HISTORIA CRÍTICA No. 17 Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes director: editor: comité editorial:
Juan Carlos Flórez Ricardo Arias Ricardo Arias, Luis E. Bosemberg, Hugo Fazio, Juan Carlos Flórez, Adriana Maya
coordinadores editoriales: Catalina Brugman, Tomás Martín colaboradores:
fotografía de portada: diseñoy diagramaáón pre-prensa digital: suscripciones: impresión:
Carlos Mario Perea, Ricardo Arias, Hugo Fazio, Pierre Sauvage, María Emma Wills, Luis E. Bosemberg, Eduardo Sáenz. Miguel Salazar Juan Pablo Fajardo, Andrés Fresneda La Silueta Gloria Acosta, Edwin Rodríguez Panamericana
ISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987. Tarifa Postal Reducuida. Licencia No.817 de Adpostal Vence Dic/1999 Historia Crítica se publica semestralmente por el Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. Las ideas aquí expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores.
Indice carta a los lectores la gran mancha roja esa tarde inenarrable e inútil
Carlos Mario Perea los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial
Ricardo Arias la historia del tiempo presente: una historia en construcción
Hugo Fazio Vengoa una historia del tiempo presente
Pierre Sauvage la globalización: una aproximación desde la historia
Hugo Fazio Vengoa la convención de 1821 en la villa del rosario de cúcuta: imaginando un soberano para un nuevo país María Emma Wills Arabia Saudita: tribalismo, religión, conexión con occidente y modernización conservadora
Luis E. Bossemberg reseña
Eduardo Sáenz
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carta a los lectores En 1999, Historia Crítica cumple sus primeros diez años. Para festejar este importante acontecimiento, nuestra revista ha adoptado un nuevo diseño que esperamos sea del agrado del lector. Durante todo este tiempo, Historia Crítica ha querido, de acuerdo a las pautas trazadas en el primer número (enero-junio 1989), contribuir al desarrollo de la disciplina histórica en nuestro país. Creemos que esta contribución se puede apreciar a través de los numerosos trabajos publicados que abarcan tanto problemas metodológicos y teóricos, como las temáticas más diversas (historia de la ciencia, religión, género, conflicto y sociedad, relaciones internacionales, minorías étnicas, Medio Oriente contemporáneo, economía, etc.). Esta consolidación de nuestra revista es parte de un proceso más amplio, en el que el Departamento de Historia se ha ido fortaleciendo: la ampliación de su planta profesoral, la creación de la carrera de Historia, así como el proyecto de un programa de maestría son claros ejemplos de la dinámica interna del Departamento. Otro aspecto que debe ser destacado, es el interés particular que tanto el Departamento como la revista han tenido en la convulsionada realidad nacional. En efecto, creemos que la reflexión histórica promovida a través de las publicaciones y del ejercicio académico de los profesores puede y debe contribuir a una mejor comprensión de esta problemática, paso fundamental para pensar en eventuales soluciones. Con el fin de seguir contribuyendo al estudio de la reflexión histórica, Historia Crítica quiere aprovechar esta ocasión para reiterar su invitación a la comunidad de historiadores, tanto nacional como internacional, para que den a conocer el resultado de sus investigaciones a través de nuestras páginas.
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Historia Crítica, en su número 17, quiere participar en la conmemoración de los cincuenta años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Pero, ¿qué es lo que realmente se conmemora, o al menos, qué es lo que se recuerda de aquel 9 de abril de 1948, tan lejano y tan presente a la vez en la memoria colectiva de los colombianos? La pregunta no es tan sencilla como parece a primera vista. Recordamos, por supuesto, que en esa fecha desapareció, en medio de la violencia que vivía el país, el jefe del partido liberal y candidato a las elecciones presidenciales; para otros, fue el fin de la carrera de un gran líder social que aspiraba a establecer una verdadera democracia en el país. Pero al mismo tiempo, el recuerdo del 9 de abril, para otros sectores de la sociedad, está cargado de una connotación muy diferente. Debido a los múltiples desmanes que se presentaron aquel día para vengar la muerte del "caudillo", estos sectores consideran que fue el momento de la irrupción de la violencia, del horror, de la barbarie. Hay que evocar, igualmente, dentro de un contexto internacional que ya empezaba a hablar de la Guerra fría, la imagen de un 9 de abril como clara manifestación de los planes expansionistas del comunismo internacional, según muchos otros. Historia Crítica publica dos artículos que, cada uno a su manera, buscan aportar elementos para una mejor comprensión del 9 de abril y de sus numerosas consecuencias. Estos artículos están acompañados por un cuadernillo ilustrado -La Gran Mancha Raja que, en forma de historieta, nos narra, él también a su manera, lo que fue aquella fecha. Sin duda alguna, se trata de un documento de gran valor para el historiador1.
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Este cuadernillo fue elaborado en 1949; su autor, según lo que se puede constatar en algunas viñetas que aparecen firmadas, es el dibujante y caricaturista italiano R. Scandroglio. [ver suplemento]
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Historia Critica quiere agradecer a los "grumetes" de la revista El Malpensante, y muy particularmente a su director AndrĂŠs Hoyos, por la gentileza que tuvieron al facilitarnos el original de esta historieta.
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Para eterna memoria Al decir de un ilustre pensador colombiano el 9 de abril de 1.948 «se quebró por tercera vez el ritmo ascendente de nuestra historia», si ella se entiende como un proceso evolutivo de superación y de cultura. Esa síntesis encierra la trascendente gravedad de un delito colectivo que no tiene paralelo en los 138 años de nuestra .existencia republicana. Y aun cuando las necesidades de la pacificación del país y la recuperación de la autoridad, impusieran una ley de amnistía, los horrendos crímenes que en esos nefandos días se "cometieron* jamás podrán ser olvidados por la república y permanecerán latentes en el recuerdo horrorizado de muchas generaciones!. Sobre las transacciones de la política, la moral inmutable tiene ya dado su fallo inapelable y la conciencia, Supremo Juez, al señalar a los responsables de la semana roja de Colombia, afianzará el orden jurídico que nos protege y sin cuyo amparo la sociedad indefensa perecería irremisiblemente. Esta breve y dramática serie de episodios, servirá también para que la historia se escriba sobre la verdad y sin adulteraciones del interés político. Eminentes colombianos de todos los partidos -deponen con sus palabras en este proceso y los autores de máximos delitos contra el régimen constitucional y la seguridad del Estado, devastación, incendios, saqueos, homicidios y sacrilegios, también concurren en efigie, para ser condenados por la opinión imparcial sobre el testimonio de sus propias palabras. A mantener viva la conciencia social, y como ejemplar admonición de vigilancia y defensa contra hechos que no volverán a repetirse, si sabemos tenerlos presentes, va esta historia gráfica de la «Gran Mancha Roja- del 9 de abril de 1.948. Publicación de la Central Informativa Colombiana— CENIC
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esa tarde inenarrable e inútil Carlos Mario Perea *
Hoy día todavía, medio siglo después, el recuerdo de aquella tarde del 9 de abril de 1948 sigue atravesado por el dolor y el estupor. Como si el horror experimentado ese día permaneciera exacto en el recuerdo alucinado de la memoria colectiva: las muchedumbres arrasando los edificios sede del poder, las turbas incendiando la ciudad y asaltando el comercio, las masas profanando los símbolos religiosos, el espectáculo de los cientos de muertos regados en las calles de la capital. Ante las apretadas escenas de terror y destrucción, hoy, como hace medio siglo, sólo que¬dan la mudez y el estupor. En efecto, el sábado 28 de marzo de 1998, al borde del cincuentenario, escribía un articulista en la página editorial de El Tiempo: "[El 9 de abril] fue una tragedia inenarrable que sigue inatendida. Inolvidable en todo caso; curable, quién sabe. Quienes la padecieron no la olvidan porque fue una herida demasiado profunda y, peor, inútil"1. El texto es incisivo. Las frases de "tragedia inenarrable" y de "herida... inútil"1 suenan a simples ecos de las imágenes que comenzarán a desfilar en los dibujos realizados por un militante conservador en el año de 1949. Pareciera que el título con el que el autor abre su introducción, "Para eterna memoria", se viniera cumpliendo a carta cabal; pareciera que la frase contundente de la introducción, "los horrendos crímenes [del 9 de abril] permanecerán latentes en el recuerdo ho¬rrorizado de muchas generaciones", se hubiera alzado como premonición fatídica que haría valer su verdad a lo largo de medio siglo.
* Historiador, profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.
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Un gesto congelado. Cincuenta años después aparecen las mismas imágenes, aflora idéntico sufrimiento, se respira un mismo desconcierto. Como si ese aterrorizante abril del año 48 se hubiera convertido en una herida sin cicatrices visibles, un grito que no logró salir jamás a la superficie pese a sus excesos; pero que está allí, latente y siempre presente en "el recuerdo horrorizado de muchas generaciones". ¿Cómo leer la inmovilidad de un recuerdo que logra sobrevivir idéntico al paso de los cincuenta años más dolorosos de la historia de este país? ¿Será que los episodios cebados en el pavor no tienen otra forma de codificación posible a la del recuerdo atormentado de las escenas de muerte? Probablemente algo de la lógica del horror tendrá que ver con la eterna reedición del gesto congelado en el que ha permanecido el 9 de abril. Pero al mismo tiempo, y de manera profunda, en esta permanencia terca afloran otras tramas. Los sucesos de aquel día quiebran en dos la historia republicana de Colombia. Hacia atrás de 1948 las muchedumbres ciegas expresan la forma como había sido tejida la conciencia pública sobre los partidos políticos. Hacia adelante esas mismas masas ebrias de destrucción sintetizan el comienzo de una violencia que hoy, a las puertas del próximo milenio, no abandona ni por un instante los más diversos rincones de la vida colectiva. ¿Qué es, pues, ese algo que explota trágicamente aquella tarde de abril del 48 y que, como anuncio letal, se erige en signo de lo que de tantos modos comenzará a regir la vida política de ahí en adelante? El bogotazo cierra una centenaria lucha partidaria. La historia ha fechado el comienzo de los partidos políticos colombianos hacia finales de la década del 40 del siglo XIX; cien años después, entre el tumulto y el éxtasis, lanzaba su último suspiro el tejido político sobre el que había descansado la cruenta confrontación entre los partidos. Ya el título del texto, La Gran Mancha Roja, instala directamente en la huella de esta lucha ancestral entre las colectividades: el rojo significa liberal, de donde el 9 de abril aparece como una "mancha", un "siniestro" irreparable cuya responsabilidad recae de manera directa sobre el liberalismo. El resorte de la delirante pasión del 9 de abril hay que rastrearlo ahí, en la renovada intensidad que cobró el enfrentamiento entre los partidos una vez consumada la victoria conservadora de Mariano Ospina Pérez. Las alternaciones partidarias en el poder fueron hasta el Frente Nacional unas verdaderas guerras: la agrupación ganadora desterraba del aparato institucional, a sangre y fuego, a los miembros del partido opuesto. En contravía de la visión liberalizante de nuestra historia, que hace del conservatismo el partido de la violencia reaccionaria frente a un liberalis-
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mo tolerante y progresista, la subida de los liberales al poder en 1930 representó también una historia de muerte todavía no registrada en su real magnitud. La victoria electoral de un partido significaba, como se escribió hasta el cansancio durante cien años, la inauguración de un nuevo régimen. ¡Un nuevo régimen! Porque el cambio de partido en el poder representaba un verdadero cataclismo comprensible no más que en el contexto de los universos mentales vigentes por aquellos días. Para cada colombiano, siguiendo los dictados de la filiación partidaria de su familia, el partido opuesto representaba una verdadera y sentida amenaza, bien en la conducción de los grandes destinos nacionales, bien en el tratamiento de los asuntos más granados de la vida íntima. De la prodigiosa capacidad de fundir en una sola mezcla el mundo de lo privado con el universo de lo público, nació esa alucinada capacidad de los partidos tradicionales para fustigar su confrontación a lo largo de un interminable siglo: la imaginería partidaria modelaba los sueños de un nuevo país, pero al mismo tiempo informaba las identidades familiares y atravesaba el corazón de los vínculos de cada individuo con el resto de la sociedad. Hasta asuntos tan propios de la esfera de la autonomía como la profesión de fe religiosa se definían sobre la filiación partidaria: antes que nada se era conservador o liberal, es decir creyente profundo o ateo furioso, al margen del comportamiento de cada ciudadano en la vida privada. Los capitales simbólicos que anudaban al partido, así pues, atravesaban el conjunto de la vida cultural y política de aquella época. Los ojos exorbitados y los rostros desencajados que nuestro dibujante le pinta a la "chusma" nueveabrileña tienen su origen certero en los odios que cada partido había alimentado frente al otro. El texto es pródigo en la visión que la colectividad conservadora había alentado contra su adversario. Durante cien años había advertido a sus copartidarios sobre la amenaza comunista que encarnaba el liberalismo: destrucción de la religión y de los valores tutelares de la nacionalidad era el resultado del protervo proyecto liberal. De allí que el libreto está listo y el 9 de abril no forma sino un eslabón más de la interminable cadena de asaltos comunistas, tal como lo dice con total claridad el texto: desde el comienzo hace su ingreso "el plan subversivo" comunista, fríamente calculado y urdido desde el exterior. ¿Cómo más explicar "la coordinación de los hechos,... la rapidez con que funcionaron las emisoras clandestinas, ... la manera como se integró la Junta Revolucionaria de Gobierno en Bogotá? ". El espectro comunista adquiría por aquellos años todo su vigor, cuando apenas comenzaba la guerra fría; pero igual los adherentes del partido rojo venían siendo vistos desde siempre como "liberales, socialistas, comunistas y anarco sindicalistas".
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Una visión apocalíptica del adversario que era devuelta, con idéntica carga pasional, desde la orilla opuesta. De nuevo en contravía de la versión liberalizante de nuestros aconteceres históricos, el partido liberal también creó la imagen de un conservatismo letal para el país y la existencia diaria. La palabra "reacción", término que resumía la visión demonizante de los liberales hacia los conservadores –el equivalente de la acusación de "comunismo"-, significaba la presencia de un partido que por las vías de la violencia arrasaría con todo aquello que significara avance democrático y participación popular. En medio de este clima de condenas mutuas no podía tejerse resultado distinto al de la brutal lucha entre los partidos. Bajo el título de "El Nuevo Alineamiento", el texto habla de esta fractura insuperable, de esta grieta abismal sembrada durante tantos años de confrontación: "Frente a la lucha que hoy divide al mundo, que alindera de un lado los que profesan una grosera concepción materialista de la vida, y de otro, los que creen en la existencia y operancia del espíritu y los valores morales, los partidos colombianos no han dudado ni han podido dudar al hacer su propio alineamiento". El primer Jorge Eliécer Gaitán, el de las grandes movilizaciones y el de la invitación al pueblo en contra de la oligarquía, hizo un llamado a todos los nacionales sin distingos de su afiliación partidista: "La miseria no tiene color político", diría tantas veces durante la campaña proselitista de 1946. Empero, desde comienzos de 1947, una vez adquirido el título de director del partido liberal, Gaitán no pudo evitar verse consumido en las mallas de la confrontación partidaria. Su discurso se vio invadido por las consignas de la intemperancia: la oligarquía, antes sin especificación partidista, se trastocó en la oligarquía conservadora; el pueblo, primero ente universal aquejado por el olvido y la desnutrición, se transformó luego en el pueblo liberal. La marcha del silencio del 7 de febrero de 1948, la más audaz escenificación pública contra la violencia de aquellos años, fue convocada en nombre del partido liberal como protesta por el asesinato de sus copartidarios. "En Silencio el Liberalismo Pedirá Paz y Justicia y Rendirá Tributo a sus Muertos" rezaba en gran encabezado Jornada, el periódico gaitanista, dos días antes de aquel memorable sábado. Y el caudillo, ante la multitud muda, reconvertiría el silencio, símbolo de la lucha contra la presencia arrasadora de la muerte, en signo demostrativo de la fuerza amenazante del partido liberal: "Señor presidente: vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que
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un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa"2. La gramática de la impugnación partidaria terminó por invadir el movimiento gaitanista. Algo menos de dos meses antes de su muerte, el caudillo diría en el cementerio de Manizales ante los ataúdes de varios liberales asesinados: "Al pie de vuestras tumbas juramos vengaros"3. La retaliación, la sed de sangre, las palabras que aceitaban la máquina de una guerra simbólica sostenida día a día en las páginas de la prensa y en las exhortaciones de la pla2a pública, hizo su inconmovible presencia en el discurso gaitanista. La palabra, esa misma que aparece evocada con total poder sobre la exacerbación de las muchedumbres en nuestro texto: "La irresponsable voz de los líderes", agitada desde "la barricada del micrófono". ¿Acaso resulta gratuito que cada vez que se encendía la llama de la confrontación entre los partidos los periódicos fueran el primer blanco de las gentes arrebatadas, tal como lo hizo el "populacho" abrileño con el edificio de El Siglo antes de que se cumplieran las tres de la tarde? La violencia real, siempre precedida por la violencia simbólica de una palabra destructora en la que el Otro no logra restituir ninguna imagen distinta a la de la muerte. El 9 de abril, ese "río humano de incendio, barbarie y rapiña", sobreviene en el fragor de los gritos de "¡A la carga!" con los que el caudillo concluía sus famosas peroratas. Como si ante la noticia del asesinato, el pueblo fuera movido por la pregunta fatídica lanzada tantas veces por Gaitán en medio del candente ambiente que se respiraba desde finales de 1946: "¡Pueblo! ¿Estáis dispuesto a obedecer mi voz de mando, aun cuando ella sea una orden de sacrificio?"4. Los largos y enfáticos "sí" que respondían las emocionadas multitudes de las marchas se convirtieron el 9 de abril en un "río humano" ciego ante la "voz" del líder inmolado, resonante como una "orden de sacrificio". Con todo, aquel viernes de abril es al mismo tiempo la expresión de una ruptura, tan profunda como la continuidad que guarda la destrucción con la lucha centenaria entre los partidos. El movimiento gaitanista alcanzó a inaugurar renovados escenarios en las arenas del poder. Sus llamados al pueblo, bien bajo la forma de una invitación a la confrontación contra la oligarquía, bien bajo la imagen de una convocación a las resonantes marchas, lograron construir una ciudadanía en donde el pueblo se pudo ver por primera vez a sí mismo haciendo parte de una fractura diferente a la contenida en la lucha entre rojos y azules. En la movilización popular en tomo a Gaitán asomó una identidad más allá de las filiaciones partidistas y sus sempiternos odios: el pueblo no sólo posee una entidad que lo diferencia y lo enfrenta a la oligarquía, sino que lo vuelve agente de un posible cambio. En verdad, como se dijo antes, Gaitán tuvo dos trayectorias en su recorrido político durante
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los años 40: en la segunda había abandonado el llamado al pueblo universal para privilegiar las consignas del partido rojo. Empero, y pese al cambio en los contenidos gaitanistas, la imagen del pueblo movilizado siguió operando en la escena pública. El 9 de abril cierra entonces un largo ciclo de la vida pública nacional. Aquella tarde las masas quemaron, en medio del fuego que abrazaba los ministerios y las iglesias, el pacto de fidelidad que habían venido jurando hacia los partidos tradicionales a lo largo de cien años. Porque, pese a que el gesto congelado del 9 de abril rememora tan sólo el "populacho" delirante, en sus actos de destrucción se lee de manera nítida el acto de aniquilamiento de todo aquello que respirara algún signo de poder: edificios de periódicos; los ministerios de gobierno, justicia y educación; el palacio de la nunciatura, las iglesias y los colegios católicos. La casa presidencial fue el único edificio librado de la empresa de saqueo gracias a la acción empecinada del ejército; pero igual cayeron bajo su paso arrasador los establecimientos del comercio y el centro de la ciudad, en ese entonces lugar de habitación de sectores pudientes de la capital. El pueblo libró ese día su propia batalla, quebrando el sagrado pacto partidario que dividía agónicamente a liberales y conservadores. La imagen del pueblo en marcha, como un río desbordado sin diques posibles, no hacía sino desnudar el absurdo de una confrontación partidaria que, todavía en 1948, operaba como el prisma de lectura de un país cuyos procesos de subversión social habían dejado atrás las desuetas metáforas que habían servido para mantener vivas las afiliaciones partidistas. En este cruce de fracturas adquiere su desbordado vigor la tarde abrileña: entre la grieta insuperable que volvía enemigos irreconciliables a liberales y conservadores, atizando la locura con el detonante de los odios ancestrales; y en el abismo entre un país social y un país político, tal como lo expresaba Gaitán, comienzo de una lucha clasista que venía dibujándose desde los años veinte. Es este cruce de fracturas lo que vuelve comprensible la vacilación que rodea a nuestro autor en los nombres con los que se bautiza, desde ese entonces y a lo largo de 50 años, a las masas abrileñas: "enardecidos grupos de energúmenos", "populacho", "turbas ebrias", "revoltosos", "revolucionarios sacrílegos", "chusma irreligiosa". Más allá de los calificativos que describen el itinerario del horror, ¿por qué un conservador como el de nuestro texto no habla, sin ningún preámbulo, de las chusmas liberales? Los rojos sindicados son los grandes dirigentes, los responsables de urdir un acto de barbarie de semejantes proporciones en el intento de consumar el plan comunista mundial, pero nunca los liberales de la calle y el pueblo. Siguiendo los dibujos, los protagonistas del incendio y el saqueo son más bien unas masas heterogéneas
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socialmente y sin ningún distingo político. El 9 de abril será, así las cosas, el primer gran evento de la vida nacional republicana que se resiste a la lectura tradicional desde la lucha partidaria. Y desde allí los sucesos del 48 marcarán el medio siglo de historia que comienza a correr desde esa "inenarrable" e "inútil" tarde. ¿En razón de qué un articulista de 1998, cincuenta años después, continua nombrando ese día bajo estos calificativos, hijos de las mismas resonancias que empleará nuestro dibujante conservador en 1949? ¿En dónde se hunde la imposibilidad cincuentenaria para recontar aquel día y para encontrar en su dolor y sus episodios un sentido? Lo inenarrable, aquello que no puede ser contado ni narrado; aquello cuya evocación queda sumida en el vértigo del horror, ahogando las palabras. El mismo sentir que ha merodeado las mutilaciones de los años 50 y 60, los asaltos guerrilleros de la década del 70, las empresas de muerte de las bandas sicariales de los 80, las masacres de guerrillas, paramilitares y ejércitos de los 90. En medio del eterno apilar de cadáveres, en medio del interminable cortejo fúnebre, se han ido adelgazando cada vez más las palabras. La violencia llega, hace sus repartos de poder y se marcha dejando tras de sí el silencio; no puede crear palabras, no puede ser ni tan siquiera narrada. Su existencia se limita a ocupar la porción del recuerdo destinada al horror y al sufrimiento: unas pocas imágenes apretadas, condensadas en la alquimia del terror y el desgarramiento. Como si la violencia de los últimos cincuenta años hubiera quedado apresada en el mutismo que desataron los acontecimientos de abril del 48. ¿Hasta cuándo la presencia violenta, ese retazo tan contundente de nuestra experiencia colectiva, seguirá siendo esa dolorosa vivencia muda? Pese a las insondables diferencias creadas tras medio siglo de historia, ¿acaso no se sumen en el mismo silencio el 9 de abril y las matanzas de Tacueyó, Trujillo y Mapiripán? La violencia inenarrable y por eso mismo inútil, impedida para erigir un símbolo más allá de su propia lógica de destrucción. A lo largo de este medio siglo la historia del país ha continuado sin fracturamientos capaces de reconstruir las representaciones colectivas y fundar la conciencia de un comienzo, pese a la atolondrante presencia de una violencia asumida siempre como la gran partera de la historia. Una violencia sin duda inútil, imposibilitada para arrojar ni ganadores ni perdedores, sumida en su propio y letal mecanismo. La gran magia que le acompaña es su insobornable presencia movida por una máquina capaz de reconvertir siempre sus viejos agentes en nuevos actores, armando el vasto espectro que se mueve de soldados del ejército a pandilleros de bandas juveniles al moverse de los desechos de las veredas a los recovecos de las calles en las ciudades. Una violencia que ni aun cuando destruyó las ciudad y los edificios emblemáticos
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del poder, ni aun cuando movilizó las masas capitalinas poseídas por el embrujo del aniquilamiento -como aquella tarde de abril-, logró sembrar los gérmenes de un desciframiento alternativo de los asuntos públicos nacionales. El fuego de abril pasó y operó callado, adormilado en el mutismo del horror, pero fracturando en un antes y un después la historia política. Ese día, hace cincuenta años, como hoy a las puertas del siglo que comienza, la trama de la violencia pareciera sostenerse en la misma tradición milenaria. Los partidos liberal y conservador, los protagonistas históricos de la escena pública en Colombia, hacia mediados de siglo habían dejado la poderosa herencia de unas instituciones democráticas que en medio de su precariedad afianzaron una estabilidad sobreviviente a uno y tantos cataclismos. Pero a la vez, los mismos partidos dejaron, por la misma época, el legado de una aturdida conciencia sembrada en la imposibilidad de pensar el acceso al poder y la resolución de conflictos por un lenguaje distinto al del aniquilamiento. Así lo enseñaron en la prensa, todos los días, religiosamente; así lo mostraron en los campos de batalla y en el nexo estrecho que desde aquel entonces tiene la idea de oposición con el idioma de las armas. Tal como quedó fundado por los partidos tradicionales mediante su eterna confrontación hasta la mitad del presente siglo, hoy, cincuenta años después, en Colombia continúa dominando una conciencia en la que el Otro, el contrario y el distinto, no pueden adquirir un rostro y un reconocimiento más allá de la muerte. En ese impasse en el que el Otro no logra hallar un lenguaje distinto al de su eterna demonización, la violencia no logra salir del gesto congelado iniciado con el 9 de abril, y tantas veces repetido en el sinnúmero de Tacueyós, Trujillos y Mapiripanes. En la rueca de esta repetición luctuosa pareciera quedar sellada la imposibilidad de un país de mirarse a sí mismo, de ensayar nuevas rostredades, de inventar narrativas frescas de su pasado. Una violencia larga, tanto en sus presencias como en sus intensidades, que parece amarrar el hilo de la historia a su pesada gramática: ¿por qué razón se ha empleado el mismo término, el de violencia, para narrar desde las remotas guerras civiles del siglo pasado hasta las confrontaciones armadas de finales del siglo XX? ¿Por qué caben bajo la sombra de la misma palabra los ejércitos decimonónicos, los bandoleros de mediados de siglo XX y los paramilitares del siglo venidero? ¿Qué pregunta queda siempre sin resolver bajo esta desconcertante continuidad en las formas de contar, de narrar y por lo tanto de representar la presencia de la muerte en Colombia?
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Los cincuenta años del 9 de abril y el texto de La Gran Mancha Roja. Medio siglo y unas imágenes que convocan el destierro del olvido y el deseo de instalar un símbolo en la violencia: una palabra con capacidad de contarla, de narrarla y por ende de digerirla en diferentes dispositivos de la cultura. Una palabra, en suma, capaz de socavar el gesto congelado de la violencia y de hacer brotar, desde las ruinas de la muerte, esa voz capaz de desterrar el silencio y de resimbolizar tantas tardes inenarrables e inútiles.
notas 1
RESTREPO, Jorge, "Niño de Abril del 48", El tiempo, marzo 28 de 1998, p. 4A.
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GAITAN, Jorge Eliécer, "Oración por la Paz", en Escritos Políticos, Bogotá, El Ancora, 1985, p. 182. 3
GAITAN, Jorge Eliécer, "Texto del Discurso de Gaitán en el Cementerio de Manizales", Jornada, febrero 18 de 1948. 4
GAITAN, Jorge Eliécer, "El Gobierno está Obligado a Cumplir el Pacto", Jornada, septiembre 7 de 1947.
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los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial Ricardo Arias*
El 9 de abril de 1948, día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, constituye un momento de particular importancia en la historia de Colombia. En primer lugar, son muchos los que aún hoy, cincuenta años después de su muerte, consideran que ese "magnicidio" frustró indefinidamente las esperanzas de todos aquellos que veían en Gaitán la posibilidad de acceder a una sociedad realmente democrática, más justa, menos excluyente. Esta imagen tradicional que se tiene del "caudillo del pueblo" se encuentra legitimada, entre otros aspectos, por numerosos escritos en los que Gaitán aparece, invariablemente, como una especie de mesías que, una vez llegara a la presidencia, iba a solucionar muchos de los males que en ese entonces aquejaban a la sociedad colombiana. Los testimonios de muchísimos colombianos que vivieron la época de "la violencia" corroboran esa misma imagen en la que Gaitán aparece como el abanderado en la lucha contra las injusticias sociales, la corrupción, la exclusión política, etc1. Los estudios que se alejan de esta imagen, por el contrario, son muy escasos, pero algunos de ellos tienen el mérito de ser lo suficientemente sugestivos como para cuestionar, en cierta medida, la imagen que se ha hecho de Gaitán2. La importancia del viernes 9 de abril también se puede apreciar en otros aspectos. La muerte de Gaitán provocó verdaderas insurrecciones populares en diferentes lugares del país (las llamadas "juntas revolucionarias" se tomaron el poder en dife* Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, candidato a Ph. D. en la Universidad de Aix-en-Provence, Francia.
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rentes localidades y subvirtieron momentáneamente el orden). Por otra parte, a partir de esa fecha, la violencia, que ya venía manifestándose con una gran intensidad desde tiempo atrás, adquirió un ritmo particularmente escalofriante. El dis-tanciamiento entre el bipartidismo se acentuó, haciendo cada vez más difícil establecer gobiernos de coalición. Además, el Ejército, que hasta entonces había conservado una cierta neutralidad en medio de todos los conflictos, empezó a identificarse con el gobierno. Pero lo que nos interesa en este artículo es destacar otro aspecto, quizá menos conocido por el público en general a pesar de que guarda, a nuestro parecer, una gran importancia. Se trata de la interpretación que hicieron del 9 de abril tanto el gobierno de Mariano Ospina Pérez (1946-1950), como las élites en general. Ese tipo de lectura de lo sucedido aquel fatídico viernes justificó -y sigue justificando hoy en día- la respuesta violenta por parte de todos aquellos que vieron en la irrupción de los marginados políticos y sociales una amenaza para el "orden" establecido. En ese sentido, lo sucedido el 9 de abril de 1948 fue aprovechado por la clase dirigente para darle una determinada interpretación ideológica a partir de la cual se pudieran deslegitimar las reivindicaciones de los sectores excluidos, estrategia que sería -el tiempo se ha encargado de demostrarlo- de una gran eficacia para acallar todo brote de oposición. Es decir que en el mismo momento en que las masas populares creían adquirir su independencia como actores sociales -¿acaso no salieron, por su propia cuenta, a vengar la muerte del "líder" social, atacando y destruyendo todos los símbolos que representaban el poder?-, lo que en realidad se estaba presenciando era su desmantelamiento como actores autónomos. Hoy en día, cincuenta años después, no se vislumbra aún, en el escenario político colombiano, un movimiento o partido de oposición que ofrezca una alternativa sólida, creíble y legítima frente al bipartidismo tradicional. La interpretación que la mayoría de los sectores de la clase dirigente hizo del 9 de abril está basada en una lectura sesgada de los acontecimientos. Antes del asesinato de Gaitán, el país ya estaba inmerso en una profunda violencia en la que se mezclaban todo tipo de causas. Las 14.000 muertes violentas correspondientes a 1947 demuestran claramente que la violencia no comenzó el 9 de abril3; los años 30, cuando los liberales retomaron el poder después de una abstinencia de medio siglo, estuvieron plagados de enfrentamientos bipartidistas; y la década anterior se había caracterizado por la violencia entre campesinos y terratenientes, por un lado y, por otro, entre el proletariado y el patronato (recordemos las bananeras y su cruento desenlace). Pero a pesar de ello, los sectores dirigentes insistieron en que la violencia sólo comenzó realmente el 9 de abril con el asesinato de Gaitán, y sobre todo con los desmanes del "populacho". Juan Uribe Cualla, citado en la Gran Mancha Roja, ilustra muy bien esa concepción de una Colombia idílica y ejemplar
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en todos los aspectos, a la que "más de cien años de historia le habían consagrado como modelo de orden y exponente auténtico de la grandeza de los proceres, de la obra de los libertadores y de las vidas admirables de estadistas ilustres, de sus poetas inmortales y de sus varones eximios". Ospina Pérez, para quien los hechos del 9 de abril también constituyeron una amenaza al buen nombre de Colombia, invitaba a los ciudadanos a restablecer el orden que tanta fama le había dado al país a nivel internacional: "El Presidente pide a todos los buenos hijos de Colombia [...], que contribuyan en esta hora de prueba con el aporte de su sensatez y de su prudencia para que no se hunda el prestigio republicano y democrático de la Patria, que tan orgullosamente enarbolamos ante la América invitada a reunirse en esta ciudad capital"4. Ese clima de violencia que se produjo el 9 de abril se extendió mucho más allá de lo esperado; para ciertos sectores de la sociedad, como ya lo indicamos, fue el inicio de una ola de terror que se iba a apoderar de Colombia. Casi tres años después de ocurridos los hechos, el presidente Laureano Gómez decía que la tarea central de su gobierno consistía en "la reconquista de la tranquilidad pública perturbada tan profundamente como consecuencia de la subversión del 9 de abril..."5. Muchos años después, el general Fernando Landazábal, por ese entonces ministro de Defensa del gobierno Betancur, afirmaba categóricamente que el partido comunista era el responsable de la violencia que "le ha costado al campo desde 1948 más de 30.000 campesinos asesinados por guerrilleros comandados, dirigidos, auspiciados y sustentados por el partido comunista"6. Más grave aún: si analizamos ciertos comentarios que se siguieron emitiendo en torno a los sucesos de aquella fecha, encontramos que el 9 de abril, más que una interrupción pasajera de la paz y de la tranquilidad que supuestamente caracterizaban a nuestra sociedad, representó el inicio de una profunda descomposición social, el desplome del orden tradicional. Un editorial publicado en 1953 por el periódico El Siglo , intitulado "El día de la abominación", afirmaba que "el 9 de abril aún no ha concluido. Esta ola de bandolerismo que ha asolado el país en estos cinco años es fruto consecuencial de esa fecha. Bajo esa negra noche, que el resplandor de las llamas criminales hacía moralmente más oscura, quedó desecha toda la tradición de la república, despedazada su alma, desfigurado su carácter. Apenas la mano providente de Dios, pudo salvar a nuestros mandatarios, conservar a nuestro partido en el poder y dejarnos un resto de patria para volverla a edificar de nuevo [...]. 9 de abril, día de abominación, ¡quién pudiera arrancarte de la historia colombiana para no seguir avergonzándonos con tu recuerdo!"7
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El 9 de abril debe ser entonces enfáticamente condenado porque fue una manifestación anárquica, caótica y llena de violencia, que se ensañó contra las "autoridades legítimas" y, más grave aún, contra las instituciones sagradas: en efecto, la Gobernación y el Palacio de Justicia fueron incendiados en Bogotá, y muchas otras sedes del poder fueron arrasadas en otros lugares del país, al mismo tiempo que edificios, templos y centros educativos católicos, como el Palacio Arzobispal, la Nunciatura y la Universidad Javeriana Femenina, quedaron completamente destruidos. Ante la magnitud de los daños ocasionados, ante la afrenta que significó el ataque a los símbolos más representativos del poder, la condena era un primer paso para tratar de restablecer el "orden". La cárcel y la excomulgación cayeron rápidamente sobre los responsables de tan oprobiosos hechos8. Pero la condena no bastaba, por más severa que fuera. Lo que habría que hacer es borrar ese recuerdo tan escabroso de nuestra historia, no solamente por la vergüenza de lo acaecido, sino porque su origen, su verdadero origen, no podía encontrarse dentro de las fronteras colombianas ni en las almas católicas de nuestra comunidad. Monseñor Perdomo, arzobispo primado, dijo lo siguiente en una alocución realizada el 12 de abril, tres días después de las revueltas: "En esta hora de inmensa tribulación para nuestra amada Patria, y con el corazón profundamente acongojado ante los extremos de perversidad y de locura a donde vemos que ha sido llevado nuestro pueblo, por obra de extrañas influencias, destructoras no sólo de todo orden moral y religioso, sino además de todo ideal patriótico, y de todo sentimiento humanitario, no podemos menos de reprobar [...] los horrendos atentados y delitos..."9. El presidente Ospina pensaba que el origen del problema había que buscarlo más allá del bipartidismo, es decir en unos terrenos forzosamente nocivos para el país: "Quiere el Presidente con toda exactitud llamar la atención de los colombianos amantes de la Patria sobre el hecho de que el curso que han tomado los acontecimientos ya no es de partido liberal ni de partido conservador, sino de tremenda amenaza a las instituciones básicas de Colombia y a la vida, honra y bienes de los asociados"10. El origen, el verdadero origen del mal, provenía entonces del exterior: del comunismo internacional que, apoyado en sus escasos pero peligrosísimos secuaces criollos, quisieron sembrar el terror en el país para, en medio del caos, tomarse el poder. El autor de la Gran Mancha Roja insiste sobremanera, desde el comienzo hasta el final, en el mismo argumento. Sin embargo, las imágenes y el texto de esta historieta suministran otro tipo de información acerca de los responsables, lo que nos permite tener una idea mucho más clara de los "revoltosos"; este tipo de precisiones resulta valiosísimo para entender la imagen que hace el autor del "culpable". En primaria instancia, se señala explícitamente al comunismo. Esta corriente ideológica defiende una serie de postulados que amenazan, dentro de la óptica de los
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dirigentes, las bases de la sociedad colombiana. Pero si leemos atentamente el texto y observamos con detenimiento las ilustraciones nos damos cuenta que, al lado del comunismo, lo que está surgiendo, lo que está irrumpiendo, amenazante, en el escenario, es el proletariado, designado peyorativamente como el "populacho". Es decir, la amenaza suscitada por el enemigo adopta simultáneamente una faceta política -el comunismo- y una social -los sectores populares. Pero La Gran Mancha Roja va aún más allá. El 9 de abril no es percibido simplemente como un conflicto político entre partidos opuestos, lo que no tendría nada de novedoso; tampoco, de manera exclusiva, como un enfrentamiento de clases11; más precisamente, es percibido como la irrupción, violenta, inesperada, del horror, del terror, en resumidas cuentas de la Barbarie. El 9 de abril, el "viernes rojo", fue la lucha entre la civilización y el caos, entre la cultura y el salvajismo ("el pueblo no quería cultura", nos dice el autor de las ilustraciones). Fue, en último término, un combate entre las fuerzas del Bien y las del Mal. En efecto, ese "día de la abominación" se levantaron, "energúmenos" y "enloquecidos", los "revoltosos criminales", para dar rienda suelta al "estallido de las pasiones más insanas y de los más bajos y primarios instintos". Los rostros de los "revoltosos", desencajados, llenos de ira (en claro contraste con la perfecta serenidad y mesura que expresan los representantes de las élites), no hacen sino corroborar la imagen de una masa violenta, incontrolable, desenfrenada, que es representada destruyendo, saqueando, trastocando osadamente el orden ("Pobres y descalzas mujeres de las barriadas bogotanas, llevaban sobre sus hombros pieles de cuantioso precio..."). En pocas palabras, se quiso desviar a nuestra patria de sus destinos históricos... Y esta percepción del enemigo -y de los hechos- fue compartida por las élites en general, sin distingos políticos. Es cierto que liberales y conservadores se acusaron mutuamente de asesinar a Gaitán. Pero tan pronto entendieron que lo que estaba en juego era el bipartidismo y su permanencia en el poder, los dirigentes de los dos partidos hicieron hasta lo imposible para deslegitimar la revuelta del 9 de abril. Los directorios de los dos partidos, luego de una reunión con el presidente Ospina, dieron a conocer el siguiente comunicado: "El grave clima de exacerbación política creado por el excecrable (sic) asesinato del señor Jorge Eliécer Gaitán constituye un serio peligro para la paz pública y amenaza con torcer el rumbo histórico de la Nación. Los directorios de los dos partidos se hallan de acuerdo en la necesidad de restablecer la calma y la normalidad, no sólo para salvar al país de esos gravísimos peligros, sino también para poder encauzar el esfuerzo unido de todos los colombianos hacia la reconstrucción moral y material del país, tan seriamente quebrantada por designios extraños que sorprendieron a los dos partidos históricos en sus métodos de lucha cívica"12. Como se puede apreciar de manera muy clara, los diri-
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gentes del bipartidismo, profundamente angustiados ante la ira popular, condenaron de inmediato a los manifestantes por interrumpir violentamente el orden tradicional. Lo que se aprecia, en el fondo, es que "los principales representantes del liberalismo se vieron tan sorprendidos y asustados por la magnitud y las posibles consecuencias del levantamiento popular como los dirigentes conservadores y el clero; esta actitud se puede apreciar en la prensa liberal que, al igual que la conservadora, denunció la amenaza comunista y justificó los acercamientos entre los dos partidos" so pretexto de defender las instituciones democráticas13. El nuevo gobierno de coalición, constituido por los dirigentes de los dos partidos horas después del asesinato de Gaitán, es una muestra del afán con el que liberales y conservadores querían hacer frente común para resistir los embates de los sectores populares. Lo esencial, para todos estos sectores dirigentes, era condenar un movimiento que amenazaba, como nunca antes había sucedido en nuestra historia, el orden establecido. Para ello, a un movimiento con claros tintes sociales y políticos se le descontextualizó completamente de la realidad nacional para reducirlo tan sólo a la política expansionista del comunismo internacional; y a sus actores se le dieron los peores epítetos para reducirlos al nivel de los más peligrosos y bestiales criminales. De ahí la represión: el enemigo, el verdadero enemigo para la "democracia", deja de ser el otro partido cuando lo que está en juego no es simplemente el reparto del poder, sino la eventualidad de que surja un movimiento contestatario autónomo con deseos de cambiar las reglas de un juego monopolizado históricamente por el bipartidismo. Es precisamente ese el significado que queremos destacar del 9 de abril: esa fecha, gracias a la lectura que de ella hicieron los sectores dirigentes (la irrupción de la barbarie), sirvió para justificar plenamente una política represiva contra los sectores contestatarios, en el mismo momento en que las tensiones sociales aumentaban en toda América latina y las élites del continente se creían amenazadas por el populismo. Pero ese momento también coincidió con los inicios de la Guerra fría. La represión, entonces, se hacía en nombre tanto de los "principios occidentales" (la democracia, el capitalismo), como de los "valores colombianos" (la religión católica y sus representantes, las autoridades "legítimamente elegidas", nuestra "cultura" y "civismo", etc.). "En realidad el 9 de abril había servido de pretexto a las clases dominantes para una completa reorganización del Estado el cual, al término de 1948, se encuentra financieramente fortalecido, ampliados y cualificados sus aparatos de represión, extendidos sus mecanismos de control político y social. La Ley 82 de diciembre 10 de 1948 mediante la cual se concede «amnistía a los procesados o condenados por delitos contra el régimen constitucional y contra la seguridad interior del Estado, cometidos con ocasión de los sucesos
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del 9 de abril», es a lo sumo una contraprestación a la colaboración liberal en este proceso de reordenamiento estatal pero no un signo de debilidad frente a un peligro potencial. Las clases dominantes disponen ya de todas las armas para enfrentar el más mínimo brote de rebeldía de las masas"14. El 9 de abril fue eso para las élites, una oportunidad más para deslegitimar al "exterior de lo social": el populacho, los revoltososos, los salvajes. Y como lo dijimos desde un comienzo, la historia, en ese sentido, no ha cambiado mucho cincuenta años después, pues hoy en día los campesinos movilizados, los trabajadores en huelga, los defensores de los derechos humanos, y tantos otros sectores e individuos, siguen siendo vistos por el Estado y por una parte de la sociedad como elementos manipulados por las guerrillas comunistas y, por eso mismo, altamente peligrosos para el país. En el fondo, el "otro", cualquiera sea su rostro, no tiene cabida en una sociedad que ha erigido a la intolerancia y a la exclusión en pilares básicos de su funcionamiento. Es por ello que la asombrosa debilidad de los movimientos de oposición, que ha caracterizado a Colombia a lo largo de toda su historia, no puede ser desligada de esa visión que, desde las altas esferas, se ha tenido -y se ha difundido exitosamente- del "otro", visión que legitima la represión sistemática con que éste ha sido combatido. No olvidemos que la estabilidad de nuestra "democracia" ha reposado en regímenes de excepción. Dentro de ese contexto, las recientes advertencias dirigidas por la Comunidad Europea al gobierno colombiano por su tendencia a criminalizar las protestas sociales resultan sin duda refrescantes, pero, al mismo tiempo, no deja de ser profundamente vergonzoso y humillante que la atención de un país en torno al respeto de los derechos humanos esté determinada por las presiones económicas de la comunidad internacional.
notas 1
El libro clásico de Arturo Alape -El bogotano. Memorias del olvido: 9 de abril de 1948, Bogotá, Ed. Planeta, 1987-, así como algunos de los trabajos realizados por Alfredo Molano -en particular Los años del tropel, Bogotá, Cerec-CinepEstudios rurales latinoamericanso, 1985-, permiten apreciar lo que representaba Gaitán para amplios sectores de la sociedad. 2 Nos referimos especialmente a los trabajos de Daniel Pécaut, en particular Orden y violencia, vol. II, Bogotá, S. XXI, 1987, pp. 364-485, y "De las violencias a la violencia", en Pasado y presente de la violencia en Colombia, Bogotá, Cerec, 1986, pp. 188-190. 3 OQUIST, Paul, Violencia, política y conflicto en Colombia, Bogotá, Instituto de Estudios Colombianos, 1978, p. 59. 4 Revista javeriana, número 144, mayo 1948, pp. 185-186.
