e imágenes de Hollywood, a la vez que expresan una imagen escéptica del ideal romántico; se recurre al imaginario colectivo de una “historia del ideal del amor”, y al tiempo, a visiones alternativas mucho más realistas y prosaicas. La naturaleza contradictoria y conflictiva del repertorio confirma que es posible pensar y actuar de manera dual (mítica y prosaica). Al considerar los argumentos, más o menos razonados, que elaboran los entrevistados, los descubre trabajando sobre sus repertorios, probando distintas lógicas y preocupándose poco sobre la coherencia de los mismos. Porque un repertorio cultural:
En este mismo sentido, predomina también una concepción compleja de los marcos culturales que subraya la inevitable innovación y los cambios sufridos, en la medida en que son empleados por actores muy diversos que deben enfrentarse cotidianamente a entornos cambiantes y a problemas complicados. Aunque no se abandonan los elementos más estables de las culturas —claramente perceptibles, por ejemplo, en el peso de las memorias compartidas y en el recurso a géneros narrativos establecidos—, se enfatizan los usos inéditos que hacen los actores de los viejos y nuevos elementos culturales y las contradicciones con las que los emplean. En consecuencia, la innovación y el cambio predominan frente a la tradicional concepción de la consistencia y perduración de las culturas políticas, porque “There are not simply different cultures: there are different ways of mobilizing and using culture, different ways of linking culture to action” (Swidler 2003, 23).
[…] allows people to move among situations, finding terms in which to orient action within each situation. At the same time, cultural imagery is used somewhat
the way bats use the walls of caves for echolocation. Bats know where they are by bouncing sounds off the objects around them. Similary people orient themselves partly
by bouncing off the cultural alternatives made apparent in their environments. (Swidler 2003, 30)
El repertorio cultural de los individuos incluye un conjunto de opciones con las que trabajan mediante ensayos y errores. Unas funcionan y otras no; pero todas “rebotan” en las estructuras culturales del ambiente generando nuevos significados. Ello es perceptible también en el proceso de construcción del monumento de Vietnam. Entre los resultados de las interacciones sociales y las reacciones públicas que generó su creación reside la propia “negociabilidad” del género conmemorativo. El hecho de que la esencia del monumento estuviera en debate —¿para qué
Talk of Love es interesante porque su concepto de la cultura es flexible y abierto. Swidler se aproxima al modo en que un grupo concreto —la clase media estadounidense— piensa y habla del amor. Y lo hace con el propósito de explorar cómo funciona “de facto” la cultura cuando las personas la llevan al centro de sus experiencias cotidianas, y el modo en que la conectan con la acción; cómo argumentan y usan sus ideas del amor cuando tratan de resolver problemas concretos. En definitiva, se trata de comprender no sólo “qué” piensan del amor sino “cómo” lo hacen. Este planteamiento, eminentemente práctico, lleva al postulado de que la cultura es diversa en su contenido y en el modo de ponerla en
15 El concepto repertorio ha sido ampliamente utilizado en las ciencias sociales para referir al conjunto —el stock— de conocimiento disponible. En concreto, es muy frecuente en la literatura sobre movimientos sociales, siguiendo a Tilly. Para éste, el término alude “al conjunto de medios que un grupo tiene para hacer visibles demandas de distinta naturaleza sobre distintos grupos de individuos” (Tilly 1993, 265). El uso particular de Swidler remite al carácter diverso y utilitario de la cultura. La cultura es como una “caja de herramientas” que los individuos usan en determinadas situaciones y de distinta manera. Este enfoque confiere a los actores una mayor autonomía.
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debe servir?, ¿cómo puede conmemorar y unir en torno a un pasado entendido de manera conflictiva?—, y con ella, los elementos duraderos y estables de las culturas, permite transponer la lógica de Swidler e interpretar cómo el género conmemorativo se reinterpreta en función de los intereses y usos de los actores sociales.16
mento tangible; 4) un profundo debate sobre diseños de monumentos alternativos y no tradicionales por parte de una Comisión de Bellas Artes; 5) la modificación de este diseño alternativo para incluir elementos tradicionales; 6) la extraordinaria —y no esperada— reacción pública al monumento; y, finalmente, 7) la controversia, vigente diez años después, sobre su futura modificación.
Buscar el discurso en momentos de conflicto o “allí donde no pasa nada”
En definitiva, lo que comenzó como un discurso “desde arriba” terminó convirtiéndose en un monumento negociado a través de las prácticas, en cuya estructura simbólica están materializadas las diferentes interpretaciones que entraña. Sólo a través del examen de todo el proceso es posible comprender la compleja relación entre dicha estructura simbólica y los valores y memorias que suscita el recuerdo de la guerra.19
Tratando de mantener nuestro esfuerzo de síntesis, podemos decir que, además de privilegiar el análisis de las prácticas y de enfatizar el vínculo dinámico entre la estructura y la agencia, existe otra estrategia clara para analizar empíricamente la cultura: ésta se busca en momentos de crisis, allí donde hay un claro conflicto —visible o no tanto—, e incluso en momentos de intenso debate público.
Otra posibilidad es provocar una crisis, un conflicto, por medio de un experimento. Como ya hemos constatado, ésta fue la elección de Gamson y de su equipo, quienes recuperaron una técnica de análisis muy poco utilizada en el reciente análisis sociopolítico, pero con una larga historia en la investigación social aplicada. El experimento está destinado a provocar un conflicto que quien participa no puede evitar. En este caso, se crea una situación ficticia, pero extrema, en la que éste se ve obligado a poner en juego sus propias concepciones de justicia y de autoridad. El entorno controlado del “laboratorio” permite analizar con extremado detenimiento las distintas formas en que las personas se enfrentan al conflicto a través de sus reacciones, resistencias y discursos. El foco analítico se centra en una situación en la que los actores entran en un conflicto de definiciones de la realidad, y estudia cómo en dicho proceso definen estrategias de acción individual y colectiva (aceptación, evasión, disenso, resistencia o lucha). En la microinteracción contenciosa entre estructuras injustas e individuos activos, se encuentran los elementos fundamentales de la cultura política “practicada”.
En la medida en que se delimiten con precisión la génesis, el desarrollo y el desenlace de un conflicto, la investigación podrá seguir con mucho detalle la evolución de los debates, las voces —armónicas o cacofónicas— de los distintos actores implicados, las etapas del conflicto, sus puntos de inflexión y la huella que deja su desenlace. Quizá esta opción sea la más efectiva para captar el complejo juego de interrelaciones de los tres niveles del discurso público mencionados en páginas anteriores (el discurso “desde arriba”, el discurso “desde abajo” y sus mediaciones). Ésta es la elección realizada en The Vietnam Veterans Memorial, que analiza el proceso de producción y desarrollo del debate en el momento y lugar concretos en los que adquirió especial significación.17 Por medio del caso —que podemos llamar extenso (Burawoy 1998)—, se capta la dimensión diacrónica que se perdería recurriendo a métodos tradicionales,18 a través de siete fases definidas por una actividad en la que concurren diferentes individuos e instituciones: 1) la decisión del Pentágono de poner una discreta placa en el cementerio de Arlington; 2) la actividad del Congreso que culmina en una “semana de los veteranos” y una serie de programas de ayuda a los mismos; 3) la generación del concepto “excombatiente de Vietnam” y la propuesta de un monu-
No obstante, hay también un conjunto de trabajos que buscan la práctica de la cultura política lejos del ámbito público, y se centran en las experiencias cotidianas de la gente común, pero, sobre todo, allí donde aparentemente no ocurre nada. Aquí, el recurso al estudio de caso se combina con el renacer de la etnografía política (Cefaï et al. 2012; Auyero y Joseph 2007). Esta opción puede pare-
16 Los significados atribuidos al monumento y al propio género son diferentes, según se analicen los discursos oficiales, las noticias en los medios de comunicación, los mensajes individuales que los visitantes del monumento —familiares de caídos, quizá— dejaban allí, o los propios objetos culturales (banderas, objetos privados, souvenires, postales…) de los curiosos.
19 Entre las técnicas concretas con las que trabajan para construir el caso están la descripción etnográfica densa, el análisis del discurso sensible a la inscripción de significados o la comparación sistemática con procesos similares.
17 Esta misma estrategia aparece en los trabajos de Battani, Hall y Powers (1997) Polletta (2008) y Robinson (2008). 18 Encuestas, entrevistas o grupos de discusión.
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cer más arriesgada o, incluso, a primera vista, más desconcertante, pues se opta por alejarse lo más posible de cualquier tipo de conflicto o debate, y también de las esferas de lo público o de lo político.
análisis de las culturas políticas y, además, ha seguido el impulso que provocó el “giro cultural” de las ciencias sociales, al tiempo que ha asumido la necesidad de superar los problemas y limitaciones de dicho movimiento. Estamos convencidas de que este ejercicio es valioso porque puede contribuir a establecer algunos elementos de una agenda de investigación, en un campo relevante para comprender la naturaleza y las transformaciones de la vida política contemporánea.
El hilo conductor de todo el trabajo de Scott es preguntarse por lo que ocurre cuando aparentemente no existe nada más que una dominación extrema. Es decir, en aquellos casos que el análisis político convencional consideraría como ejemplos máximos del triunfo de un único discurso dominante y hegemónico. Pero la apuesta de Swidler es, aun si cabe, más radical, en la medida en que entiende que el estudio de las concepciones y los discursos sobre el amor —una cuestión en principio estrictamente confinada en el ámbito privado— le permite seguir avanzando en su larga línea de trabajo sobre “la cultura en acción”. La apuesta de ambos autores se traduce en una búsqueda de lo que Scott denomina “infrapolítica”. Observan lo que ocurre entre bambalinas, haciendo hincapié en el juego de espejos y en las prácticas de ocultamiento y de disfraz. Ello les lleva a centrarse en narraciones y prácticas sociales alejadas de los ámbitos clásicos de la vida pública. Y, así, también han venido trabajando más recientemente los “nuevos” enfoques etnográficos de la vida cotidiana (Polletta 2008; Cramer 2004; Auyero y Joseph 2007), tratando de extraer de lo más micro regularidades en el modo en que la cultura entra en acción y es apropiada y negociada en la vida común de las personas. Personas que, como los murciélagos de Swidler, hacen rebotar sonidos contra los elementos estructurales de la cultura para ensayar lo que funciona y lo que sirve para sus estrategias cotidianas individuales y colectivas. Por esta razón, lo político puede ser también abordado examinando las experiencias cotidianas:
Recordemos brevemente que las cuatro investigaciones en las que nos hemos centrado emplean una concepción de cultura que busca matizar el determinismo introducido por el anterior sesgo lingüístico. Ciertamente, los discursos y narraciones siguen ocupando un lugar central, pero se amplía el significado de dichos conceptos y se flexibilizan los esquemas analíticos con los que se abordan. Por otra parte, la cultura se busca siempre “en la práctica”; es decir, el objeto de estudio son los múltiples actores que, insertos en situaciones y contextos complejos y constreñidos por factores estructurales, operan con marcos culturales de manera dinámica, flexible, e incluso contradictoria. De ahí el énfasis en los procesos de innovación y de “bricolaje” cultural. Bajo la diversidad de nuestros cuatro estudios de caso, o precisamente por ella, pensamos haber hallado estrategias significativas de análisis; “pistas” que contribuyen a dibujar una agenda de investigación. A partir de un factor en común —la exigencia de captar la cultura “en acción”—, son tres las estrategias que hemos identificado en nuestro análisis. La primera de ellas, es que se trabaja siempre con una cultura “situada”, enraizada en contextos y situaciones específicos. Existen, al menos, tres formas de concretar esta dimensión. En primer lugar, el modo en el que se practica la cultura está indisolublemente asociado a los espacios en los que se desarrollan las vidas de los actores. Por consiguiente, se presta atención a los lugares físicos, visibles, de la cotidianeidad, pero también a los de la vida pública institucional. Pero, además, se consideran los espacios ocultos —entre bambalinas— alejados del poder y de la dominación: los lugares de la “infrapolítica”. En segundo lugar, las culturas se ubican en el seno de controversias particulares sobre cuestiones relevantes para la comunidad, en las que se encuentran implicados un buen número de actores. Finalmente, prestar atención a las formas singulares con las que ponen en escena —se representan— los marcos culturales permite también mantener el vínculo entre las culturas y los espacios de la vida social.
Ethnography […] is useful for understanding how
political hegemony is constructed, challenged, and reconstructed, how political habits are constructed, how activists make (or fail to make) choices, how “culture” enables and constrains individual and collective actions, how party or social movement politics
connect (or disconnect) from everyday life, and so on. (Auyero y Joseph 2007, 6)
Avances para una agenda de investigación El propósito de nuestro trabajo ha sido examinar el modo en que, a lo largo de algo más de dos décadas, se ha desarrollado una sociología aplicada de los marcos culturales de lo político. Entendemos que este esfuerzo ha tenido lugar sobre la quiebra de los modelos clásicos de
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La segunda estrategia que hemos reconocido, es la búsqueda de los momentos y situaciones en los que se encuentran la estructura y la agencia, siempre desde una perspectiva dinámica que recalca la flexibilidad y variación de los marcos culturales, frente a la vieja concepción de la persistencia y resistencia al cambio de las culturas. Se trata, pues, de estudiar las intersecciones entre las constricciones estructurales, los discursos “desde arriba” —que transmiten marcos culturales hegemónicos— y las elaboraciones que se producen “desde abajo” —definidas por negaciones, cambios de significado, innovaciones y, por qué no, contradicciones—. Sin duda, es una opción con muchos puntos de contacto con el método del caso extendido de Burawoy (Eliasoph y Lichterman 1999), que, en la práctica, exige examinar minuciosamente los procesos a través de los cuales los actores piensan/conciben una situación concreta, la hablan/narran, le confieren significado y, por último, actúan/se abstienen de hacerlo.
que capten las prácticas y reapropiaciones que realizan las personas comunes —observación participante, entrevistas en profundidad, experimentos, etcétera—. Esta flexibilidad a la hora de manejar todo tipo de fuentes disponibles se ve atemperada, sin embargo, por una cierta cautela a la hora de emplear las técnicas clásicas del análisis cualitativo (entrevistas en profundidad y grupos de discusión o focales). La exigencia de aprehender los discursos y las representaciones en el seno de los contextos y situaciones en los que se producen explica la frecuente utilización de técnicas etnográficas.20 Al tiempo, persiste la prevención del análisis cultural frente a las técnicas cuantitativas, aunque no es infrecuente su empleo a la hora de estudiar los elementos del contexto.21 En todo caso, la multiplicidad de fuentes y de técnicas es perfectamente compatible con el rigor metodológico y con el esfuerzo teórico que hemos tratado de ilustrar en las páginas anteriores.
De las dos estrategias mencionadas, se desprende una tercera, que remite a la elección del caso por analizar. Consiste, a nuestro entender, en situarse en dos posiciones extremas especialmente apropiadas para “encontrar” la cultura. O bien se busca allí donde se produce una controversia pública significativa —provocada o no por el investigador— en la que se cuestionan elementos clave, que se dan por sentados, de un determinado marco cultural. O bien se opta exactamente por lo contrario: se escogen espacios en los que parece no suceder nada y, además, supuestamente alejados de la vida pública. De ahí, que se analicen los espacios de lo cotidiano o de los estilos de vida, en los que se cuestiona la tradicional delimitación entre lo público y lo privado.
Las estrategias de análisis que hemos identificado en nuestro trabajo deben entenderse como elementos de una agenda de investigación que, con dificultades y desde una posición periférica frente a las corrientes dominantes, está contribuyendo al fortalecimiento de una perspectiva cultural del análisis sociopolítico. Ciertamente, la mayor parte de los trabajos hasta ahora publicados se limitan al ámbito anglosajón, pero confiamos en que vayan adquiriendo mayor presencia en las ciencias sociales iberoamericanas (Auyero y Joseph 2007; García 1990).�
Referencias
Estas tres estrategias metodológicas implican también recurrir a ciertas técnicas de análisis y olvidar —o rechazar— otras. Nuestros cuatro trabajos optan por distintos tipos de estudio de caso (Ragin y Becker 1992), pero en todos ellos el análisis microsociológico es compatible con la pretensión de “extender” el caso no sólo a otros similares sino, esencialmente, a la reflexión teórico-metodológica. Además, la centralidad de los discursos y prácticas sociales justifica emplear todas las fuentes capaces de proporcionar información relevante sobre los casos. Recurren, así, a cualquier tipo de medio o documento que permita captar discursos y representaciones en los múltiples lugares en los que se desarrolla el caso analizado. Por lo tanto, recogen los discursos de la cultura hegemónica —noticias de prensa, discursos políticos, literatura técnica, etcétera—, los textos que generan estos marcos culturales en la práctica —literatura de ficción, cuentos populares, chistes, canciones, películas, etcétera— y, para finalizar, emplean técnicas
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Encontrar la cultura: estrategias de indagación para el análisis sociopolítico Laura Fernández de Mosteyrín, María Luz Morán
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Relaciones entre dispositivos administrativos y arreglos familiares en la gestión de la infancia “con derechos vulnerados”. Una aproximación etnográfica* Agustín Barnav Fecha de recepción: 20 de septiembre de 2013 Fecha de aceptación: 28 de enero de 2014 Fecha de modificación: 30 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.08
RESUMEN Este artículo se enmarca en una investigación etnográfica que indaga en torno a procesos de intervención social sobre la infancia “con derechos vulnerados” en un dispositivo estatal en la conurbación de Buenos Aires (Argentina). Focalizo en las actuaciones de los agentes institucionales y en sus interacciones con los “beneficiarios”, que configuran la dimensión más cotidiana de la “política de protección integral de derechos de la infancia”. Exploro aquí algunas implicancias de las renovadas configuraciones que asumen las relaciones entre los dispositivos administrativos y las familias y adultos “responsables” del entorno cercano de los niños. Esta reconfiguración se caracteriza por una complementariedad asimétrica entre administradores y administrados que resulta constitutiva de los modos de gestión de la infancia en la contemporaneidad.
PALABRAS CLAVE Gestión de la infancia, derechos del niño, etnografía del Estado.
Relations between Administrative Measures and Family Arrangements in the Management of Children “with Violated Rights”. An Ethnographic Approach ABSTRACT This article is part of an ethnographic study that explores processes of social intervention relating to children “with violated rights” in a state device in the metropolitan area of Buenos Aires, Argentina. I focus on the actions of institutional agents and their interactions with the “beneficiaries”, which constitute the most common dimension of the “policy of comprehensive protection of the rights of children”. Here I explore some implications of the new forms of relations between the administrative devices and the families and adults “responsible” for the children’s immediate environment. This reconfiguration is characterized by an asymmetric complementarity between administrators and those they administer to, which is constitutive of the modes of managing childhood in contemporary times.
KEY WORDS Management of childhood, children’s rights, ethnography of the state. *
Este artículo se origina en el marco de la investigación doctoral inscrita en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, con financiamiento del Conicet, titulada: “La construcción de la niñez entre lo local, lo global y la política. Una etnografía sobre procesos de institucionalización de los derechos del niño en contextos de desigualdad social”. El proyecto es dirigido por Laura Santillán y codirigido por María Rosa Neufeld. Una versión preliminar de este artículo fue presentada como ponencia en las 3ras Jornadas “Estudios sobre infancia. Vida cotidiana, saberes y políticas públicas en Argentina y Latinoamérica (1880-2010)”, en Buenos Aires, en noviembre de 2012, bajo el título “La ley interpelada: narrativas hegemónicas y prácticas cotidianas en la gestión de la niñez”. v Magíster en Diseño y Gestión de Políticas y Programas Sociales por Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Argentina. Actualmente se encuentra finalizando el doctorado en Antropología Social en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Miembro del Grupo de Trabajo de CLACSO “Juventudes, Infancias: Políticas, Culturas e Instituciones Sociales en América Latina y el Caribe”. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Los derechos del niño. Un campo en disputa. Boletín de Antropología y Educación 4, n° 5 (2013): 21-25. Correo electrónico: learco@gmail.com
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Relações entre dispositivos administrativos e arranjos familiares na gestão da infância “com direitos vulnerados”. Uma aproximação etnográfica RESUMO Este artigo se enquadra numa pesquisa etnográfica que indaga sobre processos de intervenção social sobre a infância “com direitos vulnerados” num dispositivo estatal na conurbação de Buenos Aires (Argentina). Enfoco nas atuações dos agentes institucionais e em suas interações com os “beneficiários”, que configuram a dimensão mais cotidiana da “política de proteção integral de direitos da infância”. Exploro aqui algumas implicâncias das renovadas configurações que assumem as relações entre os dispositivos administrativos e as famílias e adultos “responsáveis” pelo ambiente próximo das crianças. Essa reconfiguração se caracteriza por uma complementariedade assimétrica entre administradores e administrados que acaba sendo constitutiva dos modos de gestão da infância na contemporaneidade.
PALAVRAS-CHAVE Gestão da infância, direitos da criança, etnografia do Estado.
Introducción
E
ste trabajo se enmarca en una investigación doctoral que busca explorar los modos de gestión de niñez y gobierno de poblaciones (Foucault 2006), en el marco del enfoque de derechos del niño. Se aborda desde una perspectiva etnográfica focalizada en las instancias cotidianas de intervención sobre niños y sus familias que se despliegan en dispositivo estatal que busca “restituir derechos vulnerados de niños” en la conurbación de Buenos Aires, en contextos atravesados por una marcada desigualdad social. En particular, nos interesa indagar las mediaciones que, en las actuaciones de los administradores estatales y en sus interacciones con los administrados, habitualmente de sectores subalternos, configuran esas intervenciones. Reconstruir estos procesos de mediación puede permitirnos avanzar en las reflexiones en torno a las complejas dinámicas entre fenómenos globales y locales que, en la contemporaneidad, signan la gestión de la infancia, particularmente propia de sectores populares.
global impulsada por la Organización de Naciones Unidas (ONU). Con una multiplicidad de actores participantes —tanto globales y transnacionales como locales en cada contexto de implementación—, se fue configurando una cierta retórica propia de los derechos del niño, con una penetración inusualmente profunda en los más variados ámbitos asociados a la niñez. Tanto en la letra de las diversas normativas2 como en la inagotable literatura pro derechos del niño,3 muchos de sus lineamientos centrales se presentan como inmanentemente positivos y autoexplicativos. Esos lineamientos, en interacción con las dinámicas locales, van configurando ciertos tópicos que se tornan más visibles y significativos que otros. Por cuestiones que no desarrollaré aquí (ver Barna 2012; Villalta et al. 2011; Llobet 2011), pero que están fuertemente relacionadas con la historia de la gestión estatal de la niñez y el proceso de constitución de un campo “por los derechos de los niños”, determinados lineamientos calaron profundo en nuestros contextos. El imperativo desinstitucionalizador (Magistris, Barna y Ciordia 2012), la entronización de “la familia” y la ponderación del consenso y el compromiso son algunos de estos lineamientos, que suelen ser ampliamente recuperados. Estos lineamientos son algo más que un parámetro
El enfoque de derechos del niño y su singular cristalización en la Convención Internacional de los Derechos del Niño (CIDN) se ha convertido, en las últimas dos décadas, en algo más que la más exitosa1 normativa
2 Por ejemplo: Convención Internacional de los Derechos del Niño, Leyes Nacionales y Provinciales de Protección Integral.
1 El “éxito” refiere no sólo a su casi universal ratificación (los únicos países que no ratificaron su adscripción a la CIDN son Estados Unidos, Somalia, y la recientemente independizada Timor Oriental), sino también a su carácter vinculante, por el cual los países que adscriben debe adecuar su legislación nacional y los dispositivos de gestión de la infancia a los parámetros de la Convención.
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Podemos considerar las producciones de organismos transnacionales como Save the Children o Unicef, de instituciones gubernamentales, de organizaciones sociales y gremiales e, incluso, de múltiples autores “individuales”.
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normativo,4 se imbrican en procesos particulares de nuestro contexto nacional y se configuran en articuladores políticos y en tópicos moralmente cargados,5 con fuerte incidencia en la política de intervención sobre los niños y, por añadidura, sobre sus familias.
trativo y las diversas configuraciones familiares. Las alertas sobre el carácter ilusorio de la separación entre entes como “Estado” y “Sociedad Civil” no son nuevas para las ciencias sociales. Gramsci planteó esto tempranamente al proclamar una mirada integral hacia el Estado en clave de una “hegemonía acorazada de coerción” (ver Pereyra 1988; Gramsci 2000), y también fue retomado en producciones antropológicas más recientes orientadas a pensar el Estado y sus relaciones como objeto de la indagación etnográfica (Ferguson y Gupta 2002; Carenzo y Fernández 2009). Sin embargo, estos avances no siempre se reflejan en la voluminosa literatura sobre derechos del niño. Ya sea por miradas que, en general en el marco de la crítica al enfoque tutelar, se detienen casi exclusivamente en los procesos de vigilancia y control estatal sobre las poblaciones (por ejemplo, García Méndez 1991). Ya sea por perspectivas que, bregando implícita o explícitamente por la institucionalización del enfoque de los derechos del niño, proyectan una visión cosificante que idealiza relaciones armónicas entre unos y otros (por ejemplo, Baratta 1998; Ávila, Amengual y Machain 2009).
Explorar desde una perspectiva etnográfica sobre los procesos de mediación, donde se ponen en juego trayectorias, valoraciones, contextos de actuación y prácticas concretas de los distintos actores involucrados, nos permite acercarnos a las complejidades que suponen los modos de gobierno de las poblaciones (Foucault 2006), en el marco del enfoque de derechos. En particular, al encarnarse en contextos locales, signados por la desigualdad social. Es oportuno aquí retomar una sugestiva alerta que Nikolas Rose postula en relación con las ideas asociadas al gobierno de las poblaciones. Afirma que, como perspectiva analítica, la gubernamentalidad no es una teoría del poder o del gobierno, sino más bien una herramienta que permite realizar preguntas particulares al fenómeno que busca comprender, preguntas que permiten estructurar la construcción de respuestas a través de la indagación empírica (Rose, O´Malley y Valverde 2006). De este modo, cuando utilizo nociones de raigambre foucaultiana, como gobierno de poblaciones o modos de gestión de la niñez, no las entiendo como categorías que por sí mismas explican los procesos sociales, sino como conceptos guía que —si bien iluminan rasgos de procesos actuales de dominación,6 caracterizados por las intrincadas interdependencias (Rose y Miller 1992) entre determinadas racionalidades políticas y tecnologías de gobierno que promueven tanto el gobierno de sí como la conducción de la conducta de los otros— deben llenarse de contenido desde el registro y la reflexión etnográfica.
Retomo entonces la propuesta de Carla Villalta al afirmar que esta relación “puede analizarse como un ejercicio de dominación que, en lugar de ser traducido como una acción de vigilancia o de control estricto y permanente, supone en muchos casos relaciones complementarias, en las que la imposición cede a la negociación, la autoridad ideal a la posible, el ‘interés superior del niño’ al menor riesgo” (Villalta 2010, 13). En este trabajo en particular, pretendo indagar, desde la reconstrucción in extenso de una situación etnográfica en un Servicio Local de Protección de Derechos7 de La Matanza,8 en torno a las relaciones que se construyen cotidianamente entre los dispositivos institucionales y las unidades domésticas. Al reconstruir la gestión de la niñez en contextos de desigualdad social desde una mirada centrada en los procesos de intervención cotidiana, encontramos que estas
Distintas autoras (Vianna 2002 y 2010; Villalta 2010), investigando en y desde nuestros contextos regionales, han llamado la atención sobre los riesgos de perspectivas que proyectan lecturas dicotomizantes entre el aparato adminis-
4 Que se expresa, entre otros, en el preámbulo y los artículos 5 y 20 de la Convención Internacional de los Derechos del Niño; los artículos 3, 4, 7 y del 33 al 41 de la Ley Nacional n° 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes; y los artículos 3, 7, 9, 16, 18, 29, 34 y 35 de la Ley de la Provincia de Buenos Aires n° 13.268 de la Promoción y Protección Integral de los Derechos de los Niños.
7 El Servicio Local de Promoción y Protección de Derechos de Niños es un complejo dispositivo institucional formalmente inaugurado en La Matanza a principios de 2007, a través de un convenio entre el municipio y la provincia de Buenos Aires, según lo estipulado en la Ley “De la Promoción y Protección Integral de los Derechos de los Niños”. Es, como marca la flamante ley, el encargado de la gestión estatal de la niñez en los ámbitos local y territorial.
5 Entendemos aquí a lo moral, en su acepción durkheimiana, como un hecho socialmente construido, que se impone en los seres sociales en su doble faceta, tanto en su carácter de imperativo de autoridad como en su carácter deseable (Durkheim 1951).
8 La Matanza es el partido más extenso (325,71 km2) y más poblado (1.772.130 habitantes, censo 2010) de los 24 partidos que conforman el conurbano bonaerense, un gran conglomerado urbano y semirrural que envuelve a la Capital Federal. La Matanza es uno de los partidos con mayores índices de pobreza y desigualdad social; sin embargo, también se destaca por su fuerte desarrollo de organizaciones de base y movimientos sociales que surgen al calor de uno de los procesos de ocupación y asentamientos populares más importante del conurbano (Manzano 2007).
6 Al referirme a la polisémica noción de dominación, lo hago aquí guiado por una inspiración bourdeana y weberiana, en cuanto ejercicio eternamente recreado por el Estado para generar “la creencia en la legitimidad” de “la dominación legal” que él mismo ejerce (Bourdieu 2007; Weber 1974).
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relaciones tienen más de negociación y complementariedad asimétrica que de un control vertical ejercido por los agentes estatales sobre las poblaciones. A continuación buscaré sostener esta aseveración y reconstruir, desde el registro de la vida cotidiana (Heller 1994) en los dispositivos locales de gestión estatal de la niñez, algunos matices de estos procesos en los contextos estudiados.
resurgimiento de la violencia en su hogar. Frente a esto, Raquel, psicóloga del Servicio a cargo del caso, se entrevistó con Yamila en la escuela y, si bien no ratificó los hechos de violencia, quedó con algunas dudas al respecto. Entre otras cosas, Raquel consultó con Yamila si en una eventual nueva internación de la madre, ella contaba con otro familiar con el que pudiera convivir, y ella afirmo que sí, que una tía (paterna) estaba dispuesta a cuidarla.
Lo mejor para Yamila. Negociando compromisos y responsabilidades
Dos días atrás Claudio se presentó “espontáneamente” en el Servicio, preocupado porque entendía que querían internar nuevamente a su hija y llevar a su nieta a vivir con una tía. Como continuación de ese encuentro, Claudio fue citado para la mañana del presente día a entrevistarse con Ana, una coordinadora de la sede del Servicio Local. Luego de una espera cercana a la media hora, Ana se acerca, lo saluda y lo invita a pasar a una de las oficinas. Si bien ambos parecen conocerse, el saludo es algo distante. Ana me presenta como un “compañero que está haciendo un estudio”, saludo a Claudio, que no demuestra particular interés en mi presencia,10 y entramos a una de las salas que sirven
Durante una mañana de principios de septiembre de 2010 llega a la sede de atención de casos del Servicio Local9 un hombre de unos 60 años, al que parecen conocer, por lo menos, algunos integrantes del equipo. Es alto, camina erguido, tiene un frondoso cabello canoso y tez parda. Viste una campera y un pantalón de jean gastados. Aguarda en la sala de espera de la sede hasta que Ana, la coordinadora de la sede, está disponible para atenderlo; alterna algunas caminatas en pequeños círculos con momentos en que se sienta, con las manos juntas entre sus piernas y la mirada algo perdida. Se llama Claudio Alba; es el padre de Lorena, de unos 35 años, y abuelo de Yamila, de 12. Reconstruyo los antecedentes de su presencia en el Servicio hablando, a lo largo del día, con diversos técnicos que intervinieron en su “caso”, y revisando parte de la documentación construida en las sucesivas intervenciones.
10 Los dilemas asociados a mi participación en diversas instancias de interacción entre trabajadores del Servicio y niños, niñas y familiares fueron una constante durante toda la investigación de campo. ¿Qué debía decir? ¿Cómo presentarme? ¿Correspondía que registrara tales o cuales situaciones? Y, en particular, ¿mi presencia suponía un condimento más que reforzaba la asimetría de la relación? No sólo en una dimensión simbólica, en cuanto un sujeto detentor del saber que escrudiña vs. uno que expone sus problemáticas para ser escudriñadas, sino también material, ya que, si bien en algunas situaciones podía explicar los motivos de mi presencia con bastante detalle, lo cierto es que mi presencia raramente se ponía a consideración de los niños y sus familias, sino que se daba por sentada. Aún hoy estoy lejos de poder dar una respuesta acabada a dichos dilemas, que por cierto, en otras instancias de trabajo de campo, adquirieron dimensiones notoriamente más complejas y terrenales: en muchas ocasiones he llevado en mi propio auto a niños, debido a la escasez de móviles oficiales, exponiéndome a una compleja situación legal si ocurría un accidente; en más de una ocasión me vi también inmerso en situaciones que involucraron algún tipo de violencia física, que me obligaron a intervenir en ellas de formas estrepitosas y poco racionalizadas. Algunas de estas cuestiones pueden leerse en Barna (2012). Ahora bien, más allá de estas situaciones puntuales, lo cierto es que mi trabajo de campo cotidiano supuso infinidad de instancias en las que, acompañando a trabajadores del Servicio (quienes sin excepción conocían perfectamente sobre mi investigación y tuvieron libre acceso a todo lo que he escrito), participé de entrevistas e interacciones diversas con la “población beneficiaria”, en las que fui presentado por ellos de múltiples maneras, como alguien que escribe un libro, hace una investigación o incluso supervisa, pero la mayoría de las veces fui introducido como un trabajador más. Esto último tiene múltiples implicancias. En primer lugar, no era enteramente falso, ya que durante mi trabajo etnográfico, a medida que la confianza con los trabajadores crecía, me encontré realizando diversas tareas que tensionaban profundamente la imagen del investigador aséptico que no interfiere con su entorno de indagación. También, esa demanda constante de “colaboración” resultó un fuerte indicador de las condiciones de precariedad que signaban el trabajo cotidiano de estos agentes estatales, siempre desbordados de casos, con recursos limitados, dificultades de movilidad. Simultáneamente, el hecho (naturalizado por mí) de que para los administradores resulte innecesario
El año anterior, integrantes del Equipo de Orientación Escolar (EOE) de la escuela a la que asistía Yamila, con el aval de su abuelo Claudio, se presentaron en el Servicio Local a denunciar una “situación de violencia familiar” por parte de Lorena sobre Yamila, su única hija. Con el tiempo, y tras una internación para hacer un diagnóstico psiquiátrico, se llegó a la conclusión de que Lorena padecía un cuadro esquizofrénico, y se vincularon a esa patología las agresiones a Yamila. Se acordó que Lorena, que vivía sola con su hija, tomaría regularmente una medicación que la estabilizara, que Claudio se haría responsable de garantizar esta situación y el bienestar de su nieta, y que habría un seguimiento articulado del “caso” entre la escuela de Yamila y el Servicio Local. Luego de más de un año, semanas atrás se comunicaron con el Servicio desde la escuela de Yamila para transmitir que veían con preocupación un deterioro en el rendimiento y la conducta de la niña, y que lo atribuían a un posible
9 Para preservar a quienes, generosamente, permiten mi participación en sus tareas cotidianas, modificó nombres de personas y omito cierta información sobre lugares e instituciones.
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para las entrevistas. Es amplia, con un ventanal que tiene rajado uno de sus vidrios. La entrevista dura una media hora. Repasan la situación de Yamila, y por momentos el diálogo se vuelve algo hostil. Ana acusa a Claudio de proteger a su hija, que agrede a Yamila. Él acepta que en un pasado esto sí fue así, pero que era porque su hija es esquizofrénica y no tomaba la medicación, pero que eso ahora está controlado. Luego él acusa al Servicio de no haber ayudado en las situaciones problemáticas del pasado.
que una chica de 12 años puede hacer eso, que no es tan terrible. Ella dice que eso es mucha responsabilidad para una nena de esa edad y que él debería saberlo. La entrevista no parece estar conduciendo a ningún punto de acuerdo. Tanto Ana como Claudio se han mantenido firmes en sus posiciones, y la tensión ha ido en una espiral creciente. El encuentro termina de manera abrupta cuando Ana, en tono enojado, le pregunta a Claudio si él está dispuesto a hacerse cargo de su hija y de Yamila, y a ser responsable por cualquier situación que surja con su nieta. Él dice que sí, que por supuesto. Ana le dice que perfecto, que entonces va a elaborar el acta para que firme, se levanta resoplando y se dirige rauda hacia la sala que oficia de oficina del equipo del Servicio Local.
Ana plantea que “la escuela sigue preocupada” por la situación de Yamila, que muestra un notorio descenso en su rendimiento y en su comportamiento. Él se queja porque alguien del Servicio fue a la escuela a hablar con su nieta y le dijo que iban a internar a la madre, y que eso generó complicaciones en su familia.
Durante la siguiente hora la oficina del equipo se encuentra movilizada por el caso de Claudio, Lorena y Yamila, y se sucederán las discusiones sobre el rumbo por seguir, llegando incluso a consultar telefónicamente a la directora del Servicio, algo poco habitual en relación con casos concretos. Ella, con un lineamiento pragmático, indica que si la situación está actualmente controlada y hay alguien dispuesto a hacerse responsable por escrito, hay que avanzar en esa línea sin importar lo que la escuela opine. Raquel, una técnica que interviene en el caso desde sus inicios, no está convencida de que sea tan sencillo:
Ana insiste en confrontar a Claudio con las preocupaciones expuestas por la escuela y con las imágenes de violencia que existieron en el pasado y amenazan con repetirse en el presente, frente a lo que Claudio enarbola una enérgica defensa de su hija y sostiene constantemente que la situación en la familia estaba ahora en buenos términos. Afirma repetidas veces que Lorena toma ahora su medicación regularmente, que Yamila no es golpeada desde que la madre se estabilizó con la nueva medicación. Y más de una vez expone sus preocupaciones “de que internen a mi hija de nuevo” (registro de campo, 2 de septiembre de 2010)11.
“Cualquier decisión que tome está mal. Cualquier deci-
Ana, retomando la información que obtuvo de charlas con los técnicos que trabajan en el “caso”, lo increpa porque él le deja a veces “la medicación psiquiátrica a la nena para que se la dé a la madre”, enfatizando que eso no es correcto. Él responde que esto sólo pasa cuando él no puede hacerlo porque está trabajando (de fletero), y que le parece
sión puede ser errónea, pero al ser todo tan ambiguo, también se puede fundamentar cualquier decisión. Si la madre está estable seis meses pero le agarra un brote
al séptimo y le parte a la nena un palo por la cabeza nos
mandamos una cagada terrible, pero si la madre sigue bien y estable toda la vida y vos tomás medidas más fuertes estás perjudicando a la nena y también te estás
mandando una cagada. Cualquier cosa puede estar mal
o bien y no se puede estar seguros de nada. La situación
aclarar y consultar con los administrados es un exponente de las microprácticas que, más allá de las buenas intenciones y los profundos compromisos políticos, configuraban la asimetría de esas relaciones. Finalmente, y para no extenderme más en una disquisición que ameritaría, al menos, un artículo entero, no puedo dejar de mencionar que el acceso privilegiado a tales situaciones resultó, en cuanto investigador, un insumo invalorable para la construcción de conocimiento etnográfico referido a la cotidianidad de la gestión contemporánea de la infancia en contextos de desigualdad social, por cuanto permitió reconstruir matices y sutilezas propios de su interfaz práctica e interaccional. Acceso que jamás hubiera sido posible sin la predisposición, confianza y reflexividad de los trabajadores.
conflictiva está latente, la madre es una esquizofrénica grave, deja de tomar la medicación o le deja de hacer
efecto y puede pasar cualquier cosa”. (Raquel registro de campo, 2 de septiembre del 2010)
Raquel, conjuntamente con Ricardo, otro técnico participante, redacta finalmente el “acta acuerdo”. Mientras almuerzan a las corridas, compartiendo uno de los choripanes que compró un compañero en la parrilla de la vuelta, imprimen, en la única impresora que funciona en este momento, tres copias del acta. Como la impresora no tiene más tinta oscura, la imprimen en color rosado. Entramos con Claudio a una oficina junto con Raquel y Ricardo. Nos sentamos, nosotros tres de un lado de la
11 Esta expresión y las sucesivas, no provienen de entrevistas, son expresiones de diversos actores en diversas interacciones a lo largo de una jornada, reconstruida a través del registro etnográfico y la observación participante. El trabajo se basó en la observación etnográfica de interacciones entre trabajadores estatales y “beneficiarios”, por lo tanto, no se enumeran entrevistados ni fechas de entrevistas inexistentes.
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mesa y Claudio del otro lado. Ricardo lee el acta acuerdo en voz alta y con bastante rapidez, mientras que Claudio no cuenta con ninguna copia en sus manos. La primera parte consta de una “reseña histórica”, donde se reconstruyen los sucesos hasta el día de hoy. Luego lee el acuerdo propiamente dicho:
tono de voz se oye más calmado. Incluso, su posición corporal varió ligeramente. Ya no está tan rígido e inclinado hacia adelante en la silla. Ahora comienza a bajar los hombros y a reclinarse sobre el respaldo. Se queda pensando y luego dice:
“Que Claudio velará en forma diaria de la provisión
cumplió 12 años y está en la edad en que empieza a
“Sabe lo que pasa, los niños a veces mienten, y Yamila
de las drogas de diagnóstico a fin de llevar adelante el
mirar cosas, entonces la mamá le pone sus límites, es
tratamiento indicado para la señora Lorena Alba. Que
lógico. Ahora todos le echamos culpas a ella porque está
dicha responsabilidad incluye velar por la situación
enferma”. (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010)
de su nieta […] en lo que respecta al cuidado físico,
Raquel interrumpe: “Sí, pero en su momento la violencia existió […]”. “Sí, yo no dije que no”, se apresura a decir Claudio (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010).
psicológico, moral y social de la niña en lo que signifique un desarrollo armonioso de la vida diaria y hasta la mayoría de edad”.
Aclara luego que esto incluye la escolarización de Yamila y que deberá llevar a todas las consultas que hagan falta a la madre de Yamila.
“Por eso”, retoma Raquel, “entonces tenemos que tener
Ricardo lee en voz alta hasta este punto; sin embargo, hay un párrafo más en el acta, que él omite leer:
cuenta y lo que contó Yamila, en este momento no
claro que si bien Yamila es adolescente y que está empezando a salir, la problemática familiar existió y existe
todavía con algunas variantes; según lo que usted nos sería víctima de violencia”. (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010)
“En caso de incumplimiento del presente acuerdo, se
Luego, Claudio cuenta que está preocupado porque le dijeron que Yamila quiere ir a vivir con una tía que él define como “medio rápida”, que va a bailar y que sus hijas también, y que él no quiere eso para su nieta. Raquel y Ricardo le aclaran que Yamila nunca manifestó que quería irse. Le cuentan a Claudio que fueron a ver a Yamila a la escuela “por una denuncia de la escuela”, y que ahí Yamila contó que en caso de necesitar, podían contar con su tía, que le había ofrecido quedarse ahí, pero que “no es que quería irse a vivir con ella” (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010).
comunicará al Ministerio Público a fin de que tome la
debida intervención iniciando así las acciones judiciales correspondientes”.
La selección de esa breve frase que no es leída no es casual. El acta se firma en un clima de relativa armonía y confluencia de intereses. Esta frase, bien podría haber despertado en Claudio fantasmas de judicialización e institucionalización. En algunas de las múltiples escenas de firma de actas que presencié a lo largo de mi trabajo de campo, frases de esta índole, no sólo eran leídas, sino que eran enfatizadas y destacadas. No siempre las firmas de actas se dan en un clima de tal concordancia, de modo que explicitar esa información relativa a una posible intervención de ámbitos judiciales supone, en situaciones de cierta tensión, un recurso adicional, puesto en juego por los agentes estatales a fin de lograr “el acuerdo”. Así, mientras que el acta acuerdo parece encarnar el ideario del diálogo, el consenso y la intervención estatal no arbitraria, puede, al mismo tiempo, trazar límites entre una intervención estatal blanda y conciliadora, y otra presumiblemente dura y más hostil, asociada a las facetas más punitivas del poder estatal.
Ricardo aclara que ellos respondieron a una demanda de la escuela, y es la escuela la que insiste en la situación de Yamila y la madre. Cuenta que él discutió “con la gente de la escuela porque insistían con una intervención mayor pero que a juicio del Servicio eso no era necesario ahora”. Claudio narra luego las dificultades que tuvo en la última internación de la hija y cómo él se hizo cargo de Yamila durante más de una semana. Cuenta también que está peleado con una parte de la familia y que ellos casi no lo ayudaron, así que tenía que cuidar a la hija de noche, a la nieta de día, y además, trabajar, ya que era el único que generaba ingresos. Raquel interrumpe sosteniendo que “lo que pasa es que la escuela está preocupada porque la nena no sea víctima de violencia, ésa es la preocupación central”.
Luego de la lectura comienza un diálogo de unos veinte minutos que concluirá con la firma del acta en cuestión. La lectura del acta parece haber dejado algo más satisfecho a Claudio, que ahora se ve menos tenso, y su
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Ricardo: “La última vez que usted vino actuamos de otra manera [se refiere a la entrevista con Raquel dos días atrás], pero entiéndanos, nosotros el único informe que teníamos era el de la escuela, que es muy distinto a lo que usted nos está diciendo ahora” (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010). La posición de los técnicos frente a “la escuela” no es homogénea. Raquel mantiene un discurso más cercano con el equipo escolar, es decir, su inquietud por el bienestar de Yamila. Raquel me contará posteriormente que ella conoció el caso original, que vio las marcas del maltrató en el cuerpo de la nena y que esas imágenes volvieron hoy a su cabeza. Ricardo, por el contrario, es más crítico con el accionar de la escuela y lo hace explícito durante la entrevista. Su posición es, en cierta medida, más pragmática, se alinea con las directrices que provienen desde la dirección sobre la manera más adecuada de abordar “el caso”.
Para sellar ritualmente el acuerdo, Claudio afirma “Yo la asumo”, e inmediatamente después comienza a repetir algo que realizó cada vez más insistentemente en los últimos minutos: narrar pequeños retazos de la vida cotidiana familiar, como pequeñas anécdotas que condensan imágenes de auspiciosa armonía y colaboración. En este caso puntual, cuenta que: “anoche a la tardecita cuando volví de trabajar —por-
que ahí siempre me quedo un rato yo con ella, viste,
le doy la pastilla—, y ese día ella misma me la pide la
pastilla. Es raro eso, es raro que una esquizofrénica te pida la medicación. Y si yo me tengo que ir a hacer un viaje o algo y le dejo todo preparado, le digo más tarde
va a pasar Jaime —mi otro hijo—, y ella me dice: ‘No te olvides de dejarme las pastillas’. Sola me las pide, yo me
pongo contento porque quiere decir que está bien, ¿no?”.
Comienzan luego a hablar de la medicación de Lorena; Claudio cuenta que a una semana de empezar a tomarla, ya le había hecho efecto. Raquel insiste repetidas veces en que esté muy atento con la medicación porque si deja de tomarla un par de días, se puede enfermar de nuevo. Claudio, solícito, afirma repetidas veces que tiene eso clarísimo, mientras muestra una caja de cartón vacía, y agrega que, como la doctora Paula le dio dos recetas, él compró medicamentos con dos meses de antelación. Con el gesto ritual, perfectamente premeditado, de llevar una caja de medicación psiquiátrica en su visita al Servicio, para sacarla a relucir en el momento justo, Claudio demuestra, no sólo reconocer la centralidad que la institución les asigna a los psicofármacos, sino también manejar los resortes simbólicos adecuados para indicar que ésa es una preocupación central para él.
(Registro de campo, 2 de septiembre del 2010)
En ese breve relato Claudio transmite muchas cosas importantes. Además de hacer explícito cómo él diariamente visita su hija y se ocupa de ella, la imagen transmite no sólo una fluidez relativamente armoniosa del problema, signado desde las instituciones como el motor de la violencia, es decir, la patología mental de Lorena, sino también la voluntad de mejorar de su hija, expresada en su práctica de solicitar “la pastilla”. Hay una demostración potente de “proactividad” de Lorena, encaminada, por supuesto, hacia donde las instituciones lo requieren, que parece cuajar a la perfección con el requisito de “responsabilidad” esperado de los arreglos familiares y los escenarios de vida próximos de los chicos (Santillán 2012). De manera similar, un rato antes había contado cómo los fines de semana sus otros dos hijos, que viven muy cerca, invitan a Yamila y su madre a comer, las acompañan, están con ellas y, como pueden, las ayudan. En este caso, la anécdota parece poderosa para generar una imagen de vida familiar ampliada, que resulta casi universalmente decodificable y asociable con valores positivos, y también da indicios de una cierta red de contención. Aunque esto no impedirá que narre, unos minutos más tarde, los padecimientos que tiene con esos mismos hijos. Contará, entonces, que uno de ellos tiene sida y que el otro es adicto, aunque luego aclara que “no se da todos los días, los fines de semana nomás, pero yo trato de que pare, porque tiene familia, dos hijas” (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010). Raquel le ofrece la asistencia del Centro de Prevención de Adicciones (CPA) y se compromete a gestionar un turno.
El diálogo toma un tono cada vez de mayor confianza: los cuerpos rígidos, los tonos elevados (imperativo de los técnicos y defensivo de Claudio), son cosa del pasado. Claudio cuenta las dificultades económicas que padecen, y Ricardo y Raquel se comprometen a gestionar un subsidio para Yamila. Claudio retoma el tema anterior y, con una solemnidad que no le escuché anteriormente, declama: “Yo estoy acá para que mi hija salga adelante y mi nieta salga
adelante. Yo las amo y voy a dejar todo por ellas, será así hasta que yo tenga vida, después Dios sabrá […] Pero se los digo, si yo viera el peligro de mi nieta, yo mismo la interno a mi hija”. (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010)
Ricardo: “Institucionalizar un niño es algo trágico para nosotros, entonces, si usted asume esta responsabilidad y lo está haciendo bien, bienvenido sea para nosotros” (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010).
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Ricardo, que de ambos técnicos es el que había mantenido un discurso más crítico sobre el accionar de la escuela, aclara, “para no cargar todas las tintas a la escuela”, que les pidieron “tratar de no separar a Yamila de la madre, porque si está siguiendo el tratamiento, es por la hija, porque le importa. Solamente están preocupados por Yamila, nada más”. La alianza con Claudio parece suficientemente sólida ahora para que Ricardo no necesite de un enemigo externo al que endilgar las voluntades más institucionalizadoras, y pueda extender las paces incluso con la escuela. Por último, firman el acta y le recomiendan a Claudio que le hable a Yamila para que se porte mejor en la escuela, “Así ellos [la escuela] no se preocupan” (Registro de campo, 2 de septiembre del 2010).
por haber encubierto a su hija, o en quejas de él sobre pasadas inacciones del Servicio. En todos los casos, el pasado aparecía en el presente como un recurso para ser utilizado —y resignificado— por los distintos actores en escena. Por otro lado, aquello convivía con otro nivel de la temporalidad, el cotidiano, es decir, los cambios que fueron dándose a lo largo de la jornada. La posición de la institución frente al caso, al principio fue ambivalente: la insistencia de la escuela, el miedo a un eventual episodio de Lorena, y algunas imágenes moralmente disruptivas —como la de una niña de 12 años dándole a su madre medicación psiquiátrica—, tendían un manto de sospecha sobre Claudio, del que se temía que, por proteger a su hija, ocultara los maltratos en contra de Yamila. Una sensación de riesgo latente pesaba sobre “el caso”, y, por ende, la posibilidad de una intervención fuerte sobre la configuración familiar (internación de Lorena, mudanza de Yamila a un nuevo hogar, con su tía) no sólo no estaba descartada, sino que era una opción viable. Con el devenir de la jornada, la posición de los agentes estatales frente “al caso” cambió y, conjuntamente, cambió el lugar tácitamente asignado a Claudio. Pasó lentamente de ser un actor que potencialmente podría estar avalando una situación de vulneración de derechos, a un aliado clave para su preservación. Pero también Claudio cambió la tonalidad y el contenido de su discurso y su posición respecto al Servicio. De una posición beligerante frente a lo que leía como una amenaza de internación de su hija y de separación de su nieta, pasó a un tono menos confrontador, más íntimo e, incluso, por momentos confesional. Así, la latente hostilidad entre las partes fue mutando en una complicidad, aunque no exenta de tensiones y cierta volatilidad.
Estimaciones y clasificaciones en una alianza asimétrica La situación etnográfica reconstruida permite diversas líneas de análisis; a continuación intentaremos reflexionar en torno a alguna de ellas. En primer lugar, lo obvio. La experiencia que Claudio tuvo esta jornada en su interacción con el Estado, nos permite distanciarnos de perspectivas que lo presentan como un ente autónomo y homogéneo, guiado por una racionalidad burocrática (Trouillot 2001; Abèlés 2008). La relación que entabla Claudio con el Estado se encarna en interacciones con personas concretas que ponen en juego sus propios sentidos, valores, tradiciones y formas de actuar, pero también sus dudas, angustias y dilemas. En este trabajo sólo alcanzo a reconstruir una porción de los sujetos con los que Claudio debe interactuar a raíz de su “problemática familiar”. Es decir, los agentes del Servicio Local representan una institución puntual en un universo estatal mucho más amplio. No debemos olvidar que debió también dialogar con agentes diversos de instituciones como el hospital donde atienden a Lorena, la escuela de Yamila o el Juzgado de Familia. Sin embargo, sólo hoy, y en el lapso de unas horas, conversó, discutió y negoció con tres personas distintas (sin contarme a mí). En esas diversas interacciones, los tonos, los discursos y las performances fueron variando con los diversos interlocutores, desde situaciones de clara confrontación hasta otras de mayor confianza y complicidad.
Asimismo, las clasificaciones y las estimaciones forman parte esencial de las relaciones entabladas entre los agentes estatales y las unidades domésticas. Como planteamos en otro lugar, los modos actuales de gestión de la niñez imponen a los agentes estatales una encrucijada entre los encumbrados tópicos morales propios del enfoque de derechos y las contradicciones del mundo social. Este contexto parece signar la necesidad de los agentes de generar mecanismos —a veces precarios, a veces cambiantes y habitualmente dilemáticos— de clasificación de niños y estimación de atributos familiares, para estructurar las intervenciones cotidianas (Barna 2012).
La dimensión temporal fue significativa también, en dos niveles. Por un lado, al nivel de historia acumulada, es decir, los hechos vividos hace más de un año, cuando la relación entre el Servicio y Claudio tuvo su primer episodio. Pero también en los modos en que esa historia era representada por los diversos actores y retomada desde el presente, por ejemplo, en recriminaciones a Claudio
Esas estimaciones también cumplen un rol clave en los procesos de alianzas asimétricas que se entablan en muchos casos entre las diversas configuraciones familiares y los dispositivos administrativos. La situación reconstruida pone en evi-
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dencia cómo esto no es un proceso lineal ni unidireccional. Si bien procuramos no minimizar la asimetría de poder en la que se encuentran los distintos actores,12 es claro que las estimaciones y clasificaciones no son potestad exclusiva de los agentes estatales. Encontramos, por el contrario, un proceso disputado, en el cual Claudio negoció, desplegando sus propias clasificaciones y estimaciones.
La situación reconstruida también permite ilustrar un juego de imágenes que está siempre latente en la gestión de la niñez, en el entrecruce entre el enfoque de derechos y los contextos de desigualdad social. Un imaginario sobre las familias (mayoritariamente, de sectores subalternos) que oscila entre la condena —por ser visualizadas como el principal ámbito de violación de derechos— y la responsabilidad —por ser la institución social considerada idónea para la gestión de la vida de los niños—. En efecto, los diversos informes que buscan cuantificar las problemáticas más habituales de “vulneración de derechos” sitúan como espacio principal de estas vulneraciones al ámbito familiar, ya sea bajo la forma de “maltrato físico”, “negligencia” o “abuso sexual”.13 Al mismo tiempo, la familia es habitualmente presentada como el espacio por excelencia para preservar y restituir derechos.14 Esta construcción social de la familia como un ser bicéfalo, capaz de todo lo malo y, simultáneamente, de todo lo bueno, atraviesa los procesos cotidianos de gestión de la niñez y genera a los agentes estatales no pocas situaciones dilemáticas. Podemos interpretar gran parte de las acciones desplegadas por los técnicos del Servicio Local durante la jornada como una forma de estimar cual de las dos imágenes debía primar sobre la otra, aunque la imagen relegada nunca desaparezca totalmente.
En lo que refiere a la estimación, los esfuerzos de los agentes estatales estuvieron centrados en ponderar ciertas condiciones clave para representar(se) un escenario inteligible. Una narrativa que ordene prácticas, sucesos, sujetos e instituciones, en una lógica aprehensible para la intervención. Por ejemplo, si la escuela exageraba o si eran certeras sus percepciones sobre una posible conflictividad en el hogar de Yamila, si Claudio efectivamente ponderaría más un eventual daño a su nieta que la protección a su hija, y, por supuesto, si la patología mental de Lorena, concebida en asociación a la problemática de violencia doméstica, estaba controlada, latente o presente. De la misma forma, los modos actuales de gestión de la niñez, anclados en nociones como consenso, compromiso y corresponsabilidad, suponen para los agentes estatales encargados de la intervención cotidiana la producción constante de dinámicas clasificaciones de los actores involucrados. Para la toma de decisiones cotidianas es importante saber si un niño es honesto o mentiroso, si un padre es confiable, o si “una escuela” es exagerada. A diferencia del “enfoque tutelar” —donde la clasificación operaba institucionalmente, segregando niños de menores, en el “paradigma de la protección integral”—, el imperativo jurídico-moral de la universalidad del niño sujeto de derechos parece configurar un sistema de clasificaciones cotidiano, mutable e informal.
En éste y en muchos otros casos, gran parte de “la estrategia”15 de intervención se orienta a la búsqueda de un (o más de un) referente para el niño que “padece una potencial o efectiva violación a sus derechos”. El
13 Por ejemplo, los informes 2010 y 2011 del Registro Estadístico Unificado de Niñez y Adolescencia (REUNA) dependientes de la Secretaría de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires. 14 El preámbulo de la CIDN sostiene: “Convencidos de que la familia, como grupo fundamental de la sociedad y medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños, debe recibir la protección y asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de la comunidad, […] reconociendo que el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión […]” (CIDN 1989).
En la situación etnográfica que analizamos, los agentes estatales necesitan clasificar, entre otros, a Lorena, en clave de peligrosa o no para Yamila; a Claudio, como encubridor o no de Lorena, y por ende, como confiable o no, pero también como potencial responsable por el bienestar de su hija y su nieta; a la tía materna, como dispuesta e idónea para el eventual cuidado de Yamila y, por supuesto, a la propia Yamila, como víctima o no de violencia en su hogar.
15 La categoría nativa de estrategia es utilizada asiduamente por diversos actores vinculados a problemáticas de infancia, en general, y por los trabajadores del Servicio Local, en particular. Más allá de lo que consignen diversos manuales programáticos y literatura normativa especializada, es utilizada cotidianamente para referir a los lineamientos institucionales de intervención que se intentará llevar a cabo en cada situación puntual. En la práctica, “la estrategia” puede ser al mismo tiempo el eje sobre el que oscila la intervención —por ejemplo, que una niña vaya a vivir con un familiar, frente a una situación de conflicto en su hogar—, y simultáneamente referirse a los diversos pasos que se desarrollarán para intentar alcanzar ese objetivo, por ejemplo, entrevistarse con la niña para conocer su voluntad, indagar si hay parientes con voluntad de recibirla, conocer sus situaciones socioeconómicas y habitacionales, negociar con los padres, etcétera.
12 Ilustran el carácter asimétrico de la alianza, relaciones de poder expresadas en innumerables detalles: quién atiende y quién se moviliza para ser atendido(o no); quién marca tiempos e impone citas y quién asiste (o no); quién hace esperar y quién espera (o no); quién redacta y a quién le leen, y muchos otros detalles más. Pero, por sobre todas las cosas, considero que se expresa en las siguientes preguntas: las vidas de quiénes son puestas bajo la lupa y siempre bajo amenaza de una posible intervención; quién debe exponer las problemáticas de su vida cotidiana al escrutinio ajeno.
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referente,16 figura clave en la construcción de la alianza asimétrica entre el Estado y los arreglos familiares, puede ser pensado como una clasificación de segundo grado. Es decir, de una serie de clasificaciones y estimaciones anteriores, se configura —o no— la posibilidad de constituirse como referente.
Sin embargo, mientras su estatus estuvo en cuestión, y en caso de una eventual internación de Lorena, rápidamente los agentes estatales desplegaron la búsqueda de otros potenciales referentes. Así, tras la recomendación de la propia Yamila, se entrevistaron con su tía paterna y elaboraron un “acta manifestación”, donde quedó plasmada su predisposición a asumir los cuidados de Yamila.17 Es interesante destacar cómo Lorena, posiblemente el sujeto más minorizado de toda la situación, estaba tácitamente excluida de la posibilidad de constituirse en referente, por el peligro de su patología mental. Si bien en el momento de mis observaciones Lorena no era considerada como referente de Yamila, nada prohibía que en el futuro esa condición pueda mutar, ya que este tipo de construcciones son todo, menos estáticas. Sin embargo, la clave parece ser la polaridad inversa, la incompatibilidad entre la imagen del peligro y la figura del referente. La condición para un futuro acceso de Lorena al estatus de referente dependerá exclusivamente de que la imagen de peligro asociada a ella se disipe paulatinamente, lo que, al menos a la fecha, parece poco probable.
La figura del referente se construye desde dimensiones históricas (relación con el niño, vínculo, grado parentesco, trayectoria personal) y otras coyunturales, en directa relación “con el caso” en cuestión. La posición de un actor en relación con la situación problemática puede habilitar o deshabilitar el acceso de esa persona a ser referente de un niño o niña. Por ejemplo, frente a “un caso” de “maltrato” de un padre a un hijo, los parientes de línea paterna parten con menos posibilidades de constituirse en referentes del niño en cuestión. Esto no quiere decir que nunca lo sean, sino que su cercanía con el presunto “violador de derechos” los cubre con un manto inicial de duda. O también, si se estima que la madre consintió o avaló ese maltrato, eso podría poner en tensión su lugar natural(izado) de referente.
Durante la jornada de hoy, Claudio revalidó su estatus de referente (en riesgo por la presunción de potencial encubridor), que, luego de muchas idas y venidas, encuentros y desencuentros, quedó administrativa y simbólicamente plasmado en el “acta acuerdo” rubricada por ambas partes. Firma que, por otro lado, resultó un hito clave en el devenir de la situación, ya que brindó calma a ambas partes y permitió trascender las instancias de mayor tensión e incertidumbre.
En este proceso de revalidación de su estatus de referente, funcional para los intereses del Servicio, Claudio dio su propia disputa y logró revertir sus peores preocupaciones: una amenaza de internación de su hija y una eventual mudanza de Yamila a la casa de su tía paterna. Mostró una habilidad sorprendente al estimar con precisión los atributos que se esperaban de él y de la situación familiar, y desplegar diversos argumentos en esa dirección. La narración sobre cómo asumió la responsabilidad sobre su nieta y su hija cuando ésta fue internada, pero también cómo se ocupa actualmente, fueron argumentos potentes. Asimismo, las imágenes que utilizó referentes a la voluntad de mejorar de Lorena, y las dinámicas de la vida familiar ampliada, ilustran una sagaz percepción de la valoración positiva de nociones como agencia o proactividad y redes de contención. Concluye el cuadro con su predisposición de asumir la responsabilidad sobre Yamila y Lorena, ritualizada tanto en sus expresiones “yo la asumo” y “yo las amo y voy a dejar todo por ellas, será así hasta que yo tenga vida, después dios sabrá” como en el acto de firmar el acta acuerdo.
16 El término es habitualmente utilizado por agentes estatales tanto en diálogos formales e informales como en los documentos producidos (actas, medidas, informes). Incluso, cuando no es explicitado, la búsqueda de un sujeto (o más de uno) que asuma diversos grados de responsabilidad y compromiso en el bienestar de un niño suele ser un eje central en muchas intervenciones cotidianas.
17 Susana, la tía paterna de Yamila, fue convocada a una entrevista en el Servicio Local a fines de agosto, tanto para recabar testimonios sobre la situación actual como para corroborar que “estaría dispuesta a colaborar con el cuidado y la atención de su sobrina Yamila y se haría responsable de la crianza a partir del momento que la Sra. Lorena Alba sea internada para su tratamiento del problema de salud mental que padece”.
La estimación sobre requisitos necesarios para cualificar como referente no toma en cuenta solamente dimensiones (moralmente construidas y, como tales, dinámicas) asociadas a lo conductual y lo afectivo, sino también otras vinculadas con la capacidad de constituirse en un interlocutor válido con los entramados institucionales. Es decir, una individualización y cierta fijación (documentos de identidad, consignación de direcciones y números de teléfonos), pero también portar valores asociados a la honestidad (no mentir), la responsabilidad y el compromiso (cumplir con lo acordado, asistir a las citas consignadas).
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Así, en esa jornada se selló una alianza y, como tal, conllevó una ardua negociación que pasó por diversos momentos. Una alianza singular, asimétrica, como vimos, pero también contingente, mutable y disputada. De alguna manera, me aventuro a sostener que, en cierto grado, la alianza resulto satisfactoria para todos los implicados. Los agentes del Servicio Local, más allá de que no hayan saldado todas sus inquietudes, lograron darle una lógica y una estructura (¿una gramática?) al escenario con el que lidiaban y, por lo tanto, otorgar un cauce a su intervención. Reconfiguraron la idea de un referente y validaron una determinada configuración familiar. Claudio, por su parte, exorcizó los fantasmas que amenazaban con desequilibrar el ya complejo devenir de su vida familiar y logró revalidarse a sí mismo como responsable de Lorena y Yamila, evitando así que Yamila quede a cargo de su tía.
estatal actual. De hecho, muchos de ellos son reclutados por sus experiencias de trabajo en movimientos sociales, políticos, religiosos o pedagógicos asociados a la infancia. De modo que estos tópicos morales se interrelacionan y se encarnan en valores políticos, filosóficos, o salvacionistas propios de sus singulares trayectorias. He podido observar el poder moral de estos tópicos a lo largo del trabajo de campo, en las aspiraciones, las angustias y los dilemas que vivencian los trabajadores en sus prácticas cotidianas en dispositivos locales de gestión de la niñez. Así, cuestiones como la priorización del espacio familiar, el rechazo a la institucionalización o el bienestar de un niño no son sólo normativas que cumplir, sino que operan también interrelacionadas con valores personales asociados a la militancia y el compromiso con las problemáticas de niñez, y como tales, construidos en la interacción entre lo social y lo individual.
Algunas reflexiones para continuar pensando
Es importante complementar estas ideas con los aportes de Nikolas Rose, quien, entre otros, exploró las implicancias de la racionalidad neoliberal en su articulación con las tecnologías de gobierno de las poblaciones (Rose, O´Malley y Valverde 2006; Rose 2006). En el marco de la racionalidad liberal avanzada, se producen moralidades que ponderan a un sujeto que es permanentemente estimulado a responsabilizarse, a ser activo, a tomar su destino en sus propias manos y a gestionar su vida como una empresa próspera (Rose 2006). Paralelamente, las tecnologías de gobierno —entre otras modalidades— tienden crecientemente a gobernar a través de la comunidad —Gemeinschaft— y el espacio de las relaciones próximas (De Marinis 1999). Patrice Schuch fue muy perspicaz al plantear la interpenetración entre estas racionalidades liberales y tecnologías de gobierno con el lenguaje moral de los derechos del niño que construye “sujetos de derechos” autónomos, ya no pasivos “objetos de intervención”, y que supone la creciente responsabilización de las familias en la gestión de las infancias desestructuradas (Schuch 2008).
Si bien la CIDN postula modos relativamente uniformes de conceptualización e intervención sobre la niñez para los países que adscriben a ella —casi la totalidad del planeta—, lo cierto es que en cada contexto, el enfoque de derechos del niño asume particularidades específicas propias de procesos de tematización local. Adriana Vianna llama la atención sobre el lenguaje moral que atraviesa los “derechos”, no en la forma como la legislación los consagra, sino en el modo como son convertidos en asuntos de disputa y representación, y nos invita a mirar la conversión de legalidades en moralidades, en obligaciones, en gratitudes, en expectativas (Vianna 2010). En el contexto argentino, el enfoque de derechos del niño opera como un horizonte moral donde se destacan ciertos tópicos, mientras otros aparecen menos visibles. Tópicos morales como la desinstitucionalización, la desjudicialización, la entronización de “la familia” y la ponderación del consenso y el compromiso, entre otros, tienen implicancias en las modalidades de intervención cotidianas sobre niños y sus familias.