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El Siglo, 31 de diciembre de 1950. El Tiempo, 7 de octubre de 1982. 7 El Siglo, 27 de marzo de 1953. 8 Revista Javeriana, numero 144, mayo 1948, p. 194. 9 Ibid., pp. 193-194. 10 Ibid., numero 145, jumo 1948, p. 229. 11 Si bien es cierto que los manifestantes atacaron y saquearon muchos locales comerciales y hon lujo, lo que puede ser considerado como una manifestación del odio de clases, no hay que olvilar sin embargo que la oligarquía liberal no fue víctima de la acción de los "revolucionarios". 12 Revista Javeriana, número 144, mayo 1948, p. 187. 13 ARIAS, Ricardo, 9de abril'de 1948, Bogota, Panamericana Editorial, 1998, pp. 39-40. 14 SANCHEZ, Gonzalo, Los dias de la revolución. Gaitanismo y 9 de abril en provincia, Bogota, Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1983, p. 152. 6
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la historia del tiempo presente: una historia en construcción Hugo Fazio Vengoa*
Parafraseando a Pierre Vilar, quien, en la conocida compilación Hacer la historia, escribió un artículo que intitulaba "Historia marxista: una historia en construcción", se puede argumentar que la historia del tiempo presente, al igual que toda operación histórica, es una historia en proceso de formación. La publicación reciente de algunas obras dedicadas a la manera como la historia analiza el presente es una clara demostración de que esta perspectiva de análisis está dando recién sus primeros pasos. Se puede sostener esquemáticamente que la valoración de la historia del tiempo presente oscila entre dos extremos: algunos historiadores, como Serge Bernstein y Pierre Milza, no obstante el hecho de reconocerle ciertas peculiaridades, consideran que en cuanto a sus objetivos, métodos y fuentes, la historia del tiempo presente casi no difiere de la historia del siglo XIX1. Otros, como, Pierre Sauvage, en su artículo "Una historia del tiempo presente", sostiene que "no es solamente un campo nuevo de investigación que se añade a los otros períodos ya existentes debido al irremediable avance del tiempo, sino que es un nuevo enfoque del pasado que sirve al conjunto de historiadores". Ambas evaluaciones tienen en común el hecho de pensar la historia del tiempo presente dentro de los marcos en que se ha desenvuelto la disciplina y, por esa razón, se introducen en un laberinto de explicaciones que, no obstante aclarar * Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
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ciertos rasgos específicos de este nuevo campo de la historia, no logran precisar las particularidades gnoseológicas de este tipo de saber. Incluso, en la segunda corriente explicativa, se concluye que la historia del tiempo presente representa una preocupación histórica nueva, que, por sus problemas y temáticas, induce a repensar la escritura histórica, inclusive la que está dedicada a períodos anteriores, pero no se explica el proceder que la particulariza, a no ser el enunciar la posibilidad de trabajar sobre temas nuevos, como, por ejemplo, la memoria. A nuestro modo de ver, la manera como se organizaron estos debates, y las importantes reflexiones que de ello se desprendieron, fue un buen preámbulo para el surgimiento de esta historia y constituyó una etapa necesaria en su proceso de aparición. Pero el objetivo ahora tiene que ser otro: si se le quiere consolidar como campo específico del saber es menester trascender los márgenes en que se ha movido la discusión y avanzar por nuevos derroteros. En tal sentido, una discusión sobre historia del tiempo presente no puede circunscribirse a precisar qué tan nueva o diferente es esta historia con respecto a los estudios dedicados a períodos anteriores, no puede limitarse a valorar la comparación con formas más tradicionales en el oficio de los historiadores y tampoco puede conformarse con señalar cuales son sus aportes para los demás historiadores, pues, de ser así, seguramente esta empresa se quedará a medio camino. Una historia del tiempo presente debe construir una démarche que la singularice como una forma específica y particular de abordar nuestro complejo presente. A continuación, quiero centrar la atención en dos aspectos que, a mi modo de ver, pueden ser importantes para avanzar en el debate: de una parte, considero que es necesario volver a señalar las condiciones que han hecho posible el surgimiento de esta historia y, de la otra, plantear un marco de análisis para la interpretación de la historia del tiempo presente.
¿la historia del tiempo presente es una nueva moda? En el surgimiento de la historia del tiempo presente han intervenido dos tipos de factores: de una parte, una exigencia historiográfica y, de la otra, una necesidad social. La historiografía del siglo XX, en su afán por tomar distancia de las maneras más tradicionales de hacer y escribir la historia, que centraban la atención en los acontecimientos de naturaleza política, diplomática o militar, se propuso afirmar nue-
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vas direcciones en el estudio de la disciplina (economía, sociedad, cultura, mentalidades, etc.), lo que la condujo a una operación histórica que le restaba importancia al acontecimiento mientras le asignaba un alto valor a los procesos, las estructuras y a las relaciones entre las diferentes instancias de la sociedad en una perspectiva global. Con ello, la historia política quedó asociada al acontecimiento y a las formas tradicionales de escritura de la historia, razón por la cual quedó relegada a un segundo plano en los intereses e intenciones de los historiadores. Últimamente esta situación ha comenzado a cambiar. Varios factores han contribuido a ello. En primer lugar, la aparición de una remozada historia política desvinculó la política del acontecimiento y de las formas tradicionales de escritura. El interés de muchos historiadores se desplazó hacia temas tales como las elecciones, los partidos, la opinión pública, los medios y la política, lo que los llevó a establecer un fecundo diálogo con la ciencia política, la antropología y la sociología, todo lo cual redundó en que la historia política interiorizó los "avances" que la historiografía contemporánea había cosechado en otros campos. Rene Rémond, al respecto, escribió: "la historia política también puede incluir el estudio de estructuras. Puede ser una historia de larga duración y siempre he participado de la idea de que quizás es uno de los fenómenos más perennes, debido al peso del pasado en la memoria, consciente o inconscientemente: los fenómenos de la cultura política sólo se comprenden en una perspectiva de larga duración"2. En segundo lugar, el amplio desarrollo que han registrado los medios de comunicación, la importante masa documental que existe sobre situaciones referidas a nuestro presente, crearon las condiciones para que los historiadores pudieran superar el "trauma" de los archivos y comenzaran a trabajar sobre temas contemporáneos. En esta nueva actitud tuvo una gran importancia el relativismo subjetivo por el cual se ha inclinado la historiografía contemporánea, es decir, se supera el ideal de la historiografía tradicional de que los documentos debían hablar por sí solos para "dar cuenta de lo que realmente pasó". Es evidente que, desde varios ángulos, algunos historiadores se han sentido inclinados a trabajar problemas más inmediatos. Pero no se puede circunscribir la historia de nuestra más reciente contemporaneidad como un mero resultado del afán de ciertos historiadores por ampliar el diapasón temporal de los estudios históricos, convirtiendo a nuestro presente en un campo más del mismo. Además de estos cambios que se produjeron en el ámbito de la historiografía, otro tipo de factores llevó a los historiadores a interesarse en los temas contemporá-
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neos: entre estos se destaca la necesidad de tener que responder a un conjunto de expectativas sociales. En este sentido se puede argumentar que la historia del tiempo presente es también la resultante de profundas transformaciones que están alterando los patrones sobre los cuales se cimienta la sociedad actual. En este plano se pueden distinguir dos tipos de transformaciones. De una parte, las sociedades modernas son colectividades industrializadas, urbanas, ilustradas y letradas que exigen de los científicos sociales y también de los historiadores respuestas rápidas a sus múltiples preocupaciones que no se asocian con el pasado, sino con el presente más inmediato. Pero más importante aún es otro elemento, que nos explica por qué esta preocupación por el presente se hace más fuerte en los años noventa. Con la caída del muro de Berlín y la consolidación de los procesos de globalización estamos ingresando en un nuevo período que Zaki Laídi denomina "el Tiempo Mundial"3. El interés por el presente debe ser una perspectiva de análisis que involucre a la historia como proceso y conocimiento, que nos permita volver a ubicar a nuestro presente en el trinomio pasado, presente y futuro, dado que las tendencias actuales en los noventa sugieren que estaríamos asistiendo a un tiempo mundial, el cual "mina la idea de proyecto nacional histórico". Las naciones cada vez se encuentran en peores condiciones para justificar su existencia en relación con un pasado o un futuro. "El tiempo mundial es ante todo una fenomenología del presente. Su fuerza y su sentido residen en su capacidad de «emitir señales», es decir, vincular fenómenos entre sí y hacerlos entrar en resonancia". Ofrece a las sociedades con historias singulares un presente común. En tanto que momento histórico, el tiempo mundial busca naturalmente desvincularse del pasado, realizar una ruptura con él a través del discurso de adaptación a la globalización. "Pero la singularidad del tiempo presente es que esta ruptura con el pasado no trae consigo ninguna idea de futuro. La fortaleza de la urgencia en nuestra sociedad refleja esta sobrecarga del presente ante el cual expresamos nuestras expectativas y que nos conduce a exigir del presente lo que antes se esperaba del futuro". Por todo el mundo, las sociedades políticas parecen estar confrontadas a los mismos problemas, a los mismos desafíos, incluso en la manera de enunciarlos. "Se habla hoy de la crisis del Estado, de la privatización del sector público, de la transparencia de la administración, de la valorización del capital humano, sin hacer mención a temas más políticos como el tránsito al mercado o a la democracia. De aquí se desprende el sentimiento de vivir una temporalidad única"4 Este sentimiento de vivir la urgencia o la inmersión en el tiempo presente se explica porque hasta hace no mucho nos enfrentábamos a un mundo que se estructuraba
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en torno al tiempo de la política, lo que implicaba constantes referencias al pasado para el manejo del presente y mantenía el objetivo de proyección hacia el futuro5. Con los cambios económicos, tecnológicos y comunicacionales de las últimas décadas se ha comenzado a producir una gran transformación cultural que ha desplazado el tiempo de la política como vector estructurante por el tiempo de la economía y, sobre todo, del mercado, el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez. En tal sentido, la historia del tiempo presente no se puede considerar una nueva moda de la que se harían partícipes algunos historiadores, sino que es el producto de una necesidad social y de la necesaria evolución de la disciplina para adaptarse a las circunstancias de nuestro entorno. En este sentido, la historia del tiempo presente, al tiempo que es una perspectiva de análisis de lo inmediato, también debe considerarse como un período. La historia del tiempo presente se explica y justifica por las aceleradas transformaciones que nos vuelcan sobre la instantaneidad, nos desvinculan los fenómenos actuales de su pasado y, por lo tanto, nos impiden ver la profundidad de los mismos. Es decir, la historia del tiempo presente no sólo es una inquietud de los historiadores, sino una necesidad social que nos debe permitir entender las fuerzas profundas que están definiendo nuestro abigarrado presente. Hemos querido compartir estas breves reflexiones sobre las necesidades de que la historia se interese por el presente porque aquí encontramos una primera clave que nos permite establecer una diferencia entre la historia del tiempo presente y la historia contemporánea. Algunos autores sostienen que la dimensión del presente, sus fronteras cronológicas abarcan más o menos los últimos cincuenta años6 o que la matriz del tiempo presente está constituida por la Segunda Guerra Mundial7. Si esto fuese así, entonces podríamos preguntarnos ¿Qué diferencia a la historia del tiempo presente de la historia contemporánea? Mientras la segunda puede abarcar los últimos cincuenta años y numerosos historiadores han considerado imposible abordarla por la carencia de archivos y por la escasa distancia que "priva de objetividad y serenidad en el juicio", el surgimiento de la historia del tiempo presente es el resultado de la confluencia de dos tipos de factores: de una parte, la universalización de los procesos de globalización y la erosión de los referentes de la época de la guerra fría y, de la otra, un sentimiento de vivir en un mundo caracterizado por la urgencia. En este sentido, la historia del tiempo presente es el estudio histórico de nuestra inmediatez, es decir, de la década de los años noventa, decenio en
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el cual ha alcanzado su máxima expresión la desvinculación entre presente y pasado y cuando todo el planeta parece ingresar a este tiempo mundial, del que sugestivamente nos habla Zaki Laidi.
marco de aproximación a una historia del tiempo presente Esta realidad que contextualiza el surgimiento de la historia del tiempo presente nos sugiere igualmente un indicio importante para crear un marco de análisis de esta historia, a saber: el tiempo mundial, entendido como la convergencia de las tendencias globalizadoras con la pérdida de los referentes del mundo de la guerra fría fue el resultado de un "acontecimiento monstruo"8: la caída del muro de Berlín. En la importancia que adquiere este acontecimiento interviene un conjunto de situaciones: de una parte, como acertadamente señalaba Pierre Nora en un interesante artículo "para que haya un acontecimiento se necesita que éste sea conocido"9. La sociedad moderna se distingue de la tradicional precisamente por el hecho de que con la urbanización, la masificación de la educación y el amplio desarrollo de los medios de comunicación hace que el acontecimiento sea conocido por un número muy amplio de personas. "Esta vasta democratización de la historia, que le otorga su especificidad al presente, posee su lógica y sus leyes: una de ellas —la única que yo quisiera destacar- es que la actualidad, esta circulación generalizada de la percepción histórica, culmina en un fenómeno nuevo: el acontecimiento". De otra parte, la caída del muro de Berlín, como acontecimiento que separa el antes del después, encierra una simbología de los profundos cambios que se han operado en el mundo que hace estallar una nueva realidad mundial que no sólo pone fin a una etapa de la modernidad y cierra una página de la historia universal sino que refracta en nuestro presente un conjunto de tendencias o procesos de larga data, que, en sus aspectos más generales, definen la dinámica del mundo actual. El año 1989 es una fecha clave porque la acumulación de hechos y situaciones precipitan el tiempo y definen el tiempo presente10. De ello podemos inferir una primera conclusión: la historia del tiempo presente es, ante todo, el estudio de un acontecimiento ocurrido en nuestra inmediatez. Conviene hacer la salvedad de que este retorno con fuerza del acontecimiento no debe entenderse simplemente como un nuevo impulso de la historia política, por cuanto el acontecimiento, así como es político, también puede ser social, económico o
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cultural. Un acontecimiento también lo observamos en la devaluación del bath tailandés en julio de 1997 que desencadenó la crisis del sudeste asiático o en la muerte de lady Di, que se convirtió en un acontecimiento cotidiano mundial. Un acontecimiento no sólo es el producto de determinados condicionantes históricos, que lo modelan y definen, sino que también es productor de sentido y de estructuras. Reivindicar la importancia del acontecimiento no significa reducir la historia del tiempo presente a la historia inmediata11. Mientras esta última se ciñe al acontecimiento y reconstruye, con un arte posiblemente elogioso, el intríngulis de ese magno hecho, la primera percibe el acontecimiento como un momento culminante que separa el antes del después, pero lo hace inteligible sólo a través de una percepción del acontecimiento en la espesura y en las profundidades de la historia. En este sentido, el acontecimiento debe inscribirse en una determinada duración. La historia del tiempo presente es una historia de la duración. Para entender este último punto, son de gran utilidad las interesantes reflexiones de Robert Cox12, quien nos recuerda que en 1889, el filósofo francés Henri Bergson publicó sus "Ensayos sobre los elementos inmediatos de la consciencia", trabajo en el cual rompe con la visión cartesiana del tiempo en la medida en que el tiempo es interpretado de dos maneras: el tiempo del reloj, uniforme, homogéneo, el medio para medir desde afuera cualquier cosa. Este era el tiempo reducido al espacio. La secuencia de los eventos se desarrolla en un medio homogéneo. El otro sentido de tiempo se define como duración (durée), que, cuando lo utilizamos para significar el período transcurrido entre el comienzo y el fin de una serie de acontecimientos, alude a una visión espacial del tiempo. Duración significa el tiempo vivido, el tiempo experimentado, el sentimiento subjetivo de actuar y elegir y de los límites que presionan la acción y la elección. "Esta distinción es importante cuando se piensa en el cambio político y social. El historiador que intenta explicar un acontecimiento, una revolución o la inercia de una sociedad realiza una reconstrucción imaginativa de la evidencia de acciones individuales, del sentido de la acción colectiva de los participantes en los movimientos sociales y de las presiones materiales y psíquicas de la acción. Todo esto es la duración. Este es el tiempo a través del cual podemos entender el cambio estructural histórico. Este es el tiempo experimentado por el historiador y el analista social de un proceso de cambio". Es precisamente esta concepción del tiempo entendido como duración, la que va a desarrollar Braudel en sus reflexiones sobre la historia. El historiador francés plan-
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teaba la existencia de tres duraciones en la historia. "El tiempo no es unilineal ni mensurable cronológicamente. Existen tres grandes duraciones, cada una de las cuales corresponde a una esfera particular: el tiempo largo o la "historia casi inmóvil"13, la historia lenta peculiar a la economía y la sociedad y finalmente el tiempo corto, inherente a las transformaciones que se producen en la vida pública". La equivocación de Braudel fue haber imaginado que cada una de estas duraciones correspondía a un determinado ámbito de la historia, lo que lo llevó a sobrevalorar el peso de las relaciones con el medio natural y de la consciencia y a menospreciar lo político (el acontecimiento), que se inscribía, para él, en la corta duración. Pero el gran legado que nos deja este historiador francés es haber sugerido que cada una de estas temporalidades -larga, mediana y corta duracióncorrespondía a niveles diferenciados de análisis: larga duración = estructuras o procesos; mediana duración = coyunturas (situación que resulta de un encuentro de circunstancias y que se considera como el punto de inicio de una evolución o una acción) y corta duración = acontecimientos, se movían en niveles de análisis interaccionados, los cuales, en su conjunto, se convertían en factores explicativos del transcurrir de la historia. En una ocasión, al respecto escribió "conservo el recuerdo de una noche, cerca de Bahía, en que me encontré envuelto por un fuego de artificios de luciérnagas fosforescentes; sus pálidas luces resplandecían, se apagaban, refulgían de nuevo, sin por ello horadar la noche con verdaderas claridades. Igual ocurre con los acontecimientos: más allá de su resplandor, la oscuridad permanece victoriosa"14. Pero, de acuerdo con Braudel, el cambio estructural histórico abarca la interacción de los tres niveles de tiempo, es decir, es la interrelación dialéctica entre la corta, la mediana y la larga duración. Si la historia del tiempo presente es ante todo un estudio del acontecimiento en la duración, y esta historia debe respetar la interpenetración de estas tres duraciones y de sus correspondientes niveles de análisis, entonces, el punto de arranque no es, como lo imaginaba Braudel y la mayor parte de los historiadores contemporáneos, la larga duración sino el acontecimiento. El acontecimiento nos refracta una coyuntura y un proceso y, al mismo tiempo, puede dar origen a una nueva coyuntura y acelerar, desviar o desacelerar un proceso. Una perspectiva que ubica el acontecimiento dentro de este tríptico temporal nos permite superar la inmediatez del mismo y rebasar las dificultades que implica abordar lo instantáneo, lo fugaz, lo furtivo. El tiempo corto debe percibirse como un momento de condensación de una coyuntura, en la cual indefectiblemente se encuentra inscrita y entendiendo ésta como un momento de aceleración de una larga duración, es decir, un proceso.
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La historia del tiempo presente es una historia que se interpreta y escribe en modo inverso a la cronología. Se inicia en la inmediatez; esta inmediatez se inscribe en una determinada coyuntura (período de tiempo, cuyas fronteras cronológicas varían) y esta su vez dentro de una larga duración, es decir, un proceso. Sólo así se entiende la importancia del cambio histórico, se comprende la significación del acontecimiento y se restablece el vínculo entre pasado y presente. Únicamente a través de un procedimiento tal el historiador puede establecer una distancia lo suficientemente grande con respecto al fenómeno estudiado y entender la lógica que le subyace. Un procedimiento como el que acabamos de describir, al tiempo que reivindica la importancia del acontecimiento, con toda su carga de azar y necesidad, es también un buen antídoto contra el exceso de racionalización que generalmente porta el análisis más convencional que le asigna a la historia la función de destacar la génesis de los acontecimientos, lo que lleva a una historia que desecha todo aquello que no participa directa o indirectamente a favor de la construcción de ese acontecimiento. Una historia como la que aquí se propone, entendida como la lectura del acontecimiento inmediato en su duración, tiene que ser, por último, un estudio necesariamente interdisciplinario ya que la historia del tiempo presente no es otra cosa que una perspectiva de análisis del presente en su duración, con sus contingencias y azares, que requiere, para poder establecer los necesarios nexos en la duración, del aporte de las otras ciencias sociales. El importante laboratorio social de la Europa Centro Oriental es un buen experimento que nos permite corroborar la validez de la historia del tiempo presente. Al poco tiempo de iniciado el desmonte del sistema socialista, los politólogos se interesaron por la emergencia de la nueva institucionalidad, los economistas vieron con gran interés el establecimiento de la economía de mercado y los sociólogos políticos centraron su atención en la emergencia de nuevos actores sociales y políticos. La mayor parte de estos trabajos, inspirados en sus propias disciplinas, sugerían interpretar los sucesos en esta parte de Europa como una ruptura con el antiguo orden. En tal sentido, la nueva institucionalidad, la pluralidad de actores y el surgimiento de la economía de mercado eran una clara demostración de que el pasado, incluso el más inmediato, había quedado definitivamente atrás. La mayor parte de estos trabajos que mostraban cómo se estaban "normalizando" los países de la Europa Centro Oriental tempranamente quedaron superados por la complejidad del proceso de cambio en esas sociedades. ¿Por qué han sido tan
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heterogéneas las experiencias de transición? ¿Por qué algunos Estados alcanzaron una temprana estabilidad mientras otros todavía se debaten en medio de la crisis?¿Por qué en algunos casos el elemento central de la transición lo constituyó el mercado, en otros el Estado y en los últimos la sociedad? Como lo sugería recientemente un analista francés15, el problema es que la lectura de estas realidades se ha hecho a partir de las rupturas y no de las continuidades y se ha desconocido el papel de la larga duración. En ese mismo sentido, hace algunos años16, escribíamos que el proceso de cambio en esta parte del Viejo Continente no se podía realizar en términos de ruptura, ni de transformación, ni de revolución sino que debía interpretarse como una transición porque esta noción hace referencia al hecho de que la construcción de la nueva sociedad no se produce en el vacío, sino que viene moldeada por la experiencia histórica de estos países, por el legado institucional, económico, social, político y cultural. Es ahí precisamente donde aparece una interpretación del presente que involucra a la historia como un especial marco de interpretación y análisis.
notas 1
BERNSTEIN, Sergc y MIL/A, Pierre, "Conclusión", en A. CHAUVEAU y Ph. TÉT AKT,Questionsá l'bistoire des tempsprésents, Bruselas, Éditions Complexe, 1992, p. 133. 2 RÉMOND, René, "Le retour du politique", ibídem, p. 58. 3 LAiDI, Zalá, / Jt TtmpS mundial, Bruselas, Édiüons Complexes, 1997. 4 LAiDI, Zaki, Malaise dans la mondialisation, París, Textuel, 1998, pp. 18-20. 5 LEAL, Antonio, Elcrepúsculodt'lapolítica, Santiago, Ediciones Lom, 1997. 6 CHAUNU, Pierre, El rechazo de la vida. Análisis histórico del presente, Madrid, Espasa-Calpe, 1978, p. 34. 7 AZEM A, Jean-Pierrc, "La Secondc guerre Mondiale matrice du temps présent", en Institut d'histoire du temps présent, Heriré l'bistoire du temps présent, París, CNRS, 1992. 8 NORA, Pierre, "L'événement monstre", en Communications No. 18, París, 1972. 9
NORA, Pierre, "Le retour de l'événement", en Jacques Le Goff y Pierre Nora, bajo la dirección, Faire l'bistoire, tomo 1, París, Gallimard, 1974, p. 288. 10
RICOEUR_, Paul, "Remarques d'un philosophc", en Institut d'histoire du temps présent, op. dt, p. 41. 11 LACOUTURE, Jean, "L'histoire immédiate", en Jacques LE G( )FF, bajo la dirección, La nouvelle histoire, Bruselas, líditions Complexes, 1988. 12 Véase la contribución de Robert Cox, en )ames U. M1TTELMAN, Globalization: critical reflexions, Boulder, Lynne Rienner, 1996. 13
BRAUDEL, E, La Méditerranée et le monde méditérranéen a l'époque de Philippe II, París, Armand Colín, 1966, tomo I,p.l6. 14
BRAUDEL, E, Écnts sur l'bistoire, París, Flammanon, 1992, p. 22.
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MICHEL, R, L'Fiurope médiane. Au seuil de l'Europe, París, 1'Harmattan, 1997. FAZIO, Hugo, "¿Hacia dónde va la Europa Centro Oriental? Análisis comparativo de la transición en la República Checa, Polonia y Hungría", en Análisis Político, N. 25, mayo - agosto de 1995. 16
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una historia del tiempo presente Pierre Sauvage*
En este artículo quiero referirme a un concepto aparecido en la historiografía francesa hace unos veinte años: la historia del tiempo presente. El Centro Nacional de Investigación Científica fundó en París en 1978 el Instituto de la historia del tiempo presente. Dicha creación supuso un giro en la historiografía francesa. En primer lugar, haré un resumen de las características de esta historia; luego recordaré las circunstancias de su aparición, así como los métodos que introdujo. Finalmente, subrayaré los problemas que plantea esta historia al conjunto de los historiadores. En el desarrollo de este trabajo me he valido de dos obras aparecidas en el primer lustro de la década de los noventa: Preguntas a la historia del tiempo presente1 y Escribir la historia del tiempo presente2': Estas dos obras resumen en sí mismas las contribuciones de los distintos historiadores que se ocupan de la historia del tiempo presente.
características de la historia del tiempo presente En la historiografía francesa se califica habitualmente de historia contemporánea a todo el período que va desde la Revolución francesa (1789) hasta la Segunda Gue* Profesor de Historia Contemporánea, Universidad de Notre-Dame de la Paix, Namur, Bélgica.
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rra Mundial. Se toma la Revolución francesa como punto de partida, ya que supone la ruptura con el Antiguo Régimen y anuncia el advenimiento de los nuevos tiempos de la sociedad moderna. El hecho de que para el común de los historiadores la historia llamada contemporánea finalice con la Segunda Guerra Mundial, no es más que un puro reflejo profesional. Los historiadores estiman, en efecto, que no disponen de suficiente perspectiva para juzgar los hechos con serenidad y que, además, no siempre se les garantiza el acceso a los archivos. Sabemos, en efecto, que hasta 1982 no se impartía en la enseñanza secundaria clásica francesa, la historia del mundo contemporáneo posterior a 1945. Está claro que el adjetivo "contemporáneo" unido a la historia, es sencillamente inadecuado. "Contemporáneo" significa lo que ocurre en el momento en que uno vive y de 1945 nos separa más de medio siglo. De este modo, de 1945 a nuestros días hay todo un período abandonado, sin "cultivo". Ha sido dejado de lado por los partidarios de la nueva historia que se interesaban sobre todo por el Antiguo Régimen. A este período es precisamente al que van a dedicarse los historiadores del tiempo presente. Estos historiadores han evitado el calificativo "contemporáneo" dada la significación precisa de dicho adjetivo. Han elegido la expresión "tiempo presente" que a primera vista puede parecer paradójica. El tiempo presente no es pasado, por definición. Por lo tanto, no puede ser objeto de la historia. Al optar por el término "tiempo presente", los historiadores de este período han querido insistir en un punto central. Francois Bédarida, que fije el primer director del Instituto del Tiempo Presente, señaló: "La mayor innovación de esta empresa la constituye la interacción entre pasado y presente"3. De esta manera se propone vincular la intención profunda de uno de los fundadores de los Ármales, Lucien Febvre, para quien se debía "entender el presente por el pasado y, lo que es más, el pasado por el presente". De esa manera Bédarida definió la historia del tiempo presente, definición que es, al mismo tiempo, método y trámite. Es la gestión de un historiador implicado en el espíritu de su tiempo, que ha de hacer frente a una documentación a la vez abundante y lleno de lagunas, y que se siente obligado a situarse en relación con los actores de la historia, en permanente confrontación con algunos mecanismos de memoria. Los historiadores del tiempo presente tenían muy claro el sentimiento de estar llenando una laguna. Bédarida, al respecto, escribió: "Experimentamos en diferentes grados un cierto déficit teórico en la historia de lo contemporáneo, así como una desconfianza constitutiva, aquí más clara que en otros campos de la historiografía francesa, con respecto a toda forma de conceptualización o de modelización".
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¿Cuáles son las fronteras de esta historia? El tiempo presente, de acuerdo a Bédarida, abarca una secuencia histórica definida con dos balizas móviles: río arriba, la duración de una vida humana (la de los testigos); río abajo, una frontera difícil de situar entre el momento presente (la actualidad, la cara de la historia) y el instante pasado. Estos historiadores en su conjunto han elegido la Segunda Guerra Mundial como punto de partida del período estudiado, lo que no puede interpretarse como una casualidad. Según la expresión de Jean Pierre Azéma, este acontecimiento constituye la matriz del tiempo presente4, porque trastoca el curso de las cosas y desencadena los fenómenos nuevos que todavía hoy vivimos. ¿Qué papel desempeña en esto la Segunda Guerra Mundial? Este conflicto bélico no deja de inspirar las estrategias al mundo entero, de ser una actitud de memoria (basta recordar las celebraciones del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa) y de influir en nuestras mentalidades. Desde Auschwitz e Hiroshima, políticos y ciudadanos responsables se han visto en la necesidad de pensar en la historia de manera diferente. Es evidente que con el transcurrir de la historia, habrá de modificarse el punto de partida de la época del tiempo presente. las circunstancias de su aparición La fundación del Instituto de Historia del Tiempo Presente no desencadenó de manera súbita el interés de los historiadores por el período que sigue a la Segunda Guerra Mundial. Este interés data de mucho antes. Puede decirse más bien que la fundación del Instituto significó la madurez en la toma de consciencia de un grupo de historiadores convencidos de la necesidad de estudiar seriamente esta rama de la historia. Hay una serie de hitos fáciles de identificar en esta toma de conciencia. Los universitarios de la posguerra acometieron el análisis de los periódicos, muy abundantes en esta época, los cuales se referían directamente a la actualidad. A mediados de los años cincuenta apareció un trabajo innovador del historiador Rene Rémond sobre las derechas en Francia. La obra es significativa y recibió una acogida favorable. Rene Rémond desempeñó un papel fundamental en la promoción de esta historia del tiempo presente. Ya en 1957 había escrito un Alegato de la historia abandonada5, la del período de entreguerras. A propósito de esta polémica, Rémond escribió: "En 1957 escribí un artículo titulado "Alegato por una historia
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abandonada. Se trataba de una invitación dirigida a los historiadores para que no abandonaran en manos de otros el estudio de los períodos recientes y muy especialmente para que no esperaran más tiempo en hacerse cargo del período de entreguerras. En aquel momento, había pocos trabajos de historiadores sobre los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial (...) Los historiadores estaban acostumbrados a dejar pasar medio siglo entre los hechos y el momento en que empezaban a estudiarlos con una perspectiva histórica. Se dejaba a otros -comentaristas de la actualidad, periodistas, ensayistas- que procedieran a una primera evaluación del pasado. Esta reserva de los historiadores con relación al pasado próximo es una actitud antigua, más acusada en Francia que en el extranjero. Esto se debe en primer lugar a las tradiciones administrativas que regulan entre nosotros la comunicación de los archivos (...). La segunda razón de esta reserva era la convicción de que la objetividad no es posible sino cuando las pasiones se apaciguan, se apagan las querellas: porque no se puede ser al mismo tiempo actor o testigo e historiador; se pensaba que era preciso esperar a que los contemporáneos desaparecieran para que pudiera escribirse la historia con serenidad. Bien pensado, ninguna de estas dos razones me parece decisiva. Se puede hacer labor de historiador sin recurrir siempre a los archivos, que, de todas formas, no reflejan sino una parte de la realidad. Si se espera demasiado, uno se ve privado de aportaciones tan esenciales como el testimonio de los interesados y de un buen número de documentos personales, y no es seguro que no se pierda con el cambio"6. Jean-Baptiste Duroselle, historiador de las relaciones internacionales, planteaba la misma idea, cuando escribía: "Cuando el historiador se refiere a hechos tan próximos a nosotros que un gran número de actores vive todavía, tiene el deber de preguntarles"7. El tercer momento se relaciona con el trabajo del periodista Jean Lacouture, un apasionado de la historia, quien en 1963 lanzó la colección "historia inmediata". En estas obras se abordan los grandes hechos contemporáneos. Este mismo periodista escribió un importante artículo sobre la historia inmediata en la colección la nueva historia8. Después de proponer una definición de la operación histórica específica a la historia inmediata "próxima, participante, a la vez rápida en la ejecución y producida por un actor o un testigo cercano al acontecimiento", el autor tuvo a bien considerar la dificultad de delimitar el campo de esta historia y el carácter inaccesible de esta inmediatez que proviene de la misma operación histórica, que es "división, selección, exclusión, colección y supone la intervención de un mínimo de medios técnicos de mediación..."9.
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En este artículo, el autor desarrolla con gran maestría los temas importantes para los historiadores del tiempo presente, particularmente las fuerzas y los problemas de la historia inmediata, el problema de la objetividad y evalúa las consecuencias del "retorno del acontecimiento" en el campo de la historia. Un nuevo jalón en esta evolución de la historia del tiempo presente se produjo en los años sesenta, cuando un buen número de historiadores de oficio tomaron la costumbre de extender sus campos de investigación a años muy próximos, particularmente la década de los treinta y al período de posguerra. Por último, en 1974, en una brillante síntesis intitulada Hacer la Historia aparecieron dos artículos que abrieron las puertas a lo muy contemporáneo, incluyendo lo político Q. Julliard, La Política) y al concepto de acontecimiento (P. Nora, El retorno del acontecimiento). De esta breve cronología se pueden señalar tres factores que han favorecido la afirmación de la historia del tiempo presente. En primer lugar, el retorno de lo político al campo de las investigaciones históricas. Este campo había sido olvidado por la Nueva historia porque era considerado como demasiado factual. Los historiadores que se ocupan de lo político constituyen la vanguardia de la historia del tiempo presente. Entre ellos cabe destacar a Rene Rémond. La obra colectiva Por una Historia Política (1988), por él dirigida, hizo época. Constituye la culminación en el proceso de afirmación de la historia de lo político y, es a la vez, el punto de partida de una aventura científica que explora la época reciente. Desde este punto de vista se le puede considerar como un texto fundador. En segundo lugar, la afirmación de esta historia se ha favorecido por la preocupación común a una generación de intelectuales -periodistas, politólogos, sociólogos e historiadores- que buscan intentar explicar el presente, dada la aceleración de la historia. Finalmente, ha intervenido un tercer factor: la demanda social. La opinión considera que la historia puede iluminar el presente. Esta demanda puede ser ejercida de distintas maneras: una búsqueda de identidad (por ejemplo, los patrones que piden a los historiadores que hagan la historia de sus empresas), o un informe (el presidente de la Comisión episcopal de Francia solicita a un grupo de historiadores que realicen un informe circunstancial sobre Paul Touvier, católico francés colaborador de los nazis que mandó ejecutar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial). En este caso el trabajo de los historiadores bajo la dirección de Rene Rémond se llevó a cabo con un ejemplar rigor intelectual. Los redactores no han
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ocultado las imprudencias e incluso la ingenuidad de algunos hombres de importantes iglesias. Han demostrado honradez e independencia. Esta demanda social, desde hace unos diez años, se manifiesta claramente en el mundo de la edición. El extraordinario incremento de libros de bolsillo que consagran colecciones enteras al tiempo presente, es significativo (Seuil, Flammarion, Gallimard). Nuevas revistas han aparecido: Siglo Veinte El Boletín del Instituto de Historia del Tiempo Presente y la Historia (revista mensual dedicada a un público más amplio). Todas ellas han cosechado un impresionante éxito. No podemos ignorar la respuesta de otros medios (radio, cine, televisión) a esta demanda social ya que dan prueba de la importancia del lugar conseguido por la historia del tiempo presente. En Bélgica, la radio ha consagrado una larga serie de emisiones (durante cuatro años) a la Segunda Guerra Mundial. En Francia, dos cineastas han realizado una película sobre la guerra de Argelia (la guerra sin nombre), basada fundamentalmente en testimonios. Así mismo, R. Lanzmann produjo también con base en testimonios otra película de nueve horas de duración sobre el genocidio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial (Shoa).
reflexiones metodológicas y epistemológicas Desde el Instituto de Historia del Tiempo Presente se ha emprendido una importante reflexión sobre estos tópicos; sin embargo, no se puede decir que este esfuerzo haya llegado a su plena madurez. Los historiadores del tiempo presente están convencidos de que en lo concerniente al método, han realizado una ruptura con la historiografía tradicional. Francois Bédarida señaló un conjunto de prácticas que diferencian a los historiadores del tiempo presente de los demás historiadores: la utilización de nuevas fuentes (especialmente orales), el enfoque comparativo y pluridisciplinario mantenidos por el diálogo e intercambio con las demás ciencias sociales; la voluntad de reintroducir la larga duración en el tiempo presente; el deseo por descubrir las relaciones complejas entre rupturas y continuidades. Para presentar los problemas de método que se le plantean a los historiadores del tiempo presente es de gran utilidad un artículo de Jacques Le Goff10. Este historiador medievalista francés presta una especial atención a las problemáticas de la historia. En este artículo, en el que el autor se sitúa frente al tiempo presente, subraya que la historia del tiempo presente es necesaria y difícil. Necesaria cuando
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afirma que el aguijón del presente, del hoy, es esencial en su reflexión de medievalista porque le obliga a poner en tela de juicio sus interpretaciones de la Edad Media para confirmarlas o corregirlas. Difícil, por tres razones: en primer lugar, a causa de las fuentes. El historiador del tiempo presente tiene que afrontar una enorme abundancia de fuentes de todo tipo (de lo escrito a la audiovisual, pasando por el testimonio oral). Desde este punto de vista, al historiador del tiempo presente se le considera un privilegiado con relación a sus colegas de otros períodos. No corre prácticamente nunca el riesgo de verse privado de documentación. Sin embargo, el reverso de la medalla consiste en que la abundancia de fuentes exige elegir y seleccionar. El rigor del oficio de historiador entra más que nunca aquí en juego. Si no se conoce el contexto, si se carece de un método seguro para criticar los documentos, se corre el riesgo de naufragar en un mar de palabras e imágenes. Es por esto que las nuevas fuentes, es decir, las que no son escritas, reclaman métodos nuevos de análisis y de crítica. El análisis de las imágenes, fijas o en movimiento, exige métodos propios; la prensa no es simple reflejo de la opinión, sino el resultado de una mediación. Es muy importante, por consiguiente, conocer muy bien el funcionamiento de este medio; lo mismo ocurre con la televisión. En pocas palabras: no se puede asimilar el testimonio oral a la pura y simple transcripción de las declaraciones de unos testigos. El testimonio oral merece algunas reflexiones específicas. Dicho testimonio posee dos características especiales que suponen al mismo tiempo su riqueza y su debilidad. Por una parte, en la entrevista hay una especie de juego a las escondidas entre el historiador y el testigo. El historiador pregunta (es el que sabe); el testigo, el interrogado, es quien tiene la vivencia. Se trata de dos subjetividades inmediatas que se conjugan bien para aclarar las pistas o bien para embrollarlas. De otra parte, el historiador ha de adoptar una actitud en el transcurso de la entrevista en la que la proximidad y la distancia se entremezclan. Distancia, para permitir al testigo que haga una lectura del pasado en plena libertad ; proximidad, para lograr que haya un clima de confianza necesaria a la palabra verdadera. Para adoptar esta actitud (distancia y proximidad) al historiador le conviene inspirarse en procedimientos sacados de otras disciplinas. Puede servirse de las aportaciones de la sociología para hacer las encuestas y darles forma. Igualmente puede beneficiarse de las aportaciones de la psicología y del psicoanálisis. Ha de saber que las dudas, los silencios, las repeticiones inútiles, los lapsus, los desvíos y las asociaciones forman parte integrante, si no estructural, del testimonio. La segunda fuente de dificultades proviene de la implicación personal del historiador. La historia del tiempo presente se prolonga en el transcurso de los hechos. El
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historiador puede entonces experimentar ciertas dificultades que habrán de conciliar compromiso personal y deber profesional. La pasión, la idea preconcebida, corren el riesgo de dominarle y como consecuencia, torcer, desviar su visión de la realidad. La dificultad se pone de manifiesto en la redacción de la historia de los períodos más recientes, en los manuales escolares de enseñanza media, de lo que no están ausentes los intereses políticos. Así se explica que la llegada de F. Mitterand a la presidencia de la República francesa en 1980 fuera presentada de distintas formas según la ideología de los redactores. Jacques Le Goff confiesa que este riesgo también existe en cuanto a la lectura de los períodos más remotos. No obstante, reconocer que, en este caso, al historiador de los otros períodos le es más fácil tomar distancias con relación a sus afirmaciones, ya que la distancia temporal está objetivamente presente. Nunca un historiador de la Edad Media o Moderna podrá vivir lo que narra. La tercera fuente de dificultades consiste en la ignorancia del mañana. El historiador del tiempo presente en comparación con sus colegas estudiosos de otros períodos, se encuentra desprovisto de todo. Sus colegas saben lo que pasó después de los hechos que explican. Conocen la continuación de la historia, lo que no deja de ser una gran ayuda. El historiador del tiempo presente está inmerso en una historia inacabada. Señala acontecimientos que no han terminado de producir sus efectos (por ejemplo, en cuanto a la caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, se están haciendo planos para la reconstrucción del centro de la ciudad). Su gran desventaja consiste en tener que dibujar curvas en las que tan sólo conoce la mitad o el principio. Sabe mejor que nadie lo que significa el peso de la suerte, la parte ocupada por la libertad de los hombres en su conducta respecto a los acontecimientos. Por consiguiente, y a diferencia de los otros historiadores, se ve reducido a construir hipótesis de las que ya de antemano conoce su fragilidad. Estas hipótesis serán menos frágiles en tanto cuanto se haya tomado el trabajo de poner al día las raíces de los hechos que estudia. Esta afirmación no significa que el conocimiento del pasado explique todo el presente. Se puede entender, sin embargo, que este conocimiento del pasado suministre elementos interesantes para explicar el presente. Es difícil de entender, por ejemplo, el alcance y la transcendencia del acuerdo de Washington firmado entre Rabin y Arafat si no se conoce la larga y trágica historia del conflicto palestino-israelí. Después de haber subrayado estas dificultades, jacques Le Goff aconseja cuatro actitudes a los historiadores del tiempo presente: leer el presente, el hecho, con profundidad histórica suficiente y pertinente a fin de poder integrarla en la larga duración; guardar un afinado espíritu crítico con relación a las fuentes; esforzarse
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por explicar, y no contentarse con describir o contar y, por último, jerarquizar los acontecimientos, es decir, distinguir la peripecia del hecho significativo e importante. nuevos campos de estudios para el historiador La memoria constituye uno de los estudios privilegiados para los historiadores del tiempo presente. Su fuerza reside en la posibilidad de interrogar a los testigos. Los testimonios orales no son el fiel reflejo de la experiencia pasada. Estos testimonios no presentan lo vivido en bruto. Proporcionan lo que el recuerdo conserva de lo vivido, lo que ha hecho de él. Desde este punto de vista, los testimonios orales permiten corroborar el trabajo de la memoria, dejan seguir los enredos, las rupturas, los encuentros entre memoria individual y colectiva. Permiten, en suma, el estudio de la relación entre historia y memoria. Se puede afirmar que la historia de la memoria constituye desde hace diez años un campo específico, casi una nueva manera de hacer la historia. Existe a este respecto una publicación muy significativa. Se trata de tres volúmenes aparecidos entre 1980 y 1993, bajo la rúbrica de "lugares de la memoria". Son el resultado de un trabajo colectivo bajo la dirección de Pierre Nora. La obra fue el fruto de un seminario dirigido por el mismo Nora entre 1978 y 1981 en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. El punto de partida fue el siguiente : la rápida desaparición de la memoria nacional en Francia lo llevó a redactar un inventario de los lugares en los que se había inscrito la memoria: museos, archivos, cementerios, colecciones, fiestas, aniversarios, monumentos, santuarios y asociaciones. Estos trabajos sobre la memoria intentan comprender especialmente la memoria de un acontecimiento histórico extraordinario: Primera Guerra Mundial, Guerra de Argelia, Segunda Guerra Mundial, el nazismo, etc. Es el examen de la memoria de los grupos directamente interesados en un hecho pasado a causa precisamente de su papel en la formación y en el mantenimiento de la identidad colectiva: la memoria obrera, la de las mujeres, la judía, etc. Otro historiador del tiempo presente, Jean-Jacques Becker, explica que en varios aspectos la memoria es objeto de historia11. En primer lugar, como fuente. Se trata de una fuente a la cual uno no deja de apelar porque permite completar otras fuentes o sustituir a las ya perdidas. Eso es lo que se llama memoria oral. Los especialistas de la historia oral se han visto obligados a interrogarse por las relaciones entre historia y memoria. Se han preguntado cómo reaccionaba la memoria frente a tal o cual tipo de acontecimientos. Frente a los hechos dolorosos del pasa-
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do tales como la guerra de Argelia y el gobierno de Vichy, los testigos se han visto tentados a responder en el buen sentido de la historia, es decir, por lo que pasó después (actualmente en Francia está mal visto el hecho de haber sido favorable al gobierno de Vichy). En segundo lugar, es objeto de la historia en la medida en que actué o influya en el funcionamiento de los historiadores, es decir, en la manera de orientar sus investigaciones, en la iluminación que dan de los análisis históricos. Si el historiador es honrado, habrá de interrogarse constantemente sobre los riesgos de deformación con que su propia memoria puede influir en la historia que escribe. Deberá hacer un esfuerzo por conocer lo mejor posible su propia memoria. Naturalmente siempre existe una parte de subjetividad en la búsqueda de la verdad, pero en el historiador la subjetividad deberá estar controlada, contenida. Si el historiador rechaza este control, la memoria deja de ser objeto de la práctica histórica, se convierte en dictador. Por último, la memoria es objeto de la historia en la medida en que la memoria de los actores (los que hacen la historia) es un elemento importante en la evolución de las sociedades. En este sentido, la memoria es un poderoso factor de comportamiento político. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en las permanencias de la geografía electoral, que es la traducción de las tradiciones culturales e ideológicas de una región, es decir, en la memoria de los habitantes. Otro ejemplo: en un momento en el que en las sociedades occidentales el comunismo es ya un fenómeno que pertenece al pasado, se necesitará mucho tiempo antes de que los hombres de una cierta edad que han vivido con temor al peligro comunista no lo trasluzcan en sus reacciones. Por ello se puede decir que la memoria es objeto de la historia para el tiempo presente al ser ella quien frecuentemente manda a la historia que se hace. Actuamos en el presente en función de la memoria que tenemos del pasado. Como conclusión de las reflexiones metodológicas, quisiera demostrar en qué interroga la historia del tiempo presente a la disciplina histórica como tal, en su totalidad. Me inspiro para ello del artículo de Jean-Pierre Rioux "¿Se puede hacer una historia del tiempo presente?"12. Esta historia, en primer lugar, pone en duda las certezas transmitidas por la escuela de los Annales. Esta corriente ha llevado a cabo un combate por señalar lo repetitivo significante, por encontrar la larga duración portadora de un sentido oculto. Pero la larga duración tal como la forjara Braudel adiciona determinismos geográficos, socioeconómicos o antropológicos. Sin embargo, no siempre proporciona la
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clave de la jerarquización de estos determinismos al estar convencida de que lo macizo es duradero y de que el enredo de las economías, de las sociedades y de las civilizaciones bastan para iluminar una lectura de la historia. El estudio del tiempo presente trastoca esta idea. Efectivamente el estudio del presente hace que broten de lo cercano realidades más culturales e individuales, otro ensamblaje jerarquizado del tiempo. En el tiempo más contemporáneo se puede identificar la acción combinada de la personalidad individual (el cabecilla, el caudillo, el derrotado) y la del acontecimiento. Todo ello conmueve el valor operatorio y explicativo de lo cuantitativo y de lo repetitivo. El historiador del tiempo presente se ve así inducido a echar por tierra las filosofías de la historia que no tienen en cuenta todos los elementos de la realidad que es, lo sabemos, por definición, compleja. En segundo lugar, la historia del tiempo presente saca a la luz la visión constante, cruel y enriquecedora a la vez, entre el tiempo pasado y el presente en la manera como los hombres se representan el tiempo (por ejemplo, la presencia de los hechos notables como las guerras en la construcción del presente). Esta historia pone de relieve la importancia de la representación del pasado como parte integrante del presente. Para terminar esta presentación, necesariamente muy breve, quisiera presentar algunas reflexiones finales. Conocer las condiciones de nacimiento de la historia del tiempo presente en el mundo francófono permite comprender mejor la pertinencia de los problemas planteados por los historiadores de este nuevo período. Demuestra, además, que el tiempo presente no es solamente un campo nuevo de investigación que se añade a los otros períodos ya existentes debido al irremediable avance del tiempo, sino que es un nuevo enfoque del pasado que sirve al conjunto de historiadores. Por último, se percibe la fecundidad de los nuevos objetos de investigación inherentes a la historia del tiempo presente, sobre todo en lo que se refiere a las fuente orales ya que permite dar cuenta de la manera como la memoria trabaja los recuerdos.
notas 1
CHAUVEAU, A. y TÉTART, Ph. (responsables),Questions à l'histoire du temps présente Bruselas, Editions Complexes, 1992. 2 Institut d'Histoire du Temps Présent Écrire l'histoire du temps présent, en Hommage à François Bedarida, París, 1993.
67 3
"Temps présent et présent de I'histoire", en Écrire..., op.cit. p. 392.
4
"La seconde guerre mondiale matrice du temps présent", en Écrire..., op. cit., pp. 147-152.
5
"Plaidoyer pour une histoire délaissée. La fin de la III République", en Revue française de Science Politique, no. 7, París, 1957. 6
Vivre notre histoire, pp. 190-191.
7
L´Europe de 1815 à nos jours, París, PUF, 1975, p. 20.
8
"L'histoire immédiate", en La Nouvelle Histoire, bajo la dirección de Jacques Le Goff, Bruselas, Editions Complexes, 1988, pp. 229-254. 9
lbid, p. 230.
10
"'La vision des autres: un médiévaliste face au temps présent", en Questions á..., op. cit.,
pp. 98-108. 11
"La mémoire, objet d'histoire?", en Écrire..., op. rít., pp. 115-122.
12
"Peut-on faire I'histoire du temps présent?, en Questions à..., op.ciít., pp. 43-54.
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la globalización: una aproximación desde la historia Hugo Fazio Vengoa *
¿Por qué el abuso de metáforas? Ellas revelan una realidad emergente pero aún fugitiva del horizonte de las ciencias sociales... Las metáforas abundan ante la falta de conceptos. Nos encontramos aún apegados a un instrumental teórico construido al final del siglo XIX. Clase, individuos, Estado y desarrollo son nociones forjadas en el interior de una entidad nodal, la Nación, pero, cuya crisis se agudiza de cara a los cambios actuales. Renato Ortiz, La globalización de la cultura, Buenos Aires, Alianza, 1996.
Renato Ortiz, en su interesante libro citado en el epígrafe, señala que el uso recurrente de metáforas para denotar las grandes transformaciones de finales de siglo -"primera revolución mundial" (Alexander King), "tercera ola" (Alvin Tofler), "sociedad informática" (Adam Schaff), "shopping center global" (Theodore Levitt), "sociedad amébica" (Kenichi Ohmae), "aldea global" (Marshall Me Luhan), "fábrica global", "tránsito de la sociedad de high volume a otra de high value (Robert Reich), "universo habitado por objetos móviles" (Jacques Attali), "fin de la historia" (Francis Fukuyama), "ciudad global" (Saskia Sassen), etc., son una evidente demostración de que estamos entrando en una nueva era, cuya realidad escapa al horizonte de las ciencias sociales. En efecto, la mayor parte de estas disciplinas se han desarrollado conceptual y analíticamente en torno a la dimensión nacional; el mercado, el desarrollo, la identidad y la idea de soberanía se conciben en el ámbito de la nación o asociadas al Estado. Esto sigue ocurriendo cuando comenzamos a asistir a un período en el cual los grandes problemas a los cuales nos vemos abocados —flujos financieros, transnacionalización, comercio mundial, erosión del Estado nación, supranacionalismo, narcotráfico, migraciones, etc.—, desbordan con creces esta dimensión y no pueden ser reducibles a fronteras territoriales específicas.
* Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
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Por lo tanto, una de las dificultades que enfrentamos a la hora de tratar de entender nuestro voraginoso presente radica en que los problemas inmediatos desbordan los marcos en que se ha movido la tradición intelectual. Como acertadamente señala Octavio Ianni, estas metáforas, que no son simples artificios poéticos, "sino una forma de sorprender lo imponde rabie, fugaz, recóndito o esencial, oculto en la opacidad de lo real", son trazos fundamentales de las configuraciones y de los movimientos de la sociedad global1. Si bien cada una de estas formulaciones precisa determinados aspectos de la emergente realidad mundial o pretende llamar sobre todo la atención sobre algunos de estos elementos, todas ellas tienen en común el hecho de haber sido estimuladas por el clima intelectual creado por los procesos de globalización que, a la postre, las incluye y define. En este sentido, seguramente no es del todo improcedente afirmar que si la década de los años ochenta transcurrió bajo la impronta del discurso de la postmodernidad y del postmodernismo, como intentos de definir nuevos marcos de lectura de nuestro presente, la década de los años noventa ha encontrado su común denominador en la globalización. En efecto, en los medios de comunicación, en los discursos políticos y obviamente también en los círculos académicos el uso de este término se ha popularizado y se recurre a él para denotar las grandes transformaciones que caracterizan al mundo contemporáneo o para explicar por qué tal o cual política se ha vuelto una práctica comete. Pero, ¿qué se entiende por globalización? ¿Cuál es la esencia de los procesos y situaciones que se asocian con la globalización? No es unívoco el sentido que en la literatura especializada se le da al término. Algunos lo utilizan para dar cuenta de los grandes cambios que, en los últimos tiempos, han introducido transformaciones sustanciales en el ámbito de la economía, la política, la sociedad y la cultura en el plano nacional y a escala planetaria. Para otros, la globalización, como proceso impersonal que no se asocia a ningún país o sistema en particular, que soslaya las relaciones de poder internacional, es un buen sustituto de la difunta expresión "nuevo orden mundial", acuñada por el entonces presidente norteamericano George Bush, en vísperas de la guerra del golfo, para definir el mundo de postguerra fría. En otros, la globalización se convierte en una excelente coartada que permite explicar el por qué de las políticas de ajuste o simplemente es una justificación de que nada se puede hacer por cuanto nos encontramos a merced de fuerzas y procesos que trascienden la voluntad y la capacidad de la acción política. Los últimos consideran la globalización como una nueva forma de imposición de Occidente, con su cultura, tradiciones, formas de vida y consumo.
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Por su amplia difusión así como por la profunda significación que se le da al término, la globalización se ha convertido en un importante referente de las relaciones internacionales contemporáneas, aunque valdría la pena aclarar que no se le puede asociar con fenómenos estrictamente internacionales, ya que es un proceso que abarca y vincula por igual al sistema internacional y a las diversas sociedades nacionales. En realidad, la globalización es un proceso que desdibuja las fronteras entre lo interno y lo externo e induce a un nuevo tipo de vinculación que articula multifacéticamente estos dos ámbitos. En la acepción más corriente que se le da al término, se utiliza para describir la creciente interdependencia e integración que se produce entre los pueblos a raíz de las facilidades que existen para que las ideas, las imágenes, los productos y el dinero fluyan a través de las fronteras como resultado de los recientes avances tecnológicos. Esta mayor asiduidad en las interconexiones conduce, por su parte, a una creciente interdependencia y homogeneidad y dispone a los distintos actores nacionales e internacionales hacia una creciente cooperación e interdependencia. Si el término se ha popularizado en la década de los años noventa, algunos antecedentes intelectuales prepararon el terreno para su rápida difusión. Un análisis etimológico del concepto nos remonta a finales de la década de los años sesenta. En esa época, el profesor de la Universidad de Toronto, Marshall Me Luhan, acuñó la expresión "aldea global" para denotar el acercamiento que se estaba produciendo entre los pueblos a raíz de las grandes transformaciones tecnológicas y comunicacionales que estaban poniendo en interacción directa a los individuos y a las sociedades de diferentes latitudes y que estaba conformando la comunidad mundial. Posteriormente, el politólogo norteamericano de origen polaco, Z. Brzezinski, Consejero Nacional de Seguridad del presidente norteamericano J. Cárter, sostuvo que los cambios tecnológicos que se estaban produciendo en el planeta aunados al poderío norteamericano estaban conduciendo al surgimiento de la primera sociedad propiamente global. Esta idea se basaba en el hecho de que Estados Unidos realizaba más del 65% de las comunicaciones mundiales y había logrado universalizar su modo de vida, sus técnicas, sus productos culturales, sus modas y tipos de organización2. En esta primera etapa, el término pretendía dar cuenta de los cambios tecnológicos y comunicacionales que estaban alterando de manera radical las sociedades modernas y acercando a los distintos pueblos en torno a patrones culturales y comunicacionales compartidos. Sin embargo, en ese entonces su radio de acción y de difusión fue limitado.
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Una nueva etapa, en la que el concepto ingresó al vocabulario corriente de los académicos y estrategas gerenciales, se inauguró en la década de los años ochenta con la literatura sobre las formas de gestión de las firmas multinacionales. Robert Boyer3 distingue, al respecto, cuatro acepciones del término tal como se empezó a utilizar a partir de esta década. Theodore Levitt, en 1983, recurrió al término para evidenciar la creciente interpenetración de los mercados en el mercado mundial. Kenichi Ohmae posteriormente le dio un nuevo sentido a la globalización cuando la asoció a una forma de gestión de la empresa multinacional que se integraba a escala mundial. La tercera acepción se refería al hecho de que, dada la extrema movilidad de la empresa transnacional, los espacios nacionales debían ajustarse a las exigencias del medio externo. En este sentido, globalización implicaba la superposición de las empresas multinacionales sobre los Estados en la definición de las reglas del juego prevaleciente en el sistema internacional. Por último, la globalización pasó a mostrar una nueva configuración de la economía internacional que se caracterizaba por la emergencia de una economía globalizada en la que las economías nacionales se descomponían y después se rearticulaban en un sistema que operaba directamente a escala internacional. En resumidas cuentas, durante los años ochenta se produjo un brusco cambio en el significado que se le asignó al término "globalización": de fenómeno básicamente cultural y comunicacional se convirtió en un asunto económico y de nuevo mecanismo de interacción entre los diferentes pueblos y comunidades pasó a ser una nueva forma de gestión de las empresas que reorganizaban espacialmente la producción, el mercado internacional e integraban los circuitos financieros. Es decir, con esta modificación en el uso que se le dio al concepto, la globalización pasó a implicar el surgimiento de unas relaciones sociales y económicas capitalistas enteramente nuevas que determinaban en sus aspectos fundamentales el funcionamiento del sistema internacional contemporáneo4. La globalización en esta acepción fue la manera como los especialistas en administración y marketing percibían el mundo en el que se planteaba una gestión empresarial adaptada a la complejidad del medio competitivo con el objetivo de maximizar los beneficios y consolidar la participación en el mercado mundial. No obstante sus múltiples acepciones, en la década de los años ochenta e inicios de los noventa, la globalización tuvo en común el hecho de referirse a una nueva lógica empresarial y a la organización de las empresas en un mercado de dimensiones planetarias. No fue extraño que el término se popularizara en la versión inglesa, es decir, como "globalización" y no como "mundialización". Como lo recuerda Armand Mattelart, en inglés el término global es sinónimo de "holístico". A dife-
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rencia de la palabra "mundialización", tal como existe en diversas lenguas latinas, que hacen referencia a una dimensión geográfica, en inglés remite explícitamente a una filosofía globalizadora, es decir, a la idea de una unidad totalizante o unidad sistémica. La empresa global es una estructura orgánica en la que cada parte está destinada a servir al todo5. Pero, a partir de estos antecedentes, ¿cómo debemos, en la actualidad, interpretar la globalización? ¿Como un proceso que está gestando una nueva era en la historia de la humanidad? ¿Como un período transicional hacia la configuración mundial de posguerra fría? ¿Como un simple nuevo estadio en el desarrollo del sistema mundial que ya lleva aproximadamente cinco siglos de existencia? ¿Como un nuevo discurso que pretende incidir en el curso de la realidad planetaria del mundo de posguerra fría? O sencillamente, ¿como un nuevo fenómeno gerencial o comunicacional? De la respuesta que le demos a cada uno de estos interrogantes se desprenden disímiles perspectivas analíticas de la globalización para la década de los noventa. Algunos autores sostienen que este proceso se explica por el ingreso en un nuevo estadio de desarrollo del capitalismo6, otros lo asocian a un mundo postmoderno7 y los últimos, lo perciben como un intento de rehegemonización en condiciones en que se desvaneció la configuración planetaria de la época de la guerra fría8. A su manera, cada una de estas explicaciones se fundamenta en presupuestos válidos. Pero, el problema es que la mayoría de las veces estas interpretaciones realizan una mirada tan inmediata y parcial que no permiten percibir la naturaleza real de los procesos actualmente en curso. Por esta razón, en este trabajo nos hemos puesto como propósito establecer un marco de análisis que permita dar cuenta de los diferentes tópicos a los que los interrogantes anteriores se refieren. En tal sentido, opinamos que si bien el concepto es relativamente nuevo y muchas de las situaciones a las que remite son también recientes, la globalización no puede entenderse al margen de una determinada historicidad. Esto, por su parte, no significa que sólo a través de las grandes categorías históricas se puede entender nuestro convulsionado presente. Simplemente con ello queremos señalar que si nos proponemos visualizar nuestro presente en una perspectiva más amplia podremos comprender de modo más cabal el alcance y las orientaciones de los múltiples procesos de globalización que se encuentran en curso. Cuatro presupuestos se encuentran en el trasfondo de nuestras inquietudes. De una parte, consideramos que el gran legado braudeliano9, de percibir la historia en una perspectiva de larga duración, como historia total y economía mundo, etc.,
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puede ser de gran utilidad para crear un marco de aproximación distintivo de la globalización. De otra parte, un análisis estrictamente conceptual ahistórico y atemporal de la globalización puede llevarnos a reproducir buena parte de los defectos u omisiones, característicos de gran parte de los estudios consagrados a este tema, como por ejemplo: la ausencia de análisis políticos que especifiquen la naturaleza de las relaciones de poder en el contexto Norte-Sur, la superficialidad del cuestionamiento al orden neoliberal impuesto por las naciones desarrolladas en los países del sur y el cierto menosprecio por las visiones que sobre estas temáticas se producen en latitudes diferentes al "estrecho" mundo anglosajón10. En tercer lugar, una ubicación de la globalización en su dimensión histórica nos sugiere indicios para discernir los elementos que se derivan de la ideología y los que provienen de la realidad. "Un procedimiento tal puede contribuir a esclarecer el papel que desempeña desde el punto de vista de las relaciones de fuerza entre los actores de la vida social y política, situar los problemas y comprender los límites y las contradicciones en el marco de las realidades del momento. Se trata de establecer la relación que existe entre el nuevo discurso sobre la globalización y la economía política de la mundialización"11, entendiendo el discurso como una ideología de la globalización, la que como cualquier ideología, reproduce parcialmente la realidad y que con la justificación factual de algunos de sus elementos alcanza cierta legitimidad. Por último, una perspectiva de análisis que involucre a la historia como proceso y conocimiento nos permite reubicar nuestro presente en el trinomio pasado, presente y futuro, dado que las tendencias actuales en los noventa sugieren que estaríamos asistiendo a lo que Zaki Laidi denomina el tiempo mundial12, el cual "mina la idea de proyecto nacional histórico". Las naciones cada vez se encuentran en peores condiciones para justificar su existencia en relación con un pasado o con un futuro. "El tiempo mundial es ante todo una fenomenología del presente. Su fuerza y su sentido residen en su capacidad de "emitir señales", es decir, vincular fenómenos entre sí y hacerlos entrar en resonancia". Ofrece a las sociedades con historias singulares un presente común. En tanto que momento histórico, el tiempo mundial busca naturalmente desvincularse del pasado, realizar una ruptura con él a través del discurso de adaptación a la globalización. "Pero la singularidad del tiempo presente es que esta ruptura con el pasado no trae consigo ninguna idea de futuro. La fortaleza de la urgencia en nuestra sociedad refleja esta sobrecarga del presente ante el cual expresamos nuestras expectativas y que nos conduce a exigir
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del presente lo que antes se esperaba del futuro". Por todo el mundo, las sociedades políticas parecen estar confrontadas a los mismos problemas, a los mismos desafíos, incluso en la manera de enunciarlos. "Se habla hoy de la crisis del Estado, de la privatización del sector público, de la transparencia de la administración, de la valorización del capital humano, sin hacer mención a temas más políticos como el tránsito al mercado o a la democracia. De aquí se desprende el sentimiento de vivir una temporalidad única"13. Este sentimiento de vivir la urgencia o la inmersión en el tiempo presente se explica porque hasta hace no mucho nos enfrentábamos a un mundo que se estructuraba en torno al tiempo de la política, lo que implicaba constantes referencias al pasado para el manejo del presente y mantenía el objetivo de proyección hacia el futuro. Con los cambios económicos, tecnológicos y comunicacionales de las últimas décadas se ha comenzado a producir una gran transformación cultural que ha desplazado el tiempo de la política como vector estructurante por el tiempo de la economía y, sobre todo, del mercado, el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios, desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez. El trabajo lo dividiremos en dos partes. En la primera realizaremos una breve comparación de algunos indicadores de globalización a finales del siglo pasado y del actual. Esta comparación, que es uno de los procedimientos más corrientes que se le asigna a la historia en el estudio del presente, nos permitirá mostrar qué tanto se ha avanzado en los procesos de globalización y cuáles son los argumentos que permiten determinar que éste es un fenómeno actual como tal y no ha sido consustancial a la historia moderna en los últimos cuatro o cinco siglos. Posteriormente, con base en algunos enunciados de la concepción histórica braudeliana, presentaremos algunos elementos que deberían tenerse en cuenta al momento de analizarse la globalización desde una perspectiva histórica.
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la globalización de finales del siglo XIX a finales del siglo XX La globalización es una utopía en el sentido de reflejar condiciones ideales que nunca han existido... como una ideología que alaba la eficiencia de los mercados libres, la globalización ofrece la expectativa de una economía mundial abierta, en la que los actores compiten en un juego de suma positiva, en condiciones en que todos los jugadores suponen que están en condiciones de ganar. James H. Mittelman, "How does globalization really works?”, en James H. Mittelman, Globalization: critical reflexions, Boulder, Lynne Rienner, 1996.
¿Qué tan nuevos son los actuales procesos de globalización? Gran parte de la polémica que existe sobre la globalización obedece a que algunos la interpretan en un sentido profundo, como un proceso ya consumado, mientras que otros la ven simplemente como una tendencia en desarrollo, como una posibilidad entre varias variantes. Mientras es relativamente fácil aceptarla como tendencia, no se puede ser igualmente categórico cuando se identifica la globalización con un proceso maduro y profundo. En este último caso, sólo se le puede reconocer su carácter ideológico, en el sentido de que conducirá a una aldea global, una fábrica global, una sociedad civil mundial, una economía mundial y a un gobierno mundial. Es, en este sentido, que algunos autores consideran que la globalización comprende algo más que la simple actividad por fuera de las fronteras y del control de los Estados. John Thompson, por ejemplo, precisa que sólo se puede hablar de globalización cuando las actividades en realidad tienen lugar en una arena que es más o menos global, cuando los trabajos se organizan, planean o coordinan en una escala global y cuando las acciones entrañan cierto grado de reciprocidad e interdependencia, como actividades localizadas en diferentes partes del planeta14. Dentro de esta perspectiva sólo podría hablarse de globalización cuando las interconexiones entre las diferentes comunidades y regiones sean permanentes y efectivamente globales, cuando las influencias nacionales o locales sean sustituidas por presiones transnacionales y cuando la integración económica sea el resultado de la actividad espontánea o consciente de las corporaciones transnacionales y no el producto de la actividad de los gobiernos nacionales. De este modo, sólo podemos hablar de globalización como tendencia, pero carecemos de elementos de juicio que nos permitan avalar la posibilidad de una globalización como proceso. No sólo está bajo sospecha la consideración de la globalización como un fenómeno ya consumado, sino que muchos de los elemen-
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tos que cierta literatura ha considerado como característicos de este proceso la expansión del comercio internacional, el volumen de las inversiones extranjeras y la reconversión de las empresas multinacionales en firmas transnacionales, etc. , se visualizan desde otro ángulo cuantío se someten a la dura prueba de la evidencia histórica. En primer lugar, como lo muestra claramente la información contenida en el cuadro 1, con la sola excepción de (apon, en los últimos veinte años, la mayoría de los grandes países tuvo un crecimiento en la proporción del comercio de mercancías con respecto al producto interno bruto. Este aumento, sin embargo, no ha alcanzado una magnitud que permita sostener que la globalización ha entrañado cambios sustanciales en el comportamiento económico internacional de los grandes estados. Una comparación con comienzos de siglo puede ser perfectamente pertinente en la medida en que en las décadas finales del siglo XIX y de comienzos del se produjo una significativa revolución tecnológica en los transportes (barcos a vapor y ferrocarriles) y l a s comunicaciones (cables submarinos telegráficos intercontinentales)15. Es más, si nos detenemos a visualizar el problema en una perspectiva ele mas largo plazo, es decir, si comparamos la información correspondiente a inicios v tíñales del presente siglo, podemos percatarnos de que, con excepción de Alemania y Estados Unidos, la participación del comercio de mercancías es menor en la década de los noventa que en 1913. Para el conjunto de países desarrollados, la relación entre exportaciones de mercancías y el PIB era un 12,9% en 1913, 14,1 % en 1974 y en 1993 alcanzó un 14,3%. De todo esto se puede inferir que si el comercio internacional sigue representando un porcentaje relativamente bajo con relación al PIB de los grandes países industrializados eso quiere decir que la mayor parte de la producción (aproximadamente el 90%) se destina al mercado interno. La única excepción la representan los países pequeños, para los cuales esta cifra es por regla mucho mayor. E incluso, no obstante la centralidad que tiene el NAFTA para los países integrantes de la esta organización (Estados Unidos, (Canadá y México), conviene recordar que el comercio entre dos provincias canadienses sigue siendo en promedio 20 veces más grandes que el flujo que tiene cada una de ellas con Estados Unidos.
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Una conclusión similar se observa cuando comparamos la participación de las exportaciones del conjunto de países de la OCDE con respecto al PIB entre 1913 y 1991: mientras en vísperas de la Primera Guerra Mundial, el porcentaje ascendía al 16%, en 1991, es decir en el primer año de postguerra fría, representaba el 17,9%. El comercio internacional de los países industrializados en referencia a su producción alcanzó un 12,9% en 1913, cayó al 6,2% en 1938 y se elevó al 14,3% en 1993. En síntesis, tanto en lo que respecta a Estados Unidos como a los países europeos, los volúmenes comerciales alcanzaron su zenit con anterioridad a la Primera Guerra Mundial y después durante el período de entreguerras alcanzaron su punto más bajo. Desde los años cincuenta comenzó una nueva fase de recuperación16 que se estabilizó a partir de la década de los años setenta. La relativa estabilidad de estos indicadores en el tiempo contrasta con la reducción de los aranceles promedios a los productos manufacturados como porcentajes del valor entre las naciones industrializadas. Si en Francia esta cifra alcanzaba un 21% en 1913, se redujo al 5,9% en 1990, Alemania durante el mismo período pasó del 20% al 5,9%, Japón del 30% al 5,4% y Estados Unidos del 44% al 4,8%17. Si la economía en realidad se hubiese globalizado, esta significativa reducción de los aranceles debería haberse traducido en una drástica aceleración del comercio internacional, pero, como vemos, este no ha sido el caso. La única conclusión que se puede extraer de estos indicadores es que el crecimiento de la tasa de comercio internacional entre las naciones desarrolladas demuestra que se produjo el cambio de un régimen basado en torno a la demanda interna a otro en el cual un papel más dinámico ha recaído en las exportaciones. Pero esto no significa que la economía se haya globalizado sino simplemente se encuentra más internacionalizada. Si aplicamos el mismo procedimiento, podemos inferir conclusiones similares con respecto al tamaño y las funciones de los Estados de las naciones industrializadas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, los gastos gubernamentales se situaban alrededor del 20% del PIB, mientras que a mediados de la década de los años noventa ascendían al 47%. No obstante, los discursos que sugieren la casi desaparición del Estado, su tamaño y su peso son mucho mayores ahora que antes. En cuanto a las inversiones, la situación no es muy diferente. En 1913, la tasa de flujos de inversión extranjera directa de los países desarrollados en relación con el PIB era del orden del 3%, es decir una tasa similar al 4% que se alcanzó en 1990 y el stock de inversión directa pasó del 9% del producto mundial en 1913 a un 9,7%
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en 1994. Es más, diversos estudios sugieren que la comentada movilidad internacional de capital desde la década de los setenta en muchos aspectos es menor que la que se observa para 191418. La única gran novedad de la época contemporánea consiste en el carácter multilateral de la inversión que se reparte entre los tres polos de la tríada19. Por otro lado, una parte sustancial de la IED productiva se canaliza a actividades de fusión o de adquisición de empresas existentes y el grueso de las inversiones son de portafolio. Las políticas de privatizaciones fueron responsables del 52% de la IED que se destinó al África Subsahariana en 1993, el 22,3% en el Medio Oriente y el 16,9% del total de IED en Amé rica Latina entre los años 1989 y 1993. A lo largo de la década de los ochenta e inicios de los noventa, la IED disminuyó entre los países de la OCDE del 21% al 18% mientras que las actividades de portafolio aumentaron durante el mismo período en un 28%. Información de la UNCTAD con relación al vínculo que existe entre inversión extranjera directa y formación bruta de capital, evidencia que ésta fue apenas del 3,9% en 1994 y que sólo los países pequeños, como Bélgica y Nueva Zelandia, registraron una cifra superior al 20%. En los países en desarrollo este indicador es un poco más alto: 7,5%, destacándose América Latina y Asia, los mayores receptores de IED entre las naciones en desarrollo que registraron en 1994 un 8,6% y un 7,2% respectivamente. Los flujos de capitales fueron mayores a finales del siglo XIX que en la actualidad. Entre 1880 y 1913 Gran Bretaña registró un superávit promedio en la balanza de pagos de cuentas corrientes del 5% del PIB mientras que en la actualidad son pocos los países que pueden mantener un flujo líquido de capital equivalente al 3% del PIB por un período prolongado20. La internacionalización de los mercados en el campo financiero es igualmente limitada. No sólo porque estos mercados permanecen segmentados, sino porque el grueso de estos volúmenes se destina a los propios países de origen o a Estados geográficamente próximos. La única excepción la constituyen los capitales golondrinas que son más volátiles, se mueven con rapidez a medida en que se producen cambios en las condiciones financieras. Así, por ejemplo, los fondos de pensión y las compañías de seguro de los países desarrollados siguen marcados por las condiciones domésticas. Por eso es prematuro admitir la existencia de un mercado global de capitales. Los mercados financieros se han tornado cada vez más integrados, pero se está lejos de que formen un único mercado global21.
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En cuanto a las empresas multinacionales se pueden distinguir varios tipos de las mismas. Las primeras son las multinacionales cuya actividad se basa en la explotación de los recursos naturales, otras son las multinacionales exportadoras que tienen su base productiva en el mercado doméstico, las empresas regionales que se integran a los países donde se han instalado y desarrollan la cadena completa de sus actividades incluida la investigación y el desarrollo, pero están presentes sólo en una región y por último, las empresas redes globales, que tienen presencia en diferentes regiones, disponen de estados mayores regionales y organizan la cadena de actividades sobre una base mundial y están dirigidas por unas élites multinacionale0073 que cimientan una cultura de empresa fuerte22. Un análisis de las principales empresas multinacionales conduce a la constatación de que el número de empresas que se podrían catalogar como propiamente transnacionales es todavía reducido. Para las grandes empresas, la exportación a partir de la base nacional continúa siendo el primer vector de la internacionalización. Sólo son globalizadas las empresas multinacionales de los países pequeños (Nestlé de Suiza, Abb y Electrolux de Suecia), por la necesidad de participar en la división internacional del trabajo. Además el capital no está produciendo una transferencia masiva de inversión y empleo de los países desarrollados a aquellos que están en desarrollo. Con la excepción de algunos países de reciente industrialización, la mayor parte de las naciones en desarrollo siguen marginalizadas en términos de inversión y comercio. De esto algunos autores concluyen que la economía mundial está lejos de ser globalizada en razón de que gran parte del comercio, la inversión y de los flujos financieros siguen concentrados entre los países de la tríada y estos países precisamente gozan, con la coordinación, de la capacidad de ejercer presión sobre los mercados financieros. De esto infieren que el mercado mundial de ningún modo se encuentra por fuera de la regulación y el control23. Las actividades de localización de estas empresas no son tan corrientes porque el Estado sigue manteniendo una autoridad frente a las empresas extranjeras, y con sus políticas de capital humano, investigación y desarrollo, ahorro y por las políticas de oferta y demanda sigue condicionando las decisiones de ubicación24. Más bien, como afirma este autor, podría sostenerse que las firmas globales son un testimonio fehaciente de la imperfección de los mercados. Por su parte, el énfasis de algunas empresas en estimular la localización de filiales tiene como objetivo eludir los obstáculos neoproteccionistas, lo que de suyo demuestra que la economía no se encuentra tan globalizada. Además, por lo general, las multinacionales rara
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vez se desplazan por fuera del perímetro próximo al país de origen: las empresas norteamericanas invierten fundamentalmente en América Central y del Sur, las japonesas en el sudeste asiático y las europeas en los restantes países del Viejo Continente. Tampoco es del todo exacto que las inversiones en tecnología y desarrollo se desarrollen en una escala planetaria. Como bien lo han demostrado las negociaciones en el seno del GATT, los Estados no sólo siguen siendo muy celosos en conservar los avances logrados en el plano nacional, sino que además las empresas multinacionales son asiduas guardianas de sus descubrimientos porque entienden que éstos son factores que potencian su competitividad internacional y, en ese plano, sellan alianzas con sus respectivos Estados, en la defensa de sus innovaciones. Si la mayor parte de los indicadores demuestran que las empresas transnacionales son escasas y que siguen determinadas en varios campos por las actividades y orientaciones que imponen sus propios Estados, ¿por qué ha alcanzado tanta difusión la idea de que estas firmas operan con una vocación global a una escala igualmente global? La respuesta podemos encontrarla en el ámbito político. En las relaciones que tejen con las autoridades nacionales, las firmas globales tienen necesidad de presentarse como tales porque es así que pueden maximizar las concesiones y los apoyos por parte del Estado. Si la globalización como proceso avanzado dista mucho de ser una realidad y la economía se está mundializando sobre una base fundamentalmente internacional, podemos concluir que los procesos de globalización están reproduciendo articulaciones en torno a núcleos de acumulación y crecimiento micro regionales que pueden ser regiones, ciudades o metrópolis. Estos polos exitosos de acumulación, que, como lo señala J. Ph. Peemans, se caracterizan por constituir un conjunto de empresas con elevadas tasas de crecimiento y rentabilidad que funcionan según las normas internacionales, muy abiertas al resto del mundo en términos de flujos de productos, tecnología, capitales e información, lo que ha dado origen al surgimiento de "redes transnacionales de poder", centralizan las funciones de coordinación en nichos urbanos globalizados25. En la medida en que lo característico de la economía presente no es tanto el pasaje de la agricultura a la industria y de ésta a los servicios, sino la interacción constante entre agricultura, industria y servicios, con base en procesos de información, las grandes ciudades son el nudo en que se realizan estos movimientos. En una economía intensamente transnacionalizada, las principales áreas metropolitanas son los escenarios que conectan entre sí a las economías de las diversas sociedades.