En este trabajo, me propuse indagar, desde la experiencia etnográfica, las formas que asumen estos modos de gobierno que destacan la promoción del individuo y la familia (Schuch y Fonseca 2009) al encarnarse en prácticas de intervención cotidianas en los dispositivos encargados de la gestión de la niñez. Así, busqué reflexionar sobre una aparente reconfiguración de las relaciones entre dispositivos estatales y unidades domésticas, interpretando la situación etnográfica reconstruida como una serie de interacciones que nos hablan de la configuración de relaciones
Me interesa complementar estos aportes con la idea del hecho moral, socialmente construido, propuesto por Émile Durkheim, en particular su énfasis en el carácter deseable de lo moral, que se articula con su carácter de autoridad, previamente desarrollado por Immanuel Kant (Durkheim 1951). Gran parte de los trabajadores que pude conocer en estos dispositivos tienen un fuerte compromiso con las problemáticas de la niñez, que, en muchos casos, precede y excede su relación laboral
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de complementariedad en los modos contemporáneos de gestión de la niñez. Denomino alianza asimétrica esta complementariedad singular, para ilustrar su doble dimensión, en cuanto negociación activa de los diversos actores involucrados, pero inserta en un determinado entramado de relaciones de poder. Esta reconfiguración parece ser un elemento distintivo en los modos que asume actualmente la gestión de los niños y sus familias. Este escenario está marcado por la compleja imbricación —que se encarna en las prácticas de los agentes estatales— entre los tópicos propios del enfoque de derechos —tales como el ímpetu desinstitucionalizador, la entronización de la familia y la valorización del diálogo, el consenso y el compromiso— y los contextos de intervención cotidianos, signados por la desigualdad social y la precariedad institucional.
qué no, un enfermo mental) es y debe ser, sobre las formas adecuadas de su cuidado y sobre los alcances su capacidad de agencia. Por otro lado, también pudimos ver cómo ese incremento en la responsabilidad familiar en la gestión de la niñez, le dio margen a Claudio para negociar frente a lo que percibía como una amenaza a su —ya complicada— vida familiar. Con posiciones que fluctuaron entre la beligerancia y la complicidad, Claudio desplegó sus propias estrategias, sus estimaciones y sus visiones sobre la niñez, el cuidado o la vida familiar. Frente a situaciones de un aparente desgobierno en el seno familiar, el poder pastoral orientado a “cuidar permanentemente de todos y cada uno, ayudarles, y mejorar su vida” (Foucault 2008, 111) interviene extendiendo la presencia estatal.18 Pero los modos actuales de gestión de la niñez, signados tanto por la racionalidad neoliberal (Rose, O´Malley y Valverde 2006) como por el lenguaje moral de los derechos (Schuch 2008), y atravesados por contextos de desigualdad social y precariedad institucional, parecen precisar de la misma familia para la siempre inconclusa tarea de gobernar lo desgobernado. A diferencia del “enfoque tutelar”, en el “paradigma de la protección integral”, las formas contemporáneas de construcción política parecen implicar un mutuo ceder. Cede el aparato administrativo un ejercicio del poder más rígido y vertical y ceden las unidades domésticas al negociar con el Estado la gestión de sus problemáticas cotidianas.�
Como marcaron diversos autores (De Martino 2001; Schuch y Fonseca 2009; Silveira et al. 2010; Vianna 2010), los modos actuales de gestión de la niñez llevan de suyo un incremento en la responsabilización de los arreglos familiares. Sin embargo, esa responsabilización no se da de manera homogénea. Desde la óptica de la gestión cotidiana, ésta debe encarnarse en sujetos concretos. La búsqueda de un responsable, o referente, es un proceso complejo, atravesado por las valoraciones, las prácticas y la capacidad de negociación de los sujetos involucrados, pero también por los contextos en los que se despliega. En la situación reconstruida, a lo largo de la jornada la noción de responsabilidad fue mutando de sentidos y encarnándose en sujetos diversos, representantes tanto del aparato administrativo como de las configuraciones familiares. Sólo dos protagonistas de esta historia no fueron nunca ungidas por la responsabilidad: Lorena y Yamila. Lorena, como ya vimos, al representar el peligro, aparecía tácitamente excluida del rol de referente. Pero también lo estaba por otro atributo que compartía parcialmente con Yamila. Ambas, Lorena por su patología mental y Yamila por su condición de niña, eran consideradas objetos de cuidado. Si bien la CIDN se propone como superadora del antagonismo entre “objeto protección” y “sujeto agente”, son muy discutibles los alcances de esa pretensión en el devenir cotidiano. La discusión sobre si Yamila debía asumir la responsabilidad de darle a su madre medicación psiquiátrica, y las distintas posiciones que asumían al respecto los técnicos del Servicio y Claudio, nos hablan de las diversas y heterogéneas visiones de niñez que se ponen en juego en las intervenciones cotidianas. Visiones que a su vez se encuentran atravesadas por construcciones morales —por lo tanto, disputadas y negociadas— sobre lo que un niño (y, por
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Vivienda/violencia: intersecciones de la vivienda y la violencia intrafamiliar en Ciudad Bolívar, Bogotá* Julieta Lemaitre Ripollv – Sandra García JaramilloD – Hernán Ramírez Rodríguez Fecha de recepción: 15 de octubre de 2013 Fecha de aceptación: 07 de marzo de 2014 Fecha de modificación: 21 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.09
RESUMEN En este artículo exploramos el impacto de la propiedad de la vivienda sobre la violencia contra las mujeres en la localidad de Ciudad Bolívar (Bogotá). Lo hacemos a partir de datos cualitativos levantados en Bogotá durante un período de un año, entre 2011 y 2012, apoyados en algunos datos cuantitativos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2010, que es representativa para la localidad. Concluimos que la vivienda propia tiene un efecto protector porque disminuye el estrés económico, aumenta el estatus de la mujer y facilita la solución del conflicto. Además, según los datos estadísticos, la vivienda propia está asociada, tanto nacional como localmente, a una prevalencia significativamente menor de violencia, con independencia de la riqueza.
PALABRAS CLAVE Violencia contra las mujeres, derecho a la vivienda, pobreza y violencia intrafamiliar, métodos mixtos de investigación, Ciudad Bolívar.
Housing/Violence: Intersections of Housing and Domestic Violence in Ciudad Bolívar, Bogota ABSTRACT This article explores the impact of self-owned versus rented housing on violence against women in Ciudad Bolívar, Bogota. We used a mixed methods approach based on semi-structured interviews in the locality as well as on observation of domestic violence cases in the locality, between 2011 and 2012. We also analyzed the statistical data of the National Health and Demography Survey for 2010, with representative data for the locality. We concluded that self-owned housing has a protective impact because it reduces economic stress, increases women’s status and facilitates solutions to domestic conflict. Furthermore, according to the statistical data, this protective effect is associated, at both the national and local level, to a significantly lower level of violence, regardless of wealth.
KEY WORDS Violence against women, right to housing, poverty and domestic violence, mixed research methods, Ciudad Bolívar. *
Esta investigación se adelantó con el apoyo de la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad de los Andes (Colombia), en el marco de la convocatoria para la investigación interfacultades. Agradecemos a Profamilia por facilitarnos la base de datos de la ENDS 2010. La investigación tuvo el apoyo, además, de Marcela Abadía y Lucía Murgueytio, estudiantes de doctorado y pregrado de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, y Juan Pablo Mosquera, graduado hoy de la Escuela de Gobierno, de la misma Universidad. v Doctora en Derecho por Harvard University (Estados Unidos). Profesora asociada de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes (Colombia). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: The Comparative Fortunes of the Rights to Health in Colombia and South Africa. Harvard Human Rights Journal 26 (2013): 179-216 (en coautoría con Katharine G. Young), e Internally Displaced Women as Knowledge Producers and Users: The View from Colombia. Disasters 37, n° 1 (2013): 36-50 (en coautoría con Kristin Sandvik). Correo electrónico: jlemaitr@uniandes.edu.co D Doctora en Política Social por Columbia University (Estados Unidos). Profesora asociada de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes (Colombia). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Socioeconomic Inequalities in Malnutrition among Children and Adolescents in Colombia: The Role of Individual, Household and Community. Public Health Nutrition 16, n° 9 (2012): 1703-1718 (en coautoría con OL. Sarmiento, I. Forde y T. Velasco), y Expectations and Capacity for Performance Measurement in NGO in the Development Context. Public Administration and Development 33, n° 1 (2012): 62-79 (en coautoría con Kathryn Newcomer y Laila El Baradei). Correo electrónico: sagarcia@uniandes.edu.co D Estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes, Colombia. Correo electrónico: ha.ramirez50@uniandes.edu.co
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Moradia/violência: interseções da moradia e da violência intrafamiliar na Ciudad Bolívar, Bogotá RESUMO Neste artigo, exploramos o impacto da propriedade da moradia sobre a violência contra as mulheres na localidade de Ciudad Bolívar (Bogotá). Realizou-se um levantamento de dados qualitativos em Bogotá durante um período de um ano, entre 2011 e 2012, apoiados em alguns dados quantitativos da Pesquisa Nacional de Demografia e Saúde de 2010, que é representativa para a localidade. Concluímos que a moradia própria tem um efeito protetor porque diminui o estresse econômico, aumenta o status da mulher e facilita a solução do conflito. Além disso, segundo os dados estatísticos, a moradia própria está associada, tanto nacional quanto localmente, a uma prevalência significativamente menor de violência, com independência da riqueza.
PALAVRAS-CHAVE Violência contra as mulheres, direito à moradia, pobreza e violência intrafamiliar, métodos mistos de pesquisa, Ciudad Bolívar.
la mujer, se dice, le permite navegar con menos riesgo de naufragio la precariedad de la pobreza.
Tener casa no es riqueza, pero no tenerla sí es pobreza. Adagio popular
Ante la solidez de esta lógica, nos preguntamos: ¿Qué sucede a las mujeres que enfrentan la violencia doméstica en casa propia? ¿Están en mejor situación que las mujeres que enfrentan la violencia “en arriendo”? Para adentrarnos en estas preguntas estudiamos la relación entre la violencia intrafamiliar y la vivienda en Ciudad Bolívar, una localidad de Bogotá con altos índices de violencia doméstica, con presencia de propiedad formal e informal, y con una historia compleja de pobreza, violencia y superación. Realizamos 34 entrevistas, cuatro de ellas entrevistas grupales (de 3 a 7 personas) y 30 entrevistas individuales semiestructuradas, tanto con pobladores y líderes comunitarios como con funcionarios públicos que atienden la problemática en la zona.
Introducción: pregunta y diseño de la investigación
¿
Cuál es el impacto de la pobreza sobre la violencia contra las mujeres en las familias? ¿Son más violentas las familias más pobres? Estas preguntas no tienen respuestas claras en la literatura: para algunos autores, el acceso a recursos propios está directamente ligado a la prevención de la violencia, pero para otros hay factores más importantes hacia los cuales se deben enfocar las políticas públicas, tales como el abuso de sustancias y los estereotipos de género.1 A pesar de la importancia del debate, hay poca evidencia cuantitativa o cualitativa sobre el tema; los datos cuantitativos que hay no son concluyentes, y los datos cualitativos apenas se acercan al tema del acceso a recursos, sus significados culturales y sus efectos sobre las relaciones de pareja.
Además, en el primer semestre de 2011 hicimos visitas semanales de observación a la Casa de Justicia de Ciudad Bolívar, donde observamos el proceso de recepción general y posterior remisión a las diversas entidades que responden a los conflictos familiares y los delitos de violencia intrafamiliar en la zona. Por último, en una serie de visitas en 2012, y con el apoyo de dos líderes comunitarias del sector de Jerusalén en Ciudad Bolívar, hicimos entrevistas a diez pobladoras locales que habían superado problemas de violencia doméstica. Por la confianza que requería la entrevista, la muestra fue de “bola de nieve2”, y las entrevistas nos permitieron confirmar algunos datos y profundizar en nuestra comprensión de la relación local entre vivienda y violencia. Transcribimos las entrevistas realizadas, así como los dia-
Esta investigación parte del conocimiento previo del sentido común de los sectores populares, que afirman que la situación de una mujer con casa propia es superior a la de quien vive, como se dice coloquialmente, “en arriendo”. Esta superioridad tiene varias dimensiones: la vivienda brinda seguridad económica en tiempos difíciles, permite destinar la vivienda a la generación de ingresos y genera pertenencia y estatus en el barrio. La vivienda propia, y en especial la existencia de un título legal a nombre de
1 Para este debate, ver la sección de Punto/Contrapunto del Journal of Policy Analysis and Management, donde Matjasko, Niolon y Valle (2013) se enfrentan a Buzawa y Buzawa (2013).
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Término común en el análisis cualitativo, y se refiere a la muestra en poblaciones de difícil acceso para el investigador, donde una entrevista lleva a la siguiente por sugerencia del entrevistado.
Vivienda/violencia: intersecciones de la vivienda y la violencia intrafamiliar Julieta Lemaitre Ripoll, Sandra García Jaramillo, Hernán Ramírez Rodríguez
Temas Varios
rios de campo de los estudiantes que participaron en el proyecto, y los resultados fueron codificados manualmente.3
contra la violencia doméstica, con datos sobre el papel protector de la vivienda propia en Colombia. Además, consideramos que estos datos se deben tener en cuenta en las políticas de promoción de vivienda, y en particular, en el apoyo a la vivienda productiva, con el título a nombre de la mujer, o de ambos (la mujer y el hombre). En general, consideramos que hace falta mayor investigación sobre el papel de los recursos en la protección contra la violencia doméstica en Colombia, una pregunta que ha tenido mayor relevancia en otras partes del mundo.
Nuestra conclusión, desarrollada a lo largo de este artículo, es que, primero, la vivienda propia sí protege a las mujeres contra la violencia conyugal, sin importar si se trata de propiedad formal o informal;4 segundo, concluimos que esta protección se debe en primer lugar, a que la vivienda propia brinda a las mujeres seguridad frente a la incertidumbre económica, y en segundo lugar, porque ofrece un mayor estatus en la familia y la comunidad. Sin embargo, también encontramos que hay algunos casos extremadamente violentos en los que esta protección falla por factores que merecen mayor estudio.
Revisión de la literatura: el papel de los recursos en la protección contra la violencia doméstica
Para establecer si los datos cualitativos podrían ser generalizables, analizamos los datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) de 2010, en la que, por la generosidad de la entidad que la administra, Profamilia, logramos la inclusión de la pregunta por el tipo de tenencia de la vivienda y el acceso a los microdatos. Con base en estos datos hicimos una regresión logística con la tenencia de la vivienda (propiedad o arriendo) como variable independiente, y la prevalencia de la violencia contra las mujeres como variable dependiente. También hicimos la regresión controlando las variables demográficas de la mujer, su pareja y el hogar que podrían estar relacionadas con la violencia, de acuerdo con la literatura (como el quintil de riqueza y la educación). El resultado fue claro: hay una relación significativa entre la propiedad de la vivienda y una menor violencia contra las mujeres. Esta relación es significativa, incluso, si se controlan otras características demográficas relevantes como educación, edad y trabajo fuera del hogar. Además, este factor protector se extiende en todas las clases sociales y beneficia a cerca de la mitad de las familias colombianas: la misma ENDS (2010) muestra que el 51,3% de los hogares colombianos son propietarios de su casa, proporción que no varía dramáticamente según el quintil de riqueza.
Una revisión de las leyes y políticas públicas nacionales de los últimos años en Colombia muestra que éstas privilegian la intervención estatal, antes que la prevención. Así, las normas y políticas enfatizan las medidas de protección, la creación de delitos y otras formas de intervención de los funcionarios de policía, y, de forma más reciente, la asistencia a través del sistema de salud. Éste es el contenido principal de la Ley 1257 de 2008, que reforma las leyes 294 de 1996, ya reformada por la Ley 575 de 2000 (con énfasis similar a la 1257), así como de las reformas a las leyes penales donde el debate principal ha girado en torno a si se permiten la conciliación y la querella por delitos de violencia intrafamiliar. El énfasis en la criminalización, protección policiva y asistencia remedial es compartido por el reciente CONPES Social 161 de 2013, que en principio dirige la inversión para remediar la violencia contra las mujeres. Al citar los estudios en los cuales se fundamenta, el CONPES no menciona estudios de efectividad de las medidas, y en cambio se enfoca en suplir deficiencias en la atención en salud y en el acceso a la justicia de las mujeres golpeadas. El único estudio enfocado en la violencia aborda percepciones culturales (tolerancia a la violencia contra las mujeres, realizado por las Naciones Unidas) (DNP 2013, 36). A pesar de ello, uno de los ejes rectores del plan de acción adoptado es el fortalecimiento del acceso a los recursos y la autonomía de las mujeres, sin que sea claro por qué éste es un eje rector, y en qué estudios basan las decisiones de fomentar el acceso a qué tipo de recursos.
Con estos datos esperamos contribuir a los debates académicos sobre el papel de los recursos en la protección
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Los códigos utilizados fueron: vivienda propia, vivienda arrendada —vivir en arriendo, otros recursos—, incidencia de la riqueza o los recursos, dinámica de la violencia intrafamiliar (hechos frecuentes), soluciones o remedios contra la violencia, estereotipos y otras opiniones sobre la violencia. Además, se codificó según las personas entrevistadas u observadas como pobladores, funcionarios públicos, hombres y mujeres.
En general, en Colombia ha habido muy poco interés en producir políticas y leyes contra la violencia conyugal y familiar basadas en la evidencia, más allá de datos sobre la prevalencia general de la misma, apoyados en datos anecdóticos y en literatura internacional. Así, por ejemplo, hay poco estudio de los factores asociados a la violencia,
4 Una hipótesis inicial fue que la vivienda formal (con escritura) tendría una menor violencia que la informal (sin escritura). Esta hipótesis fue refutada por la investigación cualitativa, y no obtuvimos los datos cuantitativos que nos hubieran permitido confirmarla o refutarla a partir de los datos de catastro y los de la ENDS (2010).
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y éstos tienen escasa incidencia en la producción de leyes y políticas. Tampoco hay mucho interés por sistematizar los resultados de la acción del Estado. Por lo tanto, buena parte del convencimiento de los participantes en los debates sobre estas políticas, sobre todo de los más informados, surge de la literatura internacional, antes que del conocimiento local sobre la efectividad de las medidas tomadas o la etiología del conflicto. El tema de la prevención, y los recursos como factor protector, no tienen prioridad.
porque fomentan la autonomía femenina: las mujeres con mayores recursos propios tienen mayores opciones al enfrentarse a situaciones violentas. La falta de recursos, por el contrario, está ligada a la vulnerabilidad frente a la violencia, agravada por las deficiencias de las políticas públicas (Raphael 2009; Renzetti 2009; White 1993). Además, la autonomía femenina es particularmente importante si se acepta la definición de la violencia conyugal promovida por Stark (2007), según la cual ésta es parte de un continuum de control cuyo objetivo es limitar la autonomía de la mujer. Lógicamente, los recursos propios, o la ausencia de éstos, y la disputa por el control de los recursos familiares son parte importante de esta dinámica.
Sin embargo, en la cotidianeidad de la atención a la violencia contra las mujeres es claro que el problema de los recursos es central, tanto para la dinámica del conflicto como para las posibilidades de su solución. En nuestro trabajo de observación, así como en las entrevistas a los funcionarios de la Casa de Justicia de Ciudad Bolívar, y al equipo de abogadas de la Alcaldía de Bogotá que llevaba casos con perspectiva de género, fue un tema recurrente. También lo fue para los habitantes del barrio que entrevistamos.
Sin embargo, es complejo afirmar que los recursos por sí mismos proveen autonomía, o que su ausencia la disminuye. Son evidentes los múltiples problemas, por ejemplo, que surgen para las mujeres que teniendo recursos no logran traducirlos en mayor autonomía o menor violencia. Consideramos que los recursos en sí mismos deben tener ciertos significados culturales para ser protectores, es decir, dentro del grupo al cual pertenece la mujer debe compartirse la idea respecto a que las personas que poseen ese recurso deben ser más autónomas en sus decisiones.
El vínculo entre recursos y violencia contra las mujeres ha sido muy debatido en la literatura, sobre todo la internacional. Para algunos autores, si bien es claro que los grupos más pobres sufren mayores niveles de violencia, los recursos no son el factor explicativo más importante: la pobreza, en lugar de ser causa, refleja otros factores asociados también a la violencia. Por ejemplo, se dice que los mayores determinantes de la violencia son el abuso de sustancias (en el maltratador) y la historia de violencia en el hogar de origen (de la víctima), ambos relacionados con la pobreza pero no causados por ésta (Ribero y Sánchez 2004; Buzawa y Buzawa 2013).
La importancia de los significados culturales para entender la relación entre recursos y autonomía lleva a algunos autores a enfocarse en el estatus, en lugar de los recursos. Así, la definición de estatus como la capacidad de manipular el entorno (Dyson y Moore 1983) señala directamente la posibilidad no sólo de autonomía sino de poder de decisión, poder que puede estar o no ligado a los recursos. Elizabeth Mogford (2011), por ejemplo, usa datos de la Encuesta de Salud Familiar de India para explicar la relación entre estatus y violencia doméstica en Uttar Pradesh. Concluye que las mujeres que contestaron afirmativamente a las preguntas sobre autonomía (por ejemplo, en la decisión sobre gastos) tienen menos posibilidades de ser víctimas de violencia, pero esta protección no se extiende a las mujeres que trabajan por fuera del hogar. Las razones son culturales: los indicadores de autonomía en ciertas culturas (como el trabajo fuera de la casa en las clases medias europeas y norteamericanas) pueden generar estigma en otras culturas (como en los lugares de India donde estar por fuera de la propia casa con frecuencia es motivo de vergüenza). Es decir que la forma como los recursos generan autonomía depende de la cultura y del contexto, y no es una propiedad de los recursos en sí mismos (Koenig et al. 2003; Jejeebhoy 2002; Jejeebhoy y Cook 1997; Jejeebhoy y Sathar 2001).
Sin embargo, otros autores argumentan que los recursos sí cumplen un papel, por lo menos en la mayoría, si no en todos los conflictos de pareja que son violentos, y donde generalmente el hombre maltrata a la mujer. En Estados Unidos hay una nutrida literatura que defiende el papel protector de los recursos en la violencia contra las mujeres tanto en ese país como en otros países del mundo.5 Esta protección tiene por lo menos tres aspectos: los recursos fomentan la autonomía femenina, alivian el estrés por factores económicos y asisten en la superación de la violencia. A continuación se analiza cada uno de estos aspectos.
Recursos, autonomía y estatus La razón por la cual se argumenta que los recursos son factores protectores contra la violencia doméstica, es
5 Para un debate reciente, ver el pie de página anterior. Otros artículos relevantes son: Beeble, Bybee y Sullivan (2010), Bosch y Schumm (2004), Goodman et al. (2005).
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Vivienda/violencia: intersecciones de la vivienda y la violencia intrafamiliar Julieta Lemaitre Ripoll, Sandra García Jaramillo, Hernán Ramírez Rodríguez
Temas Varios
Recursos y estrés económico
la violencia: un estudio muestra que cuando el subsidio de vivienda está sólo a nombre de la mujer, esto le permite negociar relaciones menos violentas o incluso relaciones de pareja sin violencia (Lawson-Clark, Burton y Flippen 2011).
Una segunda razón para considerar que los recursos son un factor protector es que alivian la inseguridad económica y sus angustias, así no alivien la pobreza medida en indicadores de bienestar material. En Estados Unidos varios autores han señalado la relación existente entre los problemas económicos, el estrés asociado a éstos y la violencia conyugal (Benson y Fox 2004; Renzetti 2009). También han examinado la relación entre clase, raza y violencia, pero tampoco es claro cómo funcionan las intersecciones de raza y clase y cuál es su dimensión cultural (Sokoloff y Dupont 2005). Los estudios en Estados Unidos también han señalado otras relaciones entre violencia y pobreza, por ejemplo, el hecho de que con independencia de la pobreza de la familia como unidad, la violencia familiar está ligada a la pobreza del barrio o sector en el que vive (Benson et al. 2003; ver, en Chile, Rodríguez y Sugranyes 2005). En todo caso, parece ser claro que hay una relación por explorar entre la pobreza y la violencia contra las mujeres.
Sin embargo, hace falta profundizar en el papel de la vivienda como recurso. Los siguientes apartes de este artículo exploran el papel que cumple la propiedad de la vivienda en las mujeres de Ciudad Bolívar, y cómo ésta puede proteger de la violencia conyugal, de formas acordes con la literatura internacional, pero ilustrando la especificidad local.
La vivienda como recurso y como factor protector La garantía de una vivienda segura ha sido central para el movimiento internacional de mujeres, que le ha dado forma a la respuesta estatal sobre la violencia contra las mujeres. Su preocupación central no ha sido el acceso a la vivienda propia, sino la vivienda como refugio de mujeres golpeadas, ya sea a través de albergues, vivienda de emergencia o subsidios. El imaginario en estos casos se concentra en aquellos de extrema violencia física y/o psicológica, donde es necesario encontrar un lugar seguro.
Recursos para la superación de la violencia Una tercera razón para pensar que los recursos tienen un impacto sobre la violencia conyugal es que, a mayores recursos, mayor es la capacidad de las mujeres de superar la situación violenta. En Colombia, frente a los datos que muestran un mayor riesgo de violencia para las mujeres que trabajan fuera del hogar (Hincapié-Marín 2011; Gáfaro e Ibáñez 2012), se señala que el trabajo independiente puede ayudar a negociar mejores términos en la relación de pareja, y a la posibilidad de terminarla. En Estados Unidos algunos estudios demuestran, además, que la pobreza impacta directamente el bienestar psicológico de los sobrevivientes de violencia doméstica, generando dificultades para superar las situaciones violentas (Beeble, Bybee y Sullivan 2010).
Así, la importancia de la vivienda está planteada desde el origen mismo del movimiento internacional como un problema de albergues (Schneider 2002; Schecter 1982). Este interés por la vivienda se ha extendido en los países norteamericanos y europeos a los problemas de discriminación que sufren las mujeres golpeadas por parte de los arrendadores (Hirst 2003; Lapidus 2003). Otros han señalado, dentro de los programas de vivienda subsidiada, la vulnerabilidad de las mujeres golpeadas (Raphael 2000), así como el vínculo entre violencia doméstica e indigencia (Pavao et al. 2007). En Estados Unidos esta relación es bastante fuerte: más de la mitad de las mujeres que viven en la calle en Estados Unidos fueron víctimas de violencia en el hogar (Browne y Basuk 1997), y más de la mitad de todas las mujeres que reciben asistencia pública fueron alguna vez víctimas de violencia doméstica (Lyon 2002). Por ello, los activistas se han concentrado en la provisión de albergues y subsidios de vivienda para mujeres golpeadas (Hammeal-Urban y Davies 1999; Correia y Rubin 2011; Menard 2001). Incluso, algunos académicos y activistas han insistido en que la vivienda es un derecho fundamental de las
Garantizar una vivienda segura, además, es de importancia central para poder superar la violencia (Hirst 2003; Menard 2001; Riccardi y Gómez 2010). Si bien hay poca información sobre el tipo de tenencia de la vivienda (arriendo, propia o subsidiada) que es deseable para superar la violencia, sí hay estudios que muestran, por ejemplo, que en Estados Unidos hay un vínculo entre vivir en arriendo y mayor violencia doméstica (Rennison y Welchans 2000). Además, la titularidad de la vivienda a nombre de la mujer puede incluso disminuir
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mujeres golpeadas (Paglione 2006; Riccardi y Gómez 2010), y en que se debe exigir como tal.
de antiguas haciendas, fue poblada de manera informal por cientos de miles de personas, muchos inmigrantes del campo, en la misma época que se inició la construcción de la vivienda de interés social en Candelaria la Nueva.
Sin embargo, en la literatura internacional ha habido poco interés en el tema de la propiedad de la vivienda (en lugar del arriendo, el albergue o el subsidio). Esta falta de interés se puede explicar por la presunción respecto a que la propiedad de la vivienda es un factor más de la riqueza, y de alguna manera reservada a las clases medias y altas. En esta medida, no tiene sentido estudiar la propiedad de la vivienda como un factor distinto a la riqueza.
Las montañas de Ciudad Bolívar fueron epicentro en los años ochenta y noventa de un intenso poblamiento. De la mano de empresarios de la urbanización ilegal, las familias pagaron por lotes donde construyeron viviendas, a menudo con materiales inapropiados como tela asfáltica, madera burda, lata y papel periódico. No tenían servicios públicos ni vías de acceso, y tuvieron numerosos enfrentamientos con la Policía; la zona se convertiría también en el escenario de disputas entre pandillas, que le darían un nombre siniestro a la localidad (Alape 1995).
Esto puede ser cierto en los países más ricos, pero no es cierto en los países que, como Colombia, tienen una alta incidencia de la propiedad de la vivienda, formal e informal, entre los pobres. De hecho, cerca de la mitad de los colombianos son dueños de su vivienda, sin importar el estrato. Según la ENDS de 2010, el 48,1% de las mujeres en edad reproductiva en Bogotá, y el 51,3% de colombianas, viven en casa propia. La propiedad de la vivienda, además, no refleja los quintiles de riqueza, ya que se encuentra de manera relativamente uniforme en todos ellos.
Pero con el paso del tiempo la violencia disminuyó, y las casas se fueron convirtiendo, a través de la autoconstrucción, en viviendas sólidas de cemento, ladrillo y concreto de dos a cuatro pisos, con todos los servicios públicos. En colaboración con las Juntas de Acción Comunal, y luego con el gobierno de la localidad, la ciudad trajo no sólo los servicios públicos, sino también el equipamiento urbano, incluidos colegios, vías pavimentadas y parques, y muchos pobladores legalizaron sus títulos. Sin embargo, otros continúan en la informalidad, sin que ello les genere mayores obstáculos, fuera de un menor valor de la vivienda en un activo mercado informal, donde las casas se anuncian “con” y “sin” escritura (Rico 2009).
Es importante señalar que la vivienda propia, formal e informal, es más que un recurso económico que se pueda transformar en una suma fija de dinero al venderla o hipotecarla. Es decir, su valor depende no sólo de la posibilidad de convertirla en una suma fija de dinero. La vivienda, en especial la vivienda de autoconstrucción, a menudo es además una vivienda productiva, que permite generar ingresos a través de sus varios usos, como el arriendo de piezas o el tener locales o talleres con negocios. Además, tiene otros aspectos sociales, como la generación de redes de ayuda mutua. A continuación se describen los muchos aspectos de la vivienda como recurso en la localidad de Ciudad Bolívar, tanto de la vivienda formal como de la informal.
La ENDS de 2010 refleja la historia de la localidad a través de los datos de violencia contra las mujeres en las familias. Las mujeres de Ciudad Bolívar tienen un mayor riesgo de violencia y sufren mayor violencia física y mayor violencia severa que las mujeres de Bogotá en general (16,5 vs. 13%/6,7 vs. 3,5%). Como se muestra en la tabla 1, las mujeres de Ciudad Bolívar son más jóvenes, tienen menos educación, menos trabajo y viven en hogares más pobres y con mayor hacinamiento que las mujeres del resto de la ciudad. Una mayor proporción de ellas fueron testigos de violencia en sus hogares maternos y tienen parejas que fueron maltratados cuando eran niños. Pero también sucede que una proporción ligeramente mayor de ellas es dueña de sus propias casas: 50% vs. 48,1% para todas las mujeres de Bogotá. Además, tener casa propia en Ciudad Bolívar es un factor protector importante frente a la violencia —en esta sección se describen los datos cualitativos que sustentan esta afirmación, y en la siguiente, los cuantitativos—.
Resultados de la investigación cualitativa en Ciudad Bolívar Ciudad Bolívar es una de las localidades más pobres de Bogotá, asociada en el imaginario de la ciudad al poblamiento informal y a la violencia. Cuenta con una zona plana de poblamiento formal que despegó en los años ochenta con la construcción de viviendas de interés social en la zona inicialmente conocida como Candelaria la Nueva, y una zona montañosa circundante. La zona montañosa, originalmente propiedad
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Temas Varios
Tabla 1. Características de la muestra (mujeres casadas o que viven con una pareja) Colombia n=20.213
Bogotá n=3.945
Ciudad Bolívar n=329
Total violencia física (%)
15,2
13,0
16,5
Violencia sexual (%)
2,9
1,9
1,8
Violencia física severa (%)
4,2
3,5
6,7
Violencia física menos severa7 (%)
14,1
12,3
16,2
Total amenazas (%)
15,6
12,3
15,6
Abandonarla por otra mujer (%)
10,2
7,6
10,5
Quitarle a los hijos (%)
6,7
5,7
7,4
Quitarle el apoyo económico (%)
7,3
5,1
7,2
Entre 13 y 19 años
4,1
3,2
4,2
Entre 20 y 29 años
28,7
25,4
36,5
Entre 30 y 39 años
34,9
36,6
31,8
Entre 40 y 49 años
32,3
34,9
27,5
6
Características de la mujer Edad (%)
Presenció violencia doméstica de niña (%) Sí
36,5
41,7
49,5
No
63,5
58,3
50,5
Primaria incompleta
13,3
2,8
8,5
Secundaria incompleta
36,3
27,9
43,7
Secundaria completa
27,9
27,9
32,9
Superior o técnica
22,6
41,5
14,9
Sí
67,2
79,6
72,1
No
32,8
20,4
27,9
Propia
51,3
48,1
50,0
Alquilada
47,2
50,4
50,0
Otra
1,5
1,5
0
Entre 1 y 4 personas
56,0
66,4
60,6
Entre 5 y 8 personas
39,2
31,3
33,0
4,8
2,3
6,5
14,1
5,4
14,5
Máximo nivel educativo alcanzado (%)
Trabajó en el último año (%)
Características del hogar Tenencia de la vivienda (%)
Número de personas en el hogar (%)
9 o más personas En condición de hacinamiento (%) a
6 Pateada, arrastrada, amenazada o atacada con un arma, quemada o bajo intento de ser quemada, o intento de ser ahorcada. 7 Empujada o sacudida, golpeada con un objeto, golpeada con la mano, mordida.
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Tabla 1. Características de la muestra (mujeres casadas o que viven con una pareja). Colombia n=20.213
Bogotá n=3.945
Ciudad Bolívar n=329
Sin hijos
8,8
16,1
10,1
1 hijo
24,0
34,0
30,7
2 hijos
32,6
34,7
37,2
3 hijos
19,5
10,7
12,6
4 o más hijos
15,1
4,4
9,4
1 (Quintil más pobre)
15,6
20,6
32,5
2
20,2
20,3
29,9
3
21,4
21,9
18,4
4
22,1
18,9
15,2
5 (Quintil más rico)
20,7
18,3
3,9
Entre 15-19 años
1,1
1,0
1,2
Entre 20-29 años
20,4
19,5
30,6
Entre 30-39 años
33,1
32,9
33,1
Entre 40-49 años
31,7
32,9
25,4
50 años o más
13,7
13,8
9,7
Primaria incompleta
17,2
4,5
12,0
Secundaria incompleta
60,1
27,6
42,1
3,7
29,9
35,9
Superior o técnica
19,0
37,9
10,1
Fue maltratado de niño (%)
32,7
32,8
44,3
Número de hijos (%)
Quintiles de riqueza (%)
Características de la pareja Edad (%)
Máximo nivel educativo alcanzado (%)
Secundaria
Más de tres personas duermen en una alcoba. Fuente: elaboración propia a partir de datos de Profamilia, Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2010. a
La vivienda propia como alivio del 6 estrés económico y la inseguridad7
la vivienda asegurada, los pobladores pueden dedicar recursos escasos, incluidos recursos de crédito pequeño con prestamistas y tiendas, a resolver necesidades urgentes como la comida, los materiales para la escuela y las medicinas. En tiempos de bonanza el dinero adicional se destina al mejoramiento de la vivienda, no sólo para vivir mejor, sino para ampliar sus posibilidades de generación de ingresos.
La primera explicación que tomamos de los datos cualitativos sobre el efecto protector de la vivienda hace referencia a su papel como alivio del estrés económico y la inseguridad. Así, la casa propia permite sobrevivir en situaciones difíciles, tales como el desempleo, la enfermedad de un miembro de la familia o el fin de una relación de pareja, sin por ello descender a la indigencia. Esto es especialmente cierto de la vivienda de autoconstrucción que no tiene créditos pendientes. Con
Parte de la explicación del factor protector de la vivienda frente al estrés económico radica en la relativa carestía
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Temas Varios
del arriendo: el arriendo de dos piezas con baño, cocina y el cuarto de ropas compartidos, un esquema común, costaba en 2012 entre $200.000 y $400.000. Es decir, que el arriendo fácilmente ocupa la mitad o más de los ingresos de una familia, generando la necesidad de tener más de un adulto trabajando. Hay que tener en cuenta que en el año de esta investigación, 2012, el salario mínimo, incluidos prestaciones, seguros, transporte, etcétera, estaba alrededor de $700.000, de los cuales el trabajador recibía $569.000. Por ello, el arriendo es una carga muy pesada en la economía doméstica de las personas pobres, incluso para los que logran asegurar un empleo formal con salario mínimo.
fuera del hogar, sino que le permite también encontrar formas de combinar las labores de cuidado con la generación de ingresos a través de pequeños negocios con tiempos flexibles. Asimismo, mejora la situación de las madres solteras, pues alivia la presión sobre los niños y niñas mayores de trabajar, y le permite a la madre mantener la independencia afectiva y económica frente a una eventual pareja que no es el padre de los menores. La casa de autoconstrucción a menudo se convierte en una fuente de ingresos a través del alquiler de piezas o apartamentos y otras actividades generadoras de ingreso. Las mujeres que entrevistamos, por ejemplo, habían encontrado fuentes de ingresos en actividades tan diversas como cobrar por el uso de un baño público, vender minutos de celular, vender comida, bebidas y papelería en pequeñas tiendas, cultivar comida y tener gallinas en la azotea, alquilar espacio para parquear un carro a un vecino, lavar la ropa de otras personas en su casa. La casa propia de autoconstrucción, bastante más grande que la de interés social, permite el alquiler de piezas, y, por lo tanto, la presencia de relaciones amistosas, controladas por la dueña de la casa, con arrendatarios y familia extendida, que pueden ser una fuente de ayuda, consejo y pequeños préstamos. Todo lo anterior explica por qué, por lo menos en la opinión de los pobladores locales, la casa propia protege a la mujer contra la violencia conyugal.
Además de aliviar la inseguridad económica, la casa propia brinda una mayor autonomía en la vida cotidiana, ya que el arriendo puede someter a los arrendatarios a incomodidades y humillaciones. Los contratos de arrendamiento son verbales y se suelen negociar frecuentemente, casi siempre para beneficio del propietario. Los propietarios, que suelen vivir en el mismo inmueble, controlan el uso de las zonas y los recursos compartidos como la cocina, la luz eléctrica y los baños. Si no hay un registro independiente del gasto de luz y agua, el arrendatario debe pagar una proporción preestablecida o una suma fija por los servicios, y éstos están fuera de su control. La convivencia de diferentes núcleos familiares con niños pequeños en espacios compartidos se presta para numerosos conflictos. Es frecuente que pesen sobre los arrendatarios restricciones de comportamiento, tales como límites a la cantidad de ruido que pueden hacer los niños, el tipo de electrodomésticos que pueden usar (incluidos la prohibición de calentar agua para el baño o usar duchas eléctricas, por ejemplo), o límites sobre el tiempo de duración de la cocción de alimentos o de uso del baño.
La vivienda como estatus y la autonomía que brinda a las mujeres Hay otras razones que no fueron identificadas directamente por los pobladores, pero que inferimos de la forma como hablan de las casas, y de las historias que cuentan sobre su construcción. Las casas, en especial las casas de autoconstrucción, tienen un valor que no es sólo monetario: también generan estatus para sus dueñas.
Por lo tanto, no vivir en arriendo, incluso si la casa propia tiene pocas comodidades, se considera una mejoría significativa de la calidad de vida.8 Y para el trabajo doméstico, la casa propia es un recurso muy importante: primero, porque pagar arriendo a menudo obliga a que todos los miembros adultos (y, a veces, los menores) de una familia trabajen fuera del hogar, lo cual dificulta la atención de los niños pequeños y otras tareas de cuidado que realizan tradicionalmente las mujeres. En cambio, el hecho de tener casa propia no sólo alivia la presión sobre la mujer que vive con su pareja de tener un trabajo
En el barrio Jerusalén de Ciudad Bolívar, en el que se concentró nuestro trabajo de campo, las familias que tienen casa propia son más respetables, más reconocidas, y tienen mayor probabilidad de pertenecer a las redes locales de ayuda mutua. Estas redes se originaron en parte en los años ochenta y noventa, cuando se construyó el barrio a través de la participación comunal. En cambio, las familias que viven en arriendo son percibidas como más “de paso”, de menos confianza, menos “conocidas”. Y el pertenecer a relaciones de confianza brinda bienestar psicológico, y es además importante para muchas transacciones económicas informales locales, que van desde la compra de un lote hasta los pequeños préstamos en las tiendas.
8 Sin embargo, uno de nuestros informantes reporta un cambio en la cultura afirmando que las generaciones más jóvenes no le dan tanta importancia a la casa propia como sus mayores.
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Por lo tanto, parece razonable argumentar que las mujeres que viven con su pareja y tienen casa propia generalmente están en una mejor posición para influir sobre su entorno y evitar la violencia, que las que viven en arriendo. Esto tiene que ver con la autoestima: una mujer no sólo tiene mayor estatus porque tiene casa propia, también su imagen de sí misma como alguien de valor se ve reflejada en tener su propia casa, su propio menaje doméstico de muebles y demás enseres domésticos. Tener esta propiedad, y cuidarla apropiadamente, es el reflejo de ser alguien respetable, una fuente de orgullo y de amor propio que además facilita la solución del conflicto actuando como factor emocional protector.
éstos de la casa implica un reproche social mayor, incluso, que el de la esporádica violencia física; si bien un hombre razonable puede en ocasiones ser violento, también puede ser persuadido de irse o de mudarse a su propia habitación. Sin embargo, irse de la casa es un gran sacrificio para el hombre que no tiene otros recursos o ahorros que la casa, y es común en las narraciones de conflictos que los hombres por años vivieran parte del tiempo en la casa común, o que conservaran las llaves, en especial si no tenían otra familia. Esta presencia del hombre estaba asociada al rol tradicional de ser el hombre o el señor de la casa, generando múltiples tensiones que en ocasiones desembocaban de nuevo en agresiones. Es decir, que las soluciones que provee la casa, si bien son una mejoría, no siempre representan la terminación del conflicto o incluso de la violencia.
La vivienda propia y la solución de la violencia
A pesar de esto, es claro que entre funcionarios y pobladores existe el consenso respecto a que ante la violencia doméstica las mujeres que viven en casa propia están en una situación superior, no sólo porque tienen menos estrés económico, sino porque pueden con mayor facilidad forzar la terminación de la relación de pareja. Esta terminación es comprendida como parte del ciclo de violencia —una solución a la que eventualmente se llega—, y mientras más rápido se llegue a dicha terminación, menor violencia se sufre.
Por último, la casa propia permite a las mujeres en relaciones conflictivas encontrar diversas soluciones a la violencia. La solución ideal para algunos de los funcionarios y líderes comunitarios entrevistados es que el padre entregue su parte de la casa para cubrir su parte de la cuota alimentaria de los hijos. Esta solución es deseable por la prevalencia de la inasistencia alimentaria al irse el padre del núcleo familiar. La importancia económica de la vivienda es tal, que también se reportan casos en que la mujer, al quedarse en la casa, debe entregar al padre el excedente de dinero que produce, por ejemplo, el arriendo de un local. Aun así, la mujer conserva la seguridad económica de la vivienda.
Es importante insistir en que la mujer está en una posición más fuerte para superar la violencia cuando el documento de propiedad de la vivienda indica que es propietaria. En nuestra investigación encontramos que este efecto se da incluso cuando el documento no es un título válido legalmente, sino que se trata de un título informal garantizado por una promesa de venta. Como los títulos informales son respetados en la zona (Rico 2009; Bonilla 2006; Hataya 2010), la mujer puede mostrar el título e impedir que su pareja venda el bien sin su consentimiento, o que la eche de la casa. Tiene la seguridad de que el lugar le pertenece, y es también una fuente de emociones positivas sobre su propio valor y posibilidad de autonomía, emociones que son importantes al negociar su relación de pareja.
También son comunes las soluciones intermedias entre el divorcio y la convivencia en pareja, soluciones que disminuyen el nivel de conflicto y, en ocasiones, eliminan del todo la violencia. Las mujeres con casa propia negocian un espacio propio, mudándose a otra parte de la casa o pidiendo a su pareja que lo haga. La percepción en la comunidad es que esta cohabitación en habitaciones separadas es común, y los funcionarios de la Casa de Justicia comparten esta percepción. Dos de las diez mujeres pobladoras que entrevistamos habían superado la situación de violencia con esta modalidad de separación, llegando a una convivencia que, si bien a menudo era tensa, había dejado de ser violenta.
La excepción: la violencia de los terroristas íntimos
También parece haber un consenso implícito en la zona respecto a que cuando una familia tiene una casa propia, el hombre razonable9 deja la casa a su esposa e hijos, en vez de echarlos. Desalojar a los propios hijos y a la madre de
La situación descrita, sin embargo, no se aplica cuando el agresor es percibido por la comunidad como poco razonable. Éstos son hombres descritos como personas que pierden el juicio cuando toman alcohol, o que se dejan influenciar por malas amistades, o que han cometido crímenes y purgado cárcel, o que tienen problemas men-
9 Un hombre con el cual se puede contar para comportarse de manera que la comunidad considera aceptable; también, un hombre con el cual se puede dialogar y hacer recapacitar sobre la violencia.
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Temas Varios
tales congénitos o problemas emocionales severos por maltrato en la infancia. Con ello, la comunidad describe a los que Johnson (2008) llama terroristas íntimos, una modalidad de violencia diferente a la violencia situacional entre la pareja, que es la que encontramos en buena parte del trabajo de campo.
prevalencia de la violencia. Sin embargo, otros factores mencionados a menudo en la investigación cualitativa — la indiferencia del tipo de propiedad (formal o informal) para el efecto protector, la frecuencia de la convivencia de parejas separadas o la existencia de terroristas íntimos— no aparecen en los datos de la encuesta. Ello no implica que no podamos afirmar que, debido a las coincidencias entre los relatos en Ciudad Bolívar y los datos estadísticos, la vivienda propia sí tiene un efecto protector en general. A continuación se explican los resultados del análisis de la ENDS.
Según Johnson (2008), la violencia situacional se da en episodios vulnerables a factores contextuales como el estrés económico y la erosión de la confianza en la pareja. Es una violencia que suele escalar de forma cíclica hasta el fin de la relación, y si bien suele ser protagonizada por el hombre, no excluye que la mujer en ocasiones agreda, tanto con palabras como con hechos, en defensa propia o en retaliación. El mismo hombre puede tener otras relaciones sin violencia, y la mujer puede resistir y cambiar su situación de victimización.
El factor protector de la vivienda: los datos de la ENDS 2010 Para estimar la envergadura de la relación entre la propiedad de la vivienda y la violencia contra las mujeres, y si es posible generalizar las percepciones de los pobladores de Ciudad Bolívar, analizamos los datos de la ENDS de 2010. La ENDS se realiza en el ámbito nacional y tiene tanto información de los hogares como de las mujeres que responden la encuesta, e incluye datos sobre prevalencia de la violencia intrafamiliar. La muestra utilizada para este análisis parte de las mujeres en edad fértil (13 a 49 años) y selecciona sólo las que están casadas o que viven con una pareja. El tamaño de la muestra, representativa en cada caso, es de 20.213 mujeres en el nivel nacional, 3.945 para Bogotá y 329 para Ciudad Bolívar (ver características de la muestra en la tabla 1).
El terrorismo íntimo, en cambio, se caracteriza por la extrema y persistente crueldad del agresor y su insistencia en eliminar toda posibilidad de autonomía de su víctima. En estos casos es muy poco probable que haya resistencia, e incluso la capacidad de terminar la relación se disminuye de forma dramática. También es una violencia por lo general impermeable a los recursos económicos. Estos casos confirman la afirmación de Buzawa y Buzawa (2013) sobre la presencia de otros factores más importantes que los recursos para predecir la violencia doméstica, como son el abuso de sustancias, el haber sido víctimas de maltrato en su propia infancia, y la historia de violencia en la comunidad.
La variable dependiente del análisis fue si la mujer había experimentado o no violencia conyugal en el año anterior a la encuesta. Por la cantidad de preguntas que hace la ENDS en este punto, para facilitar el análisis clasificamos las preguntas en tres: violencia física severa, violencia física menos severa y amenazas. La violencia física severa incluye estrangular, quemar o intentarlo, el uso de armas como cuchillos o pistolas, y patear o arrastrar. La violencia física menos severa incluye empujar o sacudir, abofetear, golpear con la mano con objeto y morder. Las amenazas incluyen dejarla por otra mujer, de quitarle los hijos, o de quitarle el apoyo económico. La variable independiente analizada fue la tenencia de la vivienda, dividida en arriendo y en propiedad, si la casa o apartamento es propiedad de alguna persona en el núcleo familiar. También se incluía en la pregunta de la ENDS la variable “otros”, en cuanto al modo de tenencia de la vivienda, pero la respuesta afirmativa a esta variable es tan pequeña que la eliminamos del análisis de los datos.
Para las líderes comunitarias, así como para los funcionarios públicos y algunas de las pobladoras que entrevistamos, cuando un hombre es “loco” o poco “razonable” en su violencia, correspondiendo a la definición de terroristas íntimos, no hay forma de detener la violencia. Sugieren que estos hombres llegan a matar a sus mujeres con el tiempo y afirman que la única solución en estos casos extremos es huir, y que al intentar huir se arriesgan a ser asesinadas. Las mujeres no se atreven a dejar a estos hombres, no sólo por problemas económicos, sino por las razones de destrucción psicológica, bien documentadas en la literatura. El recurrir a las autoridades, si bien se apela como un problema prescriptivo (lo que deberían hacer las mujeres es denunciar), no incluye la descripción de una respuesta oportuna de las mismas, y más bien las entrevistas hacen referencia a la incapacidad del Estado para identificar y sancionar estos casos a tiempo. Algunos de los datos obtenidos a través de la investigación cualitativa se confirman con la ENDS y sus datos de
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Tabla 2. Violencia y amenazas por la pareja según tipo de tenencia de la vivienda (mujeres de 13 a 49 años casadas o que viven con una pareja) Colombia Propia
Arriendo
Bogotá Propia
a
Arriendo
Ciudad Bolívar a
Propia
Arriendo
a
Violencia física (%)
12,6
17,6
***
8,8
16,5
***
11,9
21,7
**
Violencia física menos severa (%)
11,4
16,6
***
8,2
15,7
***
11,9
21,1
**
***
2,1
4,6
***
5,8
7,8
1,7
2,2
1,7
2,0
Violencia física severa (%)
3,3
5,1
Abuso sexual (%)
2,6
3,3
Amenazas (%)
13,6
17,4
***
9,7
14,3
***
13,4
18,0
*
Abandonarla por otra (%)
9,2
11,0
***
6,3
8,5
***
7,9
13,*
*
Quitarle los hijos (%)
5,0
8,4
***
3,6
7,6
*
6,1
8,9
Quitarle el apoyo financiero (%)
6,1
8,3
***
3,7
6,1
**
5,6
9,1
Total de observaciones
20.213
3.945
329
Prueba de diferencia de proporciones entre los dos grupos (propia o arriendo). *** p < 0,01, ** p < 0,05, * p < 0,1 Fuente: elaboración propia a partir de datos de Profamilia, Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2010. a
Al hacer la regresión encontramos que la probabilidad de ser víctimas de violencia por parte de sus parejas se reduce de forma significativa cuando las mujeres no viven en arriendo sino en vivienda de su propiedad, o de algún miembro de su familia. En todo el país el riesgo de violencia física disminuye en un 28% en el caso de tener vivienda propia, y el de ser amenazadas disminuye en un 22%. El efecto protector de la propiedad de la vivienda es mucho más marcado en Bogotá y en Ciudad Bolívar, donde el riesgo de violencia física disminuye en un 47%, y el de amenazas, en un 45% cuando la vivienda es propia.
mientras que el 11,9% de quienes viven en vivienda propia han sido víctimas de este tipo de violencia por parte de su pareja. En la regresión incluimos además una serie de variables de control de acuerdo con los factores que en la literatura especializada se relacionan con la violencia contra las mujeres. Así, incluimos algunas características demográficas de las mujeres: edad, etnicidad, educación, trabajo, y si habían experimentado o no violencia en la infancia. Incluimos además algunas características del hogar (número de personas en el hogar, hacinamiento, número de hijos, estructura familiar e índice de riqueza) y las características de la pareja (edad, grado de educación, y si había sido o no víctima de maltrato infantil).10
La tabla 2 presenta el porcentaje de mujeres que son víctimas de violencia conyugal (violencia física o amenazas), según el tipo de tenencia de la vivienda (propia o en arriendo). Como se observa en la tabla 2, la violencia conyugal es significativamente más alta para las mujeres que viven en arriendo, comparadas con aquellas que cuentan con vivienda propia. Esto es cierto para Colombia en general, Bogotá y Ciudad Bolívar. Sin embargo, las diferencias en el riesgo de violencia física son más acentuadas para Bogotá y Ciudad Bolívar, donde la afectación por violencia física es casi el doble para las mujeres que viven en arriendo, comparadas con aquellas que viven en vivienda propia. Por ejemplo, en Ciudad Bolívar el 21,7% de las mujeres que viven en arriendo han sido víctimas de violencia física por parte de su pareja,
Para cada una de las variables dependientes (violencia física menos severa, violencia física severa, violencia sexual y amenazas) realizamos una regresión logística, con la tenencia de la vivienda (propia o arriendo) como la variable independiente, y controlamos las características de la mujer, su pareja y el hogar, ya mencionadas. Para facilitar la interpretación de los coeficientes, también estimamos los efectos marginales.
10 Todas las parejas son hombres, pues la ENDS no tiene datos de parejas del mismo sexo.
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Vivienda/violencia: intersecciones de la vivienda y la violencia intrafamiliar Julieta Lemaitre Ripoll, Sandra García Jaramillo, Hernán Ramírez Rodríguez
Temas Varios Tabla 3. Modelo de regresión logística de violencia física y amenazas por parte de la pareja en el último año (efectos marginales) Violencia menos severa dy/dx
S.E.
-0,019
(0,005)
-0,004
(0,001)
0,001
(0,007)
Violencia severa dy/dx
S.E.
***
-0,007
(0,002)
***
-0,001
(0,000)
-0,004
(0,003)
Violencia sexual dy/dx
S.E.
***
-0,004
(0,002)
***
-0,000 -0,002
Amenazas dy/dx
S.E.
-0,020
(0,005)
***
(0,000)
-0,004
(0,001)
***
(0,003)
-0,004
(0,008)
-0,028
(0,008)
***
-0,033
(0,010)
***
0,018
(0,005)
***
0,050
(0,006)
***
-0,000
(0,006)
0,017
(0,007)
** ***
Tenencia de la vivienda Propia (vs. arriendo)
*
Características de la mujer Edad Educación Secundaria incompleta Secundaria completa
-0,021
(0,008)
***
-0,015
(0,003)
***
-0,006
(0,003)
Superior
-0,031
(0,009)
***
-0,019
(0,004)
***
-0,003
(0,004)
Trabajó en el último año (1=sí)
0,029
(0,005)
***
0,005
(0,002)
**
0,005
(0,002)
Presenció violencia doméstica de niña (1=sí)
0,054
(0,005)
***
0,017
(0,003)
***
0,009
(0,002)
Número de personas
-0,007
(0,005)
-0,005
(0,003)
*
0,004
(0,002)
Hacinamiento (1=sí)
0,008
(0,006)
0,004
(0,003)
0,002
(0,003)
Número de hijos
0,015
(0,002)
Quintil de riqueza
0,001
(0,002)
-0,002
(0,000)
Secundaria incompleta
0,001
(0,006)
Secundaria completa
0,044
(0,014)
Superior
-0,016
(0,009)
** *** ***
Características del hogar
***
0,006
(0,001)
0,000
(0,001)
-0,000
(0,000)
-0,002 *** *
***
*
0,004
(0,001)
***
0,019
(0,002)
-0,002
(0,001)
*
-0,002
(0,002)
-0,000
(0,000)
(0,003)
-0,006
(0,003)
0,007
(0,006)
0,001
-0,012
(0,004)
Características de la pareja Edad
***
***
-0.000 (0,000)
Educación
Víctima de maltrato de niño (1=sí) Número de observaciones (ENDS 2010)
0,102
(0,006)
***
0,036
20.213
(0,003) 20.213
*** ***
-0,014 0,024
(0,003) (0,003)
** *** ***
-0,004
(0,007)
0,036
(0,014)
**
-0,036
(0,010)
***
0,105
(0,006)
***
20.213
20.213
*** p < 0,01, ** p < 0,05, * p < 0,1. Errores estándares entre paréntesis Fuente: elaboración propia a partir de datos de Profamilia, Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2010.
Al controlar las variables mencionadas de las mujeres, del hogar y de las parejas, encontramos que el efecto protector de la vivienda propia es independiente de las características socioeconómicas y demográficas de las mujeres encuestadas (edad, educación, etnicidad, quintil de riqueza, estatus laboral, etcétera), así como de la educación y la edad de sus parejas. En promedio, la probabilidad de violencia se reduce en un 13% para los casos de violencia menos severa (1,9 puntos porcentuales), cuando se controlan los factores demográficos, y en un 15% para la violencia severa (0,70 puntos porcentuales),
así como un 15% para las amenazas (ver la tabla 3). Sin embargo, no tiene efecto sobre la violencia sexual. Estos datos preliminares señalan que hacen falta más estudios sobre la relación entre los recursos y la violencia contra las mujeres en Colombia, estudios que afinen las preguntas hechas en las encuestas y que establezcan diálogos entre las encuestas y los datos cualitativos. Sin los datos cualitativos presentados inicialmente no tendríamos la interpretación del efecto protector, y nos basaríamos en intuiciones y prejuicios, y no en la investigación
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científica. Sin los datos de la ENDS difícilmente podríamos generalizar a partir del trabajo de campo —estos diálogos, clasificados como métodos mixtos, pueden ser una base sólida para la generación de políticas públicas basadas en evidencia—. Si bien supera la intención de este artículo, creemos que el camino por seguir incluye la formulación de políticas públicas que potencien las capacidades de las mujeres para superar las situaciones violentas a través del acceso a recursos que les permitan hacerlo, en especial para las mujeres que sufren violencia situacional. Sin embargo, se debe tener claro cuáles son los recursos que tienen este efecto, y por qué lo tienen, para poder focalizar la inversión. Por otra parte, la asistencia estatal y la intervención de derecho penal se deben focalizar en las situaciones de terrorismo íntimo, donde los recursos pierden su efecto protector.
Referencias
Conclusión
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Aun así, consideramos que esta investigación es relevante para las políticas públicas. Provee evidencia para que las políticas de vivienda tengan en cuenta el impacto positivo de la vivienda propia en las mujeres como factor protector de la violencia doméstica, en especial si el título está a su nombre. Sugiere avenidas para investigaciones futuras sobre el impacto de la pobreza en la violencia desde contextos locales y con conocimiento de las culturas locales. En este orden de ideas, nuestro trabajo agrega a la evidencia que muestra que los escasos recursos existentes para aliviar la violencia contra las mujeres deben asignarse teniendo en cuenta los contextos y las culturas locales.�
En conclusión, la vivienda propia protege contra la violencia. Los datos de la ENDS muestran el efecto protector de la propiedad de la vivienda, con independencia del estrato y de otros factores que también influyen, tales como la edad, la educación, o la transmisión intergeneracional de los patrones violentos. También es significativo con independencia de otras variables como el estatus marital y el hacinamiento, aunque es menos significativo para la violencia menos severa y no tiene impacto sobre la violencia sexual. Los datos cualitativos, por su parte, muestran una explicación convincente para esta relación, por lo menos en la cultura local de Ciudad Bolívar. El tener casa propia es un recurso económico, también una fuente de estatus, y, en consecuencia, protege contra la violencia llamada situacional; sin embargo, su impacto es relativamente limitado en situaciones de “terrorismo íntimo”, donde la posibilidad de negociación pierde importancia.
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Esta conclusión está limitada por los datos disponibles. La encuesta misma sólo incluye mujeres en edad reproductiva, y si bien es representativa de Ciudad Bolívar, no hace diferencia entre los pobladores de la parte baja y los de las montañas. Tampoco pregunta por la calidad de la tenencia (formal o informal) o si el nombre de la mujer está en el título. Los datos cualitativos, a su vez, se concentran en Jerusalén, un sector de Ciudad Bolívar. Además, por razones del criterio ético de la investigación, las entrevistas de la muestra se concentraron en mujeres que en el presente no estuvieran experimentando violencia, sino que la hubieran superado. Además, se entrevistó por lo general sólo mujeres, dejando por fuera el punto de vista masculino.
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Más allá del consenso y la oposición: las actitudes de la “gente corriente” en regímenes dictatoriales. Una propuesta de análisis desde el régimen franquista* Claudio Hernández Burgosv Fecha de recepción: 12 de octubre de 2013 Fecha de aceptación: 20 de febrero de 2014 Fecha de modificación: 14 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.10
RESUMEN El objetivo de este artículo es analizar las actitudes sociales en regímenes dictatoriales, investigando los instrumentos utilizados para cosechar apoyos sociales y la compleja relación entre Estado y sociedad. A este fin, se elabora una propuesta teórica y metodológica para el análisis de las actitudes individuales y colectivas bajo regímenes no democráticos. La primera parte sintetiza los principales problemas para examinar las actitudes sociales, indicando algunos aspectos que deben ser considerados. La segunda parte realiza un balance historiográfico de los estudios sobre actitudes sociales en diferentes dictaduras europeas. Finalmente, el artículo se centra en el régimen franquista, mostrando empíricamente la necesidad de adoptar un enfoque flexible, complejo y “desde abajo” para el análisis de las actitudes de la “gente corriente”.
PALABRAS CLAVE Dictadura, actitudes, gente corriente, régimen franquista, represión.
Beyond Consensus and Opposition. Attitudes of “Ordinary People” in Dictatorships: An Analytical Proposal from the Franco Regime ABSTRACT The aim of this article is to analyze social attitudes in dictatorships, examining the mechanisms used to gather social support and the complex relationship between state and society. To this end, this essay presents a theoretical and methodological proposal for analyzing individual and collective attitudes under non-democratic regimes. The first section synthesizes the main problems in examining social attitudes and points out some aspects that should be considered. The second part consists of a historiographical review of studies of social attitudes in different European dictatorships. Finally, the article focuses on the Franco regime, empirically demonstrating the need to adopt a flexible, complex, “bottom-up” approach to analyze the attitudes of “ordinary people”.
KEY WORDS Dictatorship, attitudes, ordinary people, Franco regime, repression.
*
El artículo es resultado de la tesis doctoral “Las bases sociales de la dictadura. Las actitudes ciudadanas durante el régimen de Franco”, Universidad de Granada (España), y de la investigación realizada gracias a un contrato financiado por la Universidad de Granada, entre noviembre de 2012 y abril de 2013. Igualmente, se enmarca dentro del Proyecto I+D: “Continuidad y cambio en el comportamiento político de los españoles en el segundo franquismo (1966-1982)” (HAR2012-36528). v Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Granada, España. Investigador Posdoctoral en la University of Leeds (Reino Unido), financiado por la Universidad de Granada, España. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Franquismo a ras de suelo. Zonas grises, apoyos sociales y actitudes durante el franquismo. Granada: Editorial de la Universidad de Granada, 2013, y No solo miedo. Actitudes sociopolíticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (en coedición con Miguel Ángel del Arco, Carlos Fuertes y Jorge Marco). Granada: Comares, 2013. Correo electrónico: chb@ugr.es
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Mais além do consenso e da oposição: as atitudes das pessoas “comuns” em regimes ditatoriais. Uma proposta de análise desde o regime franquista RESUMO O objetivo deste artigo é analisar as atitudes sociais em regimes ditatoriais, pesquisando os instrumentos utilizados para obter apoios sociais e a complexa relação entre Estado e sociedade. Para isso, elabora-se uma proposta teórica e metodológica para a análise das atitudes individuais e coletivas sob regimes não democráticos. A primeira parte sintetiza os principais problemas para examinar as atitudes sociais, indicando alguns aspectos que devem ser considerados. A segunda parte realiza um balanço historiográfico dos estudos sobre atitudes sociais em diferentes ditaduras europeias. Finalmente, o artigo se centraliza no regime franquista, mostrando empiricamente a necessidade de adotar um enfoque flexível, complexo e “de baixo” para a análise das atitudes das pessoas “comuns”.
PALAVRAS-CHAVE Ditadura, atitudes, pessoas comuns, regime franquista, repressão.
E
l esfuerzo por relatar la historia de las dictaduras establecidas entre 1920 y 1940 en diversas naciones europeas ha provocado, a su vez, un aumento del interés por la relación establecida entre este tipo de Estados y las sociedades con las que convivieron. Con este fin, los estudiosos han puesto el foco sobre las variables y cambiantes actitudes y los comportamientos de la población, tratando de delimitar aspectos tales como las opiniones, percepciones y motivaciones que informaron sus pensamientos y actuaciones. Entrar en el terreno de lo subjetivo, de lo experimentado individual y colectivamente por los ciudadanos que vivieron con sistemas carentes de libertades democráticas, se ha convertido en una pieza esencial para explicar el nacimiento de tales regímenes, el éxito de algunos de sus discursos y políticas, y su capacidad para mantenerse durante largos períodos. Para ello, los especialistas han acudido a nuevas fuentes documentales, archivísticas y orales, complejizando su mirada sobre las dictadura y priorizando enfoques “desde abajo”, que remiten a la cotidianeidad en la que la población entraba en contacto con las instituciones de sus Estados.
sectores y grupos sociales en el ámbito de lo cotidiano. En primer lugar, se esbozan los principales problemas conceptuales y analíticos que conlleva el estudio de las actitudes sociopolíticas en dictaduras, sugiriendo algunas propuestas que ayuden a subsanarlos. A continuación, se realiza un recorrido por las investigaciones que se han ocupado del estudio de las actitudes, los apoyos sociales y la opinión popular bajo diferentes dictaduras a lo largo del siglo XX. Finalmente, apoyado en fuentes primarias provinciales, nacionales e internacionales, y en testimonios orales, el artículo se centra en el caso del franquismo. Para ello, se privilegia una perspectiva “desde abajo”, centrada en “lo local”, evitando visiones lineales, en blanco y negro, y demostrando empíricamente la existencia de actitudes múltiples, cambiantes, dinámicas y contradictorias. En definitiva, se trazan actitudes y comportamientos de la inmensa mayoría, examinando su constante y cambiante relación con las instituciones del Estado y demostrando la inoperatividad de un análisis de la dictadura desde el binomio consenso-oposición.
Propuestas teóricas, metodológicas y conceptuales para el estudio de las actitudes sociopolíticas
El objetivo de este artículo es profundizar en el estudio de las actitudes sociopolíticas de la “gente corriente” que convivió con regímenes no democráticos, de cara a comprender en toda su complejidad el funcionamiento de tales sistemas y, de manera especial, la perdurabilidad de algunos, como el régimen franquista. A este fin, se hace un importante esfuerzo de conceptualización y se demuestra la importancia de analizar las actitudes y los comportamientos “a ras de suelo”, como vía fundamental para captar con la mayor precisión posible las heterogéneas actitudes y conductas mostradas por los diferentes
Seguramente los historiadores no llegaremos a captar en toda su amplitud lo que sintieron los ciudadanos que vivieron en regímenes carentes de libertades, ni sabremos las razones que motivaron sus actos, muchas veces contradictorios o aparentemente inexplicables. Y, sin embargo, para comprender la instauración, la consolidación, la descomposición y la perdurabilidad de las dictaduras, es necesario adentrarse en las actitudes y los comportamientos
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Más allá del consenso y la oposición Claudio Hernández Burgos
Temas Varios
individuales y colectivos, en el ámbito de las percepciones y los sentimientos, en los discursos y en las experiencias, y en lo que, en definitiva, constituye el campo de la cultura. Una cultura entendida en sentido amplio, donde lo social, lo político o lo religioso están continuamente presentes, como un espacio de contornos imprecisos, donde caben la “alta cultura” y la “cultura popular”, pero también modos de vida, textos, estructuras, lenguajes, valores, actitudes y significados compartidos. Pero, sobre todo, concebida como un terreno de lucha, diálogo y negociación permanente mediado por la política y, por tanto, insertado en medio de unas cambiantes relaciones de poder entre los discursos y prácticas del Estado, y los recursos culturales empleados por la población para interpretar el mundo que la rodea (Williams 1958). Por ello, no sólo es necesario atender a la recepción social de los discursos emitidos “desde arriba”, sino comprender que éstos también son coproducidos “desde abajo” por los individuos, puesto que Estado y sociedad no son “universos acotados”, sino entidades en continua relación (Gramsci 1971). Es aquí donde los nuevos enfoques sobre la “cultura política” pueden resultar atractivos a la hora de conocer las pautas de identificación de un individuo con un grupo, o la manera en que se forma, tanto a través de tradiciones precedentes como de la propia experiencia, un conjunto de percepciones compartidas en torno a una serie de postulados —como la nación, la religión o el modelo de Estado— que hacen parte del terreno de “lo político” (Berstein 1997).
No obstante, tan sugerentes enfoques teóricos han visto a menudo disminuida su eficacia por la ausencia de material empírico que les diera respaldo. Pero, pese a las dificultades que entraña la búsqueda de fuentes para el estudio de las actitudes, las percepciones o la opinión popular, podemos obtener ciertas “pistas” si cruzamos cuidadosamente la información de archivos de procedencia y niveles distintos, y atendemos, junto a los partes de opinión elaborados por dictaduras como la alemana, la italiana o la española, a los cambios en discursos y prácticas adoptados por sus dirigentes o a la percepción que “desde arriba”, o desde el extranjero, se tenía sobre determinados aspectos de la vida pública nacional. Añadamos a ello la importancia de las fuentes orales para el estudio de actitudes, percepciones o motivaciones personales de aquellos hombres y mujeres que no formaron parte de las instituciones de poder ni de los grupos de oposición, sino de amplias zonas intermedias ocupadas por la mayoría de la sociedad. Tales testimonios nos acercarán a la vivencia particular de lo político, a la valoración que dieron ciudadanos de a pie a determinados acontecimientos y a su reacción ante los discursos y políticas del Estado. Siendo conscientes de las cautelas metodológicas que requiere su uso y adoptando una visión crítica en torno a relatos que son construidos desde el presente, las fuentes orales pueden cubrir parcelas vacías y registrar acciones difícilmente localizables en la documentación escrita (Fraser 1993; Passerini 1984; Perks y Thompson 2006).
En esta dirección, conceptos como “representación simbólica”, “imaginario colectivo” o “habitus” son de gran utilidad para estudiar el conjunto de esquemas y disposiciones conceptuales que guían y gobiernan las actitudes y las conductas de los individuos (Eley 2008; Bourdieu 1988; Spiegel 2005). Pero no debemos perder de vista que los sujetos no carecen de recursos para interactuar con el mundo que les rodea, sino que se apropian de las condiciones en las que viven, aceptan, rechazan, presionan y negocian de manera ininterrumpida. Por ello, junto a los discursos y las percepciones, es necesario atender a la experiencia individual y colectiva que es vivida de manera diaria. En este sentido, las aportaciones de la microhistoria italiana y, sobre todo, de la historia de la vida cotidiana alemana (Alltagsgeschichte) han probado su valía para el análisis de la experiencia cotidiana de los individuos, también en el marco de regímenes carentes de libertades, al ocuparse de “lo local” como ámbito en que los individuos experimentan por primera vez el contacto con su entorno, construyen la percepción de sí mismos y de cuanto les rodea y entran en contacto con las instituciones, los discursos y políticas del Estado (Levi 1991, 95; De Certeau 2000; Lüdtke 1995; Confino 1997).
Pero, desgraciadamente, no todo es un problema de fuentes, sino que el estudio de las actitudes de la “gente corriente” presenta desafíos concretos. Porque ¿a qué nos referimos cuando hablamos de las actitudes de la “gente corriente”? En primer lugar, existe un problema de conceptualización de difícil resolución. Hoy en día, la mayor parte de las investigaciones señalan la imposibilidad de entender las actitudes bajo la dicotomía de consenso-disenso y proponen la adopción de nuevas categorías que ilustren la pluralidad de actitudes y comportamientos que los ciudadanos exhibieron bajo regímenes no democráticos. Consentimiento, aceptación, indiferencia, resignación, resistencia o disidencia, con calificativos tales como pasivo/activo o positivo/ negativo, han sido fórmulas utilizadas por los investigadores para tratar de explicar la existencia de extensas zonas intermedias entre los que se opusieron y apoyaron a las dictaduras. Igualmente, es cada vez más común el uso de términos tales como “zonas grises”, “actitudes cotidianas” o “gente corriente” para referirse a las conductas del grueso de la sociedad. Sin duda, es una tarea difícil emplear tales categorías con la precisión requerida, pero no podemos eludirla (Corner 2009b; Burrin 1988; Saz
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1999). En este sentido, cabría insistir en la conveniencia que cada autor definiese con precisión qué entiende por “consenso”, “resistencia”, “consentimiento” o “indiferencia”, porque, de lo contrario, corremos el riesgo de vaciar de contenido unas categorías que, aun insuficientes, son necesarias para clasificar actitudes y comportamientos sociales, por muy dinámicos y contradictorios que éstos sean (Saz 2013a).
Y, en último lugar, es necesario comprender que las actitudes son dinámicas y cambiantes. Por ello, debemos permanecer atentos a las trayectorias individuales, a los elementos que pudieron condicionar que determinados ciudadanos pasaran de un desapego hacia los discursos y políticas de una dictadura a una postura de acomodamiento e, incluso, de satisfacción con determinadas propuestas del Estado. Pero también hemos de observar la evolución de otros individuos que inicialmente apoyaron estos regímenes pero que acabaron desencantados con sus políticas y reacios a sus mensajes. Al respecto, resulta fundamental —sobre todo en aquellas dictaduras de más prolongada duración— prestar atención a la totalidad de su trayectoria, a fin de registrar cambios y continuidades en unas actitudes sociales que raramente permanecieron estáticas (Ferris 2012, 10-11; Cabana 2013).
En esta línea, un segundo aspecto por tener en cuenta es el hecho de que los sujetos históricos no se amoldan a la perfección a las categorías analíticas empleadas, ni constituyen grupos “puros”, sino que, por el contrario, un mismo individuo suele combinar actitudes diversas e, incluso, contradictorias. Una duplicidad de actitudes que debe ser entendida como una elección “voluntaria” por parte del individuo y que, si bien puede ser interpretada como parte de una decisión estratégica que favoreciese su acomodamiento a la realidad creada por las dictaduras, también puede ser el resultado de un apoyo parcial a medidas, políticas o discursos de las mismas. No fue nada infrecuente que entre los alemanes de a pie hubiera algunos que rechazaran la intromisión del Estado en sus vidas privadas, pero aplaudieran los intentos del Führer de crear una “gran” nación. Muchos individuos rechazaron las prácticas represivas del régimen franquista, o criticaron el racionamiento alimenticio establecido por la dictadura y, en cambio, aprobaron la política internacional durante la Segunda Guerra Mundial o la preocupación del Estado por construir viviendas para los más humildes (Kligman 1998, 14; Bergerson 2004, 3-11). Registrar las “duplicidades” y “contradicciones” presentes en las actitudes y actuaciones de los sujetos es una razón más para emplear categorías de análisis definidas pero flexibles.
En definitiva, la visión compleja, flexible y precisa por la que se apuesta en estas páginas puede ayudarnos a comprender en mayor profundidad el funcionamiento de las relaciones entre sociedad y Estado en este tipo de regímenes. Unas relaciones que, por una parte, estaban basadas en la intersubjetividad, en las negociaciones continuas y fluctuantes establecidas entre los ciudadanos y las instituciones, esencialmente en el marco local, donde se desarrollaba la vida cotidiana. Y, por otra, no se producían entre dos agentes —el Estado y la sociedad— perfectamente acotados, sino entre universos superpuestos, en conexión permanente, fluida y cambiante, con capacidad de adaptación, negociación y maleabilidad, en virtud tanto de circunstancias y contextos determinados como de las demandas y presiones ejercidas “desde arriba” y “desde abajo”.
La historiografía de los apoyos sociales y las actitudes en regímenes dictatoriales
En tercer lugar, hay que entender que en la formación de tales actitudes intervienen tanto lo material como lo ideológico. Por ello, debemos prestar atención a elementos tales como la seguridad en el trabajo, el crecimiento económico, los beneficios recibidos, las prestaciones sociales o el nivel de bienestar alcanzado por los ciudadanos, pero también a otros como la paz, el orden, la nación o la religión. De ahí que, por ejemplo, la defensa del catolicismo por parte del franquismo pudiera granjearle al régimen notables apoyos sociales, o que fueran muchos los ciudadanos argentinos que compartieron el modelo de nación que les proponía la dictadura militar a la altura de 1978, gracias al triunfo de la selección nacional en el Campeonato mundial de fútbol, o al discurso defendido respecto al conflicto armado con Inglaterra por las Malvinas (Kim 2009, 330-332; Suriano 2005).
El análisis de los apoyos sociales, las actitudes ciudadanas y la opinión popular bajo regímenes de carácter dictatorial, sean éstos de la naturaleza que sean, es una cuestión que desde hace ya bastante años ha suscitado la atención de estudiosos de numerosas naciones, atraídos por la dificultad de dar respuesta a las razones de la estabilidad, perdurabilidad o aceptación social obtenidas por sistemas carentes de las mínimas libertades democráticas, y frecuentemente marcados por el uso cotidiano de la represión y de mecanismos de control sobre la población. El hecho de que sean cada vez más los especialistas que se han interpelado acerca de las mismas cuestiones no sólo ha mejorado de manera incontestable nuestro co-
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nocimiento sobre la manera en que se establecieron, sustentaron y cayeron las dictaduras nacidas en la Europa de entreguerras, sino que ha permitido detectar una serie de problemas comunes en el análisis de las actitudes y los comportamientos sociales observables bajo este tipo de regímenes (Kershaw 2009).
el énfasis en las resistencias y el rechazo al fascismo entre una parte de la población y en la capacidad de éste para penetrar en la vida privada gracias a una red capilar de instituciones encargadas de controlar la cotidianeidad de los italianos corrientes (Bosworth 2005; Corner 2002 y 2012; Dunnage 2008; Ebner 2011). Pese a todo, lo que todas estas críticas han puesto de manifiesto ha sido la artificialidad del debate consenso-represión y, en consecuencia, han constatado la heterogeneidad de las actitudes registradas, la escasez de categorías necesarias para englobarlas y la necesidad de comprobar en el nivel local la influencia de la cultura y las políticas fascistas (Kim 2009).
En Italia, fue Renzo De Felice quien, al defender la presencia de un “consenso” amplio entre los italianos y el régimen de Mussolini durante determinadas etapas de su existencia, sembró la polémica entre la historiografía dedicada al estudio del fascismo. Concretamente, el historiador italiano afirmaba que, en el período comprendido entre 1924 y 1939, habían existido un gran apoyo y solidaridad con la obra del Duce, al entender que ésta convergía con el bien de Italia. A su juicio, los grandes salarios ofrecidos por el Estado fascista, la mayor preocupación de los italianos por las cuestiones económicas que por las políticas, y el nuevo espíritu de colaboración creado por la crisis de 1929, resultaron claves en el establecimiento del consenso entre población y régimen (De Felice 1974; Colarizi 1991). Las controvertidas tesis de Renzo De Felice cuestionaron el mito de la resistencia antifascista y una interpretación basada en la existencia de un régimen ajeno a los italianos que les habría sido impuesto forzosamente por una minoría de fanáticos (Corner 2009a, 238-239). Además, los argumentos de De Felice contribuyeron a que muchos estudiosos se preguntaran por cuáles eran los aspectos del fascismo italiano que habían hecho posible concitar tal grado de apoyo popular. Al respecto, fue Emilio Gentile el principal defensor de la existencia de una auténtica ideología fascista fundada sobre un pensamiento mítico, ultranacionalista y palingenésico que, valiéndose de elementos tales como la apelación a la regeneración nacional, la sacralización de la política y el liderazgo carismático de Mussolini, habría arraigado en muchos italianos contribuyendo a su conversión en fascistas (Gentile 1990 y 1993; Griffin 1991).
De manera similar, respecto a la Alemania nazi, desde finales de los años sesenta del siglo XX se criticaron las interpretaciones en las que la población aparecía como un sujeto pasivo víctima de la represión y la manipulación realizada por Hitler y su partido. Diversas investigaciones comenzaron a poner el acento sobre la “experiencia de guerra” y el discurso regenerador adoptado por los nazis, el liderazgo carismático de Hitler o las motivaciones que llevaron al NSDAP (National Socialist German Workers Party, por su sigla en inglés) a obtener un nada despreciable respaldo popular en las urnas (Mosse 2005; Kershaw 2004; Childers 1983). Igualmente sugerentes resultaron las investigaciones centradas en la colaboración de los ciudadanos corrientes, en las prácticas de control social y represión dirigidas desde el Estado, o en el apoyo otorgado a la legislación antisemita (Gellately 2002; Eley 2000; Dov Kulka y Eberhard 2010). Pero, al igual que en el caso italiano, algunos estudiosos empezaron a mostrar la mayor complejidad de las actitudes registradas entre los alemanes durante la etapa hitleriana y, como hicieron los integrantes del llamado “Proyecto Baviera”, centraron su atención en todo un abanico de actitudes intermedias mayoritarias entre el conjunto de la población (Broszat 1977; Kershaw 2004, 245-285). Estos avances han provocado que, en los últimos años, los investigadores del nazismo hayan sido cada vez más conscientes de la dificultad de medir las actitudes sociales bajo el régimen nazi, de la necesidad de tener en cuenta las etapas y coyunturas en las que éstas son observadas, y la complejidad derivada de combinar el “consenso” con la coerción, para explicar los comportamientos de la sociedad o su participación en la persecución de los judíos (Fritzsche 2008; Stephenson 2006; Loeffel 2012).
Tanto las teorías de De Felice como las de Gentile no cesaron de recibir críticas desde diversos sectores de la historiografía dedicada al estudio del fascismo italiano, que los acusaron de revisionismo en sus escritos (Painter 1990). Pero, al margen de las implicaciones políticas del debate, las críticas principales se dirigieron contra la consideración del fascismo como una religión política de la que los italianos corrientes habrían sido fervientes seguidores y hacia la minimización que estos autores parecían hacer en sus estudios tanto de las actitudes contrarias al régimen como del impacto del control policial y la represión en la obtención de ese supuesto consenso. Así, recientemente, algunos trabajos han vuelto a poner
Pero, al margen de los dos grandes regímenes fascistas de la Europa de entreguerras, no podemos olvidar la importancia alcanzada por los estudios sobre actitudes sociales bajo regímenes no democráticos en otras muchas naciones. En
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el caso de la Rusia estalinista, ha sido cada vez mayor el número de especialistas ocupados del análisis de la opinión popular, de la colaboración de la población en las tareas represivas o de la eficacia de los elementos culturales y simbólicos para generar aceptación social en los ciudadanos. Aunque, recientemente, el foco de atención parece haber vuelto sobre los elementos coercitivos, los estudiosos del estalinismo no han dejado de interesarse por descifrar las actitudes de la gente corriente y su relación con las instituciones soviéticas (Fitzpatrick 1999; Davies 1997; Velikanova 2013). Igualmente, los investigadores de la Francia de Vichy han demostrado un creciente interés por cuestiones como la colaboración de la población en la persecución de los judíos, las heterogéneas actitudes y conductas mostradas por los ciudadanos franceses o el desarrollo de la vida cotidiana bajo la ocupación nazi (Burrin 2003; Fogg 2009). En esta misma dirección se han movido las recientes aportaciones realizadas para el estudio de la República Democrática Alemana, que han evidenciado la necesidad de entender que no todo se redujo al control social establecido por el Partido Socialista Unificado y a la incansable labor policial de la Stasi, y han puesto el acento en los mecanismos de asistencia social utilizados para incrementar la aceptación popular, la colaboración de intermediarios y ciudadanos corrientes en la represión de sus vecinos, la importancia de los elementos “culturales” y la inadecuación de entender al Estado y a la sociedad alemana como dos compartimentos aislados (Fulbrook 1995; Jarausch 1999). Pero tampoco debemos olvidar los avances impulsados fuera del continente europeo en este ámbito. Destaquemos de manera especial los incipientes estudios realizados durante los últimos años para la dictadura militar de Videla en Argentina, que han subrayado la capacidad de la misma para generar apoyos sociales merced a la utilización de los valores del orden, la religión o el nacionalismo argentino, así como los efectos desmovilizadores obtenidos gracias al uso de instrumentos represivos y de control social sobre la población (Lvovich 2008; Pittaluga 2006).
dad y de que el miedo, la coacción y la represión son sólo una cara de la moneda, cuyo reverso está conformado por el acomodamiento, la aceptación o el consentimiento.
Entre el consenso y la oposición: las actitudes de la población durante el franquismo Los casi cuarenta años que permaneció el general Franco al frente del Estado español constituyen un escenario perfecto para el estudio del respaldo social recibido por la dictadura, y el examen de las actitudes y conductas de los ciudadanos. Tan prolongada trayectoria nos permite observar con precisión sobre qué apoyos sustentó su estabilidad el franquismo, y rastrear la evolución de las actitudes de los españoles de a pie frente a un régimen que ocupó una buena parte de sus vidas y ante el que no siempre adoptaron la misma postura. En este sentido, el caso español puede servir de modelo para comprender el diálogo establecido entre Estados no democráticos y las sociedades que vivieron en ellos, el alcance y los límites derivados de la combinación de mecanismos de coacción y consenso empleados por las dictaduras, y el dinamismo de las actitudes y conductas de la población con el paso de los años. Los investigadores de la dictadura franquista han puesto en los últimos años el foco de atención sobre la “gente corriente” y su relación con el régimen, abriendo nuevas posibilidades para la comprensión de aspectos poco conocidos hasta ahora, pero todavía restan mucho camino por recorrer y muchas incógnitas por despejar. Fue a finales de los años ochenta cuando, alentados por la historiografía italiana, los investigadores del franquismo comenzaron a interesarse por los apoyos sociales disfrutados por el régimen y las actitudes de la población durante los cuarenta años de dictadura. No faltaron quienes adujeron como única causa explicativa de su larga duración el ininterrumpido ejercicio de la represión por parte del Estado, ni tampoco las interpretaciones en clave antifascista, que consideraban al franquismo como un movimiento bárbaro y antimoderno, carente de ideología e impuesto por la fuerza sobre la población (Ortiz 2005, 169). Sin embargo, pronto surgieron voces que advertían sobre la imposibilidad de que el régimen se hubiera sustentado exclusivamente sobre el uso de los mecanismos represivos. Así, quedaron constatadas las limitaciones de una visión dicotómica de las actitudes sociales como la propuesta por De Felice para Italia, y se propusieron nuevas categorías analíticas que ilustraran un mayor número de actitudes que las recogidas bajo los términos de “consenso” y “oposición” (De Riquer 1990).
A la vista de los progresos realizados, no podemos negar que un “efecto pendular” ha afectado a la historiografía dedicada al examen de actitudes y comportamientos sociales bajo regímenes dictatoriales, y que se ha visto traducido en la polarización entre aquellos trabajos que han dado mayor peso a la coerción, la represión y el control social, para explicar las actitudes de la población, y quienes, en contraste, han insistido en la importancia del respaldo popular, la colaboración ciudadana y la complicidad social recibida por las dictaduras. Pese a la presencia de visiones enfrentadas, parece haberse llegado a un acuerdo de mínimos. Todos se han percatado de la complejidad que rodea la relación entre Estado y socie-
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A partir de ahí, nuevos foros de debate dieron forma a publicaciones específicamente centradas en las actitudes individuales y colectivas durante la dictadura franquista, y, paralelamente, empezó a esbozarse el perfil de sus apoyos sociales (Molinero e Ysàs 1992). Por último, los avances experimentados en otras historiografías extranjeras, en especial la italiana, sirvieron de inspiración a los estudiosos del franquismo en España y, fruto de ello, resultaron algunos artículos comparados que aportaron importantes matices y advirtieron de los peligros de extrapolar los modelos teóricos utilizados en otras naciones, sin tener demasiado en cuenta las peculiaridades características del régimen franquista (Cazorla 2002).
ciudadanos ante las políticas y los discursos producidos “desde arriba” o las razones del resquebrajamiento de la estabilidad del régimen más allá de las luchas de poder libradas en las altas esferas del Estado (Martín 2008; Del Arco 2009; Cazorla 2010). Desde comienzos del siglo XXI ha habido un mayor interés por conocer en profundidad otras dimensiones de la Guerra Civil que habían permanecido marginadas en los relatos sobre la contienda. Por un lado, las investigaciones han prestado atención a la conflictividad, la radicalización política y social, y el efecto que políticas y discursos determinados tuvieron sobre las actitudes de la población. La “brutalización” del lenguaje político, el surgimiento de partidos con postulados ideológicos excluyentes, la “fascistización” experimentada por determinadas formaciones, el protagonismo adquirido por la violencia, las expresiones de iconoclastia popular, y otros factores políticos y sociales, provocaron el crecimiento de sentimientos antirrepublicanos y antiizquierdistas entre importantes sectores de la población y motivaron su evolución hacia alternativas no democráticas (González 2005; Cruz 2006; Thomas 2012). Por otro lado, en los últimos años ha quedado constatada la eficacia alcanzada por determinados discursos movilizadores durante la contienda que —merced a la difusión de una imagen mitificada y al uso de elementos tales como la deshumanización del enemigo, la violencia revolucionaria practicada en zona republicana o la defensa de la religión católica— calaron en importantes sectores sociales que apoyaron al bando sublevado (Núñez 2006; Cobo y Ortega 2006).
Sin embargo, tan sugerentes propuestas eran meras hipótesis de trabajo, que requerían una profunda y documentada comprobación empírica. Las respuestas llegaron en 1999 de la mano del denominado “Proyecto Valencia”, en el que se recogió una serie de estudios de historia local, sustentados en la historia “desde abajo” británica, la Alltagsgeschichte alemana y la microhistoria italiana. Los trabajos recogidos en ese volumen colectivo trataron de sintetizar los problemas inherentes al estudio de las actitudes sociales en el franquismo, aportar nuevas propuestas para su resolución y ofrecer estudios de caso, donde quedaban puestas de manifiesto la variabilidad de los comportamientos de los españoles y la dificultad de interpretar las relaciones entre régimen y sociedad (Saz 1999). Poco después, las investigaciones de Jordi Font, para el caso de Girona, confirmaron las potencialidades existentes en las fuentes orales para el análisis de las actitudes sociopolíticas, y la conveniencia de aumentar la lente y mirar a “lo local”, para verlas con mayor nitidez y precisión. Font, además, hacía un notable esfuerzo por aportar nuevas categorías analíticas que reflejaran la complejidad de las actitudes ciudadanas (Font 2004, 49-56).
Sin embargo, falta mucho por conocer sobre las actitudes y los comportamientos de los españoles que acudieron al frente y de quienes permanecieron en la retaguardia. Las cartas, los diarios y la documentación contenida en los archivos militares pueden resultar fundamentales para dilucidar si entre los combatientes predominaron los intereses materiales o los componentes ideológicos, y para reconstruir la vida diaria lejos de las trincheras. En este sentido, debemos entender que los combatientes fraternizaran con el enemigo, que las condiciones económicas tuvieran efectos desmoralizadores sobre sus conciencias o que desertaran y se pasaran al bando contrario. No fueron infrecuentes, por ejemplo, casos como “el intercambio de tabaco y prensa” entre soldados de ambos bandos denunciado en julio de 1938 por el capitán de la 12ª Brigada Mixta de Asalto en el sector de Monterrubio (Badajoz). Y tampoco debe extrañarnos que los diplomáticos italianos afirmaran en 1938 que la población estaba “cansada de la guerra” y no encontraba “más razones
Si a finales del pasado siglo algunos investigadores afirmaban que el balance de la historia social de la época franquista era pobre, hoy podemos ser más optimistas (Molinero e Ysàs 1998, 134-136). Gracias al notorio aumento de los estudios locales durante la última década, a la mayor atención prestada a los avances realizados en este campo por otras historiografías extranjeras y a las notables contribuciones realizadas por la nueva historia política, los estudios culturales y la historia sociocultural, se puede afirmar que actualmente nos encontramos mucho más cerca de conocer el funcionamiento social del franquismo. Pese a las carencias y los desequilibrios existentes, hoy conocemos mejor las dinámicas políticas y sociales establecidas en los ámbitos provincial y local, las reacciones de los
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por las que combatir” (Seidman 2003; Matthews 2012).1 Pero no podemos minusvalorar el papel de la ideología, el nacionalismo o la religión sobre los comportamientos individuales. El conocimiento de las colectivizaciones establecidas en la localidad de Constantina (Sevilla), por ejemplo, sembró el “terror” entre la “gente de orden” que permanecía en la capital; las noticias de la violencia anticlerical —como la practicada sobre un monje dominico de Almería al que le hicieron desnudarse y le pintaron la sigla UHP (uníos hermanos proletarios) en el cuerpo— debieron conmocionar a muchos católicos que permanecían en la zona rebelde; y para ciudadanas católicas como PVC (2011), uno “de los peores recuerdos que tengo de la guerra fue no poder rezar tranquilamente”.2 En este sentido, debemos tener presente que, en el frente o en la retaguardia, muchos actuaron movidos por sentimientos de camaradería en torno a la sangre derramada o convencidos de que, en caso de no empuñar las armas, no ingresar en las milicias ciudadanas o no contribuir económicamente al sostenimiento de la guerra, sus creencias más sagradas y sus bienes materiales estarían en peligro. Pero tampoco podemos descuidar el contexto comprendiendo que, del mismo modo que con el avance de la guerra la desilusión o el individualismo pudieron ser las actitudes predominantes entre soldados que llevaban muchos meses en las trincheras, las expresiones de entusiasmo y los ideales pudieron tener un peso importante en los albores de la contienda, cuando no se sabía que la lucha armada se prolongaría durante casi tres años.
formas de “resistencia” al proceso de trituración de la personalidad por parte del Estado. Pero, en líneas generales, la resignación, la humillación, el miedo y el silencio fueron las actitudes preponderantes. Es más, el régimen consiguió en algunas ocasiones que los vencidos llegaran a asumir la culpabilidad de sus acciones y la necesidad de redimirse de los “pecados” cometidos. La hija de Diego García, asesinado por pertenecer al sindicato de izquierdas de la UGT, sostenía que “a mi padre le mataron, pero no nos molestaron más”, lo que prueba el éxito del franquismo a la hora de crear mentalidades autorreprimidas y conseguir que algunos vencidos “echaran tierra” sobre sus identidades pasadas (Font 2004; Núñez 2009, 200). Mientras, los vencedores disfrutaban de una España acorde con su concepto de lo que debía ser la nación. Muchos de ellos no dudaron en contribuir a la construcción del régimen, colaborando en las tareas represivas o formando parte de sus instituciones. Respecto al primer aspecto, convendría perfilar mejor los agentes de la represión (perpetradores, colaboradores, intermediarios, víctimas, etcétera) y descender a “ras de suelo” para estudiar las “microfísicas del poder” que marcaron los ritmos de la violencia cotidiana (Foucault 1979). Delatar a los “enemigos de la Patria”, exigir el castigo de quienes consideraban culpables de las muertes de sus familiares, o solicitar al Estado que honrara la memoria de los “caídos” por la causa rebelde, fueron algunos de los pilares fundamentales sobre los que se sostuvo la “comunidad de los vencedores”. No fue infrecuente que en las localidades de todo el país se abrieran colectas para sufragar la erección de las “cruces de los caídos”, que hubiera quienes impulsaran por su propia cuenta la represión de sus enemigos o quienes se aprovecharan de la incómoda situación de los vencidos para chantajearlos y sacar provecho de su condición (Anderson 2010).
Atender a las actitudes de los ciudadanos corrientes durante la posguerra constituye un paso fundamental para comprender la construcción del régimen y la propia existencia cotidiana de la sociedad española durante los años cuarenta. En 1939 España se había convertido en una nación de vencidos y vencedores. La muerte, la cárcel, la depuración profesional, la incautación de bienes o la estigmatización social fueron el destino de los primeros. ASR (2011), un ciudadano corriente que había visto cómo su padre perdía su trabajo por “sus ideas”, afirmaba que “en mi barrio nosotros éramos los rojos y habíamos venido de Madrid como rojos […] eran un sello que te ponían y ya no te quitaban”.3 Las reacciones ante la represión y la exclusión social a las que fueron sometidos generaron
En 1941, por ejemplo, Juan Barranco Pérez, vecino de Granada, recibió la visita de dos individuos que, haciéndose pasar por agentes de policía, le ofrecieron “el arreglo de una denuncia que figuraba en su contra”. En San Bartolomé de Béjar (Ávila), “un nutrido grupo de vecinos” mostró su disgusto ante las autoridades porque el maestro de la localidad, Mariano Campos, que durante la Segunda República “era persona de izquierdas” y “rompió catecismos delante de los niños”, continuaba en su puesto tras la guerra. La insistencia de los vecinos acabó dando sus frutos, pues consiguieron la destitución del maestro.4
1 Los casos, en Archivo General Militar de Ávila (AGMAV), Sección Zona Nacional. Caja 221, 7, 8; Archivio del Ministero d’Affari Esteri (AMAE), Uffizio Spagna, Legajo 1216, 8-9-1938. 2
ABC. 12 de agosto de 1936; Archivo Histórico Nacional (AHN), Causa General, Legajo 1164-1, Almería, pieza 10, expediente 3/63; PVC (2011). También en Ideal. 31 de julio de 1936.
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ASR (2011).
4 Sentencia 148. 1941. Archivo de la Real Chancillería de Granada (ARCG). Sección Criminal. Libro 1100. Correspondencia San Bartolomé de Béjar. 1942. Archivo Histórico Provincial de Ávila (AHPA). Gobierno Civil, Caja 78.
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Otros pasaron a formar parte de ayuntamientos, diputaciones y otros órganos de poder que les permitieron contribuir a la construcción del edificio franquista desde el ámbito provincial. Desde allí pudieron controlar el ambiente político local, beneficiarse de su condición de “vencedores” obteniendo pensiones, viviendas o cargos públicos, pero, sobre todo, evitando el hambre y la miseria que asolaron la España de posguerra y que afectaron especialmente a quienes habían resultado derrotados en la Guerra Civil, privados de sus bienes y perseguidos por acudir al mercado negro para tratar de sobrevivir (Gómez y Del Arco 2005). Conscientes de que el régimen recompensaba sus apoyos sociales, no debe extrañarnos que hubiera incluso quienes, como ocurrió con una viuda de la localidad de Alhama (Granada), trataron de esgrimir la condición de falangista de su difunto marido para obtener una pensión o vivienda.5
La mejora de la situación internacional y de las condiciones de vida a partir de la década de los cincuenta influyó igualmente en las actitudes de los españoles de a pie. Las expectativas de cambio se volatilizaron con la desaparición de los grupos armados contrarios a la dictadura, y el régimen se sintió más confortable que nunca. En 1951, por ejemplo, las autoridades afirmaban que la situación era de “satisfacción general con la marcha del país” por el fin del racionamiento alimenticio y el alejamiento del fantasma de una intervención extranjera.7 Ciertamente, las condiciones de vida dejaban todavía mucho que desear, amplias zonas del país seguían hundidas en la pobreza, e importantes sectores sociales continuaban viviendo en una situación muy precaria, que provocaba su descontento hacia el régimen. Pero no debemos olvidar el impacto que el recuerdo de la Guerra Civil y la miseria tuvieron sobre una parte considerable de la población española, fomentando actitudes conformistas y resignadas entre quienes no simpatizaban con la dictadura y consolidando el respaldo de importantes capas de la sociedad.8 La gris España de los cincuenta afianzó la desmovilización social y fomentó actitudes apáticas y pasivas entre la población, pero el cambio generacional y la incapacidad del régimen para generar apoyo positivo e identificado con los postulados del franquismo empezaron a originar leves fracturas frente al discurso y las políticas estatales (Hernández 2013). Así lo constataba el embajador británico, cuando en su memoria correspondiente al año 1958 escribía que “los recuerdos de la guerra civil retroceden y la gratitud por las décadas de paz se agota”.9
Pese a todo, la mayoría de los españoles formaban parte de una inmensa zona intermedia situada entre los vencedores y vencidos. La recuperación de la normalidad marcó las actitudes de la mayor parte de la población sobre el régimen, las condiciones económicas del país o las políticas estatales. Muchos ciudadanos rebajaron sus expectativas y asumieron como normales las dificultades de la posguerra y la miseria existente. Los fuertes deseos de llevar una existencia centrada en la vida familiar y en el desempeño de sus trabajos fomentaron la desmovilización social y el rechazo a “lo político”, tanto en relación con las propuestas de la oposición al régimen como con los mecanismos de socialización empleados, por ejemplo, por el partido único de la Falange y sus organizaciones (Trommler 1992; Cabana 2011). Tales sentimientos condicionaron las actitudes de la población hacia la guerrilla antifranquista —vista en muchas ocasiones como una alteración indeseada de su vida cotidiana— o frente a las consecuencias políticas derivadas de una hipotética implicación del país en la Segunda Guerra Mundial. El embajador británico en España aseguraba en 1945 que “muchos españoles están disgustados por las intromisiones en sus asuntos”, lo que fortalecía el discurso de “neutralidad” empleado por el régimen y el “mito del Caudillo” como defensor frente a las presiones extranjeras y la injerencia externa en cuestiones que sólo incumbían a los españoles.6
El crecimiento económico experimentado por España durante la década de los sesenta proveyó al régimen de una nueva fuente de legitimidad. La dictadura no dudó en utilizar propagandísticamente la mejora de las condiciones de vida y presentarlas a los ojos de la población como el resultado de la paz duradera disfrutada por los españoles (Aguilar 2008, 104-114). Muchos sectores de la sociedad experimentaron un aumento de su poder adquisitivo, pudieron acceder a nuevos bienes de consumo y empezaron a disfrutar de niveles de bienestar desconocidos hasta el momento. Para gente como RGG (2011), “la diferencia fue realmente notoria, porque mejoró el poder adquisitivo, la gente ganaba más, viajaba más y las cosas
5 Solicitando una pensión de viudedad, 23-2-1949. Archivo General de la Administración (AGA). Sección Presidencia, Caja 51/18996.
7 Parte de actividades provinciales. 1951. AGA. Sección Presidencia, Caja 21/2370; Situazione politica. 1954. AMAE. Uffizio Spagna, Legajo 313.
6 Internal Situation. 1945. The National Archives (TNA). Foreign Office, Caja 371/45889.
9 Annual Review. 1959. TNA. Foreign Office 371/144925.
8 Internal report. 1956. TNA. Foreign Office 185/1767.
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mejoraban”. Pero, incluso, entre algunos de los menos beneficiados por el “desarrollismo” de los sesenta, la actitud fue con frecuencia de conformismo ante sus condiciones de vida. EMS (2011) recuerda que “vacaciones no teníamos […], pero nos íbamos al campo, comprábamos cerámica en los pueblos y lo pasábamos bien”.10
El párroco de Torvizcón (Granada) se lamentaba en 1970 del “miedo atroz ante cualquier reunión, escrito…” que tenía la mayoría de los habitantes de la localidad. Su colega de Cáñar (Granada) afirmaba de sus feligreses que “no se comprometen con nada, carecen de iniciativa y son insolidarios”. Idénticas reticencias a entrar en el terreno de lo percibido como “político” quedaron expuestas en 1974 por el presidente de la Asociación de Cabezas de Familia del barrio obrero granadino del Zaidín, uno de los más desasistidos por las autoridades municipales. En una entrevista a una revista local señalaba que “el barrio tiene muchos problemas —pavimentación, alumbrado público, transportes— […] pero el principal de ellos es que no encontramos el apoyo del vecindario para nada”.13 Al morir el dictador, los españoles no eran unos demócratas ejemplares, el autoritarismo formaba parte de su cultura política, y eran muchos los que querían conservar buena parte de los logros cosechados bajo el franquismo, pero era la sociedad la que había decidido —con sus virtudes y defectos— la democracia que deseaba.
La legitimidad basada en la eficacia, la paz y los progresos materiales fue suficiente para que el franquismo se mantuviera en pie hasta la muerte de su fundador, en 1975. Añadamos a lo dicho que la memoria del hambre y de la Guerra Civil siguió presente en las mentes de muchos ciudadanos, de manera que los movimientos de oposición se encontraron con frecuencia con una “tónica de apatía”, que provocó que los intentos del antifranquismo por derribar a la dictadura fuesen, si no un “continuo fracaso”, como afirmaban las autoridades, sí muy difíciles de llevar a buen término. Una situación que desembocó en líneas generales en una “normalización” de la dictadura entre considerables grupos de la sociedad, que pensaban que “si no te metías en política no tenías de qué preocuparte”.11
Observar la evolución de las actitudes durante los cuarenta años de dictadura franquista nos provee de una visión más completa del comportamiento de la “gente corriente” bajo regímenes carentes de libertades, de los instrumentos utilizados por el Estado para ganar apoyos sociales, fomentar la pasividad o contener la contestación social, y de las verdaderas razones que posibilitaban el sostenimiento de las dictaduras en el día a día de la población. Una nueva mirada sobre el ámbito de la vida cotidiana —sobre cómo fueron recibidos los mecanismos de nacionalización, construidos y vividos por los individuos, gracias a la actuación de agentes directos de transmisión de identidades y otros elementos difusores de un “nacionalismo banal”— puede iluminar nuevos recursos que nos ayuden a conocer actitudes esenciales para el mantenimiento de las dictaduras (Steege y Healy 2008; Billig 1995; Fox y Miller-Idriss 2008). Y, en este sentido, debemos seguir el camino marcado por nuevas investigaciones que están incidiendo en la importancia de analizar estos aspectos “desde abajo” y mirar allí donde los individuos corrientes interactuaban cotidianamente con la dictadura (Loeffel 2012; Ferris 2012).
Cuando la vida de Franco tocaba a su fin, muchos ciudadanos habían modificado sus actitudes, se habían adaptado al régimen y, en cierto sentido, acomodado a una existencia carente de libertades. Pero esto no oculta que el discurso del régimen cada vez calaba menos entre los españoles, que el crecimiento económico no bastaba para estudiantes, jóvenes, trabajadores, vecinos e importantes segmentos de la población que demandaban cambios políticos y sociales, y que los apoyos del régimen se agotaban vertiginosamente. Los barrios, las fábricas, las universidades y las parroquias se habían convertido en “enclaves democráticos” dentro de un sistema dictatorial que parecía volverse cada vez más violento e intolerante (Gilley 2010; Radcliff 2011; Saz 2013b, 169-186). MBL (2012), por ejemplo, recordaba que con uno de sus profesores, “empezamos a hablar de democracia y de libertades. Aquello era como una pequeña democracia. Hacíamos debates en clase y con un ambiente bastante abierto”.12 Lo cual no oculta que la “sociedad civil” aún estaba en construcción y que la presencia de “déficits democráticos” era evidente.
Conclusiones Decía el historiador británico Ian Kershaw, refiriéndose al caso del nazismo alemán, que para aquellos que sufrieron en sus carnes la represión (o incluso para quienes fueron
10 RGG (2011) y EMS (2011). 11 Memorias del Gobierno Civil de Granada. 1969-1971. AGA, Sección Cultura, Cajas 52/491 y 52/509; Memoria del Gobierno Civil de Huesca. 1972. AGA. Sección Cultura, Caja 52/475; pero también los testimonios de quienes vivieron aquellos años: GBP (2009).
13 Estudios para el trabajo pastoral. 1970-1971. Archivo Histórico Diocesano de Granada (AHDG). Armario 2, Caja 3; Granada Semanal. 27 de julio de 1974.
12 MBL (2012).
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testigos de la misma), las elucubraciones realizadas por los historiadores pueden parecer cruelmente distantes (Kershaw 2004, 246). Sin embargo, como ha quedado probado a lo largo de las páginas precedentes, prestar atención a las actitudes, a los comportamientos, a las percepciones y a los móviles por los que actuaron o permanecieron pasivos resulta fundamental para entender los orígenes de tales Estados, su estabilidad durante largos períodos y su posterior derrumbe. Examinar individuos cuya conducta no siempre respondió a aquello que cabría esperar de su posición social o de su ideología política, que cambiaron de pensamiento con el paso de los años, que combinaron actitudes contradictorias e incluso incompatibles, es una tarea compleja, de difícil categorización, pero esencial para entender la construcción y el mantenimiento de las dictaduras. En los últimos años, los investigadores dedicados al análisis de los regímenes dictatoriales han prestado cada vez una mayor atención a los apoyos sociales de los mismos, a la opinión de la población y a las actitudes y conductas de la “gente corriente”. Sin embargo, todavía falta mucho camino por recorrer. Es necesario hacerles nuevas preguntas a las fuentes de las que disponemos, explotar al máximo los testimonios orales —a pesar de sus peligros y dificultades— y realizar un esfuerzo de conceptualización, clarificando las categorías empleadas y haciendo de ellas herramientas epistemológicas útiles para el examen de las actitudes sociales. Junto a ello, parece pertinente profundizar en visiones “a ras de suelo”, dirigiendo la mirada a la esfera local, donde las relaciones sociedad-Estado se reproducían cotidianamente. Se trata, en fin, de combinar escalas de análisis, profundizando en perspectivas “desde abajo” que permitan completar y matizar visiones “desde arriba” y conocer con precisión el funcionamiento de las dictaduras.�
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Postsecularidad: ¿un nuevo paradigma de las ciencias sociales?* Iván Garzón Vallejov Fecha de recepción: 11 de marzo de 2014 Fecha de aceptación: 13 de mayo de 2014 Fecha de modificación: 13 de junio de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.11
RESUMEN La teoría de la secularización fue el paradigma hermenéutico del proceso en el que las sociedades modernas de Occidente asistieron al eclipse de la religión en la vida pública. En los últimos años, una significativa literatura de las ciencias sociales viene advirtiendo sobre la crisis de tal paradigma y sugiriendo su revisión. El concepto de postsecularidad aparece como candidato a ser el nuevo paradigma de las tensiones entre la religión y lo secular en el mundo actual, con la promesa de tender puentes entre la racionalidad religiosa y la racionalidad secular.
PALABRAS CLAVE Secularización, postsecularidad, paradigma, modernidad, religión.
Post-secularity: A New Paradigm of the Social Sciences? ABSTRACT The theory of secularization was the hermeneutical paradigm of the process in which modern western societies witnessed the eclipse of religion in public life. In recent years, a significant amount of literature in the Social Sciences has been warning of the crisis of this paradigm and the need to revise it. In this context, the notion of post-secularity appears as a likely candidate to become the new paradigm of the tensions between religion and the secular in today’s world, with the promise of building bridges between religious rationality and secular rationality.
KEY WORDS Secularization, post-secularity, paradigm, modernity, religion.
Pós-secularidade: um novo paradigma das ciências sociais? RESUMO A teoria da secularização foi o paradigma hermenêutico do processo no qual as sociedades modernas do Ocidente assistiram ao eclipse da religião na vida pública. Nos últimos anos, uma significativa literatura das ciências sociais vem advertindo sobre a crise desse paradigma e sugerindo sua revisão. O conceito de pós-secularidade aparece como candidato a ser o novo paradigma das tensões entre a religião e o secular no mundo atual, com a promessa de construir pontes entre a racionalidade religiosa e a racionalidade secular.
PALAVRAS-CHAVE Secularização, pós-secularidade, paradigma, modernidade, religião.
* Este artículo se deriva del proyecto de investigación “Religión y moral en el liberalismo contemporáneo”, financiado por la Universidad de La Sabana, Colombia. v Doctor en Ciencias Políticas por la Pontificia Universidad Católica Argentina. Profesor asociado de la Universidad de La Sabana (Colombia). Entre sus últimas publicaciones están: Public Reason, Secularism and Natural Law. En The Threads of Natural Law. Unravelling a Philosophical Tradition, ed. Francisco J. Contreras. Dordrecht – Heidelberg – Nueva York – Londres: Springer Netherlands, 2013, y Deliberación democrática y razones religiosas: objeciones y desafíos. Co-herencia 16 (2012): 81-117. Correo electrónico: ivan.garzon1@unisabana.edu.co 101
Revista de Estudios Sociales No. 50 • rev.estud.soc. • Pp. 228. ISSN 0123-885X • Bogotá, septiembre - diciembre de 2014 • Pp. 101-112.
Introducción
S
disponibles y de que no nos podemos fiar, en cuanto a
ecularización es una de las categorías con las cuales las ciencias sociales pretenden describir la modernidad. Designa el proceso de ruptura y emancipación de la política y la vida social de la autoridad de la religión, bajo la tendencia hacia la racionalización y el desencantamiento (Weber 2012, 369). Representativo de ello es el lema de la Ilustración Sapere aude, una entusiasta exhortación a tener valor para servirse del propio entendimiento (Kant 2010, 3).
la comprensión de la realidad designada como mundana. (Blumenberg 2008, 14-15)
Aunque la teoría de la secularización ha sido un tema predominante de la sociología, hoy en día está latente en las discusiones sobre las cuestiones relativas a los conflictos étnicos, raciales, identitarios, morales e institucionales, que ponen de presente cuestiones relativas a las fronteras entre cultura, sociedad y religión, y que suelen tener un concepto de secularización como marco epistémico. De este modo, la secularización ha devenido en una cuestión interdisciplinaria, que ha recibido un mayor interés en el debate público, debido a los acontecimientos políticos de las últimas dos décadas, especialmente aquellos que han tenido lugar en Estados Unidos (Norris e Inglehart 2011, 215), Europa y Medio Oriente, y que ofrecen un respaldo empírico a la tesis del retorno de la religión.
De este modo, la religión —específicamente, el cristianismo—, al igual que la metafísica, representan las principales barreras que el pensamiento moderno pretende superar en el camino hacia su plena autonomía racional. El lema volteriano “écrasez l’ infame”1 simboliza el espíritu de una época que vio en la religión su principal enemiga. Por ello, la actitud crítica y escéptica frente a la religión fue una de las determinaciones esenciales de la Ilustración (Cassirer 1994, 156), al punto que su programa mismo era el desencantamiento del mundo (Horkheimer y Adorno 2009, 59), el cual trae consigo la expulsión de la religión del ámbito público.
La visión de la secularización occidental que concibe la religión como un arcaísmo en progresiva extinción tiene cada vez menos suscriptores declarados. La ruptura del consenso en torno a aquélla puede ser descrita, en términos kuhnianos, como el desdibujamiento de un paradigma cuyas anomalías —esto es, su incapacidad para explicar satisfactoriamente los procesos de secularización y sacralización en la modernidad— son cada vez más notorias. De estas anomalías han tomado mayor conciencia los científicos sociales, y ello explica la abundante literatura crítica sobre la materia. Sin embargo, a juzgar por su amplitud y duración, no estamos ante una anomalía cualquiera, sino ante una crisis epistemológica (Kuhn 2010, 150-152 y 172-175) que ha puesto en cuestión el propio paradigma.
Describir, documentar y presentar la teoría de la secularización como un paradigma2 explicativo de los fenómenos políticos y culturales de las sociedades modernas es cada vez más difícil, pues se ha derrumbado la certeza que el mismo propiciaba, y por ello, una significativa literatura de las ciencias sociales sugiere que se deben revisar sus presupuestos y conclusiones otrora incuestionables. Además de que se ha resquebrajado el consenso científico sobre la misma, en buena medida porque sus profecías no se han cumplido (Stark 1999, 251-253), otra explicación está en su uso equívoco y “atrapa-todo”, cuestionado por Blumenberg al advertir que
Esto obliga a preguntarse por los efectos de esta crisis: ¿habrá una reconstrucción del campo de estudio de la teoría de la secularización a partir de nuevos fundamentos? ¿Se reconstruirán algunas de las generalizaciones teóricas más elementales, tales como la tesis de la diferenciación, la decadencia de la religión y la privatización? ¿Se reformularán sus métodos —recolección empírica y posterior formulación de una teoría general— y sus aplicaciones ejemplares —su énfasis, en los casos de Europa y Estados Unidos—? (Kuhn 2010, 176).
[…] en tanto la secularización no signifique otra cosa que un anatema eclesiástico respecto a algo que, des-
pués de la Edad Media, se ha convertido en historia, pertenece a un vocabulario cuyo valor explicativo
depende de presupuestos que teóricamente ya no están
1
Por ahora, la crisis epistemológica de la teoría de la secularización ha llevado a sus defensores teóricos a hacer matices, aclaraciones y reformulaciones (Bruce 2011, 1-23 y 57-78; Norris e Inglehart 2011, 3-32), e incluso, ha llevado a alguno a desdecirse abiertamente (Berger 1997; Mathewes 2006, 152-153). En consecuencia, los defenso-
“Aplastar a la infame”. Aunque Voltaire señaló que su lucha era contra la superstición y no contra la fe, contra la Iglesia y no contra la religión, sus seguidores —que lo consideraron como una especie de caudillo— no harán esta distinción (Cassirer 1994, 156).
2 En este trabajo asumo por paradigma la definición de Kuhn (2010, 88-89) según la cual un paradigma es un modelo o patrón aceptado que resuelve unos cuantos problemas que el grupo de científicos considera urgentes.
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res de la teoría han quedado situados en la retaguardia del campo de batalla, empleando, frecuentemente, un lenguaje defensivo y peticiones de principio.
Simmel, Émile Durkheim y Max Weber, todos los padres fundadores de la sociología moderna suscribieron la teoría de la secularización, y su acuerdo era tan unánime que dicha teoría no sólo quedó incontestada, sino que no parecía necesario demostrarla: todo el mundo —erudito e intelectual— la daba por sentada. Por eso no fue examinada con rigor, ni tampoco fue formulada en forma explícita y sistemática (Casanova 2000, 33).
Así las cosas, ¿es necesario encontrar un nuevo paradigma para comprender el papel de la religión en las modernas sociedades democráticas, plurales y postmetafísicas? ¿Se puede considerar la postsecularidad como un nuevo candidato a paradigma hermenéutico de las tensiones entre lo secular y lo religioso que está dando la batalla por ser aceptado entre los filósofos y científicos sociales? (Kuhn 2010, 176). Las preguntas alrededor de las condiciones de posibilidad de un nuevo paradigma son las más relevantes, ya que “una vez que ha alcanzado la condición de paradigma, una teoría científica sólo se considerará inválida si hay disponible un candidato alternativo para ocupar su lugar” (Kuhn 2010, 165).
La teoría de la secularización predecía la debacle de la religión y la pérdida de su importancia social. Considerada como una verdad indiscutible en el siglo XIX, y en buena parte del XX —hasta la década del setenta—, fue adoptada por teorías sociales situadas a ambos lados del espectro ideológico, es decir, teorías progresistas y conservadoras por igual (Luhmann 2007, 241). La teoría cumplió un papel importante en el descrédito de la religión, puesto que aquélla dio inicio a la historia de la crítica ilustrada de la religión tal como la articularon Feuerbach, Marx, Nietzsche o Freud. Esta crítica permitió la construcción de una genealogía secularista, entendida como emancipación triunfal de la racionalidad y la libertad de las intrusiones, y la presunta cerrazón de las religiones (Beck 2009, 30).
Tomando como marco de referencia las fases de las revoluciones científicas descritas por Thomas Kuhn (2010) en su clásica obra, este artículo se enfoca en la discusión teórica normativa y emplea una metodología analítica y descriptiva con el propósito de: a) Ilustrar la crisis de la teoría de la secularización como paradigma de las ciencias sociales; b) Mostrar cómo desde la filosofía política aparece el concepto de postsecularidad como un nuevo candidato a paradigma hermenéutico de las ciencias sociales que propone las condiciones cognitivas y actitudinales para tender puentes entre la racionalidad religiosa y la racionalidad secular en el contexto actual.
Aun sin haber sido expuesta sistemáticamente, y aunque no existe una única formulación de la misma (Gorski y Altinordu 2008, 57 y 59), la teoría de la secularización reza más o menos así: Cuanto más rápida avanza la modernización (y por lo
tanto, con mayor claridad triunfa la racionalidad científica y técnica y se derrumban las estructuras que fun-
La teoría de la secularización: la hermenéutica dominante de la modernidad
damentan la plausibilidad de la fe religiosa), de manera
más ostensible se desapodera a los dioses. Así, la religión ha pasado por ser, durante doscientos años, una faceta
no originaria, de segundo rango, que desaparecerá o
La teoría de la secularización fue la única teoría capaz de alcanzar una posición verdaderamente paradigmática dentro de las ciencias sociales modernas (Casanova 2000, 33), de modo que, desde tiempos de Comte, la secularización ha sido para la sociología un tema con el cual ella se mienta a sí misma (Luhmann 2007, 241). Dicho de otro modo, la teoría de la secularización está tan íntimamente entrelazada con todas las teorías del mundo moderno, y con la autocomprensión de la modernidad, que no se la puede descartar sin poner en tela de juicio todo el tejido, incluida gran parte de la autocomprensión de las ciencias sociales modernas (Casanova 2000, 34).
De este modo, la teoría de la secularización se basa en dos supuestos: a) La modernización, concebida como un proceso gestado en Europa pero que lleva a resultados similares en todo el mundo, y b) La relación indisoluble entre secularización y modernización, según la cual ambas avanzan imparables (Beck 2009, 31; Stark 1999, 251).
Salvo Alexis de Tocqueville, Vilfredo Pareto y William James, desde Karl Marx, John Stuart Mill, Auguste Comte, Herbert Spencer, James Frazer, Ferdinand Tönnies, Georg
Sin embargo, pensar el proceso de secularización más allá de la teoría hegemónica, como han hecho, entre otros, Jürgen Habermas (2008, 4), Charles Taylor (2007,
perderá relevancia a medida que se eliminen sus causas.
Cuando se supere la pobreza escandalosa, se universalice
la educación, se erradique la desigualdad social y la opre-
sión política sea cosa del pasado, la religión adquirirá el rango de pasatiempo personal. (Beck 2009, 30)
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1-4) y José Casanova (2000, 36-63), requiere identificar tres procesos que conducen a diversos resultados: la diferenciación funcional, la decadencia de la religión y la privatización de la religión.
2006, 214), caracterizado por el horizonte de una “transformación activa del mundo” que conduce al desencantamiento (Weber 2012, 369). Por ello, el proceso de diferenciación funcional o de desencantamiento, en cuanto fenómeno sociológico, requiere ser completado con una historia antropológica de la religión, cuya primera cuestión sería dilucidar lo que hace al hombre susceptible de religión y lo que, como consecuencia, lo sigue disponiendo para ella (Gauchet 2005, 296).
Diferenciación funcional de los sistemas sociales El progreso de la ciencia y la tecnología promueve un entendimiento antropocéntrico del mundo desencantado o desligado de referentes religiosos fuertes. Esto conduce a la diferenciación funcional de los subsistemas sociales, donde la religión es uno de los ejes sobre los cuales se articula la vida social (Habermas 2008, 4). Es decir, se produce un cambio de reparto de papeles (Blumenberg 2008, 81).
La tesis de la diferenciación funcional sigue siendo válida en una época de “mutación de lo religioso” (Roy 2010, 19) o “metabolismo de la función religiosa” (Gauchet 2005, 232). Por lo demás, lleva a reformular o reinterpretar la tesis según la cual “todos los conceptos sobresalientes de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados” (Schmitt 1998, 54), pues, más que una transposición de contenidos teológicos, lo que habría operado es una sustitución de determinadas posiciones y funciones (Blumenberg 2008, 71).
La diferenciación trae consigo dos consecuencias: prepara el terreno de la definición secular del Estado y de la consagración constitucional de la libertad religiosa, y las iglesias —aun aquellas sociológicamente mayoritarias— adquieren el carácter de denominaciones. Se trata de un proceso análogo al de democratización descrito por Tocqueville, a la proletarización de Marx y a la burocratización de Weber (Casanova 2000, 288), es decir, procesos históricos en los que ocurre una igualación de los actores sociales como consecuencia de la desaparición de los privilegios.
Luego, si la sociedad moderna no es una sociedad sin religión, la fe y las iglesias pueden desempeñar un papel social de primer orden (Gauchet 2005, 232-233).3
Decadencia de la práctica religiosa En un mundo desencantado, las iglesias y otras organizaciones religiosas pierden el control o la influencia sobre la ley, la política, el bienestar público, la cultura, la educación y la ciencia, y quedan restringidas a su función de administrar los medios de salvación (Habermas 2008, 4). Los datos empíricos demuestran que asistimos a una decadencia de la práctica religiosa,4 que conlleva que
De este proceso de diferenciación sistémica no se puede concluir nada acerca del eclipse cultural y político de la religión. En efecto, ésta desempeña un importante papel en la modernidad, toda vez que […] la ruptura moderna de los siglos XVI y XVII es fun-
damentalmente una ruptura religiosa. Se reduce a una operación muy precisa: una inversión de lógica de
la articulación de los dos órdenes de realidad. De esta
inversión de la comprensión jerárquica del vínculo
3 Un 43% de los norteamericanos asiste semanalmente a servicios religiosos (Newport 2010), para el 65% de los mismos la religión es importante en su vida diaria, y en estados como Mississippi, Alabama o Carolina del Sur dicho porcentaje excede el 80% (Newport 2009). Ghana, Nigeria y Armenia son los países donde un mayor número de personas se declaran como religiosas: 96%, 93% y 92%, respectivamente (Win-Gallup International 2012).
entre lo humano y lo divino proceden directamente las
tres grandes transformaciones típicas de la Modernidad: transformación del modo de pensar, transforma-
ción del vínculo social y transformación del marco de actividad. (Gauchet 2005, 230)
4 El Global Index of Religion and Atheism de 2012 registró un aumento del ateísmo (3%) y una caída de la religiosidad (9%). Asimismo, el 46% de los encuestados en 57 países se definen como “una persona no religiosa” (23%) o como ateo convencido (13%). China, Japón, República Checa y Francia son los países donde un menor número de personas se declaran como religiosas: 14%, 16%, 20% y 37%, respectivamente, mientras que, al mismo tiempo, son los Estados donde un mayor número de ciudadanos se definen como ateos convencidos: 47%, 31%, 30% y 29%, respectivamente (Win-Gallup International 2012). En España, los matrimonios civiles pasaron de un 25% en el año 2000, al 66% en 2012 (AA. VV. 2013, 208).
La diferenciación funcional conlleva el confinamiento de todas las acciones en un tiempo profano e inmanente, puesto que los mismos factores que vaciaron el mundo de espíritus y otras fuerzas —como la sacralización de la vida ordinaria, la ciencia mecanicista, la disciplinada reconstrucción de la vida social—, al mismo tiempo nos confinan cada vez más en un tiempo secular (Taylor
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ésta adquiera un papel cada vez menos protagónico en la vida moderna y se desvanezca la estructuración religiosa del mundo, la cual fue característica de sociedades antiguas y medievales, que tuvieron un fuerte ethos religioso (Weber 2012, 365). Como consecuencia, la Ciudad vive desde ahora sin los dioses, incluidos aquellos miembros que continúan creyendo en ellos. O bien, los dioses sobreviven, pero su poder muere (Gauchet 2005, 10).
existencial, se atenuó también la necesidad, profundamente arraigada, de una práctica que prometía manejar las contingencias incontrolables acudiendo a la fe en un poder “superior” o “cósmico” (Habermas 2008, 4). La privatización se refiere al hecho de que las creencias religiosas se han hecho subjetivas, y que la religión institucionalizada se ha despolitizado (Casanova 2000, 57-58), de modo que, como advierte Vattimo (2008, 69), la religiosidad moderna no puede prescindir de una de las enseñanzas de Lutero: la idea del libre examen de las Escrituras. Así, la religión se hace inobjetable, los creyentes no son convocados en pos de propuestas políticas, y asumen una política de vivir y dejar vivir (Rorty y Vattimo 2006, 53).
La religión fue primero una economía general del hecho
humano que estructuraba indisolublemente la vida material, la vida social y la vida mental. De eso no que-
dan hoy más que experiencias singulares y sistemas de convicciones […] No porque la influencia de las iglesias, el número de los fieles y la intensidad de la fe hubieran
disminuido lo suficiente como para que se las decretara
En tanto la religión se torna sentimental, subjetiva y privatizada, pierde influencia en el poder político e importancia pública intersubjetiva. Es decir, las sociedades modernas no necesitan organizarse como iglesias, en el sentido de Durkheim, como comunidades morales unificadas por un sistema compartido de prácticas y creencias (Casanova 2000, 59). En rigor, la despolitización es básicamente un proceso de desestatalización o de ausencia de validación institucional de la religión en Occidente. Esto contrasta con el hecho sociológico de que en las sociedades antiguas y medievales los rituales públicos tenían una connotación religiosa.
desprovistas en adelante de significación, incluso para que se pudiera predecir su próxima desaparición. Sino porque la lógica conservadora de la integración en el
ser y de la solidaridad con lo dado natural o cultural se
invirtió; porque la necesidad de la atadura jerárquica
se disolvió; porque las coacciones a concebir el mundo unido a sus orígenes en cualquier punto (pensamiento
mítico) y a hacerlo corresponder en todas partes a él mismo (pensamiento simbólico) se deshicieron. (Gauchet 2005, 145-146)
Dicho de otro modo, la religión fue durante milenios un ordenamiento del mundo humano-social, una manera de comprender e instituir el poder, los vínculos sociales y la forma de las comunidades. Por ello, la salida de la religión es la salida de la estructuración religiosa de las sociedades (Gauchet 2005, 294).
Aunque cuente con un respaldo empírico,5 la tesis de la privatización de la religión es cuestionada desde varios frentes. Conceptualmente, Luhmann (2007, 251) hace notar el desacierto de la teoría de la secularización al englobar el fenómeno religioso en el ámbito privado, pues el concepto opuesto de “privado”, esto es, “público”, se aplica a la mayoría de las prácticas religiosas. Así, mientras que en el mundo antiguo la “privacidad” había sido una categoría de exclusión (privatus = inordinatus; privatio = negatio in subiecto), la privacidad y la individualidad se funden en la transición a la modernidad, de tal manera que el concepto tiende a la consideración social: como consumidor, votante, sujeto con capacidad de juzgar. Luego, lo privado tiende hacia la inclusión.
La tesis del desencantamiento del mundo o de la salida de la religión permite encontrar explicaciones para un fenómeno muy extendido en las sociedades occidentales contemporáneas: vivir religiosamente en lo privado, pero asumir pensamientos y actitudes agnósticos en lo público. Se trata de la privatización de la experiencia religiosa.
Privatización de la religión Como consecuencia de la Reforma, la privatización devino en el modus vivendi entre la religión institucionalizada —de un lado— y la modernidad y la Ilustración —del otro— (De Sousa 2014, 96). Además de los efectos culturales de la tesis luterana del libre examen, el paso de sociedades agrarias a sociedades postindustriales condujo a niveles más altos de bienestar y seguridad social, y con la disminución del riesgo y la creciente seguridad
5 Una encuesta de la firma Poliarquía sobre la religiosidad de los argentinos revela esta tendencia, pues el 91% de los encuestados se reconoce como creyente, mientras que sólo un 9% lo hace como ateo o agnóstico. Sin embargo, al ser preguntados si consideran que las autoridades religiosas deberían influir en lo que la gente vota en las elecciones, o en las decisiones de Gobierno, un 63% de los encuestados estuvieron de acuerdo con negar dicha influencia, mientras que un 35% en promedio aprobaba tal intervención (Oliva 2010).
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Asimismo, Casanova (2000, 97) ha sugerido que las religiones públicas adelantan un proceso de desprivatización, es decir, la religión abandona su lugar asignado en la esfera privada y entra en la esfera pública y en la sociedad civil para tomar parte en el debate acerca de la legitimación discursiva y el nuevo trazado de las fronteras entre lo religioso y lo secular.
Este desfase de la teoría, que suscita a su vez la confusión y posterior crisis del paradigma (Kuhn 2010, 138), consiste en no distinguir los tres procesos que operan en la secularización moderna, y tomarlos como uno solo: aquel que conduce a la progresiva irrelevancia pública de la religión. Dicho de otro modo, los suscriptores de la teoría de la secularización omiten considerar que la secularización es un proceso variable y de múltiples dimensiones (Gorski y Altinordu 2008, 58) que requiere análisis más complejos.
La privatización suele confundirse con la individualización. Sin embargo, “la individualización puede (pero no tiene que) conducir a la privatización de la religión, aunque también puede introducir un nuevo papel público de la fe” (Beck 2009, 97). Por ello, así como en algunas sociedades —la europea es la más representativa de ello— está desapareciendo el “cristianismo sociológico”, subsiste al mismo tiempo la religión de los individuos, los verdaderos creyentes (Gauchet 2005, 295).
La idea errónea principal de la teoría de la secularización es la confusión entre los procesos históricos de secularización y las consecuencias vaticinadas que se suponía que aquellos procesos tendrían sobre la religión. Esta confusión explica su circularidad, pues incluye lo definido —alejamiento del cristianismo— en la definición —alejamiento de la religión— (Nancy 2008, 238). Y es que la teoría de la secularización ha estado ligada desde sus orígenes a un determinismo histórico y sociológico que la convirtieron en un mito histórico (Casanova 2012a, 208) hoy revaluado. En este sentido, la teoría de la secularización es heredera de filosofías de la historia como la “escatología inmanentista” de Joaquín de Fiore (Voegelin 2009, 147 y 153) y la “ley de los tres estadios” de Auguste Comte, según las cuales la humanidad transita por una progresiva evolución desde la superstición a la razón, desde la creencia a la incredulidad, desde la religión a la ciencia.
La crisis del paradigma ¿En qué consiste el desfase de la teoría de la secularización? Existe consenso en torno a la diferenciación funcional, o división del trabajo que ocurre en la modernidad, y que conduce a que la religión se sitúe como una esfera más de la vida social. Pero las grietas de la teoría de la secularización se revelan en la predicción de los procesos de decadencia de la práctica religiosa y de privatización, esto es, la asunción axiomática de que, a medida que la racionalización avanza, la religión se desplaza hacia el ámbito de lo marginal e irracional (Weber 2012, 359).
Dicho proceso se concibe como necesario e inexorable, y la narrativa metafórica del mismo tiene su raíz en la Revolución Francesa, cuando los sentidos jurídico-canónico6 y jurídico-político7 originarios del concepto secularización son desplazados por una categoría hermenéutica que, al igual que los conceptos de “emancipación” y “progreso”, pretende explicar la historia de la modernidad (Koselleck 2003, 44-45).
Desde diversas áreas de las humanidades y las ciencias sociales —relaciones internacionales, ciencia política, filosofía, antropología, estudios religiosos y sociología (predominantemente)—, los últimos años han asistido a una explosión bibliográfica de lecturas y relecturas acerca de la secularización, la racionalización y la modernización, que no suelen coincidir con las profecías de la teoría de la secularización (Stark 1999, 251-253).
En su dificultad para ilustrar estos fenómenos, la teoría de la secularización pone de relieve su etnocentrismo. O dicho de otro modo, su visión exclusivamente europea de la modernidad. Varios autores han advertido que lo que se ha tomado como declive progresivo de las creencias es, en rigor, un proceso de deseuropeización del cristianismo (Beck 2009, 33; Glucksmann 2001, 266; Stark 1999, 253). Este etnocentrismo que la teoría asume como marco epistemológico —formas religiosas protestantes, concepción liberal de la política, y Estado-nación como
Así, aunque la diferenciación y emancipación de las esferas seculares de las instituciones y normas religiosas (2.1.) sean una tendencia estructural moderna, el ocaso de las creencias y prácticas religiosas (2.2.) y la privatización de la religión (2.3.) no lo son, y se trata, por el contrario, de opciones históricas dominantes —pero no necesarias— en muchas sociedades modernas occidentales, especialmente en las europeas (Casanova 2000, 287-291).
6 El tránsito de uno religioso regular al estado secular (Koselleck 2003, 42-43). 7
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El paso de bienes eclesiásticos a manos seculares (Koselleck 2003, 42-43).
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unidad institucional de análisis— la ha hecho inservible para propósitos sociocientíficos (Casanova 2000, 36 y 62). ¡Como un defectuoso ascensor de hotel que sólo va hacia abajo! (Stark 1999, 269).
amenaza el entramado de pilares fundamentales e instituciones básicas y, por ende, el futuro de la modernidad occidental, toda vez que la secularización suele considerarse un requisito constitutivo de la democracia y la modernización, algo básicamente equivocado (Berger 1997).
Si hoy sabemos que la secularización no puede atarse inescindiblemente al proceso de modernización (Mathewes 2006, 152), es oportuno señalar la necesidad de “provincializar Europa”, es decir, dejar de ver la modernidad como un proceso unificado en el que Europa es el paradigma (que deben imitar los demás), para concebir el modelo europeo como el primero y el objeto de cierta imitación creativa, pero, a fin de cuentas, como un modelo más entre muchos otros. Es decir, ver a Europa como una provincia dentro de un mundo multiforme, lo cual permitiría tomar en serio una teoría de “múltiples modernidades” (Taylor 2006, 225-226).
Luego, si “la secularización no ha eliminado lo religioso” (Roy 2010, 18) y, por el contrario, en el ámbito global se constata una necesidad de espiritualidad (Beck 2009, 47-48), y algunos intelectuales vaticinan que el rostro futuro del fenómeno religioso será una amplia religiosidad difusa enmarcada en la edad antropológica de las religiones (Gauchet 2005, 296), los científicos sociales deberían pensar qué ocupará el lugar de la teoría de la secularización en el estudio de los procesos de modernización, racionalización, democracia y pluralismo. La literatura de los últimos años revela que cada vez más académicos e intelectuales se desmarcan de las tesis de la teoría de la secularización (Garzón 2009), y salvo algunas excepciones, el replanteamiento crítico de dicha teoría es universalmente compartido (Pérez-Agote 2012, 154). Por ello, se ha sugerido entonar un requiescat in pace en su honor (Stark 1999, 270), y hasta alguno de sus otrora defensores más representativos ha terminado admitiendo que gran parte del mundo no es secular sino muy religioso (Berger 1997, y 2005, 7).
Al etnocentrismo se añade la pretensión omniexplicativa de la teoría, lo cual lleva a invisibilizar fenómenos como el reencantamiento (Beck 2009, 12), o encantamiento (Taylor 2014), la mutación de lo religioso (Roy 2010, 22; Stark 1999, 263-268), la desprivatización de la religión (Casanova 2000, 97), la postsecularidad (Joas 2012; Casanova 2012a; Habermas et al. 2011) y los procesos de sacralización. Al atribuir a un solo hecho —la privatización e individualización de la religión en la modernidad— la causa única del proceso de secularización de la sociedad, la teoría de la secularización omitió un principio epistemológico de las ciencias sociales: la indeterminación causal de los fenómenos sociales. Esto es, que dada la causa c, no se puede saber por anticipado si se producirá el efecto e, pues sólo es probable que se produzca el efecto e (Sartori 2006, 60).
Aunque existe consenso en torno a la crisis de la teoría de la secularización, aún no existe una teoría que sea aceptada como su reemplazo (Norris e Inglehart 2011, 11). Ciertamente, en los últimos años se han formulado algunas teorías alternativas, como la teoría del supermercado religioso o del pluralismo religioso (Berger 2005; McMullin 2010), deudora de una matriz económica de elección racional y que, en último término, formula una suerte de universalización de la experiencia cultural americana, por lo cual ha sido muy criticada (Bruce 2011, 141-156).