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En síntesis, la globalización económica será un anhelo más que una realidad hasta que se cumpla una serie de condiciones: en primer lugar, que aumente de modo sustancial el número de empresas transnacionales y que éstas no se limiten a reproducir joint ventares o asociaciones interfirmas; en segundo lugar, que se produzca una real y mensurable intensificación del comercio internacional en relación al PIB en la mayoría de los países; tercero, que se desconcentren los flujos financieros y las inversiones y que éstos se canalicen a la amplia mayoría de las naciones, sobre todo a las que están en desarrollo; cuarto, que los mercados financieros se encuentren al margen de cualquier regulación de tipo intergubernamental como han sido en efecto los acuerdos Plaza y Louvre, pero que se sometan a una autoridad supranacional; y, por último, que exista en realidad un espacio genuinamente globalizado de transacción. No obstante, el hecho de que la historia nos sugiera que cuantitativamente el mundo de finales del siglo XIX no difiere mucho del de finales del siglo XX, desde un punto de vista cualitativo se han producido transformaciones sustanciales que validan la idea de que se está ingresando en una época nueva en varios aspectos. El siglo XX ha sido testigo de grandes innovaciones tecnológicas y científicas, una mayor automatización de la producción, la acumulación se basa más en el conocimiento y se encuentra más desmaterializada y desterritorializada. Otra diferencia consiste en que las interconexiones entre los diferentes países son mucho más intensas y un porcentaje mayor de la población mundial se encuentra bajo la influencia de los procesos de globalización. Como señala un autor, la diferencia principal entre las formas de globalización entre el siglo XIX y el XX es que este último es mayor en amplitud, alcance e intensidad que el antecesor26. Otra desemejanza que encontramos entre finales del XIX y del XX es que hace un siglo los procesos de creciente interconexión fueron el resultado de la disminución de los costos en los transportes, mientras que en la actualidad la globalización se produce por la caída en los costos de las comunicaciones, lo que abre posibilidades para que la integración internacional sea más profunda. Entre 1870 y 1913 se alcanzó una época de oro de la globalización pues los Estados naciones y las burocracias eran embrionarias. El mundo de finales del siglo XIX conoció una serie de transformaciones que lo aproximaron y lo convirtieron en una unidad: el cable submarino, el telégrafo, las agencias internacionales de información. Estas transformaciones, sin embargo, no podían dar todavía lugar a una integración mundial, por cuanto la comunicación era muy costosa y segmentada lo que hacía que la transmisión de noticias se limitara únicamente a los sectores diplomáticos y a los medios extranjeros.
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Pero cuando comparamos nuestro presente con la situación de hace un siglo podemos inferir que la producción material e inmaterial que da lugar a intercambios internacionales ha aumentado si la referimos no sólo a la riqueza nacional, sino a la riqueza que da lugar a los intercambios mercantiles. Entre 1913 y 1990 la parte de las exportaciones en el producto nacional norteamericano ha sido casi el mismo, pero si lo relacionamos a la parte de las exportaciones de los productos que originan intercambios, la evolución es mucho más espectacular: se pasa del 13% al 31,4%. En segundo lugar, el intercambio económico se basa cada vez más y más en la competición de productos que pueden ser fabricados por un número creciente de empresas, mientras que hace un siglo, estos eran intercambios complementarios de productos no competitivos, como las materias primas necesarias a la producción de bienes manufacturados. Por último, la competición mundial integra más y más los factores sociales y culturales, pero, al mismo tiempo, ha surgido una producción industrial en el campo de la cultura -la industria cultural- que tiene la capacidad de poner en comunicación e interaccionar a los diferentes pueblos27.
la globalización y la dialéctica de las duraciones
Las comunicaciones de los pueblos entre sí están tan difundidas por todo el globo terrestre que uno podría casi decir que el mundo entero es una sola aldea, donde tiene lugar una feria permanente de todas las mercancías y en las que cualquier hombre con dinero, sin salir de su lugar, puede aprovisionarse y disfrutar de todo lo que produce la tierra, los animales y el trabajo humano. Geminiano Montanari, Trattato mercantile, Della moneta, 1680. Citado en Carlos Marx, Crítica de la Economía Política. En una de las dimensiones de su extenso trabajo, Braudel plantea la existencia en la historia de una pluralidad de duraciones. "El tiempo no es unilineal ni mensurable cronológicamente. Existen tres grandes duraciones, cada una de las cuales corresponde a una esfera particular: el «tiempo largo» o la «historia casi inmóvil»"28, la "historia lenta" peculiar a la economía y la sociedad y finalmente el "tiempo corto", inherente a las transformaciones que se producen en la vida pública. Cada una de estas temporalidades, larga, mediana y corta duración, corresponde a diferentes niveles de análisis: estructuras o largos procesos, coyunturas (situación que resulta de un encuentro de circunstancias y que se considera como el punto de inicio de una evolución o una acción) y los acontecimientos. Veamos brevemente cómo se interpreta la globalización a la luz de cada una de estas duraciones.
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En una perspectiva de larga duración, como nos lo sugieren la cita en epígrafe, la globalización no es un asunto nuevo sino que es un proceso que se ha venido desarrollando desde tiempo atrás y se caracteriza por ser multifacético y abarcar las diversas esferas de la sociedad. Sus raíces se remontan al surgimiento del capitalismo. Numerosos trabajos de historia económica y particularmente la sugestiva obra de Polanyi, "La Gran Transformación", han demostrado que el mercado, institución que hunde sus raíces en las profundidades de la historia, desempeñó con anterioridad a la sociedad moderna un papel relativamente marginal en la vida económica de los pueblos ya que la economía no existía como esfera autónoma sino que se encontraba incrustada en las relaciones sociales. Fue con el surgimiento de las sociedades modernas que se dio inicio a la mercantilización de la vida en las sociedades precapitalistas. Este proceso no se produjo a partir del mercado local, ya que esta era una institución cerrada sobre sí misma y que abarcaba el conjunto de la producción regional. El cambio se produjo sobre la base del mercado exterior ya que era competitivo, innovador y consistía en el intercambio de productos no perecederos que se canjeaban a grandes distancias. En las sociedades precapitalistas estas dos instituciones no eran competitivas entre sí, sino que se complementaban. Mientras el mercado local estimulaba la reciprocidad los grandes comerciantes internacionales fueron los agentes en torno a los cuales surgió el espíritu capitalista. En tal sentido, fue el comercio internacional el impulso para el desarrollo del capitalismo. Como lo insinúa Geminiano Montanari en el epígrafe, la circulación de la mercancía asociada a la expansión del mercado y del capitalismo puso en contacto a pueblos de diferentes latitudes. En efecto, las tendencias globalizadoras se vincularon con los cambios que en las relaciones internacionales trajo consigo la emergencia del capitalismo. El verdadero sistema de competencia, corazón de la economía de mercado, fue el producto de las actividades del Estado. Fueron las monarquías centralizadas de Europa Occidental las que, a partir del siglo XVIII, realizaron la fusión de los múltiples mercados locales y el comercio exterior, lo que dio origen a un mercado interior unificado, integrado y competitivo29. Fue, precisamente, esta constitución de los mercados internos como preámbulo de las economías nacionales, el punto de arranque a partir del cual el capitalismo comenzó su largo proceso de dominación de la economía mundial.
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Un cambio de gran trascendencia en dirección hacia un mundo cada vez más globalizado se produjo con el advenimiento de la revolución industrial. Si el capitalismo mercantil se había desarrollado a partir de las diferencias de productos y precios entre las distintas regiones del mundo, es decir, se basaba en la dominación comercial del espacio, con la revolución industrial el control del espacio pasó a ser sustituido por el dominio del tiempo productivo. Carlos Marx, en sus clásicos textos dedicados al estudio del desarrollo del capitalismo, ya había anotado las transformaciones que la evolución de este sistema origina en el espacio y el tiempo. "Mientras que el capital por un lado debe tender a arrasar toda barrera espacial opuesta al tráfico, id est, al intercambio, y a conquistar toda la tierra como su mercado, por el otro lado tiende a anular el espacio por medio del tiempo, o sea, a reducir a un mínimo el tiempo que emplea el movimiento de un lugar a otro. Cuanto más desarrollado sea el capital, tanto más extenso será el mercado en el que circula, mercado que constituye la trayectoria espacial de su circulación, y tanto más tenderá a extender más el mercado y a una mayor anulación del espacio a través del tiempo... Aparece aquí la tendencia universal del capital, que lo diferencia de todos los estadios anteriores de la producción"30. La concreción del mercado interno y los cambios que introdujo la revolución industrial que con la técnica alteró la relación entre espacio y tiempo, no sólo implicó la reconfiguración de las relaciones sociales para adecuarlas a la naturaleza de los cambios que estaban teniendo lugar, sino que trajo consigo también el inicio de un proceso de separación de los individuos de sus comunidades para reconstituirlos de acuerdo a la necesidad que se derivaba de los nuevos ámbitos espacio-temporales. Como señala Renato Ortíz, siguiendo a Guiddens31, "la separación del espacio y del tiempo permite el desencaje de las relaciones sociales. El espacio es así vaciado de su materialidad, definiéndose en relación con otros espacios distantes. La circulación es lo que los pone en función integrada en comunicación. Ella es una función integrada en un sistema racionalmente administrado (ferroviario, postal, de carretera, comunicativo, etc.). El desencaje es posible en cuanta movilidad dentro de esta red de interconexiones”32 Desde sus orígenes, los procesos de globalización han tenido una doble dimensión: desarrollo extravertido, es decir, a través de la construcción de múltiples vinculaciones, ha ampliado las fronteras de su radio de acción enlazando a un número cada vez mayor de países y regiones y, de la otra, vertical, o sea, se expresa en todos los ámbitos de existencia de la sociedad, a ritmos e intensidades desiguales. En este sentido, la globalización es un fenómeno plural que puede ser aprehendido indistinta pero conjuntamente como un proceso que se manifiesta a escala nacional e internacional.
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En términos generales puede decirse que desde el siglo XVIII hasta la Segunda Guerra Mundial se ingresó en una fase, en la cual el sistema mundial gravitó básicamente en torno a la actividad de los Estados nacionales y se redujo el papel que desempeñaban las unidades transnacionales. Durante esta época el carácter cíclico de desarrollo del capitalismo dio lugar a períodos sucesivos de mundialización, contracción nacional y reconstitución del sistema mundial. Estos giros no alteraron la matriz estatal de las relaciones internacionales, por cuanto se emparentaban con reorientaciones en la misma dirección que asumían los Estados. Las relaciones internacionales se convirtieron en el punto de intersección de las políticas exteriores de los Estados. Esto a su vez se tradujo en la consolidación de un jerárquico sistema interestatal en el que los vectores políticos y geoestratégicos se combinaron con el "economicismo" de la fase anterior. La interacción de los aspectos políticos con los económicos se produjo bajo otra modalidad porque el anterior activismo mercantil fue desplazado por el desarrollo productivo, lo que selló la unión entre el Estado-nación y la economía nacional33. La multiplicidad de acciones externas emprendidas por los Estados, fueran militares, económicas, comerciales o geoestratégicas constituían el substrato principal de las relaciones internacionales. Con esta "dependencia" estatal la vida internacional perdió la autonomía anterior y se redujo a la simple suma de actividades externas desarrolladas por los Estados. Este período, analizado magistralmente por K. Polanyi, se caracterizó por el amplio despliegue del mercado y la reproducción de la política bajo los dictados de la lógica implacable del desarrollo económico. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, un mundo completamente nuevo surgió de sus ruinas. El orden internacional pasó a articularse en torno a tres vectores: las relaciones Este-Oeste, eje principal de la vida internacional, se regulaban sobre con base en la disuasión nuclear, los elementos económicos se supeditaban a los factores políticos y estratégicos y los conflictos en la periferia reproducían la lógica establecida por el centro. Durante estos años, el capitalismo ingresó en una nueva fase de su desarrollo en la cual las unidades transnacionales nuevamente empezaron a desempeñar una función importante. El acuerdo de Bretton Woods, la creación del FMI, el Banco Mundial, el GATT y la Organización de las Naciones Unidas fueron fieles testimonios de ello. La mundialización, que encontró su máxima expresión en la revolución tecnológica, traspasó las fronteras nacionales y vinculó a pueblos y civilizaciones diversas para intentar situarlos dentro de su propia racionalidad.
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El período de posguerra reproduce elementos contradictorios. Si bien, de una parte, estimula el surgimiento de órganos multilaterales que sirven para reglamentar y acentuar los vínculos económicos y políticos entre los Estados, éstos siguieron siendo la articulación principal de la vida internacional. La creación de instituciones como las Naciones Unidas, que tenían una vocación universal para dar estabilidad, paz y prosperidad al mundo se construían sobre la base de acuerdos interestatales y en los Estados recayó la legitimidad de la misma. Es decir, a diferencia de la fase anterior, durante este período las políticas keynesianas crearon las condiciones para que la política y las acciones gubernamentales pusieran nuevamente bajo control la economía. Pero, de la otra, la reglamentación de postguerra se inscribía en una lógica intererstatal que pretendió sistematizar las relaciones comerciales y monetarias internacionales sobre una base multilateral, básicamente para evitar los desórdenes monetarias del período de entreguerra. La globalización financiera consistió en los procedimientos utilizados por agentes básicamente privados para soslayar estas reglas, lo que minó el poder de los Estados, desvirtuó la relación entre mercados y Estados y acabó con los compromisos nacionales propios de la época keynesiana, como producto de algunos grandes disfuncionamientos de las relaciones económicas internacionales, como fueron la incontrolable salida de capitales de Estados Unidos durante la década de los años sesenta, los shocks petroleros de los setenta, el masivo endeudamiento de EE.UU. y la crisis de la deuda en las naciones en desarrollo durante la década de los años ochenta34. En una perspectiva de mediana duración, la globalización corresponde a un ciclo, es decir a una coyuntura en el desarrollo de un proceso más profundo. En este caso, la globalización es el resultado de profundas transformaciones que se produjeron en el desarrollo del capitalismo. Hacia mediados de la década de los años setenta, el período de expansión postbélica llegó a su fin y nuevamente se produjo un paulatino deslizamiento del poder internacional hacia los procesos y factores transnacionales. Esta reorientación fue parcialmente el resultado del declive de la hegemonía de las dos superpotencias en sus respectivas áreas de influencia y la pérdida de importancia de los mecanismos políticos y militares. Sin embargo, más importante aún fue el hecho de que los tres modelos de desarrollo -el desarrollismo entre las naciones del Tercer Mundo, el modelo soviético en los países socialistas y el fordismo en las naciones altamente industrializadas- ingresaron en una fase de crisis, de la que sólo el capitalismo industrializado de los países desarrollados pudo encontrar una salida mediante la sustitución del anterior modelo por un proceso de acumulación flexible.
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Como adecuadamente han señalado los partidarios de la Teoría de la Regulación35, los sistemas productivos entraron en crisis por razones similares, debido a que respondían a evoluciones análogas. Los cambios en el sistema de funcionamiento del capitalismo tuvieron lugar porque se produjeron alteraciones en los sistemas productivos, lo que posibilitó la paulatina consolidación de una nueva modalidad ampliada de reproducción del sistema capitalista mundial. Los orígenes de la crisis del sistema soviético se remontan a finales de la década de los años sesenta cuando en los países occidentales se dio inicio a la llamada Tercera Revolución Industrial, proceso que significó una renovación sustancial de la producción gracias a importantes avances tecnológicos. Desde la década de los años cincuenta, la Unión Soviética y los países de Europa del Este, bajo la égida de Moscú, se habían trazado como objetivo alcanzar y sobrepasar a los países capitalistas en términos de desarrollo económico. Sin embargo, por razones estructurales inherentes a las economías de estos países y a pesar de las grandes innovaciones científicas y tecnológicas que realizaron, no pudieron dar el salto de un desarrollo extensivo —basado prioritariamente en el uso indiscriminado de la mano de obra y de los recursos y en la lenta modernización de los aparatos productivos— a uno intensivo36. La profundización de la crisis durante la década de los años ochenta hizo completamente inviable la actualización del modelo. En todos estos países se optó finalmente por una ruptura radical con el sistema soviético y por la introducción de la economía de mercado para restablecer los vínculos con los flujos mundiales. Una situación similar se presentó en muchos de los países del Tercer Mundo. Con la excepción de aquellos Estados que podían extraer beneficios de la nueva dinámica que estaba empezando a imperar a escala mundial, debido a su tamaño, como la India y Brasil, y otros de dimensiones pequeñas pero que introdujeron una apropiada estrategia orientada hacia la exportación, básicamente los Nuevos Países Industrializados del sudeste asiático, el resto de los países del Tercer Mundo entró en una etapa de crisis. El agotamiento golpeó por igual a las diferentes estrategias de desarrollo que se habían impulsado en los años inmediatamente anteriores. Ya fuera la estrategia autárquica, encaminada a desarrollar actividades económicas dentro de las fronteras nacionales, la promoción de exportación de productos tradicionales, la estrategia de valorización de los recursos o la substitución de importaciones37, todas ellas ingresaron en una etapa de anquilosamiento, dado que era cada vez más difícil encontrar los medios para satisfacer las 'múltiples demandas sectoriales de la sociedad y de los mismos Estados.
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A pesar de sus logros iniciales, las políticas desarrollistas no pudieron romper el círculo vicioso de la dependencia. La estrechez del mercado interno, la escasa eficiencia, la insuficiente inversión productiva, el desarrollo deficiente de la productividad a escala internacional, las abismales diferencias sociales y económicas y el interés en fomentar un desarrollo industrial que marginó la agricultura y la esfera de los servicios condujo a una parcial desvinculación y pérdida de participación de los países del Tercer Mundo en el mercado mundial38. Su inserción en los flujos planetarios se limitó casi exclusivamente a la exportación de materias primas y artículos con escaso grado de elaboración, es decir, una producción cuyo valor e importancia estratégica, con excepción del petróleo, ha tendido hacia la baja. Pero fue, sin duda, la crisis de la deuda externa lo que estimuló la veloz transformación de los modelos de desarrollo de los países del sur. La detonación de esta crisis sirvió de justificación para eliminar de raíz cualquier intento por mantener los esquemas desarrollistas. Además de restablecer los grandes equilibrios macroeconómicos, las políticas de ajuste patrocinadas por el FMI y el Banco Mundial propiciaron el establecimiento de un nuevo patrón de acumulación y crecimiento, que se caracterizó por la adaptación de las economías de los países en desarrollo a las normas prevalecientes en el capitalismo transnacional. "Como lo indican sus propias denominaciones, señala Jean-Philippe Peemans, los programas de ajuste no tienen ya como fundamento los problemas del desarrollo de las naciones y pueblos, sino la adaptación de los espacios económicos nacionales a las exigencias de funcionamiento y de coherencia del espacio económico internacional, es decir, en última instancia, también a los criterios internacionales de la valorización del capital"39. Los procesos de apertura terminaron mejorando las condiciones de competición de los países en desarrollo en productos manufacturados, pero al precio de aceptar una mayor dependencia financiera y de mercados por parte de las grandes firmas. La crisis de los modelos de desarrollo no fue, empero, un fenómeno exclusivo a los países del Este y del Sur. El mismo problema se presentó también entre las naciones altamente industrializadas. Como es sabido en el período de posguerra entre los países industrializados se expandió y fortaleció el fordismo como mecanismo de acumulación intensiva sobre la base de la consolidación de las técnicas taylorianas y de la automatización como paradigma tecnológico, una sistemática redistribución de las ganancias en productividad entre las diferentes clases sociales, una producción y consumo de masas como régimen de acumulación, elevadas normas de productividad, sistema contractual de fijación de las medidas salariales e internacionalización del capital. Su funcionamiento se constituía a partir de un equilibrio de poder entre el capital, el Estadonación y el movimiento obrero.
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La denominación de fordismo proviene de Henri Ford, quien en alguna ocasión señaló "quiero que mis trabajadores estén bien pagos para que compren mis vehículos", razón por la cual duplicó los ingresos de los trabajadores. El motivo fundamental que lo indujo a esta decisión fue la elevada rotación de la mano de obra. Con mejores ingresos pudo mantenerlos en la cadena productiva, lo que con el tiempo se tradujo en fuertes aumentos de la productividad. Esta vinculación entre salario y productividad constituyó el núcleo básico del fordismo. Es decir, la producción de masa se basaba fundamentalmente en la demanda de los asalariados y ello explica el papel relativamente secundario que desempeñaron en este régimen las exportaciones manufactureras. Desde finales de la década de los sesenta y comienzos de los setenta este modelo industrializador entró en crisis como producto de la excesiva internacionalización de los mercados y de los circuitos productivos que al no acompañarse de una armonización internacional en el plano salarial, favoreció la inclinación por el aumento de la productividad en detrimento del crecimiento de los mercados internos, los cuales prontamente llegaron a un nivel de saturación, el agotamiento de las reservas de racionalización del trabajo de la organización taylorista lo que agudizó el problema de la financiación de la inversión, a lo que se sumaron las apremiantes innovaciones tecnológicas, las crisis fiscales y financieras y el shock petrolero de 1973 que obligó a aumentar las exportaciones para cancelar las compras del crudo. Con estos cambios, que agitaban la competencia a escala mundial, las grandes empresas comenzaron un proceso de recomposición del proceso productivo con el cual las partes comenzaron a ser producidas en diferentes partes del globo. Esto trajo consigo grandes y profundos cambios en las relaciones laborales pues se comenzaron a generalizar prácticas laborales que entrañaban una amplia difusión de la subcontratación, la integración del trabajo en un esquema flexible, el fin de la línea de montaje y la explotación del trabajador a escala mundial40. Con estas transformaciones en la producción y en las relaciones laborales se ha comenzado a asistir a un acelerado proceso de desterritorialización de la producción, lo cual tiene grandes implicaciones en el plano político cultural ya que es la base de la formación de una cultura internacional-popular cuyo eje es el mercado consumidor. "Proyectándose más allá de las fronteras nacionales, este tipo de cultura caracteriza una sociedad global de consumo, modo dominante de la modernidad mundo"41.
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A diferencia de los casos anteriores, la crisis del fordismo pudo ser superada al encontrarse un sustituto en el capitalismo transnacional o "liberal productivista" como lo define A. Iipietz. Se inició así una nueva fase de acumulación flexible42, la cual se tradujo en significativos cambios en los procesos laborales, de producción y formas de consumo. El encarecimiento del capital, el acortamiento del ciclo de producción y las altas inversiones en investigaciones impulsaron a las empresas a buscar nuevos mercados en el exterior para amortizar las altas inversiones y acrecentar los beneficios. Con ello, la anterior inclinación de las empresas de producir para un mercado interno se sustituyó por la producción para los mercados mundiales. El aumento de volumen de capital que requerían las nuevas inversiones debido a la aceleración del cambio tecnológico y la reducción del tiempo útil de la producción determinó que la capacidad adquisitiva en el mercado nacional no bastara para amortizar estas elevadas inversiones. La internacionalización, de esa manera, se convirtió en un requisito para la sobrevivencia de las empresas y para mantener la competitividad de las economías nacionales. De otra parte, la transnacionalización se aceleró por la liberalización de las finanzas internacionales y por las grandes transformaciones producidas en el campo de los transportes y de las comunicaciones. En este sentido, no tan sólo las firmas sino también los mercados -nacionales, regionales y mundiales- se convirtieron en procesos transnacionales. A su vez, estos cambios estimularon la innovación tecnológica a través de la intensificación de la competencia y aceleraron la difusión de la tecnología por medio de la masificación de la inversión extranjera directa. Estas innovaciones así como los procesos de globalización comprimieron el tiempo y el espacio. De esta manera, la crisis de los modelos de desarrollo indujo a la paulatina erosión y desmonte de esos sistemas productivos nacionales y a una correlativa recomposición de la economía mundial. En esta fase del desarrollo capitalista se alteró radicalmente la naturaleza de las relaciones económicas internacionales. De una parte, la relación externa, comercial y/o financiera, se convirtió en el aspecto más dinámico de las "economías nacionales". Cada vez un porcentaje mayor de los bienes y servicios producidos traspasaban las fronteras con destino al comercio mundial. La economía mundial dejó de ser el resultado de la suma de las economías nacionales que funcionaban de acuerdo a sus propias leyes y sólo entraban en relación de forma marginal, a través del comercio. Estas economías nacionales empezaron a convertirse en partes integrantes de una espacialidad económica única a escala planetaria. Como vemos, los cimientos de este nuevo orden se forjaron durante las décadas de los años setenta y ochenta. Sin embargo, en ese entonces, su universalización era poco probable porque existían factores políticos y militares que frenaban sus posi-
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bilidades de expansión y hacían además que, para algunos, se mantuviera el sueño de hacer realidad los anhelos de un orden más justo para el Tercer Mundo. La división del mundo en torno al eje Este-Oeste, aún cuando éste ya se encontrara cercano a su ocaso, mantenía aún la validez de los referentes revolucionarios y de los modelos desarrollista y soviético como progresos potencialmente posibles para las naciones en vías de desarrollo y las socialistas. Pero más importante aún era el hecho de que los países desarrollados estaban en la obligación de hacer grandes concesiones a las naciones del Tercer Mundo para impedir que éstas pudiesen gravitar hacia la URSS o utilizar la "carta" soviética. Por último, la corta duración en una perspectiva braudeliana se asocia a la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética. Con la "caída del muro", se ingresó en la etapa actual. Si bien la mayoría de los estudiosos del mundo contemporáneo concuerdan en señalar que la caída del muro de Berlín fue un acontecimiento capital que sentó las bases para poner fin a más de cuatro décadas de competición intersistémica y de guerra fría, ello no nos debe llevar a pensar que la nueva configuración planetaria se configuró a partir de la nada. La caída del muro de Berlín significó en efecto el fin de la bipolaridad y de la supremacía de los vectores políticos y militares como elementos ordenadores de la vida internacional, pero, supuso igualmente la profundización y ampliación de otras tendencias de índole económica, tecnológica y comunicacional que, desde tiempo atrás, habían comenzado a constituirse y sobre las cuales se ha empezado a establecer la matriz de la nueva configuración planetaria. La desintegración del campo socialista se tradujo en la eliminación del último gran obstáculo que existía para la universalización de un modelo de acumulación que desde la década de los años setenta se encontraba en ciernes: el capitalismo transnacional. Con la reorientación de los antiguos países socialistas a la lógica del mercado y las nuevas formas de vinculación de las naciones en desarrollo a la economía mundial como resultado del agotamiento de su modelo anterior de desarrollo y el impacto de la crisis de la deuda externa se crearon las condiciones para la universalización de esta nueva modalidad capitalista que desde la década de los años setenta venía madurando entre las naciones altamente industrializadas: el capitalismo transnacional. Con su nueva modalidad de funcionamiento, este capitalismo induce, como lo señala J.-Ph. Peemans, a la creación de polos exitosos de acumulación, que se caracterizan por constituir un conjunto de empresas con elevadas tasas de crecimiento y rentabilidad que funcionan según las normas internacionales, muy abiertas al resto del mundo en términos de flujos de productos, tecnología, capitales e información, lo que ha dado origen al surgimiento de "redes
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transnacionales de poder". Estos polos transnacionales se distinguen por el hecho de que establecen relaciones internacionales "internas" a los sistemas productivos. De esta manera, abordan desde un nuevo ángulo la espacialización de la economía mundial capitalista. En la perspectiva de estas temporalidades podemos discernir diferentes niveles de aclimatación de la globalización. Si concebimos el fenómeno en una perspectiva de larga duración, lo que comúnmente denominamos globalización no sería otra cosa que una coyuntura en la que se aceleran, amplían e intensifican determinados procesos estructurales. Si privilegiamos la mediana duración, centramos nuestra atención en la coyuntura y en el potencial transformador del proceso para alterar y rediseñar las estructuras del capitalismo. En este sentido, con la globalización no sólo se habría acabado la guerra fría, sino que también todo el andamiaje económico, político e institucional de la época moderna. Por último, un análisis en términos de corta duración, redimensiona las situaciones inmediatas que caracterizan nuestra historia presente y los agentes interesados en acelerar y conducir este cambio. De cada una de estas tres perspectivas se desprenden diferentes marcos de interpretación de la globalización. Mientras la primera minimiza la importancia del fenómeno, pues a final de cuenta lo concibe simplemente como un estadio más en la larga evolución del capitalismo, la segunda pretende mostrar los elementos nuevos que han surgido en las últimas décadas y que están estimulando el cambio global de las estructuras, lo que presupone el inicio de un mundo completamente nuevo, y la tercera, por último, destaca la importancia de aquellas situaciones y las actividades de determinados actores que han impulsado la concreción de lo nuevo. Un análisis en términos estrictamente braudelianos anula la posibilidad de que las dos últimas perspectivas puedan erigirse en marcos explicativos del fenómeno por cuanto la coyuntura sólo puede interpretarse como una intensificación de procesos de larga duración y su capacidad transformadora se supedita al grado de madurez de los procesos estructurales mientras la corta duración consiste en simples "destellos de luz que no logran horadar en las profundidades de la oscuridad", es decir, no son capaces de incidir ni menos aún mostrarnos la evolución de las estructuras; simplemente irradian luz sobre los cambios. Este breve esbozo histórico del desarrollo del capitalismo y de la globalización nos muestra que, de una parte, la anterior consolidación de los capitalismos nacionales fue una etapa necesaria en el proceso de globalización en la medida en que implicó la desterritorialización de las anteriores relaciones locales, para posibilitar nuevas
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relaciones sociales y de identidad. Es precisamente este desterritorialización lo que permite imaginar la globalización como un proceso que involucra a distintas naciones y pueblos. De otra parte, visto desde este ángulo, la globalización se inscribe en una continuidad del desarrollo del capitalismo y sobre todo de las relaciones mercantiles, procesos cuyos orígenes podemos encontrarlos en los siglos XV y XVI. Fue, precisamente, este carácter globalizador del capitalismo lo que explica porqué la globalización asumió una figura más económica que política o cultural. Por último, la globalización le restituye al capitalismo su vocación natural que ha sido más transnacional que internacional que se libera de las relaciones de fuerzas entre los Estados, se desvinculan de las relaciones sociales para reestructurarlas, liberaliza y universaliza el mercado. globalización, totalidad histórica y relaciones de poder La globalización tiene grandes implicaciones en todas las esferas de la existencia; la economía, apolítica, el medio ambiente y la cultura. Si se aisla una sola de estas dimensiones se corre el riesgo de tergiversar los complejos efectos interactuantes del proceso como un todo; pero tenemos que hacerlo si queremos profundizar en las abstracciones teóricas. John Tomlinson, ''Cultural globalisation: placing and displacing the West", en The European Journal of Development Research, no. 8, vol. 2, diciembre de 1996.
Existe otra dimensión del legado braudeliano que puede ser muy pertinente para abordar el tema de la globalización. El insigne historiador francés concebía la formación del espacio de la economía mundo capitalista en su dinámica total como la interrelación de distintos ámbitos: la civilización material, la del intercambio y el capitalismo propiamente dicho43. Si extrapolamos este enunciado al problema de la globalización, este no puede ser reducido a una de las dimensiones del problema -la economía, la cultura, la política, etc.- sino que debe analizarse como un fenómeno multifacético total que vincula las disímiles manifestaciones de lo social. Si la economía capitalista y las facilidades que generaba la actividad mercantil crearon las condiciones para la emergencia de los procesos de mundialización, la globalización no se puede reducir únicamente al ámbito de la economía o de la economía política. La globalización es un proceso multifacético que pone en interacción las diversas esferas de la sociedad con disímiles ritmos e intensidades.
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El papel que en este campo han desempeñado los procesos económicos ha sido el crear las bases para una interacción más intensa entre los diferentes pueblos. Pero, a lo largo de la historia, la vinculación que la economía capitalista estableció con los otros ámbitos ha sido tensa y contradictoria. El hecho de que la alteración en la dinámica espacio y tiempo se visualice más diáfanamente en el plano económico es precisamente lo que ha permitido que la globalización se perciba básicamente como un fenómeno económico. Este presumible primado de la economía se debe a que con la globalización la economía, que históricamente estuvo incrustada en las relaciones sociales y que durante gran parte de la época de la guerra fría quedó supeditada a la lógica político institucional que emanaba de la contracción Este-Oeste, ha comenzado a liberalizarse de lo social, político, cultural e institucional y hoy tiende a ser un determinante definito-rio de estos otros ámbitos de existencia de lo social. En este sentido, si bien un análisis en términos de larga duración braudeliana nos sugiere que la globalización se asocia con la evolución general del capitalismo, las transformaciones ocurridas en las últimas décadas han introducido una radical mutación que consiste en esta autonomización de la economía. ¿Cómo concebir la globalización como totalidad histórica? La globalización como historia total debe entenderse de dos maneras: de una parte, como lo señalábamos anteriormente, las transfiguraciones de los sistemas productivos nacionales y la reconversión de los polos transnacionales en engranajes de una economía mundial están dando lugar al surgimiento de espacios diferenciados pero interconectados de articulación de los circuitos económicos. El primero de estos se observa en la consolidación de un espacio mundial o globalizado, o sea el terreno de acción de las grandes empresas transnacionales o de los polos exitosos al nivel de los mercados, la producción o las finanzas. Este ámbito, comúnmente definido como globalización de los circuitos económicos, se caracteriza porque con su densificación se contribuye a profundizar, acelerar y ampliar el radio de acción del emergente sistema mundial. Con la noción de profundización queremos denotar la intensificación cada vez mayor de los vínculos que se producen entre las economías, los Estados, los agentes transnacionales y las sociedades. Como señala Anthony Giddens "la globalización puede definirse como la intensificación de relaciones sociales planetarias, que aproximan a tal punto los lugares distantes que los acontecimientos locales sufren la influencia de hechos ocurridos a miles de kilómetros y viceversa"44. Con base en estas interrelaciones se están conformando los cimientos del moderno sistema mundial. La aceleración anuncia una dimensión temporal, un tiempo mundial, para retomar el análisis de Zaki Laídi, que se define como "el
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momento en que todas las consecuencias geopolíticas y culturales de la postguerra fría (el mundo sin puntos de referencia) se encadenan con la aceleración de los procesos de globalización (un mundo sin fronteras) económica, social y cultural"45 y alude también al hecho que precipita la adaptación de las funciones de los Estados y las sociedades a los ritmos que imponen los circuitos transnacionalizados. Por último, la ampliación se refiere a la mayor cobertura espacial de los circuitos globalizados y al surgimiento de un ámbito internacional que penetra y trasciende las sociedades y Estados para situarlos dentro de su propia racionalidad. Es la existencia de una serie de fuerzas impersonales provenientes básicamente del mercado mundial que están determinando aspectos fundamentales del poder e induciendo a la adopción de cambios estructurales en los diferentes países desarrollados y en desarrollo46. En tal sentido, la globalización podemos definirla como un proceso multidimensional que pone en interacción a los diversos sociedades, Estados y regiones del planeta de una manera desigual tanto a escala internacional como nacional. Pero, de otra parte, la concepción de la globalización como totalidad debemos concebirla como el conjunto de engranajes que en su interacción ponen en funcionamiento el sistema. La columna vertebral que articula este proceso radica en lo que Guiddens denomina la deslocalización entendida como la extracción de las relaciones sociales de los contextos locales de interacción y su posterior reestructuración en campos espacio temporales indefinidos. Si la constitución de la nación, gracias a los nuevos sistemas productivos y a los modernos sistemas de socialización, arrancó a los individuos de sus comunidades para convertirlos en elementos funcionales con el espacio nacional, la globalización está significando un nuevo desencaje de los individuos de sus naciones para reubicarlos en un marco espacio temporal mundial. Como señala Renato Ortíz, "la modernidad se asocia a racionalización de la sociedad en sus diversos niveles, económico, político y cultural. Revela un tipo de organización desencajada, privilegiando cualidades como funcionalidad, movilidad y racionalidad. Pensada de esta forma, la sociedad es un conjunto desterritorializado de relaciones sociales articuladas entre sí. Por eso los medios de comunicación desempeñan un papel tan fundamental. Por lo tanto, contrariamente a lo que muchas veces se supone, la nación es una primera afirmación de mundialidad"47. Es precisamente esta desterritorialización la que permite imaginar la globalización como un proceso que involucra a distintas naciones y pueblos. Así es como la globalización se revela a través de lo cotidiano: nuevas formas de comunicación, consumo, cultura, política que se localizan en las actividades diarias de las personas, que se reterritorializan, como prácticas globalizadas, en lo
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local. Como sugestivamente señala Malcolm Walters, mientras los intercambios materiales localizan, los intercambios políticos internacionalizan y los simbólicos globalizan48. Si observamos las grandes tendencias que han comenzado a transformar el planeta desde la década de los años ochenta, podemos percibir que, con ritmos e intensidades específicas, se asiste a numerosas situaciones que aluden a la concreción de la globalización: primero, la económica que se ejemplifica en la creciente importancia que ha alcanzado la unificación de las finanzas y de los mercados; segundo, la globalización de las comunicaciones, los sofisticados sistemas de cables, el uso de los satélites, y la progresiva utilización de los métodos digitales; tercero, la mundialización de la cultura que se expresa en una creciente desterritorialización; cuarto, la sociedad que se expresa a través de la emergencia de la sociedad civil y las profundas transformaciones que están alterando el tejido social de las sociedades contemporáneas; quinto, la globalización de la ideología que se afirma en la amplia difusión y aceptación del discurso neoliberal, y, por último, la política e institucional que no sólo está erosionando el poder y la cobertura de acción de los Estados, sino que está igualmente alterando los patrones estructuradores de las formas de hacer política. Pero, cada una de estas situaciones de globalización difieren entre sí por su grado de universalidad, es decir, por el número de zonas del globo terráqueo que se ven afectadas por ella, y por la velocidad, o sea, el ritmo que han logrado imponerle a los procesos, ya que algunos de ellos ya se encuentran claramente mundializados (actividades comerciales) mientras que otros todavía están geográficamente localizadas (políticas sociales), pero, no obstante, esta diferencia en los alcances, la globalización como proceso y totalidad debemos visualizarla como un movimiento que constantemente se crea, destruye y recrea que ha ido abarcando cada vez más a un número mayor de comunidades, regiones y pueblos. Como totalidad, la globalización se realiza a través de la interiorización por los diferentes grupos, para los cuales la globalización no es algo que se encuentra por fuera de ellos y de sus actividades, sino que es parte de los mismos. Si aunamos esta visión del problema a la dialéctica de las duraciones, cabría seña lar que no sólo existen diferentes maneras de abordar el problema sino que nos enfrentamos también a disímiles temporalidades ritmos e intensidades- para cada uno de estos procesos de globalización. La diferencia que existe entre las economías mundo definidas por Braudel para el mundo moderno y los actuales procesos de globalización radica en que mientras las primeras entendían la economía de una porción de nuestro planeta solamente desde que forma un todo económico, la globalización constituye una totalidad que pretende abarcar todo nuestro planeta.
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Por último, otra consideración que se desprende de las reflexiones de este historiador que es útil para el análisis de la globalización guarda relación con la dinámica de poder que se desprende de esta nueva configuración planetaria. "Una economía mundo se somete a un polo, a un centro,... Todas las economías mundo se dividen en zonas sucesivas. Esta el corazón... después vienen las zonas intermedias, en torno al eje central, y finalmente, surgen los márgenes vastísimos que, en la división del trabajo que caracteriza a una economía mundo, más que participantes son subordinados y dependientes". Si aplicamos esta reflexión al tema de la globalización, debemos percibir el problema desde un ángulo que considere la significación de las relaciones de poder y la manera como se reproduce el carácter jerárquico y piramidal del actual sistema internacional. Como señala Boaventura do Santos, "el proceso de globalización es selectivo, dispar y cargado de tensiones y contradicciones. Pero no es anárquico. Reproduce la jerarquía del sistema mundial entre sociedades centrales, periféricas y semiperféricas. No existe, entonces, un globalismo genuino. Bajo las condiciones del sistema mundial moderno, el globalismo es la globalización exitosa de un localismo dado49. Una perspectiva inscrita en una tradición braudeliana, consiste no sólo en discernir estos tres niveles de análisis, sino en establecer una relación dinámica entre estas tres situaciones que se retroalimentan mutuamente. En tal sentido, somos de la opinión de que los procesos que comúnmente asociamos con la globalización no son otra cosa que un nuevo estadio en el desarrollo del capitalismo, el cual podemos definir como un capitalismo transnacional (larga duración). Su surgimiento fue posible por los grandes cambios tecnológicos, productivos, comunicacionales y organizacionales que se produjeron a partir de la amplia difusión de una nueva modalidad de acumulación flexible, proceso cuyos orígenes podemos situar en los inicios de la década de los setenta (mediana duración). Por último, los acontecimientos que permitieron el ingreso a esta nueva etapa fueron la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética que eliminaron de raíz, por lo menos temporalmente, cualquier intento de plantear fórmulas de desarrollo diferentes a lo que se suman la actividad de los actores, organizaciones e instituciones internacionales que ha contribuido a una mayor convergencia de los anteriores disímiles modelos de desarrollo en torno a un arquetipo básico de acumulación y desarrollo que fortalece las tendencias globalizadoras de la economía y la política (corta duración). De la interrelación que se produce entre estos elementos se desprende una relación dialéctica en la cual los factores estructurales han condicionado los elementos coyunturales y los acontecimientos en condiciones en que estos últimos han contribuido al fortalecimiento de las tendencias nuevas del capitalismo y del sistema
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internacional. La globalización, por lo tanto, no es un fenómeno totalmente nuevo; se inscribe dentro de una continuidad histórica de desarrollo del capitalismo, aun cuando algunas situaciones le hayan impreso una aceleración y reorientación del proceso. Pero, como nos lo sugiere el historiador galo, si concebimos la globalización como un proceso que abarca la totalidad social y no lo reducimos simplemente a una manifestación del mismo, debemos inferir que la globalización, si bien se inscribe dentro de una continuidad histórica del desarrollo del capitalismo, representa también una mutación, una transformación radical, por cuanto lo económico se ha desenclavado de lo social, lo político y lo cultural. Lo específico de la globalización es que, a diferencia de los anteriores procesos de internacionalización, entendida como mayor cobertura de las actividades en cuanto a su extensión geográfica, el fenómeno actual ha intensificado la internacionalización, influye en la casi totalidad de las actividades humanas e implica una determinada integración funcional de actividades anteriormente dispersas50. Parafraseando a Fernand Braudel, podríamos decir que la globalización es el resultado de una relación dialéctica vertical que vincula las tendencias estructurales y los acontecimientos. El mundo de posguerra fría es tributario de este doble condicionamiento. Si bien los factores estructurales permitieron el desarrollo de determinados acontecimientos, como fue la caída del muro de Berlín, estos últimos le imprimieron características particulares al cambio estructural en ciernes en la coyuntura que se inauguró a mediados de la década de los setenta. En tal sentido, al enfocar la globalización como un proceso histórico, dejamos de percibirla como un sistema nuevo porque este para funcionar requeriría un concatenamiento tal de todos sus engranajes que el movimiento de cada una de sus partes fuera coordinado únicamente por el conjunto.
notas 1
IANNI, Octavio, Teorías de la globalización, México, Siglo XXI, 1996, p. 11.