Así, la teoría no sólo omite que en el proceso de secularización de las sociedades modernas intervienen varios factores, sino que, además, este hecho previene acerca de una multiplicidad de consecuencias. Una de ellas, que puede parecer paradójica, es la mutación o el cambio de las funciones de la religión en el ámbito público. Por ello, estamos ante una inferencia apresurada que revela un uso inapropiado de los conceptos de “secularización” y “modernización”, toda vez que la pérdida de funciones y la tendencia hacia la privatización no implican necesariamente una pérdida de relevancia e influencia de la religión (Habermas 2008, 7, y 2009, 67).
El concepto de postsecularidad, candidato a paradigma
Según Beck (2009, 31), el colapso de la teoría de la secularización es mucho más relevante que la caída de la Unión Soviética y el bloque de los países del Este, pues no sólo afecta a imperios geopolíticos aislados, sino que
Como se vio, la teoría de la secularización propició un uso indiscriminado y generalizador de la noción secularización, de modo que se ha convertido en un concepto cuya capacidad hermenéutica es seriamente cuestionada para
También ha entrado en escena otro candidato a ocupar el lugar del tradicional paradigma, pero, esta vez, proveniente de la filosofía política de la religión. Se trata de la postsecularidad.
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ilustrar los complejos fenómenos que trae consigo la presencia de la religión en el ámbito público contemporáneo. Teniendo en cuenta la insuficiencia de la tesis de la secularización y el desencantamiento, ¿estamos ante una nueva alianza? (Zagrebelsky 2010, 15 y 20). ¿Existe un nuevo paradigma en capacidad de reemplazar a dicha teoría? (Kuhn 2010, 128-129).
disposición de fondo y marco epistemológico deben robustecerse para poder cumplir adecuadamente su tarea de comprensión y explicación de la multiplicidad diversa de la sociedad del escenario postsecular (Beriain y Sánchez de la Yncera 2012, 87). ¿Qué requisitos debe cumplir la postsecularidad para ser aceptada como un nuevo paradigma de las ciencias sociales? Según Kuhn (2010, 294), “en primer lugar, el nuevo candidato a paradigma tiene que dar la impresión de que resuelve algún problema sobresaliente y reconocido por todo el mundo que no se pueda abordar de otro modo”. La respuesta, en este caso, se despliega en dos aspectos: una perspectiva cognitiva y otra actitudinal.
Todas las crisis, advierte Thomas Kuhn, tienen tres maneras posibles de cerrarse: La ciencia normal termina demostrando ser capaz de
manejar el problema que ha provocado la crisis [...] El problema se etiqueta y se archiva para una futura gene-
ración con herramientas más desarrolladas [...] O bien [...] una crisis puede terminar con el surgimiento de
En lo cognitivo
un nuevo candidato a paradigma y con la consiguiente batalla por su aceptación (2010, 175-176).
En este plano, la postsecularidad se propone “la superación autorreflexiva de un autoentendimiento de la modernidad exclusivo y endurecido en términos secularistas” (Habermas 2006, 146), así como continuar el proceso de aprendizaje entre la racionalidad religiosa y la racionalidad secular, que comenzó en la época antigua (Habermas et al. 2011, 135; Garzón 2012) mediante la incorporación al debate público de voces de inspiración religiosa y orientaciones éticas cuyas raíces sean religiosas (Calhoun, Juergensmeyer y Van Antwerpen 2011, 18). Lo anterior se inspira, entre otras cosas, en el reconocimiento de que “con frecuencia hemos secularizado mal, porque, en el proceso de librarnos de ideas inviables, hemos perdido innecesariamente algunos de los elementos más servibles y atractivos de las religiones” (De Botton 2012, 17).
Descartadas —por impertinentes— las dos primeras opciones, en el caso de la crisis del paradigma de la teoría de la secularización y la emergencia del concepto de postsecularidad estamos ante el tercer escenario descrito por el filósofo de la ciencia. Los científicos sociales buscan modelos que expliquen el cambio religioso, y vocabularios alternativos para describir la situación religiosa en el ámbito público contemporáneo (Joas 2012, 189). Así, al criticar el secularismo occidental, Rajeev Bhargava propone un secularismo contextual, caracterizado por interpretaciones frescas, juicios contextuales y permanentes esfuerzos de reconciliación y compromiso de los conflictos político-religiosos (Bhargava, en Calhoun, Juergensmeyer y Van Antwerpen 2011, 108). Otro de los conceptos que han aparecido en la discusión teórica de los últimos años, y cuyo uso se ha hecho frecuente, es el de postsecularidad (Sánchez y Rodríguez 2012).
La postsecularidad defiende una ampliación del concepto de racionalidad, y una ampliación de los intervinientes y los argumentos que comparecen ante el debate democrático, pues con frecuencia éste es el campo de batalla entre las diferentes concepciones de secularización que pretenden obtener una validación normativa e institucional.
La postsecularidad describe las sociedades modernas que reconocen la existencia de grupos religiosos activos e influyentes, y la relevancia pública de las tradiciones religiosas, aunque las sociedades estén secularizadas. En este contexto, lo “postsecular” no sería la sociedad, sino su autoconciencia (Mendieta, en Habermas et al. 2011, 131).
Así las cosas, la postsecularidad implica que el discurso religioso sea traducido cuando intervenga en la esfera pública para que su contenido penetre e influya en la justificación y formulación de decisiones políticamente vinculantes y exigibles por ley. Ello requiere que las personas que han tenido una formación religiosa aprendan a politizar sus opiniones (Walzer 2010, 223), de modo que en los parlamentos, tribunales y órganos administrativos, cualquier referencia directamente religiosa pueda ser explicada en forma secular (Taylor, en Habermas et al. 2011, 64; Garzón 2014, 206-210).
Pueden identificarse como notas características de la postsecularidad: el cuestionamiento del enfoque teleológico de modernización que sitúa a la fe como una reliquia del pasado, el reconocimiento de la radical heterogeneidad que se da entre los horizontes de creencia religiosa, pero sobre todo, la puesta de relieve del desafío que esa realidad polimorfa impone a las ciencias sociales, cuya
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Así, las decisiones de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial deben estar no sólo formuladas en un lenguaje universalmente accesible, sino también justificadas sobre la base de razones aceptables por todos universalmente (Mendieta, en Habermas et al. 2011, 140). No se trata de una obligación, sino de lo que Rawls (2006, 208) llama el deber público de civilidad. En síntesis, la postsecularidad ofrece resolver las soluciones partisanas y dieciochescas de la concepción secularista, tendiendo puentes entre las cosmovisiones religiosas y la racionalidad naturalista.
disposición ideológica hacia la religión. Según éste, el laicismo —en cuanto lenguaje meramente secular con una mayor carga de racionalidad que el lenguaje religioso— sería el único lenguaje admisible en el ámbito público (Taylor, en Habermas et al. 2011, 54). Alguien podría objetar: ¿el concepto de postsecularidad no implica un cambio básicamente semántico? En cuanto éste trae consigo una reformulación de conceptos como secularización, secularismo y laicidad en la discusión teórica normativa, se puede concluir que estamos ante algo más que un cambio semántico. Se debe constatar, por el contrario, que se trata de un nuevo candidato a paradigma de las ciencias sociales, pues pretende explicar los procesos de politización de la religión en las sociedades modernas, procesos que la teoría de la secularización pretendió simplificar y homogeneizar.
En lo actitudinal Una sociedad postsecular puede estar en sintonía con la cultura y los valores religiosos, toda vez que la secularización afecta la dimensión socialmente compartida de la fe, pero no afecta necesariamente a los valores. Por ello, tampoco entraña un debate irreconciliable sobre los valores morales: clericales y anticlericales, creyentes y agnósticos pueden compartir la misma concepción de la moral pública, es decir, una ortopraxis (Roy 2010, 160). Para ello, se requiere que los debates en la esfera pública permitan encontrar una base común para la ciudadanía (Calhoun, en Calhoun, Juergensmeyer y Van Antwerpen 2011, 88).
En respuesta al monismo de dicha teoría, el concepto de postsecularidad pretende identificar puntos de encuentro —cognitivos y actitudinales— entre creyentes y agnósticos, y propender a una dialéctica de aprendizaje común entre la racionalidad religiosa y la racionalidad secular. En este sentido, Boaventura de Sousa Santos (2014, 99) ve en los diálogos ecuménicos e interreligiosos “un campo de experimentación para diálogos más amplios, que implicasen a concepciones de la dignidad humana religiosas y no religiosas”.
En este horizonte, la postsecularidad “es compatible con una visión positiva de la religión como un bien moral, o como un depósito ético comunitario de solidaridad humana y virtud republicana” (Casanova 2012b, 116), donde la religión adquiere una nueva función y autoridad como “escuela de moral” (Beck 2009, 132-133). Incluso, desde una perspectiva atea, se hace posible “importar algunas de sus prácticas e ideas a la esfera secular” (De Botton 2012, 14).
Pero no sólo el diálogo es un punto de encuentro. La esfera del trabajo humanitario y las iniciativas que promueven el cuidado y el bienestar de los más necesitados, surgidas en ciudades del Reino Unido y los Países Bajos, son ejemplos de situaciones concretas en las que actualmente trabajan lado a lado personas de diferentes convicciones religiosas y no religiosas, y que han sido englobadas bajo la sugestiva expresión “acercamiento postsecular” (Cloke y Beaumont 2012; Taylor 2014, 299).
Y, en segundo lugar, “el nuevo paradigma ha de prometer conservar una parte relativamente amplia de la capacidad concreta de resolución de problemas que se ha acumulado en la ciencia merced a sus predecesores” (Kuhn 2010, 294). Ciertamente, aunque la postsecularidad no está hipotecada al determinismo causal de la teoría de la secularización, sin embargo, reconoce su principal aporte en cuanto herramienta descriptiva: la secularización como fenómeno sociológico, y la laicidad de las instituciones como una conquista de la tradición occidental moderna, que debe ser defendida, toda vez que es un reflejo de la legítima distinción entre lo secular/inmanente y lo religioso/trascendente.
Conclusiones
Con ello, la postsecularidad pretende superar el “secularismo arrogante” (Nussbaum 2009, 22) que exhiben ciertas élites políticas e intelectuales occidentales como
Salvo por los usos específicos que le dan algunos intelectuales y científicos sociales, la teoría de la secularización está agotada como paradigma descriptivo de los procesos
Al evitar formular una suerte de relato épico de vencedores y vencidos, al modo de la teoría de la secularización, y fomentar iniciativas conjuntas entre creyentes y agnósticos, la postsecularidad reitera la complejidad y necesidad de permanente revisión de una cuestión que atraviesa el ethos y el telos de la ciudadanía moderna. No sólo su historia reciente.
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de transformación de la religión en el contexto cultural contemporáneo. La discusión, sin embargo, está lejos de terminar, pues algunos autores advierten que es prematuro darle sepultura a la teoría (Norris e Inglehart 2011, 4), y que, con sus ajustes y respuestas a los críticos, aún es útil para ofrecer una explicación a la decadencia de la religión en las sociedades tardomodernas desarolladas (Bruce 2011).
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¿Es la postsecularidad un nuevo paradigma epistémico que permite explicar las relaciones y tensiones entre política y religión en el contexto actual? ¿Puede un concepto (postsecularidad) reemplazar a una teoría (secularización)? Ciertamente, es un hecho que aún no cuenta con el consenso entre los científicos sociales para ello, y sus características están en proceso de desarrollo conceptual. Por ello, se ha llegado a considerar un concepto confuso (Calhoun, Juergensmeyer y Van Antwerpen 2011, 18), aunque quizás sea más preciso advertir que en la postsecularidad está contenido el esbozo de una nueva teoría que, en cualquier caso, es más versátil y moderada.
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Sin embargo, aunque aún el debate sobre la secularización no ha producido nuevos consensos, sí ha generado una gran cantidad de conocimiento (Gorski y Altinordu 2008, 75; Jakelić 2006, 49-55), y ello ha tenido el efecto de problematizar y poner en la agenda de las ciencias sociales un tema que hace unas décadas parecía haber sido resuelto por la teoría hegemónica.
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El éxito de la postsecularidad como candidata a paradigma dependerá de su capacidad para explicar tanto los procesos de secularización como los procesos de sacralización en el mundo contemporáneo, y para establecer las condiciones cognitivas de un aprendizaje complementario entre lo secular y lo religioso. De cualquier modo, aún es prematuro hacer un balance de esta ambiciosa empresa.�
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La revolución militar posindustrial* Guillem Colom Piellav Fecha de recepción: 16 de septiembre de 2013 Fecha de aceptación: 19 de marzo de 2014 Fecha de modificación: 25 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.12
RESUMEN El artículo estudia los cambios sociales, políticos, demográficos, económicos y tecnológicos que han experimentado las sociedades avanzadas y que han comportado la sustitución del paradigma militar contemporáneo por otro de modelo militar posindustrial que refleja la sociedad actual. Estos cambios son constitutivos de una Revolución Militar que ha transformado el Estado, la sociedad y la manera de concebir la guerra.
PALABRAS CLAVE Revolución militar, Guerra Fría, guerra total, sociedad posindustrial.
The Post-Industrial Military Revolution ABSTRACT The article analyses the social, political, demographic, economic and technological changes that advanced societies have experienced and that have entailed the replacement of the modern military paradigm by a new post-industrial military model which reflects the current society. These changes constitute a Military Revolution that has transformed the state, society and the concept of war itself.
KEY WORDS Military revolution, Cold War, total war, post-industrial society.
A revolução militar pós-industrial RESUMO Este artigo estuda as mudanças sociais, políticas, demográficas, econômicas e tecnológicas que as sociedades avanças têm experimentado e que têm comportado a substituição do paradigma militar contemporâneo por outro modelo militar pósindustrial que reflete a sociedade atual. Essas mudanças são constitutivas de uma Revolução Militar que vem transformando o Estado, a sociedade e a maneira de conceber a guerra.
PALAVRAS-CHAVE Revolução militar, Guerra Fria, guerra total, sociedade pós-industrial.
* El artículo es producto de una investigación personal del autor acerca de la transformación de los conflictos, y no contó con financiación externa. v Doctor en Paz y Seguridad Internacional por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España. Profesor de la Universidad Pablo de Olavide, España. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Cambio y continuidad en el pensamiento estratégico estadounidense desde el final de la Guerra Fría. Revista de Ciencia Política 33, n° 3 (2013): 675-92, y El ocaso de la defensa británica durante la Guerra Fría. Ayer 93 (2014): 215-38. Correo electrónico: gcolpie@upo.es 113
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Introducción
A
unos conflictos totales, permanentes, amorales, alegales y enfocados tanto al mantenimiento del nuevo orden mundial (Hardt y Negri 2004) como al servicio del imperialismo de Occidente mediante guerras de cuarta generación (Bonilla 2003).1 Finalmente, algunos sociólogos asumen que la posmodernidad ha sido el elemento que ha transformado los ejércitos porque ha asimilado los valores civiles y los militares, reducido las diferencias corporativas entre el ejército, la armada y la fuerza aérea, forzado la participación en labores humanitarias e impuesto el desarrollo de fuerzas multinacionales (Booth, Kestnbaum y Segal 2001; Moskos, Williams y Segal 2000).
Observados aisladamente, ninguno de estos cambios logra captar la complejidad, la profundidad y el alcance de estas transformaciones que han experimentado las sociedades avanzadas y que han redefinido la forma de afrontar los conflictos armados. Los teóricos de la Revolución en los Asuntos Militares asumen que la aplicación militar de las tecnologías de la información ha motivado profundos cambios doctrinales, organizativos, logísticos, tácticos y armamentísticos que han revolucionado la forma de combatir y garantizado la supremacía de los ejércitos que la han conquistado (Boot 2006; Friedman y Friedman 1998).
Entonces, ¿qué ha cambiado en los últimos tiempos? Si se contextualizan estas afirmaciones, se ponderan estos factores y estas transformaciones se observan en su conjunto y bajo el prisma teórico de la Revolución Militar, puede identificarse un cambio de mucha mayor entidad: la era contemporánea ha concluido, y con ello, una forma de combatir. La Guerra Total, posibilitada por el crecimiento demográfico experimentado por las sociedades europeas durante el siglo XVIII y las revoluciones Francesa e Industrial, y caracterizada por el empleo de todos los medios del Estado-nación para el esfuerzo bélico, ha sido sustituida por otro modelo más limitado, selectivo y plural que refleja el nuevo orden social, político, económico, ideológico y tecnológico de las sociedades avanzadas.
ctualmente las sociedades avanzadas conciben la guerra de forma distinta que en el pasado. Esta transformación va más allá de la aplicación de las tecnologías de la información al ámbito de la defensa, tal y como afirman los partidarios de la Revolución en los Asuntos Militares; la mutación de los conflictos armados, como creen los teóricos de las Guerras Posmodernas; la profesionalización de la milicia, como asumen los expertos en relaciones civiles-militares, o el acomodo de los ejércitos al mundo posmoderno, como sostienen muchos sociólogos.
Por su parte, los partidarios de las Guerras Posmodernas consideran que el final de la Guerra Fría y la consolidación de la globalización han facilitado la proliferación de conflictos que, motivados por la fragilidad del Estado, el auge de los extremismos violentos y el incremento de la criminalidad transnacional, se caracterizan por la difuminación de la frontera entre guerra, terrorismo y crimen; el enfrentamiento de Estados con una amplia gama de actores no estatales; la violación sistemática de los derechos humanos; el desarrollo de una lucrativa economía de guerra, o la imposibilidad para resolver el conflicto de forma satisfactoria (Kaldor 1998; Van Creveld 1991). Otros expertos apuntan como principal factor la profesionalización de los ejércitos, que ha terminado con el paradigma de ciudadano-soldado, erosionado el ethos marcial y dificultado las relaciones entre el colectivo civil y el militar (Janowitz 1990; Moskos y Wood 1988; Cohen 1985).
Fraguados en la Guerra Fría y consolidados tras la desaparición del orden internacional bipolar, estos cambios han producido una Revolución Militar que ha transformado la relación entre el Estado, la sociedad y la forma en que ésta concibe la guerra y combate en ella. Conociendo estos elementos, el artículo estudiará estos cambios sociales, políticos, demográficos, económicos, tecnológicos e ideológicos que han experimentado las sociedades avanzadas —países con un sistema político estable, una economía capitalista posindustrial, y pertenecientes al antiguo bloque occidental—, que han consolidado una Revolución Militar que ha sustituido el modelo militar contemporáneo por otro privativo de la sociedad posindustrial. Para lograr este objetivo, el trabajo se estructurará en dos partes: la primera presentará el concepto de Revolución Militar y expondrá su pertinencia para analizar estos cambios que han alterado la manera de concebir la guerra.
Los teóricos de los ejércitos posindustriales entienden que las fuerzas armadas se están adaptando al mundo posindustrial mediante la reducción de su tamaño, la externalización de las funciones ajenas al combate, la centralización de la gestión estratégica, la descentralización táctica y la integración de los ejércitos para combatir en red (King 2006). En cambio, muchos críticos sostienen que los ejércitos avanzados emplean la tecnología para incrementar su asimetría militar y controlar todas las vertientes de
1
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Ampliamente extendido entre los autores críticos, este enfoque en las guerras de cuarta generación no sólo tiene pocas similitudes con el concepto originario de Estados Unidos; sino que la doctrina tradicional lo ha desechado porque se fundamenta en una enorme simplificación de la historia bélica.
La revolución militar posindustrial Guillem Colom Piella
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Militares años después4— las transformaciones que estaban produciéndose en el armamento, la organización, las tácticas y el funcionamiento de las fuerzas armadas por la explotación de las tecnologías de la información (Friedman y Friedman 1998; Cohen 1996; Fitzsimonds 1995). No obstante, si bien existía la tendencia a equiparar ambos conceptos, muchos expertos consideraban que una Revolución Militar era un fenómeno exclusivamente castrense, pero de alcance y efectos estratégicos (Krepinevich 1994; Odom 1993); mientras que otros sostenían que este cambio no sólo debía transformar la esfera militar sino también alterar la relación entre la milicia, la sociedad y el Estado (Knox y Murray 2001; Toffler y Toffler 1993; Parker 1988).
La segunda estudiará estas transformaciones que han motivado la sustitución del paradigma militar contemporáneo por un modelo posindustrial.
La revolución militar El término Revolución Militar fue concebido por el historiador Michael Roberts para describir los cambios que se produjeron en el arte bélico durante el siglo XVI y que facilitaron la consolidación del Estado Absoluto y los ejércitos modernos (Roberts 1967). Éste estimaba que las innovaciones tácticas, doctrinales y tecnológicas realizadas por el rey Gustavo Adolfo II de Suecia motivaron la creación de los ejércitos permanentes e impulsaron el desarrollo de las instituciones políticas modernas; por lo que el auge de la guerra moderna hizo posible y necesaria la consolidación del Estado Absoluto. Paralelamente, estos ejércitos organizados, adiestrados y sufragados por las monarquías europeas experimentaron importantes innovaciones organizativas, tácticas, operativas y tecnológicas que facilitaron la expansión del poder europeo por todo el globo. Su éxito fue tal que, a partir de entonces, el estilo militar europeo fue imitado por todos los imperios del planeta (Black 2000, 154-155).2
De esta forma, mientras que la Revolución en los Asuntos Militares acabó utilizándose para explicar los cambios en la tecnología, estructura, organización y táctica militares, Alvin y Heidi Toffler definieron la Revolución Militar como una transformación de la relación entre la guerra, el Estado y la sociedad, al concluir que: […] una Revolución Militar acontece cuando una nueva civilización surge para desafiar a la antigua; cuando toda
una sociedad se transforma y obliga a redefinir las fuerzas armadas a todos los niveles: tecnológico, cultural, polí-
tico, organizativo, estratégico, táctico, doctrinal o logís-
Aunque esta idea ha sido objeto de acalorados debates historiográficos articulados en torno al carácter revolucionario del cambio, su cronología o elementos definidores,3 en 1991 —tras la espectacular victoria en la Guerra del Golfo— el historiador Clifford Rogers adaptó esta idea a la coyuntura del momento. Éste entendía que una Revolución Militar era un fenómeno que surgía cuando importantes cambios sistémicos en las esferas cultural, política, social, demográfica o económica se articulaban de tal forma que lograban transformar el Estado, la sociedad y su relación con la guerra (Rogers 2000).
tico. Cuando esto sucede, la relación entre el ejército, la
economía y la sociedad se transforma y se altera el equilibrio de poder en la Tierra. (Toffler y Toffler 1993, 32)
En consecuencia, una Revolución Militar entraña un cambio de paradigma en la forma de concebir, organizar y hacer la guerra (Baumann 1997). Y para ilustrar la trascendencia del cambio, Alvin y Heidi Toffler formularon un modelo basado en tres períodos u olas, en los que el estilo de combatir refleja el modo en que la sociedad genera su riqueza.5 Así, las sociedades agrícolas, o de primera ola, eran sedentarias, tenían una marcada estratificación social y política, la agricultura era su fuente de riqueza y su conocimiento técnico-científico era elemental. En consecuencia, estos pueblos combatían por el control de los recursos naturales;
A partir de entonces, este concepto adquirió cierta notoriedad entre la comunidad de defensa anglosajona para explicar —tal y como haría la Revolución en los Asuntos
4 Esta idea se forjó en 1993 para describir las transformaciones que estaban produciéndose en los procedimientos, tácticas, doctrinas y organización del Ejército estadounidense, a raíz de la aplicación de las tecnologías de la información. Derivada del concepto soviético Revolución Técnico-Militar —empleado para explicar el impacto de una nueva tecnología sobre la conducción de las operaciones militares—, la Revolución en los Asuntos Militares articuló el análisis estratégico mundial y la política de defensa estadounidense en los noventa hasta su sustitución por la Transformación, en 2001 (Colom 2008; Kagan 2006).
2 Parker (1988) establece que los elementos clave de esta revolución son la creación en Francia de una artillería pesada capaz de emplearse tanto en asedios terrestres como en batallas navales; el desarrollo en Italia de un nuevo estilo de fortificación invulnerable a la artillería existente y capaz de resistir largos asedios; la creación del Galeón, un navío robusto, capaz de navegar a grandes distancias y montar armamento pesado; y la invención en los Países Bajos de un nuevo sistema de fuego con mosquetes y arcabuces.
5 Este argumento fue originalmente planteado en La Tercera Ola, donde Toffler afirmaba que la humanidad ha conocido tres etapas históricas con un orden social, económico, político y militar específicos.
3 Ejemplos de estos debates pueden hallarse en Black (1991), Rogers (2000) o Parker (1988).
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sus ejércitos eran reducidos, poco profesionalizados, escasamente adiestrados y financiados por los terratenientes; y los combates se realizaban cuerpo a cuerpo con armamento simple. Con la Revolución Industrial irrumpió la segunda ola, una sociedad burocratizada, centralizada y jerarquizada, con un sistema productivo industrial estandarizado y un notable desarrollo técnico-científico. Esta sociedad, caracterizada por la producción y el consumo en masa, comportó un estilo de guerra masivo: la Guerra Total, una forma de combatir en la que todos los recursos nacionales eran puestos a disposición del Estado para infligir la mayor destrucción al adversario. Este paradigma alcanzó su punto más álgido durante la Segunda Guerra Mundial, y su cenit, con el arma nuclear. No obstante, la segunda ola empezó a dar muestras de cambio durante la década de 1950, cuando los modos de producción, organización y vida propios del mundo industrial empezaron a ser sustituidos por otros distintos. La Revolución de la Información marcó el fin de este período y el inicio de la sociedad posindustrial. Esta sociedad desmasificada y descentralizada, con un modo de producción intensivo, eficiente e individualizado, y con una estructura de poder difusa y heterogénea, recibe el nombre de tercera ola.
les, jerarquizados, formados por ciudadanos-soldados con una limitada instrucción y con un estilo de guerra económicamente ineficiente basado en la destrucción en masa, dada la inherente imprecisión del armamento moderno, los Toffler sostenían que los nuevos ejércitos estarían formados por tropas altamente adiestradas, con un elevado conocimiento técnico-científico; se organizarían en unidades pequeñas, flexibles y heterogéneas, y dispondrían de armamento sofisticado y diseñado para la destrucción selectiva. Además, estos ejércitos operarían con un conocimiento del campo de batalla, una rapidez, una flexibilidad y una precisión sin precedentes, por lo que la guerra de tercera ola se convertiría en un ejercicio exacto, preciso, selectivo, económico y apenas violento. Aunque estos planteamientos han tenido una gran aceptación práctica, puesto que han sido esenciales para trazar las características de la Revolución en los Asuntos Militares y guiar los procesos de transformación militar desde el final de la Guerra Fría,7 en el plano teórico éstos han sido superados por las concepciones planteadas por MacGregor Knox y Williamson Murray. Éstos también asumen que una Revolución Militar es una transformación que modifica la relación preexistente entre el Estado, la sociedad y la guerra, puesto que “[...] altera fundamentalmente la naturaleza de la guerra al transformar la sociedad, el Estado y la institución militar, modificando la forma en que ésta genera, concibe y emplea su poder militar” (Knox y Murray 2001, 6-7). Sin embargo, abordan con mayor rigor histórico y precisión conceptual tanto la evolución del arte de la guerra como las distintas Revoluciones Militares que pueden haberse sucedido hasta nuestros días. Aunque, según éstos, desde la Edad Media se han producido cinco transformaciones de este tipo —la creación del Estado moderno, las revoluciones Francesa e Industrial, la Primera Guerra Mundial y la Revolución Nuclear—, que han promovido sendos estilos de concebir y hacer la guerra,8 el presente artículo analizará una sexta Revolución Militar que se ha producido en las sociedades avanzadas y ha reemplazado el paradigma militar contemporáneo por otro de estilo posindustrial.
Además, éstos argumentaron que la Guerra del Golfo de 1991 fue la primera en mostrar las características de las guerras de tercera ola, puesto que este conflicto enfrentó un ejército de segunda ola como el iraquí —una fuerza de corte industrial, numerosa, jerarquizada y equipada con armas diseñadas para el desgaste— contra un ejército de tercera ola como el estadounidense: pequeño, flexible, eficiente, capaz de operar con gran autonomía, equipado con armas inteligentes, capaces de batir los centros de gravedad adversarios con una precisión sin precedentes, y sin daños colaterales significativos. Aunque este argumento es muy discutible,6 lo cierto es que la Operación Tormenta del Desierto sirvió para que estos autores establecieran los rasgos del paradigma militar de tercera ola. A diferencia de los grandes ejércitos industria-
6 Este conflicto es menos revolucionario de lo imaginado al enfrentar un ejército típico de la década de los setenta como el iraquí contra el estadounidense, más moderno, mejor preparado, conocedor de la doctrina soviética y en una coyuntura histórica inmejorable para que pudiera poner en práctica las capacidades militares desarrolladas después del fiasco de Vietnam. Igualmente, la coalición desplegó y amasó durante cinco meses medio millón de efectivos para enfrentarse a un número similar de oponentes, y el despliegue terrestre poco se diferenció del realizado durante la Segunda Guerra Mundial: formaciones lineales constituidas por grandes unidades preparadas para enfrentarse al Pacto de Varsovia. Finalmente, el armamento de precisión representó un 10% del total de proyectiles lanzados por la coalición (Friedman y Friedman 1998, 262).
7 De hecho, los estudios realizados durante los años noventa para analizar los cambios que estaban produciéndose en la esfera militar adoptaron el marco teórico de la tercera ola (Metz 1994, 126), guiando también los orígenes de la Transformación que lanzó Donald Rumsfeld en 2001 para conquistar la Revolución en los Asuntos Militares, e inspiraron la Transformación emprendida por la Alianza Atlántica en 2002 para adaptar los ejércitos de sus miembros al panorama estratégico actual y futuro. 8 Exceptuando la Revolución Nuclear —cuyos detractores indican que no puede calificarse como tal porque no acabó con las formas de guerra convencionales—, los expertos asumen este marco de análisis.
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La revolución militar posindustrial
Este estilo militar proporcionaba al Estado-nación contemporáneo una capacidad sin precedentes para movilizar, al menos potencialmente, a toda la población masculina adulta, y hacerlo de tal manera que estos ciudadanos sin vocación ni experiencia previas en el oficio de las armas aceptaran luchar por su patria, y que los gobiernos pudieran soportar un elevado número de bajas sin que ello minara el apoyo social ni tampoco las futuras capacidades de reclutamiento. Estas facultades eran imprescindibles para sostener las largas campañas militares típicas de este período y mantener una presión permanente en el campo de batalla (Paret 1986; McNeill 1989, 190-205).
La Revolución Militar posindustrial ha acabado con el modelo contemporáneo y transformado —tal y como han puesto de manifiesto las operaciones militares realizadas desde 1991— la forma en que las naciones avanzadas conciben la guerra y combaten en ella. En efecto, el fin del orden internacional bipolar acabó con los dos pilares militares de la Guerra Fría (la Destrucción Mutua Asegurada9 y los grandes ejércitos convencionales), comportó la desaparición de la Guerra Total y facilitó la consolidación de un nuevo estilo militar posmoderno de corte posindustrial. El paradigma militar contemporáneo, producto del crecimiento demográfico experimentado por las sociedades europeas durante el siglo XVIII y de las revoluciones Francesa10 e Industrial,11 se fundamentaba en dos ejes: por un lado, la Guerra Total, un tipo de conflicto en el que todos los medios económicos, demográficos, tecnológicos y sociales de la nación eran puestos al servicio del Estado para el esfuerzo bélico.12 Por otro lado, el estilo de guerra napoleónico, que, definido por el general corso y codificado por Clausewitz y Jomini, se basaba en el empleo de grandes unidades en acciones de maniobra y desgaste, en las que el volumen y la concentración de fuegos eran los factores primordiales, ya que su objetivo era infligir al enemigo la máxima destrucción. Esta forma de operar maximizaba los vastos recursos que brindaba la Guerra Total (Paret 1986, 132-135).13
El punto culminante de este modelo se alcanzó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un centenar de millones de personas entre combatientes y civiles participaron en un conflicto de dimensiones y efectos globales. Sin embargo, en agosto de 1945 se produjo un suceso que transformaría la guerra y determinaría las relaciones políticas entre la Unión Soviética y Estados Unidos hasta 1989: el arma nuclear. La invención del arma absoluta supuso la culminación de la Guerra Total, puesto que su letalidad alteraba cualquier relación entre los fines políticos y los medios militares que podían emplearse en un conflicto. A partir de entonces, y durante la Guerra Fría, los intentos de ambas superpotencias se orientaron a cómo limitar su empleo y evitar así una escalada bélica de consecuencias imprevisibles (Freedman 1992, 37-39). Sin embargo, fue también durante este período cuando un conjunto de cambios de muy distinta naturaleza y procedencia se combinaron para impulsar una Revolución Militar que acabaría con el paradigma militar contemporáneo.
9 Ésta puede definirse como un punto de equilibrio estratégico en el que un conflicto nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética comportaría la destrucción —estimada en un 50-70% del tejido industrial y un 33-40% de la población— de ambos contendientes. Esta situación se alcanzó en los años sesenta, cuando los arsenales atómicos de ambas potencias alcanzaron la paridad; sus fuerzas nucleares se organizaron en una tríada que garantizaba la capacidad de contragolpe, y la disuasión unilateral dejó paso a la disuasión mutua.
En primer lugar, a pesar del conflicto latente que enfrentaban Estados Unidos y la Unión Soviética, muchos países del bloque occidental comenzaron a reducir el volumen de sus fuerzas armadas. Este proceso, coincidente con la profesionalización de la milicia y el progresivo abandono del servicio militar obligatorio, culminó con
10 La Revolución Francesa erigió los pilares del Estado-nación contemporáneo, introdujo el nacionalismo y la ideología en la ecuación de la guerra y sentó las bases de la nación en armas, por lo que a partir de entonces “[…] la guerra se convirtió repentinamente en un asunto del pueblo, un pueblo de más de treinta millones de personas, cada una de las cuales se consideraba a sí misma ciudadana del Estado” (Clausewitz 1976 [1832], 592). 11 En el plano militar, la Revolución Industrial proporcionó las capacidades necesarias para fabricar más y mejores armas seriadas, facilitó la creación de un complejo militar-industrial al servicio del Estado y un incipiente mercado armamentístico mundial, incrementó la calidad y cantidad de los medios materiales, tecnológicos y logísticos de los ejércitos y brindó al poder político una capacidad financiera sin precedentes para apoyar el esfuerzo bélico (McNeill 1989, 262-300).
militares, el desarrollo de artillería más móvil y precisa o la organización de los ejércitos en divisiones independientes capaces de separarse en formaciones más pequeñas); la explotación de la leva en masa; el aprovechamiento de las rutas terrestres para mejorar el sostenimiento de las campañas y la ejecución de acciones de maniobra y choque que, combinando artillería, infantería y caballería, permitían aplicar la fuerza de manera resolutoria en el momento preciso (Paret 1986, 132-135); el estilo militar napoleónico inauguró una nueva etapa en el arte operacional que tuvo su cenit en la Segunda Guerra Mundial.
12 No obstante, conflictos como la conquista de las Galias, las Guerras Púnicas, la Guerra de los Treinta Años o las guerras de religión que asolaron Europa también podrían merecer este calificativo (Challiand 2005). 13 Surgido a raíz del perfeccionamiento de las reformas realizadas por Francia tras la Guerra de los Siete Años (la creación de academias
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el final de la Guerra Fría y terminó con la leva en masa, uno de los pilares de la Guerra Total (Black 2000, 274276; Van Creveld 2000, 35).14
ra militar (Booth, Kestnbaum y Segal 2001); la reducción de la endogamia en las fuerzas armadas (Janowitz 1990) y la tecnologización de la carrera militar, que redujo los incentivos de los cuadros de mando para continuar transmitiendo el modelo heroico y brindó a los militares otro modelo que imitar, el del profesional civil con dedicaciones similares (logística, informática, electrónica, recursos humanos o telecomunicaciones) (Moskos y Wood 1988). En otras palabras, la reducción del tamaño de los ejércitos, su profesionalización y el fin de la conscripción incrementaron la brecha social entre la esfera civil y la militar, a la vez que difuminaron las diferencias estructurales y culturales existentes entre ambos colectivos (Moskos 2000, 11), impulsaron la convergencia entre los valores civiles y los valores militares (Janowitz 1990), debilitaron el tradicional ethos militar (Moskos, Williams y Segal 2000) y convirtieron el oficio de las armas en una profesión, más que en una vocación (Moskos y Wood 1988).16
¿Por qué se produjo esta reducción del tamaño de los ejércitos occidentales? Por muy diversas razones, la más importante de las cuales fue el advenimiento del arma nuclear, que convertía en inútil el armamento convencional e irrelevante el volumen de las fuerzas armadas (Freedman 1992, 59-68). No obstante, el potencial destructivo del arma nuclear pronto se reveló inutilizable, puesto que su empleo podía poner en riesgo la supervivencia de la nación, e incluso la de la humanidad misma. Por lo tanto, aunque la Destrucción Mutua Asegurada era la culminación de la Guerra Total, los potenciales costes de un ataque nuclear eran inadmisibles y sus beneficios eran irrelevantes (Mueller 1989). En consecuencia, en un período en el que existía un riesgo real de desatarse un conflicto nuclear entre ambas superpotencias, mantener enormes ejércitos convencionales no era el primer objetivo de los países occidentales;15 por lo que éstos procedieron a reducir la entidad de sus ejércitos liquidando la conscripción obligatoria y profesionalizando las fuerzas armadas (Black 2000; Van Creveld 1991).
El segundo factor explicativo de la crisis del modelo militar contemporáneo es sociodemográfico. Durante la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento demográfico de las naciones avanzadas experimentó una importante inversión, coincidente con profundos cambios en su estructura social y familiar. No sólo aumentó la esperanza de vida y disminuyó la natalidad —exceptuando el breve período de baby boom de la posguerra—, sino que el modelo familiar tradicional extenso dio paso a la familia nuclear, con un limitado número de hijos. Este proceso coincidió con otros cambios en la estructura social de estos países, puesto que cada vez más personas habitaban en las ciudades y trabajaban en los sectores industriales y de servicios, siendo cada vez menos las que vivían en el campo. Igualmente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la expansión del capitalismo industrial y de los bienes de consumo revolucionó las bases económicas y sociales de los países occidentales.
Este proceso produjo varios efectos, entre los que destacan el incremento de la separación entre la esfera civil y la militar, o la civilización de los cuadros de mando de las fuerzas armadas, debido al progresivo reemplazo de los valores militares tradicionales —tales como la disciplina, el valor, el patriotismo o la abnegación— por los dominantes en la sociedad civil (Cohen 1985, 79-87). Esta tendencia se acentuó tras la penetración de valores posmodernos y posmaterialistas en la esfe-
14 En general, los países occidentales reemplazaron la conscripción universal masculina por un servicio obligatorio limitado que desembocó en fórmulas híbridas —ejércitos compuestos por fuerzas profesionales y una reserva voluntaria— y en fuerzas totalmente profesionales. A modo de ejemplo, Estados Unidos mantuvo las levas hasta 1973, cuando creó un ejército profesional apoyado por una reserva voluntaria; Gran Bretaña mantuvo la conscripción hasta 1960, cuando creó un ejército profesional y una reserva territorial; Francia mantuvo la leva en masa hasta 1962 y un servicio militar selectivo hasta la profesionalización de la milicia tras el fin de la Guerra Fría, y Canadá posee desde la Segunda Guerra Mundial un modelo híbrido de fuerzas regulares y reservistas a tiempo parcial. La única excepción relevante es Alemania, que mantuvo entre 1956 y 2011 un servicio militar obligatorio complementado con una alternativa civil de mayor duración.
Además, en el plano cultural, sus ciudadanos estaban también mejor educados que sus homólogos del pasado y vivían en regímenes más democráticos. Esta situación proporcionaba a la ciudadanía la capacidad para controlar y deponer las élites políticas, en caso de que éstas no actuaran de acuerdo con la voluntad mayoritaria de la población, incrementando así la dificultad política para
16 Concretamente, Moskos entiende que el modelo institucional depositario de las virtudes y tradiciones castrenses es reemplazado por un modelo ocupacional (especialmente entre los puestos técnicos, logísticos o de especialistas). No obstante, éste indica que los ejércitos tienden a modelos plurales, con un núcleo institucional y una masa ocupacional.
15 Esta decisión —motivada por el poder disuasorio del arma atómica y la necesidad de limitar el gasto en defensa— choca con la estrategia soviética, fundamentada en el mantenimiento de unas formidables fuerzas convencionales preparadas para una rápida invasión del territorio aliado y para evitar una escalada nuclear.
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preparar a ciudadanos-soldados o lograr el apoyo social necesario para iniciar y sostener cualquier campaña militar (Mueller 1989; Luard 1988).17
ficos para el esfuerzo militar pero cuyos costes sociales, políticos y económicos eran inadmisibles en las sociedades avanzadas de fin del siglo.
En conclusión, estas sociedades no sólo eran más educadas, ricas, individualistas y democráticas que sus homólogas del pasado, sino que sus ciudadanos se mostraban también menos proclives a dar sus vidas por la patria o la nación (Luttwak 1995).18 Esta tendencia se agudizó durante la década de 1960 —coincidiendo con la Guerra de Vietnam, la explosión de la contracultura y del movimiento hippie en Estados Unidos— y acabó generalizándose al resto de los países avanzados.
Una vez estudiados los cambios de naturaleza social, política y cultural que acabaron con el modelo del ciudadano-soldado, el primer pilar de la Guerra Total, a continuación se explicará la erosión del segundo pilar de la misma: un sistema económico y productivo industrial que proporcionaba importantes recursos financieros al Estado para el esfuerzo militar y ofrecía vastas cantidades de armas seriadas, homogéneas y notablemente eficaces en manos de conscriptos con limitada instrucción (Black 2000, 275; Paret 1986, 123-126).
Sin embargo, estos elementos quedaron ensombrecidos por la irrupción de los valores posmodernos, surgidos a finales de los setenta, y que coincidieron con una profunda crisis de las sociedades occidentales (Lyon 1994). En esta coyuntura —marcada por la redefinición del Estado del bienestar, una intensa crisis industrial y económica y el creciente desinterés de los ciudadanos por la sociedad que les rodeaba— no sólo afloraron valores como el narcisismo, el nihilismo, el individualismo y el hedonismo, sino que también se popularizaron entre los electorados y los partidos políticos valores posmaterialistas como el ecologismo y el pacifismo (Inglehart 1991, 67-70; Lyon 1994, 23-30).
El modelo económico industrial fordista, que dominó las sociedades occidentales desde la década de 1930, y que fue responsable de la expansión experimentada por el capitalismo industrial durante más de tres décadas, empezó a mostrar signos de agotamiento durante los años sesenta, coincidiendo con las primeras reconversiones industriales, una creciente inflación y los primeros indicios de sobreproducción. Paralelamente, la globalización pareció abrir una nueva etapa en el desarrollo de las sociedades capitalistas, mucho más interconectadas entre ellas que antaño (Keohane y Nye 1988, 18-23). Estas tendencias se hicieron patentes en 1973, cuando, a raíz de la Guerra del Yom Kippur, los países avanzados entraron en una crisis financiera, industrial y de consumo que afectó al conjunto de sus economías.
Esta sociedad más individualista y basada en un orden político, económico y social distinto del anterior también tendría importantes consecuencias para las fuerzas armadas, pues la clásica separación entre la esfera civil y la militar se dilató, y el modelo del ciudadano-soldado quedó herido de muerte.
Esta situación coincidía con profundas transformaciones en su estructura socioeconómica, pues el modelo fordista-taylorista —extensivo, homogéneo, mecanizado y rígido— estaba siendo reemplazado por un nuevo patrón productivo más individualizado, intensivo y flexible a la vez: la sociedad industrial mutaba hacia una sociedad de servicios. Se había inaugurado una sociedad posindustrial (Bell 1976).
Los efectos de estas transformaciones se manifestaron con toda su intensidad con el fin de la Guerra Fría y la consiguiente disminución del riesgo de conflicto global. En consecuencia, los países occidentales abandonaron de forma definitiva la conscripción obligatoria, método que proporcionaba a la nación vastos recursos demográ-
Simultáneamente, otro cambio que transformaría la vida humana tanto en las sociedades avanzadas como en el mundo en desarrollo estaba a punto de producirse: la revolución de la información. Los importantes avances tecnológicos en el campo de la informática y las comunicaciones estaban creando un mundo más interconectado que nunca, una sociedad en red donde la información puede transmitirse de forma casi instantánea a cualquier punto del globo, con un coste irrisorio y suma facilidad. Esta revolución tecnológica sentó las bases de la Era de la Información y ha posibilitado la emergencia de la Era del Conocimiento (Castells 1997).
17 Actualmente, el apoyo popular constituye un elemento vital de cualquier intervención armada. En este sentido, no sólo es cada vez más difícil para un gobierno enviar tropas al extranjero, sino también lograr el apoyo doméstico necesario. En este sentido, sólo parece posible alegando razones morales, de amenaza directa a la seguridad, o por la defensa de los intereses vitales (Black 2000, 274-276). 18 Concretamente, éste entiende que se debe a que las sociedades han entrado en una etapa posheroica que, debido básicamente a la baja natalidad de las familias nucleares, convierte a las unidades familiares en menos tolerables a las pérdidas humanas.
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global permitieron a sus gobiernos cobrar el dividendo de la paz y reducir el volumen, las capacidades y los medios de sus ejércitos. No obstante, mientras los países ampliaban el concepto de seguridad más allá de la defensa territorial y relajaban el análisis estratégico al vislumbrar un mundo unipolar carente de grandes amenazas, las fuerzas armadas aumentaron su participación en operaciones consideradas residuales hasta entonces, y que, con el tiempo, se demostrarían más complejas y requerirían más medios de lo esperado (Smith 2006; Gyarmati y Winker 2002).22
Las aplicaciones de esta revolución tecnológica al campo militar parecían infinitas, especialmente en un momento en el que el paradigma bélico napoleónico había entrado en crisis.19 Cierto, estas tecnologías no sólo ofrecían unas capacidades inimaginables años atrás en materia de obtención, gestión o acumulación de información, inmediatez en la toma de decisiones, automatización en las operaciones y precisión en los ataques,20 sino que también parecían ser la solución a la erosión del modelo de ciudadano-soldado y a la creciente dificultad del mundo avanzado para emplear la guerra como instrumento político (Black 2000, 289-291; Castells 1997, 489493; Van Creveld 1991, 192-202).21
Y es que la amenaza de desatarse un conflicto global, contemplado como factible hasta entonces, dio paso a un mundo donde se combinaban riesgos de distinta naturaleza y procedencia, tales como Estados fallidos y débiles, peligros medioambientales, migraciones incontroladas, extremismos violentos, competición por los recursos, redes criminales transnacionales y proliferación de armas de destrucción masiva (Gray 2005; Hoffman 2007; Rid y Hecker 2009). En otras palabras, el institucionalizado, organizado y estable orden bipolar estaba siendo reemplazado por un mundo más complejo, heterogéneo, cambiante y caracterizado por la coexistencia e interconexión de una amplia variedad de actores capaces de disputar el protagonismo del Estado en la escena internacional. Un orden donde la frontera entre la paz y la guerra, la seguridad interior y exterior, o entre el frente y la retaguardia, se ha desvanecido (Hardt y Negri 2004). Un orden donde conviven dos mundos de la política con intereses, conductas y dinámicas contradictorios, y donde el estratificado y regulado sistema de Estados westfaliano coexiste con otro mundo anárquico y confuso en el que interactúan los actores excluidos del primero: territorios sin Estado, movimientos insurgentes, bandas terroristas o
Fue necesario esperar hasta el final de la Guerra Fría para que el mundo no sólo tomara conciencia del alcance de estas transformaciones, sino también para que surgieran nuevos retos, problemas y realidades que obligarían a reformar las arquitecturas defensivas de los países avanzados. Éste es el último elemento de la Revolución Militar posindustrial. El final del orden bipolar comportó la reestructuración de las políticas de seguridad y defensa occidentales: la desaparición de la amenaza sobre la que habían construido su entramado defensivo y la aparente estabilidad
19 En general, las aplicaciones militares de esta revolución se dividen en plataformas (tripuladas o controladas remotamente, invisibles a los sistemas de detección y con una elevada automatización), sensores (sistemas de mando, control, comunicaciones, ordenadores, inteligencia, observación, adquisición de objetivos y reconocimiento) y armas (de precisión e inteligentes), todos ellos integrados en red (Colom 2008, 153-163). 20 Es conveniente apuntar que el armamento de precisión e inteligente revolucionó la forma de planear y conducir las operaciones militares, pues ahora sería posible lanzar un proyectil fuera del alcance de los sistemas antiaéreos enemigos, con una elevada probabilidad de impacto, restringiendo el daño colateral del ataque, limitando el factor humano o la aversión a atentar contra vidas humanas; y con ello, reduciendo el coste económico, político y militar de cualquier acción militar (Friedman y Friedman 1998, 242). Además, a raíz de la Guerra del Golfo, estos elementos mediaron para que el mundo asumiera que las armas de precisión permitirían combatir de forma quirúrgica, limpia y conforme a los criterios de guerra justa, discriminando entre beligerantes y no combatientes y minimizando el riesgo de sufrir bajas propias; popularizando la creencia en la posibilidad de combatir según el criterio de las cero bajas, que tan difícil se ha demostrado en Afganistán e Iraq (Foley 2010, 23-33; Freedman 1998, 77).
22 Hasta entonces, la misión primordial de los ejércitos era la defensa territorial y la guerra regular contra ejércitos enemigos, y su doctrina, adiestramiento, material y organización respondían a esta finalidad. Pero a partir de ahora, éstos se vieron forzados a realizar una amplia gama de misiones —asistencia humanitaria, gestión de crisis, interposición, estabilización o reconstrucción— para las cuales no estaban preparados, en un entorno multinacional, compartiendo espacio con otros actores (organizaciones internacionales, ONG y empresas privadas) y un marco más complejo que en el pasado, donde factores ajenos a los militares podían condicionar el curso de la misión y determinar su desenlace. En Afganistán e Iraq estos mismos ejércitos se vieron obligados a realizar operaciones antiterroristas y contrainsurgentes o coordinarse con el resto de los actores presentes en el terreno, labores para las que tampoco estaban preparados y que motivaron un cambio de rumbo en su proceso de transformación militar (Kagan 2006). En este sentido, obsérvese que la participación en labores de apoyo a la paz y el desarrollo de fuerzas multinacionales constituyen características de los ejércitos posmodernos, y que estas operaciones se realizan en el marco de guerras posmodernas.
21 Aunque el alcance de esta tendencia podrá observarse con la eclosión de las operaciones de paz y las controversias generadas por las guerras de Afganistán e Iraq, durante la Guerra Fría se produjo un importante auge de los movimientos pacifistas y antinucleares y creció la oposición popular a las intervenciones militares. Mención especial merece la crisis de los euromisiles (1977-1987), donde la principal baza soviética para mantener la situación derivada del despliegue de sus misiles era el poder de los movimientos pacifistas occidentales —especialmente el alemán—, para evitar que la Alianza Atlántica procediera al despliegue de misiles similares.
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grupos criminales (Rosenau 1990). Un sistema donde el recurso a la guerra como medio para resolver las disputas internacionales se reduce entre el mundo desarrollado, se mantiene entre los países en desarrollo y las potencias emergentes y prolifera en las áreas donde el Estado es incapaz de proporcionar los servicios básicos a su población; motivando la proliferación de nuevas guerras (Kaldor 1998; Van Creveld 1991), requiriendo el desarrollo de ejércitos posmodernos (Moskos, Williams y Segal 2000) o postindustriales (King 2006), y obligando a la comunidad internacional a participar en guerras de elección (Foley 2010) para difundir los valores cosmopolitas (Kaldor 1998).23
Precisamente, estos factores motivaron que muchos expertos proclamaran la existencia de una Revolución en los Asuntos Militares, que transformaría el estilo de combatir de los países que la conquistaran.25 En resumen, la Guerra del Golfo parecía ser una manifestación acerca de las profundas transformaciones políticas, sociales y económicas experimentadas por las naciones avanzadas, que también estaban afectando la forma de hacer la guerra. En otras palabras, siguiendo las tesis de Alvin y Heidi Toffler (1993), este conflicto demostró que la imprecisión y la destrucción en masa propias del modelo social y productivo industrial habían sido sustituidas por una nueva forma de guerra basada en agilidad, precisión, economía de fuerzas y conocimiento; cualidades que proporcionaban a estos ejércitos —compuestos por fuerzas profesionales bien adiestradas, equipadas con armamento sofisticado, que disfrutaban de un amplio conocimiento del entorno operativo e integradas en unidades pequeñas, flexibles y organizadas en red— una capacidad sin precedentes para combatir con una rapidez, efectividad y precisión asombrosas, sin bajas propias ni daños colaterales significativos (Sloan 2002; Friedman y Friedman 1998).
En esta coyuntura, los ejércitos occidentales no sólo debían reducir y reestructurar su potencial humano y material por la disipación de la amenaza soviética, el fin de la conscripción o la reducción del gasto militar, sino que también estas fuerzas diseñadas, equipadas y organizadas para combatir contra el Pacto de Varsovia en un conflicto total tenían que reorganizarse para satisfacer las demandas del entorno estratégico de la pos-Guerra Fría (Gyarmati y Winker 2002). Este conjunto de transformaciones, observadas a lo largo del artículo, se manifestaron por primera vez durante la Guerra del Golfo de 1991. Esta guerra no sólo fue un conflicto justo y legal desde la perspectiva del derecho internacional (Turner 1999),24 sino también más rápido (la guerra duró un mes, debido al elevado ritmo de las operaciones militares), limitado (debido a los objetivos de la intervención y los medios empleados por la coalición), limpio (con menos bajas propias y daños colaterales) y preciso (los blancos eran destruidos con mayor facilidad), gracias al empleo de las tecnologías que habían estado desarrollándose durante los años anteriores.
Aunque las intervenciones realizadas entre 1991 y 2013 relativizarán las cualidades y mostrarán los límites del estilo posmoderno de hacer la guerra, moderando las proclamas tecnocéntricas de los teóricos de la Revolución en los Asuntos Militares (Colom 2013), puede concluirse que los vastos cambios sociales, políticos, económicos y militares experimentados por las sociedades avanzadas en las últimas décadas constituyen una Revolución Militar, que reemplazó el paradigma militar contemporáneo por otro modelo muy distinto. Este nuevo paradigma militar parece caracterizarse por una limitación en todas sus vertientes: los ejércitos son menos numerosos y completamente profesionales, po-
23 No obstante, los enfoques críticos asumen que estas guerras se llevan a cabo para imponer el nuevo orden mundial de la pos-Guerra Fría y expandir la hegemonía de Occidente (Hardt y Negri 2004).
25 No es extraño que en la pos-Guerra Fría esta idea cobrara interés entre la clase militar y política, pues no sólo prometía compensar la reducción de efectivos humanos con tecnología, sino que ofrecía a los gobiernos la posibilidad de continuar empleando a las fuerzas armadas como herramienta de política exterior con unos costes políticos, económicos y sociales asumibles por sus electorados (Colom 2008). Además, Estados Unidos —principal promotor de esta revolución— también se interesó por las posibilidades que ésta ofrecía para incrementar su ventaja militar frente a sus posibles competidores, contribuyendo así al mantenimiento de su hegemonía política en el siglo XXI (Kagan 2006, 171-177). Obsérvese que estas mismas ideas acerca del papel de la tecnología para incrementar la asimetría de capacidades y posibilitar conflictos totales susceptibles de librarse en todas las esferas de la vida humana están muy presentes en las teorías críticas (Hardt y Negri 2004).
24 El conflicto parecía una guerra justa, tanto desde una dimensión filosófica —el pensamiento agustiniano-tomista entiende que la proporcionalidad y la discriminación de los no combatientes son motivos suficientes para calificar una guerra como justa— como normativa, legitimada por la Resolución 678 (1990) de las Naciones Unidas, que exponía que las operaciones se desarrollarían en conformidad con el ius ad bellum, y la intervención terminaría con el restablecimiento del statu quo ante bellum, la liberación de Kuwait, pero no la deposición de Saddam Hussein —y realizada conforme a los requerimientos del ius in bello en relación con la proporcionalidad, discriminación e inmunidad de los no combatientes—. Paradójicamente, una década después este mismo escenario serviría —junto con Afganistán y Guantánamo— para popularizar los debates jurídicos acerca del estado de excepción permanente y poner en entredicho los preceptos de la guerra justa (Agamben 2004).
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seen armamento diseñado para la destrucción selectiva, su actuación se somete al derecho de guerra, y su relación con el resto de la sociedad se ha reducido. Y es que mientras sus valores se civilizan y el perfil vocacional deja paso al ocupacional, también se asume que en caso de guerra el Estado no deberá movilizar todos los medios económicos, políticos y sociales a su alcance para el esfuerzo bélico, ni tampoco concebir las grandes batallas típicas del modelo militar anterior. Y, si lo necesitara, es discutible que pudiera conseguirlo (King 2006; Van Creveld 2000). En este sentido, es posible exponer los rasgos fundamentales de este estilo militar propio de las sociedades avanzadas:
• Cualquier operación militar —desde una intervención humanitaria hasta una acción de guerra convencional— se desarrolla en un marco confuso, complejo y cambiante, donde coexisten numerosos actores, y en el que factores ajenos a los militares (sociales, políticos, económicos o mediáticos) limitan la autonomía de acción, condicionan el curso de la misión y pueden determinar su desenlace (Everts e Isernia 2001). Ello hace que cualquier detalle de la misión pueda ser conocido por la ciudadanía y sometido al escrutinio público.28 • Las intervenciones militares deben ser cortas para limitar sus costes económicos, políticos, humanos y sociales e impedir la erosión del apoyo doméstico o las presiones de la comunidad internacional (Freedman 2006; Castells 1997). Aunque ello lleva a los gobiernos a utilizar la fuerza de manera resolutiva para conseguir los objetivos estratégicos con la mayor brevedad posible,29 las experiencias en Afganistán e Iraq permiten relativizar este supuesto.30
• Este modelo limitado, selectivo y plural se fundamenta en las tecnologías de la información, cuya explotación proporciona a los ejércitos posindustriales precisión, eficiencia, potencia de fuego, movilidad, conocimiento del entorno operativo e inteligencia sobre el adversario sin precedentes (Colom 2008; Friedman y Friedman 1998). Estas capacidades permiten conocer todo lo que sucede en el teatro de operaciones y batir los objetivos enemigos de forma rápida, precisa y resolutiva, limitando también las bajas propias y los daños colaterales (Freedman 2006, 45-50; Sloan 2002).26 • Las intervenciones en el exterior requieren un amplio pero fácilmente quebrantable apoyo doméstico, que puede obtenerse cuando éstas son consideradas legítimas, alegando razones morales o humanitarias, de amenaza directa a la seguridad nacional o de defensa de intereses vitales (Black 2000, 274); se someten al derecho internacional y se desarrollan conforme a los criterios de guerra justa (Turner 1999), y se asume que las fuerzas desplegadas no afrontarán riesgos importantes ni sufrirán un elevado número de bajas (Freedman 2006). Ello dificulta significativamente el uso de la fuerza como herramienta de política exterior (Luttwak 1995).27
28 Exceptuando hechos como los abusos en la prisión de Abu Ghraib o la impunidad de los contratistas militares privados en Iraq, que escandalizaron a la opinión pública mundial, forzaron la actuación de la justicia, motivaron el establecimiento de nuevos códigos de conducta pero apenas alteraron las líneas maestras de la intervención; el ejemplo más claro de esta situación es la participación europea occidental en Afganistán. Muchos de estos países se vieron forzados —por su pertenencia a la Alianza Atlántica y la indisimulada presión estadounidense— a enviar fuerzas para estabilizar el país. Aunque la mayoría de los gobiernos justificaron esta intervención por motivos humanitarios, fijaron como objetivo la construcción de un país moderno y democrático o establecieron importantes salvaguardas al uso de la fuerza (como la no participación activa en misiones de combate ni contrainsurgencia), la creciente negativa de la opinión pública doméstica —motivada por las bajas en combate, la violencia insurgente, la incapacidad para crear un gobierno estable, la corrupción endémica del país, la falta de éxitos claros o los años transcurridos desde el inicio de la operación— ha obligado a los gobiernos a redefinir sus compromisos, alterar sus estrategias o fijar calendarios específicos para su retirada del país. 29 Precisamente, Estados Unidos desarrolló doctrinas específicas para lograr estos objetivos, como en el caso de las Operaciones Rápidas y Decisivas, que explotaban la supremacía militar norteamericana para lograr victorias rápidas, veloces y concluyentes, y la Dominación Rápida, para paralizar al enemigo con ataques rápidos y coordinados contra sus centros de gravedad (Sloan 2002). En el plano práctico, Washington también asumió que las campañas afgana e iraquí serían rápidas y decisivas, puesto que desplegó y concentró las fuerzas con gran rapidez, intentó realizar sin éxito ataques de decapitación —siguiendo la doctrina de Dominación Rápida—, y las invasiones duraron poco más de un mes. Sin embargo, estas esperanzas quedaron truncadas tras el paso de las operaciones de combate a las labores de estabilización y el florecimiento de la insurgencia (Echevarria 2010; Kagan 2006).
26 Precisamente, esta idea es central entre los teóricos de la Revolución en los Asuntos Militares, que la definen como sistema de sistemas: la integración de tropas, armas, sensores y plataformas en un metasistema capaz de acumular vastos volúmenes de información sobre el campo de batalla y explotarla de inmediato para combatir en red (Colom 2008, 164-66). No obstante, aunque estas capacidades son efectivas contra ejércitos industriales —como demostró la Operación Libertad Iraquí, cuando las fuerzas estadounidenses batieron a voluntad las concentraciones de fuerzas enemigas—, lo son mucho menos contra adversarios irregulares, tal y como se ha visto en Afganistán e Iraq, donde era difícil obtener una imagen clara de la situación, identificar los objetivos, evitar daños colaterales y fijar blancos cuyo valor justificara el empleo de las costosas armas de precisión (Echevarria 2010).
30 No obstante, los autores críticos defensores de las guerras de cuarta generación consideran que estos conflictos se dilatan en el tiempo porque emplean otros instrumentos (protestas, guerra sucia, propaganda, subversión, bloqueos económicos, terrorismo, etcétera) para desestabilizar al adversario, y que forman parte de la misma guerra. En este sentido, para ellos la Guerra del Golfo se habría dilatado desde 1991 hasta la actualidad, pasando por distintas fases y empleando distintos medios.
27 Obsérvese que las intervenciones realizadas por Occidente desde 1991 se han justificado por motivos humanitarios (Balcanes, Somalia, Líbano o Libia) o por amenaza a la seguridad internacional (Afganistán e Iraq).
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• Ninguna operación militar debe involucrar a ciudadanos comunes (Moskos, Williams y Segal 2000; Luttwak 1996). Éstas deben ser ejecutadas por fuerzas profesionales —o por reservistas, en caso de necesidad— encuadradas en ejércitos regulares y por contratistas militares privados (King 2006; Singer 2003). Las funciones y el protagonismo de estos controvertidos actores que permiten externalizar las labores de apoyo a la fuerza aumentarán y su actividad se regulará, por lo que éstos normalizarán su presencia en el campo de batalla futuro.31 • Cualquier adversario que no haya adoptado el estilo militar posmoderno intentará explotar —como han demostrado Afganistán e Iraq y podría observarse en China32— las vulnerabilidades inherentes de este modelo actuando de forma asimétrica,33 evitando el enfrentamiento directo, prolongando el conflicto, empleando tácticas contrarias a las leyes y los usos de la guerra o actos de gran impacto psicológico, todo ello con el objetivo de erosionar el apoyo social e influir en las decisiones políticas de los gobiernos de las sociedades avanzadas (Freedman 2006; Rid y Hecker 2009). En consecuencia, aunque las guerras convencionales no desaparecerán, los ejércitos avanzados deberán prepararse para combatir en conflictos irregulares e híbridos, antítesis del estilo militar posmoderno y pilar de las nuevas guerras.
En definitiva, este paradigma militar posmoderno guarda enormes similitudes con el modelo de tercera ola propuesto por Alvin y Heidi Toffler, y en él convergen elementos de la Revolución en los Asuntos Militares (la centralidad de la tecnología o las tácticas, las doctrinas, los conceptos y orgánicas propuestos por sus teóricos); los ejércitos posmodernos (la asimilación entre los valores civiles y los militares, la participación en labores humanitarias o el desarrollo de fuerzas multinacionales); los ejércitos posindustriales (la externalización de funciones, la centralización estratégica, la descentralización táctica o la integración de los ejércitos para combatir en red), o la profesionalización de la milicia (el fin del modelo de ciudadano-soldado o un nuevo marco de relaciones civiles-militares). Surgido tras una Revolución Militar que acabó con el paradigma contemporáneo de combatir, este nuevo modelo traslada los rasgos de la sociedad posindustrial y los valores posmodernos a la manera de concebir y hacer la guerra. Las características que definen a la sociedad posindustrial —desmasificada y descentralizada, con una estructura de poder difusa y un modo de producción individualizado, especializado, eficiente, flexible y en red— pueden aplicarse a las fuerzas armadas: proyectadas para la acción conjunta entre los ejércitos, combinada con unidades de otros países e interagencia con otros actores, se organizan en formaciones pequeñas, flexibles, modulares y altamente proyectables. Están formadas por unidades completamente profesionales y preparadas para aplicar con eficacia el potencial militar, mientras que las labores de apoyo son externalizadas o realizadas por fuerzas de reserva. Esta tropa está adiestrada para sacar el máximo partido al armamento actual —tecnológicamente avanzado y diseñado para batir con precisión los objetivos enemigos— y operar con flexibilidad en una amplia gama de misiones, caracterizadas éstas por un férreo control estratégico para evitar controversias políticas y por la descentralización en el nivel táctico, para garantizar el logro de los objetivos militares.
31 Empleados en actividades de seguridad, inteligencia, logística, asesoría, adiestramiento, mantenimiento o combate, los contratistas militares han adquirido un gran protagonismo en los recientes conflictos porque no sólo ofrecen protección a empresas, organizaciones internacionales u ONG, permiten a los ejércitos centrarse en acciones de combate y externalizar las labores de apoyo, sino que estos actores todavía operan en un vacío normativo que los hace especialmente útiles para realizar acciones sensibles sin que los gobiernos tengan que comprometer fuerzas regulares, ni asumir su autoría ni aceptar las bajas como propias (Van Creveld 1991; Singer 2003). 32 Dos oficiales chinos sugirieron que, ante la dificultad del país para combatir convencionalmente contra Estados Unidos, podría recurrirse a acciones de guerra sin restricciones (empleo de armamento de destrucción masiva, terrorismo, ciberguerra, ataques contra flujos financieros y redes de información, manipulación de las opiniones públicas o guerra legal), para anular la supremacía militar estadounidense (Liang y Xiangsui 2004). Aunque estos planteamientos han sido reiteradamente negados por Beijín, no debe descartarse que cualquier potencial adversario de un ejército posindustrial usara tácticas similares.
Aunque este nuevo paradigma militar puede ser el idóneo para conservar y ampliar la supremacía de las sociedades avanzadas contra cualquier adversario industrial de segunda ola en un conflicto regular, las experiencias recientes han revelado las limitaciones de este modelo frente adversarios irregulares y expuesto las debilidades de las sociedades avanzadas y su concepción de la guerra. El tiempo determinará si este enfoque posmoderno es compatible con las Guerras Posmodernas y con los conflictos asimétricos, antítesis y complemento natural de la guerra convencional desde el inicio de la historia.
33 Entre estas debilidades destacan la volubilidad de la opinión pública doméstica y la permeabilidad a las presiones internacionales; el pánico a las bajas propias y el temor a los daños colaterales; el sometimiento al derecho de guerra; la ansiedad por los costes políticos y electorales de las operaciones; la exigencia de restringir su alcance, impacto y duración; la reticencia a utilizar fuerzas terrestres o la necesidad de emplear la fuerza de manera limitada y restrictiva (Smith 2006; Gray 2005).
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Conclusiones
sobre Iraq o la aparente estabilidad del nuevo orden internacional—, esta Revolución Militar forjó un nuevo estilo posmoderno de concebir y hacer la guerra que reflejaba las características y los valores de las sociedades avanzadas de fin de siglo y prometía garantizar su supremacía bélica en cualquier conflicto futuro.
Este artículo ha examinado la Revolución Militar que experimentaron las sociedades avanzadas durante la Guerra Fría y que ha reemplazado el paradigma bélico contemporáneo —fundamentado en la Guerra Total y el estilo militar napoleónico— por un nuevo modelo más limitado, selectivo y plural. Susceptible de definirse como posindustrial, posmoderno o de tercera ola, éste refleja el orden político, social, económico, demográfico, ideológico y tecnológico de estas sociedades.