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MATTELART, Armand, "La nouvelle idéologie globalitaire", en varios autores, Mondialisation au-delá des mytbes, París, La Découverte, 1997, p. 65. 3 BOYER, Robef t, "Les mots et les réalités", en Mondialisation au-dela des mythes, op. cit, pp. 15-16. 4 SIDERI, Sandro, "Globalisation and regional integration", en The Europea» Journal of Development Researeh, vol. 9, N. 1, Londres, junio de 1997, pp. 38-39. 5
MATTELART, Armand, La mondialisation de la communication, París, PUF, 1997, p. 82.
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AMIR, Samir y GONZÁLEZ CASANOVA, Pablo, bajo la dirección de, Mondialisation et accumulation, París, L'Harmattan, 1993. 7TOMASSINI, Luciano, "El proceso de globalización y sus impactos sociopolíticos", en Estudios Internacionales, año XXIX, N. 115, Santiago, julioseptiembre de 1996. 8 GILL, Stephen, "Globalization, democratization and the politics of indifference", en James H. Mittelman, Globalization: critical reflexions, Boulder, Lynne Rienner, 1996. 9 Véase un interesante intento de pensar la globalización a partir de Fernand Braudel en Eric Helleiner,"Braudelian reflections on economic globalisation : the historian as pionner", en Stephen Gilí y James Mittelman, editores, Innovation and transformation in International studies, Londres, Cambridge University Press, 1997. 10 SLATER, David, "Challenging western vision of global: the geopolitics of theory and North-South relations", en The European Journal of Development Research, vol. 7, N. 2, Londres, diciembre de 1995, p.368. 11 PEEMANS,Jean Philippe, "L'utopie globalitaire", en Nouveaux Cahiers de ITUED, N. 5,1996, Gine¬bra, p. 55. 12 LAIDI, Zaki, Le Temps mondial, Bruselas, Éditions Complexes, 1997. 13 LAIDI, Zaki, Malaisedans la mondialisation, París, Textuel, 1998, pp. 18-20. 14 THOMPSON, John B., The media and modernity. A social theory of the media, Cambridge, Polity Press, 1995, p. 150. 15 RODRIK, Dani, Has globalisation gone too far ?y Washington, Institute for international economics,1997. 16 RODRIK, Dani, "Sense and nonsense in the globalization debate", en Foreign Policy, N. 107, verano de 1997, p. 22. l7 The Economist, 24 de junio de 1995. 18 NOGUEIRA Paulo, "O círculo de giz da globalizacao", en Novos Estudos, noviembre de 1997, pp. 86-88. 19 BOYER, Robert, opcit., p. 33 y FAZIO V, Hugo, La política internacional de la integración europea, IEPRI y Siglo del Hombre, Santafé de Bogotá, 1998, capítulo tercero. 20 The Economist, "A survey of the world economy. Who's in the driving seat ?", 7 de octubre de 1995. 21 NOGUEIRA Paulo, op. át, p. 87. 22 COHEN, Elie, La tentation hexagonale. La souverainetéá l'épreuve de la mondialisation, París, Fayard, 1996, p. 59. 23 HIRST and TOMPSON, Globalisation in question, Cambridge, Polity Press, 1996. 24 COHEN, Elie, op cit, pp. 108-109. 25 SASSEN, Saskia, La villeglobale, Descartes & Cié, París, 1996. 26 GILL, Stephen, "Globalization, democratization and the politics of indifference", en James H. Mittelman, Globali^ation: critical reflexions, op. cit, pp. 209-210. 27 LAÍDI, Zaki, Malaise dans la mondialisation, op. át, pp. 40,43. 28 BRAUDEL, E, La Méditerranée et le monde méditerranéen á l'époque de Philippe II, París, Armand Colin, 1966, tomo I,p.l6. 29 ANDERSON, Perry, El Estado Absolutista, México, Siglo XXI, 1986. 30 MARX, Carlos, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1857-1858, 3 vol. México,Siglo XXI, 2 volpp. 30-31. 31 GUIDDENS, Antony, Les conséquences de la modernité, París, L'Harmattan, 1994.
100 32
ORTIZ, Relato, La Globalización de la cultura, Buenos Aires, Alianza, 1996, p. 70. 33 "Hacia mediados del siglo de las luces -escribe F. Braudel- comienza una era diferente. Londres, nueva soberana, no es la ciudad-Estado, es la capital de las islas británicas que le aportan la fuerza irresistible de un mercado nacional", La dynamique du capitalisme, París, Flammarion, 1985, p. 99. 34 ADDA, Jacques, La mondialisation de íéconomie, París, La Découverte, 1997, tomo 1, pp. 62,94. 35 BOYER, Robert, "La théorie de la régulation dans les années 1990", en ActuelMarx, N° 17, París, primer semestre de 1995. 36 FAZIO, Hugo, La Unión Soviética: de la Perestroika a la disolución, Santafé de Bogotá, Ediciones Uniandes y Ecoe Ediciones, 1992, capítulo segundo y ROLAND, Gérard, Economiepolitique du systéme soviétique, París, l'Harmattan, 1989. 37 VERNIERES, Michel, Economie des Tiers-Mondes, París, Económica, 1991. 38 AMIN, Samir y GONZÁLEZ CASANOVA, Pablo, op. cit. y GONZÁLEZ CASANOVA, Pablo y SAXE- FERNANDEZ , John (compiladores), El mundo actual: situación y alternativas, México, siglo XXI, 1996. 39 PEEMANS, Jean Philippe, "Globalización y desarrollo: algunas perspectivas, reflexiones y pregun¬tas", en varios autores, El nuevo orden global: dimensiones y perspectivas, Santafé de Bogotá, Universidad Nacional de Colombia y Universidad Católica de Lovaina, p. 16. 40 MOUNIER, Alain, "La clause sociale dans la mondialisation de réconomie", en Revue Tiers Monde, t.XXXVII N. 148, octubre-diciembre de 1996. 41 ORTIZ, Renato, op. cit., p. 152. 42 HARVEY, David, The Condition of Postmodernity, Cambridge, Bassil Blackwell, 1990, capítulo noveno. 43 BRAUDEL, F, La dynamique du capitalisme, op. cit. 44 GIDDENS, Anthony, op. cit., p. 70. 45 Le Temps mondial, Bruselas, Éditions Complexes, 1997, p. 12. 46 STRANGE, Susan, The retreat of the Stat. The difussion of poiver in the world economy, Gran Bretaña, Cambridge University Press, 1996. 47 ORTIZ, Renato, op. cit., p. 74. 48 WALTERS, Malcolm, Globalization, Nueva York, Routhledge, 1996, p. 9. 49 BOAVENTURA DE SANTOS, La globalización del derecho, Santafé de Bogotá, ILSA y Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, 1998, p. 56. 50ORTIZ, Renato, op.cit., p. 27.
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la convención de 1821 en la villa del rosario de cúcuta: imaginando un soberano para un nuevo país María Emma Wills *
introducción Este trabajo es un primer intento por cuestionar ciertas tesis1 que explican el desenvolvimiento de la democracia en Colombia en términos de lo que no tuvo el país o de lo que le faltó para llegar a construir un régimen político realmente democrático. Desde estas miradas, la historia del país está plagada de ausencias y vacíos. Este tipo de explicaciones se funda sobre un contraste, a veces implícito, entre los procesos europeos o estadounidenses, a los que se le imputan virtudes y fortalezas, y el contexto latinoamericano cargado de carencias. La vía de entrada de este trabajo es distinta: la investigación se inicia desde la sospecha de que tanto en Europa y Estados Unidos, como en Colombia, las transiciones democráticas fueron producto de múltiples tensiones entre los mitos que inspiraron las respectivas revoluciones y un qué-hacer político post-revolucionario más aferrado al statu quo. Según los análisis mencionados en el párrafo anterior, Europa y Estados Unidos llegaron a establecer regímenes realmente democráticos mientras los países latinoamericanos apenas si alcanzaron a autodenominarse por períodos democráticos aunque sus estructuras políticas reales no lo fueran. Desde esta perspectiva, las burguesías europeas, y en particular la francesa, y la sociedad norteamericana, habrían pasado por años de luchas sociales y políticas -escuelas de democracia- antes de que corrieran las voces de "libertad, igualdad, fraternidad", inspiradoras de las * Politóloga, candidata aPh.D. en la Universidad de Texas. Investigadora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.
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revoluciones democráticas2. Por el contrario, estos mismos slogans habrían llegado a Iberoamérica sin "previo aviso" y habrían inspirado el movimiento independentista para luego superponerse a prácticas sociales y políticas de corte oligárquico, tradicional y autoritario. Por lo tanto, el proceso de la Independencia en América Latina habría dado origen a nuevas naciones implantando una incongruencia estructural entre el lenguaje democrático de sus instituciones formales y la práctica política real, de corte autoritario y exduyente. Desde estas mismas interpretaciones, esta incongruencia también se leerá como la consolidación de una fisura irremediable entre el formalismo de la ley y la práctica política real: las sociedades latinas, a pesar de los formalismos políticos democráticos -elecciones, derechos ciudadanos, militares bajo control civil-, se organizarían básicamente en torno a procesos informales de qué-hacer político. Estos procesos informales, de corte autoritario y oligárquico, no registrados por el lenguaje formal, serían los que realmente le imprimirían un sello particular a estas sociedades. Dentro de esta tendencia continental, Colombia, a pesar de formalmente autodenominarse democrática, sería un país en la práctica autoritario, con un régimen y unos partidos clientelistas y unas instituciones patrimoniales. Entre sus lenguajes formales y sus prácticas informales no habría canales de comunicación sino mutuo desconocimiento. Colombia sería una nación constituida de manera esquizofrénica. Viviría bajo el sino de una desarticulación estructural entre sus niveles político e ideológico, y el nivel social. Sin negar la viscosidad, o mejor la opacidad de la relación entre el lenguaje y la práctica política en Colombia, los nuevos avances de la investigación histórica y una mirada comparativa permiten replantearse las tesis sobre la incongruencia estructural3. Por ejemplo, se puede señalar cómo el derecho que surge de la Revolución Francesa tampoco logra una convergencia perfecta entre ideal democrático y práctica política. Invoca la igualdad, pero ese enunciado igualitario no planea en los cielos sino que se inserta en un mundo concreto de desigualdades y asume poco a poco un sentido congruente con las estructuras de poder predominantes en el momento4. Por ejemplo, a los esclavos de Santo Domingo, colonia francesa en 1789, no se les concede el estatus de ciudadanos; y a las mujeres, los niños, los ancianos, los dementes y aquellos que no pagan impuestos ni tienen propiedad se les relega al papel de ciudadanos «pasivos». Ni en la Francia post-revolucionaria ni en la América Latina post-independentista, el proceso revolucionario reivindica una igualdad abstracta o la esencia platónica de un concepto trascendente. El grito de igualdad no tiene un sentido inmanente. Por el contrario, en ambos extremos del mundo ciertas palabras claves (democracia, igualdad, libertad) adquieren usos
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congruentes con las reglas que rigen al mundo social del momento5. Sobre todo, tanto en Francia como en América Latina, los años post-revolucionarios fueron años convulsionados en los que distintas corrientes políticas se disputaron el contenido de las palabras-mito, las ideas-fuerza que dieron lugar a las nuevas repúblicas. Por eso, a la inversa de las tesis que defienden la desarticulación estructural, este trabajo de investigación comienza desde supuestos distintos: cualquier innovación legal de envergadura se inserta dentro de una historia particular del propio Derecho6, de las concepciones jurídicas que lo han inspirado y del lugar que ocupa dentro de la sociedad. Además, la formulación de la innovación legal está impregnada por las concepciones, los prejuicios y las prácticas sociales que rigen a la sociedad en general. Este trabajo, sin embargo, no se plantea abordar el problema entre lenguaje y práctica, o Derecho y qué-hacer social en su totalidad. Quiere más bien centrarse en la relación entre el discurso legal, y en particular sus concepciones de igualdad y de "pueblo", y el entorno social heredado de la colonia, en un momento clave para la invención de la nación colombiana -la Asamblea Constituyente en la Villa del Rosario de Cúcuta en 1821- cuando las guerras de la independencia estaban por concluirse. El objetivo no es develar los intereses ocultos que los constituyentes del siglo XIX esconden tras un lenguaje de igualdad universal sino demostrar cómo el lenguaje de la igualdad y las invocaciones al pueblo presentes en las discusiones constitucionales de 1821 están impregnadas por las concepciones jerárquicas heredadas de la época colonial. Más que hipócritas o maquiavélicos, los abogados constitucionalistas de la época eran seres atrapados en las concepciones y las reglas sociales que gobernaban al mundo colonial, con todas sus tensiones, sus paradojas y sus dilemas. De esta manera, se puede entender mejor cómo, con la Independencia, Nueva Granada rompe con España y su régimen monárquico, innova en ciertos aspectos pero también conserva rasgos del Antiguo Régimen. La Independencia aparece entonces como un proceso bastante contradictorio, hecho de avances y retrocesos, cargado a veces de los prejuicios socio-raciales del mundo colonial. Definitivamente a partir de 1821 la Gran Colombia ya no será una colonia de España ni invocará al rey como fuente de soberanía y autoridad. Se constituirá en república democrática. Sin embargo, el pueblo (sujeto fundante por excelencia de la democracia en la tradición que nace con la Revolución francesa) no será para los constituyentes enteramente soberano: se subordinará en primer término a sus representantes; y la igualdad entre ciudadanos vendrá enmarcada por esta diferencia/desigualdad, y por las jerarquías sociales del mundo colonial. No todos los habitantes que ocupan el territorio de la
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Gran Colombia serán vistos como capaces de convertirse en representantes. Entre representantes y "pueblo" se configurarán barreras, y éstas barreras vendrán inspiradas por los prejuicios raciales de la época colonia7. Para entender el papel central que esta asamblea desempeñó en la invención de la nación colombiana es necesario también tener en cuenta el lugar que el derecho ocupó en la época colonial. Más que desarticulación entre los formalismos legales y las prácticas políticas, la Ley en las nuevas repúblicas está constreñida por las ambigüedades que la caracterizaron bajo el régimen colonial: su omnipresencia en la vida cotidiana pero su impotencia para regular las conductas de los sectores sociales más poderosos; y su centralidad en el mantenimiento de una organización estructurada en torno a una jerarquía social basada en el lugar de nacimiento de las personas (criollos/españoles), y en la raza, la etnia y la categoría de casta. Para probar que la innovación legal republicana se inserta dentro de una historia del Derecho y de las nociones y usos coloniales del concepto de pueblo, en la primera parte del trabajo se resumen las concepciones sobre el "pueblo" que enmarcaron las discusiones de los constituyentes (el contractualismo español, el discurso religioso sobre el pueblo de Dios y las ideas que inspiraron la Revolución francesa); en esta sección también se habla del lugar paradójico y ambiguo que la ley ocupó en los regímenes coloniales y se hace referencia a los criterios (raciales, étnicos, por lugar de nacimiento) que el orden colonial utilizó para organizar las jerarquías sociales. Más que describir aspectos puntuales, esta parte pretende relevar algunos rasgos generales del Derecho colonial. Estos rasgos se han extraído de literatura secundaria y no pretenden ser una fotografía detallada del Derecho en cierto período colonial. Más bien son trazos gruesos que adquieren relieve porque sirven para iluminar el significado de algunos de los debates de la Convención de 1821. Así, más que describir el lugar del Derecho en la época colonial, se trata de resaltar aspectos que sirven para interpretar la Asamblea de 1821. Sólo luego, en una segunda parte, se exploran los debates de la Convención, sobre todo aquellos donde el "pueblo" se invoca como máximo referente. En esta parte, se demuestra cómo hubo un terreno común compartido por todos los constituyentes que permitió que estos hombres se sentaran a debatir y a engendrar nuevas repúblicas. Sobre este terreno común (la convicción de que una separación de España era necesaria e irrevocable) se oirían luego las voces de aquellos que invocaron al "pueblo" como actor, y las otras que lo percibieron apenas como un referente abstracto, visible y necesario para imaginar las democracias, pero invisible en los procesos de toma de decisiones. Estas tesis se han deducido de una lectura
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detallada de los tres tomos de Actas del Congreso de Villa del Rosario que fueron recogidas y publicadas por el Banco de la República en 19898. 1. heroísmo, traiciones y paradojas del contexto Hasta hace poco la mayoría de las interpretaciones históricas del movimiento independentista en América Latina se referían a la Revolución francesa y a la independencia norteamericana como los eventos inspiradores de las gestas libertadoras. Poco o nada se vinculaban las tradiciones contractualistas españolas y su concepción de los derechos de los pueblos con el movimiento independentista. Tampoco se trazaba un hilo conductor entre la tradición legal colonial y las invenciones constitucionales postindependentistas. Sin embargo, de un tiempo para acá, los historiadores han empezado a reconocer, cada vez con mayor fuerza, las influencias del derecho español sobre la construcción legal republicana9. Además, en las nuevas interpretaciones históricas se pone de relieve el impacto de las concepciones del "pueblo" desarrolladas en España sobre la invención democrática latinoamericana. Pero, ¿cuál fue el lugar del Derecho en la empresa conquistadora? ¿Cuál el lugar del "pueblo" en la monarquía española?
1.1. el derecho, línea divisoria entre conquistadores y "bárbaros" El Derecho ha sido en muchas ocasiones presentado como irrelevante para comprender el mundo colonial dada su supuesta ineficacia en regular la conducta de los conquistadores. Sin embargo, el lugar que ocupó en la empresa conquistadora no es tan fácilmente encasillable. El ritual del Requerimiento parece ser un buen comienzo para desentrañar el lugar paradójico que el derecho ocupó en la Conquista y en la institucionalización de la organización colonial. Tal vez es en él que mejor se vislumbra el lugar central, entre alucinante y desreal10, que ocupa el derecho en toda la empresa conquistadora. Según lo estipulado por ley, al llegar los españoles a tomar posesión de nuevas tierras, un notario leía a las poblaciones indígenas (que no hablaban español) las intenciones de España de convertirlos en buenos cristianos. Si los indígenas se acogían mansamente a los propósitos evangelizadores, la Corona se comprometía a protegerlos, a ellos y a sus familias, de las guerras y la codicia (¿de quiénes?). Por el contrario, si los indígenas rehusaban aceptar la palabra de Cristo, España juraba emprender contra ellos una guerra santa. Lo sorprendente, como bien lo señala José Gutiérrez, es que los españoles se atuvieran al ritual así fuera insensato, como si éste tuviera algún poder de encantamiento o justificara con su sola ejecución la crueldad y la barbarie que se desata-
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rían luego . Los españoles no solo parecían leer el Requerimiento inspirados por una mentalidad instrumental -necesito buena conciencia para emprender una guerra- sino también impulsados por la necesidad de rendirle tributo al Derecho como la entidad por excelencia que regula las conductas del mundo social. Sin ese Derecho, la empresa conquistadora perdía un mínimo sentido ordenador y se convertía en una multitud de acciones inconexas, ejecutadas por hordas de hombres exclusivamente inspirados por una codicia ilimitada. Si España conquistaba era también en nombre de un proyecto civilizador. Sin la ley, el proyecto perdía su manto de civilización y se convertía en una sumatoria de acciones bárbaras, nada distintas de aquellas que los españoles le imputaban a los infieles. Sin la ley, el español se asemejaba demasiado al estereotipo de poblaciones bárbaras que él mismo había inventado. El Requerimiento restablecía en medio de la violencia de la conquista un símil de orden y una frontera entre conquistados y conquistadores. Las «Capitulaciones» son otro ejemplo de la necesidad de regular, codificar y dejar constancia legal. Esos contratos firmados entre conquistadores y Corona convertían a la conquista en una empresa semiprivada y semi-oficial donde el monarca concedía ciertas prerrogativas de Estado a los conquistadores y en contrapartida éstos se comprometían a compartir con la monarquía partes del botín (el Quinto Real) y aceptaban seguir ciertas reglas12. En ambos rituales (los del Requerimiento y el de las Capitulaciones) se plasma la fascinación de los españoles por lo escrito. En América, al lado de la Cruz y del guerrero, siempre desembarcó el notario, y es en el acta escrita que queda definitivamente ejecutada la conquista. Este evento ciclónico sólo adquiere presencia histórica cuando queda plasmado en el papel. Y es el papel el que, luego del caos, restaura un símil de orden. 1.2. el pacto entre monarca y pueblos Para comprender el lugar que ocupará el Derecho en la época republicana y la forma en que el "pueblo" fue invocado como sujeto instaurador de los regímenes postindependentistas, también es necesario desglosar la concepción de "pueblo" que se manejó durante la colonia. Mientras en las colonias se implantan los rituales desreales pero necesarios del Derecho, en España se desarrollan una serie de reflexiones en torno a la relación entre el poder del monarca, las leyes divina y humana, y los derechos y costumbres de los pueblos13. Para los teólogos españoles el reto se halla en definir la forma que debe asumir el justo gobierno. Sus reflexiones en realidad rompen con las concepciones absolutistas del poder monárquico y de-
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fienden la idea de que la legitimidad de un gobierno se funda en el consentimiento de los pueblos y no en la voluntad arbitraria del monarca. El poder reside en los derechos y titularidades de los pueblos y son ellos quienes personifican la voluntad divina en la tierra. Por eso, las relaciones entre soberano y súbditos son "vínculos obligantes" en el que el poder del monarca se encuentra limitado por «la comunidad, la Iglesia y el derecho de gentes»14. Las teorías van más lejos aún, justificando la insurrección popular cuando el monarca no cumple con su parte del contrato y atenta contra el derecho común15. Es de recalcar que esta tradición no se refiere al "pueblo" como un sujeto abstracto o una idea-fuerza genérica. En realidad, esta corriente habla más bien de "pueblos" y al referirse a ellos está señalando, más que construcciones abstractas, realidades concretas. Pueblos son los villorrios y ciudades esparcidos por el territorio ibérico. En cada uno de estos pueblos, sus gentes han desarrollado usos y costumbres que deben ser respetadas por la autoridad monárquica central. La interpelación a los pueblos exige entonces que el centro (el monarca) respete la diversidad de tradiciones y derechos que las gentes han construido a lo largo de los años en sus sitios de residencia16.
1.3. el "pueblo" como el pueblo escogido de dios Pero las concepciones de "pueblo" no sólo remiten a la relación monarcagobernados. El concepto de "pueblo" puede ser leído también bajo otro registro, aquel desde el cuál se marcan fronteras entre unas comunidades que trascienden el villorrio o vecindario, y que se definen frente a otras comunidades por la fe que profesan. Así, mientras por un lado en España se proclama a los pueblos como portadores de derechos legítimos, por otra parte la Iglesia y la Corona emprenden una guerra santa contra judíos y moros. Los pueblos, por lo visto, no están constituidos por todos las gentes que moran en la Península Ibérica sino exclusivamente por aquellos habitantes que se identifican con la, religión de Cristo y le juran fidelidad eterna a la Santa Iglesia Católica. No todos los habitantes del reino son parte del pueblo de Dios. Por eso, a la par que se desarrollan las teorías contractualistas, la monarquía y la Iglesia levantan una institución como la Inquisición y empiezan a hablar de un colectivo (el pueblo de Dios) que se distingue de otras colectividades por su "pureza de la sangre". Como bien lo señala Elisabeth Kuznesof, esa pureza de sangre, en principio asociada a la pureza religiosa (cristianismo), se convierte poco a poco en un concepto
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que construye la imagen de un pueblo asemejado a una etnia y de una etnia en particular, la de los cristianos peninsulares. A los cristianos peninsulares se le imputa entonces el ser portadores de La Religión (con R mayúscula) y se les atribuye la capacidad de comportarse civilizadamente17. Todos los "otros", por contraste, son percibidos despectivamente, como etnias inferiores e incivilizadas, obviamente excluidas del pueblo de Dios, también evocado por las teorías contractualistas. De esta manera, la espada, la cruz y el notario llegan a América con el propósito de cristianizar almas, extraer riquezas y purificar la sangre de los conquistados. Sin embargo, en ese momento, conquista y contractualismo se entrelazan de manera contradictoria. Ambos deben enfrentar preguntas cuya respuesta es incierta. Sobre todo tienen que responder a un interrogante fundamental: ¿cómo deben ser entendidos esos otros, de piel canela y cuerpo liso, que "van desnudos [y] no conocen ni pesos ni medidas"18? ¿Deben ser ellos incluidos en ese pueblo invocado por la Iglesia católica? Estos habitantes de otras comarcas, también reunidos en colectivo, ¿son también portadores de derechos y titularidades, gestores de usos y costumbres a ser respetados por el poder del monarca? En principio la respuesta es clara: no, puesto que estas etnias no son cristianas. Ya vimos como el concepto de "pueblo" se mezcla con las nociones de religión y raza de su época. Sin embargo, en la medida en que las etnias que habitan las tierras americanas se convierten al cristianismo, la respuesta se torna más compleja. Por eso, en 1540, irrumpe la "Discusión de Valladolid", evento que condensa la contradicción. Por un lado, Juan Ginés de Sepúlveda arguye que las poblaciones aborígenes deben ser dominadas por la raza civilizada (Españoles o sus descendientes), a sangre y fuego si es necesario, puesto que «lo perfecto debe dominar lo imperfecto»19. Por otra parte, Fray Bartolomé de las Casas, en su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, describe las atrocidades llevadas a cabo por los conquistadores y convierte a los indígenas en la personificación de Dios en la tierra. Su defensa invierte la relación implícita en los primeros avances colonizadores de la conquista: son los conquistados quienes son portadores y ejecutores de los mandamientos divinos mientras los conquistadores llevan tras de sí destrucción y crueldad20. A raíz de la defensa apasionada de Fray Bartolomé de las Casas, Carlos V, rey de España, expide las Leyes Nuevas y convierte así a los conquistados en vasallos de la Corona. Sin embargo, estas leyes, que pretenden proteger a los indígenas, no logran realmente regular la conducta de los criollos poderosos. En 1593, la población indígena ha sido mermada por la guerra, las epidemias, la sobre-explotación, los suicidios en masa y la infertilidad, y sólo representa el 10% de la que existía en 155021
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1.4. las paradojas del derecho en la época colonial
De esta ineficacia del Derecho para proteger al indígena emerge el proverbio de que "las leyes [en Hispanoamérica] se dictan pero no se cumplen". En el fondo, esta tensión entre los propósitos de la Corona y la práctica muestran los intereses contradictorios y a veces irreconciliables que inspiran la Conquista: por una lado, la ley debe promover los intereses de la Corona (extracción de riquezas de las colonias basada en la explotación del indígena y luego del esclavo negro) y, por otro, tiene que mantener vivas las nociones que justifican la conquista (cristianización y salvación de la almas de las poblaciones avasalladas) y, por último, debe garantizar la lealtad de los conquistadores a la Corona atribuyéndoles ciertas prerrogativas. La legislación, tratando de reconciliar estas tres motivaciones, aparece entonces como una iniciativa que "busca la cuadratura del círculo"22. Los criollos, tan lejos de la Corona, rompen impunemente la ley y hacen a su antojo. Sin embargo, paradójicamente, esa misma ley es el cimiento sobre el cual se levanta el edificio de la sociedad colonial. Al fin y al cabo la ley regula, según los criterios raciales y étnicos de la época, quién está sujeto a la mita, la encomienda, el tributo (indígena)23; quién puede ser sometido a la esclavitud; quién puede o no puede ocupar un cargo; quién tiene licencia para desempeñar ciertos oficios o tiene derecho a enlistarse en las filas de la milicia. La ley, invisible en cuanto a lo que se refiere a la protección del indígena o impotente en cuanto a limitar las conductas de los conquistadores, se torna omnipresente en los otros aspectos de la vida social. No sólo se inmiscuye en las actividades económicas sino que termina incluso regulando hábitos, vestimentas, festividades y arquitectura24. Por esta razón, quienes perciben la ley como inoperante en las colonias sólo cuentan un lado de la historia. En realidad, la ley y el litigio ocupan un lugar central en la vida cotidiana de los habitantes de Latinoamérica25. La ley, como ya se mencionó, organiza profesiones y oficios, impuestos y encomiendas, y atribuye roles y posiciones dentro de la jerarquía colonial a ciertas categorías sociales. Esta atribución de roles y distribución del poder y la riqueza se articula alrededor de los principios jerarquizantes y excluyentes de la época. El lugar de nacimiento y supuestamente la raza determinan el lugar de las personas en la pirámide social. Los españoles nacidos en la península Ibérica ocupan los cargos más altos de la burocracia colonial. Los criollos descendientes de españoles son excluidos de estos cargos bajo el criterio del nacimiento. Luego, entre estas élites y los demás grupos se erige una barrera de clase: artesanos, colonos pobres, indígenas, mulatos, zambos, negros pertenecen a un mundo juzgado por los de arriba como inferior. Esta barrera, aunque no estipulada por la ley, opera sutil pero eficazmente.
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Otra paradoja del Derecho colonial es que, a pesar del lugar central que ocupan las categorías raciales en su andamiaje, la ley nunca las define claramente. En esto, la Corona asume que existe una transparencia entre las categorías del Derecho (indígena, mestizo, zambo, negro, blanco, criollo) y los fenotipos a las que ellas aluden. Esta transparencia es a todas luces una simplificación de una realidad mucho más compleja, producto del cruce de razas y del hecho de que un alto porcentaje de la población indígena, a pesar de conservar sus rasgos fenotípicos, se mimetiza y se confunde con la población mestiza cuando migra y vive en los villorrios y vecindarios de blancos26. Las barreras entre las categorías sociales utilizadas por el Derecho tienen una textura borrosa, ambigua, una porosidad que lleva a que cada caso se tenga que resolver de manera casuística. Esta ambigüedad también propicia una continua negociación27: en la medida en que no hay claridad sobre los criterios, cada transgresión de la regla es factible de ser negociada. Aquí, de nuevo, emerge otra paradoja del derecho hispano. Por un lado la indefinición de sus categorías sociales lo convierte en negociable, por otro lado el mestizaje y el cruce de sangres lo transforma en el único dispositivo por el cual la sociedad colonial se sostiene. Es el derecho, con sus ambigüedades y su porosidad, el que en últimas determina la posición de las personas y engendra un orden social colonial. Pero, ¿cómo afecta este desarrollo del derecho colonial los conceptos de "pueblo" de la tradición contractualista hispana? Ya se habló del Debate de Valladolid. Recordemos que desde una perspectiva, el "pueblo", el de Dios, se personifica en las etnias indígenas, y desde la otra orilla el "pueblo" se convierte en el pueblo blanco, hispano, católico, civilizado. De esta manera, el "pueblo" adquiere connotaciones que le hacen equivalente con la raza. Sin embargo, más allá de las connotaciones racistas o idealizadas, el "pueblo" como mito transgrede las barreras que los discursos de las élites le imponen e inspira luchas sociales, sobre todo hacia el final del siglo XVII. Por ejemplo, según Phelan, el movimiento de los Comuneros, en Nueva Granada tiene como base de su inspiración la tradición contractualista populista española: los comuneros se rebelan contra los nuevos impuestos que la Corona pretende imponer inspirados en un sentido de la justicia proveniente de esa tradición. Las nuevas reglas impulsadas por los Borbones infringen derechos y titularidades, costumbres y usos que los vecinos de la Nueva Granada no están dispuestos a perder.
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Pero aun estas luchas inspiradas en la tradición contractualista ibérica no crean un sujeto unificado. El "pueblo" que se pone en marcha en el movimiento comunero no es uno, homogéneo y unívoco. Por el contrario, ese "pueblo" adquiere distintas connotaciones según quién lo enuncie. Por esta razón, en 1781, durante la rebelión comunera hubo coplas y cantares tan disímiles. Por un lado las élites criollas proclamaban: ¿Por qué razón a gobernarnos vienen De otras regiones malditos nacionales? ¿Pero, cómo si no eres propietario, así intentas del país la destrucción?28 Y por la otra orilla, el cantar popular responde: El rico le tira al pobre, al indio, que vale menos, ricos y pobres le tiran a partirlo medio a medio28. 1.5. la revolución francesa : un nuevo registro de "pueblo" La Revolución francesa transforma de manera profunda la relación puebloDerecho. La Declaración de los Derechos Universales del Hombre y del Ciudadano le añadirían al concepto de "pueblo" otra matriz de interpretación. Según este nuevo referente interpretativo el "Pueblo" adquiere un sentido universal. Frente a las definiciones que circunscriben al "pueblo" a los adeptos de una religión o en otros casos a un vecindario se alza entonces un mito-evento que da vida a una nueva noción de "pueblo": el "pueblo" como Sujeto de la Historia y como actor fundante de una democracia. La Revolución en el fondo proclama el derecho del "pueblo" a gobernarse a sí mismo y a decidir sobre su propio destino. Ya no se trata, como en la tradición hispánica contractualista, de imaginar a los "pueblos" como el alter del monarca. Se trata por el contrario de erigir al "pueblo" en monarca, de invertir las relaciones políticas y proclamar que quienes hasta ahora habían obedecido, hicieran gobierno, dictaran leyes y ejecutaran decisiones. Con razón, el mito-evento de la Revolución francesa ha sido visto como un suceso que establece una ruptura con el pasado monárquico. Pero, mal se haría en comprender esta ruptura como la creación ipso Jacto de un sujeto-pueblo universal y compacto. Así como el "pueblo" del contractualismo
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español asume usos particulares según el contexto y el momento, de la misma manera el mito del "pueblo" en la Revolución francesa, cuando se cristaliza, termina incluyendo a unos y excluyendo a otros. A las mujeres, interpeladas al principio como ciudadanas, al poco tiempo se les atribuye el rol de "ciudadanas pasivas", aquellas que como los ancianos, los niños, los locos, y los no-contribuyentes, deben ser protegidos por el Estado, pero no pueden votar en elecciones, ser elegidos o elegir. En otras palabras, se les devuelve a su rol anterior de vasallos, pero esta vez no del monarca, sino de una mayoría que los excluye29. Por lo demás, la Asamblea Constituyente en Francia niega declararse explícita y públicamente contra la esclavitud y apoyar la rebelión que se gesta en Santo Domingo durante esos años30. Así, la idea fuerza de la Revolución Francesa -el "pueblo" al poder- se restringe poco a poco, y la Asamblea Constituyente en Francia, con su silencio, permite la continuación de relaciones sociales inequitativas e injustas en sus colonias. Lo que comienza siendo un sueño universal, en la práctica termina revistiéndose de visos corporativos, de clase o de raza. La Declaración Universal, que en principio cobija a todos los hombres (¿y mujeres?) poco a poco reconstituye un mapa donde los unos son ciudadanos plenos, mientras los otros son, o abiertamente excluidos o se les atribuye una posición pasiva y subordinada. 1.6. las distintas aserciones de "pueblo" y sus efectos en el movimiento independentista Estas concepciones distintas de "pueblo", unas que lo identifican con el conjunto de villorrios y ciudades con sus derechos y costumbres colectivas particulares, otras que lo ven como Sujeto Soberano gestor de la historia y fundamento de la democracia, se mezclan en América Latina a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX y se convierten en terreno propicio para que se geste el movimiento independentista. Sin embargo, el parto de la Independencia es largo, no sólo por las resistencias que ofrece la Corona Española sino porque gestar un movimiento con unidad de propósito toma, en las colonias como en la mayoría de los casos, años de negociaciones y concesiones entre las diferentes élites, y entre élites y sectores subalternos. Sin embargo, en lo que al "pueblo" se refiere, desde 1810 las élites criollas empiezan a dividirse en dos corrientes con visiones enteramente opuestas. En ese año, en Nueva Granada por lo menos, se dan los primeros pasos de revuelta contra la Corona. En Santafé de Bogotá, el 20 de julio los patricios buscan formar una junta
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de notables que enfrente a las autoridades españolas. Sin embargo, cuando la iniciativa de los patricios criollos está a punto de fracasar, "José María Carbonell..., acompañado de un grupo de estudiantes y de amigos, se encaminó a los arrabales de Santafé, a las míseras barriadas de extramuros donde habitaban... gentes desesperadas y míseras, y las invitó, con su extraordinaria elocuencia, a trasladarse al centro de la ciudad para solicitar no una Junta de Notables sino Cabildo Abierto... Hacia las siete de la noche, en la pacífica y casi tranquila Santafé, comenzó a oírse un rumor sordo, el rumor de las multitudes... Los ánimos -dice el Diario Políticoparecían que tomaban nuevo valor con las tinieblas. Olas de pueblo armado refluían de todas partes a la Plaza Principal; todos se agolpaban al Palacio y no se oye otra voz que ¡Cabildo Abierto! Junta!"31. En Cartagena, el mismo año, también se produce la misma división: por un lado se agrupan los patricios buscando negociar con las autoridades españolas sin movilizar a los sectores populares, y por otro los habitantes de los barrios de Getsemaní, artesanos, negros libertos, escribanos, judíos, se unen convocados por Gutiérrez de Piñeres pidiendo instituciones de corte más popular. En ambos casos, las élites patricias necesitan el apoyo de los populares para poner en jaque a las autoridades españolas. Una vez ganan algunas concesiones, estas mismas corrientes emprenden la desarticulación sistemática del movimiento popular o su control, aprisionando o asesinando a sus líderes, clausurando sus lugares de reunión y prohibiendo cualquier intento de organización popular. Antes de entrar a analizar las actas de la convención de Cúcuta es necesario men cionar que en 1810 no todas las élites criollas buscaban la Independencia de España. Unos grupos tan sólo querían mayor participación y acceso a los altos cargos de la burocracia española. Por lo general, estos sectores se aglutinaban alrededor de concepciones monárquicas constitucionalistas. A la vez que buscaban mayor autonomía, proclamaban su fidelidad al rey Fernando. Otras corrientes, más radicales, ya vislumbraban la posibilidad de un rompimiento con la Corona y el establecimiento de repúblicas independientes. Estos últimos se dividían en demócratas patricios y plebeyos. Pero además, unos soñaban con fundar regímenes democráticos y centralistas, mientras otros luchaban por establecer federaciones. Todos, sin embargo, invocaban al "pueblo" como fundamento de sus iniciativas.
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Recapitulando, en esta primera parte se ha querido demostrar que el Derecho ocupó un lugar central en la conformación de la sociedad colonial hispanoamericana. Por un lado, los conquistadores, luego encomenderos y más tarde hacendados, se ciñeron muy poco a las restricciones que la Corona intentaba imponerles para proteger la vida de sus vasallos indígenas. En este aspecto, el Derecho no tenía capacidad coercitiva. Las élites lo podían romper sin incurrir en sanción alguna. Pero, por otra parte, estas mismas élites le rendían pleitesía a la Ley, siguiendo rituales alucinantes como los del Requerimiento con el fin de aferrarse a la sensación de vivir bajo un símil de orden. No sólo eso. El Derecho, a pesar de ser ineficaz, era la institución gestora de la organización colonial. Dividía a la población según criterios de raza, etnia, o lugar de nacimiento en profesiones y oficios, y le concedía a ciertas categorías unos privilegios mientras a otras le imponía impuestos y trabajos forzados. Sin la ley, estas categorías hubiesen sido difíciles de establecer y de reproducir, sobre todo teniendo en cuenta que el mestizaje -cultural o biológico- hacía más porosos los contornos entre las razas. A pesar de su importancia para el sostenimiento de la organización colonial, el derecho hispano no definió rigurosamente sus categorías raciales. Los límites entre categorías eran porosas y ambiguas. Sin embargo, las élites estaban fuertemente separadas de los de «abajo» por límites que tenían texturas duras y sólidas. Por otra parte, el Derecho se inmiscuía en muchos aspectos de la vida en sociedad. En las colonias, el litigio, más que ser una excepción, fue una actividad ordinaria en el flujo regular de la vida cotidiana. A la par que el Derecho fue ocupando un lugar paradójico en la organización social colonial, la imagen del mito-pueblo que impregnó ese derecho también fue cambiando según las circunstancias. Los pueblos, dentro de la tradición contractualista española, no fueron concebidos como recipientes pasivos de las políticas reales. Por el contrario, el pensamiento hispano les otorgó un rol activo frente al poder del monarca. Por otra parte, el sentimiento de cruzada que inspiró también la Conquista se fundó en una imagen del Pueblo de Dios, que excluía a los no-cristianos, judíos y moros, y fue adquiriendo connotaciones de pueblo como raza, estableciendo claras fronteras frente a indígenas y negros. Con el mestizaje y la conversión de judíos, indígenas y negros al catolicismo, el concepto excluyente de "pueblo" se vio en aprietos. Entonces, más que excluir, el "pueblo" se dividió en categorías, jerarquizadas y racionalizadas a través de los criterios que operaban a través del derecho colonial. La Revolución francesa, que trascendió las fronteras europeas e inspiró a algunas de las élites hispanoamericanas, otorgó una nueva connotación al concepto de
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"pueblo" para que este asumiera visos de "universalidad". En principio, todos los hombres (!), como individuos libres e iguales, se asociaban y conformaban al "pueblo" como sujeto soberano. Sin embargo, ni en Francia, ni en América Latina la universalidad incluyó realmente a todos los individuos. En ambas partes del mundo, el "pueblo" asumió connotaciones congruentes con las estructuras de poder las mujeres, los no-contribuyentes, los esclavos, los dementes, los locos y los niños quedaron por fuera del pueblo soberano. De esta manera, en el movimiento de Independencia se cruzaron, no siempre de manera explícita, distintas concepciones de "pueblo" (o "pueblos"), no todas ellas congruentes entre sí. Además de los distintos registros desde los que se leía la invocación al "pueblo", el Derecho siguió siendo eje fundamental de la organización social, a pesar de su incapacidad para regular la conducta de los poderosos. 2. la convención de villa del rosario en 1821: la invención de un "pueblo", un país, una democracia En 1821, en la Villa del Rosario de Cúcuta, 57 hombres se dieron cita para darle vida a un país mientras en otros lugares de la Nueva Granada y de la Capitanía de Venezuela se oía aún el crujir de los cañones. La villa apenas contaba con 3000 habitantes «y poco más o menos 200 casas, la mayor parte de teja, pero de mal gusto y sin comida»32. Sólo trece días antes de clausurarse el congreso, el primero de octubre de 1821, los realistas sitiados en Cartagena capitulaban frente a las fuerzas libertadoras. Durante los seis meses que duró la Convención, varios constitucionalistas cayeron enfermos y otros tantos se quejaron por la falta de recursos y remuneración, hechos que ponían a sus familias en muchos casos en una situación de emergencia económica. A pesar de las dificultades y de las incomodidades físicas, la mayoría de los miembros de la convención persistió en su empeño. La tozudez de los participantes en producir una constitución sólo se entiende si se tiene en cuenta el lugar privilegiado -y paradójico a la vez- que ocupa el Derecho en el mundo colonial. Estos hombres sentían que el texto constitucional engendraría un país con instituciones propias y que por tanto, al producirlo realmente, ellos estaban "haciendo historia". En esta segunda parte del trabajo se realzan dos ideas fundamentales. En primer lugar, se busca mostrar cómo entre el orden colonial y el orden republicano hay continuidades, o más precisamente entrelazamientos. Las revoluciones, más que
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producir cortes históricos, insertan elementos nuevos dentro de contextos cargados de tradiciones. La innovación legal democrática -la soberanía popular, el "pueblo" como fuente de autoridad, la proclamación de la igualdad y la libertad como derechos inalienables de los ciudadanos, la división de poderes, el voto como mecanismo de elección de los mandatarios-, a la vez que introduce elementos nuevos, se entrelaza con las visiones y los prejuicios del mundo colonial. Así, leyendo las actas de 1821, se tiene la sensación de estar en presencia de un espacio lleno de voces moderadas por el peso de la herencia colonial, donde sólo de vez en cuando resalta una opinión inspirada por una idea verdaderamente novedosa, en clara ruptura con el pasado. Esta posición moderada o incluso conservadora se hace aún más palpable cuando los constituyentes discuten sobre el futuro del esclavismo o la posición de los indígenas y las mujeres dentro del nuevo orden republicano, o invocan de manera histriónica al "pueblo", para luego negarle una voz propia en los procesos institucionales de toma de decisiones. Además de resaltar la manera en que lo viejo se entrelaza con lo nuevo, se quiere evidenciar los puentes que existen entre las discusiones formales y el mundo informal. Más que fisura, entre derecho y práctica social se producen complicidades. Esto se demuestra a través del lugar que se le va asignando al "pueblo" dentro del nuevo régimen republicano. En las discusiones sobre quiénes son electores, quiénes representantes, quiénes pueden participar en las discusiones sobre la ley, se vislumbran dos posiciones claras: aquellos que defienden el statu quo y quieren conservar un espacio particular para los patricios criollos, y aquellos que buscan construir una relación más horizontal entre "pueblo" y representantes. Cuando se analizan las discusiones de 1821 para desentrañar las concepciones de "pueblo" se observa cómo un régimen se pone en pie a partir de las fronteras que se van creando: en este caso entre quiénes se ubican arriba (representantes) y quiénes se ubican abajo (pueblo representado), y quiénes se incluyen en los espacios decisorios, situándolos en un "adentro" (quiénes pueden acceder a cargos burocráticos o de representación), y quiénes son excluidos y son puestos en un "afuera". A través de estas líneas, el "pueblo", como mito-sujeto universal, de nuevo se fisura según los contextos y los usos. En lugar de ser uno y universal, el "pueblo" adquiere distintas connotaciones y roles que jerarquizan, y excluyen e incluyen a unos y otros. Así, el lugar que se le asigna al "pueblo" en la nueva constitución le hace eco a las estructuras sociales. Para demostrar estas dos ideas -por una parte que el pasado colonial desborda sus fronteras e impregna el Derecho republicano, y por otra parte que las jerarquías y exclusiones sociales se reflejan en las decisiones constitucionales-, las discusiones
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sobre la convención se organizan alrededor de cuatro temas claves: esclavitud, indígenas, mujeres y pueblo (en particular la relación que se estipula entre representantes y representados).
2.1. la esclavitud: pocas invocaciones a la igualdad, muchas a la propiedad En primer lugar es necesario resaltar el hecho de que la discusión sobre la abolición de la esclavitud es introducida en la Asamblea, no por uno de los constituyentes, sino por el propio Libertador Simón Bolívar. El, con toda el aura de su gloria, hace un llamado a la Asamblea para que decrete la abolición de la esclavitud argumentando que los pueblos que marcharon a la guerra no concibieron la Independencia como un proyecto de emancipación para conservar "las ventajas y las comodidades de una sola clase de hombres y familias" (T.l, p. 107). A pesar de que el Libertador sugiere la abolición de la esclavitud, los constituyentes, con contadas excepciones, no están dispuestos a decretarla. Sólo aprueban la libertad de partos, y aun esa libertad de partos la conciben con restricciones. Los hijos de esclavas deberán retribuirle a los dueños con "sus obras y servicios...hasta la edad de 18 años cumplidos" los gastos de su crianza. El decreto prohibe -eso sí-el comercio de esclavos y establece un fondo de manumisión creado en parte con el impuesto que el Estado recauda de las herencias. El destino de los esclavos no es discutido sino en relación a la ley de manumisión y a las deserciones de las que se les acusa. Cuando se discute el derecho al voto no se les menciona directamente, pero implícitamente se les excluye. Según el artículo 15 de la Constitución, sólo serán sufragantes parroquiales los colombianos; y colombianos sólo pueden ser los "hombres libres nacidos en el territorio de Colombia y los hijos de éstos" (T. 3, p. 292 y 293). De esta manera, quienes habitan el territorio colombiano en calidad de esclavos ni siquiera son incluidos en la comunidad política en calidad de electores sino que de un plumazo se les deja por fuera. Obviamente cuando se trata de engrosar las filas del ejército libertador, estos mismos hombres, excluidos en principio de la posibilidad de elegir, reaparecen en escena. En contrapartida de sus servicios militares se les ofrece la libertad. Desde esta perspectiva, para los descendientes de africanos la libertad no es un derecho inalienable y natural sino un privilegio que se adquiere, ya sea a través de su participación en la guerra o de su pago. Más que un derecho, para los esclavos, la libertad es una mercancía porque ellos a su vez son percibidos como mercancía.
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Esta concepción de la libertad como una condición que se compra guiará la mayoría de las discusiones sobre la manumisión de esclavos. Muchas horas pasarán los constituyentes tratando de establecer cuánto exactamente deberá pagar un esclavo a su amo para comprar su libertad y cuántos años deberá trabajar gratis para retribuirle los gastos de su crianza33. Por ejemplo, el Sr. Briceño invoca el derecho de propiedad y aduce que hay que hacerle justicia a los amos de esclavos: "esa parte desgraciada y compasible... [y] abogar por la parte más débil en esta discusión [¡la de los amos!]... [argumentó que] jamás se debe hacer un mal por hacer un bien, que al propietario que se le privaba de una parte legalmente adquirida, aprobada por todas las naciones de la tierra en el transcurso de muchos siglos [se le hacía una injusticia]..." (T.l pp. 227, 228). En este sentido quienes defienden los intereses esclavistas enmarcan las discusiones dentro de los supuestos que guiaban al mundo colonial -la esclavitud es natural y emana del derecho de propiedad y del derecho de la guerra. Desde la otra orilla, quienes defienden la abolición de la esclavitud primero invocan, no el derecho natural, sino las normas que emergen de los principios cristianos. Pero de igual manera lo hacen sus opositores. Para el Sr. Méndez, la esclavitud no va en contra de los preceptos cristianos porque uno de los apóstoles "aconsejó al esclavo Filemón volviese al servicio de su amo" luego de escaparse y adujo que la Iglesia jamás ha condenado a los poseedores de esclavos. Por el contrario, el Sr. Santamaría sostuvo "que nuestra religión es de paz y consuelo, dulce y muy suave, que había sancionado el principio de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, y que éste precepto era eludido por quien conservaba en la esclavitud a su prójimo" (T. 1, p. 219). La defensa de los esclavos se hace en un primer momento en nombre de los principios cristianos y no del derecho natural. Los promotores de la abolición comienzan su defensa invocando los preceptos religiosos, la fraternidad entre prójimos y sólo más adelante introducen el argumento "moderno" de que la condición de hombre-individuo y la condición de esclavo son antagónicas. En el acta del 6 de julio, cuando el tema de la esclavitud ya se ha venido discutiendo durante dos días, el Sr. Estévez argumenta que "no puede haber propiedad sobre un hombre [porque] el derecho de libertad de cualquier individuo es absolutamente inajenable", concepción que lo lleva a pedir "que se manumitan los esclavos sin necesidad de indemnización" (T.l, p. 240). A este llamado, el único que
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explícitamente se hace durante toda la convención para que los esclavos sean liberados sin que los amos reciban ninguna retribución, le responde el silencio de los demás constituyentes. La propuesta ni siquiera llega a ser discutida. En el acta 64 del 5 de Julio, Félix Restrepo hace una vibrante defensa de la humanidad de los esclavos, rompiendo explícitamente con los supuestos del orden colonial y enmarcando el debate realmente en términos novedosos. Por su importancia, lo reproducimos a continuación: "se decía vulgarmente que los esclavos eran malos por naturaleza y que si se les daba la libertad era exponerlos a ser peores; pero que esta maldad que se les atribuía era un defecto necesario y una forzosa consecuencia de su misma esclavitud, y con este motivo analizó los principales delitos en que incurrían, los cuales redujo a cinco....estos delitos sólo provienen de la ignominiosa esclavitud \y por eso] el modo de evitar que incurriesen en ellos era restituirlos a la libertad que les dio la naturaleza, [y] prosiguió haciendo ver que los amos ejercían los tres poderes: legislativo, ejecutivo, judicial; que era ocioso consignar en la Constitución que en la República de Colombia estaban separados los tres poderes pues gran parte de los individuos que la componen sufren en el silencio la tiranía de unos amos que los tienen reunidos; que hasta ahora la esclavitud se había tenido por legítima o por la venta que hace el individuo de su propia libertad, o por el derecho de la guerra, cuando ambos títulos son diametralmente opuestos al derecho natural; y que jamás deben tener efecto alguno en la sucesión porque nadie es dueño de enajenar su libertad así como no lo es de disponer de su vida, y porque la guerra solo da la facultad de matar al enemigo en lo reñido de la acción pero de ningún modo de esclavizar de por vida al vencido, y mucho menos a su generación; que el derecho de propiedad que se alega por los amos no existe de manera alguna, pues es bien sabido el reprobado manejo con que se arrancan los esclavos de su país natal en la costa de África...que la esclavitud se opone vigorosamente al progreso y fomento de la agricultura, cuando la libertad coopera a hacerla florecer...y concluyó ser de dictamen que la libertad de los hijos de esclavos debía obrar desde la instalación del congreso y no desde el día de la sanción" (T.l, pp. 49-247). Este llamado rompe con el marco conceptual que dentro del régimen colonial sustentaba la esclavitud. Restrepo apela al derecho natural y no a la religión cristiana, y aduce que éste cobija a los esclavos. Los esclavos, más que ser protegidos desde una mirada paternal que los ve como inferiores, son concebidos como portadores de derechos. Además, la argumentación de Restrepo subvierte la imagen que el orden colonial había fabricado del africano y de sus descendientes y afirma que éste no es un delincuente por naturaleza. Por el contrario, es su condición de esclavo la que le incita a delinquir34. El constituyente también ataca el supuesto de que la guerra produce un derecho sobre la vida del vencido, y sobre su descendencia y
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así abre la puerta para que el derecho de gentes se aplique a quienes, desde la orilla opuesta, ni siquiera son considerados colombianos. Lo extraordinario es que luego de esta ruptura con las concepciones coloniales, Félix Restrepo termine pidiendo algo tan tímido como que se le otorgue únicamente a los hijos de esclavos -y np a todos los esclavos- la libertad. En otras palabras, en la práctica no cuestiona la condición de la esclavitud. A pesar de que Restrepo señala que los crímenes que se le imputan a los esclavos hacen parte de una condición social y no son una característica inherente a las poblaciones negras, la gran mayoría de comentarios de los miembros de la Asamblea viene cargada de prejuicios. Algunos les imputan como condición inherente la de ser estúpidos -la Asamblea es "clemente" con los desertores negros porque ellos, por su estupidez, no tienen los conocimientos suficientes para "graduar el delito que cometen" (T.l, p. 123). Otros los perciben "sin voluntad para obligarse". La desconfianza y el miedo también traslucen en el llamado que hace un constituyente de que no se otorgue a los esclavos manumisos "las tierras contiguas a los caminos reales, no siendo la mejor esta clase de gentes" (T.l, p. 241)35. Así, en este ritual fundador de la república de la Gran Colombia, se da inicio a una democracia negándole la libertad a los esclavos y por extensión excluyéndoles de la ciudadanía. La libertad y la igualdad ante la ley se aplica para cierto tipo de habitantes de estos territorios, y excluye categóricamente a otros. La discusión sobre la esclavitud entre constituyentes se desenvuelve dentro del marco de los prejuicios heredados de la colonia. Los esclavos, para la mayoría, son antes que hombres, una propiedad. Y aun cuando se les acepta en su condición de hombres, se les imputa unos rasgos -estúpidos, de no confiar, sin voluntad- que los excluye de los límites que se están trazando para definir la nación colombiana.
2.2. los indígenas Frente a los indígenas, los constituyentes se muestran menos hostiles que frente a las poblaciones negras. A diferencia de los esclavos, los indígenas sí son incluidos dentro de la definición de colombianos y la Convención les considera y les otorga el título de ciudadanos. De manera reiterada, el Sr. Quijano se refiere a ellos como a "naciones independientes" que como tales "no pueden ser incorporadas al territorio colombiano contra su voluntad". Al imputarle a las poblaciones indígenas el estatus de naciones, Quijano les atribuye también la capacidad de ser soberanas y al ser soberanas tienen hipotéticamente derecho a una organización política y a un territorio propio.
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La idea de considerar a las poblaciones indígenas como naciones es novedosa y a la ve2 hunde sus raíces en las políticas de la Corona española que se rundan en una percepción de estas mismas poblaciones: los indígenas, desde el punto de vista de la Corona española, no son percibidos como conglomerados de individuos inconexos sino como pueblos con identidades colectivas particulares, a quienes se les asignaban territorios y derechos. A pesar de que la Convención no llega hasta el punto de reconocerle status de nación a las poblaciones indígenas, sí busca a través de una serie de leyes, incorporarlas a la comunidad política en construcción. Esa comunidad política, como es usual en ese momento, es imaginada únicamente en términos de individuos -ciudadanos. En consecuencia, el esfuerzo de los constituyentes va en la dirección de convertir a las poblaciones indígenas en individuosciudadanos. Es así como el 4 de octubre, a pocos días de clausurarse, el Congreso General de Colombia "Convencido de que los principios más sanos de política, de razón y de justicia exigen imperiosamente que los naturales o indígenas... recuperen en todo sus derechos, igualándose a los demás ciudadanos, ha venido a decretar y decreta lo siguiente: (por un lado la abolición del impuesto) conocido con el degradante nombre de tributo (y por otro decide que los indígenas) no podrán ser destinados a servicio alguno...sin pagarles el correspondiente salario que antes estipulen". Además se les exime de pagar derechos parroquiales durante cinco años por "el deplorable estado de degradación en que se encuentran". En cuanto a los resguardos, asignados por las leyes españolas a las poblaciones indígenas, "que hasta ahora han poseído en común o en porciones distribuidas a sus familias solo para su cultivo... se las repartirán en pleno dominio y propiedad, luego que lo permitan las circunstancias. A cada familia, hasta ahora tributarios, se les asignará de los resguardos la parte que les corresponda,, según la extensión de estos y número de individuos de que se componga la familia". La propuesta es entonces pasar de un concepto de propiedad comunal a uno donde la propiedad se convierte en patrimonio familiar. El congreso además decreta que el gobierno podrá enajenar las tierras que están baldías a precios cómodos y equitativos pero exceptúa de esta enajenación las tierras de comunidad de indios, y los ejidos de villas y ciudades que seguirán siendo protegidas por las leyes. Por contraste con los esclavos, los indígenas son, no temidos sino compadecidos. Esto se puede explicar por el hecho de que, así como existían palenques organiza-
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dos militarmente, las resistencias indígenas armadas estaban muy mermadas en las décadas que antecedieron la Independencia36. El miedo implícito en la regulación de la esclavitud no está presente en las leyes que conciernen el futuro de las etnias indígenas. A esta situación habría que agregarle el hecho de que la Corona y el derecho colonial protegían al indígena de los abusos de los criollos, así la retórica de los constituyentes sea la opuesta e inculpen a la Corona de haber causado la degradación de estas naciones. En este sentido, conservar los resguardos, más que una innovación, es una continuación de una tradición legal hispana. Ahora bien, estos resguardos no se atribuyen a las naciones indígenas sino a las familias indígenas. Finalmente, en la Constitución y las leyes decretadas durante la Convención, los indígenas son reconocidos a título individual, como ciudadanos, o a título familiar como propietarios potenciales de un pedazo de la tierra comprendida en los resguardos. Por esta razón, se puede afirmar que la visión sobre los indígenas como naciones del Constituyente Quijano nunca adquiere estatus legal, y que las leyes que rigen bajo la república, más que incorporar la diferencia, la anulan cuando asimilan el indígena al individuo-ciudadano. 2.3. las mujeres Si los esclavos se encuentran implícitamente excluidos del pueblo soberano, los constituyentes operan bajo el supuesto de que a las mujeres ni siquiera hay necesidad de mencionarlas. Son los "hombres libres" los que constituyen la nación colombiana; y son los hombres los sufragantes parroquiales; y son hombres quienes pueden llegar a ser representantes, presidente de la república, miembro de la alta corte de justicia. Se podría operar bajo el supuesto de que el artículo 4 de la Constitución "son colombianos todos los hombres libres..." utiliza "hombre" para referirse al género humano. Sin embargo, la Constitución define a los sufragantes parroquiales utilizando el género masculino: Artículo 15: para ser sufragante parroquial se necesita: 1. ser colombiano; 2. ser casado o mayor de 21 años... Además, las mujeres sólo obtuvieron el derecho al voto en Colombia en 1957, bajo la dictadura del general Rojas Pinilla. Bajo el régimen colonial hispano las mujeres podían acceder a ciertos cargos. Por ejemplo, se sabe de mujeres encomenderas; o aun ocupar el trono de España. En este sentido, la condición de total invisibilidad a las que se las relega frente a la ley
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y el derecho de propiedad en la constitución de 1821 puede ser vista como un retroceso. En este sentido, no sobra recordar cómo, a la par que surge el régimen democrático en occidente, las esferas doméstica y pública se separan; y esta separación se ve acompañada por la asignación "natural" de la mujer a la esfera doméstica y su exclusión tajante de la esfera pública37 (ni puede elegir ni ser elegida, ni puede ocupar cargos burocráticos). Los constituyentes de 1821 no se apartan de esta tendencia global. Por otra parte, en las discusiones en las que las mujeres aparecen mencionadas -miembros de la alta corte de justicia, educación- los constituyentes operan dentro de un marco de referencia impregnado de las imágenes católicas. La mujer es presentada o como madre o como Eva, potencial corruptora de las buenas inclinaciones masculinas. Por ejemplo, el Sr. Tobar propone que los miembros de la alta corte de justicia "no fuesen casados o al menos prohibírseles contraer matrimonio dentro de cierta distancia porque el peligro del cohecho es muy despreciable en comparación de los comprometimientos a que obliga una mujer" (T.2, p. 46). A las mujeres de bajos recursos -mandaderas, lavanderas- que se reúnen en los portales de los conventos donde se educan los niños, también se les imputa dar "mal ejemplo" y se les agrupa bajo el apelativo de "personas de este jaez" (T.2., p. 56). En cuanto al "destino" que le espera a las mujeres de clase alta, no es otro que el del matrimonio. Esto es clarísimo en las discusiones sobre la educación de las niñas. Unos constituyentes se oponen a que sean las monjas las que eduquen a las niñas porque "no se espera otra cosa que sacar buenas madres y esposas" y las monjas no son las personas más idóneas para enseñar estos roles "por el ningún conocimiento que tienen de estos estados" (T.2, p. 86). Otros argumentan que los conventos no son los mejores establecimientos para preparar a las niñas a su rol de madres y esposas por "la violenta transición que implica pasar de un estado de total recogimiento a otro de desahogo y libertad" y proponen que quienes impartan educación sean "las señoras que quieran dedicarse a tan dulce ocupación entre tantas matronas cuyos maridos degolló la bárbara cuchilla de los enemigos y que aunque es cierto que no podía proporcionárseles una brillante educación, basta que aprendan por ahora los oficios propios de su sexo y las obligaciones del estado a que las ha llamado la naturaleza..." (T.2, p. 104). Sin embargo, los constituyentes no las excluyen totalmente de acceder a la educación pública. La ley sobre educación pública decreta en su artículo 17 que "se funden escuelas de niñas en las cabeceras de los cantones y demás parroquias-para que en ellas aprendan los principios de los que habla el art. 11 (i.e. los dogmas
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de la religión y de la moral cristiana, con los derechos y deberes del hombre en sociedad) y además a coser y a bordar" (T.2, p. 159). Así, las mujeres son parte del engranaje del orden que se está creando, en su calidad (biológica) de madres y de transmisoras de valores y normas sociales. Tienen un papel que cumplir, pero a la vez que se les reconoce en ese papel, se les excluye de los derechos y deberes ciudadanos: las mujeres no podrán votar ni ser representantes. En este aspecto, la condición de los indígenas es mejor. Ellos, si tienen profesión u oficio reconocido o la propiedad exigida, pueden llegar a ser electores parroquiales o representantes; la mujer, definitivamente no. Los esclavos no son colombianos, las mujeres no son ciudadanas plenas, los indígenas pueden participar en política en tanto tengan una profesión o un oficio o la renta estipulada por ley. Con estas restricciones, ¿quiénes conforman el "pueblo"? ¿Quiénes hacen parte de este sujeto necesario para dar origen a una democracia? Y, el papel desempeñará ese "pueblo" dentro del nuevo régimen político? 2.4. el "pueblo": ni tan soberano ni tan locuaz El "pueblo" es, sin lugar a dudas, el mito fundador de los regímenes democráticos que se inspiran en la Revolución francesa. Sin embargo, en la Constitución de 1821 sólo se le menciona cautelosamente en algunos artículos. En aquel que define sus atributos, éstos se le conceden de manera restrictiva: Artículo 10: el pueblo no ejercerá por sí mismo otras atribuciones de la soberanía que la de las elecciones primarias, ni depositará el ejercicio de ella en una sola mano (T.2, p. 293). Si en el artículo 10 se definen los límites que tiene el "pueblo" para ejercer su soberanía, en el artículo 2 se estipula claramente que la soberanía reside no en el "pueblo" sino en la nación. Por lo demás, es frente a la nación y no frente al "pueblo" que los magistrados y oficialidad institucional rinden cuentas por su conducta pública. Parecería como si políticos y burocracias se sintieran más cercanos al concepto de nación, quizás por ser éste último una construcción con mayores afinidades con las élites letradas38. Por otra parte, desde el preámbulo de la Constitución, se define que quienes están gestando esa Constitución no son los pueblos/el Pueblo por intermedio de sus
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representantes, sino los representantes directamente: "En nombre de Dios... Nos, los representantes de los pueblos de Colombia, cumpliendo con el deseo de nuestros comitentes... ordenamos: ..." La fórmula de "cumpliendo con el deseo de nuestros comitentes" es obviamente retórica. Los comitentes no tienen mecanismos para hacer conocer sus deseos, ni canales para ratificar que los representantes realmente estén representando su voluntad. El "pueblo", poco invocado en la Constitución, es mencionado frecuentemente en las discusiones de la Asamblea como interpelación que mágicamente otorga legitimidad a una u otra posición. A nombre del "pueblo", algunos defienden el sistema federativo mientras, también a nombre de él, otros defienden lo opuesto. Todos lo invocan para fortalecer sus posiciones. Algunos, como los Sres. Gual o Soto, señalan claramente que todas las invocaciones al pueblo se asientan sobre un total desconocimiento de su opinión. Sin embargo las discusiones continúan como si ese "pueblo" tuviera opiniones claras y las expresara de manera tajante a través de la voz de sus representantes. Aquí vale la pena una pequeña disgresión. Ese "como si" revierte a la forma en que el derecho operaba en los inicios de la Conquista: el Requerimiento se ejecutaba -así no fuese razonable- para establecer un símil de orden. Aquí, el "pueblo" se invoca "como si" tuviese una opinión inmanente y "como si", a pesar de no existir mecanismos para conocer su opinión, ésta se le revelara mágicamente a los representantes. La invocación al derecho o al "pueblo" opera en ambos casos de manera "desreal"39. El "pueblo", en tanto sujeto, existe pero a la vez no existe. Toma cuerpo cuando se le invoca pero a la vez no tiene cuerpo. Dicho sea de paso, este operar al amparo del "como si" también se encuentra anidado en la teoría democrática de estirpe rousseauniana. No es un factor que se le pueda imputar exclusivamente a la democracia que está emergiendo en la Gran Colombia40. En el fondo, este régimen representativo es creado bajo un supuesto populista: yo, abogado constitucionalista, no importa de qué manera, puedo hablar a nombre de ese "pueblo". Yo, individuo-representante, condenso la opinión de muchos, esos muchos que a pesar de no haberse pronunciado, han depositado en mí la capacidad de representarlos. Los represento por el solo hecho de haber sido elegido a través del voto, a pesar de que ese voto no resuma opiniones ni programas. Sólo más tarde, cuando se crean los partidos, se podrá decir que el voto viene vinculado a un programa, una posición, o una política, por lo menos a nivel hipotético.
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Esa representación sin raíces en los representados es aún más evidente en las opiniones del Sr. Santamaría que desvincula la representación de los ciudadanos. Según él, "las instrucciones de los pueblos a sus representantes nunca pueden ser correctivas; un Congreso...es un cuerpo deliberante con un sólo interés: el bien de la comunidad" (T.l, p. 160). Y más adelante insistió en que "el representante sólo a Dios y a su conciencia debe responder de sus ideas, y no al pueblo... [pues] el principio de que un diputado nivele su opinión por la del pueblo que lo nombra [le parece] ruinosa" (T.l, p. 126). De esta manera, los congresistas y otros mandatarios electos no deben responder por sus decisiones frente a quienes los eligen por sus decisiones, porque estas decisiones pertenecen a una esfera autónoma, desvinculada de las opiniones, los intereses y los gustos de los ciudadanos rasos. Por lo visto, la falta de accountability (rendición de cuentas) que se le imputa aún hoy a nuestros políticos profesionales es una práctica que hunde sus raíces en concepciones sobre el poder y la democracia que se enuncian desde los primeros años de la República. Esta falta de vínculos entre representantes y representados también se expresa en la discusión que surge en torno a la iniciativa de las leyes. Quienes defienden un vínculo más estrecho entre representantes y representados .son una minoría. Por ejemplo, los señores Camacho y Marques opinan que impedir que los particulares participen en las discusiones del congreso es "un acto de verdadera tiranía" y esto "era absolutamente ruinoso al congreso porque se le denegaba el auxilio y la cooperación de los demás y el medio de valuar la opinión pública; y a los particulares porque se les quitaba el derecho de tomar parte en las leyes, de expresar su voluntad y que el congreso hacía de cierto modo usurpación de la soberanía de la que estaba en la universalidad de los ciudadanos y no en sus representantes" (T. 1, pp. 38 y ss.). Estas opiniones no encuentran eco en los otros constituyentes, y en los debates del Congreso y en la misma Constitución triunfa la idea de que la "soberanía no es más que el derecho del sufragio en los términos asignados por ley" (T.l, p.40). Finalmente, sólo los representantes podrán crear ley: "no será un acto legislativo del Congreso el que no se haya propuesto por uno de sus miembros..." (T.l, p. 38) De esta manera, a pesar de que se oyen voces de disenso, se impone la idea de que los representantes no deben responder por sus decisiones ante los representados, y que entre Congreso y ciudadanos rasos y electores existe una frontera maciza, un muro que separa dos mundos absolutamente diferenciados.
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Por otra parte, ¿qué entienden los constitucionalistas por "pueblo"? En algunos casos, el "pueblo" asume una connotación concreta muy vinculada a la tradición pactista ibérica. Los constituyentes hablan entonces de "los pueblos". Pero en otras ocasiones, se refieren al Pueblo como sujeto creador de historia. En este último caso, su concepción va emergiendo por contrastes; por contraste con la percepción de quiénes son los representantes, o quiénes son los otros pueblos/ nación. Por ejemplo, para los centralistas, Estados Unidos pudo darse una forma de gobierno federal por los avances de su pueblo, pero "ese grado de ilustración no lo tiene el colombiano" (TA, p.54). Por el contrario, quienes defienden el sistema federativo consideran que la experiencia de la guerra de independencia confirió al pueblo colombiano las virtudes de ser "heroico" y "virtuoso". La guerra se convierte así en un ritual depurativo a través del cual el pueblo colombiano "se hace superior a cuanto se opone" (t. 1, p. 54). Algunos más explícitamente separan al "pueblo" de sus representantes. El Sr. Peñalver, por ejemplo, no ve "virtudes en el pueblo aunque veo ilustración en el congreso..." El Sr. Gual, siguiendo la misma línea, no percibe "suficiente civilización en el pueblo" y teme "los desórdenes de cualquier trastorno". Algunos esperan que "la ilustración" y en particular la imprenta abra los ojos del "pueblo". En el entretanto, los representantes son los llamados a construir el país. Esta concepción de que las gentes iluminadas del país se encuentran en el Congreso no sólo se plasma en los reglamentos que separan opinión pública y representantes, o el voto de cualquier forma de accountability; también inspira el régimen electoral. En la Gran Colombia, y siguiendo su Constitución, el "pueblo" no elige directamente a sus representantes. En 1821, los constituyentes ponen en pie un régimen electoral indirecto. Los hombres colombianos, y no todos41, podrán ser sufragantes parroquiales. Estos sufragantes parroquiales a su vez eligen unos electores. Como lo señala EX. Guerra, las nuevas repúblicas recurren a los registros parroquiales, llevados por la Iglesia, porque son los únicos sistemáticamente llevados. Pero a la vez, este hecho también trasluce el poder que la Iglesia ocupa en la fundación de las nuevas repúblicas y que a la vez hace visible la debilidad de otras instituciones seculares. El elector, a su vez, debe cumplir una serie de requisitos aún más constrictivos42. Serán ellos, reunidos en asambleas electorales, quienes elijan al presidente de la República, al vicepresidente y a los senadores y representantes. Así, siguiendo círculos concéntricos cada vez más estrechos se va definiendo un régimen electoral que restringe el voto a unos colombianos en particular, y que instituye la elección de manera indirecta. ¿Cuáles son las propiedades que demar-
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can quiénes pertenecen al grupo de votantes de los que no lo hacen? La educación, la profesión y/o la propiedad. En cuanto al vínculo conocimiento-representación, éste es hijo directo de las concepciones de la Ilustración según las cuales el rey-filósofo-intelectual debe gobernar pues es el único capaz de expandir las luces del progreso y la ciencia. En cuanto a la propiedad, como lo expresa nítidamente un constituyente, "la propiedad es muy esencial en las elecciones pues los que la poseen son los menos enemigos del trastorno, lo que no sucede con los que carecen de ella pues al no tener qué perder, esperan ganar algo al abrigo de las novedades; que además el cuerpo legislativo es quien debe establecer y arreglar las contribuciones y los que nada tienen serán muy liberales en su imposición pues con nada contribuyen, lo que no sucederá si se componen de propietarios quienes serán muy circunspectos en este punto..." O, como lo afirma Otero, sin la exigencia de la propiedad "se vería el congreso lleno de hombres sin responsabilidad, sin carácter, venales y de otros miles de defectos de que abundan los que no tienen de qué subsistir, y la República se perdería como Atenas cuando llegaron a tener votos hasta los mendigos; que el exigir propiedad raíz es porque el hombre que la posee tiene amor al país en el que goza de ella y toma un gran interés en su prosperidad..." (T.2, p. 194) De esta manera, la propiedad es vista como la gestora de buenas costumbres y la madre del amor a su patria. Sin la propiedad, los constituyentes opinan que el hombre es mendigo, falto de responsabilidades y compromisos. Por el contrario, el propietario aparece en estas opiniones asimilado al hombre de buenas costumbres, al patriota consumado que puede conducir al país hacia su bienaventuranza. El "pueblo", invocado aquí como centralista o allá como federalista; el "pueblo" inequívocamente dibujado como pro-independentista, nunca es definido taxativamente. Nunca se construye una equivalencia explícita entre "pueblo" y oficios particulares, o entre "pueblo" y etnias, o géneros. El "pueblo" se deja como invocación abstracta cuyos contornos emergen por contraste con otras naciones y con la imagen iluminista del Congreso y del tipo de ciudadanos llamados a ser dirigentes. Es sobretodo el límite entre "pueblo" y representantes el que define, no tanto la "sustancia" del "pueblo", como el lugar que se le adjudica dentro del orden emergente. No se dice quiénes son "pueblo", pero se sabe que el "pueblo"
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está llamado a ser dirigido y que por lo tanto sólo ejercerá su soberanía a través del voto, y de un voto dentro de un régimen electoral indirecto. Conclusiones Para concluir, se van a relevar ciertos matices que aclaran el sentido de las conclusiones de este trabajo. En primer lugar, y regresando al mapa trazado en la introducción, se trató de probar en estas páginas que el Derecho y las Constituciones que emergen en la República de la Gran Colombia no son incongruentes con la constelación de fuerzas y las estructuras sociales de este país. No hay fisura irremediable entre los gritos de "igualdad, solidaridad, libertad" y la sociedad oligárquica, autoritaria y racista, donde ocurre la Independencia. ¿Iguales? Sí, pero no todos. ¿Libres? Sí, pero tampoco todos. ¿Solidarios? Pero exclusivamente entre gente «civilizada», es decir cristiana, propietaria y educada. La Constitución que emerge de estas concepciones es a su imagen y semejanza. Los parlamentarios, a través del voto, asumen un lugar que está más allá de cualquier reclamo y se ubican en una esfera donde ni rinden cuentas al ciudadano común y corriente, ni pertenecen a un "pueblo" ilimitado. Son elegidos dentro de los ya elegidos -propietarios o científicos, pero jamás ciudadanos rasos. En cuanto a los prejuicios racistas del mundo colonial, ellos guían las políticas que los constituyentes dictan en materia de esclavitud, educación o indigenismo. Los esclavos, en últimas, seguirán siendo esclavos y los indígenas seguirán siendo protegidos por la ley. A las mujeres se las encuadra, aun más estrictamente quizás que bajo el régimen colonial, dentro del destino de ser madres. En este sentido el argumento de este trabajo no es que Europa o Norteamérica terminaron construyendo el mismo tipo de democracias que América Latina (aunque ciertamente comparten rasgos comunes). No se trata de igualar a todos los países occidentales dentro de los mismos procesos de desarrollo político. La democracia francesa no es ciertamente idéntica a la democracia colombiana. Existen entre ellas diferencias substanciales. Pero tanto en Colombia como en Francia, lo formal (la ley) y lo real (las constelaciones de fuerzas sociales y económicas) se penetran y retroalimentan mutuamente. En este sentido, la Constitución de 1821 fue autoritaria y oligárquica, como lo era la sociedad en la que emergió. Fue, es verdad, democrática, e introdujo el voto y la
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soberanía nacional, y en ciertos campos transformaciones de envergadura43, pero esas innovaciones se combinaron y estructuraron según los criterios que organizaban al orden colonial. Lo nuevo no se desprendió de un tajo de lo viejo. Los marcos bajo los cuales se organizaron las discusiones, la óptica bajo las que se enmarcaron los debates, pertenecían a un mundo cargado de criterios coloniales. Es verdad: el régimen post-colonial no es el mismo que el de la pre-independencia. Pero tampoco es un mundo desvinculado de su pasado. Lo que existía durante la pre-independencia desborda las rupturas iniciadas con la guerra de independencia e impregna las Constituciones que dan origen a estos países. El país formal le hace entonces eco al país real... notas 1
"El mimetismo [del indígena con las estructuras de dominación] que encubre una profunda dicotomía entre el ser y el parecer en el campo puramente individual, es también el rasgo más notorio de la estructura social... Pocas veces es dable encontrar una distancia tan desconcertante, una incongruencia tan grave, entre la realidad social por una parte y por otra las reglas legales o las racionalidades morales que la pretenden explicar o justificar"; ver Fernando Guillen Martínez, El Poder Político en Colombia, Bogotá, Ed. Punta de Lanza, 1979, p. 87. Según Francisco Weffort, el Estado en América Latina se construye sobre una gran paradoja pues ha "mantenido mucho tiempo en pleno desacuerdo las fórmulas de una ideología con las «creencias» y las conductas efectivas de la existencia cotidiana". Sobre un cuerpo de estructura agraria y vida tradicional se extendió la débil capa de una doctrina predominantemente liberal y urbana, en Francisco Weffort, "Los dilemas de la legitimidad política", en Revista Foro, no. 10, Bogotá, septiembre, 1989, p. 51. Algunas vertientes del pensamiento de Alain Touraine también sugieren que la especificidad de América Latina frente a Europa, radica en la disociación entre el nivel político y el social. El nivel social, al estar atravesado por el Estado, perdería su autonomía y sería incapaz de generar identidades propias. El Estado, con su propia lógica discursiva, se impondría en lo social, no para reflejar ese mundo social, sino para controlarlo. De esta manera la lógica discursiva del Estado no representaría al mundo social sino que distorsionaría la capacidad de lo social de constituir identidades propias. En contraste, en Europa, el Estado emergería de lo social y por lo tanto la función de representación entre lo social y lo político no se distorsionaría. En últimas, según Touraine, existe en América Latina "desarticulación entre acción económica, organización política y expresión ideológica"; ver Alain Touraine, ha Parole et le sang:potinque et sodété en Ambique Latine, París, Edition Odile Jacob, 1988, p. 157. 2 Este trabajo no pretende tampoco obliterar las diferencias entre Europa, EEUU y América Latina. Las diferencias en materia de construcción democrática existen, pero no se ubican en algún error de naturaleza o de nacimiento. Se ubican más bien en otras dimensiones (institucionales o aun económicas), pero no necesariamente en los valores que se le imputan a las élites. Es posible por ejemplo que las élites francesas se reunieran en los salones a debatir las grandes ideas y los proyectos políticos de los filósofos y enciclopedistas del siglo XIX. En este sentido, cuando llega la Revolución francesa existen gérmenes de opinión pública secularizada, circunstancia más bien excepcional en América Latina para cuando arranca la Independencia. Pero la práctica de los salones no habrá suficientemente arraigado en Francia como para evitar algunas tendencias totalitarias que se
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desencadenan con la Revolución, o el movimiento de reformas y contrarreformas de la que estará plagada la historia del siglo XIX en Francia. 3
Por ejemplo, este es el camino sugerido por Fernando Escalante Gonzalbo quien plantea que el pesimismo y el desencanto de las élites mexicanas con las costumbres políticas de su país es producto de la idealización de "otras tierras" a las que se le imputa la virtud. En particular, las élites fueron ciegas a la corrupción rampante en los EE.UU., al autoritarismo del centralismo francés, o a la violencia de la vida pública española. Para este autor, México, al igual que otras sociedades, fiie perfectamente congruente con las formas de vida existentes. Siguiendo a Wittgeinstein y a Peter Winch, plantea que la sociedad mexicana vinculó la ciudadanía a su forma de "saber-hacer las cosas". De esta manera, la moral a la que se ciñe una sociedad no es una moral abstracta sino aquella que se aplica cotidianamente y que define cuándo una regla está bien aplicada o no. Aplicando este "insight" al argumento de este trabajo, podemos decir que las tesis que estamos criticando implícitamente le asignan una cierta virtud a las democracias europeas que se convierten así en tipos ideales. Por otro lado, las avances en la historiografía de la Revolución francesa muestran claramente cómo en Francia la igualdad tampoco se aplicó universalmente: el voto se le concedió a unos pocos, y se excluyó de la ciudadanía a los esclavos de Santo Domingo. Ver Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos Imaginarios. Memorial de afanes y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la República Mexicana. Tratado de Moral Pública, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Sociológicos, 1992. Sobre la forma en que se aplicó el ideal de igualdad en Francia ver, William H. Sewell, Jr., "Le citoyen, la citoyenne: Activity, passivity and the revolutionary concept of citizenship", en Colin Lucas ed. The Political Culture of the French Revolution. The French Revolution and the creation of modern political culture, vol. 2, Oxford, New York, Beijing, Frankfurt, Sao Paolo, Sydney, Tokyo, Toronto, Pergamon Press, 1988. 4 SEWELL, William H. Jr, op.cit. 5 Más que defender la idea de que toda revolución está condenada a ser conservadora, lo que aquí se defiende es la idea de que los textos y discursos revolucionarios no tienen significados inmanentes sino más bien usos sociales determinados por la lucha entre las élites en el poder y su relación con las masas. 6 Así como la innovación literaria se inserta dentro de una historia particular de la literatura, el género legal también tiene su propia historia. Como dice Stuart Hall refiriéndose a la producción de representaciones, "representation is possible only because enunciation is always produced nñthin codes ivhich have a history, a position within the discursive formations of a particular space and time", en Stuart Hall, "New Ethnicities", en BritishFilm, British Cinema, Mercer (ed.), ICA, documento no. 7,1988, pp. 27-31. 7 Fernán González y Fabio Zambrano también se refieren a dos concepciones de "pueblo", una más vinculada a la tradición liberal y otra más inspirada por "el miedo al pueblo". Ambos autores estudian la relación de estas concepciones con el surgimiento de los partidos políticos en Colombia. Sin embargo, no estudian cómo estas concepciones se discutieron en las Asambleas Constituyentes. Fernán González, "Tradición y modernidad en la política colombiana", en Fernán González y otros, Violencia en la región andina. El caso colombiano. Bogotá, CINEP, APEP, 1994 y Fabio Zambrano, "El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político colombiano", en Análisis. Conflicto social y violencia en Colombia, no. 2, Documentos Ocasionales, no. 53, Bogotá, CINEP, 1989. 8 Actas del Congreso de Cúcuta, 1821. Tres tomos. Fundación para la conmemoración del
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bicentenario del natalicio y del sesquicentenario de la muerte del General Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia de la República, Administración Virgilio Barco, Bogotá 1989. 9 Según Diego Uribe Vargas, desde los primeros años de la conquista, la corona española confió a sus teólogos la elaboración de una juricidad que enmarcara la empresa religiosa y económica. Este constitucionalista, siguiendo el pensamiento de Alvaro López M., afirma que el momento fundador de la nación colombiana se encuentra en la expedición de la Real Cédula que erigió a Santa Fé de Bogotá en Audiencia. Es allí cuando, según él, "el capricho de los conquistadores se sustituyó por la ley general [y así] se impuso un límite a los desmanes de las fuerzas militares, se señaló una órbita del derecho y por primera vez en nuestra historia comenzó a gobernarse en nombre de una entidad geográfica; a legislarse en nombre de una comunidad; a administrarse justicia con sujeción a normas pre-existentes a los hechos que se juzgarían". Luego veremos cómo ese derecho, en el fondo, no impuso límites al sobre-explotación de los indígenas y fue adquiriendo rasgos cada vez más alucinantes. Sin embargo, a pesar de que Uribe Vargas comete el error de idealizar la eficacia de la ley en las colonias, por otra parte capta el lugar privilegiado que ocupa el ritual legal en la empresa conquistadora. Ver Diego Uribe Vargas, Las constituciones de Colombia, T. 1 al 3, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1985, pp. 30 y ss. 10 Utilizo conscientemente el término "desreal", aun cuando no castizo, siguiendo a Roland Barthes quelo distingue de lo irreal. Lo desreal no tiene la misma cualidad de lo irrealinexistente. Se refiere más bien a esa sensación de estar confrontado a situaciones donde la realidad, estando allí, se escapa de los dedos, de la inteligibilidad de la palabra y asume una forma casi líquida. Roland Barthes, Fragments d'un discourse amoureux, Paris, Collectdon Tel Quel aux Editions du Seuil, 1977. 11 "Si no hiciéredes [aceptar la cristianización], o en ello dilación maliciosa pusiéredes, certifico que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales tales venderé y dispondré ellos...y vos haré todos los males y daños que pudiere....y a los presentes ruego que dello sean testigos".Orden real del 20 de diciembre de 1503 citado por José Gutiérrez, Enigmas y Arcano del delirio de la onquista. Rudimentos de la legalidad y anarquía en la mentalidad colombiana, de Bastidas a Quesada. Bogotá,SPIRIDON, s.f,p.9. 12 GUTIERREZ,José, op cit.y p. 35.