No obstante, en Afganistán e Iraq se pudieron observar las limitaciones de este estilo militar, que parecía haber olvidado que la guerra es un choque de voluntades antagónicas, que la destrucción y la muerte son sus elementos definidores y que el enemigo intentará explotar cualquier debilidad del contendiente para imponer su voluntad. En consecuencia, de la misma forma que los modelos militares anteriores precisaron de un período de adaptación para consolidarse, es probable que las enseñanzas de estos conflictos y las previsiones estratégicas futuras permitan refinar y afianzar este estilo militar. Ello plantea nuevos interrogantes que deberán responderse en futuros trabajos centrados en refinar las características y los rasgos definidores de este paradigma tras los recientes conflictos.�
Aunque estas transformaciones han sido analizadas desde distintas ópticas —la tecnológica, por la Revolución en los Asuntos Militares; la estratégica, por las Guerras Posmodernas; la organizativa, por los Ejércitos Posmodernos; la relacional, por los Ejércitos Posindustriales, y la ocupacional, por muchos sociólogos—, el trabajo ha empleado el concepto Revolución Militar para estudiar este conjunto de cambios que han dado lugar a una nueva forma de concebir la guerra. A grandes rasgos, esta transformación ha estado motivada por los siguientes factores:
Referencias
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La Corte Suprema de Justicia bajo el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla* Mario Alberto Cajas Sarriav Fecha de recepción: 15 de octubre de 2013 Fecha de aceptación: 27 de febrero de 2014 Fecha de modificación: 26 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.13
RESUMEN El artículo rastrea el rol político de la Corte Suprema de Justicia de Colombia en el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, en particular entre 1953 y 1956. Para esto, aborda las relaciones entre el gobierno del general Rojas y la Corte Suprema durante el período mencionado, y los modos como en distintos momentos el régimen militar trató de afectar la independencia del tribunal. El control constitucional de los decretos y reformas constitucionales durante el gobierno de Rojas deja ver los comportamientos estratégicos del tribunal, y las interdependencias entre el derecho y la política.
PALABRAS CLAVE Cortes, dictadura, historia judicial, Corte Suprema de Justicia.
The Supreme Court under the Government of General Gustavo Rojas Pinilla ABSTRACT The paper explores the political role of the Supreme Court of Colombia during the government of General Gustavo Rojas Pinilla, particularly from 1953 to 1956. It deals with the relationship between the government of General Rojas and the Supreme Court during the abovementioned period, and the ways in which the military regime tried to affect the independence of the court at different times. The constitutional judicial review of decrees and constitutional reforms during the Rojas administration reveals the strategic behavior of the court, and the interdependencies between law and politics.
KEY WORDS Courts, dictatorship, judicial history, Supreme Court.
A Suprema Corte de Justiça sob o governo do general Gustavo Rojas Pinilla RESUMO Este artigo indaga o papel político da Suprema Corte de Justiça da Colômbia no governo do general Gustavo Rojas Pinilla, em particular entre 1953 e 1956. Para isso, aborda as relações entre o governo do general Rojas e a Suprema Corte durante o período mencionado, e os modos como os diferentes momentos o regime militar tentou afetar a independência do tribunal. O controle constitucional dos decretos e reformas constitucionais durante o governo de Rojas permite ver os comportamentos estratégicos do tribunal, e as interdependências entre o direito e a política.
PALAVRAS-CHAVE Cortes, ditadura, história judicial, Suprema Corte de Justiça. *
El artículo se basa en la investigación “La Corte Suprema de Justicia de Colombia, 1886-1991: el control constitucional en una perspectiva histórica y política”, realizada por el autor como tesis del doctorado en Derecho de la Universidad de los Andes (Colombia), bajo la dirección del profesor Diego Eduardo López Medina. La investigación doctoral contó con el apoyo financiero del Programa de Doctorados Nacionales de Colciencias y de la Universidad Icesi (proyecto CA0313122). v Doctor en Derecho por la Universidad de los Andes (Colombia). Profesor de la Universidad Icesi (Colombia). Miembro del grupo de investigación “Precedente” de la Universidad Icesi. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Alfonso López Pumarejo y la última Corte Suprema de Justicia de la hegemonía conservadora, 1934-1935. Revista de Derecho 40 (2013): 98-135, y La Corte Suprema de Justicia de Colombia, 1886-1910: de juez de la Regeneración a juez constitucional. Historia Constitucional, Revista Electrónica 14 (2013): 425-465. Correo electrónico: mcajas@icesi.edu.co
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Introducción
La Corte Suprema como juez constitucional en una perspectiva histórica y política
E
l 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla, comandante general de las Fuerzas Militares de Colombia, dio un golpe de Estado al presidente de la República, Laureano Gómez. La Corte Suprema de Justicia parecía sumarse al júbilo nacional que despertaba el nuevo gobierno, pero a finales de 1953, éste se enfrentó con el Tribunal, y todos los magistrados renunciaron. Muy pronto, el general Rojas nombró una nueva Corte, compuesta paritariamente por magistrados liberales y conservadores.
La academia colombiana no se ha ocupado del rol político de los jueces constitucionales en una perspectiva histórica. Los juristas suelen estudiar esos tribunales enfocándose en la doctrina legal aislada del contexto político, y con escasas aproximaciones historiográficas.1 En la Ciencia Política, la justicia constitucional se analiza desde la preocupación por la independencia judicial o la “política judicial”, con enfoques que en muy poca medida dan relevancia a las doctrinas legales, o que no rastrean las trayectorias de los tribunales en un largo período (Cajas 2012).
En 1956, Rojas buscó una mayor influencia en la Corte, y creó una Sala de Negocios Constitucionales dentro de la corporación. La sala quedó a cargo del control constitucional, que había sido atribuido al pleno de la Corte desde la reforma constitucional de 1910. Esta decisión del Ejecutivo de nuevo produjo la renuncia de todos los magistrados del Tribunal. Rojas los reemplazó de inmediato, estableciendo así una nueva Corte Suprema de Justicia.
Este artículo forma parte de un trabajo de mayor envergadura, que se ocupa de la historia de la Corte Suprema de Justicia a través de su trayectoria como juez constitucional, en una perspectiva política, durante el período comprendido entre 1886 y 1991 (Cajas 2012). Se trata de una agenda de investigación que propone una narrativa más amplia de la justicia constitucional que aquellas que han existido, y que predominan en los ambientes académicos e intelectuales locales. Esto significa comprender que el cambio constitucional no sólo es el producto de la evolución —o involución— de las doctrinas legales de la Corte o del derecho nacional, ni es resultado único de las condiciones políticas en que estuvo inmerso el tribunal, o de las ideologías de sus magistrados, o de las estrategias políticas de cada uno de ellos, o de la corporación en su conjunto frente a otras instituciones, en una determinada decisión.
El artículo narra la historia de la Corte Suprema de Justicia durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, en particular entre 1953 y 1956. La primera parte delinea una propuesta para narrar la historia de la Corte en una perspectiva política, enfoque bajo el cual se cuenta el período específico del tribunal, en tiempos del gobierno de Rojas. La segunda parte rastrea el rol político de la Corte como juez constitucional en el período mencionado. Para esto, aborda las relaciones entre el Ejecutivo y el tribunal en los inicios del gobierno militar. Luego, se ocupa de la trayectoria del control constitucional de la Corte a los decretos de estado de sitio, y a las reformas constitucionales bajo el régimen del general Rojas. Después, trata la reforma que creó una Sala de Negocios Constitucionales en la Corte en 1956, que funcionó hasta que Rojas fue forzado a dejar el poder a la Junta Militar de Gobierno, en 1957. Por último, se ofrecen unas consideraciones finales.
En esta perspectiva, se concibe a la Corte como un órgano judicial que decidió casos en determinados contextos y coyunturas políticos, que actuó bajo un ambiente institucional interno (los magistrados, sus estrategias) y externo (las presiones de las otras ramas del poder, las audiencias: partidos y opinión pública) y, por supuesto, de las doctrinas (Kahn y Kersch 2006, 1-32). La Corte fue juez y a la vez actor político, pero un actor político “especial”, que no se puede comparar con el Congreso o el Ejecutivo: a diferencia de esos órganos elegidos democráticamente, la legitimidad del tribunal descansaba en su jurisprudencia, en decisiones judiciales que debían expresar el ideal de un ejercicio apolítico y neutral del Derecho.
En suma, el artículo aborda las relaciones entre el gobierno del general Rojas y la Corte Suprema de Justicia durante el período mencionado, y pone en evidencia los modos como en distintos momentos el régimen militar trató de afectar la independencia del tribunal. El control constitucional de los decretos y reformas constitucionales durante el gobierno de Rojas deja ver los comportamientos estratégicos de la Corte, así como las relaciones de interdependencia entre el derecho y la política.
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Entre los trabajos que narran la historia judicial colombiana reconociendo la interdependencia entre derecho y política, véase: Sarmiento (2012). En el caso de la academia estadounidense, la bibliografía es profusa y suma varias décadas de producción intelectual; un balance bibliográfico en Cajas (2012).
La Corte Suprema de Justicia bajo el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla Mario Alberto Cajas Sarria
Temas Varios
Como operador jurídico, actuó sometido a las restricciones del sistema jurídico, del discurso legal, y a las que imponía la pertenencia a una comunidad interpretativa de juristas (Kahn y Kersch 2006).
El 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla, comandante general de las Fuerzas Armadas, asumió el poder ejecutivo tras dar un golpe de Estado al presidente, Laureano Gómez.3 Antes del golpe, Rojas había dado sobradas muestras de desconocer la autoridad presidencial y la lealtad a Urdaneta y al expresidente Ospina. El detonante de la ruptura entre el general Rojas y Gómez fue la detención y tortura del empresario Felipe Echavarría, cuya libertad inmediata ordenó Gómez, pero que Rojas y el Ejército no acataron. Gómez reasumió la Presidencia y ordenó la baja del general Rojas, pero el ministro de Guerra, Lucio Pabón, se negó a acatar la orden y renunció; en su reemplazo, Gómez nombró a Jorge Leyva, y ordenó que el general Régulo Gaitán asumiría el cargo de Rojas (Atehortúa 2010).
El papel político que desempeñó la Corte Suprema de Justicia como juez constitucional sigue aún inexplorado. Es muy poco lo que se conoce sobre la historia de las relaciones entre el Ejecutivo y el tribunal en el régimen político colombiano. Con respecto a la coyuntura particular de la que se ocupa este artículo, no existen análisis sobre la Corte en tiempos del gobierno del general Rojas. En este sentido, esta narrativa pretende contribuir a una mejor comprensión del control constitucional colombiano, y del rol que cumplió la Corte como juez constitucional, y por tanto, actor del régimen político, en una perspectiva histórica, entre 1953 y 1956.
La misma Asamblea Nacional Constituyente (ANAC), creada por Gómez, ahora presidida por Mariano Ospina Pérez, se encargó de legitimar el golpe de Estado del general Rojas. Con el acto legislativo 01 del 18 de junio de 1953, ese órgano asumió las competencias que la Constitución le atribuía al Senado, y declaró “que el 13 de junio del presente año quedó vacante el cargo de Presidente de la República” y que por tanto era “legítimo el título del actual Presidente de la República, Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, quien ejercerá el cargo por el resto del período presidencial en curso” (ANAC 1953).
La Corte Suprema bajo el gobierno del general Rojas Del júbilo por el golpe de Rojas a la disolución de la Corte El dirigente conservador Laureano Gómez, el más fuerte de los opositores a los gobiernos liberales entre 1930 y 1945, fue elegido presidente de Colombia en 1950. Su triunfo se dio luego de una campaña electoral marcada por la violencia bipartidista, en la que el Partido Liberal retiró su candidato, denunciando la falta de garantías electorales y la represión sectaria del gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez (1946-1950).
La llegada de Rojas al poder fue ampliamente respaldada por el liberalismo, la disidencia conservadora ospinista-alzatista e importantes sectores de la opinión pública. Rojas fue visto como un mesías que llegó a salvar la nación de la aguda violencia bipartidista que venía enfrentando a liberales y conservadores durante casi una década, y que se había recrudecido bajo el gobierno de Gómez. Así recibió la Corte Suprema de Justicia al gobierno militar:
Tan pronto empezó su mandato, Gómez logró que el Congreso de la República, dominado por los conservadores, convocara a una Asamblea Nacional Constituyente (ANAC), que modificaría radicalmente la Constitución con una especie de contrarreforma, para desmontar el constitucionalismo social y laico que había significado la reforma constitucional liberal de 1936.2
La Corte Suprema de Justicia, reunida en sesión extraor-
dinaria, teniendo en cuenta que se ha encargado de la presidencia de la república el Excelentísimo Teniente
General Gustavo Rojas Pinilla, le presenta su atento saludo, le manifiesta que comparte en su integridad
Pero, entre 1952 y 1953, Gómez tuvo que separarse temporalmente de su cargo, debido a graves quebrantos de salud. En su reemplazo asumió el designado a la Presidencia, Roberto Urdaneta Arbeláez, un hombre que no gozaba de la confianza del Presidente, pero que sí era muy cercano al expresidente Ospina Pérez, gran opositor de Gómez.
el programa de gobierno que ha presentado al país, y,
2 La convocatoria a la ANAC se hizo con el acto legislativo 01 de 1952, Diario Oficial No. 28075 del 12 de diciembre de 1952, 5.
3 Sobre el gobierno de Rojas, véanse: Lee (1981), Urán (1983), Galvis y Donadío (1988), Tirado (1989), Ayala (1991) y Atehortúa (2010).
al recoger su solemne compromiso de que “las fuerzas armadas estarán en el Poder mientras se organizan las
condiciones necesarias para realizar unas elecciones puras, de las que salgan, por los sistemas genuina-
mente democráticos, los mandatarios, los legisladores y los jueces, que el pueblo colombiano quiere darse en
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Rojas encontró rápidamente una salida a lo que se llamó la “crisis de la justicia”. Su fórmula buscaba mantener el espíritu de reconciliación y el carácter suprapartidista que había acompañado su llegada al poder. Así, anunció en un discurso que la Corte la conformarían paritariamente ocho liberales y ocho conservadores, y que se integraría “por los más renombrados juristas, que por su consagración capacidades experiencias y estudios comprendan en todo instante la altura de su misión, tengan dotes para fallar cuando la ley sea oscura y deficiente y puedan desentrañar los principios tutelares del derecho, las razones para sostener la justicia, sin que la jurisprudencia se petrifique o vuelva las espaldas a las exigencias de la vida contemporánea”.8
plena libertad”, le expresa su confianza de lo que realice puntualmente con el apoyo de todos los colombianos. 4
Pero la buena relación que parecía tener la Corte con el nuevo gobierno duró poco. La crisis entre estos poderes se desató con el discurso del general Rojas del 11 de noviembre de 1953, cuando acusó a la rama judicial de estar politizada, de actuar por móviles partidistas y de no estar a la altura de los cambios que requería el país.5 En buena parte, la reacción de Rojas en contra del poder judicial se debía a la decisión de un juez penal de dejar en libertad al ciudadano Felipe Echavarría, que, como se dijo arriba, fue acusado de terrorismo por el Ejército en tiempos en que Rojas comandaba las Fuerzas Militares. Dos días después del pronunciamiento de Rojas, y luego de intensas deliberaciones, todos los magistrados de la Corte Suprema renunciaron a sus cargos. En su carta de renuncia hicieron una férrea defensa del poder judicial, de los magistrados y de los jueces, ante lo que consideraron como “acusaciones indiscriminadas” del Gobierno:
En cuanto a la Corte saliente, dijo Rojas: “Los actuales magistrados de la Corte, en forma decorosa, en acto que salva su prestigio, y con el agradecimiento del gobierno […] han presentado su renuncia y sacrificado sus cargos […] Con esta actitud, ellos cierran en forma enaltecedora la etapa más alta de su magistratura”.9 Y por último, anunció su intención de someter a la ANAC una propuesta, para que en lo sucesivo los magistrados de las altas cortes no fueran elegidos por el Congreso, sino nombrados por el Presidente de la República, para evitar la injerencia política en esas corporaciones:
Las decisiones judiciales podrán ser muchas veces equi-
vocadas, porque el error es patrimonio común de los humanos. Cierto que un juez puede incurrir en abusos
y desatinos; pero es muy difícil, que, a lo largo de las
etapas judiciales, prevalezcan el error o la mala fe. Lo aseguran a su excelencia los magistrados de la Corte Suprema; cuyo testimonio seguirá siendo irrecusable
[Si es el Presidente] quien debe gobernar con criterio
ante la conciencia de la gente honrada, y lo confirma la
nacional, buscando el beneficio general con pres-
confianza con que nacionales y extranjeros entregan su
cindencia de lo que pueda perjudicar el prestigio del
suerte al juicio de los tribunales de Colombia, y el res-
país, entrabar su progreso, de conocer los derechos y
peto con que se someten luego a sus decisiones.6
libertades ciudadanas y de todo aquello que en cualquier forma vaya contra la buena marcha de la admi-
Los magistrados agregaron que las declaraciones del general Rojas “colocan a la Corte en una situación excepcionalmente incómoda para seguir administrando justicia”, y que, por lo tanto, habían decidido presentarle las renuncias a sus cargos “en la esperanza de que esto pueda servirle para la realización de sus obras de gobierno”.7
nistración, es natural que las entidades o las personas encargadas del control deben ser escogidas por él para que sin ninguna traba, pueda asumir por entero la
responsabilidad […] Se es primer magistrado no por el hecho de haber llegado a esa alta posición, sino por la confianza y la fe que despierten en los gobernantes sus actuaciones de gobernante.10
4 Comunicación del presidente de la Corte Suprema de Justicia dirigida a la Presidencia de la República el 15 de junio de 1953 (Pérez 1999).
Rojas puso fin a la llamada “crisis de la justicia” nombrando una Corte interina (Ministerio de Justicia 1953, 1), conformada paritariamente por magistrados liberales
5 Paz, Justicia, Libertad, postulados invariables del actual Gobierno: trascendental discurso del Presidente en Cartagena. El Tiempo. 12 de noviembre de 1953, 1 y 14. 6 Los magistrados que dejaron la Corte fueron: Pablo Emilio Manotas, Gerardo Arias Mejía, Alfonso Bonilla Gutiérrez, Francisco Bruno, Alejandro Camacho Latorre, Pedro Castillo Pineda, Luis A. Flórez, Agustín Gómez Prada, Luis Gutiérrez Jiménez, Rafael Leyva Charry, Luis Rafael Robles, Gualberto Rodríguez Peña, Rafael Ruiz Manrique, Manuel José Vargas y Ángel Martín Vásquez.
8 Total renovación de la Corte: El Presidente hizo el anuncio en Bucaramanga. El Tiempo. 29 de noviembre de 1953, 1 y 21.
La Corte renunció ayer por la indiscriminación de cargos. El Tiempo. 14 de noviembre de 1953, 15
10 Gustavo Rojas Pinilla. Discurso del general Rojas pronunciado en Bucaramanga el 28 de noviembre de 1953. El Tiempo, 29 de noviembre de 1953, 1 y 21.
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9 Gustavo Rojas Pinilla. Discurso del general Rojas pronunciado en Bucaramanga el 28 de noviembre de 1953. El Tiempo, 29 de noviembre de 1953, 1 y 21.
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La Corte Suprema de Justicia bajo el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla Mario Alberto Cajas Sarria
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y conservadores.11 Los liberales eran Carlos Arango Vélez, Manuel Barrera Parra, Aníbal Cardozo Gaitán, Darío Echandía, Roberto Goenaga, Ricardo Jordán Jiménez, Néstor Pineda y Antonio Rocha; y los conservadores, Luis Felipe Latorre, Fernando Londoño, Germán Orozco Ochoa, José J. Gómez, Eduardo Rodríguez Piñeres, Guillermo Salamanca, Alberto Zuleta Ángel y Domingo Sarasty.
El 1 de febrero de 1954 Rojas, “con la asistencia de los altos jefes de las fuerzas de tierra, mar y aire, de distinguidos personajes civiles del gobierno militar, de señalados abogados y miembros de la rama jurisdiccional y directorios de diarios de Bogotá y notables elementos de la sociedad bogotana”,13 realizó una solemne posesión de los nuevos magistrados, que aprovechó para hablar de su “política” sobre la rama judicial y la Corte:
Si bien el gobierno de Rojas había enfrentado una crisis judicial, todo parecía resolverse como si ninguno de sus actores estuviese interesado en el enfrentamiento político. Por un lado, los magistrados dejaban la Corte dando muestras de su independencia del Ejecutivo, y al mismo tiempo expresaban su “respetuoso” disenso con el Gobierno, pero del otro, llegaron hasta a asociarse a las voces de amplios sectores del país, en especial de las dirigencias de los partidos, que celebraban la llegada de nuevos y destacados juristas a la Corte. Por ejemplo, el presidente de la Corte, Pablo Emilio Manotas, dijo: “la constitución de la nueva Corte es uno de los grandes aciertos del señor presidente de la república. La nómina me parece brillantísima e inmejorable, y para los actuales magistrados es un extraordinario honor ser remplazados por tan eminentes y distinguidos juristas”. Por una parte, el magistrado Nelson Pineda no dudó en señalar que “mejores sustitutos no hemos podido tener […]”.12 Con tales expresiones, los juristas que dejaban la Corte reaccionaban con cautela como evitando el enfrentamiento con un régimen que contaba con amplio apoyo, tanto de las élites políticas como de la opinión pública. Por otra, el general Rojas despedía a la Corte con expresiones de gratitud, tal vez, en un intento de aparentar el “respeto” del gobierno militar por las instituciones “legítimamente constituidas”.
El gobierno interpreta con fidelidad el sentir del pueblo colombiano, al declarar solemnemente que el acto
de vuestra instalación fija una fecha memorable en los destinos de la patria, porque, respondiendo a los anhelos del país, hoy se inicia la transformación de su sis-
tema judicial, bajo el signo de la integridad ética y de la honestidad profesional, con soluciones legales, prontas
y eficaces […] de acuerdo con las exigencias de la vida y de los derechos que tienen los ciudadanos para esperar pronta y eficaz justicia.14
Para Rojas, haber dejado al Congreso la facultad de elegir a los magistrados de la Corte había convertido al tribunal en lugar de “mezquinas ambiciones banderizas”, y había abierto las puertas “para que en los tribunales y juzgados primaran las intrigas y demás consideraciones extrañas al buen servicio”. Por oposición, Rojas destacó la manera directa como él había escogido a la nueva Corte, “con el alborozado respaldo de la ciudadanía”. Para alejar ese sectarismo faccioso de la Corte y de la rama judicial, anunció que en la reforma constitucional que discutiría la ANAC propondría que “el jefe de Estado, con plena libertad, designe la primera Corte de Justicia […] que los magistrados sean vitalicios y que las vacantes, cuando se produzcan, sean llenadas por el primer mandatario, de ternas elaboradas por la misma Corte”. Por último, insistió en las altísimas calidades morales y de prestigio profesional de los nuevos magistrados, de quienes dijo que serían los protagonistas de la “gran cruzada”, para que Colombia “desintoxique a sus hijos del maldito odio sectario”, cruzada que, según él, “han emprendido las Fuerzas Armadas, con la fe en Cristo y el recuerdo de Bolívar”.15
La nueva Corte Suprema de Justicia Rojas cumplió su promesa de nombrar una Corte Suprema integrada paritariamente por magistrados conservadores y liberales, para lo cual contó con el apoyo de las élites políticas respectivas. La nueva Corte incluía juristas de gran prestigio como Eduardo Rodríguez Piñeres, Alberto Zuleta Ángel, Antonio Rocha y Darío Echandía.
La respuesta de la Corte Suprema al discurso de Rojas le correspondió a Eduardo Rodríguez Piñeres, decano de los magistrados, quien empezó por agradecer la “hermosa
11 “A fines de 1953 atacó la corrupción judicial, que todavía en muchos distritos seguía en manos de abogados y tinterillos laureanistas. Para combatir la impunidad estableció la composición paritaria de la Corte Suprema de Justicia y satisfizo a los liberales al llevar a dicha corporación a sus eminentes juristas, Darío Echandía entre ellos. La Corte debía reorganizar toda la rama judicial, lo que nunca intentó” (Palacios 2004, 211).
13 Justicia sin sectarismo pide el Presidente Rojas Pinilla. El Tiempo. 2 de febrero de 1954, 1 y 18.
12 Total renovación de la Corte: El Presidente hizo el anuncio en Bucaramanga. El Tiempo. 29 de noviembre de 1953. 1 y 21.
15 Justicia sin sectarismo pide el Presidente Rojas Pinilla. El Tiempo. 2 de febrero de 1954, 18.
14 Justicia sin sectarismo pide el Presidente Rojas Pinilla. El Tiempo. 2 de febrero de 1954, 1.
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oración” que Rojas le había ofrecido a la Corte. Expresó que el Gobierno había dado claras muestras de que el poder judicial tendría en adelante el más alto lugar que jamás había tenido: “Le pusisteis sello inmarcesible a la situación que atravesaba el país en materia del poder judicial, reclutado, si así puede decirse, de una manera antidemocrática, antirepublicana y anticonstitucional. Vamos a entrar en una vida nueva y sois vos, excelentísimo señor, el que habéis dado la senda que debemos recorrer”.16
desde el gobierno de Ospina Pérez, cuando en noviembre de 1949 éste ordenó el cierre del Congreso, de las Asambleas Departamentales y de los Concejos Municipales.18 La Corte, nombrada por Rojas en 1954, conoció varias demandas presentadas por ciudadanos, que solicitaban declarar la inconstitucionalidad de medidas dictadas al amparo del estado de sitio. Algunas le significaban a la Corte un desafío político importante, en la medida en que tocaban intereses directos del Gobierno. Aunque otras no tenían tal dimensión, sino que más bien eran de justicia rutinaria, el tribunal no desaprovechó la ocasión para fijar doctrinas legales que permitían a Rojas ejercer amplias facultades, al amparo del estado de sitio. Veamos en detalle cómo se comportó la Corte frente a esas demandas de inconstitucionalidad.
El magistrado Rodríguez también se refirió a la politización que, por años, había afectado a la justicia, y en particular a la Corte: Me suena a mí, y me ha sonado siempre mal al oído, esa expresión de magistrado liberal, de magistrado conservador, Magistrado es magistrado y nada más. Y así debe ser y hay que buscar el medio de que todos los sucesores nuestros
La prórroga al receso de la Asamblea Nacional Constituyente
tengan en sus mentes ese concepto: ser magistrados y nada más que magistrados, ni liberales, ni conservadores.17
Rodríguez no sólo elogió la iniciativa de reforma constitucional de Rojas, sino que propuso que el mismo general“designe por primera vez una vez expedida la reforma constitucional, una Corte Suprema de Justicia”. Además, dijo: “Yo creo que hay que completar la obra de manera más firme, más sólida, dándole a esa nueva Corte el carácter de vitalicia, desde luego vigilada por el Ministerio de Justicia. Pero debemos también tratar de que el cuerpo judicial formado por ella y los tribunales y Juzgados sea como el Ejército, como la Iglesia, una institución enteramente independiente”. Y así cerró su discurso: “[…] ésa es la idea que tengo hace mucho tiempo: un poder judicial que se renueve por sí mismo. Cuando lo tengamos así, al frente del palacio de justicia, bajo una diosa de ella con su balanza, se podría poner este epígrafe: Noli me tangere” (Corte Suprema de Justicia 1954).
Si bien la ANAC legalizó todos los actos del gobierno de Rojas, en ella hubo oposición desde que el general llegó al poder, por ejemplo, la minoritaria del grupo “inicial de laureanistas verticales” de la “Comisión Nacional de Acción Conservadora”, hasta la más amplia, que entre 1956 y 1957 denunció prácticas de corrupción del régimen (Palacios 2004, 212). Ésa no siempre garantizada docilidad de la ANAC, y la necesidad de Rojas de gobernar sin límite alguno, lo llevaron a dejar cesante a la Asamblea por algún tiempo. Un día antes del regreso de la ANAC a sus sesiones, el 19 de julio de 1955, Rojas argumentó razones de orden público para aplazar su funcionamiento. Así, dictó el decreto de estado de sitio n° 1974, que incluso suspendía una reforma constitucional, pues el acto legislativo 02 de 1954 ordenaba que la ANAC sesionaría por 150 días contados a partir de esa fecha ANAC (1954b). Esto decía el Decreto 1974:
El control constitucional del estado de sitio y de las reformas constitucionales, 1954-1956
Que la reunión ordinaria de Corporaciones, el Congreso, o de las que cumplan las funciones del mismo, es incom-
patible con el estado de sitio, de acuerdo con la natu-
El estado de sitio
18 Hacia finales de 1949, los liberales, mayoritarios en el Congreso, las Asambleas Departamentales y los Concejos Municipales, responsabilizaban al gobierno del presidente Ospina y al Partido Conservador de la violencia en contra del Partido Liberal, en especial en las zonas rurales. En noviembre, la bancada liberal en el Congreso preparaba un juicio político en contra del Presidente por su presunta omisión al no garantizar la seguridad de los liberales. El 9 de noviembre los presidentes del Senado y de la Cámara informaron a Ospina sobre su inminente juicio. Ese mismo día, declaró el estado de sitio mediante el Decreto n° 3518 de 1949 ordenando el cierre del Congreso y el acordonamiento militar del Capitolio Nacional, con lo cual frenó cualquier intento de juicio político.
Aunque el general Rojas gobernó entre 1953 y 1957, por medio de decretos legislativos dictados al amparo del estado de sitio, tal régimen de excepción estaba vigente
16 Corte Suprema de Justicia (1954). 17 Corte Suprema de Justicia (1954).
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Temas Varios
El despido masivo de la Policía Nacional en 1948
raleza de ésta y con la tradición institucional del país.
Que como muy bien lo ha establecido la Corte Suprema de Justicia en varias ocasiones […] frente a los preceptos
nal Constituyente Legislativa en sus relaciones con el
El 28 de junio de 1956, la Corte decidió sobre la demanda presentada por un abogado en contra del Decreto No. 1403 del 30 de abril de 1948 (Corte Suprema de Justicia – Magistrado Ponente Ricardo Jordán Jiménez 1956, 40), por el cual el presidente Ospina Pérez ordenó dar de baja a todo el personal al servicio de la Policía Nacional.19 Según el demandante, el decreto era inconstitucional, porque vulneraba los derechos adquiridos reconocidos por la Ley 72 de 1947 a los miembros de la Policía. La medida de Ospina había sido una reacción en contra del sector de la Policía Nacional, de filiación liberal, que participó directamente en los hechos del “Bogotazo” del 9 de abril de 1948.20 Esta afirmación del demandante resulta ilustrativa:
el Congreso. (Corte Suprema de Justicia – Magistrado
Huelga decir que los disturbios y graves acontecimien-
del Estado Constitucional que garantizan los derechos individuales y sociales y organizan las instituciones,
los poderes extraordinarios del Presidente en el estado
de sitio, correspondientes a su responsabilidad y a los deberes que la Constitución le señala para la guarda del orden público, son siempre fuente de restricción. Que
de conformidad con la interpretación auténtica unánimemente adoptada por la Comisión 5a de la Asamblea
Nacional Constituyente y Legislativa, al estudiar el pro-
yecto de Acto Legislativo número 2 de 1954, que establece para tal entidad la reunión por derecho propio, en casos
de turbación del orden público, para la Asamblea NacioGobierno, rigen las mismas normas y prácticas que para Ponente Ricardo Jordán Jiménez 1956, 43)
tos ocurridos el 9 de abril y siguientes, provocaron una
conmoción interior de repercusiones trascendentales
Un ciudadano demandó el Decreto n° 1974 de 1955, por considerar que vulneraba la Constitución, en especial, la mencionada reforma constitucional de 1954. La Corte se pronunció sobre la demanda casi un año después de expedido el decreto, el 28 de junio de 1956. La corporación estimó que, si bien el demandante planteaba una “pugna entre un acto constitucional y un decreto legislativo”, a ella no le correspondía pronunciarse sobre tal controversia, porque el decreto ya había perdido su vigencia, puesto que para el momento en que se profería el fallo ya habían expirado los 150 días que, contados a partir del 20 de julio de 1955, tenía la ANAC para reunirse. De ese modo, la Corte estimó que no había lugar a pronunciarse sobre un decreto que “ya no existe”:
cuyos efectos exigían el ejercicio gubernamental inme-
diato de facultades extraordinarias, desde el punto de vista que resulta apenas lógico e imperativo el decreto
que hubo que declarar turbado el orden público y en estado de sitio toda la República; del mismo modo que las circunstancias anormales y de pánico surgidas a
raíz de los sucesos de abril, impusieron la acción enérgica del gobierno para contrarrestar en lo posible las
funestas consecuencias de orden social, político y económico engendradas por la rebelión. Empero la actitud del Jefe del Ejecutivo en tal evento debía ceñirse en
forma rigurosa a la norma jurídico-constitucional que
19 El decreto reorganizaba la Policía Nacional con el propósito de convertirla en una institución “técnica; ajena por entero a toda actividad de carácter político […]”. Decreto N° 1403 de abril 30 de 1948, Diario Oficial n° 26716. Luego, el 18 de julio de 1949, el Gobierno dictó el Decreto N° 2136 o “Estatuto Orgánico de la Policía Nacional” (Becerra 2011, 266).
La demanda no tiene hoy vigencia, […] así que, por lo mismo, y no obstante su gran importancia, no podrá referirse la Corte, porque, de conformidad con reiterada
jurisprudencia, únicamente le corresponde a ella ejer-
20 En 1948 Jorge Eliécer Gaitán se convirtió en el jefe único del liberalismo. El caudillo movilizó grandes masas y encabezó marchas en todo el país que rechazaban la violencia política. En medio de la violencia creciente y de la confrontación sectaria bipartidista, Gaitán y el liberalismo rompieron con la coalición de gobierno de Ospina Pérez, en febrero de 1948. Gaitán lucía como un inatajable candidato a la Presidencia de la República para el período 1950-1954, pero el 9 de abril de 1948 fue asesinado al salir de su oficina de abogado en Bogotá. La violenta reacción de las masas populares por la muerte del caudillo se extendió por todo el país pero el epicentro fue la capital, que soportó varios días de desórdenes, saqueos, incendios y vandalismo que dejaron como saldo numerosas víctimas y daños materiales. A esa reacción se le llamó El Bogotazo. El levantamiento popular tomó gran parte del mando de la ciudad y un gran sector de la Policía “liberal” entró en confrontación armada con el Ejército “conservador” —gobiernista—. Gracias a un pacto con la dirigencia liberal, Ospina logró recuperar el control de la ciudad y neutralizar la violenta reacción popular. La bibliografía sobre Gaitán y El Bogotazo es amplia. Entre otras, véanse: Alape (1983), Braun (2003), Sánchez (1983) y Arias (1998).
cer su ministerio de velar por la integridad de la Constitución cuando está vigente el acto acusado pues sólo
así es posible averiguar si este viola algún precepto de la
Carta. (Corte Suprema de Justicia – Magistrado Ponente Ricardo Jordán Jiménez 1956, 44)
Con este fallo, la Corte daba claras muestras de no querer juzgar las decisiones políticas de Rojas, y para eso recurrió a su reiterada —y estratégica— práctica de dilatar los procesos de constitucionalidad, al punto que, cuando debía fallar sobre las demandas, los actos demandados habían perdido vigencia. Esto, sin duda, terminaba favoreciendo el ejercicio del poder sin límites del gobierno militar.
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decreto adscribiéndola a las Fuerzas Armadas, es decir, junto al Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. De modo que quedaba subordinada al Comando General de las Fuerzas Armadas y al Ministerio de Guerra, es decir, bajo el mando militar. Así, Rojas no sólo buscaba unificar el mando, sino garantizar la lealtad de la Policía al régimen militar. Éste podría haber sido un importante factor para que la Corte prefiriera abstenerse de decidir sobre cuestiones que pudieran afectar las políticas de Rojas sobre la Policía, aun cuando de por medio estuvieran los derechos adquiridos que reclamaban los miembros de esa institución, afectados por el despido masivo de 1948.
señala sus funciones, sin que éstas lo trocaran en legislador “ad hoc” o en usurpador de atributos públicos que la Carta reservara exclusivamente al Congreso.21
La Corte consideró que el decreto demandado había perdido vigencia, por lo que, “como lo ha dicho la Sala en constante jurisprudencia […] no hay lugar a decidir en el fondo sobre la disposición o disposiciones acusadas”.22 Agregó que después de expedido el decreto en mención, se produjeron otras normas que también lo derogaron, de modo que esa pérdida de vigencia terminaba por “reforzarse”. La decisión de la Corte se produjo ocho años después de expedida la norma demandada, y con ella mostraba un alto sentido de la oportunidad, y de la administración del tiempo en los fallos: pronunciarse, lejos de la grave crisis de orden público de 1948, en la que el presidente Ospina había dictado las medidas de estado de sitio, sin duda, había mantenido a la Corte alejada de cualquier tensión con el Ejecutivo de la época.
Como vemos, parecía haber poderosos motivos para que la Corte no quisiera pronunciarse en 1956 sobre un decreto que había sacudido las estructuras de la conflictiva Policía Nacional en tiempos de Ospina Pérez, pero que seguía siendo una cuestión sensible para el régimen de Rojas Pinilla.
La modificación de las vacaciones judiciales por decreto de estado de sitio
No obstante, el fallo se enmarcaba ahora en otro ambiente político e institucional complejo, y la materia del decreto bajo examen era de interés para el gobierno de Rojas. Por eso, al menos dos factores podrían explicar la abstención de la Corte para pronunciarse de fondo en 1956. En primer lugar, aunque el tribunal sostuvo que para el momento del fallo el decreto demandado ya había dejado de existir, la medida sí había producido efectos jurídicos, pues se trataba ni más ni menos que de la remoción fulminante de todos los miembros de la Policía Nacional. Una eventual declaratoria de inconstitucionalidad no solamente habría sentado una doctrina, en el sentido de que el Ejecutivo estaba limitado para tomar decisiones sobre el cuerpo policial, aun en caso de graves hechos de orden público, como fue el caso de la insubordinación de sus miembros en el Bogotazo, sino que habría reabierto las controversias jurídicas con los miembros de la Policía despedidos por decisión del gobierno de Ospina Pérez.
El 28 de junio de 1956, la Corte resolvió la demanda de inconstitucionalidad presentada en contra del decreto de estado de sitio n° 3664 del 12 de diciembre de 1950, dictado por el presidente Laureano Gómez, que modificaba los días de vacancia judicial. El Gobierno había justificado la medida porque “el lapso de vacaciones judiciales señalado en la […] ley 105 de 1931 es mucho más largo que el que fijan otras leyes para las vacaciones de los demás empleados públicos, sin que ello tenga justificación […]”, y que modificar el tiempo de vacaciones que disfrutarían los funcionarios del poder judicial era una “medida tendiente a intensificar el servicio de la justicia [que] contribuirá en forma eficaz al restablecimiento del orden público”.23 Aunque la Corte consideró que la demanda era un memorial “bastante defectuoso, confuso y carente de técnica”, expresó que en una interpretación amplia de las reglas de los juicios de constitucionalidad, “llena las exigencias mínimas”, y así, contrario al concepto del Procurador, quien señaló que la demanda no cumplía con las formalidades legales, la Corte optó por decidir sobre ella. Es decir, que la corporación se esforzó por tratar de encauzar la demanda de modo que se pudiera adelantar el respectivo juicio de constitucionalidad.
El segundo factor tiene que ver con que el manejo de la Policía Nacional era un asunto prioritario para la gobernabilidad del régimen de Rojas Pinilla en 1956. En efecto, hasta antes del golpe de Estado de 1953, la Policía dependía del Ministerio de Gobierno, con un jefe civil. La preocupación de Rojas sobre la indómita Policía fue tal, que el mismo día en que se tomó el poder dictó un
21 Corte Suprema de Justicia. 1956. Sentencia del 28 de junio. Magistrado Ponente Jesús Estrada Monsalve, Gaceta Judicial 2169, 40. 22 Corte Suprema de Justicia. 1956. Sentencia del 28 de junio. Magistrado Ponente Jesús Estrada Monsalve, Gaceta Judicial 2169, 40.
23 Corte Suprema de Justicia. 1956. Sentencia del 28 de junio. Magistrado Ponente Manuel Barrera Parra, Gaceta Judicial 2169, 20.
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Si bien la Corte afirmó que su misión era vigilar atentamente los límites del Ejecutivo bajo el estado de sitio, también fue notable su esfuerzo argumentativo con el fin de construir una nueva doctrina de lo que significaba el “orden público”. Esto dijo:
en tiempos de anormalidad era “natural” que el Gobierno pudiera exigir a los funcionarios un mayor esfuerzo “para un rendimiento extraordinario en sus labores”. De ese modo, la corporación justificó la conexidad entre la finalidad del decreto y el restablecimiento del orden público y, por tanto, concluyó que el Ejecutivo había actuado dentro de los límites constitucionales.
En un régimen de derecho no se concibe actividad alguna
del Gobierno que pueda ejercerse arbitrariamente sin
Con tal doctrina, la Corte ampliaba la órbita de acción del Ejecutivo dentro del estado de sitio, pues acuñaba una nueva noción de orden público en la cual cabía un amplio repertorio de posibilidades. Así, daba rienda suelta a los poderes de excepción, algo crucial en tiempos del régimen de Rojas Pinilla, que, como dijimos al comienzo, gobernaba bajo decretos de estado de sitio desde que llegó al poder.
sujeción a normas constitucionales o legales, pues cua-
lesquiera que sean las razones de la gravedad y urgencia de las situaciones que se presenten, los funcionarios del
Estado solo podrán enfrentarlas por los medios tomados
del derecho preexistente y en ningún caso abrogarse poderes discrecionales que sobrepasen los que se derivan
del orden jurídico constituido en la nación. Caracterís-
tica del Estado de Derecho, afirma Carl Schmitt, es que toda actividad del Estado está repartida de modo exhaus-
El fallo enviaba un doble mensaje al régimen militar: por un lado, la Corte parecía hacer notar que afianzaba su poder como juez constitucional, pero por el otro, con la reinterpretación de la noción de orden público en la Constitución, se mostraba dispuesta a tolerar un amplio rango de ejercicio del poder de excepción por parte del régimen.
tivo en una suma de competencias claramente delimita-
das en la ley […] Un problema como el de las facultades extraordinarias concedidas al Gobierno en estado de sitio es, al fin y al cabo una cuestión de competencia de los
funcionarios del Estado, o sea, saber hasta dónde pueden
extenderse o cuáles son sus límites dentro del contenido de la norma que les confiere.24
El control de las reformas constitucionales del “Jefe Supremo”
Según el tribunal, había llegado el momento de que la jurisprudencia constitucional adaptara las concepciones modernas sobre la interpretación de la Constitución, según la realidad, es decir, sobre los hechos actuales que el constituyente del siglo XIX no previó. De este modo, amplió la noción de “orden público”, en el sentido de que “no está referida hoy a una mecánica concepción del orden policiaco de la nación, sino que abarca un determinado orden económico, un determinado orden social, un determinado orden político y moral”.25
Entre 1955 y 1956, la Corte Suprema se negó a juzgar la constitucionalidad de las reformas a la Constitución aprobadas por la ANAC en favor del general Rojas. La ANAC, como dijimos, era un órgano colegiado, que para entonces se había abrogado las funciones de cuerpo constituyente y de legislador ordinario, en reemplazo del clausurado Congreso de la República.
Esta nueva doctrina del orden público la estrenó en el juicio al decreto sobre vacancia judicial. Así, estimó que no era “clara” ni “evidente” la falta de conexión de la norma acusada con el restablecimiento del “orden público”, pues en tiempos de anormalidad por conmoción interna era previsible que para la “restauración de la paz y la tranquilidad social” fuera necesario “intensificar el trabajo de los funcionarios encargados de administrar justicia, a fin de que los delitos sean investigados y sancionados eficazmente y de que todos los derechos tengan oportuna protección por parte del Estado”. Entonces, para la Corte,
Recordemos que la ANAC aprobó el Acto Legislativo n° 01 de 1953, que legitimó la toma del poder por el general Rojas. La misma reforma estableció que si para 1954 las condiciones para ejercer el sufragio no eran adecuadas, a juicio del Gobierno se podría prorrogar la fecha de las elecciones presidenciales o convocar a la ANAC para que ésta eligiera al presidente, caso en el cual el general Rojas quedaría en el Gobierno hasta la posesión de su sucesor. De igual modo, la ANAC aprobó el Acto Legislativo n° 01 del 30 de julio de 1954, que amplió el número de los miembros de esa corporación, incluyendo representantes de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia católica, y determinó que el 3 de agosto la misma ANAC elegiría al Presidente de la República para el período constitucional. Es importante señalar que esta reforma
24 Corte Suprema de Justicia. 1956. Sentencia del 28 de junio. Magistrado Ponente Manuel Barrera Parra, Gaceta Judicial 2169, 20. 25 Corte Suprema de Justicia. 1956. Sentencia del 28 de junio. Magistrado Ponente Manuel Barrera Parra, Gaceta Judicial 2169, 20.
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contribuyó a que el liberalismo se alejara del gobierno de Rojas, pues si bien se estableció la integración paritaria de la ANAC, se dejó en manos del Ejecutivo la elección de los 22 representantes liberales; de una lista de 152 personas, elaborada por el Partido Liberal, Rojas nombró a 15, pero a los otros 7 los escogió a su arbitrio (Atehortúa 2010).
El 30 de enero de 1956, la Corte dictó un auto rechazando de plano la demanda de Molina Callejas, y reiteró que ella no era competente para juzgar reformas constitucionales, porque sus facultades se reducían a los estrictos términos de la Constitución, y ésta señalaba que la Corte sólo juzgaría la exequibilidad de las leyes.26 Como podemos ver, ambas demandas de inconstitucionalidad se referían a importantes reformas constitucionales que servían de marco jurídico al régimen del general Rojas. En ambos casos, la Corte prefirió la inhibición, y así, evadió el juzgamiento de las reglas que habían cubierto con un manto de legalidad el régimen militar, evitando así un seguro enfrentamiento con el Ejecutivo. En efecto, un eventual juicio a tales reformas constitucionales habría forzado a la Corte a evaluar una compleja situación jurídica en la que la ANAC era protagonista: ella había declarado la vacancia presidencial y la respectiva legitimación de Rojas en el poder luego del golpe de Estado al presidente Gómez, en 1953; luego, había sustituido al Congreso, y por último había extendido la permanencia de Rojas en el poder. Con sus abstenciones para juzgar esas controvertidas reformas, la Corte mostraba que el piso jurídico sobre el que reposaba el régimen no estaba sujeto a discusión judicial.
El ciudadano Germán Molina Callejas presentó ante la Corte una demanda de inconstitucionalidad en contra de los mencionados actos legislativos n° 01 de del 18 de junio de 1953 y n° 01 del 30 de julio de 1954. Mediante el Auto del 28 de octubre de 1955, el tribunal rechazó la demanda. Según la Corte, lo primero que debía hacer un juez para resolver una demanda era verificar si era competente para pronunciarse sobre ella. Su respuesta fue contundente: la Constitución claramente excluía la posibilidad de formular demandas de inconstitucionalidad en contra de reformas constitucionales, pues su control constitucional se limitaba a las leyes. Según su criterio, la Corte, siendo un “órgano constituido”, de ningún modo podía controlar a un poder constituyente. Sobre las reformas a la Constitución, dijo: “Estos actos una vez expedidos, no están sujetos a revisión de ninguna especie por ninguno de los poderes constituidos; porque ello implicaría admitir el absurdo de que hay derecho contra derecho, la tesis es tan clara, tan evidente, que sería inoficioso detenerse a analizarla” (Corte Suprema de Justicia – Magistrado Ponente Luis Enrique Cuervo 1955, 862).
La “pequeña Corte Constitucional” del general Rojas Para mediados de 1956, el general Rojas había decidido conformar una plataforma política propia. Rojas —impulsando la “Tercera Fuerza”, que buscaba consolidar su proyecto político, uniendo a los sectores populares con las Fuerzas Armadas en el poder (Urán 1983, 99)— había impuesto un severo régimen de censura de la prensa, incluido el cierre de los principales periódicos bogotanos de circulación nacional. El régimen se había endurecido, pero ya no tenía el respaldo de los partidos políticos tradicionales: líderes de los partidos Liberal y Conservador habían iniciado conversaciones en lo que se llamaría el Frente Civil, que apuntaba a un pronto regreso a la democracia, al gobierno civil.
Así, para la Corte toda reforma a la Constitución provenía de un poder constituyente, y por esta razón, la enmienda escapaba al control de la corporación, sin importar la naturaleza de la Asamblea Constituyente —la ANAC— que había aprobado las reformas demandadas. Pero las demandas contra las reformas constitucionales de la ANAC no cesaron. El 12 de enero de 1956, de nuevo Germán Molina Callejas le solicitó a la Corte que declarara la inconstitucionalidad del Acto Legislativo n° 02, el 24 de agosto de 1954, que establecía que desde el 20 de julio de 1955 la ANAC no sólo sería el órgano encargado de hacer precisas reformas constitucionales, sino que se convertiría en un sustituto del clausurado Congreso, al autoproclamarse como órgano legislativo. La misma reforma extendía el período de funcionamiento de la ANAC hasta el 7 de agosto de 1958. Según el demandante, el Acto Legislativo 02 de 1954 transgredía la Constitución porque iba en contra del Acto Legislativo 01 de 1952, aprobado por el Congreso bajo el gobierno de Laureano Gómez, que, recordemos, había convocado a la ANAC y le había fijado precisas funciones como cuerpo constituyente.
En ese contexto, Rojas decidió dar un asalto más a la independencia de la Corte al crear una “Sala de Negocios Constitucionales” dentro de la corporación, que en adelante se encargaría de los juicios de constitucionalidad.
26 Corte Suprema de Justicia. 1956. Auto del 30 de enero. Magistrado Ponente Ignacio Gómez Posse. Gaceta Judicial LXXXII, n° 2163/ 2164.
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Según el Decreto n° 1762 del 26 de julio de 1956, la sala se conformaría por ocho magistrados provenientes de las demás salas de la Corte, y tendría como función “decidir definitivamente sobre la constitucionalidad de los actos legislativos objetados por el gobierno como inconstitucionales o de las leyes o decretos que de conformidad con la Constitución puedan ser acusados ante ella por cualquier ciudadano, previa audiencia del Procurador General de la Nación”.27
stitucionalidad, con lo cual el Gobierno podía asignar tal función a la nueva sala. También reaccionó a la acusación de los abogados antioqueños, en el sentido de que él había abusado de las atribuciones constitucionales del estado de sitio, y se mostró muy sorprendido con la “arcaica teoría de las facultades excepcionales”, según la cual, éstas sólo se “enderezan a regular alteraciones de orden público”, pues lo que él había hecho era apoyarse en el criterio amplio y “moderno” sobre la noción de orden público que la propia Corte había fijado en su sentencia del 28 de junio de 1956, que mencionamos atrás. Tal noción, entendía el General, tenía un sentido mucho más amplio, y por eso las medidas extraordinarias del Ejecutivo podían extenderse legítimamente a las “causas políticas, sociales y económicas que hayan originado o mantengan la anormalidad”.
La reforma constitucional “por decreto” de Rojas, bien podría ser vista como un paso hacia la especialización del control constitucional colombiano, pero con el nuevo diseño institucional, el régimen militar buscaba una mayor influencia en la Corte. Gracias al decreto, el pleno de la corporación dejó de juzgar la constitucionalidad de los decretos de estado de sitio dictados por el Gobierno, así como los esporádicos actos legislativos de la ANAC, y ahora, esas funciones pasaban a ser competencia de una Sala de Negocios Constitucionales, conformada por magistrados que el propio Rojas escogió de entre quienes conformaban la Corte Suprema.
Rojas no sólo dijo que la Sala de Negocios Constitucionales era necesaria para ayudar a descongestionar a una Corte Suprema agobiada por la morosidad en sus fallos de constitucionalidad, sino que dio razones de tipo “técnico”:
Varios de los magistrados de la Corte, aunque habían sido nombrados por el general Rojas en 1954, reaccionaron en contra de la reforma y renunciaron a sus cargos.28 El General no tardó en aceptar las dimisiones, y en nombrarles sendos reemplazos (Presidencia de la República 1956a).
Se creyó conveniente entonces crear la Sala de Negocios Constitucionales. Dedicada exclusivamente a conocer de tales asuntos, les daría evasión oportuna. Además,
una Sala integrada por especialistas en la materia sería
La creación de la nueva sala recibió fuertes criticas de sectores de la comunidad jurídica. Por ejemplo, un numeroso grupo de abogados, representado en el Colegio de Abogados y de Juristas de Medellín y Antioquia, escribió una carta al General criticando la creación de la nueva sala, a la que acusaban de haber sido establecida en contra de la Constitución. Rojas les contestó que su decreto se ajustaba a la Constitución, pues ésta sólo consagraba que la Corte se dividiría en salas, sin que ordenara que el pleno de la corporación debía conocer los juicios de con-
una garantía de acierto. Más que una Corte Plena, en la
que por razones obvias no se puede aspirar a que cuando menos la mayoría de los magistrados sean especialistas
en derecho constitucional. La Sala de Asuntos Constitucionales consagraría de este modo, en materia impor-
tante; la acertada y moderna tendencia de acabar con el conocimiento promiscuo en la administración de justicia de los países más adelantados y aspiración permanente de nuestros reformadores. 29
A pesar de las críticas de los juristas, Rojas no dio un paso atrás en su decisión de crear la Sala de Negocios Constitucionales, que alcanzó a funcionar hasta mediados de 1957.30 La nueva Corte Suprema, con su pequeña Corte Constitucional, no tardó en manifestar públicamente su
27 De la Corte interina nombrada por Rojas en 1953 renunciaron en 1956 Luis Felipe Latorre, José J. Gómez, Ricardo Jordán Jiménez, Roberto Goenaga y Aníbal Cardozo Gaitán (Presidencia de la República 1956b). 28 Renunciaron Luis Felipe Latorre, José J. Gómez, Manuel Barrera P., Aníbal Cardozo Gaitán, Roberto Goenaga, Agustín Gómez Prada, José Hernández Arbeláez, Ricardo Jordán J., Julio Pardo, José J. Rodríguez, Luis Zafra e Ignacio Gómez Posse. En su reemplazo nombró a Daniel Anzola Escobar, Enrique Arámbula Durán, José Enrique Arboleda Valencia, Jesús María Arias, Juan Benavides Patrón, Santiago Correa Copete, Miguel A. Constaín, Guillermo Garavito Durán, Guillermo Hernández P., José Jaramillo Giraldo, Pablo Emilio Manotas, Juan Manuel Pachón P., Sergio Antonio Ruano, Luis Sandoval Valcárcel, Elberto Téllez Camacho y Francisco de Paula Vargas (Presidencia de la República 1956a).
29 Corte Suprema de Justicia (1956), Proposición aprobada el 25 de septiembre, 422. 30 La Sala fue disuelta por la Junta Militar de Gobierno, el 19 de julio de 1957. La Junta ejerció el poder ejecutivo desde que éste le fue entregado por Rojas, el 10 de mayo de 1957, hasta el 7 de agosto de 1958, cuando retornó el gobierno civil, con el presidente Alberto Lleras Camargo.
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compromiso con el régimen, tal como lo podemos leer en la proposición unánime de la sala plena de la corporación del 25 de septiembre de 1956:
Como podemos apreciar, la Corte que saludó la llegada de Rojas al poder, muy pronto se enfrentó con un gobierno militar que anunciaba una profunda reforma judicial, y que logró reconfigurar la corporación. Con la renuncia de la Corte, los nuevos magistrados (1954), aunque habían sido nombrados con la venia de los dos partidos tradicionales y en milimétrica integración paritaria, en general se comportaron de manera responsiva con el gobierno de Rojas. Se movieron estratégicamente entre los fallos inhibitorios en cuestiones que importaban políticamente al Gobierno y los despliegues de doctrinas que terminaban siendo un espaldarazo al amplio ejercicio de las facultades del estado de sitio por el Ejecutivo, y las abstenciones para juzgar las reformas constitucionales que daban el marco jurídico al gobierno militar.
La Corte Suprema de Justicia en Sala Plena, presenta su respetuoso saludo al Excelentísimo Señor Presidente de la República, Teniente General, Gustavo Rojas Pinilla, y al reconocer los altos sentimientos que lo animan a
favor de una administración de justicia cada día más recta, pronta y eficaz, le manifiesta la voluntad de todos
sus miembros de colaborar armónicamente en la realización de tan altos fines.31
El general Rojas conformó la Sala de Negocios Constitucionales con magistrados que estaban asignados a otras salas de la Corte, y quedó integrada por Daniel Anzola Escobar, Enrique Arámbula Durán (presidente), Abelardo Gómez Naranjo, Juan Manuel Pachón Padilla, Camilo Rincón Lara, Sergio Antonio Ruano, Luis Sandoval Valcárcel y Domingo Sarasty.
Esta segunda Corte también rompió con el general Rojas cuando éste decidió establecer una Sala de Negocios Constitucionales en el seno de la corporación, lo cual provocó la renuncia masiva de los magistrados. De este modo, el general logró quitarle al pleno de la Corte la facultad de juzgar la constitucionalidad de las leyes —y de los decretos de estado de sitio del gobierno de Rojas— y pasarla a una pequeña Corte Constitucional, con miras a conformar un tribunal aún más deferente con la administración.
Por último, hubo expresiones de la cercanía política de la Corte con el Ejecutivo. Por ejemplo, después de designar como magistrado a José Enrique Arboleda Valencia, en septiembre de 1956 lo nombró ministro de Gobierno (Urán 1983, 101). Poco después, el general Rojas también nombró al magistrado Jesús María Arias como su ministro de Agricultura.32
Por último, en el período analizado podemos notar con claridad que la corporación judicial supo evadir el ejercicio del control constitucional, que significaba un enfrentamiento con el régimen militar, o un conflicto que minara su posición institucional. El uso selectivo de sus doctrinas sobre el control de las reformas constitucionales y los decretos de estado de sitio sirvió a este propósito.�
Consideraciones finales Este artículo se propuso rastrear la trayectoria del control constitucional de la Corte Suprema de Justicia en una perspectiva política, en el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, en particular, durante el período comprendido entre 1953 y 1956. Para esto, describió brevemente una propuesta para narrar la historia del tribunal en un largo período: 1886-1991; luego, se refirió a las relaciones de la Corte y el Ejecutivo en los inicios del gobierno militar; después, se concentró en el control constitucional de la Corte al estado de sitio y a las reformas constitucionales en tiempos del gobierno de Rojas, y por último, trató la creación de la Sala de Negocios Constitucionales dentro de la Corte, en 1956.
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31 Corte Suprema de Justicia (1956), Proposición aprobada el 25 de septiembre, 423.
4. Asamblea Nacional Constituyente (ANAC). 1954a. Acto legislativo 1 del 30 de julio, Bogotá. Diario Oficial 28607.
32 El 29 de enero de 1957 la corporación aprobó una proposición por el nombramiento de Arias: “La Corte presenta un efusivo saludo de congratulación […] por la nueva y merecida distinción que le ha hecho el Gobierno Nacional” Corte Suprema de Justicia (1957), Gaceta Judicial, Tomo LXXIV, n° 2177, 5.
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Las radios católicas españolas. Historia, desarrollo y programación* María Teresa Santos Diezv – Jesús Ángel Pérez DasilvaD Fecha de recepción: 06 de octubre de 2013 Fecha de aceptación: 14 de marzo de 2014 Fecha de modificación: 28 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.14
RESUMEN La radio suscitó desde sus comienzos el interés por parte de la Iglesia católica ante las posibilidades que ofrecía como un medio universal de comunicación para propagar los contenidos religiosos y difundir el mensaje del evangelio. El presente artículo aborda el estudio y análisis de las radios católicas españolas (COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel de Barcelona y Radio María) en cuanto se refiere a los contenidos que incluyen en sus parrillas de programación, así como las estrategias empleadas para lograr el éxito de estas emisiones y permanecer en las ondas.
PALABRAS CLAVE Información religiosa, radio católica, radiodifusión, emisiones religiosas, evangelización.
Spanish Catholic Radio. History, Development and Programming ABSTRACT Radio attracted the interest of the Catholic Church from the beginning due to its potential as a universal communications medium for propagating religious content and spreading the message of the gospel. This article deals with the study and analysis of Spanish Catholic radio stations (COPE, Radio Santa Maria de Toledo, Radio Estel of Barcelona and Radio Maria), focusing on the content included in their programming schedules and the strategies employed to make these broadcasts succeed and remain on the air.
KEY WORDS Religious information, Catholic radio, radio broadcasting, religious emissions, evangelization.
As rádios católicas espanholas. História, desenvolvimento e programação RESUMO A rádio promoveu, desde seu começo, o interesse por parte da Igreja Católica ante as possibilidades que oferecia como um meio universal de comunicação para propagar os conteúdos religiosos e difundir a mensagem do evangelho. O presente artigo aborda o estudo e a análise das rádios católicas espanholas (COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel de Barcelona e Radio María) no que tange aos conteúdos que incluem em sua programação, bem como as estratégias empregadas para atingir o sucesso dessas emissoras e permanecer no ar.
PALAVRAS-CHAVE Informação religiosa, rádio católica, radiodifusão, emissões religiosas, evangelização.
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El análisis que presenta este artículo es producto de una investigación sobre religión que se está realizando en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (España), en el que están trabajando los autores. Comprende la emisión de contenidos religiosos en internet, las radios católicas en España y la presencia de los temas religiosos en los diarios de información general nacionales (El País, El Mundo y ABC). v Doctora en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco UPV-EHU (España). Profesora titular de la Facultad Ciencias Sociales y Comunicación de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (España). Entre sus últimas publicaciones están: Prensa gratuita y jóvenes. Estudio de hábitos de consumo, preferencias y contenidos. Ámbitos 20 (2011): 109-126. Prensa gratuita para inmigrantes en el País Vasco: una lucha por la supervivencia. Doxa Comunicación 14 (2012): 59-73. Correo electrónico: mariateresa.santos@ehu.es D Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco UPV-EHU (España). Profesor agregado de la Facultad Ciencias Sociales y Comunicación de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (España). Entre sus últimas publicaciones están: Prensa gratuita y jóvenes. Estudio de hábitos de consumo, preferencias y contenidos. Ámbitos 20 (2011): 109-126. Prensa gratuita para inmigrantes en el País Vasco: una lucha por la supervivencia. Doxa Comunicación14 (2012): 59-73. Correo electrónico: jesusangel.perez@ehu.es
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Las radios católicas españolas. Historia, desarrollo y programación María Teresa Santos Diez, Jesús Ángel Pérez Dasilva
Temas Varios
Introducción “
dentro del panorama radiofónico nacional, únicamente la Cadena COPE mantiene los valores del evangelio, aportando el punto de vista cristiano a la sociedad. Mientras tanto, el resto de emisoras omiten estos contenidos, y la religión sólo es objeto de atención cuando se convierte en noticia por nombramientos, declaraciones, o actividades que realiza. No obstante, en la década de los noventa empiezan a surgir emisoras relacionadas con la Iglesia, como es el caso de Radio Santa María, en Toledo (1994), y en Barcelona, Radio Estel (1994), que, junto con la cadena nacional Radio María (1999), centran sus objetivos en la difusión del evangelio y la fe católica, por lo que se consideran radios católicas. De modo que en este artículo entendemos como tales, las emisoras que en su totalidad, o de modo parcial, emiten contenidos referentes a la confesión cristiana regida por el Papa de Roma. No se puede olvidar que hablamos de creencias que responden a una línea de pensamiento y opinión concreta al servicio de una Iglesia que, según el padre Félix Cabasés, es jerárquica y comunitaria, universal y dispersa: “Una radio católica tiene que iluminar su opinión con la idiosincrasia cristiana y sintonizar con los creyentes y abrir una posibilidad a los que no lo son. Tiene que dar sentido a la vida” (Cabasés 2013).
Y
les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16: 15). Así lo hizo la Iglesia a lo largo de los siglos. De la transmisión oral se pasa a la copia de manuscritos en los monasterios, hasta que en 1450 llega la imprenta, y se publica la Biblia de Gutenberg, mediante tipos móviles, y con ello se da un gran impulso a la difusión del cristianismo. Como había sucedido con la prensa, la radio pronto suscitó gran interés por parte de la Iglesia católica ante la posibilidad de utilizarla como un medio universal de comunicación, por su capacidad para dirigirse a grandes masas (Núñez 1980, 317-321). A través de las ondas se permite “difundir la voz y el mensaje del evangelio, y relacionar el centro del catolicismo con su periferia” (Casellas 1998). Según Spencer Miller, la primera emisión de una Iglesia le corresponde al reverendo Edwin J. Van Etten, rector de la Iglesia Episcopaliana de Calvary, en Pittsburgh, el 2 de enero de 1921 (Miller 1935). Una década más tarde, el papa Pío XI inauguró las emisiones de Radio Vaticano (1931), a la que seguirán luteranos, adventistas y, en general, las demás religiones (Bea 1981). La radio católica es un medio que ha resultado de gran utilidad. Un ejemplo lo tenemos en Venezuela, donde, contrariamente a lo que se podría esperar, no sólo se concentran en la evangelización, sino que en algunos casos proporcionan una radiodifusión de servicio público, como es el caso de la red Fe y Alegría, una ONG de la Compañía de Jesús que ofrece en zonas pobres educación, consejos de salud y programas para trabajadores rurales (Lugo-Ocando, Caizalez y Lohmeier 2010, 149-167). Asimismo, en Europa destaca el caso de Polonia, donde la Iglesia y sus medios contribuyeron de manera decisiva al fin del comunismo y a la democratización del país defendiendo la identidad polaca en los ámbitos político y religioso. “Opposition to political totalitarianism was strongly supported by the Church, identified with Polish national identity, freedom, and defence of human rights and democracy” (Borowik 2002, 239).
El presente artículo tiene como objetivo el estudio de estas emisoras católicas españolas. En esta línea, son numerosos los investigadores que han centrado sus estudios en la radio, abordándola desde diversos puntos de vista. Por ejemplo, como medio de comunicación social destacan las investigaciones de Núñez (1980), Díaz (1993), Balsebre (2002), Franquet y Martí (1985) y Santos (1999). En cuanto a análisis de contenidos, resultan de interés los estudios de Martí y Bonet (2006), Moreno (2005), y los de Gutiérrez y Huertas (2003). Si hacemos referencia al tema específico de los contenidos religiosos, plantean aspectos parciales: Casellas (1997), Sánchez (2001), Rojo (2006), Gutiérrez y Huertas (2003), Gómez (2009), Pou (2008), Arredondo (2008), Peña y Pascual (2013), entre otros. También hay que mencionar diferentes estudios realizados en el extranjero, como el pionero Radio and Religión (1935) de S. Miller, o The Roman Catholic Church in the Process of Democratic Transformation: The Case of Poland (2002) de Irena Borowik; Ten Years of Radio Studies (2008) de Kate Lacey; When PSB Is Delivered by the Hand of God: The Case of Roman Catholic Broadcast Networks in Venezuela (2010) de Jairo Lugo-Ocando, Andres Caizalez y Christine Lohmeier; When Religion Meets New Media de H. Campbell (2010) y el de Baesler y Chen (2013) sobre móviles, Facebook y e-mail, entre otros.
En España, en los años treinta, ya se retransmitía la Santa Misa. En las décadas siguientes, los contenidos relacionados con la doctrina católica (como el Ángelus, la Santa Misa y el Rosario), las charlas de orientación y las retransmisiones desde el Vaticano de celebraciones litúrgicas estuvieron presentes en las parrillas de programación en estas emisoras (Gómez 2009). Con la llegada de la democracia, según Gómez García, los contenidos de temática católica quedan postergados al ámbito privado y sólo adquieren relevancia por su tratamiento político, y no por el religioso (Gómez 2009, 261). En este contexto,
El interés de este estudio reside en la plena actualidad del objeto de investigación, la emisión de contenidos religiosos, un tema de gran impacto y relevancia social, que es
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objeto diario de conversación en la opinión pública y en los medios de comunicación. La faceta específicamente analizada —la de las radios católicas— contiene, además, un carácter novedoso, ya que resulta significativa la falta de investigaciones referentes a radios católicas en España desde el ámbito académico. Por lo tanto, el valor del artículo radica en el hecho de abordar las radios católicas de manera global. Es decir, se cuantifican y analizan los contenidos y se profundiza en una línea de investigación desatendida en estos momentos y de candente actualidad. Cabe destacar que este artículo está contextualizado en un entorno de radio tradicional, a pesar de existir la posibilidad del medio interactivo, en el que los contenidos emitidos adquieren una dimensión más amplia al posibilitar que cada oyente puede elegir los contenidos a los que quiera acceder y además presentan el valor añadido de los servicios complementarios de la red (Moreno 2008).
junio de 2013. De acuerdo con estos parámetros, los objetivos planteados son: 1. Cuantificar la presencia de contenidos religiosos, así como sus variaciones. 2. Analizar y comparar los contenidos de los programas emitidos por las emisoras mencionadas. 3. Identificar las diferencias que se puedan plantear entre emisoras. 4. Determinar los factores que hacen posible la persistencia de las radios católicas en el tiempo. Para lograr los objetivos planteados se optó por la aplicación de una metodología inicial de tipo cuantitativo. Una técnica adecuada para el estudio y análisis de materiales de comunicación de manera objetiva y sistemática, siguiendo pautas marcadas por autores como Holsti (1968) y Berelson (1986, 13), y más tarde, por Krippendorff (1990, 28) o Gaitán y Piñuel (1998), entre otros autores partidarios del empleo de esta técnica metodológica. En cuanto se refiere al análisis de contenido, se ha establecido su clasificación del siguiente modo:
Metodología En el presente artículo, que tiene como finalidad el estudio de las emisoras católicas españolas, se destacan los aspectos más relevantes de una investigación realizada en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. El corpus objeto de análisis queda constituido por: COPE, Radio Santa María de Toledo (1993), Radio Estel en Barcelona (1994) y con cobertura nacional Radio María (1999). En su selección se han tenido en cuenta las siguientes variables:
1. En información religiosa se recogen los proyectos pastorales de la Iglesia, tanto al nivel nacional como regional y diocesano. Además de liturgia, espiritualidad, Sagrada Escritura, familia, acción social, información social y de la Santa Sede. 2. En programación religiosa se incluyen actos como la retransmisión de la Santa Misa, Rosario, Ángelus, Laudes, Vísperas y celebraciones litúrgicas desde lugares de culto. 3. Información general con las noticias destacadas que componen la actualidad del día referidas principalmente a los ámbitos local y regional. 4. En música se presentan los espacios dedicados a éxitos musicales de todos los tiempos, nuevas tendencias, los clásicos y la música litúrgica y sacra. 5. En otros contenidos integramos entretenimiento y cultura, que aborda temas relacionados con tendencias artísticas, religiones, historia y patrimonio artístico, y contenidos de interés general.
1. Contenidos: emisoras que, a pesar de centrar sus objetivos en la difusión del evangelio y la fe católica, incluyen en su programación información general (COPE), sólo contenidos religiosos (Radio María) y mezcla de ambos (Radio Santa María y Radio Estel). 2. Promotores: radios que surgen vinculadas a la Iglesia, como son los Arzobispados (Radio Santa María y Radio Estel), Comisión Episcopal Española (COPE) y Radio María, por personas próximas a la Iglesia, junto con laicos. 3. Cobertura: quedan representados el ámbito regional con Radio Santa María de Toledo (cubre Toledo, Talavera y La Mancha); autonómico, con Radio Estel (abarca la autonomía de Cataluña y Andorra), y nacional, con Radio María y la COPE. 4. Financiación: COPE y Radio Estel tienen una finalidad comercial, mientras que el resto de emisoras analizadas carecen de publicidad.
Tras la búsqueda de datos, ante la escasa información recogida sobre alguno de los aspectos relevantes de la investigación, se decidió recurrir también a la metodología cualitativa para completar el estudio, siguiendo a autores como Sierra (1998), Berganza y Ruiz (2005). Para ello, se realizaron entrevistas a los responsables de las emisoras, con el objetivo de ampliar los datos necesarios. Se elaboraron siguiendo el mismo cuestionario para todos y se abordaron aspectos referentes a
Por su representatividad, son medios adecuados para canalizar el mensaje evangélico católico en España. El período elegido lo hemos acotado entre enero de 2012 y
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promotores, gestión, audiencias, programación y financiación. También fue preciso consultar artículos publicados en revistas científicas, informes, libros, además de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC), el Estudio General de Medios (EGM), el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), así como prensa diaria (El Mundo, El País, ABC, La Razón, La Vanguardia) y páginas web.
A su vez, proliferaban las emisoras promovidas por los párrocos. Se trataba de pequeñas estaciones con escasa potencia y cobertura, que emitían sin licencia desde locales parroquiales y que constituyeron una red de emisoras que, además de las retransmisiones religiosas, desarrollaron una importante labor de propaganda. En la década de los cincuenta comienza un período de expansión para la radio en general y las emisoras católicas en particular, motivado por avances tecnológicos tan importantes como la FM y el transistor (Faus 1981, 90-96). Ambos, supusieron cambios significativos en el medio como la reducción del tamaño, y con ello, la individualización de la escucha (Gutiérrez 1982, 47). También, en 1953 resultó de trascendental importancia el hecho de que el Estado reconociera el derecho de emisión a la Conferencia Episcopal (Franquet y Martí 1985, 72). La firma del Concordato entre la Santa Sede y el Estado les otorga su reconocimiento jurídico, y con ello, la Iglesia puede crear sus propias emisoras. Como consecuencia de estos acuerdos, se produjo una gran proliferación de emisoras parroquiales por toda la geografía española. Un ejemplo por destacar es Radio Vida (1955) en Sevilla (Sánchez 2001, 29). Este medio pasa a formar parte en 1961 de la Cadena de Ondas Populares Españolas con el nombre de Radio Vida, Radio Popular de Sevilla. Tres años más tarde, desde Las Palmas de Gran Canaria lo hacía Radio Catedral (1958), promovida por el obispo Antonio Pildain. De igual modo, en Gipuzkoa empieza a emitir Radio Segura (1956), impulsada por el sacerdote D. Cesáreo Elgorreta. También, desde la sacristía del Santuario de Arrate en Eibar, el padre Pedro Gorostidi puso en marcha Arrate Irratia (1958). Se trataba en general de pequeñas emisoras católicas promovidas por personas vinculadas a la Iglesia, que tenían como finalidad hacer llegar a enfermos y personas que no podían desplazarse a los actos religiosos contenidos como el Ángelus, la Santa Misa, las Novenas y el Rosario. Según Lorenzo Díaz, la Iglesia en la década de los cincuenta (Díaz 1993, 195), además de crear sus propias emisoras —ocupando un espacio en los aparatos ideológicos del Estado, igual que el movimiento—, utilizaba las convencionales2 con el fin de difundir charlas religiosas, consejos espirituales y espacios de orientación moral.
La religión en las ondas. Un recorrido por la historia La perspectiva histórica, según consideran autores como Beltrán (1985), es necesaria en investigaciones de Ciencias Sociales porque nos permite dar una visión contextualizada del proceso que han seguido los contenidos religiosos en la radio convencional, y las radios de la Iglesia en el tiempo. La emisión de contenidos religiosos por radio no es algo reciente, sino que se remonta a los orígenes del propio medio. La Iglesia católica, el 12 de febrero de 1931, puso en marcha las emisiones de Radio Vaticano, con un discurso del papa Pío XI en latín llamado Qui arcano Dei, que empezaba diciendo: “Oíd, oh cielos, lo que estoy por decir; escucha, Tierra, la palabra de mi boca […] Oíd y escuchad, oh pueblos lejanos” (Pío XI 1931). Un mensaje que llegaba a los confines del mundo sin necesidad de estar presente en la Plaza de San Pedro, como había sucedido hasta ese momento, y que también recordaba el papa Francisco en 2013, en su primer Ángelus (Núñez 1980, 177). Centrándonos en España, la radio constituyó un aliado importante para la difusión de la religión católica. En la década de los treinta y cuarenta, las emisoras convencionales incluían en sus parrillas de programación contenidos de marcado carácter religioso. Destacan en RNE la Santa Misa (1938), el comentario de los evangelios en Hora religiosa (1942) (Gómez 2009) y las charlas religiosas1 que también se incluían en la SER (1945). Asimismo, cabe destacar los programas especiales en fechas señaladas como Navidad, Semana Santa, el Corpus, Santiago Apóstol o la Ascensión, entre otras celebraciones importantes para los católicos. Según autores como Balsebre: “La Iglesia acude a los estudios de las emisoras con cierta frecuencia y ejercita el apostolado a través de los micrófonos, fuera del contexto de la misa dominical” (Balsebre 2002, 109).
El arraigo de contenidos religiosos en la radio convencional, y la proliferación de emisoras desde la Iglesia, han sido propiciados por la confesionalidad católica de la dictadura, que contribuyó a la formación espiritual de la sociedad de la época. Según Balsebre: “La radio española de este perio-
1 Destacan las charlas religiosas del padre Venancio Marcos en Radio Seu. En 1945 pasan a la Ser y luego a RNE (1952-1970).
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En la SER (1957) emitía El Santoral, el Santo Rosario (8:45), la Misa (10:00).
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Tabla 1. Emisoras analizadas
do huele a incienso” (Balsebre 2002, 109). Con la llegada de la democracia,3 la religión en radio, según Gómez García, queda postergada a un segundo plano y pasa a ser objeto de atención dentro del debate político, perdiendo el peso que tenían los contenidos en la radio convencional (Gómez 2009). Una consecuencia lógica, si se tiene en cuenta que la Constitución de 1978 apuesta por un Estado aconfesional (Art. 16), así como la libertad religiosa y de culto, de modo que la religión pasa al ámbito individual. La década de los setenta finaliza con cambios legislativos importantes en materia radiofónica. En 1979 (decreto de 18/06/1979) se establece el Plan Técnico Nacional de Radiodifusión Sonora en Ondas Métricas con Modulación de Frecuencia. De este modo, se abría la posibilidad de obtener licencia a emisoras locales y culturales de la región. Entre 1980 y 1995 se abre otro período especialmente significativo para las emisoras religiosas, que bajo los auspicios de la Iglesia iban a constituir un pilar importante en el desarrollo pastoral de las diócesis. Entre otros ejemplos, destacan Radio Santa María en Toledo (1993) y Radio Luz (1994) desde Valencia (Sánchez 2001, 30). En 1994 surge Radio Estel (1994) desde Barcelona, al igual que Radio Principat (1996), promovida por el Obispado de la Seo Seu d’Urgell, y en 1999 llega a Madrid Radio María (1999), que iba a constituir una cadena nacional (Casellas 1998, 74-75). Se trata de emisoras con unos contenidos religiosos cercanos al ámbito local y orientados hacia la diversidad social y cultural de la región. Asimismo, marcan la diferencia en cuanto se refiere a los mensajes emitidos, dado que la religión católica ha perdido influencia en España4 y no responde a las necesidades de la sociedad actual. Según se desprende de estudios del CIS, en 2008 el 15% de los españoles se declaraban católicos no practicantes, mientras que en 2012 el porcentaje se incrementa hasta el 28%.
Año origen
Cobertura
Frecuencia
COPE
1957
Nacional
Cobertura nacional
R. Santa María
1994
Toledo y Área
Toledo 102.5 Talavera 103.6 La Mancha 100.5
R. Estel
1994
Cataluña y Andorra
Barcelona 106.6 Cataluña central 93,7 Tarragona 106.6, Gerona 103.4 Tortosa 90.1 Garraf 96.8 Vic 98.4 Lleida 91.5 Cerdanya 104.4 La Seu d´Urgell 105.0 Andorra 107.5
R. María
1999
Nacional
Cobertura nacional
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos a partir de las páginas web de las emisoras COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel y Radio María.
1), vinculada a la Conferencia de Metropolitana, con el fin de unificar las emisoras parroquiales propiedad de la Iglesia, que en aquel momento alcanzaban, según Lorenzo Díaz,5 más de 200 (Díaz 1993, 195). El decreto de 8 de agosto de 1958 posibilita el paso de las emisoras parroquiales a FM, aunque la Conferencia de Metropolitanos diseñaba las bases de la futura Cadena de Ondas Populares. En 1959, la Dirección General de Radiodifusión y Televisión sienta las bases de la Red de Emisoras de la Iglesia, que recogen las propuestas planteadas por la Comisión Episcopal. En junio de 1971, dicha Sociedad Anónima de servicios pasa a denominarse Radio Popular S. A. (Raposa), y en 1979, después de algunos cambios, se constituye como Radio Popular S. A. Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE) (Sánchez 2001, 30). En 1980, bajo la dirección del padre Gago, la COPE capta gran parte de la audiencia de la radio generalista, contratando a profesionales como Encarna Sánchez o Luís del Olmo, cuya marcha en 1991 le va a ocasionar importantes pérdidas económicas y de audiencia (Díaz 1993, 206-447). Sin embargo, la llegada de José María García soluciona los problemas económicos y la empresa puede continuar de manera independiente.
Las emisoras analizadas La Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE) tiene una trayectoria muy amplia. Sin embargo, vamos a referirnos únicamente a reseñar los aspectos que han resultado determinantes en su desarrollo. Se crea en 1957 (ver la tabla
3
Emisora
El Estado español (03/01/1979) ratificó el acuerdo con la Santa Sede sobre asuntos de la Iglesia. El llamado Concordato sustituía al de 1953, que defendía la confesionalidad del Estado, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana (BOE-A-1979-29490).
4 En el Estudio 2752 de 2008 del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el 83% de los españoles se declaraban católicos practicantes y el 15% católicos no practicantes. En 2013, en el Estudio 2978 del (CIS) el 70,5% se declaran católicos, frente al 16,5% no creyente; el 61,2% no es practicante y el 10,8% acude a actos religiosos casi todos los domingos.
5 En la década de los cuarenta proliferaban las emisoras promovidas por párrocos, que emitían sin licencia desde locales parroquiales Misas, Rosarios, el Ángelus y charlas religiosas.
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Al mismo tiempo, junto a la información generalista, a través de las ondas, también se hizo llegar información religiosa, como el Evangelio de Jesucristo y la palabra de Dios, a miles de personas, desde la filosofía de contar las cosas que pasan con el compromiso de la verdad (Pedraza 2012). En diciembre de 2012, la Cadena COPE y Vocento alcanzan un acuerdo mediante el cual las emisoras de ABC Punto Radio se integran en la red de COPE, con el fin de compartir programación en cadena (El Mundo 2012). La operación, asimismo, incluye los portales de la COPE, Cadena 100 y Rock FM en la web de ABC. La alianza tiene como objetivo reforzar “una línea editorial compartida y la defensa de los mismos valores” (El Mundo 2012). La COPE ha enfocado su negocio hacia la obtención de rentabilidad económica y audiencia, más que en un medio de propaganda ideológica (Díaz 1993, 206). En cuanto a su audiencia, según datos correspondientes a la 3ª oleada del Estudio General de Medios (EGM), 1.704.000 oyentes la escuchan cada día. Un programa religioso como El Espejo de la Iglesia, que presenta José Luís Restán, obtiene el respaldo de 117.000 oyentes.
y Andorra. Desde 1998 cuenta con internet, y desde 2010 está presente en las redes sociales. Alcanza una audiencia de 20.000 oyentes, según el EGM de diciembre de 2012. Cabe destacar que esta emisora se le adjudica al Arzobispado de Barcelona en 1986, aunque tardó varios años en ponerse en marcha, motivada por algunos problemas surgidos con la COPE. Toda la programación es en catalán, y la realizan en cadena con Radio Principal, excepto las desconexiones locales. Es una emisora que se financia mediante publicidad comercial, pero además recibe subvenciones de la Generalitat de Cataluña. La cadena Radio María inicia su emisión en España el 24 de enero de 1999, en Madrid. No obstante, sus orígenes se remontan a 1982, cuando empezó a emitir desde la localidad de Arcellasco (d´Erba, en Milán), con el objetivo de llevar a los enfermos la Santa Misa y el Rosario. A pesar de ser una emisora parroquial, su cobertura le permitía cubrir toda Italia. Más tarde se independiza de la parroquia y constituye la Asociación Radio María, integrada por laicos y sacerdotes que pretenden llevar el mensaje de Cristo a todos los lugares del planeta, con el fin de conseguir “la salvación de las almas, es decir, el anuncio de la conversión proponiendo de un modo nuevo la fe católica a través de la radio” (Radio María 2013).
Radio Santa María de Toledo surgió promovida por el cardenal padre Marcelo González Martín, con el nombre de la advocación mariana de la Arquidiócesis de Toledo, que se venera en el Altar Mayor de la Catedral Primada. Sus emisiones empezaron el 14 de septiembre de 1993, desde dicha ciudad. Su cobertura incluye Toledo (102.5 FM), Talavera (103.6 FM) y La Mancha (100.5 FM), y en internet, en <www.rtvd.org> desde 2006. Su audiencia se estima en 60006 oyentes diarios. En 1996 se crea el Canal Diocesano de Televisión que, junto con la radio, constituyen la Radiotelevisión Diocesana de Toledo. Es gestionado por la Fundación canónica y pública civil del Arzobispado de Toledo, sin ánimo de lucro. Tienen como objetivo “ser un cauce para el anuncio del evangelio y la difusión de la vida de la Iglesia, desde las exigencias y retos que plantean la sociedad y la cultura de nuestro tiempo” (RTVD 2013). Como medio de comunicación católico, fomenta los valores evangélicos, y la doctrina encomendada a la Iglesia para la transmisión del mensaje cristiano.
En los años noventa continúa su expansión por Europa, África y América. En 1998 se crea la Asociación World Family of Radio Maria para la promoción, la salvaguardia y el desarrollo del proyecto de la red radiofónica mundial católica que constituye la radio. En 2001 llega a las ciudades de Nueva York y Houston. Radio María cuenta con 200 puntos de emisión y supera el millón de oyentes en España (Rosal 2012).
Claves para la supervivencia de las emisoras Se estima que en 2012 había en el mundo 1.200 millones de católicos romanos, según cifras del Vaticano (BBC Mundo 2013). En España, este mismo año, el 70,5% de la población se declaraba católica, lo que supone unos 33.165.303 de creyentes, según datos del CIS (CIS 2012). De modo que existe una audiencia potencial muy amplia. Las radios católicas van a llenar así un vacío informativo que los medios convencionales no cubren. Asumen los principios de la Iglesia en cuanto se refiere a la difusión de la doctrina, los criterios cristianos, la orientación, la propagación de la fe y las actividades y celebraciones que realiza la Iglesia católica, a la vez que promueven mensajes de paz, reconciliación y esperanza. Sus objetivos consisten en anunciar
Otra emisora es Radio Estel, que inició sus emisiones el 8 de julio de 1994 desde Barcelona promovida por el cardenal padre Narcís Jubany i Arnau. Pertenece a la Fundación Mensaje Humano y Cristiano, entidad vinculada al Arzobispado de Barcelona. Está asociada con radio Principal, propiedad del Obispado de la Seu d’Urgell. De este modo, amplía su cobertura a Lérida, norte de Cataluña
6 Padre Juan Díaz-Bernardo Navarro (2013).
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fondos para Radio Estel. Al Palacio de Congresos de Cataluña acudieron más de 1600 personas que pagaron 45 euros por acudir al acto. Su finalidad, según el arzobispo de Barcelona Lluís Martínez Sistach, era “hacer posible la tarea evangelizadora y visibilizar el apoyo que reciben por parte de personas, entidades e instituciones de nuestra sociedad” (Religión Digital 2012). El Club de amigos fue capaz de reunir una representación de distintos ámbitos sociales con participación de sectores de la política (como los expresidentes Jordi Pujol y Maragall); de la Iglesia (con el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona); de la música (con Marina Rossell), entre otros muchos. Arraigo que también se manifiesta con donaciones para las subastas que organizan para recaudar fondos, como una camiseta del nou model del Barça amb les quatre barres, firmada por Carles Puyol (El País 2000). Además, las emisoras colaboran en la organización de Peregrinaciones, como Radio Estel, cuando en mayo de 2013 promovió un viaje a Roma, con motivo del Año de la Fe, para visitar al papa Francisco, y en julio impulsaron la visita a Río de Janeiro para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud. Asimismo, en Radio María, en junio de 2013, fueron de Peregrinación a Tierra Santa.
el evangelio y la vida de la Iglesia, teniendo en cuenta las expectativas que plantea la sociedad actual. Dan respuesta a las exigencias de los valores evangélicos, así como de la doctrina de la Iglesia, a la vez que desarrollan nuevos lenguajes para la difusión del mensaje de la fe a través de los medios de comunicación social. Estas emisoras, desde su inicio, se han mantenido firmes en sus planteamientos. Una situación que nos lleva a plantear cuáles son las claves para poder mantenerse en antena. En cuanto a sus promotores, fueron creadas por impulso de los respectivos arzobispados, con la pretensión de ser medios de comunicación social destinados a propagar el Evangelio y, a la vez, prestar un servicio a la sociedad desde la óptica de la Iglesia. Así, Radio Estel pertenece al Arzobispado de Barcelona, a través de la Fundació Missatge Humà i Cristià, y la Fundación Santa María lleva adelante Radio Santa María y Canal Diocesano de Televisión. A su vez, Radio María es una emisora privada propiedad de la Asociación Radio María, promovida por colectivos próximos a la Iglesia, junto con laicos. Si nos referimos a su cobertura, se asientan en áreas geográficas que se corresponden con la de sus Arzobispados: Radio Santa María de Toledo dispone de tres centros emisores que cubren Toledo (102.5 FM), Talavera (103.6 FM) y La Mancha (100.5 FM), y Radio Estel, con emisiones íntegramente en catalán, abarca Cataluña y Andorra. A su vez, Radio María y la COPE constituyen cadenas del ámbito nacional.
Su capacidad de convocatoria se refleja muy bien con el siguiente ejemplo. Los oyentes de Radio María, ante la posibilidad de que la Comunidad de Madrid les denegará la licencia de emisión, impulsan una campaña de envío de SMS y e-mail, para pedir oraciones. El éxito quedó avalado con la recogida de más de 880.000 firmas, que entregaron a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, para solicitar la adjudicación de una frecuencia de emisión.
Otra de las claves es que integran un conjunto de medios de comunicación que tienen en común idénticos objetivos y, por lo tanto, realizan una labor pastoral conjunta apoyando a la Iglesia de manera acorde con lo que establece el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales (1948). El Arzobispado de Toledo ha creado una Delegación de Medios de Comunicación Social, que constituye la Radiotelevisión Diocesana (RTVD), que agrupa el Canal Diocesano de TV y Radio Santa María de Toledo. La cadena de medios del arzobispado de Barcelona la forman el semanario católico Catalunya Cristiana, fundado en 1979, y Radio Estel. Su supervivencia puede verse favorecida por la existencia de una relación de cercanía con el entorno y movimientos sociales. Por ejemplo, Radio Estel colabora con Cruz Roja realizando programas especiales como La nit de Reis, con el fin de recaudar fondos para comprar juguetes en Navidad. Por su parte, Radio Santa María y la COPE también participan de manera activa en campañas sociales.
Para la supervivencia resulta imprescindible la labor de voluntarios y colaboradores. Radio María cuenta con un área de promoción y difusión distribuida en parroquias, hospitales y tiendas, en localidades próximas a las emisoras. Asimismo, disponen de equipos móviles para llevar oraciones de Laudes, Vísperas, Rosario y la Santa Misa a lugares como centros penitenciarios y hospitales, para los interesados en recibir “mensajes de paz, reconciliación y esperanza, dentro de un espíritu de oración, formación e información cristianas” (Radio María 2013). También, Radio Santa María tiene el Club de socios de RTVD, que mediante sus cuotas mensuales hacen posible la continuidad del proyecto. La supervivencia de las emisoras resultaría imposible sin la labor activa del voluntariado, que está muy arraigado en España en todos los campos. Como recoge el Eurobarómetro, los voluntarios superaban los seis millones de personas en 2012 (ABC.es 2012).
Su arraigo social se pone de manifiesto en la organización de actos festivos, como puede ser una cena benéfica (Mansunides 2012) celebrada en 2012 con el fin de captar
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Temas Varios
Sus recursos económicos proceden de diferentes vías. En cuanto a la Cadena COPE, que se financia mediante la venta de publicidad, en 2011 facturó 94,85 millones de euros, lo que supone un incremento de un 8,6% con respecto al año anterior; en 2012 facturó un 2% más, y sus gastos operativos se han reducido en un 2,6% (ABC. es 2013). Radio María carece de publicidad comercial, y su principal fuente de ingresos proviene de las aportaciones que los oyentes realizan de manera voluntaria. Por otra parte, la Radiotelevisión Diocesana (RTVD) cuenta con un club de socios desde 1993 que pagan una cuota mensual que varía entre los seis y diez euros, cantidad que se completa con aportaciones del Arzobispado de Toledo. En otros casos, el dinero procede de las propias instituciones, como sucede con la Generalitat de Cataluña. Por ejemplo, Radio Estel, a través de la Fundació Missatge Humà i Cristià, ha recibido una subvención de la Generalitat de 50.000 euros, junto con otra aportación de 11.231 euros para la renovación del estudio de la radio (Torre 2013).
información como nunca antes había sucedido; “hoy se reconoce un papel creciente a Internet, que representa un nuevo foro para hacer resonar el Evangelio, pero conscientes de que el mundo virtual nunca podrá reemplazar al mundo real” (Pérez 2012). No es nada nuevo porque la Iglesia, a lo largo de la historia, se ha ocupado de transmitir el Evangelio utilizando los adelantos tecnológicos. Los papas han ido apostando por la innovación, con ejemplos como el de León XIII, que en 1896 fue filmado por primera vez; Pío XI, que en 1931 transmitió un mensaje por radio; Pío XII, que en 1949 apareció en televisión, y en 2012 Benedicto XVI se estrenó en Twitter (El País 2012). En este sentido, resulta de especial interés el estudio de Heidi Campbell (2010), donde aborda lo que sucede cuando la religión abraza los nuevos medios, o cómo los grupos religiosos perciben y responden a las nuevas formas de la tecnología relacionada con los medios de comunicación. “Investigo las reacciones de una variedad de individuos y comunidades religiosas a la introducción de nuevas formas de medios de comunicación en sus comunidades y sus vidas de fe”, afirma la autora (Campbell 2010, 6).
La incorporación de los avances tecnológicos y la modernización de los equipos resultan imprescindibles para su supervivencia, según considera el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, que en febrero de 2002 publicó los documentos La Iglesia en Internet y Ética e Internet. Las radios católicas españolas también se valen de las TIC, porque, entre otras cosas, amplifican el mensaje cristiano, reducen el coste de las acciones de evangelización, favorecen la cooperación entre los fieles y facilitan la difusión de información religiosa en general. La Red se ha convertido en parte fundamental de nuestras vidas y, especialmente, los medios sociales como las redes sociales, los blogs o los foros. Sin ir más lejos, la media, al nivel global, que pasamos a la semana en internet es de 18 horas, con el 18% de ese tiempo dedicado a redes sociales (TNS 2012). En España ya hay 16,6 millones de personas que usan internet diariamente (Informe SIE 2012). Su importancia es tal que un 50% de los estudiantes universitarios y el 48% de los jóvenes profesionales españoles en activo consideran internet un recurso tan vital como el aire, el agua, la comida o la vivienda. Según un informe realizado por Cisco en 2011, si tuvieran que elegir entre disfrutar de conexión a internet o tener un vehículo, el 67% de los universitarios españoles elegiría internet. Estos datos ponen de manifiesto que su presencia en la Red resulta imprescindible, es una nueva manera de difundir el Evangelio a las personas alejadas de la Iglesia y de llegar sobre todo a los más jóvenes. En este sentido, el papa Benedicto XVI consideraba que las tecnologías de la comunicación contribuyen a la difusión de
Los programas religiosos en las ondas. Análisis de los contenidos Según el director de Radio Santa María de Toledo, padre Díaz Bernardo (2013): “una radio católica, aunque tiene como misión fundamental la difusión del evangelio, debe hacer un mensaje atrayente, que sea además divertido y entretenido”. Las radios analizadas optan por modelos de programación que aúnan estos criterios. Su análisis pone de manifiesto que incluyen espacios de entretenimiento y participación de los oyentes, programas dedicados a los niños, felicitaciones, concursos y juegos. Además, cuentan con espacios diarios de actualidad sobre temas de familia, juventud, marginación, Tercer Mundo, acción social, y de diálogo con las culturas. No obstante, es preciso mencionar que la programación en la COPE es generalista y responde a unos criterios comerciales propios de una radio comercial, y busca captar audiencia y obtener una rentabilidad económica en un mercado de libre competencia. En cuanto a los contenidos de información religiosa, en las emisoras Radio Santa María, Radio María y Radio Estel (que también tiene una finalidad comercial), como muestra el gráfico 1, recogen de manera pormenorizada la actualidad de la Iglesia en los ámbitos local, provincial, regional y estatal.
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Gráfico 1. Información religiosa
R. Sta María
Donostia-San Sebastián padre Munilla explica el Catecismo y además responde en directo a las llamadas de los oyentes. También destaca el programa de pastoral juvenil sobre el Youcat, que cuenta con apoyo de las redes sociales (Youcat 2012). Otro espacio en Radio María es El hombre de hoy y Dios, que aborda la nueva evangelización con testimonios y reflexiones (Religionenlibertad 2012). En la cadena COPE resalta La linterna de la Iglesia. Se trata de una tertulia que trata temas de actualidad eclesial, y aporta el aspecto moral y cultural a la luz del Magisterio de la Iglesia. Del mismo modo, en El Espejo aborda la doctrina y la vida cristiana enfocada desde perspectivas tan diferentes como fe, educación, Caritas, vida religiosa, Iglesia, cultura, familia y Tercer Mundo.
R. Estel
COPE R. María
En la programación religiosa ofrecen la retransmisión diaria de la Santa Misa, así como el Santo Rosario, además de un tiempo de oración en horario de mañana y noche (ver el gráfico 2). Asimismo, en las emisoras vinculadas a los Obispados realizan retransmisiones de las celebraciones litúrgicas desde lugares de culto de referencia para los cristianos de sus zonas. Radio Santa María efectúa las retransmisiones de la Santa Misa (desde la Catedral Primada de Toledo), el Santo Rosario (18:05) (desde la basílica de Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina), además de las celebraciones de Semana Santa y Pascua y Corpus Christi de la ciudad. En Radio Estel, los puntos de referencia son la Basílica de Monserrat para la Santa Misa, Laudes, la Salve y Vísperas. Aunque el domingo también la catedral de Barcelona es centro de atención para la Santa Misa en horario de tarde. Marcan la diferencia con respecto a las anteriores la COPE y Radio María, ya que sus retransmisiones las efectúan desde templos diferentes cada semana.
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos calculando los porcentajes según la parrilla de programación de las emisoras COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel y Radio María. Gráfico 2. Programas religiosos
R. Sta María
R. Estel
COPE
R. María
Entre los programas religiosos diarios, como recoge la tabla 2, todas las emisoras coinciden en el rezo del Ángelus a las 12:00 horas, seguido de una breve reflexión espiritual, adecuada a cada tiempo litúrgico, además de la Santa Misa y el rezo del Rosario. Otro punto de coincidencia son las conexiones con Radio Vaticano. Además, Radio Santa María conecta para los informativos en lengua española, y para migrantes de América Latina.
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos calculando los porcentajes según la parrilla de programación de las emisoras COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel y Radio María.
Aportan vivencias cristianas, actualidad eclesial, liturgia, familia, acción social, cultura, ocio, además de información social y de la Santa Sede. Ofrecen espacios dedicados a resaltar aspectos importantes de la vida cristiana, la Sagrada Escritura, la Liturgia o la Espiritualidad, entre otros. Destacan en la parrilla de programación de Radio Santa María espacios como Vivir en Cristo, Vivir en el Espíritu y Pan de vida. En Radio Estel se emite La vida en solfa, Misión Metrópolis, donde personalidades de la cultura y los medios de comunicación de nuestro país leen fragmentos del evangelio según San Marcos. En Radio María, a las ocho de la mañana cada día, el obispo de
Como se refleja en el gráfico 3, ofrece una completa programación musical con entidad propia, en la que se incluyen una selección de los grandes éxitos musicales, nuevas tendencias, lo mejor de los clásicos de siempre; música litúrgica, como en Radio Santa María, con El Canto de los Ángeles, Voces Amigas, en las que presenta una selección de zarzuelas y música del recuerdo en el espacio Café a tu gusto en Radio Santa María. Radio Estel emite Radio fórmula entre las 10 y las 18 horas, interrumpida por breves espacios informativos de carácter general y religioso y los momentos de oración.
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Temas Varios Tabla 2. Programación religiosa en las emisoras COPE 12:00 Ángelus Misa (Domingo)*
Radio Santa María 7:30 Rosario 8:45 Oración 9:15 Misa 12:00 Ángelus 18:00 Rosario 18:30 Oración tarde 22:00 Oración noche
Radio Estel 6:00 Alborada 7:00 Rosario 7:30 Laudes 12:00 Ángelus 13:00 Salve 18:30 Evangelio 7:30 Rosario 23:30 Oración
Radio María 3:00 Rosario 6:00 Rosario del Papa 7:30 Laudes 9:25 Rosario 10: 00 Misa 12:00 Ángelus 14:00 Bendición 19:00 Vísperas 20:00 Misa
Fuente: elaboración propia. Datos según la parrilla de programación de las emisoras COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel y Radio María.
En cuanto al apartado de otros, destacamos, por una parte, el entretenimiento, con espacios para los niños, dedicatorias y felicitaciones, concursos y juegos. Por otra parte, la actualidad relacionada con temas de familia, juventud o marginación, entre otros. Todo ello enfocado desde el punto de vista religioso, así como desde el entorno del arte y literatura, que incluyen la participación de los oyentes. En cultura, generalmente son de realización propia, y abordan temas que guardan relación con la religión, el arte o la historia y patrimonio. La música clásica predomina en su programación, aportando información enriquecedora con carácter divulgativo y pedagógico, sin olvidar a los grandes compositores de todos los tiempos. En esta línea, en Radio María emiten los jueves Clásica (1:00 a 2:00), dedicado a la historia universal, que ofrece además un tiempo de reflexión y música.
Gráfico 3. Programas musicales R. Sta María
COPE
R. María R. Estel
Los espacios informativos recogen los contenidos de actualidad general, y se emiten en horarios de mañana, tarde y noche, con carácter local, provincial y regional. Un buen ejemplo son los boletines horarios de cinco minutos, como el de Noticias Toledo, y también los de Radio Estel.
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos calculando los porcentajes según la parrilla de programación de las emisoras COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel y Radio María.
Tabla 3. Los contenidos COPE
R. Santa María
R. María
R. Estel
Programas religiosos
2,20
28,00
33,00
20,90
Información religiosa
4,40
12,60
50,80
18,60
Información general
30,70
5,20
4,00
4,60
Música
0,00
9,60
12,20
37,20
Repetición
0,00
19,30
0,00
18,70
Otros
62,70
25,30
0,00
0,00
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos según la parrilla de programación de las emisoras COPE, Radio Santa María de Toledo, Radio Estel y Radio María.
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El análisis de la tabla 3 evidencia que las emisoras objeto de estudio emiten 24 horas, aunque hay una repetición de contenidos en horario nocturno en Radio Santa María (19,30%) y Radio Estel (18,7%). Asimismo, refleja el carácter homogéneo de los contenidos religiosos, que emiten tanto los espacios de información religiosa como los referidos a programas. Con excepción de la COPE, el resto de emisoras coinciden al comenzar el día con la Oración matinal, con la que la Iglesia alaba al Señor; el rezo del Rosario, que consta de veinte misterios; el Ángelus, a las 12 horas; y la Oración nocturna, que da por finalizados los rezos de la jornada e indica que es tiempo de descansar. Estos contenidos en conjunto suponen en Radio Santa María un 40,6%, y en Radio Estel, un 39,5%, mientras que en Radio María el porcentaje se incrementa hasta alcanzar el 83,8%.
Crucis desde el Coliseo, presidido por el Papa (9:00); la Santa Misa del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor; y el Mensaje Urbi et orbi del Papa, desde la Plaza de San Pedro (9:00). Otros actos, como la Vigilia de Pascua del sábado, la procesión de Ramos y la Santa Misa del domingo, se emiten desde la Catedral Primada de Toledo (Radio Santa María), y desde el santuario de Monserrat (Radio Estel, que además ofrece la Semana Santa en las calles de Cataluña). A su vez, Radio María presenta un mayor número de celebraciones, tales como Hora Santa, desde Almería (23:00); el viernes, el Vía Crucis, desde Ávila (11:00 a 11:50); y la celebración mariana La soledad de María, desde Mallorca (10 a 11). La COPE cubre la Cuaresma con retransmisiones en directo de los pasos y pregones. Una celebración importante es la Navidad, momento en que todas las emisoras retransmiten la Misa del Gallo, desde la Basílica de San Pedro. El día 25 emiten la bendición Urbi et orbi del Papa; y el 31 de diciembre se ofrecen en directo Te Deum y el villancico alemán Stille Nacht, de la guardia suiza. Del mismo modo, el 1 y 6 de enero de nuevo se conectan con Roma para seguir la Santa Misa presidida por el Papa, que termina a las 12, con el Ángelus Domini. La COPE, en unos casos, realiza conexiones en directo, mientras que en otros efectúa un seguimiento detallado de estas celebraciones en programas especiales, o como parte de otros espacios. A su vez, Radio Estel, además de las conexiones con el Vaticano, incluye en su programación las retransmisiones del canto de Maitines de Navidad y la Misa del Gallo, en la que participan los monjes benedictinos que forman la comunidad de Montserrat, y el Concierto de Navidad de la Escolanía de la Basílica de Monserrat. Se trata de fechas que conmemoran el nacimiento de Cristo, circuncisión y adoración de los reyes, y en las emisoras reciben un tratamiento similar alternando las retransmisiones desde la Plaza de San Pedro con las tradiciones propias de sus lugares de referencia. Pero también proliferan las campañas solidarias de recogida de juguetes y alimentos.
El ámbito local se refleja en sus parrillas de programación con espacios como El primer café en Radio Estel (de 8:00 a 10:00), y en Radio Santa María, La familia de la tarde (15:30 a 17:30). En cambio, en Radio María hay una ausencia de contenidos que respondan a este perfil. También, en los rezos se pone de manifiesto lo local, como en Radio Estel, con La Salve (cantada en la Escolanía de Montserrat a los pies de la Moreneta), seguida del Virolai, a mediodía. Un tiempo de oración en el que participan por igual fieles, peregrinos y turistas en la basílica. Radio Santa María tiene como lugar de culto preferente la Catedral Primada de Toledo. La estrategia de programación marca importantes diferencias en cuanto se refiere a los espacios musicales. Radio Estel, como emisora comercial, apuesta por la radio fórmula (37,20%). Asimismo, Radio Santa María y Radio María optan básicamente por unos espacios dedicados a música litúrgica, zarzuela y clásica. No se pueden obviar en el análisis algunas fechas especiales del calendario, por su significado, como la Navidad y Semana Santa. Cabe destacar que RNE, a comienzos de la década de los cuarenta, dedicaba especial atención en sus parrillas de programación a estas celebraciones. En concreto, el tratamiento radiofónico dedicado a la Semana Santa iba a constituir, en la radio estatal, un gran despliegue de medios, conexiones y retransmisiones a lo largo de la geografía española, que, según Salvador Gómez García: “Todo era poco en la reconstrucción de esta retórica del dolor y el misticismo que entroncaba con la vena más popular de la sociedad española del primer franquismo” (Gómez 2009, 274).
Otras festividades de interés para los católicos son la festividad de Nuestra Señora del Carmen (16 de julio), donde los voluntarios de Radio Santa María transmiten en directo la Santa Misa, desde templos de referencia de las distintas provincias. Radio Santa María también dedica una programación especial de los actos de la fiesta del Corpus Christi, que se celebra en Toledo, de igual modo que Radio Estel lo hace en la fiesta de Monserrat. También efectúan un seguimiento de los viajes de Benedicto XVI a México, y República de Cuba en marzo de 2012, y a Líbano en septiembre de 2012, así
En las radios católicas analizadas destacan también las retransmisiones en directo con motivo de la Semana Santa. Coinciden en retransmitir desde Roma el Vía
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Temas Varios
como su renuncia al pontificado de la Iglesia católica el 11 de febrero de 2013, que se haría efectiva el 28 de febrero a las 20:00 horas. Asimismo, el nuevo papa Jorge Mario Bergoglio fue electo el 13 de marzo, tomando como nombre Francisco. Estos acontecimientos de trascendental relevancia en la Iglesia fueron tratados de manera muy significativa en las emisoras analizadas, dedicando monográficos y retransmisiones desde Roma referentes a la renuncia, el nombramiento del nuevo papa, presentación del escudo, y el lema Miserando atque elegendo, y finalmente, el 19 de marzo de 2013, la Misa del Inicio del Ministerio Petrin, del Obispo de Roma. De igual modo, cubrieron el viaje Apostólico del papa Francisco a Río de Janeiro con motivo de la XXVII Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en julio de 2013. Una difusión posible gracias al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y los medios informativos de la Santa Sede que sirven a la “evangelización del ministerio papal” (pccs.va 2013).
lio, de fe, espíritu de oración y formación cristiana que proclama la Iglesia de Roma. Los programas religiosos que difunden presentan proyectos pastorales de la Iglesia, destacando aspectos que ponen de manifiesto el carácter local y regional de la diócesis, pero sin olvidar el ámbito nacional. En el ámbito local se constatan diferencias significativas. Radio Santa María efectúa las retransmisiones de la Santa Misa desde la Catedral Primada de Toledo, y el Santo Rosario desde la basílica de Nuestra Señora del Prado (de Talavera de la Reina), además de las celebraciones de Semana Santa y Pascua y Corpus Christi de la ciudad. En Radio Estel los puntos de referencia son la Basílica de Monserrat para la Santa Misa, Laudes, la Salve y Vísperas. Aunque el domingo también la catedral de Barcelona es centro de atención para la Santa Misa en el horario de la tarde. La COPE y Radio María marcan la diferencia con respecto a las anteriores, ya que sus retransmisiones las efectúan desde templos diferentes cada semana. También en los rezos se pone de manifiesto lo local. Es el caso de Radio Estel, con La Salve cantada en la escolanía de Montserrat a los pies de la Moreneta, seguida del Virolai, a mediodía. En lo que se refiere a la información religiosa, en todas las emisoras encontramos charlas, comentarios y orientaciones religiosos, además de actualidad eclesial, liturgia, familia, acción social y magisterio del Papa.
Conclusiones Las emisoras analizadas se consideran confesionalmente católicas por su origen, dado que surgen promovidas por los arzobispados (como Radio Santa María y Radio Estel), por la Conferencia Episcopal (la COPE) y por personas vinculadas a la Iglesia (Radio María). Asumen la legislación de la Iglesia al difundir su doctrina y orientar con criterios cristianos en una línea de opinión concreta. A pesar de que las emisoras mantienen estos principios, la COPE y Radio Estel tienen una finalidad comercial y se rigen por las normas de oferta y demanda que impone el mercado, a diferencia de Radio Santa María y Radio María, que tienen una única vocación de servicio a la evangelización.
La supervivencia de las emisoras resultaría imposible sin su vinculación a los respectivos arzobispados (Radio Santa María y Radio Estel), personas relacionadas con la Iglesia, y seglares (el caso de Radio María), que, junto con la colaboración de los voluntarios, hacen posible que estos medios de comunicación social puedan propagar el Evangelio y, a la vez, prestar un servicio a la sociedad desde la óptica de la Iglesia. También, los voluntarios realizan una labor encomiable en la promoción de los valores católicos, en las aportaciones mediante cuotas, y campañas de captación de fondos. Otros factores son su vinculación y cercanía con el entorno, además de su implicación en diferentes ámbitos sociales y culturales. Además, la incorporación de los avances tecnológicos es un signo de modernidad, y a la vez de supervivencia. Se valen de las TIC porque, entre otras cosas, amplifican el mensaje cristiano, reducen el coste de las acciones de evangelización, favorecen la cooperación entre los fieles y facilitan la difusión de información religiosa en general. No es algo nuevo, ya que la Iglesia, a lo largo de la historia, se ha ocupado de transmitir el evangelio utilizando las tecnologías existentes en cada momento.�
En cuanto a su programación, se refleja el carácter homogéneo de los contenidos religiosos que emiten, tanto los espacios de información religiosa como los referidos a programas. Con excepción de la COPE, el resto incluye en su programación religiosa diaria la Santa Misa, Rosario y Ángelus, además de conexiones con San Pedro para celebraciones de trascendental importancia para los católicos. Dedican especial atención a fechas significativas del calendario, como la Navidad y Semana Santa. Estos contenidos están en sintonía con los emitidos por la radio, tanto en las generalistas como en las parroquiales, de la década de los cuarenta y cincuenta, que además perduraron durante la dictadura. Una constatación de que a lo largo de la historia la radio mantiene los mismos contenidos religiosos (Santa Misa, Ángelus, Rosario) y mensajes del evange-
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La ‘cuestión’ del mal y la Modernidad. A propósito de una lectura desde Walter Benjamin* Alexánder Hincapié Garcíav Fecha de recepción: 16 de septiembre de 2013 Fecha de aceptación: 11 de febrero de 2014 Fecha de modificación: 25 de mayo de 2014
DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.15
[…] nos damos cuenta que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. (Levi 2012, 47) La barbarie está alojada en el propio concepto de cultura. (Benjamin 2009a, 104)
RESUMEN El presente trabajo plantea la “cuestión” del mal en franca relación con la Modernidad. Dentro de las tesis que se proponen es que el mal no puede estudiarse partiendo hacia la búsqueda de sus orígenes, sino inscribiéndolo dentro de unas coordenadas específicas en términos históricos y culturales. En este caso, las coordenadas están situadas en el mundo moderno y en una Modernidad que lanzó la promesa del progreso y abrió la puerta, incluso, a la corrección antropológica, vistiendo esa corrección como un gesto necesario para refundar a la humanidad misma.
PALABRAS CLAVE Mal, modernidad, educación, cosmopolitismo, cultura.
The ‘Question’ of Evil and Modernity. Regarding a Reading from Walter Benjamin ABSTRACT This paper presents the “question” of evil in direct relation to modernity. The proposed theses hold that evil cannot be studied by searching for its origins, but by inscribing it within specific historical and cultural coordinates. In this case, the coordinates are located in the modern world and a Modernity that launched the promise of progress and in fact opened the door to anthropological correction, disguising it as a necessary gesture for re-founding humanity itself.
KEY WORDS Evil, modernity, education, cosmopolitism, culture.
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Este artículo hace parte de la investigación en curso “Estado, promesas nacionales y desencanto”. Es una investigación inscrita en la línea de “Estudios culturales y lenguajes contemporáneos”, Facultad de Educación, Universidad de San Buenaventura, seccional Medellín (Colombia), contemplada dentro del plan de trabajo del investigador. Este artículo fue leído, parcialmente, en la II Jornada de Teología Política, el 8 de mayo de 2014, en la Casa de la Lectura Infantil (Medellín). v Doctor en Educación por la Universidad de Antioquia, Colombia. Docente titular de la Universidad San Buenaventura, Colombia. Integrante del Grupo Interdisciplinario de “Estudios Pedagógicos” (GIDEP) y del Grupo de investigación sobre “Formación y Antropología Pedagógica e Histórica” (FORMAPH). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Paternidad y diferencia cultural. Reflexiones histórico antropológicas para el debate. Revista Virtual Universidad Católica del Norte 37 (2012): 266-290, y El sexo como verdad. Morfología corporal ambigua y expectativas corporales en torno al cuerpo. En Educación, eugenesia y progreso: biopoder y gubernamentalidad en Colombia, eds. Andrés Klaus Runge y Bibiana Escobar García. Medellín: Universidad Autónoma Latinoamericana, 153-185. Correo electrónico: alexdehg@yahoo.es
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A ‘questão’ do mal e a Modernidade. A partir de uma leitura de Walter Benjamin RESUMO O presente trabalho propõe a “questão” do mal numa simples relação com a Modernidade. Dentro das teses que se propõem está a de que o mal não pode ser estudado partindo à busca de suas origens, mas sim inscrevendo-o dentro de umas coordenadas específicas em termos históricos e culturais. Nesse caso, as coordenadas estão situadas no mundo moderno e numa Modernidade que lançou a promessa do progresso e abriu a porta, inclusive, para a correção antropológica, vestindo essa correção como um gesto necessário para refundar a humanidade em si.
PALAVRAS-CHAVE Mal, modernidade, educação, cosmopolitismo, cultura.
cualquier educación posible, pues es a través de ella que la humanidad enfrenta la barbarie que siempre amenaza con invadir los bienes alcanzados por el espíritu (o la cultura). La instrucción, por su parte, significa para Kant la oportunidad de adquirir y desarrollar habilidades ligadas a los contenidos propios del horizonte cultural o del reino del espíritu. En una acepción restringida, la cultura aparece asimilada con la instrucción y con contenidos objetivables de los que el individuo, formado, debe participar. La civilidad, a su vez, se entiende como una especie de prudencia, por la cual los hombres deben conducirse, según las costumbres, en cuestiones de trato social, formas y modos de convivencia. Finalmente, la moralidad no significa otra cosa que el fin último, y más importante, de la educación. La moralidad tiene que entenderse como el uso de la razón dirigiendo la conducta del hombre. En otras palabras, el hombre moralizado es aquel que actúa conforme a principios no impuestos, sino por principios que él ha hecho suyos en el proceso de alcanzar su humanidad a través de la educación.
Formación y cosmopolitismo: sobre una idea de “cultura occidental” Desconfianza en el destino de la literatura, desconfianza en el destino de la libertad, desconfianza en el destino de la humanidad europea, pero sobre todo desconfianza, desconfianza y desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, los pueblos, los individuos. (Benjamin 2012a, 74)
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ant (2003), en un texto que recoge algunas conferencias bajo el título Pedagogía, aborda, como es de esperarse de un texto que lleva dicho título, el problema de la formación en un marco de aspiraciones liberales y democráticas. La tradición, como han supuesto los pensadores ilustrados, aparece como ese escollo que debe ser vencido, por medio de la educación, para que el hombre alcance su destino: la humanidad. Kant (2003) sostiene que por medio de la educación el hombre se humaniza; en cierto sentido, la educación es la sutura en la oposición entre animalitas y humanitas. Paso siguiente, el mismo Kant sostiene que el hombre no es otra cosa distinta a lo que la educación hace de él. Entiende que por la educación el hombre habrá de ser disciplinado, instruido, civilizado y moralizado.
Ahora bien, la educación en términos kantianos acuña un concepto tal vez más elevado y del cual los anteriormente esbozados (disciplina, instrucción y civilidad) apenas serían partes constitutivas, que habrían de reunirse en el concepto de cosmopolitismo.1 Sólo el concepto de moralidad, que Kant lo entiende como el fin mismo de la formación, estaría a la altura del cosmopolitismo. Lejos de querer agotar una posible discusión ligada a las distintas acepciones de este concepto, podemos recuperar dos acepciones que Kant mismo nos ofrece. La prime-
Esbozado brevemente, Kant (2003) define la disciplina como una acción negativa sobre la animalidad del hombre; es decir, acción que suprime y borra. Cuando Kant habla de acción negativa, no está presuponiendo un valor, o al menos, no uno censurable. Al contrario, la disciplina la entiende como aquello que destruye en el hombre la barbarie. La disciplina se constituye así, para Kant, en el punto de partida de
1 Para una revisión detallada del concepto cosmopolitismo, se sugieren los trabajos de Lutz-Bachmann (2013) y Cortés (2013).
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ra sostiene que el hombre está llamado a participar de la igualdad entre los seres racionales, independientemente de su rango o posición social. Esta igualdad entre los hombres no es otra que aquella que dimana del principio que informa que el hombre no puede ser un medio, porque el hombre siempre habrá de ser un fin: para sí mismo y para sus semejantes. Incluso, más allá de todo esto, el hombre tiene el derecho de ser merecedor de la estimación de los demás hombres y, al mismo tiempo, tiene el deber de ofrecer dicha estimación a los otros (Kant 2009a).
La segunda acepción que Kant (2003) nos ofrece sobre el concepto de cosmopolitismo la encontramos, nuevamente, en el texto Pedagogía. Desde allí vendríamos a suponer que el cosmopolitismo responde a una educación basada en la necesidad de educar, no para el presente, sino pensando en el futuro de los pueblos. Asimismo, una educación anclada en la idea del bien universal. Idea que redunda reiterando que el hombre sólo puede ser un fin para el hombre, por lo cual tiene valor en sí mismo, debe ser respetado y es merecedor de cuidado y preservación. Hegel (2004), de hecho, dirá que un hombre vale por ser hombre, y no por ser germano, italiano o judío. No se supone con Kant (2009a) que del hombre puede decirse que es un racional ciudadano del mundo, pero, en todo caso, sí se puede afirmar que el hombre es un ser capaz de razón, y es por ello que hay que apelar a la posibilidad de realizar una educación que reconozca la igualdad racional entre los hombres. En un sentido hegeliano, la razón es el único aspecto común entre los hombres y Dios. De la misma manera, el hombre adquiere valor únicamente porque se superpone a la mera naturalidad, y ese superponerse es uno de los fines que la razón elige (González 1975).
Si Kant ha comprendido que es el egoísmo natural lo que permite al hombre desarrollar sus capacidades, al tiempo que requiere vivir con otros hombres, por lo cual forma sociedades que, posteriormente, querrá deshacer (la insociable sociabilidad), también desde Kant habríamos de entender que el hombre se alza desde un vacío en su creación y, con esto, es el hombre mismo el que debe trabajar por completar el plan (o destino) de su naturaleza: humanizarse. Este plan sigue los fines de la razón, dado que ésta nunca se pervierte y siempre elige los fines buenos (supone Kant). Humanizarse, entonces, es el fin bueno y correcto que el hombre persigue guiado por su capacidad de razón. Continuando con lo expuesto, otro de los fines de la razón informaría la necesidad de la preservación de los demás hombres, por cuanto de ellos depende la propia preservación de la individualidad. En otras palabras, el hombre, por sus disposiciones naturales (Kant 2003), estaría orientado hacia el cuidado y la preservación de todos y cada uno de los hombres. 2
Lo anteriormente expuesto no quiere decir que el hombre siempre actúa conforme a una máxima que lo orienta hacia los otros, de manera que el hombre no osaría dañar al hombre. En sentido preciso, lo que se quiere sustentar, en una perspectiva kantiana, es que si todo hombre es capaz de razón, habrá entonces que poder exigírsele a cada uno que haga uso de su capacidad moral para actuar correctamente con relación a los otros. En otras palabras, el cosmopolitismo vendría a ser la idea del progreso que la humanidad tendría que alcanzar cuando se ha hecho la idea racional y correcta de sí misma.
2 La nombrada “subjetividad política” (una suerte de duplicación del significado, por cuanto la subjetividad, si se produce como el efecto vacilante de las prácticas, los discursos y las instituciones sociales, es, por principio, política), tan bien ponderada en las ciencias sociales —y con la que se intenta reparar el formalismo kantiano y la posición del idealismo trascendental—, lejos de ofrecer una lectura a la “cuestión” del mal, cierra cualquier discusión posible. Gómez-Esteban (2014) plantea que el contemporáneo escarceo conceptual sobre la “subjetividad política” redunda en una liberal definición afirmativa. La “subjetividad política” es, entonces, el ejercicio de la autonomía, la democracia, la participación y el derecho a la identidad. No obstante, este enfoque afirmativo resulta problemático porque se niega a imaginar una subjetividad formada en oposición a los valores liberales ya mencionados. De entrada, se puede percibir, si se solicita precisión, que el escarceo conceptual de la “subjetividad política” desprende tres problemas: 1) da la espalda a los recursos analíticos ofrecidos por pensadores como Marx, Nietzsche, Benjamin, Foucault, Deleuze, Derrida, Butler y Agamben, y, con ello, borra importantes líneas de lectura negativa sobre la Modernidad y el liberalismo; 2) gira sobre el mismo eje al no imaginar una respuesta distinta para la “política moderna” que no sean los gloriosos valores del liberalismo y 3) no ofrece posibilidades para plantear la “cuestión” del mal y la subjetividad, pues no posee elementos para imaginar la formación de sujetos en desafío a la “subjetividad política” instituida.
Ahora bien, el contexto histórico-cultural en el cual Kant puede pensar el cosmopolitismo, es el de una Europa que ha alcanzado unas condiciones de sostén material y espiritual para gran parte de su cuerpo social. De hecho, si tomamos un ejemplo, el XIX es el siglo donde definitivamente aparece el concepto infancia, como referente de una nueva sensibilidad desarrollada por los adultos con respecto a los niños (Ariès 1987). En ese mismo sentido, el XIX será recordado como el siglo en el cual se pretende que los niños abandonen definitivamente las calles para ser escolarizados o puestos en cuarentena, como sostiene Ariès (1987). En todo caso, un nuevo ambiente social impregnado de ideas liberales sobre la posibilidad del bienestar general de la humanidad y la confian-
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za en poder alcanzarlo. Así, en el siglo XIX se advierte entonces que la pobreza y la ignorancia tienen que ser vencidas porque ellas son las principales enemigas de la infancia (Robertson 1982).
cumentos de cultura”, son, al mismo tiempo, el ejercicio de la barbarie.3 Elípticamente, no es extraño suponer que el hombre —aquel que se tiene por humano (y entendemos por ello no una esencia o sustancia, sino aquello que es digno de ser respetado, cuidado y preservado)— no ha sido, ni es, un criterio antropológico establecido sin ninguna mediación, sino un estatuto que se alcanza y se forma (de manera vacilante, porque siempre puede ser negado) en el marco de unas posibilidades históricas, materiales, políticas y culturales, que se relacionan con la procedencia étnico-racial, la nacionalidad, la sexualidad y la clase social (Butler 2012). En el presente, tendríamos que añadir que, incluso, la nacionalidad actúa para otorgar o negar el estatuto antropológico. La procedencia nacional de los sujetos, por mucho, muestra la posibilidad de que los hombres sean considerados verdaderos hombres (Fanon 2007).4
Este contexto necesariamente sirve de contraste para la explotación, la miseria y la vulnerabilidad antropológica que Europa realizó en las colonias y que, por ejemplo, no permitía que los niños, racialmente clasificados, fueran sustraídos de la lógica de la producción y del capital: los niños del mundo colonial no podían abandonar las calles para ingresar a las escuelas. Ciertamente, estos niños no eran accesorios dentro de la explotación, porque ésta se dirigía de modo expreso contra ellos por ser parte constitutiva de la maquinaria que generaba riquezas (Pedraza 2007). En un ensayo que reúne en su título dos (im) pensables recíprocamente, Hegel y Haití, Buck-Morss (2005) señala la contradicción de los intelectuales humanistas, entre ellos Rousseau y Kant, que elaboraron profusos y complejos sistemas filosóficos en torno a la idea de la libertad de los hombres, el cosmopolitismo y la educación, pero fueron incapaces de generar un compromiso sustantivo en contra de la barbarie colonial. La misma que Europa extendió sin menoscabo de las ideas sobre la capacidad universal de razón y el llamado de los hombres, sin distinción, a participar en una comunidad racional. Hablamos, pues, de una Europa que trazaba bárbaros sistemas de clasificación sociorracial y socioeconómica; en últimas, reiterando que el estatuto antropológico nunca ha sido un hecho dado, sino que, al contrario, responde a complejas demarcaciones que lo hacen posible para algunos y, entre tanto, lo niegan para otros.
En otras palabras, determinados sujetos históricos pueden interpretarse como antropológicamente más capaces de encarnar y merecer los ideales humanos. Para este punto, por ejemplo, nos sirve situar el duro contraste entre los niños que en Europa son reconocidos mediante el nuevo concepto de infancia y los niños explotados en América, Asia y África, por efecto del mundo colonial. Si las miradas de ambos tipos de niños se enfrentasen, lo que destacaría es que esas miradas no se establecen entre seres humanos, sino entre los antropológicamente reconocidos y los antropológicamente negados. Los niños que, mediante el concepto de infancia, deben ser protegidos y los niños que no pueden ser arrancados de la explotación laboral porque no son suplementarios al sistema de producción de bienes materiales y riqueza.
Si eventualmente tanto Rousseau como Kant pueden aparecer contradictorios, esto no se debe exclusivamente a las incapacidades de su filosofía para llevar a término las consecuencias radicales de la idea de la libertad y de la igualdad racional entre los hombres. Más allá de todo esto, la contradicción expresa los elementos que constituyen la Modernidad. Si la época moderna produce la idea de cultura como uno de los logros más elevados del espíritu, y si por ello la cultura es lo que Europa, en una perspectiva teleológica, debe establecer hasta en el último rincón del orbe en nombre del progreso, entonces entendemos el diagnóstico de Benjamin (2012b) que apunta que, dada la miseria y la devastación, no hay un documento de cultura que no sea un documento de barbarie y, en ese sentido, los “proyectos” pedagógicos modernos, que en mucho se vinculan de una u otra forma con Rousseau y Kant, proponiéndose como “do-
3 Nótese, por ejemplo, a Kant (2003), en un gesto que remite a África, Asia y a la América colonial, caracterizando al “salvaje” como un animal que no ha desarrollado su humanidad. 4 La política norteamericana con respecto a “Oriente” es una interesante ilustración. Si bien las razones que se citan en torno a la intervención y la guerra sistemática que Estados Unidos libra en “Oriente” (con el silencio de los organismos internacionales) dicen tener que ver con razones democráticas, de fondo se establece a “Oriente” como el campo donde los hombres deben ser corregidos antropológicamente, en cierto sentido: la refundación de “Oriente” no es sólo económica y política, sino también antropológica. De hecho, en términos de género, Spivak (2003) dirá que la guerra de Estados Unidos en “Oriente” se libra sobre un tropo que instala una presunción: las mujeres oscuras deben ser salvadas, por heroicos hombres blancos, de la violencia de malvados hombres oscuros, por el bien de la libertad y la democracia. Antropológicamente, “Oriente” debe ser corregido y liberado de sí mismo.
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filosófico con el cual cierta Europa (y en general, lo que se nombra como “cultura occidental”) se entrega a sí misma los ideales antropológicos.
Para reiterar lo que estoy planteando, permítaseme incluir un fragmento del libro Si esto es un hombre de Primo Levi. El fragmento expone, sin muchas reservas, de qué modo el estatuto antropológico vacila cuando dos miradas, históricamente desiguales, se cruzan en el intersticio donde se decide qué merece ser reconocido como antropológicamente valioso. Primo Levi, para mencionarlo de modo sucinto, fue un judío italiano llevado por las fuerzas del nacionalsocialismo, durante la Segunda Guerra Mundial, a un campo de concentración, donde, como es sabido, judíos, gitanos y homosexuales realizaban trabajos forzados, mientras una muerte lenta se dosificaba, llevándose primero el espíritu y, finalmente, el cuerpo. Con ocasión de una posible nueva asignación de funciones, en la cual se valoraban las condiciones de Levi para esa asignación, un oficial lo inspecciona y, a juicio de Levi, le lanza una mirada en la que es posible imaginar la duda del alemán con respecto a la naturaleza de esa criatura que tiene frente a sus ojos:
Echeverría (2010) sostiene que hablar de la “cultura occidental”, pretendiendo hacerlo como desde Europa quiere que se haga, supone imaginar una cultura que está más allá de los particularismos nacionalistas. Es decir, supone imaginar una cultura universal que, incluso, es capaz de borrar los nacionalismos (pese a la evidencia contraria), la idea de “culturas particulares”, las clasificaciones raciales y el menoscabo con el cual son producidos determinados sujetos históricos (el judío, el árabe, el musulmán, el sudaca o el inmigrante del “Tercer Mundo”, por ilustrar algunos casos). No obstante, la “cultura occidental” es en realidad, una elaboración imaginaria que no describe nada (no está en el orden de la experiencia), pero sí prescribe un punto de llegada, no alcanzado y siempre pospuesto (como el progreso mismo, que sólo deja ruinas mientras anuncia que al final se le encontrará inevitablemente). La elaboración imaginaria de lo que habría de ser la “cultura occidental” es un sueño producido por el Siglo de las Luces, que, en la época en la que Walter Benjamin vivió, naufragaba estrepitosamente con la Primera y Segunda Guerra mundiales, en un siglo “[…] que parece ser el Siglo de las Tinieblas” (Echeverría 2010, 28).6
[…] aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; y si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada, inter-
cambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes, habría explicado también la esencia de la gran locura de la tercera Alemania.
Lo que todos nosotros pensábamos y decíamos de los alemanes se percibió en aquel momento de manera
inmediata. El cerebro que controlaba aquellos ojos azu-
Probablemente, esa “cultura occidental”, cosmopolita, ilustrada y universal, esa cultura imaginada, si bien no del todo haciéndose depender de los intelectuales judíos (como sugiere Echeverría), sí puede pensarse como lo que la condición judía reclamaba para su asi-
les y aquellas manos cuidadas decía: “Esto que hay ante
mí pertenece a un género que es obviamente indicado suprimir”. (Levi 2012, 138) 5
Lo expuesto hasta este momento, si seguimos a Kant, nos permite postular que el cosmopolitismo no apela a las condiciones de la experiencia, sino a principios a priori universales que se despliegan desde el “proyecto pedagógico moderno” que Kant desarrolló, fundamentalmente, en Pedagogía (2003), Antropología (2004), Filosofía de la historia (2009a) y La religión dentro de los límites de la mera razón (2009b). Por lo cual, el cosmopolitismo ha sido, en realidad, un cosmopolitismo etnocéntrico con el cual la Modernidad se instala como el punto de llegada al cual deben arribar los pueblos, teniendo como referente a Europa (y, especialmente, a cierta Europa). Si se nos permite una radicalización, el cosmopolitismo no es tanto el reconocimiento de la dignidad absoluta de todos los hombres, sino el recurso
6 La Primera y Segunda Guerra mundiales pueden dar fe de ello. Hiroshima y Nagasaki se convirtieron, para Estados Unidos, en un campo de experimentación biológica, donde la población civil fue sometida a armas químicas de destrucción masiva. Irónicamente, décadas después, este mismo país capaz de destruir a poblaciones enteras para poner a prueba sus armas, se transforma en el censor moral que vela porque en el mundo nadie más pueda volver a usar las armas ya probadas. Ahora bien, jamás se ha garantizado que Estados Unidos no recaerá en su utilización. Continuando con los ejemplos, Vietnam (otra vez Estados Unidos implicado), el conflicto de los Balcanes, el conflicto árabe-israelí, Ruanda, las dictaduras militares latinoamericanas, el período de la Violencia colombiana de los años cuarenta y cincuenta, y la reforma agraria, preparada a sangre y fuego por los paramilitares en Colombia, y que le abría el camino a la inversión de las multinacionales, confirman el criterio de Echeverría (2010): el XX ha sido el siglo del horror, no porque sea posible imaginar una época más bondadosa, sino porque con la Revolución Francesa (revolución burguesa) y el Siglo de la Ilustración, se prometió que nada parecido a lo que sucedió podría volver a suceder.
5 El resaltado es del autor.
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milación definitiva en Europa. En otras palabras, una ciudadanía universal (cosmopolita) sería la esperanza de cada sujeto histórico menoscabado y todo pueblo errante. Habría que tener presente, si se quiere, una serie de judíos intelectuales, tal vez distantes a las formas ortodoxas, deseosos de hacer parte de un mundo secular e ilustrado que les ofrecía, por primera vez, la posibilidad de la ciudadanía, no sólo alemana sino también europea. Particularmente, para los judíos alejados de las comunidades de la tradición, este sueño era prometedor. El mismo Benjamin, como refiere Wohlfarth (1999), no se reconocía en una Erlebnis judía, en el sentido de “experiencia vivida tal cual sucedió”, en cuanto judío y solamente judío. Más bien, su relación con lo judío respondía a una Erfahrung, entendida como una experiencia compartida entre judíos e, incluso un poco más, entre alemanes, en torno a que los judíos eran portadores de un “sentido de la idea” evidente: el judío, donde vaya, sigue siendo judío.
era posible anteponer una distancia, si se quiere, política, cultural, geográfica e, incluso, racial; pero los segundos, para el caso de los judíos en Alemania, eran aquellos que, nacidos allí y estando allí, no se les permitiría decirse que hacían parte de Alemania o que tenían derecho a estar allí: eran de otra parte, aun cuando siempre hubiesen estado allí. La situación histórica de los judíos en Alemania, particularmente desde finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, y el proyecto eugenésico de Hitler (proyecto que extendió por toda Europa) son un ejemplo paradigmático en torno a la “cuestión” del mal. En este trabajo no interpretamos el mal como un dato esencial, por lo tanto, posible de entenderse estableciendo historias de larga duración que pudiesen remontarnos hasta su origen. Al contrario, el mal tiene unas coordenadas que lo sitúan históricamente y que nos permiten pensar con el telón de fondo de determinados hechos de la historia. A propósito de ello, nos hemos servido del testimonio de Primo Levi (2012). El mal del que podemos hablar, el mal que podemos si acaso testimoniar (no explicar, porque, como sugiere Levi, explicarlo significaría haber resuelto la “cuestión”), es un mal que nos empuja a seguir pensando la Modernidad. No obstante, aceptamos nuestra limitación: ante la manifestación del mal, no pocas veces, el habla enmudece y las palabras no pueden ser dichas (Forster 1997). Si elaboramos un recurso teológico político, se podría sostener que el mal es “[…] esa nada inescrutable que ni Dios mismo puede explicar” (Gómez-Esteban 2014, 54), y es pertinente anotar, siguiendo al mismo Gómez-Esteban, que no hay una única expresión o manifestación que lo agote, ni tenemos la posibilidad de predecir cuándo hará su aparición. Sin embargo, justo por lo antes señalado, nuestra responsabilidad moral con el hombre, con el mundo y con la vida, nos obliga a resistirlo y a imaginar las formas de hacerlo.
Obviamente, el desconocimiento del elemento judío en el trabajo de Benjamin, en función de una interpretación que exclusivamente lo asimila al materialismo histórico o que pretende limpiar lo judío de la interpretación estética, no sólo sesga el pensamiento benjaminiano, sino que, en síntesis, lo desconoce en su complejidad abigarrada, que cita tanto al romanticismo alemán como al marxismo y la teología judía (Forster 2001; Löwy 2012).7 Podríamos pensar que Benjamin se sabía judío, pero principalmente lo sabía porque, al aparecer como tal para los demás, era empujado a una Erfahrung judía. En otros términos, ser llamado judío, y ser tratado como se trata a todos aquellos nombrados de esa forma, no supone recuperar una Erlebnis que establece la condición sustancial, sino que obliga a reflexionar la “cuestión judía” al no poder ser otra cosa más que un judío.8 Hitler, por ejemplo, hizo irreconciliable ser judío y alemán. Wohlfarth (1999) nombrará esta extraña condición como lo que era propio, no de los hombres extranjeros, sino de los hombres del extranjero. Los primeros son aquellos frente a los cuales
Para finalizar esta primera parte, es importante añadir que si la Modernidad es el reino del hombre en el mundo, también (o precisamente por eso) la Modernidad será la época en la que el hombre pone en duda su condición de ser viviente y donde se juega las posibilidades de su existencia en la política (Foucault 2002), y nosotros añadimos: en una política reducida al Derecho. No dudamos, si es necesario aclararlo, de que si las condiciones de la vida humana dependen del Derecho, y de éste depende el reconocimiento de la vida que merece ser vivida, entonces el mal no es ajeno a la política moderna, sino que el mal la constituye.
7 Además de lo anterior, y tal vez más complejo todavía, Benjamin encuentra en la teología y en el mesianismo judío las claves para pensar el materialismo histórico y para imaginar una salida a la “imaginación política moderna”. 8 En este punto, la solución que Marx (2008) propuso para la “cuestión judía” es demasiado abstracta. Si el judío, permanentemente, es obligado a replegarse sobre su ser judío y, por lo mismo, siempre es percibido como tal (y de Heidegger se desprende que ser es ser percibido), entonces, incesantemente, es devuelto a la condición que se le ha asignado: no puede abandonarla. Por tanto, la “cuestión judía” no puede resolverse con criterios abstractos de emancipación.