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Los pueblos" hace alusión aquí a los habitantes de villorrios y ciudades, al conjunto de vecinos que mora en un conglomerado urbano particular. La vida colectiva en estos lugares se regula según los usos y las costumbres de las gentes. Ver Francois Xavier Guerra, "El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina", mimeo. 14 Sobre las ideas rectoras de la tradición teológica-legal española, ver Javier Ocampo López, "Catecismos Políticos en la Independencia de Hispanoamérica: de la monarquía a la república", en Nuevas Lecturas de Historia, no. 3, Publicaciones del Magister en Historia, UPTC, Tunja, Boyaca, Colombia, 1988; ideas de John L. Phelan, The People and the King: The Comunero Revolution in Colombia, 1781. Madison: Wisconsin, 1978, citado por Anthony McFarlene, "Rebellions in Late Spanish America: a Comparative Perspective", en Bulletin of Latin American Research, vol. 13, no. 3, sept. 1995, pp. 313338. 15 De esta manera, mucho antes que Jean-Jacques Rousseau, las tradiciones hispanas giran en torno a "nociones del bien común, y al derecho de la comunidad de expresar sus intereses propios y negociar con el gobierno monárquico, y defender esos derechos frente a cualquier abuso de autoridad, aun con la fuerza cuando fuere necesario". Phelan citado por McFarlene, op.cit., p. 320. 16 GUERRA, Francois Xavier, op. cit. 17 The origin of the idea of «clean blood» actually dates from the emergence of the issue of religious purity in the fifteenth century...The very etymology of the word race or «raza» in Spanish included negative and pejorative associations with Jews and Moors...The criteria of «race» was adopted in Spain to discriminate and persecute nonChristians and their descendants. However, what was originally a principie based on the criteria of religious belief was gradually transformed into a question of blood relationship to Jews and Moors and other non-Christians", en Elisabeth Anne Kuznesof: "Ethnic and Gender Influences on «Spanish» Creóle Society in Colonial Spanish America", en Colonial Latin American Review, vol. 4, no. 1,1995, p. 160.
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PATIÑO MILLAN, Beatriz, "Indios, Negros y Mestizos. La sociedad colonial y los conceptos sobre las castas", en Memorias del VIII Congreso Nacional de Historia de Colombia, UIS, Departamento de Historia, Noviembre 17 al 22 de 1992, p. 43. 19
Ibid.,p. 48
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Ibid.,pp. 48-51.
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Para una descripción del genocidio indígena y sus diversas causas, ver Nicolás Sánchez
Albornoz, "The Population of Colonial Spanish America", en The Cambridge History of L¿itin America, Cambridge, Cambridge University Press, 1984, pp. 3-37. El debate es descrito tanto por Beatriz Patino Millán, op. át, p. 51 y ss., como por Tzevan Todorov, The Conquest of America. TheQuestion of the Other, Harper Perennial, 1992. 22
ESGUERRA ABADÍA, Ramón, "Las causas de la emancipación hispanoamericana", en Revista de Indias, vol. LIV, no. 200,1994, p. 23. 23 La ley le atribuye al indígena cierto tipo de impuestos (la mita, por ejemplo) y de trabajos forzados, que los pobres blancos o los mestizos no están obligados a ejecutar. La ley también define a partir de 1593, el lugar de residencia del indígena (resguardos). La ley también regula el comercio de esclavos, pero sólo a partir de 1789 la Corona dicta un código para regular el tratamiento de los esclavos. Beatriz Patino Milán, op. cit., p. 63. 24 KUZNESOF, op.dt., p. 165. 25 Sobre la descripción del lugar del litigio en una familia encomendera santafereña a finales del siglo XVI y princios del XVII ver Eduardo Ariza y Julián Vargas, "Economía Doméstica y Vida Cotidiana en Santafé a comienzos del siglo XVII. El caso de la familia Estrada-Arias", en Julián Vargas, La sociedad de Santa Fe colonial, Bogotá, CINEP, 1990, pp. 119-215. 26 En las primeras generaciones de conquistadores, aún las élites se mezclan con mujeres indígenas. Su progenitura mestiza es en un principio acogida en el círculo hispano y se le adscribe una identidad hispana así lleve sangre indígena. Los criollos, a pesar de llamarse a sí mismos descendientes de españoles y percibirse como blancos, muchas veces son mestizos. Kuznesof llega a cuestionar la hispanidad de la tercera y cuarta generación de criollos aduciendo que la tasa de 8-10 hombres por una mujer española indujo a los primeros conquistadores a mezclarse con indígenas. Kuznesof, op.dt., pp. 156-157. La flexibilidad ante el mestizaje pronto desaparece, sobretodo cuando la mezcla de sangres se convierte en válvula de escape para que los indígenas no paguen la mita o no se sometan al régimen de la encomienda. Muchos indígenas se convierten de la noche a la mañana en mestizos. Stuart B. Schwartz, "Colonial Identities and the Sociedad de Castas", en Colonial hatin American Review, vol. 4, no. 1,1995, p. 186. Por lo demás, los indígenas no son los únicos que buscan transgredir las barreras étnicas. Los vecinos blancos ricos también contribuyen a la confusión cuando incorporan como parte de su numerosa servidumbre a personas de origen indígena que al morar bajo su techo, pierden la marca de su indianidad puesto que dejan de residir en los resguardos. Ver Julián Vargas, op. át. 27 KUZNESOF, op. át., p. 166. 28 BARNEY-CABRERA, E., "Manifestaciones artísticas en tiempos revueltos", en
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Historia del arte colombiano, vol. 5, Bogotá, Barcelona, Editorial Salvat, 1985, p. 1234. 29 SEWELL, William H. Jr., op. cit. 30
Como dice C.L.R. James, hablando de la Asamblea Constituyente en 1790, "the political representatives of the bourgeoisie were sober men of business, too sober, for they had no color prejudice, [and] were profoundly ashamed of the injustices they were perpetuating but, standing to lose so much, allowed themselves to be frightened by the colonial deputies. If they had limited the franchise, at least they had done so openly. But to avoid giving the mulattos the Rights of Man they had to descend to low dodges and crooked negotiations which destroyed their revolutionary integrity...it was not the mulattos they feared, it was the slaves. Slavery corrupted the society of San Domingo and had now corrupted the French bourgeoisie in the first flush and pride of its political inheritance.", en C.L.R. James, TheBlack Jacobins. Toussaint L'Ouverture and the San Domingo Revolution, segunda edición revisada, New York, Vintage Books, 1989, pp. 8081. 31
LIEVANO AGUIRRE, Indalecio, Los Grandes Conflictos Socialesy Económicos de Nuestra Historia, vol. II, 5 edición, Bogotá, Tercer Mundo editores, 1973, pp. 576-577. 32
RESTREPO PIEDRAHITA, Carlos, "prólogo", enActasdelCongnsoéCúcuta, 1821. Fundación para la conmemoración del bicentenario del natalicio y del sesquicentenario de la muerte del General Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia de la República, Administración Virgilio Barco, Bogotá 1989, p. LVH 33Durante muchas horas se discute si los hijos de esclavas deben trabajar hasta los 16, los 18 ó los 21 años para retribuirle los gastos de crianza a los amos. Finalmente la asamblea decide optar por la edad de 18 años y acepta que antes de esa edad el esclavo puede comprar su libertad por un precio que se fijará entre las partes o que establecerá un perito en caso de que las partes no lleguen a un acuerdo. Ver acta 66 del 6 de Julio y acta 68 de 8 de Julio de 1821, T.l, pp. 60-259,278. 34
Para alguien que ha estado sumergida en discusiones sobre la "criminalización de la izquierda" o la "criminalización de los paros cívicos" o la "criminalización de ciertos sectores sociales", es interesante ver cómo esta tendencia de imputarle características inherentes a ciertos grupos humanos tiene una larga historia. Parecería como si un orden social necesitara crimanalizar a ciertos grupos para reproducir sus estructuras de poder. 35
Este miedo tiene fundamento histórico: "la resistencia a la esclavitud y los conflictos con la población negra fueron frecuentes desde comienzos del siglo XVI, pero en el siglo XVIII adquirieron algunas veces las características de una guerra civil. Sobre todo en los años comprendidos entre 1750 y 1790 la conflictividad fue tal que se tiene la impresión de que pudo existir un acuerdo entre los diferentes núcleos esclavos para llegar a una rebelión general", en Jaime JaramUlo Uribe, Ensayos de Historia Social: La sociedad neogradina, Bogotá, Tercer Mundo editores y ediciones UniAndes, 2da. Edición, 1990, p. 59. 36
Según Jaime Jaramillo Uribe, "las leyes de Indias referentes al negro apenas si contienen una que otra norma humanitaria, y en casi su totalidad están compuestas de disposiciones penales, caracterizadas por su particular dureza. Mientras el Estado colonial se comportaba con el indígena como un Estado paternalista, con el negro esclavo sólo se manifiesta como Estado represor y policíaco", Jaime Jaramillo Uribe, op. cit., p. 37. 37
PATEMAN, Carole, "Críticas feministas a la dicotomía público/privado", en Carme Castells, compiladora, Perspectivas feministas en teoría política, Barcelona, Buenos Aires, México, Paidós, 1996, pp. 31-53; y FRASER, Nancy, "Pensando de nuevo la esfera pública", en lustitia interrupta. Inflexiones críticas desde la posición postsocialista, Bogotá, Siglo del
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Hombre Editores, Universidad de Los Andes, 1997. 38
La nación, desde la perspectiva de Benedict Anderson, es una construcción imaginada de élites letradas (abogados, burócratas, educadores...). Por ello, quizás los constitucionalistas de Villa del Rosario se sienten más a gusto rindiendo cuentas a una construcción que parece salir de su propia imaginación. El pueblo, como bien lo señalará Ernesto Laclau en su ensayo sobre populismos tiene, sobre todo en América Latina, en algunas acepciones, una clara connotación de clase que lo identifica con tradiciones populares. Ver Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origenj difusión delnaciona-lismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. 39
pie de página No. 10. "Según la teoría pactista de Rousseau, los ciudadanos aceptan seguir las leyes de un país porque ellas emanan de la voluntad popular. Esta voluntad, sin embargo, no es de naturaleza cuantitativa: no es la mayoría electoral. Es cualitativamente distinta a la sumatoria de voluntades. Sin embargo Rousseau tampoco se detiene a explicar cómo los legisladores 40
conocen esa voluntad. Por eso, también hay una serie de supuestos entre míticos y mágicos en la teoría democrática de Rousseau. Y silencios sobre ciertos callejones sin salida: ¿qué hacer con las minorías que no quedan sintetizadas en la voluntad general? ¿Sigue siendo la voluntad general tan general cuando ella no incluye la opinión de esas minorías? O en otras palabras, ¿qué hacemos con los disensos? La voluntad asume acuerdos unánimes o, por lo menos, la existencia de consensos. 41 Sólo los hombres colombianos, libres, mayores de 21 años o casados, dueños de propiedad raíz que alcance el valor de $100 pesos o que ejerzan un oficio o profesión o comercio o industria útil podrán ser sufragantes parroquiales (artículo 15 de la Constitución, T. 2, p. 293). 42 Ser colombiano, mayor de 25 años y ser dueño de propiedad raíz de $500, o gozar de un empleo de $300 de renta anual, o ser usufructuario de bienes que produzcan una renta de $300 anuales, o profesar alguna ciencia, o tener un grado científico» (artículo 21 de la Constitución, T.2, p. 295). 43Victor Manuel Urrán menciona cómo, luego de la Independencia, los criterios de selección para entrar a centros académicos se modificaron y a partir de la fecha mestizos, mulatos, zambos dieron la pelea para no ser discriminados bajo criterios que exigían la pureza de la sangre para acceder a la educación. Victor Manuel Urrán, "The Rebelion of the Young Mandarins", Tesis de grado para optar al título de Doctor, Universidad de Pittsburg, EE.UU., 1996.
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Arabia Saudita: tribalismo, religión, conexión con occidente y modernización conservadora Luis E. Bosemberg*
El presente artículo indaga sobre la naturaleza del Reino de Arabia Saudita, su devenir, su perdurabilidad, sus problemas y desafíos. Variadas son las interpretaciones sobre la creación, naturaleza y desarrollo del Reino de Arabia Saudita. Para algunos se trata de un estado autoritario que abarca toda actividad política, es altamente centralizado, controla sindicatos y el nombramiento desde el centro de líderes rurales1. Para otros, la estructura monárquica es el gran pilar sobre el que descansa el reino hoy en día. Se trata de la personalización del gobierno -un estado anacrónico y conservador donde las estructuras socio-económicas poco han cambiado. La inestabilidad del régimen descansa en ese anacronismo2. Existe la explicación dentro del contexto del capitalismo mundial. Un estado postcolonial como el gran impulsador de la modernización. La debilidad de las clases burguesas y las proletarias permitió el crecimiento de un estado fuerte. Así, el estado será muy independiente y responsable en el proceso de acumulación del capital. La dictadura emerge para evitar cualquier acción en contra del estado interventor. La tesis del estado rentista señala una serie de características especiales que promueven el subdesarrollo. Se depende de los ciclos de los precios del mercado internacional y de altas fluctuaciones en la política internacional. Se crean barreras * Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, especialista en historia del Medio Oriente.
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contra el desarrollo independiente, pues compra industrias en vez de desarrollarlas lo que obstaculiza potencialidades propias, como capacidades tecnológicas y de educación. Se crea una capa de privilegiados sociales que bloquean el desarrollo intelectual y económico. La élite dominante tendrá una gran autonomía política y económica hacia adentro3. El estado tribal. Los tres reinos sauditas han sido cacicazgos y se asemejan a las confederaciones tribales que han existido previamente. Es una versión renovada de un patrón político establecido. Su evolución refleja un encuentro entre una sociedad tribal y los cambios drásticos en su entorno. Haciéndole frente a estos cambios la sociedad sufrió un proceso de formación estatal4. La tesis del estado teocrático, semiteocrático o islámico parte de la idea de que hay un vínculo entre el ejercicio del poder y el derecho islámico5. También indica que la ideología religiosa fue la que inspiró la unión de Arabia: una teocracia con un monarca absoluto quien es, ante todo, el líder del poder religioso supremo, pero también el de todas las tribus, de la familia real, del estado y el comandante de las fuerzas militares6. Otros agregan cómo los gobernantes, que son conscientes de la religiosidad de la sociedad, deben ser cautelosos al presentar cambios y no ser por esto acusados de bida o innovación. La alianza con los sectores religiosos, muchas veces a través de matrimonios, no debe ser rota. El clero se reúne a menudo con el rey y manifiesta su desacuerdo con cualquier medida desislamizadora. El rey se apoya a veces en el clero para enfrentar rivales, a su vez así impidiendo reformas7. La interpretación como capitalismo de estado financiero señala la dependencia, desde los orígenes del reino, en el contexto de la transnacionalización. La legitimación proviene de la redistribución de la renta petrolera y la preeminencia de la lógica política sobre la económica que conduce a la maximización de las ganancias financieras, siendo éstas las únicas que pueden posibilitar la inserción en los circuitos occidentales. Esta actividad de tipo internacional hace al reino dependiente8. No basta con explicar la perdurabilidad del régimen a través de factores internos el papel de la religión o las estructuras tribales. Arabia despierta el interés de potencias occidentales en los siglos XIX y XX y, por consiguiente, su influencia contiene impactos de importancia. De ahí que consideremos que la variable externa debe también ser tenida en cuenta.
Tampoco basta la interpretación política desde la tesis del estado autoritario -tesis de marcado acento occidental basada en el tipo ideal de la democracia. La explica-
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ción sobre cómo funciona una familia monárquica o conservadora y cómo su anacronismo es el potencial de la inestabilidad tampoco tiene en cuenta factores externos regionales o internacionales. Las explicaciones desde la economía -estado rentista o capitalismo financiero- dejan de lado valores culturales -religión o tribalismo. Nuestro trabajo intenta algo más ecléctico. Queremos plantear que la casa de los saudíes ha estado determinada desde sus albores en el siglo XX por tres variables: 1. La unidad, lealtad y comportamiento de tipo tribal a los que llamaremos tribalismo. Lo veremos en la mera existencia de la dinastía, su manera de actuar en ocasiones y en relación con otras tribus. 2. El papel de la religión. El wajjabismo es el código moral, proclama la legitimidad de la casa dinástica, es también factor de unificación y el motivador ideológico en el marco de los intereses del estado. Se trata de la conservación de una vieja tradición religiosa visible en muchas costumbres y en la ley islámica como vértebra jurídica. 3. La conexión con Occidente, sinónimo de una modernización parcial, de la necesidad de instituciones debido al entorno que se moderniza y tiene contacto con Occidente, la construcción de un estado moderno con sus diversas instituciones, el petróleo y los recursos y apoyos provenientes de Occidente. Nuestra tesis señala que la conexión con Occidente ha hecho posible la permanencia de estas estructuras arcaicas. La modernidad es necesaria para la conservación del régimen. Pero se trata de una modernidad parcial pues perpetúa lo tribal y religioso.
1. antecedentes históricos. las tres variables: una presentación en la larga duración Los tres reinos saudíes9 se han apoyado en el wajjabismo, una secta religiosa islámica fundada por al-Wajjab en el siglo XVIII. La unión de trono y altar ha sido constante. En Arabia central y del norte han existido por muchísimos siglos pocas formas culturales sedentarias y una preponderancia de formas tribales nómadas, a diferencia de Irak o Irán10, haciendo posible la continuación de aristocracias tribales en el poder. Estas no habían sido gobernadas por potencias extranjeras en los últimos siglos y hasta la primera guerra mundial eran todavía parte de la periferia occiden-
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tal, o sea que el impacto externo era nulo. La unificación de los territorios, iniciada en 1902, se hizo a partir tanto de conflictos intertribales, como actuaciones tribales (matrimonios pactados, utilización de vínculos sanguíneos, el derecho al botín y subsidios a tribus). Estas cumplían dos funciones importantes: eran el poder militar y los ejecutores de la religión wajjabita. La influencia británica en Arabia es reciente. Desde el siglo XIX y ante la decadencia del Imperio otomano los británicos iniciaron una nueva política para debilitar a los turcos y conseguir apoyo regional -sosteniendo a líderes tribales y disminuyendo la política tradicional de presionar o negociar con los estados o algunas de sus fracciones11. Durante la primera guerra mundial se firma un acuerdo en el que la Gran Bretaña reconoce la soberanía de la dinastía tribal saudí en el Nedy, al-Hassa, Qatif y Yubail y se considera la protectora de estas regiones. A cambio de esto, Ibn Saud, el jefe de la tribu, promete neutralidad en la guerra contra Turquía, recibiendo subsidios y armas, y se compromete a no atacar a terceros que estén bajo protección británica. La fundación del reino en 1932 repitió este patrón. En el período de entreguerras se inicia un lento proceso de modernización. Se debe interpretar este proceso a partir de la necesidad de construir un estado central y moderno ante nuevos desafíos y un entorno en mutación. Es decir, la modernización es, en gran parte, un producto directo de la presencia occidental. Por un lado, se fundan Estados rivales de los saudíes -apoyados por los británicos12- y la influencia occidental es cada vez mayor. En 1944 se funda un ministerio de defensa, pues los americanos montaron una base en Djajran. Por el otro, en la década de los 30 se inició la explotación del crudo y después de la segunda guerra mundial, su exportación: se creó un ministerio de relaciones exteriores para negociar con las compañías petroleras. El nuevo estado respondía a la necesidad de tener nuevas bases financieras y administrativas. Se necesitaba controlar una región inmensa y satisfacer necesidades externas. Se estabilizaron los ingresos del nuevo estado estableciendo un ministerio de finanzas (1932). Se fundaron gobiernos locales cuyos gobernadores venían directamente de la casa saudí. La fuerza central se construirá apoyada en la conexión con Occidente. El 60% del presupuesto anual e inicial provenía de las arcas británicas. Sin embargo, continua-
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ban existiendo tanto la estructura familiar de la dinastía, como las tribus. Al decir de Max Weber, se trataba de un dominio patrimonial. Un gobierno personal regido por lazos familiares y tribales, con una administración designada por el mandatario y, a su vez, enfrentado con otras tribus. El poder central en crecimiento fortalecía a los futuros vencedores -los saudíes- pero al mismo tiempo, continuaba las relaciones tribales. En 1940 los líderes de la tribu Shammar, en el exilio en Iraq, se quejaban de su exclusión del gobierno del reino. La división tribal permeaba a la sociedad. Como una tradición de vieja data, durante las décadas siguientes se mantuvo el sistema de subsidios para mantener las tribus controladas, ya que la administración local estaba en manos de la familia. Así, se las mantenía pasivas y leales en vez de canalizarlas en organizaciones estatales. La caída del Imperio británico condujo a una presencia cada vez mayor de los Estados Unidos. La herencia británica fue tomada por los norteamericanos. El establecimiento de relaciones privilegiadas entre Arabia y los Estados Unidos fue el resultado de intereses comunes asumidos explícitamente: petróleo, estabilidad y seguridad para Occidente, anticomunismo, antiradicalismo y protección desde el norte. La segunda guerra mundial creó intereses mutuos. Para el rey, los Estados Unidos podrían asumir el apoyo que se había buscado afanosamente con Alemania como contrapeso a la Gran Bretaña. Para Roosevelt, se presentaba la posibilidad de establecer un modelo de cooperación con los árabes, que sería distinto al imperialismo europeo. La Aramco, compañía petrolera norteamericana, se debía convertir en principal fuente de recursos para la modernización. Así, el petróleo acelera la formación del estado. La Aramco se convierte en un estado dentro del estado: construía infraestructura, aeropuertos, hospitales, escuelas, excavaba pozos de agua, investigaba en nuevas formas de producción agraria y apoyaba la idea de la construcción de una base americana para protección de la concesión. En 1942-43 parecía que las reservas norteamericanas se estaban agotando. Por eso cobró importancia el petróleo de Arabia que era explotado exclusivamente por estadounidenses. Era el sustituto ideal: esto les permitió economizar las reservas occidentales. Los saudíes esperaban convertirse en líderes regionales. Ellos y los norteamericanos temían la unidad árabe bajo los Hachemitas (TransJordania e Irak) con apoyo británico. Así, Truman aseguró la integridad del nuevo reino, como también lo harían sus sucesores. Este acuerdo bilateral fue mantenido en secreto pues el reino
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temía que, o bien sectores religiosos pudieran criticar los tratos con los infieles, o que radicales nacionalistas acusaran al reino de marioneta occidental y prosionista13. Por eso fueron muy cautos con las fuerzas regionales ya que en las décadas de los 50 y 60 los líderes regionales eran los nacionalistas radicales, tales como el Egipto nasserista, Siria e Irak que gozaban de un variado apoyo de los soviéticos. A partir de la década de los 70 Arabia Saudita inicia la época grande de su historia. Varias condiciones posibilitaron este despegue. La fulminante y humillante derrota de los liderazgos radicales en la guerra de 1967 a manos de Israel y el subsiguiente ascenso de países moderados liderados por Arabia Saudita, el Egipto desnasserizado y Marruecos. Como telón de fondo, el auge petrolero y la cercanía a los Estados Unidos. feisal o la modernización desde arriba El reinado de Feisal (1964-1975) inició un segundo empuje modernizador mucho más dinámico que el anterior (iniciado en entreguerras). Su llegada al poder representaba la fracción tecnócrata y reformista, compuesta de ciertos príncipes y élites del clero islámico que planeaban conservar las relaciones de poder tradicionales mediante una modernización organizacional14. Se introdujo una reorganización que haría de Arabia un Estado definitivamente rentista y una potencia financiera. Pero era un régimen autoritario que prohibía partidos políticos. Se adaptaron las estructuras de poder arcaicas -su carácter oligárquico y tribal- a formas tecnócratas. En términos weberianos, se trataba de rutinizar el dominio patrimonial. La fracción vencedora de la dinastía era muy consciente de que una excesiva modernización la hubiera derrocado15. La monarquía apuntaló dos pilares: la legitimidad a través del orden religioso y la alianza con Occidente en donde convergía la lucha contra la izquierda, el crudo y los recursos emanados de éste. El discurso se componía de una mezcla de fundamentalismo islámico y de nacionalismo árabe independendista, como también estaba imbuido de valores tribales. El reino se autodibujaba como religioso y soberano. La identidad de intereses entre Occidente y los saudíes era clara y cobró gran fuerza en la medida en que Arabia se convertía en un gran país petrolero, líder regional y potencia financiera. Los petrodólares eran muy atractivos para la banca occidental.
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Las ganancias petroleras se incrementaron de una manera vertiginosa: Año
US dólares (en millones)
1970 1974 1981
1.200 22.600 115.500
Tomado de: Johannes Reissner, "Saudi-Arabien", en Dieter Nohlen y Franz Nuscheler, Handbucb derDritten Welt. J.H.W Dietz, Bonn, 1993, p. 475.
Los aportes al desarrollo eran otorgados a países de acuerdo al grado de antisovietismo y para apoyar la reislamización16: se donaba a seminarios, fundaciones, periódicos islámicos y a la construcción de mezquitas. Millonarios fondos se utilizaron en programas de cooperación e inversión regional. Arabia era un financiador regional de estrategias de estabilización. La alianza entre modernismo y religión conservó el trono saudí17. Los saudíes iniciaron vastos programas de educación religiosa en el interior y en el exterior. Se convirtieron en el bastión del islam sunita. Fueron, junto con el Irán monarquista, el garante de los intereses de Occidente en medio de radicalismos. Su dinero, i. e. las rentas del extranjero, deberían disminuir los radicalismos de izquierda. La guerra de Afganistán y la guerra contra el Irán fundamentalista (1980-1988) reforzarían ese papel. El primer plan quinquenal (1970-75) promulgaba un desarrollo capitalista de estado. Se proyectó un mejor nivel de vida y estabilidad con un gran gasto social, una diversificación para no depender del crudo y un apoyo al sector privado para que invirtiese. Se inició un programa de industrialización, diversificación y, sobre todo, de renuncia a la dependencia del inestable mercado del crudo. Se construyeron plantas de petroquímica y de fertilizantes, hierro y acero, construcción y cemento e industria liviana. El país se convirtió en gran comprador de tecnología y armas. Apenas en ese momento, cristalizó un verdadero plan de desarrollo. En esta nueva época el reino vivió una serie de transformaciones materiales y sociales. Las ciudades crecieron. La falta de inversión en el campo y en la industria creó migración hacia las ciudades. Creció el sector de la construcción. La mano de obra extranjera18 requería de vivienda. Las ciudades se desarrollaban con una clase media creciente y una nueva clase obrera. Hubo nuevas fábricas o talleres pequeños que substituían importaciones pero eran dependientes de bienes de equipo y productos terminados.
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A mediados de la década se notaban muchos cambios -crecían la construcción, los servicios y la burocracia. El nivel de vida había subido, había nuevos empleos y estabilidad social. Para evitar cualquier malestar social interno se estableció un pacto social a gran escala en donde la dinastía gobernaba y otorgaba privilegios sociales (educación y salud) y la población permanecía, a cambio, políticamente pasiva. Esto no era novedoso. Ya desde antes se mantenía con las tribus una relación parecida. Se les daba subsidios de algún tipo, generalmente en dinero. El segundo plan quinquenal (1975-80) decidió invertir en el extranjero, limitar la producción petrolera, adoptar una estrategia de especialización en desarrollo de recursos para maximizar los recursos naturales petroleros y de minerales y vincular masivamente a trabajadores extranjeros. La inversión en el extranjero (el 90% del excedente en EEUU, Japón y Europa) creó intereses novedosos, como unos saudíes interesados en la estabilidad financiera occidental, y poco interesados ahora en alzas unilaterales de precios y en desafiar a Occidente (como lo ocurrido en 1973) por temor a que afectara sus inversiones19 . La modernización acelerada produjo un relajamiento en los lazos y las solidaridades tribales debido a los nuevos medios de comunicación y de transporte, junto con la sedentarización, la prohibición de los derechos de pastoreo exclusivos para una determinada tribu, el otorgamiento de parcelas a título individual, el enriquecimiento de jefes tribales y la proletarización de muchos miembros de tribus. La tribu, empero, no desapareció. En las ciudades se fundaban asociaciones de solidaridad basadas en lazos tribales. Príncipes y altos funcionarios establecían redes clientelistas con grupos aparentemente destribalizados. Estos grupos se convertían en apoyo político, en vez de partidos políticos, para los altos dignatarios, y para los sectores populares, una vía más directa sin tener que pasar por una burocracia a la que no le tenían confianza. Además, la audiencia pública, de origen tribal, en donde el rey o los príncipes se encuentran en foros informales para discutir diversos asuntos, ya sea con jefes tribales o con sus subditos, es una realidad hasta el presente. Muchas decisiones se toman aquí20. La toma de la Gran Mezquita de La Meca en 197921 tenía un marcado acento tribal. Pero la conexión con Occidente también acarreó problemas. A mediados de la década de los 80 cobró un duro precio. Una crisis en las exportaciones y en los precios debido a una inundación de petróleo en los mercados internacionales22. Los precios del crudo descendieron. La caída de los precios era deseada por los Estados Unidos, orquestada por Kuwait y los emiratos árabes y tolerada por Arabia23. El boom petrolero había terminado. Duró tan sólo diez años.
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En 1981, Arabia tenía ingresos petroleros por US 115.500 millones anuales; en 1986, US 18.000 millones. A partir de 1988 recurrió a préstamos interiores, como bonos de desarrollo. Se utilizaron las reservas que se habían acumulado durante la bonanza y se presentó un déficit presupuestal. Para agravar los problemas, se perdieron grandes reservas de divisas a causa de la guerra Irán-Irak (1980-88) ya que con grandes sumas de dinero se sostenía a Bagdad. La suma se calcula en US 20.000 millones que Irak nunca pagaría. Los nuevos aranceles de los países consumidores sobre los productos petroleros condujeron a que las ganancias se transfirieran a estos países. Entre los inicios de la década de los 80 y 1995 el ingreso per cápita cayó de US 17.000 a 7.00024. Para finales de la década de los 80 el balance no era muy positivo. El crecimiento en la industria era menor que en los países árabes no petroleros y mucho menor si se comparaban servicios y distribución25. Para completar el problemático cuadro, las condiciones sociales, orgullo del modernismo de los 70, experimentaban cambios negativos a comienzos de los 90: un aumento en el desempleo -25% entre los graduados universitarios- y una reducción en los servicios de salud y educación26.
2. la guerra del golfo (1990-1991): erosión de la autoridad o el orden de Feisal en entredicho La guerra del Golfo asestó al reino un gran e inesperado golpe -era el trauma nacional27. La presencia de las tropas extranjeras y la dependencia de Occidente, más visible que nunca, condujo a tensiones religiosas y políticas (muy serias eran las críticas al régimen) y a una apertura política presionada desde abajo. La crisis financiera aumentó. La dependencia de Occidente, pilar fundamental de estabilidad, paradójicamente deslegitimará al reino, a quien le tocará buscar apoyos internos i. e. abrirse políticamente. Pero esta válvula, una vez abierta, como veremos, suscitó críticas que el régimen tenía dificultades en controlar. De ahí la creación de la shura (consejo) y las nuevas leyes. Los intereses comunes asumidos (petróleo, estabilidad y seguridad para Occidente y sus aliados, antiradicalismo nacionalista y protección americana) eran ahora más explícitos que nunca. La legitimidad estaba en entredicho pues la tradicional ideo-
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logía de independencia chocaba con la cruda realidad de la dependencia total. Medio millón de soldados pertenecientes a tropas extranjeras estacionadas en tierra santa, en un país que no podía defenderse a sí mismo, a pesar de estar comprando armamento sofisticado. La guerra es un hito en las relaciones internacionales de los saudíes: se estaba abiertamente al lado de los Estados Unidos. Convergencia con y dependencia de los norteamericanos estaban más claras que nunca. Era el final de un tipo de relación y el comienzo de otro. Los norteamericanos habían rechazado desde 1941 una intervención directa. Los saudíes admitieron una realidad que por mucho tiempo intentaron esconder: que los estadounidenses son, en última instancia, los guardianes de los lugares santos. Esta historia tenía largos antecedentes. Desde que los ingleses en 1967 anunciaron la retirada para 1971, los norteamericanos habían iniciado una política para reemplazarlos. El Irán monárquico y Arabia habrían de convertirse en sus estados gendarmes. En 1979, con el triunfo de la revolución islámica en Irán y la invasión soviética a Afganistán, los Estados Unidos comenzaron a desarrollar una fuerte presencia en la región: una tuerza de despliegue rápido, la construcción de instalaciones navales en Bajrein y Arabia Saudita y el almacenamiento de equipos militares en Diego García. Durante la guerra Irán-Irak (1980-88), Reagan envió armamento a ambos bandos. Varias de las instalaciones militares continúan todavía bajo comando americano. Los saudíes, por su lado, no han construido un gran ejército pues temen a unos militares fuertes y golpistas. Cuando se presentó la toma de la Gran Mezquita de la Meca (1979), no tuvo otra alternativa que recurrir a comandos franceses y posiblemente a asesores estadounidenses. Después de la caída del comunismo el ministerio de defensa americano se quedó sin una concepción estratégica para conseguir fondos. Había que tener una nueva concepción so pena de que se recortara su presupuesto. Se inventó así una nueva categoría de adversarios: potencias potenciales del tercer mundo equipadas con armas de destrucción masiva a la que se les llamó «Estados fuera de la lep. Siria, Irán, Irak, Libia y Corea del Norte eran las nuevas y supuestas potencias regionales. En este contexto estalla la crisis del Golfo de 1990 que debe justificar las nuevas propuestas. El presidente Clinton está enmarcado dentro de esta tradición. Considera el Golfo vital e intimida a Irak constantemente. En octubre de 1994, durante su visita a Kuwait logró por primera vez que un escuadrón de cazas bombarderos nortéame-
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ricanos se estacionase en ese país. Ya había 77 en Arabia, ahora hay en total 130. Se proclamó la "doble contención" contra Irán e Irak quienes desarrollan, dicen, ilícitamente actividades nucleares28. Los norteamericanos estaban defendiendo un régimen que les posibilitaba el petróleo a bajo costo y que era, además, una potencia financiera con grandes inversiones en Occidente. La renta estratégica29 fue jugada con eficacia por los saudíes iniciando así una protección directa de los americanos pero mostrando claramente la dependencia militar y política de las petromonarquías por parte de Occidente. Sus resultados en el corto plazo, son los que analizamos. En el largo plazo, están por verse. Si para defenderse de la teocracia iraní Arabia financió al Irak durante la primera guerra del Golfo (1980-1988), esa política se revertía directamente en su contra. Por primera vez en la historia se estaba a punto de ser invadido por un fuerte país vecino. Si durante muchos años el régimen creyó evitar el conflicto directo financiando a países rivales y fuertes, esa política recibía un golpe demoledor. Ahora lo amenazaba un país al que había contribuido a fortalecer. La guerra agravó las finanzas del Estado. Su costo ascendió a US 70.000 millones (los saudíes hablan de US 50.000 millones), mientras que el precio del barril descendió de US 40 a comienzos de los 80 a US 15 en 1995. La ayuda a Irak en la década de los 80 equivalía a US 20.000. Empeoró el déficit presupuestal. Hubo que recurrir a las reservas exteriores, que para 1995 se habían reducido a US 70.000 millones. Según el FMI, el reino ya no tenía activos líquidos de reserva en el exterior, es decir, reservas que pudiese utilizar en caso de emergencia. El país se endeudó externamente por primera vez en US 3.500 millones30. Por primera vez la petromonarquía sintió el gran peso de preocupaciones financieras. Si bien antes de la guerra los gastos en armamento se situaban alrededor del 13% del PIB, uno de los más altos del mundo, durante y después de ésta aumentaron considerablemente. Hoy por hoy, Arabia es el país que más gasta en defensa. En 1993 equivalía a más de un tercio del presupuesto31. Lo que se inició como una crisis en las relaciones internacionales, acompañada de una crisis financiera, condujo a una crisis política: la unidad se estaba diluyendo. Nuevas élites religiosas y la nueva y próspera clase media criticaron vehementemente a la élite gobernante. Los dos grupos son el producto de la modernización, y sobre todo, su lenguaje está expresado en términos islámicos. Sus críticas mezclan lo religioso con ideas occidentales. Los activistas eran el producto de la era de
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la prosperidad: su origen es académico. Había muchos profesionales egresados de universidades y una gran participación del clero islámico que a su vez eran profesionales universitarios de carreras seculares. Nuevas circunstancias hacen posible el surgimiento de esta resistencia religiosa. Sus críticas, expresadas en lenguaje islámico, se referían a circunstancias actuales; una gran parte de la población consideraba al estado poco satisfactorio así que tenían un cierta base social.