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Temas Varios
El mal y el mundo moderno
diferentes, a la realidad que nos enseña, radicalmente, que la banalización del mal —contrario a lo que supondríamos— lo fortalece. Tal vez, haber banalizado el mal, suponer que éste podría ser corregido con ideales ilustrados y con una ciencia secularizada al servicio del progreso, fue lo que nos permitió asistir a (y participar de) lo impensable: la experimentación biológica y la guerra como una mercancía más de consumo.
Imaginaos ahora a un hombre a quien, además de a
sus personas amadas, se le quiten la casa, las costum-
bres, las ropas, todo, literalmente todo lo que posee:
será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí
mismo; hasta tal punto que se podrá decidir sin remor-
Forster (2001) afirma que en Benjamin hay un regreso a la teología, hacia un saber olvidado por los aires ilustrados, significando este regreso un acorralamiento a la estructura y al andamiaje que, justamente, han servido de soporte a la racionalidad técnica, heredera de la Modernidad. Cabe aclarar que el regreso benjaminiano a la teología, regreso que anticipará parte del trabajo de Giorgio Agamben o Jacques Derrida (incluso con la cierta reticencia que Benjamin le despierta), no supone un gesto reaccionario o medieval, sino la búsqueda de caminos, preguntas y posibles respuestas abandonadas y que se constituyen en prioridades en un momento histórico de crisis del mundo moderno. En todo caso, “Una teología negativa que se desborda sobre su peculiar interpretación de la revolución como un acontecimiento excepcional que se desentiende y que rechaza la certeza de una espera necesaria. El mesianismo compartido de Kafka y Benjamin es negativo” (Forster 2001, 12).
dimiento su vida o su muerte prescindiendo de cual-
quier sentimiento de afinidad humana; en el caso más
afortunado, apoyándose meramente en la valoración de su utilidad. Comprenderéis ahora el doble significado del término ‘campo de aniquilación’, y veréis cla-
ramente lo que queremos decir con esta frase: yacer en el fondo. (Levi 2012, 48)
La pregunta por el mal, sugiere Forster (2001), parece una pregunta que tiene por destino no ser agotada. Plantearla, o volverla a plantear, necesariamente conduce hacia territorios que la versión moderna de la ciencia ha desatendido. Caso concreto, la literatura, la teología, el mito, la tragedia y la historia comparada de las religiones, para el desencanto de los censores epistemológicos, no pueden abandonarse si tenemos claro, y lo tenemos a propósito de los acontecimientos del siglo XX, que el mal, comoquiera que se le nombre, ha sido parte de nuestras preciadas joyas: cultura, civilización, democracia, progreso, derechos e, incluso, humanismo.
Señalando tan sólo un aspecto de la concepción teológico-negativa de Benjamin sobre la revolución, tendríamos que acuñar que asistimos a un mundo encantado con las etéreas palabras de un pacifismo que rechaza los valores de la violencia y que la desplaza al lugar de lo demoníaco (curiosamente, invistiendo al Estado como el único que puede ejercerla).9 A un mundo narcotizado con mercancías que niega cualquier posibilidad de una
La “cuestión” del mal, para ser exactos, no se agota en los saberes modernos (psicología, sociología, antropología, derecho, entre otros). Estos saberes, incapaces de responder a lo avasallante, simplemente han optado por dar la espalda y cederlo a la filosofía, como si con ello se le restase fuerza a su realización. La maniobra que cede el problema o, si acaso, la que lo encubre vistiéndolo con términos seculares, menos infectados por la teología o la literatura, podríamos suponer, agudiza el problema del mal, porque nos abandona a su disposición y nos deja incapaces de encontrar los medios para interpretarlo y resistirlo. No es extraño entonces, que el XX, un siglo lleno de promesas humanitarias, derechos humanos o búsquedas de sentido, fuera un siglo donde asistimos narcotizados al espectáculo de lo impensable.
9 Y por Zaratustra sabemos que el Estado es el más frío de los monstruos (Nietzsche 2009). El Estado destruye pueblos y luego usurpa sus lugares para hablar en nombre de pueblos que ya no existen. Así, cuando las voces del Estado dicen: “Yo soy el pueblo” o “Somos el pueblo”, privaos de oír esas voces que confunden, mienten y asesinan. Me separo completamente del punto de vista de Hernández (2011), para quien la representación del “Estado fallido” es Colombia. Yo, por el contrario, sostengo que el Estado es una figura fallida, no hay una experiencia satisfactoria y plena que pueda servir de contra-ejemplo. Así, no es que Colombia sea incapaz de crear las condiciones para la seguridad y la paz, como lo haría un verdadero Estado (pontifican algunos), sino que el Estado es justamente toda la devastación que se supone éste debe vencer y corregir. Una suerte de ideal propio de un “pacifismo tísico” (Benjamin 2009c), incapaz de reparar en la violencia que funda y conserva la figura del Estado. Lejos, pues, de encontrar realizado el ideal hegeliano de un Estado capaz de corregir los desfases morales y la injusticia de la sociedad civil (Hegel 2004). El Estado hegeliano jamás ha sido realizado.
Frente a este estado de cosas, los saberes modernos, insisto, se apertrechan en términos seculares (relativismo, psicopatía, intolerancia, creencias irracionales, conflicto de intereses, negación de la ley, quiebre del orden simbólico, y algunos otros tantos términos), que banalizan el mal y sus efectos, desconociendo, o tal vez siendo in-
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revolución que no sea subjetiva o pacífica, a ese mundo encantado y narcotizado, Benjamin (2009a) le opone un “tiempo ahora” de la revolución. Entendiendo por ello que la revolución no tiene razones para ser lo que permanentemente se desplaza a un futuro no realizable, sino que ésta tendría que ser lo que siempre se puede realizar ahora, si se abre la puerta a la fuerza mesiánica redentora que vendría a reparar —en el presente, y no en el futuro— el daño causado a los vencidos. El permanente Estado de excepción, que es la norma para los oprimidos (Benjamin, 2012b), estado en el que lo poco que se tiene puede ser arrebatado, nos lanza un nuevo imperativo moral: no hay un fracaso comparable con la miseria de no poder redimir a los vencidos.
problemático como puede parecer, podría señalar las aporías del mundo moderno: por un lado, unos derechos formales que garantizan la vida; por el otro, unas prácticas sustantivas que la destruyen. Unos derechos ontológicamente defendidos, pero históricamente negados. Un rigor del derecho que señala la inviabilidad de la violencia, pero un Estado que usa la violencia técnicamente perfeccionada para instaurar el orden del horror.11 Así, el fascismo, al igual que otros acontecimientos que a Benjamin (2012a y 2012b) le permiten hablar de la catástrofe, son productos enteramente modernos, o, al menos, es en la Modernidad donde éstos se han servido de la capacidad destructiva de la racionalidad técnica y de una Ilustración que ha mostrado otra cara de lo que se decía iríamos a alcanzar. Si otrora el desarrollo de una técnica, cada vez más eficiente y eficaz en el dominio de la naturaleza, fue el sueño de una Ilustración que presagiaba el control absoluto del ser humano (y por eso, la Modernidad fue llamada el reino del hombre en el mundo), el siglo XX mostró que la técnica perfeccionada se volvía, con todas las garras de la barbarie, contra el hombre mismo.
En otras palabras, si con Kant (2003 y 2009a) se entiende que la educación moralmente más elevada nos debe preparar para el futuro, con Benjamin (2012a y 2012b) podríamos decir que la educación tiene que prepararnos, no para el futuro, sino para hacerle justicia al pasado. Pero ¿cómo redimir a las víctimas del Estado moderno? ¿Cómo reparar la destrucción ejercida en nombre del progreso y la cultura? ¿Cómo actuar moralmente contra el fascismo? Löwy (2012, 80), tímidamente, en una nota al pie a propósito de la tesis VI Sobre el concepto de historia, reparó en una sugerencia señalando que: “Lieb y Benjamin compartían la convicción de que era preciso resistir al fascismo con las armas en la mano”. 10 Este punto,
min verá las similitudes entre la violencia mítica y el derecho. La similitud, al parecer, es que ambos fundan, manifiestan y conservan un poder. La violencia mítica para los dioses no es, ni siquiera, el medio de sus fines, sino expresión manifiesta de su existencia y, radicalmente, la fundación del derecho es también un poder que no quiere renunciar a su violencia. No se trata, simplemente, de un derecho necesario para la realización de un orden determinado, sino que el derecho mismo exige su aceptación, de tal modo que ni siquiera nos es posible hacernos la pregunta por la inevitabilidad del derecho. Por eso mismo, la violencia no se dirige meramente hacia el cumplimiento del orden sino que, abiertamente, es la manifestación de un poder que no tiene que justificarse (como el poder de los dioses). No obstante, habría un tipo de violencia divina que no instituye ni preserva, sino que interrumpe: “Sólo el Mesías consuma todo acontecer histórico, y en este sentido: sólo y primeramente él libera” (Benjamin 2009b, 141). Igualmente, a diferencia de la violencia de la reformista huelga general política que aspira a corregir el Estado a través del derecho, la violencia revolucionaria de la huelga general proletaria, que se asemeja a la violencia divina (no mítica), interrumpe el derecho para hacer innecesario el Estado, puesto que éste, como ya se sabe, ha surgido por la imperiosa necesidad de proteger, asegurar y preservar a unos cuantos en sus privilegios. En un giro teológico político, tendríamos que decir que la violencia revolucionaria es fulminante como la ira de Dios. Abiertamente, me veo obligado a interpelar la incapacidad del derecho para considerarse a sí mismo como un posible germen del mal, suscribiendo, fácilmente, que justo él es su corrección. Para un análisis amplio del problema del derecho, se recomienda el texto de Ruiz (2013).
10 Para entender claramente la cuestión aquí tratada, se recomienda el texto Para la crítica de la violencia de Benjamin (1999). Corriendo el peligro de que mi exposición sea esquemática, Benjamin supone que la violencia no es lo opuesto al derecho natural o al derecho positivo, porque si bien el primero supone que la violencia es aceptable si se persiguen fines justos, el segundo advierte que debe considerarse, ante todo, la legalidad de los medios, y se detiene poco a analizar el mundo de los fines. Con lo cual, no preguntarse por los fines implica hacer irrelevante la violencia que se instituye por la sobredeterminación de los medios. (Nótese, por ejemplo, el derecho usado para sancionar la protesta social, independientemente de que los motivos de la protesta sean justos, dado que desde el Derecho se establece cómo se puede protestar, cuándo y a través de qué medios). No obstante, uno y otro retienen para sus formas una violencia fundadora o conservadora de derecho. Para salir del impasse que ha llevado a la “imaginación política moderna” a optar por un derecho natural o un derecho positivo, Benjamin (1999) se sirve de Sorel y plantea el problema de dos tipos de huelgas: la general política y la general proletaria. Si bien la huelga general política aspira a corregir el Estado, y por lo tanto es reformista con respecto al derecho, la segunda busca abolir el derecho, partiendo de la base de que éste siempre ha servido para preservar intereses particulares. Con lo cual, la figura misma del Estado es derrocada. De hecho, vale anotar que cualquier política de reforma, por social que se proponga y por mucho que quiera corregir los defectos del sistema, es una política burguesa. Avanzando a Sorel, Benja-
11 En el caso colombiano, no es poco el paramilitarismo construido como un brazo que las fuerzas del Estado no pueden exponer, pero sin el cual no pueden funcionar. Asimismo, el recurso sistemático de los “falsos positivos”, para ilustrar, cínicamente, el compromiso del Estado con la defensa de los colombianos: ¿cuáles?
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El testimonio de Primo Levi sobre la vida en un campo de concentración alemán es un caso ilustrativo con respecto a la técnica vuelta contra el hombre y a la barbarie impensable. Según las promesas de los siglos XVIII y XIX, el mal tenía sus días contados. Kant (2003), en sus lecciones de pedagogía, propone que el mal no sería otra cosa que la negativa a someter los instintos (animalitas) a la disciplina. Promisoriamente, un mal que desaparecería a medida que el hombre fuese perfeccionando la educación, y con ello, la misma naturaleza humana, teniendo presente que en el hombre, supone Kant, sólo hay gérmenes para el bien; el mal, que se pensaba agonizante, reaparecía (si es que alguna vez estuvo ausente) en el siglo XX, capaz de poner a prueba, mediante la técnica perfeccionada, las condiciones de la vida misma.12 Sin embargo, resulta paradójico que la misma buena intención de mejorar al hombre puede encubrir el mal. Forster (2001) señala que el mal que se oculta en las buenas intenciones trae la semilla del totalitarismo, pero, a su vez, la democracia tampoco es el territorio que el mal no osa cruzar. Radicalmente, las aspiraciones fascistas o democráticas de mejorar o corregir lo humano no son opuestas; incluso, en dichas aspiraciones se aguarda la aparición de las tentativas del genocidio moderno (Tattián 1997).
nación de la entera vida social. Sin embargo, nosotros todavía no hemos sido capaces de demostrar si estamos, o estaremos, en capacidad de asimilar lo que eso supone, mínimamente, en la intimidad (llámense relaciones de parentesco, sexuales o de amistad). Ahora bien, en la esfera pública, el ejemplo claro de codeterminación de la vida social por la técnica, lo encontramos en la guerra biológica con la que experimentaron Alemania y Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, abriendo la puerta de un camino sin aparente retorno. Benjamin (2009c) lo anticipó en sus Teorías del fascismo alemán: la separación, idealmente administrada por el Derecho Internacional, entre “población civil” y “población en guerra” queda obsoleta. Del Derecho Internacional, difícilmente puede provenir atenuación alguna; no hay separación posible entre las poblaciones, la guerra biológica nos enlista a todos como “población en guerra”. Ya lo hemos dicho: el siglo XX mostró la experimentación en la guerra biológica como el campo de procedimientos que pueden transformar el hombre en una cosa que, a su vez, cumple la función de la mercancía dentro del mercado. La guerra misma puede ser rentabilizada a través de la profusa labor informativa.13 La destrucción de un hombre, el testimonio de Levi, no es la anécdota cultural o histórica que, accidentalmente, (nos) ocurrió. Al contrario, es la expresión abierta de una destrucción que se solapa en todo aquello que se nos ha dicho avanza hacia el progreso.
Si la educación ilustrada soñada por Kant dice hacernos humanos, la técnica perfeccionada por la racionalidad, en el Lagger, nos dice Levi (2012, 64), significa: “[…] una gran máquina para convertirnos en animales”. No es el caso seguir a Levi en aquello de que no habría razones para convertirnos en animales; lo humano no es el más allá donde se corrige lo animal. Lo interesante por señalar, a propósito de lo que Levi (2012) nos permite pensar, no es la supuesta animalización del hombre por el uso de la técnica, sino la capacidad de la racionalidad para convertir al ser humano en cualquier cosa y ofrecer esa cosa a la lógica del capital como una mercancía.
Para finalizar, proponemos dos puntos adicionales en la comprensión del mundo moderno y el mal. Forster (2001) señala que Benjamin descubre (al igual que Marx), los rasgos esenciales de la burguesía. En primer lugar, uno de esos rasgos es la capacidad, en apariencia sin límites, para producir riquezas. Sin embargo, riquezas que se prometen para todos mientras reaseguran unas condiciones de clase. En últimas, una riqueza que es el fin que la burguesía persigue para sí misma y que, proporcional a la riqueza que obtiene para sí, es la miseria y la destrucción que produce a su alrededor. Sumado a lo anterior, esa riqueza sólo puede ser sostenida sistemáticamente sobre la base de la producción de mercancías que se incardinan en todas las
Reparemos en una cuestión más que nos revela el mal en la Modernidad. Es en esta época cuando la técnica ha adquirido, por derecho, la capacidad de codetermi-
12 Es necesario matizar esta afirmación. Kant (2003), en sus lecciones sobre la educación, despliega un optimismo pedagógico que confía en poder alcanzar la perfección del ser humano. No obstante, en La religión dentro de los límites de la mera razón, al abordar la “cuestión” del mal radical, elabora una serie de argumentos que rozan la aporía; en últimas, Kant probablemente duda de las posibilidades que tenemos de responder la pregunta en torno al porqué del mal y, no obstante, no poder responder dicha pregunta no niega la presencia del mal entre los hombres. Para un análisis de esta “cuestión” en Kant, se recomienda el texto de Revault (2010), Lo que el hombre hace al hombre y, principalmente, el texto de Bernstein (2005), El mal radical.
13 Benjamin (2010), por ejemplo, afirmó que algo que agudiza la crisis de la experiencia en la Modernidad es la sustitución de la narración por la información. Mientras que la primera requiere tiempo, la segunda es instantánea y requiere que, en borrasca, lo informado sea reemplazado por el consumo de más información. Cabe destacar, como apunta Jay (2009), que la crisis de la experiencia en la Modernidad, más que un problema de individuos, refleja el agotamiento de la cultura y su recaída en el mal y la barbarie.
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relaciones sociales (codeterminación). De este modo, si la lógica del capital enajena la naturaleza, la incardinación de mercancías en todas las esferas de la vida social implica, necesariamente, la enajenación del hombre mismo. Las relaciones entre los hombres resultan, pues, una mercancía más.
ción intempestiva de un mal que, inesperadamente, nos encontrará (otra vez) sin respuesta alguna o, al menos, sin respuestas que puedan ilustrar la destrucción.�
El segundo rasgo de la burguesía es la violencia que la funda. La violencia burguesa reina, al lado de la mercancía, colonizando las formas del derecho (y produce el derecho), como aquello que ha de preservarla de su destitución. En este sentido, un aspecto tal vez no lo suficientemente señalado es aquel que descubre en el derecho no su función de administrar justicia (si es que lo hace), sino su maleabilidad a la hora de ponerse al servicio de quien pueda retribuirle. En últimas, el mal se expresa en la capacidad del mundo moderno de modificar, hasta el último extremo, la vida. Expresamente, el mal fragmenta la vida, y sus posibilidades, en mercancías de consumo, con la promesa (irredimible) de progreso y riqueza y con el sostén de la violencia que descansa en el derecho.
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El hilo conductor que nos lleva a percatarnos del carácter destructor de la burguesía y de la sociedad de consumo, el diagnóstico que nos permite interpelar la capacidad burguesa de preservar el imperativo de la destrucción y del consumo como elementos indispensables para el progreso, también nos conduce a afirmar lo que Benjamin (2009a) señaló: la principal medida revolucionaria tiene que hacerse cargo de evitar que el statu quo sea preservado. El materialista histórico, por tanto, no puede dejar de denunciar la catástrofe del mundo moderno y las ruinas producidas por el progreso.
6. Benjamin, Walter. 2010. El narrador. Santiago de Chile: Metales Pesados.
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Apunte final El ahora de la cognoscibilidad es el instante del despertar.
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(Benjamin 2009a, 133)
Seguramente, como bien lo expresó Deleuze (2006), ni los Derechos Humanos sirven de corrección al mundo moderno, ni son la prevención del mal futuro, pues éstos no darán muerte a los privilegios con los que el capital los viste. A lo mejor, si nuestra existencia, tal como sostiene Foucault, se ha hecho depender de una política reducida al Derecho (y el Derecho responde a aquella violencia fundadora y conservadora que sostiene los valores liberales y los privilegios burgueses), entonces hay razones para temer, en cualquier caso o en cualquier programa liberal de reforma social, la irrup-
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Cambios en las ciencias ante el impacto de la globalización* Hebe Vessuriv DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.16
¿Qué se entiende por globalizalización de la ciencia hoy? i la globalización se puede pensar “como un proceso (o conjunto de procesos) que encarna una transformación en la organización espacial de relaciones sociales y transformaciones —evaluadas en cuanto a su extensión, intensidad, velocidad e impacto— generando flujos y redes transcontinentales o interregionales de actividades, interacciones y el ejercicio del poder” (Held et al. 1999, 33), entonces, cuando se habla de la globalización de la ciencia puede argumentarse que se hace referencia a una serie de procesos equivalentes en las relaciones de ésta con la sociedad. Entre estos procesos pueden distinguirse los siguientes:
5. Más importancia de la investigación privada y mayor proximidad entre las instituciones públicas y privadas. La ciencia está crecientemente amarrada al lucro privado. 6. Presión sobre los resultados de investigación del lado del usuario, con una marcada globalización de los negocios, el poder corporativo y las redes de producción globales. 7. Comercio global, mercados globales y cambios en la posición de los países en desarrollo en la globalización económica y en las nuevas relaciones NorteSur, que impactan el ámbito científico. 8. Patrones cambiantes del financiamiento de la ciencia, con una proliferación de organismos multinacionales y corporaciones transnacionales. 9. Creciente relevancia de los problemas ambientales globales en el escenario político, que abre un espacio complejo a las ciencias sociales.
1. Intensidad de la interconectividad, reflejada en el incremento de los movimientos de artefactos y dispositivos físicos, científicos, símbolos e información a través del espacio y el tiempo. 2. Velocidad de los flujos globales, con interacciones mucho más frecuentes, regulares y pautadas entre agentes independientes, nodos de actividad o sitios álgidos de producción de conocimiento. 3. Más cercanía de la tecnología con la mayor parte de la ciencia básica. 4. Papel central de las tecnologías de la información (TIC) (transversal a toda la ciencia y la tecnología).
En este trabajo propongo algunas consideraciones relacionadas con el impacto de la globalización sobre la organización de las ciencias sociales, que pueden interesar desde la perspectiva de la región latinoamericana. Comienzo esbozando los rasgos de la globalización de la ciencia, luego toco brevemente la percepción amplia de cierto clima de crisis en las ciencias sociales, y considero las contradicciones estructurales de la ciencia, que hoy se vuelven desafíos urgentes para la misma. Seguidamente, reviso las tendencias en la organización de la ciencia y la educación superior, concluyendo con algunas reflexiones sobre ganancias y pérdidas.
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Una versión del documento fue presentada en la Conferencia Inaugural de los Posgrados de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, el 19 de marzo de 2014. v D. Phil. en Antropología Social por la University of Oxford (Reino Unido). Profesora del CIGA-UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Correo electrónico: hvessuri@gmail.com
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¿Clima de crisis de las ciencias sociales en la actualidad?
En relación con los desafíos que plantea la creciente interconectividad global, la teoría social general existente también deja que desear en sus aspiraciones cognitivas, frente a su pretensión de producir afirmaciones, conceptos y teorías universales. Esto requiere probarlos contra realidades empíricas externas a Europa o Estados Unidos, lo cual no es lo que se hace en la práctica (Shin 2013). Esta supuesta teoría general no toma en cuenta la experiencia de la mayoría de la humanidad que vive distante de los centros globales, ni la producción de teorías generales fuera de esos centros. A su vez, la teoría social general se considera universalmente válida, en condiciones en las que la realidad del resto del mundo se ve subsumida sin mayor reflexión bajo las pretensiones de conocimiento producidas en los centros globales. De hecho, la dominación del patrón actual de conocimiento social lleva a una forma distorsionada de universalidad, porque hasta aquí la pretensión de universalidad incluye y excluye arbitrariamente aspectos particulares de la realidad (Keim 2010).
Aunque el mundo académico todavía está lleno de iniciativas excitantes, hay un sentimiento ampliamente compartido que no todo está bien en el mundo de las ciencias contemporáneas.1 En las ciencias naturales y exactas los síntomas más obvios de dificultad son una tendencia a la baja en la matrícula estudiantil en varios campos del conocimiento —especialmente en Estados Unidos y Reino Unido, aunque esa disminución se ve compensada por el aumento continuado de estudiantes provenientes de países asiáticos, africanos y latinoamericanos—, la creciente desconfianza del público, los escándalos de la ciencia comercializada (por ejemplo, los fármacos),2 y ahora, cada vez más, la competencia creciente de Asia en muchas áreas clave, como la nanotecnología. En las ciencias sociales la matrícula continúa creciendo, aunque debe reconocerse que las áreas que más crecen son las que resultan instrumentales al mercado —administración, gerencia y comunicación—.3 Sin embargo, ellas también comparten este sentimiento de crisis, percibida en fracasos como los de la ciencia económica visà-vis la realidad,4 la trivialidad de mucho de lo que pasa como investigación social, su inhabilidad para responder a desafíos reales5, al igual que el compromiso de una porción de la investigación social con intereses creados.
Contradicciones estructurales en la ciencia Ravetz (2006) describe un conjunto de contradicciones, que califica como estructurales, en la ciencia euro-norteamericana, y considera que su reconocimiento amplio entre sus practicantes sería un antecedente necesario para el logro de una comprensión teórica de cómo han surgido y cómo pudieran ser resueltas. Por contradicciones entiende tensiones o problemas cuya resolución es imposible en términos de los marcos aceptados. “Las contradicciones evolucionan con el sistema que afectan. Pueden ser menos visibles de entrada y por mucho tiempo pueden ser suprimidas. Pero eventualmente pueden ‘madurar’ y requerir una solución, a menos que dañen o destruyan todo el sistema”. Hoy, las contradicciones han madurado y se vuelven urgentes. En relación con casi todas, los problemas se plantean en términos similares en las ciencias sociales y las ciencias naturales, reflejando sus raíces comunes.
1 Algunos ejemplos son mencionados brevemente por Gudmund Hernes en su Prefacio al Informe Mundial de las Ciencias Sociales 2010 del ISSC-UNESCO, tales como la no previsión de los científicos sociales de la caída del Muro de Berlín, en 1989, las fallas de la concepción del libre mercado y su sistema de regulación, tal como las reconoció Alan Greenspan en 2006 (Hernes 2010). 2 En años recientes, gigantes farmacéuticos globales como Pfizer, GlaxoSMithKline y Abbott han pagado multas gigantescas por hechos punitivos, incluidas la retención de datos de seguridad y la promoción de drogas, para su uso más allá de cualquier condición de licencia de artículos relacionados de la FDA. Véase, por ejemplo, http://www.biospectrumasia.com/biospectrum/analysis/192973/ worlds-big-pharma-frauds#.U6byoY2Szbw 3 Más de 14,5 millones de estudiantes están matriculados en América Latina en lo que se define como educación terciaria. Al igual que con otros indicadores, 96,5% de la matrícula se concentra en sólo ocho países de la región (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Perú y Venezuela). Casi en todos los países una sola carrera —administración de empresas— concentra un tercio del total de la matrícula, porcentaje cercano a la combinación de las carreras de ciencias, ingeniería y salud (Moreno-Brid y Ruiz-Nápoles 2009, 28).
Veamos algunas de las contradicciones que se mencionan en el texto de Ravetz citado: 1. Conocimiento y poder: tanto Bacon como Descartes reconocieron en una fase temprana que la relación del conocimiento natural con el poder estatal era problemática, pero después esto fue olvidado. Por mucho tiempo se creyó que la “ciencia básica” sería una “fuente de hechos”, reclamando así el crédito por las
4 Para un análisis reciente de las reformas necesarias para cambiar en profundidad las instituciones económicas internacionales, puede verse Stiglitz (2010). 5 Pierre Sané, en su Prefacio al Informe Mundial de las Ciencias Sociales 2010, llama la atención sobre la “fragmentación, falta de pluralismo y distanciamiento entre esfuerzo científico y necesidades sociales” (Sané 2010, IV).
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buenas aplicaciones y culpando a la sociedad por las malas. La posibilidad de corrupción del proceso de creación del conocimiento por su enmarañamiento con el poder institucional se volvió a reconocer gradualmente, en especial con el surgimiento de la “big science” después de la Segunda Guerra Mundial. Lo que Bacon imaginó como un matrimonio del conocimiento y el poder se ha venido convirtiendo en una fusión entre socios muy desiguales. Allí encuentra Ravetz la contradicción del conocimiento y el poder, que hoy se vuelve flagrante. Y argumenta que la manipulación y el deterioro de la ciencia relacionada con la política en el escenario actual pueden hacer daño duradero tanto a la ciencia como a la política. 2. Las consecuencias de la ciencia: la posibilidad de consecuencias adversas, usualmente “no previstas” de las aplicaciones de la ciencia, también fue reconocida por Bacon, pero después fue suprimida de la atención pública. Hoy los ejemplos de lo que puede salir mal son frecuentes en la ciencia. En las condiciones actuales, si la posibilidad de ofrecer una seguridad exitosa es dudosa, entonces es claro que la política de la innovación tomará una nueva forma. Las pretensiones genuinas de producir beneficios están actualmente en contradicción con sus consecuencias no intencionales, quizás incontrolables, negativas. 3. La calidad de la investigación: el aseguramiento de la calidad en la investigación científica ha dependido siempre de la alta calidad (técnica y moral) de su liderazgo, ya que, por la naturaleza de ese conocimiento, no puede haber un cuerpo externo de críticos expertos y evaluadores de su calidad. No obstante, el sistema informal de autorregulación está bajo creciente presión en las condiciones de la “megaciencia”. La I+D tanto civil como militar se ven crecientemente afectados por la hipérbole y la fantasía cuando el descubrimiento científico promete lucros comerciales inmediatos o ventajas militares. La necesidad de aseguramiento efectivo de la calidad de la ciencia entra en contradicción con los procesos sociales contemporáneos de producción y utilización del conocimiento en la megaciencia. 4. Innovación y propiedad: cuando surgió el sistema de dos vertientes (invención y descubrimiento), las patentes aseguraron que el mercado retribuyera a los inventores y que las revistas arbitradas dieran a los descubridores una renta de prestigio en la forma de citaciones. La contradicción entre la necesidad de vertientes distintas de descubrimiento e invención y la eliminación de esa distinción en la gestión actual de la innovación y la propiedad invita a la corrupción y parálisis en la investigación. Con la creciente mercantilización del conoci-
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miento en la megaciencia, los investigadores pierden la propiedad intelectual de sus descubrimientos, y su estatus es menor que el del artesano. Corrupción en la investigación: la contradicción está en que la integridad que antes se suponía que definía el esfuerzo científico, ahora es una causa que debe ser defendida contra las presiones corruptoras. La ciencia nunca fue inmune a la fragilidad humana, aunque en general logró una integridad excepcional. Sin embargo, particularmente en las condiciones de la megaciencia, predomina la “ciencia empresarial”, y hay muchos nuevos peligros de corrupción. Las perspectivas y recompensas del éxito instantáneo, combinado con la manipulación frecuente de la investigación y de los resultados publicados por los auspiciantes comerciales (notablemente, las compañías de medicamentos) y la complicidad de algunas agencias reguladoras, crean nuevas debilidades en los estándares éticos de los científicos y, por ende, de la ciencia. Imagen y público: la ciencia siempre prometió un retorno eventual a sus patrones, fueran éstos individuos, instituciones o el Estado. Mantener un público favorable dependió de una imagen de la ciencia como única proveedora de los medios para la felicidad humana en este mundo. Esa imagen se ha visto crecientemente comprometida por el involucramiento de la ciencia con el poder y sus consecuencias mixtas. La ciencia está atrapada en la contradicción entre la necesidad de una imagen positiva y las reacciones de un público cada vez más escéptico y demasiado consciente de sus aspectos negativos. El contexto social de la ciencia: a través de su participación en los medios de producción y conquista europeos, la ciencia estuvo plenamente comprometida en el proceso de construcción imperial y compartió sus ideologías (incluidos el racismo y el sexismo). Ahora que el poder económico se mueve hacia el este, la ciencia euro-norteamericana, especialmente en sus aspectos industriales, se revela envejecida. La reducción del reclutamiento local y la dependencia creciente de Asia son un signo obvio de esta condición. Dado el rol crucial de la ciencia en la moderna economía del conocimiento, la contradicción entre poder imperial heredado y declinación inminente es muy seria. La ciencia euro-norteamericana podría estar en un proceso de ahuecamiento análogo al de su industria manufacturera y las tecnologías de la información. La realidad: según Ravetz, quizás la más profunda contradicción de la moderna ciencia euro-norteamericana deriva de la realidad “atomística” radicalmente reduccionista que impuso la “nueva filosofía” del siglo XVII. De repente, esta antigua herejía se con-
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virtió en el sentido común aceptado en la Europa noroccidental. Excluidas quedaron las “causas finales” aristotélicas, las realidades aumentadas de la tradición mágica-artesanal de los estoicos. Los científicos tradicionalistas viven la contradicción entre el marco metafísico heredado de la ciencia moderna y el sentido común rápidamente cambiante de sus públicos.
3. Elitismo/democracia: a pesar de profesar un sentimiento democrático, la ciencia todavía forma parte de la cultura de élite. Su propio lenguaje, explícito, lógico, formalizado y técnicamente esotérico, requiere un estilo de pensamiento casi totalmente restringido a quienes reciben una educación prolongada (y costosa). La falta de rendición social de cuentas de las poderosas instituciones de la ciencia industrializada ha entrado en agenda para el debate. Inevitablemente, hay una contradicción entre las pretensiones democráticas de la ciencia contemporánea y su rol elitista real en una sociedad todavía muy desigual.
Algunas contradicciones, sin embargo, tienen un peso específico en las ciencias, consecuencia de la existencia de diferentes compromisos políticos, morales o ideológicos, con debates más o menos críticos. Entre ellas están las siguientes:
La evolución de las dimensiones organizacionales
1. Conocimiento e ignorancia: la negación de la ignorancia fue central al programa de la “nueva filosofía” del siglo XVII. La “ignorancia de la ignorancia” ha sido sostenida por los docentes y la mayoría de los filósofos. Estuvo en el núcleo de su “barbarie metafísica”, por cuanto quebró la tradición de sabiduría filosófica que se remontaba a Sócrates. La educación en ciencias es hoy mucho más dogmática que en la teología; herramientas útiles se enseñan como hechos incontrovertidos. Esto se magnifica en el contexto de las ciencias sociales. Hemos visto que se han cometido dramáticos errores en política económica. Las teorías del desarrollo y la lucha contra la pobreza muestran resultados muy modestos. Con el creciente reconocimiento de incertidumbres críticas en las políticas y de “desconocidos desconocidos” de todo tipo, la ignorancia ha vuelto para vengarse. La contradicción entre conocimiento irreflexivo y la ignorancia ignorada perjudica la búsqueda misma de conocimiento. 2. Lo verdadero y lo bueno: las contradicciones entre la vieja visión absolutista de la ciencia y las nuevas realidades de esta institución humana requerirán considerable madurez para su resolución. En su larga lucha contra las instituciones de la teología, la ciencia reclamó para sí el logro de lo verdadero y lo bueno en este mundo. Si bien entre los filósofos lo verdadero ha estado en retirada por más de un siglo, la enseñanza de la ciencia todavía no ha digerido el cambio. Apenas si hemos aprendido cómo nuestro conocimiento y nuestra ignorancia reciben forma de valores que permean la investigación. En cuanto a lo bueno, está comprometido no meramente en las aplicaciones de la ciencia, sino también en sus mismas actividades. La pérdida de convicción de que la ciencia está esencialmente envuelta en lo verdadero y lo bueno no puede sino afectar la moral de la cual dependen críticamente la matrícula estudiantil y el aseguramiento de la calidad.
Los procesos de cambio tienen lugar en diferentes ámbitos y arrastran historias particulares, conduciendo a resultados diferentes que se perfilan en variadas configuraciones organizacionales. No se resumen en un único proceso de cambio, sino que funcionan de acuerdo con sus distintos legados históricos, cuya interacción precisa considerarse cuidadosamente, pues los logros suelen ser contingentes y variables. En esta fase interesan los procesos, factores y patrones causales, para tratar de deducir las formas generales de los procesos en marcha, y visualizar cómo se manejan las contradicciones duraderas en las ciencias, en particular en las ciencias sociales. La organización de la ciencia en el presente es muy diferente de lo que era la little science hace unas décadas.6 A la big science, que llegó con el Proyecto Manhattan y la elaboración de la bomba atómica,7 más recientemente se le ha sumado otro estilo de organización de la investigación, la “megaciencia”,8 generando un nuevo conjunto de problemas.
6 Una expresión de nostalgia de Alvin Weinberg (1961), cuando describía la little science como un mundo de investigadores individuales independientes libres de trabajar solos o con estudiantes graduados sobre problemas que ellos mismos elegían. El hecho de que en nuestra región eso todavía sea una realidad frecuente en nuestras universidades, es a menudo tomado como reflejo de nuestra situación periférica y atrasada. Valdría en este punto el calificativo con el que describe Marcel Roche (1987) la ciencia en Venezuela en los años de 1950, en su trabajo “El discreto encanto de la marginalidad: historia de la Fundación Luis Roche”. 7 La big science fue un estilo de investigación científica desarrollada durante y después la Segunda Guerra Mundial como parte de la nueva economía política de la ciencia, que definió la organización y el carácter de buena parte de la investigación en física y astronomía, y más tarde, de las ciencias biológicas. Se caracteriza por instrumentos e instalaciones de gran escala, financiados por gobiernos o agencias internacionales, en los cuales la investigación la hacen equipos o grupos de científicos y técnicos. Algunos de los proyectos más conocidos de la big science incluyen el CERN para física de altas energías, el Telescopio Espacial Hubble y el programa Apolo. 8 El término megascience cubre proyectos o programas de investigación científica muy grandes, predominantemente básicos, que tienen
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Desde finales de los años cuarenta, con la poderosa industria militar, de defensa y armamentística norteamericana y sus sectores asociados, fundamentalmente el sector aeroespacial ubicado en el sur de California, creció lo que el presidente Eisenhower llamó el “complejo militar-industrial” (discurso de despedida de su presidencia, en enero de 1961). A partir de 1946, en vez de invertir en gastos públicos para reactivar la economía, como había ocurrido durante la Depresión de 1930, la industria militar, que con la guerra se había convertido en la locomotora de la economía norteamericana, continuaría en pleno rendimiento con base en grandes inversiones estatales, con la excusa de la Guerra Fría. La industria militar proporcionó a Estados Unidos una tecnología avanzada para usos militares, que también eran aplicables al campo civil. Ejemplos de ello fueron las microondas, el radar, el láser, los desarrollos de la astrofísica y la astronáutica, la informática e internet.
A lo largo del siglo XX hubo una apropiación política de la ciencia por parte de los Estados-naciones, a través de la construcción de la educación superior como elemento central de sistemas de educación nacional. Las universidades llegaron a ser vistas como organizaciones políticas y científicas (Marginson 2006). Cuando la investigación se consolidó como una actividad institucional de interés nacional, cuya justificación era construir comunidades científicas como instrumento de desarrollo, el esfuerzo se complicó por la presencia de fuerzas contradictorias en pugna, pues la aspiración a la excelencia académica llegó a implicar la adopción de la agenda internacional, y que se pospusiera indefinidamente el prestar atención científica a problemas nacionales (Varsavsky 1969; Vessuri 2013). En años recientes hubo un cambio del “curriculum imperial” a uno “global”. Antes, los líderes políticos del mundo (del Norte y del Sur) se formaban en las metrópolis mundiales. Ahora, en las condiciones del nuevo régimen de conocimiento, ellos y la fuerza de trabajo internacional se entrenan en universidades ubicadas en una multiplicidad de sitios, además de los centros euronorteamericanos. El nuevo modelo para las universidades en todo el mundo ya está instalado.
Desde los setenta, una década de ruptura industrial, cuando se dio el salto tecnológico más grande de la historia militar de Estados Unidos —como reacción al fiasco militar en Vietnam—, condujo a un crecimiento exponencial de la hegemonía tecnológica de ese país. En los años de Thatcher y Reagan, la empresa privada pasó a dominar el discurso, mientras que el “complejo militar-industrial-científico” comenzaba a difuminarse en el nivel de la retórica, aunque no como fuente de avance tecnológico. El tamaño general del esfuerzo científico continuó creciendo, no sólo en relación con las ciencias naturales, sino también en el caso de las ciencias sociales. Y simultáneamente, la escala de los proyectos individuales saltó en magnitud. A medida que masas de datos más grandes pasaban a requerir cálculos cada vez más complicados, el poder de las tecnologías de la información estalló, haciendo que los costos cayeran. Se desarrollaron las simulaciones computacionales, primero para operar donde no era posible experimentar, como en la astrofísica (Sundberg 2012), y luego como complemento de los experimentos, y eventualmente como sustitutas de los mismos.9
Al mismo tiempo, se da una tendencia en la cual las universidades comparten la escena con múltiples formas nuevas (institucionalizadas y no institucionalizadas) para la producción y reproducción del conocimiento. Si en el pasado las universidades eran el epítome del conocimiento, hoy compiten con otras instituciones y grupos. Intelectuales no institucionalizados y no gubernamentales, junto a crecientes cantidades de intelectuales, en la academia y sectores gubernamentales, constituyen una categoría no homogénea, con diferentes niveles de práctica alternativa. Éstos no se preocupan por la necesidad de definirse a sí mismos en términos de la ciencia hegemónica, pues responden a una lógica distinta. Es obvio que no todo el mundo ni las comunidades científicas experimentan la interconectividad global de la misma manera, ni en el mismo grado. Se percibe la emergencia de redes y sistemas interregionales de interacción e intercambio dinámicos. Sin embargo, el enmarañamiento de sistemas nacionales y sociales con procesos globales más amplios debe distinguirse de cualquier noción de integración global.
objetivos únicos y coherentes. Los verdaderos megaproyectos son de dos tipos fundamentalmente diferentes: el megaproyecto de una instalación central, tales como el telescopio espacial y la Instalación Europea de Radiación de Sincrotrón; el megaproyecto de instalación distribuida, como los varios Programas de Investigación de Cambio Global coordinados por el Grupo Internacional de Agencias de Financiamiento para el Cambio Global (IGFA, por su sigla en inglés), y el Proyecto del Genoma Humano (Ratchford y Colombo 1996).
El orden global que se perfila parece tejerse en redes de relaciones complejas entre comunidades nacionales, disciplinarias o temáticas, e instituciones internaciona-
9 La catálisis computacional es una de las áreas con gran futuro en la química computacional. Se necesita un software adecuado al problema específico de la química cuántica, debido a la importancia estratégica de la industria petroquímica. El análisis experimental con base instrumental es muy costoso. El modelaje permite predecir
propiedades materiales y conduce a ahorrar tiempo y dinero en el mejoramiento de nuevos materiales (Parada, Perdomo y Rivas 2009).
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les, organizaciones no gubernamentales y corporaciones multinacionales. Estas redes interactuantes y superpuestas definen una estructura en evolución, que simultáneamente impone restricciones y da poder a comunidades de conocimiento, instituciones y fuerzas sociales. En este sentido, podría entenderse la globalización como similar a un proceso de estructuración, por cuanto es producto de acciones individuales y de las interacciones acumuladas entre incontables agencias e instituciones en todo el globo. La globalización se asocia a una estructura global dinámica en evolución que al mismo tiempo facilita y restringe. Pero también es una estructura altamente estratificada, ya que es eminentemente desigual: refleja patrones existentes de desigualdad y jerarquía, mientras también genera nuevos patrones de inclusión y exclusión, nuevos ganadores y perdedores.
mente inadecuada como método y como perspectiva para las grandes cuestiones de política de nuestro tiempo. En el modelo convencional de la ciencia, la persona experta comienza con la ciencia, y luego deduce lo que debiera hacerse en la práctica. Los desafíos actuales están estrechamente conectados a la aceleración de la producción y el consumo, el crecimiento poblacional, la globalización socioeconómica y cultural, y patrones difundidos de desigualdad. Fenómenos como el consumo desbordado de combustible fósil, la deforestación, la intensificación agrícola, la urbanización, la sobreexplotación de pesquerías, la producción de desechos y el cambio climático constituyen en conjunto un rasgo importante de la vida contemporánea, que requiere innovaciones de políticas y transformaciones organizacionales (ISSC 2013).
Pérdidas y ganancias: a manera de conclusión
Los procesos de globalización afectan a las distintas áreas de las ciencias. En particular, las ciencias sociales tienen un papel en la difusión de la voluntad del Estado corporativo en su intento de disciplinar la sociedad. Pero como los patrones de interconexión global son bastante diferentes en cada una de las áreas y en cada uno de los contextos, cualquier explicación general de los procesos de globalización de las ciencias sociales debe reconocer que, lejos de ser una condición singular, puede describirse mejor como un proceso diferenciado y multifacético. Con la expansión de la escala de las actividades en las cuales las ciencias sociales se organizan y practican, se da un mayor alcance de las redes y circuitos de autoridad/poder. En un sistema global crecientemente interconectado, las decisiones, acciones o inacciones de agencias en un continente pueden tener consecuencias significativas para la membresía en otros continentes. La distancia se vuelve un ingrediente crucial, y con él, la dilución de la responsabilidad y la transformación de la autoridad y su legitimidad. Patrones de estratificación global median el acceso a los sitios de prestigio/poder, mientras que las consecuencias de esa globalización se experimentan de maneras dispares. Las élites científicas en las áreas metropolitanas mundiales están hoy mucho más estrechamente integradas y buscan un mayor control sobre las redes globales.
Si algo nos enseña la historia, es que no hay vuelta atrás. El pasado es realmente otro mundo (Judt 2010). No es cuestión, entonces, de envolverse en historias nostálgicas si queremos entender cómo se desenvuelve el presente y se va construyendo el futuro. Pero sí debemos reconocer de dónde venimos y tratar de tener más claridad sobre la dirección en la que queremos avanzar. Es imposible predecir cómo van a resolverse las múltiples contradicciones sistémicas en las configuraciones que va asumiendo la ciencia en esta nueva fase de globalización. En las últimas décadas, la búsqueda del autointerés material se ha convertido en una virtud. De hecho, se ha argumentado que constituye lo que queda de nuestro sentido de propósito colectivo. Sin embargo, la calidad materialista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. Hemos entrado en una era de inseguridad y temor que corroe la confianza e interdependencia sobre las que descansan las sociedades civiles. El economicismo y sus descontentos son el resultado de habernos acostumbrado a restringirnos a cuestiones de ganancias y pérdidas —cuestiones económicas, en el sentido más limitado—. Pero esto no es una condición humana instintiva; es un gusto adquirido. Y la ciencia no tiene por qué estar amarrada a cuestiones económicas como un mero factor de producción; ella puede ayudar a construir un mundo más humano y amable.
Un ejemplo de las formas como se organizan las ciencias actualmente lo dan las ciencias ambientales, las cuales suponen fuertes compromisos con los valores humanos y reconocen las profundas incertidumbres del presente. Radicalmente diferentes de las ciencias “normales”, donde la incertidumbre se matiza y los valores se suprimen, con ellas vemos a la ciencia posnormal en acción, en la terminología de Ravetz y Funtowicz (2000). La ciencia “normal”, de resolución de rompecabezas, resulta total-
Toda esta agitación pareciera estar lejos de la “ciencia” tal como se la entendió tradicionalmente. Sin embargo, se relaciona claramente con la ciencia contemporánea. Hemos visto en estas páginas que los desafíos que ella enfrenta son grandes. Si la hegemonía cultural de
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la ciencia se destruye, se pueden esperar conmociones, confusión y excesos de todo tipo luchando por la supremacía. No obstante, se observan iniciativas, formas organizacionales y cognitivas diferentes, en el sentido de reflexionar y cambiar las propias maneras de pensar y hacer ciencia, las teorías, los supuestos, metodologías, instituciones, normas e incentivos, reconociendo una variedad de formas cognitivas diferentes, para contribuir con mayor eficacia a enfrentar los difíciles desafíos interdisciplinarios y transectoriales que enfrenta la sociedad humana. Esto obliga, más que nunca, a los colectivos de la ciencia a ser más efectivos en la resolución de las contradicciones que ella arrastra, de manera creativa, honesta y no destructiva.�
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Excelencia o pertinencia: para dónde van las ciencias sociales en la Universidad de los Andes Mauricio Nietov DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.17
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a evaluación de la producción académica suele hacerse bajo parámetros cuantitativos que pretenden ser universales, en los que se contabiliza fundamentalmente el número de publicaciones de los investigadores. Así, la cantidad de productos impresos miden la calidad de un grupo de investigación o de toda una institución, y las carreras académicas individuales en instituciones académicas prestigiosas dependen, en gran medida, de estas cifras. Bajo estos criterios, la Universidad de los Andes ocupa posiciones destacadas frente a otras instituciones educativas del país, e incluso ocupa lugares notables en la región latinoamericana. A nivel mundial, según estas formas de medición, hechas a la medida de los grandes centros académicos norteamericanos, parecería que estamos muy lejos de las más poderosas instituciones de educación superior del Norte. No hay duda de que tenemos un largo camino por recorrer, pero es urgente trabajar en la definición de parámetros de evaluación de calidad académica en estrecha relación con nuestras propias metas y necesidades.
de los cuales hacemos parte. Parece entonces sensato dejar de lado por un momento nuestra preocupación por la evaluación de la calidad de los productos académicos y su tradicionales referentes internacionales de índices de publicaciones seriadas (Thomson Reuters y Scopus), para reflexionar sobre el sentido de lo que hacemos desde la Universidad frente a las propias necesidades. Resulta benéfico que de vez en cuando retomemos preguntas con respuestas aparentemente obvias sobre el sentido de nuestro trabajo, más allá de la presencia o no de la producción académica en índices o rankings académicos internacionales. Algunas de las más claras conclusiones de los actuales Estudios Sociales de la Ciencia nos pueden dar una mano frente a estas preguntas. Historiadores, sociólogos y filósofos del conocimiento de las últimas décadas han hecho evidente que el conocimiento, y si se quiere, la verdad, tienen una estrecha relación con los contextos históricos y culturales en que se producen. El conocimiento en todos los campos del saber, sin importar si se trata de ciencias “duras” o “blandas”, “básicas” o “aplicadas”, sobre la sociedad o sobre la naturaleza, ya sea producido en grandes centros o en las periferias del orden mundial, siempre se origina en un contexto y en un momento histórico específicos. Por este simple hecho, difícil de refutar, es posible afirmar que el lugar donde se produce
Menos evidente pero igualmente importante, es la pregunta sobre nuestro trabajo en términos de pertinencia. Pertinencia, como su sentido etimológico nos enseña, tiene que ver con pertenencia, con el lugar y el mundo
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Doctor en Historia de la Ciencia por la University of London, Reino Unido. Vicedecano de Investigaciones y Posgrados de la Facultad de Ciencias Sociales, y profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Colombia. Líder del Grupo de investigación Historia y Sociología de la Ciencia (Categoría A en Colciencias). Correo electrónico: mnieto@uniandes.edu.co
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el conocimiento es relevante. A menos que creamos en algún tipo de conocimiento eterno o divino, la afirmación es obvia: el conocimiento es un producto humano que se origina y circula en momentos y espacios concretos. Esta realidad tiene consecuencias que para algunos pueden parecer problemáticas: como producto humano, el conocimiento es inseparable de intereses, necesidades y prácticas relacionados con ámbitos políticos, económicos, ideológicos y culturales. En este orden de ideas, la “herejía” de politizar la ciencia no es en últimas un pecado tan serio; de hecho, la ciencia siempre ha sido un asunto político, estrechamente relacionado con la legitimación, la construcción o el cambio de las formas como se configuran los órdenes sociales y naturales.
La definición de prioridades de investigación no es algo que se pueda crear por decreto; se construyen colectivamente, deben ser el resultado de la confluencia de actores e intereses, tanto académicos como económicos y políticos. Mientras más amplias y robustas sean las articulaciones entre disciplinas diversas, y las conexiones y las asociaciones del mundo académico con la sociedad en general, podremos tener una ciencia social más potente y pertinente. La Facultad de Ciencias Sociales tiene claros vínculos con la comunidad internacional: buena parte de nuestros profesores se han formado en universidades extranjeras, pertenecen a redes internacionales, y varias de nuestras publicaciones circulan en espacios internacionales. No obstante, y con justa razón, los intereses y temas de trabajo son locales.
Una segunda gran lección de los Estudios Sociales de la Ciencia es que el conocimiento es comunicación, y por ende, no existe conocimiento sin público. En la historia de las ciencias no existen genios ermitaños; por el contrario, los grandes aportes del conocimiento han sido siempre la labor de grandes comunicadores cuyas ideas consiguen amplia aceptación. Esto quiere decir que el conocimiento no es el producto de mentes aisladas, sino de prácticas colectivas, de acuerdos, de transacciones, y sólo existe conocimiento relevante en la medida en que quienes lo producen construyen complejas relaciones con la sociedad a la que pertenecen. La negación de esta realidad perpetúa una concepción idealizada e irreal del mundo académico y facilita su permanencia en círculos aislados.
Como es predecible en una Facultad diversa, con departamentos de Antropología, Ciencia Política, Filosofía, Historia, Lenguajes y Estudios Culturales, y Psicología, y con cerca de un centenar de profesores formados en lugares y escuelas muy variados, los temas de investigación son igualmente numerosos. Un intento por responder la pregunta sobre cuáles deben ser los temas más relevantes de investigación, o mejor, cuáles son las prioridades de investigación de nuestros profesores, podría en una primera mirada remitirnos a un listado tan amplio de tópicos como del número de profesores. Sin embargo, si rompemos con los aislamientos de los proyectos, grupos y departamentos, es posible identificar preocupaciones comunes y reconocer campos e intereses que comparten profesores de distintas disciplinas. Es más, un recorrido por los más marcados intereses académicos de la Facultad parecen dibujar un mapa de los grandes desafíos de la Colombia contemporánea. Entre las áreas de trabajo notables podemos mencionar: 1) Diversas formas de abordar el conflicto y construcción de paz; 2) Política contemporánea, gobierno y democracia; 3) Formas de acción política desde la sociedad civil; 4) Naturaleza, espacio y sociedad; 5) Educación, salud y equidad; y 6) Colombia en la región latinoamericana y en el mundo. Estas áreas responden a los temas que se han venido trabajando de manera aislada en las distintas unidades de la Facultad, pero que tienen en común un marco de referencia frente a problemáticas locales contemporáneas. Muchos otros frentes legítimos de investigación existen y deben ser apoyados; pero es evidente que la Facultad tiene el potencial para convertirse en un gran centro de pensamiento, de reflexión y de formación de capital humano, con una evidente capacidad para hacer parte y contribuir de manera significativa en la construcción de una sociedad mejor.
Estas lecciones de la historia no son un ataque a la ciencia, no pueden conducir a la negación de su importancia y poder; tampoco deben alimentar la desesperación de no contar con una única forma de conocimiento universal, ni justifican la promulgación de tesis anarquistas como que en ciencia “todo vale” y todo da lo mismo; nos permiten, por el contrario, pensar sobre el conocimiento de forma más realista y entender mejor su relación con las sociedades que producen y consumen conocimientos. El reconocimiento del carácter histórico, social y colectivo del conocimiento nos ofrece lecciones que vale la pena considerar a la hora de diseñar políticas, estímulos o estrategias de investigación: en primer lugar, no tiene ningún sentido que las agendas de investigación de un país o de una universidad pretendan operar de manera independiente, o de espaldas a comunidades académicas amplias y en el mundo contemporáneo, ciertamente internacionales, y no podemos dar la espalda a prácticas y reglas de juego de carácter global. Sin embargo, tampoco tiene sentido que dichas agendas sean una simple emulación de las prioridades propias de los intereses académicos de otras latitudes.
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Para que esto sea posible es necesario propiciar la mayor cantidad de conexiones, vasos comunicantes, alianzas y debates entre disciplinas y paradigmas distintos. La interacción entre el Gobierno y la academia, o entre la empresa privada y la Universidad, ha sido escasa, y las carreras profesionales de los profesores universitarios ocurren en el marco de ámbitos académicos más bien estrechos. Esto se explica, en parte, porque los estímulos internos y externos van en otra dirección, y también, por una larga tradición cultural en países como el nuestro, que mantiene una brecha notable entre el mundo académico profesional y el mundo de la empresa o de lo público.
cional. Historias similares podrían observarse en otras disciplinas; nuestra producción académica, preocupada por asuntos locales, gana presencia internacional. El país enfrenta hoy cambios históricos notables que requieren una profunda comprensión de las realidades sociales, culturales, demográficas, económicas y geográficas de Colombia y sus regiones. Esto mismo se ha afirmado en el pasado, y posiblemente se seguirá diciendo en el futuro, pero es innegable que los diálogos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que se adelantan hoy en La Habana, y la posibilidad de una nueva fase en la historia del conflicto armado —del que se busca su culminación—, nos confrontan con retos mayores, y no simplemente para los estudiosos de la guerra; para quienes trabajan con víctimas; y en temas de negociación o justicia transicional. El sueño de un nuevo país sin conflicto armado supone mucho más que un acuerdo entre dos bandos. Nos lleva a temas mayores —algunos viejos, otros nuevos—, que deben permitir entender con mayor transparencia las causas del conflicto, construir una nueva democracia, poner en marcha nuevas formas de gobernabilidad, la búsqueda de equidad, el real reconocimiento de la diversidad y la riqueza cultural, y todo esto dentro de la inevitable inserción del país en un nuevo orden global.
El aislamiento académico no es, como algunos pueden defender, garante de neutralidad, y tampoco, una fortaleza epistemológica; es más bien una debilidad tanto científica como política. La reclusión en torres de marfil es una situación indeseable e insostenible, que, de hecho, está mostrando vigorosas señales de cambio. Lo anterior no quiere decir que se pongan en riesgo la independencia intelectual y el carácter crítico própio del trabajo académico. A diferencia de otras áreas del conocimiento más instrumentales, las ciencias sociales tienen una larga tradición de pensamiento crítico, y desde la formación de estudiantes en el pregrado hasta la investigación del más alto nivel, la Facultad debe incentivar la consolidación de puntos de vista propios, independientes y reflexivos. Por lo mismo, la búsqueda de conexiones más robustas con la sociedad no supone que estemos abandonando o que debamos dejar de lado la formación o la reflexión teórica; tampoco supone detrimento de calidad ni el abandono de la excelencia, y mucho menos, desconocer que un motor clave para la investigación está en la curiosidad científica y el amor por el conocimiento. Las grandes teorías de autores clásicos y los marcos teóricos importados son un componente esencial de la reflexión académica, pero muchas veces pueden ser insuficientes o limitados a la hora de abordar problemas locales. La investigación social es mucho más que la recopilación de datos, y nuestros objetos de estudio y nuestras perspectivas particulares pueden ser una fortaleza teórica y una oportunidad de innovación conceptual. Un ejemplo de esto es la agenda de investigación del Departamento de Filosofía, muy distinta a la de hace veinte años, de profesores de historia de la filosofía clásica; hoy encontramos un grupo de filósofos profesionales, volcados a pensar problemas locales y contemporáneos. Este cambio no está relacionado con un menor rigor disciplinar, ni con un retorno al provincialismo; parece más bien una señal de madurez. No es una coincidencia que las publicaciones de los profesores de Filosofía no sólo sean más frecuentes, sino de mayor visibilidad interna-
La preocupación de la Facultad de Ciencias Sociales por los problemas nacionales, sobra recordar, no es nueva, pero su impacto por fuera de los ámbitos académicos no es fácil de evaluar. La formación de profesionales, más recientemente de investigadores de alto nivel, el creciente número de publicaciones, y en general la producción de conocimiento, han sido, sin duda, contribuciones significativas, pero éste parece ser un buen momento para repensar estrategias y buscar mayor incidencia en la transformación de la sociedad. El Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales (CESO) se creó en el año 2000, con la finalidad de articular y administrar las investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales, tal y como se enunció entonces, para gestionar y financiar proyectos de investigación, con el fin de proyectar la Facultad hacia la sociedad mediante el estudio y tratamiento de los problemas sociales mas acuciantes del país. Desde entonces, la actividad investigativa y los posgrados crecieron rápidamente. Hoy, la Facultad cuenta con treinta y ocho grupos avalados por Colciencias, más de sesenta proyectos activos, diez programas de maestría y cinco de doctorado. A los proyectos de investigación de la planta de profesores se debe sumar un número amplio de tesis de maestría y doctorado que estudian en su gran mayoría asuntos locales.
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En 2014, la Facultad está mejor preparada para enfrentar las necesidades de la Colombia contemporánea. Los distintos departamentos de la Facultad cuentan con programas de pregrado para la formación de profesionales con bases sólidas en los distintos frentes de las ciencias sociales. Los más de noventa profesores de la Facultad, junto con los más de trescientos estudiantes de posgrado de los distintos departamentos, constituyen un capital humano invaluable para enfrentar estos retos. Los objetivos de la Facultad, sin embargo, no se pueden limitar a la investigación y producción de conocimiento. Por su naturaleza universitaria, éste debe contribuir a la formación de nuevos profesionales en las ciencias sociales al nivel de pregrado, a nuevos proyectos de investigación en los programas de posgrado, e igualmente procurar la difusión y circulación adecuadas de sus productos. De esta manera, la Facultad debe centrar sus esfuerzos en tres frentes:
mayor articulación de la Facultad con las demandas de la sociedad, principalmente del Estado. Como hemos insistido, además de continuar con su tradicional vocación de reflexión académica, teórica y empírica, la Facultad de Ciencias Sociales debe incentivar la interacción con entidades gubernamentales frente a políticas públicas, planes de gobierno, y en general, con las necesidades del país; debe incrementar sus alianzas con empresas privadas; ampliar y afianzar las redes y las relaciones con entidades regionales, nacionales e internacionales. 3) Difusión e impacto: los investigadores de la Facultad deben procurar difundir los resultados de las investigaciones a través de las publicaciones científicas internas y externas a la Universidad, proponiendo reflexiones y enfoques teóricos nuevos desde sus disciplinas. Así mismo, conocemos la necesidad de proponer ejercicios de construcción conjunta de conocimiento con actores no vinculados a la academia; por ello, gran parte de los proyectos implican la realización de foros, mesas de trabajo, talleres, y una amplia divulgación en diversos medios de comunicación.
1) Formación: como parte de la Universidad de los Andes, la Facultad tiene una vocación docente, y nuestra tarea primordial está en la formación de un nuevo capital humano, tanto en los programas regulares de pregrado y posgrado como en el ofrecimiento de capacitación para públicos no universitarios.
Todo lo anterior nos permite confiar en que en un futuro cercano, la Facultad podrá consolidar un centro de investigación en Ciencias Sociales más robusto y mejor articulado con los desafíos de la sociedad colombiana, cuyos productos de investigación o consultoría sean más visibles, pertinentes y referentes para la conformación de una opinión pública más informada y reflexiva, al igual que para la implementación de programas de gobierno y políticas públicas y privadas.�
2) Investigación y consultoría: la Universidad debe apoyar con sus propios recursos proyectos de investigación, pero aun más relevante es la gestión permanente de recursos externos públicos y privados de fuentes nacionales e internacionales. Esta tarea es importante, no porque sea una fuente de ingresos, sino más bien porque implica una
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¿Por qué la filosofía debe ocuparse del problema de las víctimas?
l filósofo español Manuel Reyes Mate es miembro fundador del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), destacado académico y toda una autoridad reconocida en el campo de la significación política, moral, ética, estética y epistémica del estudio de las víctimas. Dirige ininterrumpidamente como investigador principal el proyecto “Filosofía después del Holocausto” desde 1990, es director, además, de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, proyecto editorial que cuenta con la participación de más de 500 autores, con 31 volúmenes publicados, y que propulsa al proyecto “Pensar en español”. Fue Premio Nacional de Ensayo en España por su obra La herencia del olvido (Reyes 2008b); en su extensa producción bibliográfica se cuenta fácilmente un centenar de artículos y libros orientados al papel de la filosofía después del Holocausto (Auschwitz). El filósofo sostuvo un ameno diálogo sobre diversos aspectos de su pensamiento en torno a la resignificación de las víctimas y a la comprensión de una epistemología y una ética de las mismas, el “deber de la memoria”, el “imperativo adorniano” y el rol del intelectual frente a la barbarie, así como la relación política-violencia y violencia-justicia, desde la mirada de la víctima.
Manuel Reyes Mate (MRM): La filosofía siempre se ha ocupado del problema de las víctimas; el ejemplo de Hegel es muy significativo. Hegel es un filósofo cuyo genio consiste en haber sabido interpretar y dar un sentido al conjunto de las acciones y de los hechos de la humanidad. Yo digo que Hegel es como el notario de la historia; él reconoce que la historia se ha construido sobre víctimas, que siempre han estado ahí. Teniendo en cuenta este presupuesto, se pueden mirar otros autores como Aristóteles, quien tematiza la figura del esclavo; es más, el tema de la esclavitud ha sido motivo de reflexión de filósofos, teólogos y artistas hasta el siglo XIX. Las víctimas siempre han estado en la filosofía; el problema de la filosofía es que nunca les ha dado importancia y las ha hecho insignificantes, es decir, las ha privado de significación. El propio Hegel da la respuesta cuando dice que la humanidad ha construido su historia a partir del concepto de progreso; superar las metas, acceder a nuevos conocimientos, al despliegue de las posibilidades del ser humano tanto individual como colectivamente, eso es el progreso; tiene un costo, y efectivamente, las víctimas han pasado a ser el costo del progreso. Esto ha sido una especie de supuesto de toda la humanidad hasta hoy.
v Magíster en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional (Colombia). Profesora de la Universidad San Buenaventura (Colombia). Correo electrónico: tatifilo@hotmail.com D Licenciado en Filosofía por la Universidad de San Buenaventura (Colombia). Estudiante de Máster en Filosofía, Université Paris VIII Vincennes à Saint Denis (Francia). Correo electrónico: nelsonalba@hotmail.com
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¿Cuál es la novedad frente al actual tratamiento de las víctimas si éstas siempre han existido?
“hemos llegado a un punto en el que hay que repensar todo a la luz de la barbarie para que la barbarie no se repita”. Ese “deber de la memoria” nace en Auschwitz y obliga a repensar la política y la ética a partir de la barbarie, es decir, a partir de la importancia de las víctimas; dicha conciencia de repensar todo a la luz de la barbarie aparece alrededor de 1945, cuando los campos son liberados, pero por el destino de la historia, y causas mucho más humanas, lo cierto es que después de 1945 lo que hay es un gran tiempo de silencio y de olvido. Sólo es hasta los años ochenta, con el debate de los historiadores en Alemania, y acontecimientos tan secundarios como la transmisión de la serie televisiva “El holocausto”, que la opinión pública mundial redescubre el holocausto. Esto desencadena una reflexión sobre la memoria, que luego se ha impuesto en todos los campos.
MRM: Pues que se han hecho visibles. Han pasado de estar invisibilizadas a hacerse presentes, visibles y, por tanto, a tener significación. ¿Cómo explicar todo esto? Yo no tengo una respuesta clara, el hecho es que en los últimos veinte años las víctimas han empezado a aparecer públicamente, a ser consideradas en momentos de conflicto. Yo he estudiado, por ejemplo, los distintos intentos de negociación de los gobiernos en España con la organización terrorista ETA, y uno ve, perfectamente, cómo en las negociaciones entre los años ochenta y 2000 no se tenía en cuenta a las víctimas para nada. Había un supuesto común al Estado y a los terroristas, y era la importancia de la vida. Los terroristas sabían que para el Estado lo importante era garantizar la vida de los ciudadanos, y no hay mayor debilidad y desgracia para un Estado que tener un grupo terrorista, porque éste impide el desarrollo de dicha garantía. Eso lo sabía el terrorista en la negociación, y por tanto, sabía que si dejaba las armas podría negociar con el Estado todo, pues aseguraba al Estado el ejercicio de su mayor prioridad; en todas esas negociaciones primaba la cuestión de las armas y la vida; las víctimas solamente aparecen en las negociaciones de 2005.
Cuando hablamos de “deber de la memoria” estamos diciendo muchas cosas, pero lo fundamental es entender que la barbarie en el siglo XX ocurrió sin que fuera pensable, nadie llegó a imaginarlo, y cuando lo impensable ocurre, se convierte en lo que da que pensar, es decir, lo que nos enseña el holocausto es la limitación del conocimiento; se vio que la razón ilustrada tiene unos límites que no sospechábamos; habíamos confiado mucho en ella y ahora descubrimos no solamente que lo fundamental escapa a sus posibilidades de conocer, sino que además ella misma se convierte en razón de la barbarie, dándose a sí misma. El “deber de la memoria” consiste precisamente en tomar nota de esa experiencia y convertir el acontecimiento impensable en el punto de partida de la reflexión política, moral o estética. Eso es exactamente la memoria; para mí, es saber que a la hora de emprender una tarea intelectual hay que empezar con algo que no está en un silogismo, sino que es un acontecimiento. Un acontecimiento que es formalmente Auschwitz, pero que sólo es un símbolo de algo que ocurre más banalmente en la vida, y es el sufrimiento. En el fondo, el “deber de la memoria” se sustancia en ese dictum adorniano, “dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad”; ése es el “deber de la memoria”, más que acordarse de los judíos.
Ahora es un hecho que la opinión pública no admite que se ignore a las víctimas: hay un nuevo sujeto que cambia totalmente las reglas de juego, pero en ese momento, eran totalmente desconocidas públicamente, no aparecían ni en los libros, los debates, la cultura, ni mucho menos en las preocupaciones de la sociedad. Si las víctimas son ahora reconocidas es porque ha habido cambios en el derecho, sobre todo en el penal, el cual durante siglos entendía que justicia era castigar al culpable; actualmente existe todo un conjunto de teorías reconstructivas de la justicia que buscan reparar el daño ocasionado a las víctimas, dejando en un segundo plano el castigo al culpable, sin que esto signifique impunidad, sino un cambio en el eje. Otro aspecto importante que ha hecho camino en el reconocimiento de las víctimas ha sido la significación del holocausto judío. En ello se produce un cambio cualitativo porque aparece el “deber de la memoria”; hablar del holocausto judío es hablar de “deber de la memoria”. Para la filosofía, la memoria siempre ha estado ahí: Aristóteles, Platón, Santo Tomás, Rousseau y Benjamin tienen una teoría de la memoria. Pero con el holocausto judío se plantea la cuestión de que la memoria no sólo es indispensable para el conocimiento de la realidad, sino que hay un “deber de la memoria”, o como dice Adorno,
Sus análisis evidencian que la epistemología kantiana psicologiza al individuo como un “sujeto trascendental”, y lo desatiende por completo en su singularidad. Dicha epistemología supone una comprensión de la verdad que desacredita al testigo y al testimonio y asume al espectador como juez clave para la valoración moral de un acontecimiento. No obstante, Usted señala que todo esto hace que el espectador termine siendo cómplice del acontecimiento que pretende valorar. A
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este respecto, ¿cómo constituir una epistemología en torno a la víctima y cuáles serían sus ejes principales (verdad, testigo, testimonio, narrador, memoria)?
con la luz que proyecta el sujeto, “no vemos más que lo que nosotros proyectamos y por tanto en el fondo siempre nos hemos visto a nosotros mismos”. Frente a esto, Rosenzweig plantea el tema de la verdad: la verdad es una revelación [Offenbarung], término muy cercano a la noción heideggeriana de desvelamiento que se nos impone, nos asalta y nos sobreviene. Entonces, la matriz de esa fuerza reveladora es esa realidad que ocurre al margen de nosotros mismos, es el acontecimiento, es el testigo, es esa exterioridad que se nos impone. En todo ello habría un camino para una epistemología de la víctima.
MRM: Una epistemología en torno a la víctima obliga a repensar el concepto de verdad, y el eje de ese nuevo planteamiento es la significación del testimonio. En la filosofía el testimonio es irrelevante; así como en derecho es fundamental para establecer la verdad de los hechos, en filosofía hemos desarrollado un concepto de verdad abstracto, donde el testigo es peligroso; asociamos verdad a objetividad, distancia, universalidad, abstracción del tiempo y del espacio, y el prototipo es Kant; creo que él es uno de los que sale malheridos de Auschwitz. Entonces se trata de reivindicar la importancia del testimonio para la construcción de la verdad; para salvar a Kant, él intuye de alguna manera esta importancia cuando, en El conflicto de las facultades (2003), se pregunta por los criterios de la moralidad de una acción histórica y remite al entusiasmo de los espectadores. Kant intuye ahí la importancia que tiene el espectador, aunque por una razón distinta a la que yo pienso. El entusiasmo del espectador es muy importante para calificar el nivel moral de la Revolución Francesa, porque el espectador no está implicado en la guerra; luego se piensa que al ser neutral, se es más objetivo. Al contrario, pienso que el que está implicado, ése es el testigo de la verdad. La realidad de Auschwitz no la descubren los historiadores ni los filósofos, la descubre Primo Levi, la descubren los testigos. Esto plantea muchos problemas; no significa que cualquier palabra que dice el testigo sea verdad; hay que contrastar, valorar, depurar cada testimonio. Agamben llega a pensar que ese camino no va a ningún sitio, porque todos los testimonios están viciados, y por eso dice que el único testimonio importante es el del que no puede hablar, el “musulmán”. Lo cual me parece muy discutible, entre otras razones, porque Agamben desvaloriza el estatuto de los testigos; sin embargo, hay un testigo que él jamás cuestiona, y es Primo Levi. Hay autores que han hecho mucho camino, en el sentido de una construcción de la verdad desde el testimonio; hay un filósofo que hace un ejercicio global muy crítico a toda la filosofía occidental, y que intenta relacionar el pensar filosófico con la experiencia, es Rosenzweig; él tiene una teoría de la verdad y del testimonio. También se podría deducir lo mismo en Benjamin, aunque su matiz es un poco diferente; él distingue entre conocimiento y verdad, entiende que la filosofía occidental, canónica, se ha ocupado del conocimiento y ha desconocido lo que él llama la verdad. Para Kant, el conocimiento de la realidad depende de las condiciones de posibilidad del propio sujeto humano; por su parte, para Benjamin el conocimiento es ver la realidad
Al respecto, Usted afirma que sin la mirada de la víctima difícilmente se pueda entender lo sucedido; la mirada de la víctima altera radicalmente nuestra comprensión de la realidad. Ésta dejaría de ser lo que acontece, el estado actual de cosas; sería más bien lo que no pudo ser, aquello que no pudo acontecer. MRM: Es así. No solamente conocemos cosas que la víctima podía conocer. Los testimonios de Gradowski, por ejemplo, que era un judío polaco, un Sonderkommando, son bien significativos. Él dejó un texto escrito entre las piedras de los hornos crematorios, obviamente fue asesinado pero esperaba que eso que escribió llegara a nosotros: “la historia podrá reconstruir cómo moríamos, pero no cómo vivíamos”. Eso era el secreto que sólo podemos conocer a través del testimonio. En suma, hay una parte de la realidad que sólo la puede desvelar el testigo. Reflexionando sobre la justicia de las víctimas, Usted señala la urgencia de repensar la relación entre política y violencia. Es bien sabido que la lógica política actual dispone de la vida y de la muerte de los ciudadanos para avanzar, y para ello consiente formas extremas de violencia. ¿Cómo pensar una política sin violencia? MRM: Lo que hay que reconocer es que la violencia también existe en democracia. En Justicia de las víctimas (Reyes 2008a), he remitido a un informe de la ONU (Pogge 2005) donde la organización informaba que un grupo de expertos había calculado el número de muertos causados por las decisiones económicas que tomaban las grandes instituciones mundiales como el Banco Mundial; la cifra era de alrededor de unos 18 millones de muertos de hambre al año. Son estados democráticos los que toman estas decisiones. Hay que partir del supuesto de que la democracia actual, la democracia formal, es violenta también. Claro, hasta ahora asociábamos la violencia con el terrorismo exclusivamente, mientras que ahora tenemos que pensar la violencia en función de la producción de víctimas, y eso amplía el campo de la violencia. Creo
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que si queremos andar en la dirección de una democracia sin violencia, de una política sin violencia, no hay otro camino que repensar la política desde las víctimas.
la política económica actual sería Aristóteles; en todo caso, sería una política que tuviera como objetivo no crear riquezas sino luchar contra la pobreza; eso es lo que plantea Aristóteles: el objetivo de la política no debería ser crear riqueza, sino luchar contra la pobreza o la miseria, y ésa es la única forma de tomarse en serio a la víctima. Además, existen ya en el mundo muchas iniciativas de economistas y politólogos que están en esta dirección; sería viable un mundo construido con esta política económica, cuya justificación moral es precisamente la figura de la víctima.
De manera que si la víctima es una realidad nueva que no estaba en el diseño original de la democracia, ¿cómo afecta la inclusión de su existencia al marco de nuestra actual democracia liberal? MRM: Se entendía que era el precio que había que pagar. La democracia está articulada desde unas reglas formales que no excluyen la producción de víctimas; por ejemplo, si uno observa qué criterios dominan la política de los Estados más desarrollados a la hora de pensar la economía, hay una cierta preocupación por las víctimas, pero ¿cuál es el eje de la política económica? Es esta idea de la justicia distributiva, la idea de Robin Hood: hay que robar a los ricos para repartirlo a los pobres, es decir, a través de impuestos se consigue recoger unos recursos que pueden llegar a los pobres. Hoy está demostrado que eso es imposible; es imposible que a través de la justicia distributiva concebida así se pueda acabar con la miseria. ¿Por qué? Porque hay una relación entre la pobreza de los pobres y la riqueza de los ricos, es decir, si se está estimulando la riqueza para que haya un sobrante que caiga sobre los pobres, lo que estamos es acelerando un mecanismo para el enriquecimiento de los ricos, y ésta es una lógica que está en todos los países; con esa lógica, la producción de víctimas es inevitable. ¿Qué tipo de política económica exigiría una preocupación por evitar la generación de víctimas? Pues tendría que ser replanteándose la política económica de otra manera, y no veo una expresión más fácil de esa nueva fórmula que la de Aristóteles. En La política, Aristóteles define precisamente a la política de una manera fundacional que jamás se ha tomado en serio, ni siquiera por los propios aristotélicos. Aristóteles en media página dice que toda sociedad está constituida por dos partes o partidos: los ricos y los pobres; la política consiste en encontrar reglas comunes a los ricos y a los pobres; eso es un asunto muy difícil, y por eso el arte de la política es tan noble, pues hay que encontrar dicha regulación. Y es muy difícil encontrar reglas comunes porque los ricos quieren imponer sus reglas, que es lo que está ocurriendo, y en el mejor de los casos, lo que el rico te dice es que “cuanto más rico sea yo, más habrá que distribuir”. Para Aristóteles estas reglas serán siempre particulares y nunca universales; lo difícil es que los ricos lo consiguen mientras que los pobres, que tienen la preocupación por unas reglas que no sean excluyentes de su propia realidad, no tienen fuerzas para imponerlas. La alternativa a
El acontecimiento de Auschwitz sacudió, de alguna manera, la atmósfera intelectual de mediados del siglo XX en Europa. Sabemos, por ejemplo, del concienzudo trabajo que suscitó en la Escuela de Frankfurt. Particularmente, Benjamin llama la atención de sus contemporáneos respecto al peligro inminente que se avecinaba, mediante su “hermenéutica del peligro”. ¿Cuál es el papel de los intelectuales ante al tema del “deber de la memoria”? MRM: Pues tienen una tarea enorme porque tienen que rehacerlo todo. Yo creo que no se puede leer a Kant como si no hubiera ocurrido nada; ni a Kant, ni a Marx, ni Aristóteles, ni a nadie. El nuevo imperativo categórico de Adorno está bien formulado: “repensar la teoría y la práctica a la luz de la barbarie para que ésta no se repita”, y eso obliga a repensar todo. Por ejemplo, obliga a repensar la política. La política ilustrada está construida sobre el concepto de progreso, y éste es un concepto que todo el mundo comparte, de la derecha a la izquierda; no hay político que no se precie de decir “aquí traigo un proyecto de progreso”, pero eso es un concepto perverso. Hoy hemos descubierto que es un concepto perverso. Al respecto, en Hegel hay dos momentos: un primer momento cuando de alguna manera se sorprende por la brutalidad de la historia humana que se ha construido a lo bestia, de una forma no propia de un ser humano. Hegel se sorprende como lo debe hacer todo buen filósofo, pero la sorpresa le dura un par de páginas, pues luego ya nos tranquiliza y nos dice: “éste es el precio del progreso, tranquilos que no pasa nada”. Hoy ya no nos podemos permitir eso, no nos podemos permitir la solución hegeliana. La brutalidad con la que se construye la historia es un problema, entonces tenemos que volver a cuestionar la lógica del progreso sobre la que se construye la historia, y eso obliga a pensar la política de otra manera. En Europa vivimos una crisis brutal, y lo que llama la atención es que todas las alternativas y todas las propuestas que se hacen para salir de la crisis son con la idea de volver a los viejos
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tematizada por Primo Lévi e implementada como estrategia teórica, sorteada en la obra en cuestión. A su vez, dicha centralidad supone que Agamben privilegie la figura del testigo respecto a la del testimonio, pues éste “no garantiza la verdad factual del enunciado”. ¿Puede Usted precisar cuál es su crítica a lo señalado por Agamben?
buenos tiempos. Nadie ha entendido todavía que ese camino del progreso está fracasando y que, por tanto, ha llegado el momento de pensar una alternativa que, precisamente, tendría que ser el ver toda la ambigüedad del progreso y, por tanto, seguir la primera parte de la reflexión de Hegel, dar importancia a la brutalidad con la que se ha construido la historia y evitarla. Esto obliga, a su vez, a repensar la ética. Creo que la ética moderna está construida sobre un principio kantiano, que a mí me parece muy discutible, y es el de la dignidad. Todas las éticas modernas están construidas sobre el concepto de dignidad; eso es lo que dice Tugendhat después de estudiar la fundamentación de las éticas modernas: la dignidad. Dice Primo Levi que la dignidad había que dejarla a la entrada del campo de concentración, allí muere la dignidad. ¿En qué sentido? En que para sobrevivir había que ser indigno; esto plantea un problema enorme: para vivir había que ser indigno, aunque es verdad que hubo héroes y hubo santos; éstos eran muy poquitos. Entonces, aquella gente, para vivir, debía ser indigna; por ejemplo, para sobrevivir debían presentarse en la mañana en la formación con la gorra, y el que no la tenía podía ser enviado inmediatamente a la cámara de gas. ¿Qué hacían los más fuertes? Robar gorras para ellos y sus amigos, y los débiles se quedaban sin gorra y morían. Cuando juzgamos esto los que estamos afuera, nosotros, nos decimos: si juzgáramos este hecho con la ética kantiana, serían unos inmorales, pero ¿lo podemos decir? No, ¿verdad? Hay que repensar el concepto de dignidad. Por eso es tan importante Lévinas. El filósofo es el autor —de los pocos— que ha sacado consecuencias de la reflexión moral de lo que ocurrió en los campos de exterminio: aquí la moralidad no consiste en ser digno, consiste en hacerse cargo de la inhumanidad del otro, y ésa es la “ética de la alteridad”. Por otra parte, en el caso de la estética, es igual. Cuando Adorno se plantea si es posible hacer poesía después de Auschwitz, está también planteando una revisión de los principios de la estética, que hasta ahora estaban pensados fundamentalmente para crear una emoción placentera, Adorno se pregunta si el arte puede ser eso, ante lo cual, Paul Celan responde: sí, sólo si se tiene siempre presente lo sucedido.
MRM: Yo creo que Agamben está seducido por la figura del “musulmán”, al cual ubica como eje del campo. Algo que refuta radicalmente Claude Lanzmann en su film Shoah. Aunque la película fuera hecha mucho antes que el libro de Agamben, responde rotundamente a lo dicho por el filósofo italiano. En el film, la cámara de Lanzmann va directamente no al “musulmán”, sino a la cámara de gas; ése es el eje del campo, y no el “musulmán”. Éste existía en los campos de concentración, pero no en los campos de exterminio, por una razón evidente: se calcula que el 80% de los detenidos iban directamente a campos de exterminio; el otro restante era gente sana que iba a los campos de concentración, donde el nazi jugaba su estrategia, que no quería sólo matar sino destruir humanamente al deportado, fuera o no judío. Hay testimonios impresionantes de los “musulmanes”, por ejemplo, el de un testigo, Petra Byrne; ella cuenta cómo los “musulmanes” se ponían en fila delante de los hornos crematorios para ser incinerados voluntariamente y sin ningún sentimiento. Agamben ha quedado seducido por la figura del “musulmán”, y eso le ha llevado a convertirlo en el testigo por excelencia, porque no puede hablar. ¿De qué desconfía Agamben? Desconfía de la palabra del testigo, porque vio poco, vio menos que cualquier otro, lo que vio en el campo era sólo lo que le afectaba á él y a los que estaban a su lado, pero no tenía una visión de conjunto, y también el superviviente vive con la mala conciencia de haber sobrevivido, y eso contamina la autenticidad de su testimonio. Por mi parte, planteo una dialéctica entre la palabra y el silencio, y creo que hay una intuición muy profunda en Agamben, y es que el “musulmán” es la figura del que ha apurado, dice él, el cáliz del sufrimiento, y por tanto, el que tiene el secreto de la brutalidad extrema de la violencia. Eso es verdad. Pero para que sea comprensible hace falta la palabra del que puede hablar, que es lo que dice Primo Levi: nosotros hablamos, no en lugar de los “musulmanes”; hablamos para que de alguna manera su silencio sea elocuente. Esa dialéctica entre la palabra y el silencio es fundamental. Es muy importante lo que dicen los testigos, a sabiendas de que no dicen todo, no pueden decirlo todo, hay siempre un punto indecible que es el misterio del “musulmán”. Pero para que ese indecible sea elocuente hace falta agotar, digamos, la acción de la palabra.
Es bien conocida la tematización que Agamben hace en Lo que queda de Auschwitz (Agamben 2010) en torno a la figura del testigo y del testimonio. Por su parte, en Memoria de Auschwitz (2003) Usted se distancia significativamente de lo dicho por Agamben. Usted encuentra inconveniente que el filósofo italiano dé toda la centralidad y exclusividad a la figura del “musulmán”,
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En Justicia de las víctimas (Reyes 2008a) Usted refiere que víctima y verdugo comparten el sufrimiento y la deshumanización, aunque evidentemente, de maneras distintas. Todo esto se hace problemático cuando no existe una justicia que repare realmente a la víctima y haga consciente al verdugo de que ese daño nunca debió suceder. A este respecto, ¿cómo analizar los grados de deshumanización y de sufrimiento en una sociedad, cuando constantemente los roles de la víctima y del verdugo se entrecruzan por la ausencia de justicia?
ción del político es pasar la página, porque para el político lo más importante es garantizar la vida y los bienes de los ciudadanos. Desde Hobbes, eso es lo que el ciudadano pide al Estado. El contrato que establece el ciudadano con el Estado dice: “Te entrego el monopolio de la violencia, tú vas a tener las armas pero mi vida y mis bienes deben ser protegidos”. Ése es el abc de la política y del Estado moderno. Por eso, la figura del terrorista le inquieta tanto al Estado, pues le impide ser Estado, y cuando el terrorista le ofrece, a través de la renuncia a las armas, la posibilidad de ejercerse como Estado, el Estado está dispuesto a todo, a una amnistía en cuanto a los delitos cometidos, o a una serie de condiciones materiales para que se reintegre a la vida civil. Esto es lo que ha ocurrido siempre, y ya no es posible. El peligro es pensar que se puede superar la violencia sin justicia.
MRM: Bueno, es evidente que la violencia deshumaniza más al victimario que a la víctima, así como también deshumaniza a todos aquellos que permiten la violencia. Lo que significa que una sociedad con violencia es una sociedad debilitada humanitariamente; de ahí lo difícil de razonar moralmente con una sociedad, porque de alguna manera, todo el mundo ha quedado envilecido por la violencia. Esto explicaría mucho, por ejemplo, la historia europea después de la guerra: una sociedad que apenas aprendió nada de lo que ocurrió, se reconstruyó con los mismos parámetros de antes, evitando grandes peligros. La gran novedad fue que, frente a los totalitarismos de derecha e izquierda, se fomentó la democracia liberal, pero ésta reprodujo, de alguna manera, una violencia, si no semejante, parecida. No ocurrió nada después de la guerra, las corrientes filosóficas de la época eran las mismas de antes, los mismos autores, los mismos gustos, las mismas familias filosóficas. Todo ello es muestra de la debilidad que produce una sociedad con esa violencia.
¿Cómo restablecer en una sociedad la capacidad de contar la verdad sin miedo a la retaliación del verdugo? MRM: Por eso, la superación de la violencia supone un Estado que garantice precisamente la verdad. Hablaba antes de la justicia, y ahora de la verdad. Es que memoria, justicia y verdad son el trípode sobre el que se construye la superación de la violencia, o sea la paz. Usted plantea una ética a partir de la mirada radical de las víctimas. Respecto a ésta, en La herencia del olvido (Reyes 2008b) señala que la compasión, entendida como la respuesta a la pregunta que nos dirige el que sufre un daño inferido por el hombre, es un presupuesto esencial para la constitución de sujetos morales. En otros textos, Usted suma a dicha ética de las víctimas la necesidad de que el hombre asuma una “absoluta responsabilidad” con la humanidad tras entender que ante el mal Dios no interviene. Ante lo dicho, ¿puede señalar cuáles serían otros elementos fundamentales de dicha ética de las víctimas?
Ahora, cuidado respecto a los roles. Es verdad que una víctima se puede convertir en victimario, eso lo vemos constantemente, pero como decía Primo Levi, “hay víctimas y hay victimarios”. El peligro es que al final todos los gatos sean pardos, que todo el mundo sea culpable, y todo el mundo sea inocente. Siempre hay que tener presente que hay víctimas y victimarios, y por tanto, exigir responsabilidades; la víctima debe exigir justicia, y el victimario, asumir responsabilidades.
MRM: Me refería antes a Lévinas, pues es quien yo creo mejor ha entendido lo que significa una nueva ética a partir del holocausto. La alteridad en Lévinas es la autoridad del otro en su debilidad; la autoridad del otro le viene no de su poder, sino del hecho que puede ser muerto por el yo, por nosotros mismos. Esa debilidad se convierte en autoridad; uno se constituye en sujeto moral, uno accede a la humanidad en la medida que frente a la debilidad del otro no responde con violencia, desde el poder, con dominio, sino que responde haciéndose cargo del otro, reconociendo la autoridad de ese débil, y eso es la compasión. Término muy ambiguo porque significa dos cosas opuestas. Entiendo la compasión en el sentido
Es claro que la víctima es alguien inocente pero, por ejemplo, en el caso de la Colombia rural, donde difícilmente llega la justicia del Estado, la víctima, harta de su injusticia, busca hacer justicia por su cuenta, y se convierte en victimario. ¿Cómo entender la relación violencia-justicia? MRM: Lo que plantea ese desencadenamiento de violencia es la importancia de la justicia. Pensar que la violencia se puede superar sin justicia es un terrible error, y es una tentación a la que no escapan los políticos; la tenta-
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“Hay que repensarlo todo a la luz de la barbarie”. Entrevista a Manuel Reyes Mate Tatiana Castañeda, Fernando Alba
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que la esboza German Cohen, o en Rosenzweig, que está también en Lévinas, y es la teoría del otro. Tú te constituyes en sujeto humano en tanto des una respuesta al tú, ésa es la compasión. Heidegger, al final de La pregunta por la técnica, dice que “la pregunta es la piedad del pensar”, la interrogación es lo que te permite un pensamiento que se hace cargo del otro, y por ahí van las cosas. Entonces, esa responsabilidad por el otro es una responsabilidad ontológica; no se trata solamente de una responsabilidad por el otro centrada o limitada a lo que yo he hecho: “solamente soy responsable de lo que he hecho al otro”; esto es Kant, es lo evidente, es la Ilustración. Aquí lo que se plantea es la responsabilidad por lo que no haces, por lo que no se ha hecho, y éste es otro planteamiento de la responsabilidad. Ya no estamos en el terreno de la Ilustración, sino el terreno de la Dialéctica de la Ilustración. ¿Y por qué somos responsables de lo que no hemos hecho? Hay dos respuestas, una más histórica, y es que entre yo y el otro hay una complicidad, entre mi situación y la situación del otro hay una complicidad, sobre todo si se piensan en términos sociales las desigualdades; el que “yo sea rico y el otro no” no se puede explicar sin una complicidad. Al fin y al cabo, todos heredamos, y las herencias de unos tienen que ver con las herencias de otros, y precisamente la conformación de las herencias explica las desigualdades sociales, como lo señalaría Benjamin. La otra respuesta apunta a lo que ustedes señalan, y es la “responsabilidad absoluta”, es decir, hay una solidaridad a la especie humana; yo creo que hace que, ante el sufrimiento del otro, el ser humano tenga que responder. Eso lo decía ya Dostoievski, pero igual creo que es un discurso que aparece en alguna literatura de testigos. En los campos de exterminio aparece un tipo de mística que va en ese sentido. Pienso en místicos como Etty Hillesum, quien entiende que en los campos muere de alguna manera la figura de ese Dios que había asumido la responsabilidad absoluta, que era el constructo que la humanidad tenía para hacer justicia al inocente; ese Dios muere, se muestra impotente, no responde, y entonces se transfiere esa categoría de responsabilidad absoluta al ser humano, lo cual es una de las cosas llamativas en los campos de exterminio.
la Universidad Humboldt, y el tema era la teodicea después de Auschwitz; al respecto, se planteaban tres posibles respuestas. La de Primo Levi: Dios no aparece en este juego, luego, hay que dejarlo fuera de aquí. Si Dios existiera hubiera hecho algo, y lo sucedido es la mejor prueba de que no hay que contar con él. La respuesta del protestante Jürgen Moltmann para quien ahí se manifiesta la debilidad de Dios, era impotente, no podía hacer nada. Finalmente la del teólogo católico: B. Metz que se pregunta de qué serviría un Dios impotente; si Dios no puede hacer nada, para qué lo queremos. Piensa más bien que si hubo gente que rezó hay que tomárselo en serio. Para mi es importante el testimonio de quienes, como Wiesel o Etty Hillesum, coinciden en afirmar que en Auschwitz muere Dios, el Dios de la infancia, el Dios que consuela, y aparece el Dios que nos pide que hagamos nuestro el sufrimiento de los demás. Es una experiencia extrema pues pasa, como dice Bonhoeffer, por la experiencia del abandono de la cruz, lo que quiere decir que el camino de la esperanza bordea los límites de la desesperación. Hacerse cargo del sufrimiento de los demás significa descubrir la responsabilidad absoluta del hombre por el hombre, un concepto ciertamente teológico, que nos permite aproximarnos al misterio de Dios. Y eso de alguna manera es asumir la importancia de la pregunta, es preguntarse por Dios como lo hace Job, pero sabiendo que no hay una respuesta, y por ello mantiene viva la pregunta. En la historia reciente del país se han dado pasos importantes en torno a la resignificación de las víctimas. Uno de ellos es la Ley de víctimas y restitución de tierras, la cual define a las víctimas como “aquellas personas que individual o colectivamente hayan sufrido un daño por hechos ocurridos a partir del 1º de enero de 1985, como consecuencia de infracciones al Derecho Internacional Humanitario o de violaciones graves y manifiestas a las normas Internacionales de Derechos Humanos, ocurridas con ocasión del conflicto armado interno” (2012). No obstante, ante la misma surgen varios interrogantes. ¿Qué piensa de la definición de la víctima a la luz de sus reflexiones? ¿No le resulta problemática la delimitación temporal de la víctima frente a las víctimas anteriores teniendo en cuenta que el conflicto interno ha durado más de medio siglo? ¿Cómo blindar esta ley de las maquinarias políticas que utilizan a las víctimas como herramienta electoral?
Nos llama la atención que Usted, ante el horror y la barbarie que se describe en Auschwitz, no cuestione la existencia de Dios sino que más bien proponga otra comprensión de por qué Dios no intervino en esa barbarie.
MRM: Lo que aquí se evidencia es que siempre hay que mantener clara la distinción entre derecho y justicia. Aunque vienen de la misma raíz latina, jus, tienen significados distintos. El derecho es siempre una convención, una definición o un concepto, son el resultado del
MRM: La teología se tiene que hacer muchas preguntas sobre lo sucedido en los campos, y creo que se las ha hecho. Hay una respuesta que a mí me parece discutible. Hace quince días estaba en Berlín, en una discusión en
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consenso de un grupo de legisladores. Todo ello puede tener un valor legal, mas no moral, y las víctimas son víctimas antes del 1 de enero de 1985, evidentemente. Desde el punto de vista moral, víctima es el sujeto, ser inocente objeto de una violencia inmerecida que pide justicia, y por tanto, mantiene viva la injusticia mientras que no sea saldada. Pueden pasar cientos de años, pero mientras que la injusticia no sea saldada, sigue vigente desde el punto de vista moral, independientemente de lo que diga el derecho. Creo que esta ley se puede entender como un primer paso sujeto a todas las revisiones críticas necesarias.
tes de la violencia el reconocimiento de la culpabilidad moral, y por tanto, la necesidad de elaborar esa culpa, que pasa por el reconocimiento del daño hecho, de que sus gestas, aunque teniendo una buena motivación, son injustificables pues al final matar a un ser humano es matar a un ser humano, y no defender una idea revolucionaria. Creo que hay que llegar a esa conclusión, y esto forma parte de lo que yo llamo la culpa moral, que es diferente de la culpa penal. Ésta implica reconocer que el crimen es un delito, y por tanto, debe ser castigado, pero también la opinión pública debe tener en cuenta que con castigar al culpable no se consigue nada, eso no propicia un cambio cualitativo en la convivencia. Por eso hay que introducir en la reflexión sobre el proceso de paz no solamente el concepto de impunidad, sino también la necesidad de una reflexión sobre la culpa moral, para conseguir un cambio interior que pueda acercarnos a un nuevo comienzo. Si el final del proceso de paz es una sociedad en la que ya no hay armas pero no se ha aprendido nada, hemos hecho un mal negocio, porque es la ocasión para aprender mucho, y por tanto, para plantear un tipo de democracia cualitativamente superior, pero para eso hay que poner muchos elementos en la mesa.�
En cuanto a las maquinarias políticas, supongo que aquí pasa lo que en España; se creía que el gobierno que consiguiera acabar con el terrorismo tenía garantizado el éxito electoral por mucho tiempo. Está bien que quieran ganar las elecciones, y si lo consiguen a través de un proceso justo, estupendo, pero el problema es que sea al revés, que quieran llegar a la paz a cualquier precio; eso genera una tensión permanente. Para evitarlo, sería bueno que la opinión pública tuviera claro los condicionantes mínimos de un proceso de paz. Al final de algo tan importante como un proceso de paz, en España se evidenciaba que de todo esto sabían más los políticos que los filósofos, o los politólogos. De ahí que sea tan importante decir, desde una reflexión moral, qué requisitos mínimos deben respetarse para que se pueda hablar con propiedad de un proceso de paz.
Referencias 1. Agamben, Giorgio. 2010. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. Valencia: Pre-Textos.
Hay otros aspectos que son más importantes, y sin embargo están más ocultos: la centralidad de la víctima debe ser tenida en cuenta tanto por el Estado como por el terrorismo y la sociedad colombiana. Yo puedo entender lo que ocurrió con el origen de las FARC, y mi generación fue una generación que frivolizó mucho la violencia, pero que hizo un discurso sobre la violencia a partir de las injusticias sociales. Lo cierto es que hay muchos aspectos a tener en cuenta en un proceso de paz, y eso no significa que todo haya que conseguirlo en un primer momento, sino que de entrada hay que tenerlo claro. Hay que tener en cuenta que no puede haber impunidad, y por tanto, los delincuentes deben ser castigados, pero también es muy importante para un proceso de paz entender y propiciar una estrategia que permita por parte de los agen-
2. Kant, Immanuel. 2003. El conflicto de las facultades. Madrid: Alianza. 3. Pogge, Thomas. 2005. La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Barcelona: Paidós. 4. Reyes Mate, Manuel. 2008a. Justicia de las víctimas. Terrorismo, memoria, reconciliación. Barcelona: Anthropos. 5. Reyes Mate, Manuel. 2008b. La herencia del olvido. Madrid: Errata Naturae. 6. Reyes Mate, Manuel. 2003. Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política. Madrid: Trotta, 2003.
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Gerontología ambiental: haciendo lugares significativos en la vejez Rowles, Graham D. y Miriam Bernard (eds.). 2013. Environmental Gerontology: Making Meaningful Places in Old Age. Nueva York: Springer Publishing Company [336 pp.]. Diego Sánchez Gonzálezv DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.19
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n las últimas cuatro décadas se ha producido una contribución importante al desarrollo de la gerontología ambiental, un área de conocimiento multidisciplinar de la gerontología que tiene por objetivo conocer cómo interactúan los entornos físico-sociales en el proceso de envejecimiento. Y prueba de ello, dos destacados geógrafos, Graham D. Rowles (Universidad de Kentucky) y Miriam Bernard (Universidad de Keele), coordinan una necesaria obra sobre gerontología ambiental, que propicia el acercamiento interdisciplinar a interesantes propuestas teóricas y metodológicas conducentes a comprender la relación entre el ambiente y el envejecimiento de la población, y, sobre todo, a crear lugares significativos en la vejez.
economía, terapia ocupacional, planificación y arquitectura. Esta novedad editorial posibilita una visión actualizada sobre cuestiones capitales de las implicaciones socioespaciales del envejecimiento, tales como el significado del lugar y el sentido de pertenencia, la relevancia de la movilidad y de los espacios públicos para las personas adultas mayores, la trascendencia de la mejora de la ayuda pública y privada, y el futuro de los diseños de entornos públicos y privados para la creación y el sostenimiento del lugar en la vejez. Los editores del libro nos proponen una estructura en cinco partes y doce capítulos, a través de los cuales se preguntan cómo mejorar los entornos cotidianos donde envejecemos, el barrio y la vivienda, optimizando la ayuda pública y privada a través del fomento del sentido de pertenencia de las personas adultas mayores. De sus páginas se desprende que los entornos construidos adquieren una importancia capital en el envejecimiento en el lugar, donde la salud y el bienestar nuestros están vinculados con la identidad y nuestras interacciones con las cosas que hacemos.
El libro se construye a partir de la colaboración de veinticuatro autores de países anglosajones (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Irlanda, Suecia, Alemania) y desde el enfoque de las ciencias sociales, principalmente geografía, psicología y gerontología, así como aportaciones de sociología, antropología,
v Doctor en Geografía por la Universidad de Granada (España). Profesor titular de la Universidad Autónoma de Nuevo León (México). Correo electrónico: diego.sanchezgn@uanl.edu.mx
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Gerontología ambiental: haciendo lugares significativos en la vejez Diego Sánchez González
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La primera parte de la obra, compuesta de dos capítulos, se aproxima al significado del lugar en los espacios residenciales y públicos, ofreciendo una visión general, conceptual e histórica de la gerontología ambiental, donde se abordan cuestiones trascendentales en los estudios de envejecimiento, como la conceptualización de medioambiente, espacio y, sobre todo, lugar. Así, en el primer capítulo, Rowles y Bernard nos introducen en el significado del lugar en la vejez, a través de la comprensión de la manera en que las personas experimentan y crean significados en el espacio privado del hogar (vivienda, residencia), y cómo éste puede verse alterado con los años o como consecuencia de la reubicación. También, en el capítulo segundo la geógrafa Sheila Peace se aproxima a algunos conceptos generales de los espacios públicos y los lugares en el envejecimiento, explorando las formas en que los espacios públicos (escalas macro y micro) se convierten en lugares a través de las interacciones sociales y la creación de la identidad comunal. Esta autora británica plantea el reto de mejorar los análisis de las dimensiones físico-materiales y psicosociales en la comprensión de la relación entre las personas mayores y sus ambientes públicos, donde subraya la aportación de los estudios etnográficos longitudinales y comunitarios.
vulnerables, tales como discapacitadas físicas e intelectuales, inmigrantes, presas de avanzada edad y lesbianas mayores, cuyas experiencias espaciales no se ajustan a los modelos estereotipados de la familia nuclear o extensa. Se propone la necesidad de replantear la forma de interpretar el significado del hogar a partir de la heterogeneidad de colectivos de personas mayores y su reflejo en programas y políticas públicas. La tercera parte, que consta de tres capítulos, se centra en las residencias de ancianos de larga estancia, y se analizan las implicaciones de la reubicación en el envejecimiento, prestando especial atención al significado que los adultos mayores le dan al traslado a una residencia para personas asistidas. El capítulo quinto, firmado por el geógrafo Malcolm P. Cutchin, explora las diversas maneras en que las personas mayores convierten la residencia en su hogar después del traslado, y subraya la importancia de la imaginación y de los hábitos para facilitar su proceso de adaptación e integración a los cambios ambientales y sociales. Este autor sugiere la necesidad de fomentar la educación sobre las formas en que las personas de edad experimentan el lugar, facilitando la transferencia de conocimientos y posibilitando su integración al lugar. En el capítulo sexto, Eamon O’Shea y Kieran Walsh nos introducen en la complejidad de transformar un entorno institucional, una residencia de larga estancia, en un hogar para los adultos mayores. Ambos autores denuncian los principales problemas de las residencias de larga estancia en Irlanda, tales como la falta de privacidad, el aislamiento y falta de conectividad con el mundo exterior, la cultura del cuidado, la monotonía, la despersonalización y la limitada oportunidad de preservar su sentido de sí mismo. Los investigadores irlandeses advierten sobre el reto de favorecer una cultura y unas políticas encaminadas al diseño ambiental de instituciones amigables con las personas mayores asistidas, así como estrategias sensibles con su atención e integración socioambiental.
Las residencias privadas son el eje central de la segunda parte del libro, conformada por dos capítulos, cuyo tercer capítulo fue escrito por dos reputados psicólogos, Frank Oswald (Universidad Goethe) y HansWerner Wahl (Universidad de Heidelberg), quienes exploran la experiencia ambiental de la relación continuada entre los ambientes y las personas mayores, a través de su capacidad de adaptación y control del uso ambiental, y para generar un significado de pertenencia a través de la creación y recreación de lugares hogareños. Ambos autores alemanes destacan la importancia de crear hogares donde las personas mayores puedan permanecer independientes durante el mayor tiempo posible, manteniendo su integridad e identidad (agencia y pertenencia) mediante el diseño ambiental de viviendas y edificios sin barreras, que comprenda los elementos objetivos y subjetivos de la experiencia espacial de envejecer en el lugar. Por su parte, Kate de Medeiros, Robert L. Rubinstein y Patrick J. Doyle, en el capítulo cuarto, abordan los significados del hogar para las mujeres adultas mayores sin hijos en el contexto norteamericano, uno de los grupos vulnerables menos estudiados en esta subdisciplina de la gerontología. Estos autores advierten de la importancia de investigar a mujeres mayores
En la misma línea, el capítulo 7, realizado por Habib Chaudhury, Heather Cooke y Krista Frazee, destaca la importancia del enfoque de la observación en la evaluación de la experiencia espacial, a través del empleo del mapeo de atención a la dependencia (DCM, por su sigla en inglés), una herramienta de evaluación ambiental para aproximarse a las formas en las que las personas con demencia usan y experimentan el espacio institucional. Los autores canadienses defienden el uso de sistemas de observación sofisti-
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cados y adaptados, cuyos resultados permitan una mayor comprensión y posibiliten entornos propicios para personas que no pueden hablar por sí mismas.
del favorecimiento de diseños ambientales que propicien la vinculación con el mundo exterior y la integración con la comunidad local.
Los espacios públicos son el tema central de la parte cuarta del libro, la más extensa. En el capítulo ocho, Susanne Iwarsson, Agneta Stahl y Charlotte Löfqvist (Universidad de Lund) abordan, mediante métodos mixtos y perspectivas longitudinales, el significado de la movilidad de las personas mayores en ambientes al aire libre. Las autoras exploran la noción de “usabilidad” del ambiente y destacan la importancia de la naturaleza, el caminar y la participación social en el comportamiento adaptativo y continuado, así como en la vida cotidiana de los adultos mayores. Las gerontólogas suecas defienden la participación activa de los usuarios de edad en la planificación de los espacios públicos.
En la quinta y última parte, achacable a los editores, Rowles y Bernard, se realiza un ejercicio de síntesis de los aspectos relevantes tratados en el libro, así como un espacio para proponer futuras líneas de investigación, formuladas por los colaboradores, entre las que destacan la apuesta por nuevos estudios interdisciplinares teóricos y propuestas metodológicas atrevidas y creativas, mediante la combinación de diferentes herramientas de evaluación y escalas de análisis (macro y micro), aproximaciones etnográficas longitudinales y comunitarias, y uso de sofisticados sistemas de observación. Del libro se desprende que, a pesar del camino recorrido por la gerontología ambiental, principalmente en áreas urbanizadas de países anglosajones, sólo estamos en los inicios de la comprensión de las implicaciones del diseño ambiental, la asistencia social y las políticas públicas en la construcción de lugares significativos para envejecer (Sánchez 2011). Así, esta obra pretende contribuir, de forma interdisciplinar, a la comprensión de la experiencia espacial de los adultos mayores y sus entornos, cuyo conocimiento se va gestando con los años y se materializa en la práctica y el diseño. A pesar del interés que despierta el libro, es criticable la ausencia de otras perspectivas geográficas y culturales (Scheidt y Schwarz 2013). No cabe duda de que los retos de esta subdisciplina varíen significativamente, siendo necesario un mayor impulso en otras regiones desarrolladas, como Europa mediterránea, así como suponen un enorme desafío en las regiones en desarrollo, como América Latina. Precisamente, en el siglo XXI esta región experimentará un rápido proceso de envejecimiento demográfico que debe acompañarse de investigación y de políticas enfocadas a favorecer lugares significativos en la vejez. Para lo cual existe una creciente necesidad de comprender la forma en que los adultos mayores latinoamericanos perciben sus espacios, de conocer el significado de la vivienda y del espacio público, de analizar los efectos de las barreras físicas sobre la movilidad, y de evaluar las consecuencias de la reubicación en la vejez (Sánchez y Egea 2011). A pesar de la valoración desigual de las contribuciones de la obra, achacable a los diversos tratamientos, complejidades y profundidades con los que se abordan los temas, el resultado final es una propuesta académica equilibrada.
A continuación, el capítulo nueve, realizado por la geógrafa Judith Phillips, identifica aspectos de los espacios públicos en dos ciudades británicas que facilitan el desarrollo de la familiaridad y el apego al lugar entre las personas mayores. Aquí, se destaca el papel de la planificación urbana en la creación de atributos y funciones ambientales que facilitan el apego e identidad del lugar, subrayando la importancia del atractivo, la accesibilidad y movilidad del espacio público. También, el décimo capítulo permite a Leng Leng Thang y Matthew S. Kaplan presentar formas de espacios públicos inclusivos, que fomentan las relaciones intergeneracionales, en diferentes países del mundo. Ambas autoras proponen recomendaciones en materia de diseño y planificación de espacios públicos, entre las que destacan que no es suficiente diseñar espacios públicos accesibles, sino, sobre todo, que éstos deben contribuir al sentido de pertenencia, a la participación y la cooperación entre los grupos de población. Además, el capítulo undécimo, firmado por Bernadette Bartlam, Miriam Bernard, Jennifer Liddle, Thomas Scharf y Julius Sim, destaca la importancia del diseño y gestión de las villas de retiro en el Reino Unido, caracterizadas por desarrollos urbanísticos (viviendas, apartamentos y bungalows) localizados, sobre todo, en zonas rurales, en régimen de renta y venta, destinados a las personas mayores. Los autores indican la necesidad de transformar las villas de retiro en lugares hogareños a través de la comprensión del significado de la experiencia espacial y del apoyo a sus necesidades cambiantes. Además, es prioritario comprender los procesos de yuxtaposición entre el espacio público y el espacio privado, a través
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Gerontología ambiental: haciendo lugares significativos en la vejez Diego Sánchez González
Lecturas
Referencias
El libro reseñado propicia el acercamiento de investigadores y estudiantes de las ciencias sociales y humanas a las cuestiones relevantes de la gerontología ambiental, a través de la facilitación de la comprensión de la relación entre los complejos ambientes (espacios públicos, viviendas particulares, residencias de larga estancia, villas de retiro) y los heterogéneos adultos mayores. En síntesis, a través de su lectura el lector, neófito o experimentado, reflexionará sobre la importancia de crear lugares significativos en la vejez, y de la que se desprenderán no pocas interrogantes que, tarde o temprano, nos implicarán a todos.�
1. Sánchez, Diego. 2011. Geografía del envejecimiento y sus implicaciones en Gerontología. Contribuciones geográficas a la Gerontología Ambiental y el envejecimiento de la población. Saarbrücken: Editorial Académica Española. 2. Sánchez, Diego y Carmen Egea. 2011. Enfoque de vulnerabilidad social para investigar las desventajas socioambientales. Su aplicación en el estudio de los adultos mayores. Papeles de Población 17, n° 69: 151-185. 3. Scheidt, Rick J. y Benyamin Schwarz (eds.). 2013. Environmental Gerontology. What Now? Nueva York: Routledge.
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Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes De Lux, Martha. 2014. Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes. Discursos, estrategias y tácticas en la guerra, la política y el comercio (Nueva Granada, 1790-1830). Bogotá: Ediciones Uniandes [312 pp.]. Rafael E. Acevedo P.v DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.20
El lenguaje no es una realidad separable de las realidades sociales,
de carne y hueso en los procesos de organización y transformación de una sociedad. De cierto modo, porque la “acción social”, es decir, la comprensión de las múltiples dimensiones en las que participan los actores políticos reales —establecidos en grupos y redes, sus actividades, asociaciones, vínculos, nexos, comportamientos y lenguajes—, constituye —como lo ha recordado François Xavier Guerra— el dominio principal de toda historia política, desde la cual debe ser indagada y analizada, puesto que “sin actor no hay acción” (Guerra 2012, 20).
un elenco de instrumentos neutros y atemporales del que se puede disponer a voluntad, sino una parte esencial de la realidad humana y, como ella, cambiante […]. François-Xavier Guerra y Annick Lempérière (1998, 8)
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uiero empezar estas breves líneas recordando una de las principales orientaciones que marcó la agenda de investigación de la historia política latinoamericana a finales del siglo XX —y todavía hoy con más fuerza—: el problema del actor o el regreso del actor, en palabras de algunos historiadores y estudiosos de las ciencias sociales (Touraine 1987). Y quiero empezar por allí, ya que, precisamente, muchas de las formulaciones, discusiones y valoraciones que podemos realizar sobre la aparición de un nuevo producto académico, con pretensiones de inscribirse en el amplio campo de la “renovada” historia política, difícilmente pueden escapar a la pregunta por el lugar y el papel de los hombres y mujeres
Es, pues, a partir de esa orientación general de la “renovada” historia política latinoamericana, desde donde quiero valorar y presentar algunas de las líneas y aportes centrales de un nuevo libro que acaba de aparecer en la historiografía colombiana, en el cual se intenta recuperar el papel y las acciones de las mujeres en la independencia y la vida política republicana en la Nueva Granada. Se trata, desde luego, de la obra de Martha Lux, Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes. Discursos, estrategias y tácticas en la
v Doctor en Historia por la Universidad de los Andes, Colombia. Profesor del Programa de Historia en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena, Colombia. Correo electrónico: rafacep17@hotmail.com
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guerra, la política y el comercio (Nueva Granada, 1790-1830). Obra recientemente publicada (en 2014) por la Universidad de los Andes pero que, en gran medida, es el resultado de la tesis doctoral en Historia, realizada por nuestra autora en esa misma universidad, y de varios años de trabajo dedicados a la comprensión del lugar, las representaciones, las prácticas, los discursos y la irrupción de las mujeres en los espacios públicos (ver, por ejemplo, Lux 2006); en un gran esfuerzo por recuperar y poner al servicio del público lector las acciones políticas de ellas en su pasado reciente y lejano.
mo de la “protección soberana” por parte del Rey o del orden constitucional, para defenderse de los abusos de los hombres, los maridos y funcionarios. Esa diversidad de elementos, sin duda, hace parte de la dimensión política que se intenta rescatar en el libro, dimensión que parece estar marcada por la apropiación del derecho y las posiciones de las mujeres frente al contexto político de su época, tanto en el ámbito privado como público. Desde ese punto de vista, el texto de Martha Lux, al recuperar la esfera de lo político, y sobre todo al examinarla en relación con los discursos, las peticiones y las acciones de las mujeres, logra desprenderse de algunas convenciones historiográficas o “certidumbres presentes” que reducen la participación femenina en la independencia a un simple modelo de virtudes y conductas de algunas pocas, así como al carácter pasivo, transgresor, subordinado o sumiso de la gran mayoría de ellas. Por el contrario, nuestra autora nos ofrece una variedad de casos que tipifican a las mujeres participando en la guerra, administrando sus bienes, exigiendo “justicia e igualdad” por su infidencia al Rey o los republicanos, reclamando pensiones, justificándose por su condición de “sexo débil”, interactuando con la Junta de Secuestro instaurada por Pablo Morillo, solicitando pensiones, haciendo negocios, trabajando como educadoras, interviniendo en defensa de los hijos, y sobre todo, apropiándose de los lenguajes políticos al hacerse llamar ciudadanas y proyectar desde allí su horizonte de expectativas en medio de los dos órdenes en conflicto. Las mujeres, efectivamente, no parecen ser ajenas a lo que un autor ha denominado como “El tiempo de la política”, para hacer alusión al universo conceptual que se transforma, apropia y reconfigura en los inicios y a lo largo del siglo XIX hispanoamericano (Palti 2007).
El nuevo libro de Martha Lux se ocupa del papel central de las mujeres en los procesos de la independencia y la vida política republicana en la Nueva Granada, entre 1790-1830. En ese período de enormes variaciones políticas —en el que, después de 1810, y particularmente en los años transcurridos desde 1815 hasta 1821, al lado del viejo orden monárquico que se intentaba restablecer tras el retorno del Rey, luego de su abdicación en 1808— se iba afirmando también un tipo de gobierno republicano definido por los principios de la ciudadanía, la opinión pública, la soberanía, la libertad, la seguridad y los servicios a favor de la “justa causa” de la emancipación. La advertencia de esos dos órdenes que coincidían en el tiempo y el espacio, el republicano y el monárquico, constituye entonces el escenario sobre el que nuestra autora indaga acerca de los actores sociales, en especial las mujeres —sin distinción de edad, clase o raza—, los lenguajes y las formas como eran representados en los discursos, en cuanto a sus posiciones políticas, ya fuesen realistas o patriotas (p. 15). Esa aproximación al lugar de las mujeres en la independencia y la vida republicana, desde los discursos formulados por la Iglesia, el Estado y la sociedad civil, lleva a Martha Lux a visibilizar la amplia participación de las mujeres en el escenario de lo político después de 1810 y hasta los inicios de la República de Colombia, en la cuarta década del siglo XIX. En efecto, nuestra autora, a través de un variado número de casos en los que recupera la voz de las esposas de los líderes de la revolución de 1810 en Santafé, pero también la de las mujeres del común y de distintas provincias de la Nueva Granada, logra exponer la enorme actividad y capacidad jurídica de las que ellas se valieron, para reclamar y argumentar por sus derechos políticos en el orden republicano y en el monárquico, en los cuales se les llamaba en ciertas ocasiones ciudadanas, con el fin de ejercer así la administración directa de sus bienes materiales, preservar sus espacios mercantiles, proteger su núcleo familiar, o incluso para salvar sus vidas o legitimar algunas decisiones tomadas en el recinto doméstico, como el recla-
Sin embargo, más allá de la recuperación de esa dimensión de lo político en los espacios públicos y privados de las mujeres durante la independencia y la vida republicana al iniciar el siglo XIX, considero que un aporte fundamental del texto de Martha Lux consiste en la forma como se examinan la irrupción y construcción de lo político a partir de una insistencia en las prácticas o la acción social, es decir, en la restitución de las formaciones, los hechos y las realidades sociales en que se producen los lenguajes y la discusión por los asuntos administrativos de los dos órdenes que convivían. En el libro de nuestra autora, desde luego, esa recuperación de la historia social de lo político se evidencia en la reconstrucción de los espacios de sociabilidad desde donde las mujeres empiezan a intervenir en lo público: las chicherías, las tiendas, las misceláneas, las boticas, las pulperías, las casas, las tertulias organizadas, e incluso en la misma guerra, y
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otros lugares en los que, además de ofrecer sus servicios económicos y sociales, iba emergiendo la “convivencia” política. Es entonces desde allí donde parecen cobrar vida las redes colectivas y las actividades de los actores que terminan por favorecer la difusión de un vocabulario político, un ideario, unos valores e imaginarios, en defensa del Rey o de la Patria. El escenario, efectivamente, donde se restablece a la mujer como actor central de la política, donde —como se ha ilustrado en nuestro epígrafe al comenzar estas líneas— los lenguajes resultan inseparables de la cambiante realidad humana.
la introducción, de las conclusiones y la bibliografía, está estructurado en cinco capítulos y once anexos documentales, en los que la autora dota de evidencias empíricas sus formulaciones acerca de la historia social de la participación política de las mujeres en la independencia y la vida republicana, las cuales escribe para un público académico. Debo anotar, en ese sentido, que el texto abre sus páginas con un prólogo y una introducción general, en los que Martha Lux ilustra la importancia de la temática para enriquecer cierta mirada de conjunto de la historiografía hispanoamericana sobre el lugar de las mujeres en la independencia, rescatando, por tanto, los trabajos adelantados en México por Julia Tuñón, Barry Matthew Robinson y Anne Staples, así como los estudios en Venezuela de Inés Quintero y Arlene Díaz, y la dinámica investigativa propiciada en Colombia y otros lugares, tanto de América Latina como de Europa occidental. Todo un material bibliográfico que le permite a la autora no sólo hacer comparaciones a lo largo del libro con otros contextos distintos a la Nueva Granada, sino, asimismo, fortalecer su visión y punto de partida acerca del grado de politización femenina registrado, en medio del orden republicado y monárquico, en los procesos sociales y políticos de la emancipación neogranadina en el siglo XIX.
La elección de ese enfoque relacionado con el intento de recuperar la dimensión social de lo político —al que he querido dedicarle la mayor parte de las palabras autorizadas en este comentario—, sin duda, nos permite poner en consideración varios aspectos que, a mi modo de ver, aparecen implícitos y explícitos en el texto de Martha Lux, y que pueden ser muy beneficiosos para oxigenar la agenda de investigación sobre la independencia y la vida política republicana en Colombia. Primero, la necesidad de restablecer y no perder de vista la diversificación de los espacios y los actores sociales que participaron en el escenario y el aprendizaje de lo político, en los que las mujeres no están excluidas. Segundo, la importancia de revisar los marcos de referencias que han predominado en las indagaciones sobre las discusiones políticas republicanas, principalmente la generalización y simplificación de lo político a una cuestión racial y geográfica: las provincias realistas y patrióticas, el centro y las periferias, pues en el texto en consideración hay varios indicios de que, no por ser de la costa o del centro, se era realista o patriota; ambas lealtades, por el contrario, podían convivir en una misma provincia. Aun cuando nuestra autora poca atención presta a ese aspecto en el análisis que hace de los casos estudiados. Y finalmente, al lado de la diversificación de los actores y sus formas de entenderlo, es fundamental restituir el universo conceptual o de los lenguajes en el propio contexto sociopolítico en que se configuran y transforman.
No obstante, la exhaustiva bibliografía empleada por la autora no esconde la relevancia de los casos encontrados en archivos nacionales y extranjeros para interpretar el papel y la especificidad de las mujeres en la independencia de la Nueva Granada. En el primer capítulo del texto —que lleva por título “Pueblos de la Nueva Granada, entre el régimen colonial y el orden republicano. Discursos sobre las mujeres”—, por ejemplo, a través de una variedad de fuentes impresas y manuscritas, Martha Lux logra demostrar en detalle un punto que será central en toda su obra: la coexistencia de dos órdenes políticos, el republicano y monárquico, que sirven como marco de referencia o “gran arco” desde donde se concebían y construían ciertas formas de regulación sobre las mujeres. Ese marco, a su vez, es complementado con un análisis cuidadoso de los estereotipos femeninos elaborados desde la Iglesia, en especial justificados en el “culto mariano”, que terminaron por asignarle un lugar a la mujer, ya sea como modelo de virtudes o transgresora —la Virgen y la Eva—, en el imaginario y la simbología políticos de la época. Todos esos aspectos siempre aparecen en el libro dotados de referencias precisas y bien documentadas que ilustran el derecho y los soportes jurídicos que existían en la sociedad, destacándose
No cabe duda de que se trata entonces de un trabajo que podría enriquecer la mirada del historiador sobre el pasado y la forma como se pueden indagar, estudiar y hacer visibles los actores sociales en sus propios contextos. Los contenidos del libro de Martha Lux sobre los que quiero referirme a continuación, de hecho, siempre van acompañados con un sinnúmero de referencias, casos, situaciones, reclamos y precisiones cronológicas, en los que se restituyen el carácter protagónico de la mujer en la esfera pública y sus representaciones en los espacios políticos y religiosos. Efectivamente, el libro, además del prólogo y
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así elementos tradicionales —del antiguo orden— como el derecho indiano y el canónico; pero también el constitucionalismo neogranadino de corte republicano que se iba registrando en la segunda década del siglo XIX.
pre resueltas, sino como preámbulo de una investigación más profunda y todavía en marcha. El texto de Martha Lux, finalmente, luego de describir los espacios públicos y la violencia de género, cierra con dos capítulos dedicados al tema central de la ciudadanía. El capítulo cuatro, “Los usos de la ciudadanía a partir de 1810. Todos somos ciudadanos: el horizonte prometido”, es una apuesta por establecer las diversas formas como las mujeres reclamaban y creían poseer derechos políticos de ciudadanía —cuando la noción aún no se había restringido del todo en las primeras dos décadas del siglo XIX—, por los diversos servicios familiares prestados a la patria y los efectos de la guerra, pero también por la ambigüedad de la política republicana y las constituciones neogranadinas. Siendo esa ambigüedad aprovechada y utilizada por muchas de ellas para justificar sus reclamos, ganar demandas y proyectar un horizonte político. Un horizonte que, como bien demuestra la autora en el quinto y último capítulo, “Desenlace: claridad en el nuevo orden, las mujeres no son ni vasallas del Rey ni ciudadanas de la República, 1821-1830”, terminó existiendo sólo en sus deseos y sueños al ser excluidas y limitadas como ciudadanas en el orden político republicano después de 1821, a pesar de haber podido incursionar en los espacios educativos, y pese a sus acciones patrióticas y sus participaciones decisivas en el proceso de consolidación de la República.
Una vez presentado el “gran arco” desde donde eran concebidas y representadas las mujeres, el texto de Martha Lux presenta una serie de casos puntuales, recuperados del Archivo General de Indias, el Archivo Histórico de Madrid y el Archivo General de la Nación, en los que se muestra el papel activo de las mujeres en la administración de sus negocios, familias y propiedades, lugares desde donde se acercaron e incursionaron en el comercio y los espacios públicos durante la independencia. El capítulo segundo, “Mujeres en el espacio público: negocios, reclamos y sociabilidades políticas”, a mi modo de ver, es el mejor apartado de la obra en consideración, pues allí no sólo queda evidenciada y se describe la incursión de las mujeres en el ámbito de lo político, sino que se reconstruyen también las actividades de ellas en las esferas de la vida social y económica, tales como las tertulias, chicherías, tiendas, guerrillas, entre otras. De manera especial, rescato como un aporte central en esa sección el esfuerzo por revelar la acción social y las aparentes redes colectivas de mujeres, expresadas en reuniones y diversas diligencias realizadas en casa de Vicenta Narváez, Francisca Prieto, Catalina Tejada, Juana Antonia Padrón, Rosalía Sumalave, entre otras esposas de los líderes republicanos y del común, donde no puedo dejar de mencionar a las viudas, en especial, a la “infeliz viuda quejosa” Jacoba Días.
Es de anotar, por último, que el libro posee once anexos que sirven como testimonio y respaldo documental de las descripciones e interpretaciones ofrecidas. Esos anexos, asimismo, son complementados con referencias —al pie de página— de sermones, correspondencias, juicios, peticiones, solicitudes, decretos, informes de gobierno, constituciones, prensa y diversas fuentes impresas y manuscritas consultadas por Martha Lux. Una abundante y rica documentación que le permite a la autora ver a las mujeres en su relación con la política, y por ello, mostrar cómo algunos años difíciles que han sido descritos en la historiografía colombiana como los del “terror” en la Nueva Granada —en especial, los de 1816-1821—, también fueron los tiempos de la política, de la participación en los dos órdenes que convivían en lo que hoy llamamos República de Colombia. Una república que, de igual forma, la autora intenta comprender a partir de las visiones que muchos años después algunas mujeres empezaron a dejar por escrito, tal como se evidencia ello en las memorias de Marcelina Lugo (en 1839), Soledad Acosta de Samper (en 1854) y Josefa Acevedo de Gómez (en 1860). Documentación ésa que igualmente es utilizada en el libro para recordar las
Seguidamente, en el tercer capítulo, “Maltrato y violación de mujeres: ¿cambios en la representación del honor?”, nuestra autora desplaza el foco de atención en su análisis de las acciones concretas de las mujeres al terreno de los valores, tratando de demostrar allí cómo entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX el cuerpo y la honra de la mujer eran interpretados y concebidos de distintas maneras en medio de la violencia desatada entre las tropas republicanas y realistas. Es una sección en la que el estudio se concentra en cierto tipo de lectura sobre los usos de la violencia, es decir, en la forma como los maltratos al género femenino intentaban encarnar las conductas violentas de la madre patria frente al justificado y narrado sufrimiento republicano. Una estrategia, en últimas, empleada en ambos grupos para descalificar y barbarizar al enemigo. No dejando de ser ello un tema interesante e importante en ese contexto, particularmente de los años 1816-1821, en el que existe cierto interés por construir la “historia de la leyenda negra” americana. Aun cuando el capítulo mencionado resulta ser el más corto y se plantea varias inquietudes, no siem-
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opiniones de las mujeres sobre su educación y sus actividades, y que sirve para recrear el ambiente político de la época, aun cuando pueden existir una diferencia y una brecha entre lo vivido, lo recordado y lo narrado, que hubiera sido importante explicar en el texto.
Referencias 1. Guerra, François Xavier. 2012. Hacia una nueva historia política: actores sociales y actores políticos. En Figuras de la modernidad Hispanoamérica. Siglos XIX-XX, comps. Annick Lempérière y Georges Lomné. Bogotá: Universidad Externado de Colombia –Taurus – IFEA, 19-39.
No tengo dudas, pues, que estamos ante un libro que, por sus detalles, la documentación empleada, los contenidos y su enfoque, se convierte en una referencia obligada en la historiografía hispanoamericana dedicada a la comprensión de la historia social de las mujeres en la esfera política. Valoro, de manera especial, el esfuerzo de la autora por comprender las relaciones de género en su propio contexto, sin tanta ideología y suplantación de la documentación del archivo por modelos teóricos abstractos que poco o nada hubieran podido aportar sobre el caso específico de la población femenina en la Nueva Granada a principios del siglo XIX. Espero que los lectores puedan disfrutar, aprender y avanzar en sus investigaciones a partir de este nuevo producto académico, un producto que, además, valga la pena anotar, es la primera tesis sustentada y ahora publicada del Doctorado en Historia en la Universidad de los Andes.�
2. Guerra, François Xavier y Annick Lempérière. 1998. Introducción a Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX de François Xavier Guerra y Annick Lempérière. México: Fondo de Cultura Económica. 3. Lux, Martha. 2006. Las mujeres en Cartagena de Indias en el siglo XVII: lo que hacían, les hacían y no hacían y los curas que les prescribían. Bogotá: Universidad de los Andes – Ceso. 4. Palti, Elias. 2007. El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. 5. Touraine, Alain. 1987. El regreso del actor. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
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Cooperación para el desarrollo, relaciones internacionales y políticas públicas De Tassara, Carlo. 2013. Cooperación para el desarrollo, relaciones internacionales y políticas públicas. Teorías y prácticas del diálogo euro-latinoamericano. Medellín: Ediciones UNAULA [302 pp.]. Carlos Enrique Guzmán Mendozav DOI: http://dx.doi.org/10.7440/res50.2014.21
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l proceso de transformación política, económica y social que experimentó el conjunto de los países latinoamericanos en los últimos años, y el consecuente ascenso de éstos en el escenario internacional, por un lado; junto con la crisis de los países del sur de Europa —España, Portugal, Italia—, por el otro, trajeron como consecuencia un reequilibrio de las relaciones entre Latinoamérica y la Unión Europea, y una nueva concepción de la cooperación para el desarrollo. Por lo que la discusión acerca de la pertinencia de ésta adquiere cada día más relevancia. Aspectos como el compromiso político, la gobernanza ampliada y descentralizada, la legislación, los contenidos sociales de la política, el seguimiento y evaluación de la acción pública y los procesos políticos involucrados, se convierten en interesantes objetos de estudio, reflexión y análisis por parte no sólo de la academia sino también, por qué no, de la política. Así, la cooperación para el desarrollo ha comenzado a vincularse con lo internacional, lo jurídico, lo político y la política, principalmente en su proceso de formación e implementación. En el que se reconoce el papel protagónico que tienen los países y sus políticas en la solución de los problemas del desarrollo, y su obligación de alinear las acciones de la cooperación con las acciones de política pública.
El libro que se reseña es una síntesis de investigaciones anteriores presentadas en congresos y revistas colombianas e internacionales, publicadas por el autor entre 2011 y 2013, en la que se reflexiona y analiza, desde una perspectiva internacionalista y politológica, una temática que no se agota en sí misma: el rol que desempeñan tanto el desarrollo local como la cooperación descentralizada, así como los vínculos existentes entre las relaciones internacionales y las políticas públicas, identificados a partir de las experiencias desarrolladas y validadas a través de la ejecución de programas y proyectos de cooperación birregional entre Europa y América Latina. Desde el prólogo del profesor José Antonio Sanahuja, reconocido internacionalista y especialista de cooperación y relaciones euro-latinoamericanas de la Universidad Complutense de Madrid, se advierte, “pese a la aparente humildad”, el carácter pedagógico y práctico del trabajo de Carlo Tassara, de elevada exigencia teórica y alto rigor académico, en el que estudiantes, profesores e investigadores, sin descartar políticos y gobernantes, podrán encontrar interesantes aportes en un campo de estudio aún fértil para la ampliación del conocimiento, a pesar de la amplia y rica literatura hoy existente. El trabajo del profesor Tassara ofrece respuestas, a veces parciales pero siempre efectivas y enriquecedoras, a un
v Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca (España). Profesor de la Universidad del Norte (Colombia). Correo electrónico: cguzmane@uninorte.edu.co
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conjunto de significativos interrogantes: ¿Hacia dónde se dirigen las relaciones sociopolíticas entre la Unión Europea y Latinoamérica? ¿Qué aporta al desarrollo integral de América Latina la cooperación europea? ¿Qué retos enfrenta la región para consolidar el desarrollo sostenible, aumentar la inclusión social y disminuir la pobreza? ¿Cómo contribuye el enfoque de política pública al fortalecimiento de la cohesión social? ¿Resultan relevantes para América Latina la cooperación internacional descentralizada y sus políticas de desarrollo? Para responder a éstos y otros interrogantes, el autor se propone un triple propósito: en primer lugar, dejar a disposición del lector un conjunto de herramientas interpretativas necesarias para la comprensión de los nexos existentes entre cooperación para el desarrollo, relaciones internacionales y políticas públicas orientadas a la cohesión social y al desarrollo territorial, principalmente en los países latinoamericanos. Enseguida, analizar la reflexión filosófica, así como las modalidades operativas de la cooperación para el desarrollo de la Unión Europea, con énfasis en sus buenas prácticas y en un balance crítico de esa cooperación y las relaciones eurolatinoamericanas. El tercero es vincular teoría y práctica, intentando retroalimentar la reflexión teórica con el análisis de experiencias concretas de relaciones internacionales, implementación de políticas públicas y realización de programas y proyectos de desarrollo.
Por su parte, el tercer capítulo, “Cohesión social y desarrollo local en América Latina. Elementos teóricos y buenas prácticas de la cooperación euro-latinoamericana”, como antesala a la presentación de las experiencias de cooperación internacional del caso colombiano, aborda la relación teórica entre políticas de cohesión social, procesos de desarrollo local y cooperación para el desarrollo. Se verifica, por esta vía, que —como sugiere el autor— “los enfoques de la cooperación Norte-Sur y Sur-Sur interactúan y se sobreponen, en la medida en que la primera opera como un multiplicador de la segunda, abriendo espacios novedosos para intercambios enriquecedores entre colectividades locales y actores de la sociedad civil del Norte y del Sur del planeta” (p. 151). El cuarto capítulo, “Cooperación euro-latinoamericana en la educación. Lecciones aprendidas en el Programa euro social”, describe y analiza, como caso, el proyecto Rede@prender, desarrollado en Colombia en el marco del Programa EUROsociAL. Filosofía, características generales y resultados son sometidos a la lupa del profesor Tassara, en el propósito de identificar tanto los criterios de evaluación como las buenas prácticas y lecciones aprendidas en la realización del proyecto. Finalmente el último capítulo, “La cooperación Sur-Sur de Colombia entre liderazgo y desafíos”, reflexiona sobre los principales conceptos y enfoques relativos a la cooperación Sur-Sur y triangular, así como sobre el posicionamiento de la Unión Europea en ésta. Hace, del mismo modo, mención de la coyuntura colombiana actual y de las características de su política de cooperación, que le permiten afirmarse como país emergente en el contexto latinoamericano. La última parte del texto contiene algunas consideraciones finales y un somero análisis de las principales fortalezas y debilidades que caracterizan la cooperación para el desarrollo de Colombia.
Para organizar la línea argumentativa y expositiva, Tassara estructura, desde una perspectiva dual —internacionalista y politológica—, el libro en cinco capítulos. El primer capítulo, “Relaciones internacionales y cooperación para el desarrollo. Políticas, actores y paradigmas”, se ocupa del análisis y evolución de los principales paradigmas y enfoques, así como de los diferenciados actores involucrados en el proceso de cooperación para el desarrollo. Se evidencia en este apartado la influencia que han tenido los contextos político, económico y social en el cambio de la cooperación internacional.
En términos generales, puede decirse que la propuesta de Carlo Tassara llena las expectativas del lector interesado en el tema de la cooperación internacional, por cuanto se encontrará con un libro que ofrece una mirada teórica con un claro referente empírico. En este contexto, la presentación crítica de teorías y sus conceptos sobre la cooperación para el desarrollo a veces puede aparecer un tanto fragmentada, pero responde eficazmente al propósito de describir un amplio campo de estudio marcado por la variedad de enfoques, métodos y objetos de estudio vinculados e interrelacionados, dentro de los que se incorporan no sólo la ciencia política sino las relaciones internacionales. En este sentido, cabe destacar que resulta evidente que el autor adopta una postura multidisciplinaria para abordar su trabajo investigativo.�
El segundo capítulo, “Cooperación europea y relaciones euro-latinoamericanas: historia y desafíos”, describe las características generales de la cooperación de la Unión Europea, con énfasis en su historia, filosofía, estrategia, organización, y sus modalidades operativas. Observa la política de asociación estratégica birregional y de la cooperación euro-latinoamericana y, al mismo tiempo, identifica éxitos y fracasos de la misma, en clave de juicios de valor, propios de la evaluación de política pública. No deja de lado, acertadamente, en este aspecto, el proceso de cambio que observa el tema, así como el replanteamiento del diálogo en las relaciones entre la Unión Europea y América Latina.
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