La guerra creó una apertura política nunca antes vista. La censura sobre los medios fue disminuida. Se redactaron peticiones dirigidas al rey presentando exigencias fundamentalistas: la monarquía, decían, había abandonado la ley islámica. Los signatarios de las dos peticiones (la primera de ellas en diciembre de 1990 y la segunda en febrero de 1991) pertenecían el 45% a funcionarios religiosos y el 60% a profesionales. La crisis dividió a los sectores religiosos y los convirtió en protagonistas desde abajo. Intelectuales y masas populares pensaron que se trataba de una aventura imperial y que las disparidades entre pobres y ricos eran muy reales. Se pensó que había un brecha entre gobernantes y gobernados32.
Las protestas giraban, entre otras, en torno a la presencia de fuerzas extranjeras y su dependencia del reino, así fuera para su defensa, atacaban la política exterior por acomodarse a los intereses occidentales, deploraban la corrupción y el favoritismo y recomendaban una serie de soluciones basadas en la ley islámica. La élite dominante fue cuestionada en su manejo presupuestal, en su gasto inútil en armamento que, por lo visto, no sirvió mucho. Se exigía la participación del clero en agencias estatales para acabar con la corrupción, el refuerzo de los cursos de religión en las universidades, la censura de programas extranjeros en televisión y la prohibición para enseñar doctrinas occidentales33.
Las peticiones durante y después de la guerra pueden ser interpretadas como el intento de una apertura democrática -legitimada en términos islámicos- contra un estado autoritario y nepótico que debe rectificarse de acuerdo a patrones religiosos. El problema no se detenía ahí. Entre los signatarios de la petición de 1992, el 72% eran del Nedy -región originaria de los saudíes. Estos se habían defendido en épocas difíciles para el régimen, como en las décadas de los 50 y 60, en contra de nacionalistas y socialistas apoyándose en esa región. El régimen estaba perdiendo su base social local. Hasta la guerra del Golfo el reino parecía haber olvidado la toma de la Gran Mezquita de La Meca de 1979 y las críticas contra la corrupción y la occidentalización
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de las costumbres eran normales. Pero la llamada del rey a las tropas extranjeras, en un país profundamente islámico, era otra cosa34. Así, dos de los pilotes básicos del sistema eran puestos en entredicho: la conexión con Occidente, es decir, la modernización o el modelo modernizante, implementado en la era Feisal, junto con el apoyo occidental; y el papel de la religión como factor unificador. 3. reformas económicas y políticas: la continuación de la continuidad o la moderación para la conservación El reformismo es el producto directo de las diversas crisis a las que el reino se veía abocado. Su propuesta y puesta en práctica, sin embargo, son la clara expresión de la gravedad de la coyuntura35. Había que buscar nuevos aliados o reforzar alianzas. Reformando, el reino intenta fortalecer tanto su inserción en flujos financieros (por ejemplo, buscando capital extranjero), como su alianza con los Estados Unidos36. Intenta estabilizar las fuerzas internas haciéndolas participar, para recuperar la unidad, y utiliza, al mismo tiempo, la fuerza en casos extremos. Proyecta apoyar al sector privado y a los tecnócratas occidentalizados -la nueva clase media. Las reformas políticas son moderadas37. La Ley Básica confirma y extiende los poderes del monarca: este nombra y revoca, tanto a los 60 miembros de la shura, como a los ministros y a los emires que gobiernan las provincias; todos son responsables solamente ante él quien también fija el presupuesto. No se prohibe la tortura, no suprime los arrestos arbitrarios y prescribe la sucesión38. En agosto de 1993, el rey nombró a los 60 diputados iniciando así las sesiones de la primera shura en diciembre del mismo año. La mayoría proviene de clases nuevas de tecnócratas occidentalizados que están siendo cooptadas por el régimen y que por lo visto no son capaces de oponer resistencia al régimen39.
Si se examina el discurso pronunciado por el rey Fajd el dos de marzo de 1992, en el que se plantean las tres reformas, se ve que el reformismo político no es ruptural. La Ley Básica hace explícito lo que antes era implícito. El monarca presenta las reformas como una continuación de prácticas existentes, enfatiza el papel de la familia saudí y del principio hereditario -la legitimidad divina. Se dibuja a una monarquía que restableció el orden al fundar el reino, que se ha basado en los
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preceptos divinos y que, por consiguiente, el reformismo tiene raíces históricas; se dice que se está formulando algo que ya existe40. En el marco del VI plan quinquenal (1995-2000), anunciado en julio de 1995, se proyecta un proceso de privatización, promoción del capital extranjero y un papel más activo para el sector privado. Para sanear finanzas necesita cada vez más de este sector. De ahí, pues, el programa de privatización. Se trata de consolidar una serie de proyectos que ya venían desarrollándose en agricultura, industria y servicios. Se planea fundar empresas mixtas, apoyar la repatriación de capitales sauditas del exterior, diversificar productos agrícolas y saudizisar la mano de obra. Para 1997 se tenía pensado privatizar unas cuarenta empresas nacionales y liberar mercados de capital. Se otorgarán créditos a largo plazo y sin interés. El sector privado, según datos oficiales, ocupa ya el 36% del PIB comparado con el sector petrolero que ocupa el 26%41. Arabia tiene una de las más altas tasas de inversión de aquel sector -un total de US 150.000 millones para 199342. En 1995 invirtió 12.200 millones de dólares. Se calcula hasta el año 2000 una inversión del orden de los US 17.000 millones. Ya han sido repatriados US 10.000 millones según la Saudi Monetary Agency43. Existe una tendencia a que la producción abandone la substitución de importaciones y se oriente a la exportación. De las 15.487 fábricas 2.235 representan esta tendencia. Hay numerosas empresas mixtas -572. Hay 763 empresas con capital extranjero44. La diversificación es la otra tendencia claramente expresada en el sexto plan quinquenal. En el plano económico, la receta es simple: reducción de gastos y aumento de ingresos del Estado. El presupuesto, marcado por la austeridad, y anunciado en enero de 1995 propone una reducción en un 6% del gasto público como un alza de tarifas de servicios públicos45, recortes en subsidios e impuestos46; ahorro y gestión rigurosa de finanzas. La monarquía dice que no son medidas de austeridad sino de anticipación, negando al mismo tiempo, cualquier rumor de bancarrota47. Pero parece lo contrario. Llegó la austeridad. Terminó la época en que se gastaba desmedidamente. Arabia Saudita fue brevemente un país muy rico. Pero hay varios problemas para implementar tales proyectos. Privatizar no es un proceso tan sencillo. Uno de los problemas radica en que el sector privado coloca sus inversiones en las de poco riesgo -tales como bienes raíces o en depósitos banca-
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rios. Se calcula que existen todavía US 130.000 millones en cuentas en el exterior. Existe una apatía y trabas de la burocracia que, sumadas a problemas prácticos, entorpecen las empresas mixtas dando lugar a que se invierta en exportaciones. Algunos hablan de hábitos culturales que dificultan la privatización. El estado es reticente a abandonar sectores estratégicos. En 1994 el rey anunció que se privatizarían ciertas empresas públicas muy grandes, tales como servicios y comunicaciones, pero hasta el momento no ha habido ventas de tales dimensiones. El régimen no ha procedido a llevar a cabo ciertas modificaciones que preceden todo proceso de privatización e insiste en que debe mejorar las empresas antes de venderlas. El mercado de valores saudita no está centralizado48. La monarquía todavía tiene otros problemas que debe solucionar. Debe responder a la disidencia interna y a las críticas que suscita su gestión administrativa. Los optimistas apuntan que el marasmo de la década de los 80 es ya parte del pasado. El reino se ufana de muchas de sus cifras ya que muchas cosas han cambiado desde el boom petrolero de los 70. Ha habido una proceso de urbanización: de una población urbana de 26% se ha pasado hoy en día a 73%; la mortalidad infantil ha disminuido de 118 por mil a 21 por mil; en lo que atañe a las mujeres, el 2% asistían a la escuela, hoy, el 80%. Aunque todavía tienen un mercado de trabajo muy restringido, su analfabetismo descendió a menos del 35% - es menor que en Egipto49. Según versiones oficiales, el crecimiento del PIB se ha incrementado en los últimos años: 1,4% en 1994, 4,3% en 1995 y se espera que para 1996 sea de 6,2%. Casi la totalidad de la deuda externa ha sido pagada. La interna (abastecedores, contratistas), por un total de US 90.000 millones, todavía no. Las reservas en divisas han conocido un alza del 27% en 199750. El déficit presupuestal ha descendido. Los planes proyectan alcanzar la autosuficiencia alimentaria en poco tiempo gracias al desarrollo de la agroindustria. Riad se orienta hacia la diversificación. En los últimos diez años la parte concerniente al petróleo en las exportaciones totales ha descendido del 99,8% al 89,8%. Se ha producido un ascenso a puestos de responsabilidad de una nueva generación educada en el extranjero. La inversión extranjera ha sido de US 30.000 millones posicionando al reino en séptimo lugar mundial como receptor de este tipo de inversiones. Sobre todo en petroquímica han invertido americanos y japoneses51. Pero, ¿basta con las meras cifras positivas? Está por verse qué tanto logrará el reino conseguir los aliados que desea. En resumidas cuentas, falta mucho camino por recorrer como para que el sector privado se convierta en actor independiente y
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sólido. En lo político, la shura no es muy democrática y el predominio real es muy fuerte. Y la alianza con los Estados Unidos, como veremos más adelante, está hoy en día sufriendo tensiones. Si analizamos los diversos actores podemos ver que las cifras no bastan, que hay potencialidades, posibles fracturas. 4. estructuras internas y desafíos: los actores sociales la casa de los saudíes Sobre sus apoyos en sus orígenes y desarrollo ya se expuso arriba: conexión con Occidente, tribalismo y unidad religiosa. Valga la pena repetir que sin ella no nos explicamos, en gran parte, la perdurabilidad de la familia. El origen tribal de los saudíes es muy conocido. Valga la pena mencionar algunas prácticas de tipo tribal. El fundador del reino, Ibn Saud, asimiló las tribus mediante matrimonios pactados para consolidar territorios conquistados y evitar, así mismo, el colapso de las derrotadas. Contrajo matrimonio con 17 esposas, con las que tuvo 54 hijos y 215 hijas52. El presupuesto de la familia y del reino fue el mismo hasta la década de los 50. Las conquistas de las primeras décadas se llevaron a cabo con tribus movilizadas. La familia ha sido hábil en conservar el orden tribal utilizándolo para su beneficio. Sabe que el conflicto con las tribus tiene límites. A las rivales no se las puede eliminar del todo. Eso equivaldría a autodestruirse. Las que son debilitadas o derrotadas son tratadas con condescendencia53. Podemos sintetizar otro elemento de la modernidad que permitió la existencia de la familia: la fusión de los saudíes con el estado. El proceso se inició desde la época fundacional, creando de esta manera una verdadera identidad. Esta es en la actualidad casi total. La familia real, que es la más numerosa de la región, se ocupa prácticamente de todos los asuntos, tanto de los más importantes -seguridad, relaciones internacionales, etc.- como de los menores, que deja a cargo de príncipes de tercera generación o a tecnócratas. En la actualidad hay unos 4.000 príncipes. Todos ocupan puestos de importancia en el reino. Esta entidad tribu-estado-familia creció desmedidamente con la conexión con Occidente y la subsiguiente bonanza petrolera, convirtiéndose en el agente modernizador. Era muy independiente por las altas rentas externas y responsable
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en el proceso de acumulación del capital. Era un pulpo gigantesco que invirtió en servicios, infraestructura y producción. La riqueza petrolera financió todos los macroproyectos. Financió fuerzas de seguridad para la represión interna. Era el mayor impulso de la economía. Creía en un rápido desarrollo y una redistribución del ingreso como instrumento para desmantelar descontentos. Creció para mantener el control. Había que mantener seguridad y garantizar el territorio. Creció ante la ausencia de otras grupos fuertes en contra, como una burguesía o un proletariado; cooptó a rivales, por ejemplo, pagando subsidios a tribus, otorgó puestos muy bien remunerados a profesionales y jugosas licitaciones al sector privado a través de redes clientelistas sin que todos estos participaran en el poder54. Gastó en inversión social. La continua acumulación de riqueza y la expansión del estado han dirimido tensiones dentro de los saudíes mismos. Sin embargo, en la actualidad hay muchos rumores sobre fricciones internas ya que el rey lleva un buen tiempo enfermo55. Las críticas de las peticiones de 1990 y 1991 eran fuertes y directas. Pero por ahora, ha sido hábil en mantenerse en el poder.
el ejército Los ejércitos del Medio Oriente han jugado un papel muy importante en la independencia y la modernización de la región56. En países como Arabia, sin embargo, la situación ha sido muy distinta. Tres son los elementos para comprender a las fuerzas armadas: el tribalismo, Occidente, y el temor de la casa dinástica a un golpe de estado revolucionario. El ejército es de origen y estructura beduina y tribal a diferencia de otros países de la región donde se tenía una oficialidad compuesta por clases ascendentes politizadas. La lealtad es personal y no a una patria abstracta. No se tenían los recursos humanos para fundar un gran ejército, pero tampoco convenía tenerlo muy grande. Después de todo, varias monarquías fueron derrocadas por ejércitos. Por eso se apostó a la renta estratégica. Depende notablemente de las potencias extranjeras. Le compra armas a los norteamericanos quienes, incluso, manejan varias instalaciones. La dependencia lo hace pequeño, pues hay bases americanas en el país para cualquier eventualidad. No es eficaz ni muy grande y de ahí que en conflictos de gran envergadura acuda a Occidente, como durante la toma de la mezquita en 1979, la guerra contra Irán y la guerra contra Irak. Además, hay cinco fuerzas militares
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cuyos altos comandos no están integrados: divide et impera. El reino, a pesar de sus recursos financieros, nunca pudo tener unas fuerzas militares a la par con su importancia, pero con el tribalismo y la dependencia occidental se siente seguro. La lealtad del ejército ha sido sin tacha. La monarquía jugó bien. el sector privado y la nueva clase media Son el producto de la modernización y del subsiguiente estado y sociedad en expansión. Se trata de funcionarios, profesionales y el sector privado, que en común tienen el hecho de ser clases nuevas y modernas que no participan en el proceso de las grandes decisiones. Muchos han estudiado o vivido en el extranjero en donde conocen una vida más libertaria. Su riqueza está basada en la inserción de los flujos del estado. Dependen de conexiones políticas57, estableciendo así una nueva estructura clientelista. En el fondo, hay una simbiosis entre el poder tradicional y una nueva burguesía enriquecida. A pesar de los ambiciosos planes de la década de los 70 de fortificar al sector privado, las rentas petroleras causaban centralización y concentración en los mecanismos de distribución, pues al gastarlas, se creaban nuevos actores dependientes. Surgieron de esta manera contratistas, receptores de subsidios y de créditos, empresas mixtas, representaciones de empresas extranjeras, asesorías y grandes empresas de servicios. Se era dependiente del gasto público en infraestructura, inversiones en proyectos industriales, créditos, subsidios y licitaciones. Tan sólo invirtieron en proyectos de corto plazo, i. e., construcción, finca raíz y exportaciones58. Nunca se lanzaron a industrializar el país. De ahí también su debilidad. Hay tantos estudiantes que ya se habla de un lumpenestudiantado. Muchos de estos jóvenes son contestatarios. Inicialmente los saudíes supieron debilitar a estas potenciales resistencias por medio de un gran gasto social, el ingreso a lucrativos puestos en el gobierno y en el sector privado y los proyectos conjuntos. Pero la crisis financiera, desde 1986, golpea a los recién graduados de todo tipo pues el estado no puede asegurar el pleno empleo. La nueva clase media activa cortamente en los 6059 y a principios de los 90, pues muchos de ellos firmaron peticiones criticando al gobierno durante la guerra- se ha inquietado en ciertas coyunturas. De ahí que el régimen ha sabido ceder. En agosto de 1995 el rey Fajd
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procedió a cambiar los titulares de las carteras de finanzas y petróleos, hecho que no tenía precedentes desde hace 25 años. Los nuevos ministros eran jóvenes tec-nócratas. Ya en la shura de 1993 se notaba la presencia de profesionales. En la de 1997 aumentaron sus miembros, hecho que ha causado una sorpresa por la participación de algunos que tienen la reputación de hablar sin arribajes contra el régimen. De todas maneras su fuerza política no ha estado unida. En el movimiento de principios de la década, no tuvieron una visión clara para lanzarse a una verdadera revolución. Nunca se lanzaron en una lucha violenta, ni supieron movilizar a otros sectores. Además, dicho movimiento (junto con los sectores religiosos, que veremos a continuación) no ha podido unificarse porque no había una plataforma clara, ni estaban seguros de la base social; tampoco hubo un líder carismático, y ni siquiera una base unificada ni en una tribu y ni en una región. Podríamos agregar que posiblemente algunos se dan por satisfechos por la creación de la shura, y que en el fondo, no quieren grandes transformaciones y no constituyen una clase que defienda sus intereses. No parece que los nuevos ricos y las clases medias sean un peligro, aunque se podría formular la tesis de la prosperidad -aplicada al estudio de las revoluciones sociales- que indica que las clases prósperas y cultas, pero sin acceso al poder, exigirán tarde o temprano compartirlo60. Por lo pronto, parece que continuarán siendo pasivas siempre y cuando el nivel de vida no disminuya.
conflictos interislámicos Los conflictos interislámicos son un buen ejemplo de la conservación de la tradición religiosa y de la tensión que genera el liderazgo de la misma. Ya desde la época en que los saudíes iniciaron su expansión en la península arábiga en el siglo XVIII, se apoyaron en una secta religiosa -el wajjabismo. Es decir, la expansión se basó en la unión de la fe wajjabita con las aptitudes guerreras de los beduinos, basadas en la lealtad tribal y religiosa. La ley islámica era la vértebra del reino. La unidad religiosa debería -al menos en teoría- distensionar rivalidades tribales. El wajjabismo era el código moral, proclamaba la legitimidad de la casa dinástica, era el factor de unificación y el motivador ideológico en el marco de los intereses del estado. La dinastía ha justificado el poder en la medida que se considera el protector de las ciudades santas conquistadas en la década de los años 1920. El régimen tiene una sólida base religiosa61.
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Sin embargo, el conflicto interislámico no es nuevo. Ya se había manifestado una tensión entre un estado que controla y pone en práctica la religión y grupos que se oponen desde abajo a ese estado central: los Ikwan en la década de los 2062. Por eso el gobierno ha sido muy cauto con la fe. El primer plan quinquenal (1970-75) promulgaba un desarrollo capitalista justificado en términos islámicos. La vinculación masiva de trabajadores extranjeros despertó críticas del clero. Por ello se anunció que era un fase transitoria y parte de un renacimiento islámico. Durante la década de los 60 y 70 aparecen de nuevo reacciones religiosas y antigobiernistas definidas como la afirmación de modos de vida y de pensar tradicionales en un entorno cambiante. La modernización, el poderío y el estilo de vida de los saudíes y el consumismo rampante eran el producto de un capitalismo acelerado que chocaba con valores existentes arcaicos. El incidente de la toma de la mezquita de La Meca representó el punto álgido de estas manifestaciones. En la década de los 90 se reiniciaron las tensiones interislámicas. El gran detonador fue el llamado a las tropas extranjeras. Vastos sectores del clero islámico, tradi-cionalmente gobiernista, comenzaron a criticar duramente a la monarquía. Eran el 45% de los firmantes en las peticiones al rey a principios de la década de los noventa. Más aún, se puede hablar de nuevos fundamentalistas y su reacción conservadora a partir de la guerra: la juventud ingresó a grupos radicales que no parecen ser tan cooptables como el clero tradicional. Los nuevos fundamentalistas eran el resultado de vastos programas de educación islámica iniciados a partir de la década de los 70 -en el marco de la modernización de la época" de Feisal. Pero en la década de los noventa la extensión del sistema educativo no iba a la par con oportunidades de empleo. La alternativa islámica se perfila como la única fuerte ante la ausencia de corrientes seculares, porque la práctica política ha sido muy pobre y no ha habido grandes corrientes alternativas. Han faltado espacios de debate. La mezquita y las universidades islámicas, que han sido órganos legitimadores tradicionales, y aunque han sido controladas directamente por el estado, se convierten, ante la ausencia de otras alternativas, en el foco de resistencia. La respuesta estatal no tardó en aparecer. Arrestos, la prohibición de la prédica para los activistas y la condena oficial por parte del clero gobiernista. Para ejercer un mayor control sobre las mezquitas se fundaron en 1994 el Consejo Supremo de Asuntos Islámicos y Consejo para la Guía Islámica. Por el momento, este tipo de resistencia ha sido disminuida.
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tribus, nómadas y beduinos El tribalismo no es algo colateral sino estructural, y la conexión con Occidente y la necesidad de supervivencia de los saudíes hizo posible su continuación y extensión. La fundación del reino se efectuó a partir de una conquista tribal a partir del Nedy. Hasta hace apenas dos siglos los saudíes no eran más que un familia de notables en un pequeño oasis de esta región. La cohesión tribal fue un pilar fundamental en expansión y fundación del reino. Mostrando la relevancia de lo tribal existente, el rey Fajd ha exaltado en repetidas ocasiones los valores tribales, como la rectitud moral, la solidaridad y la lealtad, criticando la corrupción e inestabilidad de la vida urbana. Empero, lo tribal ha tenido efectos positivos y negativos para los saudíes. Por un lado, ya no habrá ni botín ni saqueo, sino millonarios subsidios y favores. Las prácticas tribales contribuyeron a aliviar las disparidades que el estado o bien creó o no pudo solucionar. Lo tribal continuaba en redes clientelistas al no haber una verdadera burocracia o partidos políticos. Las tribus están vinculadas con la casa real, por ejemplo, por matrimonios. Los matrimonios pactados siguen siendo un instrumento tribal, tanto fuente de alianzas, como instrumento para crear dependencia, marginalización o quebrar la cohesión tribal. Las instituciones tribales continuaron como foros: la audiencia pública del rey con los viejos de la tribu, quienes funcionan como consejeros, o con el pueblo quien charla con el rey sobre sus problemas cotidianos. Las actuaciones tribales ayudaron a adaptarse a la administración estatal central, sin reemplazarla, tan sólo modificándola. Lo tribal se convirtió en factor fundamental para extender la autoridad estatal: entre los gremios urbanos o en las ciudades surgían asociaciones tribales, vinculadas a veces, con una genealogía mítica. Lo tribal contribuyó a disminuir la ansiedad de las nuevas brechas sociales. Por el otro lado, los valores tribales unieron a aquellos que compartían la tradición, conservatismo, austeridad y religión y\o se alejaban o eran alejados del proceso modernizante. Una desorientación ideológica nace a partir del colapso de los valores tradicionales en la que fue una sociedad austera e igualitaria. Por ejemplo, la disonancia entre las costumbres tradicionales y las modernas condujo a una insatisfacción y alienación con la abundancia y la occidentalización. La toma de la Gran Mezquita mostró que había tribus descontentas (Utaiba, Dawasir, Yam, Qajtan, Mutayr), que aunque tradicionalmente eran aliadas al régimen, sentían que habían sido desplazadas por las clases medias emergentes. Criticaban que la dinastía se hubiese apartado del islam, coartado las expresiones populares, que
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fuese aliada de los Estados Unidos e Israel, y corrupta y derrochadora. La toma tuvo apoyo en áreas rurales. Era un movimiento antimodernista, mixtura de Ikwan -primera gran rebelión religiosa y tribal a finales de la década de los 20-, mesianis-mo, protesta social y tribal. Fue una gran segunda explosión violenta tribal y religiosa, desde abajo y en contra del estado central. ¿Habrá una tercera? No quiere decir todo esto que las todas las tribus se mantienen intactas. Muchas han tendido a desintegrarse cuando hallaron empleo en las ciudades y en la industria petrolera o cuando sus jefes se convirtieron en terratenientes y los miembros de la tribu, en proletarios.
trabajadores extranjeros Son el producto directo de la modernización -la afluencia petrolera- y sin ellos esta no se puede continuar. La monarquía ha tenido que enfrentarse a presiones populares obreras y presiones de sectores religiosos a causa de su presencia. La afluencia de trabajadores extranjeros trajo nuevas ideas y un nuevo tipo de conflicto. Los años 1953 y 1956 vieron el nacimiento de protestas de clase obrera y de sus comités que iban más allá de afiliaciones tribales. El rey contestó con represión. En la segunda mitad de la década de los 60 se sintieron presiones de obreros que no podían tener sindicatos ni hacer huelgas. Existía una mano de obra extranjera, palestina, yemenita, egipcia, siria y libanesa identificada con los movimientos nacionalistas de la época63.
El tercer plan quinquenal de la década de los 80 planteó una reducción en la mano de obra extranjera debido a la presión del clero islámico quien argüía que minaban la cultura islámica. Hasta el momento los éxitos han sido pocos en ese sentido. Hay que tener en cuenta que la gran presencia de trabajadores árabes ha sido considerada como una ayuda al desarrollo regional -parte del prestigio regional de los saudíes- pues las transferencias de los salarios a sus países de origen es de millones de dólares anuales. Además, los jóvenes sauditas, mejor educados y más urbanizados (menos tribalizados) que sus padres, desprecian el trabajo manual, pues lo hacen los extranjeros, y aspiran a trabajos profesionales muy bien remunerados. No se sabe exactamente cuántos hay. Se dice que 2 millones. ¿Serán un peligro? La mayoría es extranjera, pero están controlados por el estado, así que su puesto de
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trabajo estaría en juego. Tal vez no parece que sean un peligro pues hablan idiomas distintos y son de culturas distintas. Sin embargo, algunos autores apuntan que existe una tensión entre la comunidad de trabajadores extranjeros sin derechos y una minoría de ciudadanos sauditas. El reino continúa con el proyecto de saudicizar la mano de obra. Por ahora le toca continuar con esa dependencia sin alienar al islam y sin detener la modernización.
5. los estados unidos: de la convergencia a la desavenencia Para Occidente la monarquía es muy importante. Para la monarquía Occidente es clave. Recordemos la importancia del país. Produce 8 millones b/día y posee 1/4 de las reservas de la región -duración aproximada 110 añosy el 20% de las mundiales. Es el primer exportador de crudo y los Estados Unidos el primer consumidor64. Su industria petroquímica es una de las más importantes del mundo. Arabia es el socio comercial más importante de los Estados Unidos: entre sus compras recientes, armas, aviones y centrales eléctricas65. Los dineros saudíes interesan a los bancos americanos. El fundamentalismo wajjabita puede desafiar al fundamentalismo radical. Su estabilidad interesa a Occidente. Durante la guerra fría y después de la crisis del 73, las potencias se preocuparon por disminuir la dependencia energética. Los Estados Unidos desarrollaron recursos nacionales y redujeron importaciones. Pero ante las nuevas situaciones -el estrechamiento de vínculos con las petromonarquías, el debilitamiento de los radicales de la OPEP, la posguerra fría, y la destrucción del Irak-, la actitud americana ha cambiado. La tendencia actual, que fue duramente cuestionada durante la ola de nacionalizaciones de la década de los 70, se denomina integración vertical o monopolística. Vemos cómo se están integrando prospección, explotación, refinación, transporte y venta. Los intereses de los exportadores se juntan con los de los consumidores. Sus críticos hablan de una recolonización semejante a las concesiones de épocas anteriores66. Desde hace varios años los exportadores petroleros se han visto en la necesidad de obtener capital extranjero, pericia, práctica y experiencia para mantenerse al día. Mal que bien, todos los miembros de la OPEP, debido a la falta de capital por la crisis de mediados de los 80, han seguido esos rumbos. Terminó la época del nacionalismo petrolero. Se trata de una nueva constelación de poder. Algunos ya hablaban del control de las multinacionales con
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algunos exportadores y del eje Riad-Washington. Con Arabia y Kuwait aliados de los norteamericanos, la OPEP no juega un papel importante67 . La producción petrolera de los Estados Unidos ha descendido a su nivel más bajo en los últimos 40 años. Al mismo tiempo el consumo ha aumentado, importándose casi el 50% -un verdadero record en la historia gringa. Para 1985 se importaba el 27%. Las necesidades petroleras de los americanos crecen, mientras que investigación y desarrollo de esa industria han decaído. El petróleo cobra cada vez más importancia y por lo tanto es vital para los norteamericanos. En 1974 cayó a 60.2% de las exportaciones mundiales; 38% en 1985; 46,1% en 1995 y 60% en 201068. Esta situación puede durar, siempre y cuando los países exportadores puedan continuar satisfaciendo la creciente demanda de los consumidores y que los americanos puedan evitar cualquier intento de transformación en su contra69. Lo que hasta el momento ha funcionado a la maravilla. Los americanos no parecen sentirse vulnerables. Pero, finalizando esta década, los intereses gringos están creando tensiones en el marco de una recomposición del orden regional. Se trata de un reposicionamiento de actores regionales e internacionales70. Varios son los escenarios que han conducido a un enfriamiento de relaciones con los Estados Unidos. Estos, quienes a principios de la década se presentaban como la solución a problemas regionales, están cumpliendo un papel ambiguo y en contra de varios intereses árabes71. Los saudíes, junto con otros actores regionales, critican la política contradictoria norteamericana que consiste, por un lado, en rechazar cualquier presión fuerte sobre Israel, estancando así el proceso de paz árabe-israelita, pero, por el otro, bloquear al Irak. Los árabes rechazan un castigo militar a este país y les incomoda la fortaleza de Israel72. Los reveses norteamericanos no tardaron en aparecer73: en diciembre de 1994 se reunieron, en Alejandría, Mubarak, Assad y el rey Fajd siendo esta la cumbre más importante desde la crisis del Golfo en 1990. Los tres deseaban un liderazgo árabe, criticaron a Israel como el eje dominante y apoyaron el proceso de paz árabe-palestino. Más grave aún, los estadounidenses creen que pueden separar lo económico de lo político, y la cuestión palestina de la integración económica. Dentro del marco del proceso de paz iniciado en Madrid en 199174 la conferencia de Doha, en noviembre de 1997, sufrió el ausentismo de la mayoría de los países árabes, entre ellos Arabia Saudita. El fracaso fue rotundo. Así mismo, este país asistió a la Conferencia Islámica
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en Teherán (!) en diciembre de 1997, asestando un duro golpe a la campaña de israelíes y norteamericanos que propugnaba contra la carrera de armamento no convencional y que hacía ver a Irán como el culpable por construir este tipo de armas. A esta conferencia se le puede interpretar como la cumbre anti-Doha. Aquí se hizo un llamado a la solidaridad islámica, buscando así otros aliados o posibilidades de solución a los diversos males que acosan la región. Las relaciones saudo-iraníes están prosperando. ¿Puede Arabia darse el lujo de alejarse de los norteamericanos? Los saudíes conocen las necesidades norteamericanas y posiblemente creen que tienen que aceptar sus nuevas relaciones internacionales. Pero son muy dependientes como para oponerse a su aliado de las últimas décadas. Si históricamente la conexión con Occidente ha sido un pilar fundamental del régimen, el enfriamiento actual no es sino meramente coyuntura!. Tal vez se trata de una táctica para lograr de los norteamericanos algunas concesiones, por ejemplo, en el proceso de paz. O probablemente, para limar asperezas con los sectores críticos, religiosos y seculares, en el interior. No sabemos si la situación es el reflejo de las tensiones que se están gestando al interior en la lucha por la sucesión. 6. conclusiones y perspectivas: entre lo antiguo y lo moderno Varios siglos atrás Ibn Jaldún expresó en su célebre Muqaddimah75 que la cohesión tribal sumada a la unidad religiosa habían sido las fuerzas tradicionales en Arabia central. Pero así mismo, las cíclicas y reiteradas luchas en esta región, basadas en estos dos factores, conducían a poderes poco centralizados y de corta duración. Los saudíes, sin embargo, han roto este esquema y han podido permanecer gracias a la variable externa: los intereses occidentales (por ejemplo, petróleo y entidades financieras saudíes) y el subsiguiente apoyo extranjero y la modernidad (el estado y la infraestructura que permite centralizar). Así, tan sólo a partir de este siglo se inicia un proceso bastante estable de centralización terminando con la inestabilidad y la falta de centralismo cíclico en Arabia central. Los saudíes han sido muy hábiles para situarse entre dos mundos. Precisamente esta posición intermedia es la clave de su dominio. Han sabido conservar un orden tradicional, tribalismo y religión, pero han utilizado la modernidad para su beneficio. Una excesiva modernización, tal vez, hubiera conducido a grandes transtornos. Pero una paulatina modernización o la posición intermedia hace posible la pre-
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eminencia. Esta ha sido su gran jugada. El sistema ha perdurado porque ha sabido hábilmente hacer un buen uso de la conexión con Occidente, la religión y el tribalismo. La tribu no dejó de existir con la creación del estado -como ha sido el caso históricamente en otros escenarios. Se trata de una apropiación de formas estatales para la conservación del monopolio del poder. Los saudíes nunca transformaron del todo su ethos tribal: continuaron siendo un gran grupo emparentado que es organizado y regulado de acuerdo a vínculos sanguíneos o de linaje familiar. La dinastía continuó una relación directa con la mayoría de la sociedad (muchos príncipes y poca población), -de acuerdo a prácticas tribales de vieja data. Pero también les tocó funcionar como estado: monopolizaron el poder en un territorio definido, y han tenido que ver con lealtades más complejas que las tribales y más diversas; se necesitaba la cooperación de grupos diversos y de instituciones estatales. Con los recursos producto de la modernidad se adaptaron a las nuevas circunstancias, cooptando o subsidiando tribus (osea, multiplicando lo tradicional), absorbiendo o comprando clases medias que ingresaban a lucrativos puestos dentro del Estado. Los recursos permitieron que el dominio patrimonial, la consecución de legitimidad y la administración profesional se adaptaran a las transformaciones sociopolíticas producto de la modernización. Se trata de un proceso de modernización no llevado a término y que ha cumplido un papel dual: ha traído estabilidad pero también crisis. La modernización saudí tiene como objetivo la conservación del orden tribal y religioso. Esto es lo que llamamos una modernización conservadora76. Al lado del auge del sector privado, los planes quinquenales, las grandes inversiones, la fuerza financiera, las modernas construcciones y el alto ingreso per cápita se sitúa una sociedad tradicional. Lo conservador no debe ser entendido como una imposición desde arriba sino como una vertiente estructural del sistema. No es solamente la relación entre tribus, sino inclusive la dinámica de las resistencias, es decir, las reacciones conser vadoras: la toma de la mezquita, el conflicto contra otros sectores religiosos (los shiitas) y las alternativas islámicas después de la guerra del Golfo. La unidad religiosa puesta en entredicho iniciando la década de los 90 ha sido, al parecer, aplacada. Pero se acentúa la crisis de legitimación pues hay tropas extranjeras en la región. La alianza con los Estados Unidos no favorece del todo al reino. Tal vez por esto se están buscando otras alianzas. El gran temor de la monar-
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quía es volver a vivir una crisis como la de 1990-91. Reconstruir legitimidad y conseguir fondos son los imperativos del reino. El resultado es una política de garrote y zanahoria que muestra a una monarquía reformista y golpeada en un momento determinado, que cuenta con una gran apoyo extranjero (a pesar del enfriamiento coyuntural con los norteamericanos) pero que necesita otros apoyos internos: al sector privado y a la tecnocracia con la que va a compartir los riesgos. Además, todavía está en capacidad de reprimir en caso necesario. Se trata de un término medio: cree contentar o cooptar con la shura. Las reformas son moderadas porque no pueden tocar los cimientos tradicionales de estabilidad: no pueden trastocar ni el poder de los sauditas, ni el tribalismo, ni la unidad religiosa y ni la conexión occidental. El reformismo tiene el imperativo de la conservación del poder. Las reformas políticas no significan un paso hacia una apertura política estilo occidental. Intentan, por el contrario, afianzar el orden político tribal y tradicional. El mismo rey es consciente de que hay que modernizar guardando «la fuerza de las tradiciones»77. Se continúan defendiendo principios tradicionales. No se puede argumentar en el caso Saudita que el reformismo haya debilitado o reducido el Estado. La shura no tiene un poder político real. Hasta ahora el proceso ha sido muy lento y de poca duración. Se constata más bien, todavía, una continuidad en la gran presencia estatal y de la monarquía, a pesar del reformismo. Por ahora el proyecto consiste en desmantelar al Estado en su papel de regulador de tensiones sociales y de productor por una alianza de la monarquía islámica y tribal y nuevos hombres de negocios que prosperan basados en la dependencia y en el desarrollo de determinados sectores económicos del país. El estado Saudita está decidido a generar procesos productivos que se vinculen al mercado mundial mediante políticas garantizadas por el mismo. El futuro dirá qué tanto se avanzará en este sentido. El reino cuenta con factores a su favor. Cualquier desafío interno o externo debe ser compensado por el apoyo de los norteamericanos. Riad prefirió la protección directa de Occidente a los planes de defensa conjuntos con otros árabes, como Egipto y Siria. Está más claro que nunca que después de la guerra del Golfo, Arabia depende del apoyo militar de Estados Unidos. Cuenta con una riqueza petrolera necesaria para Occidente. Este protege el sistema para proteger el petróleo a bajo precio. Los países petroleros no disminuyen su importancia. A esto se agrega el
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rango de potencia financiera y su prestigio. No se ha sufrido de una disminución de los flujos financieros mundiales como en muchos países del tercer mundo. Ante la derrota del último de los radicales nacionalistas -Irak-, y la desaparición de la URRS, el régimen no teme a una subversión de tipo modernista o radical. Los saudíes fueron muy cautos con las fuerzas regionales ya que en las décadas de los 50 y 60 los líderes regionales eran los nacionalistas radicales, tales como el Egipto nasserista, Siria e Irak. Eso pasó a la historia. Aunque el oasis de riqueza esté rodeado de la pobreza de yemenitas, iraquíes y jordanos, los americanos y el dinero saudí están como nunca dispuestos a aniquilar cualquier gobierno revisionista del status quo. La alianza con el clero continúa y ha sido fortalecida a la vez que se ha mostrado la capacidad de control del reino sobre aquel. No parece, por ahora, haber peligrosos fraccionamientos religiosos a pesar de la disidencia emanada de la guerra del Golfo y la oposición shiita está siendo cooptada y fraccionada. En la shura de 1997 se incluyeron dos shiítas. A su favor está también el tamaño, ubicuidad y cohesión interna de la familia real. Las monarquía ha sido hábil en mantener el poder en una sola familia, evitar grandes conflictos entre ella78 y evitar exigencias de participación de otros sectores y tribus. El rey ha dicho que los ciudadanos no deben perder sus logros. Parece que desmontar el Estado social se hará de una manera muy sutil. El reino ha mostrado capacidad de adaptación a nuevos desafíos. La población autóctona es poca, el aparato represivo es fuerte y la debilidad de la oposición, significativa. Pero, hay peligros potenciales. El fuerte gasto armamentista hace sentir seguro al país, pero, ¿la carrera armamentista regional no será un descalabro hacia el futuro? Nos podemos preguntar si las cifras positivas y el reformismo traerán la tranquilidad que el régimen ansia: existen potenciales víctimas del reformismo como una gran diferencia de ingresos entre las petromonarquías y los países subdesarrollados en la región (idea que se ha popularizado después de la guerra y que muchos consideran que debe cambiar), problemas fronterizos (con Yemen, Irak, Bajrein), el posible resurgimiento de Irak y conflictos entre miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Bajrein contra Qatar por ciertas islas).
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La dependencia, ¿podría desprestigiar a las monarquías, como sucedió durante la guerra?; y el clero islámico, ¿podría protestar en ese sentido como lo hizo en 1990 y 1991 ante una situación análoga? El gasto en lujos es inmenso. La privatización ha sido lenta. El reino ha jugado cautamente pues todavía depende del petróleo. El crudo parece que seguirá a los mismos bajos precios y cualquier alza en la demanda será contestada por países que no son de la OPEP. El retorno del petróleo iraquí al mercado podría ser desastroso para el reino; de ahí que los americanos deseen continuar con el bloqueo. EJ gobierno ha comenzado a cobrar impuestos so pena de reclamaciones de representatividad. Es un riesgo grande. Se nota la desesperación. La conexión con Occidente ha traído a colación contradicciones con la sociedad tradicional, como durante la guerra del Golfo, ¿podrán volver a tener lugar? Con razón existe una paranoia que conduce a comprar más armas.
notas 1
OWEN, Roger, State, Power and Politics in the Making of the Modera Midd/e East. Routledge, Londres y Nueva York, 1992. 2 ISLAMI, A. Reza S. y MEHRABAN KAVOUSSI, Rostam, Tbe Political Economy of Saudi Arabia. Universidad de Washington, Seattle, 1984. 3 La bibliogafla sobre el estado rentista, originada a mediados de los 70 en estudios sobre el Irán, es inmensa y se ha aplicado a otros países; véase ínter alia, PAWELKA, Peter, Der Vordere Orient und die Internationale PolitiL KohJhammer, Stuttgart, 1993, pp. 103-110; RICHARDS, Alan y WATERBURY, John, A Political Economy of tbe Middle East: State, Class, and Economic Development, Westview, BouJder, 1990, pp. 8-15. 4 KOSTINER, Joseph, "Transforming Dualities: Tribe and State Formation in Saudi Arabia", en KHOURY, Philip S. y KOSTINERJoseph, Tribes and State Formation m tbe Middle East. University of California Press, Berkeley y Los Angeles, 1990, pp. 226-251. La publicación del libro suscitó un gran interés por un campo de investigación muy poco desarrollado, como es la relación entre la tribu y el Estado en el Medio Oriente. 5 REISSNER, Johannes, "Saudi-Arabien und die kleineren Golfstaaten", en ENDE, Werner y STEINBACH, Udo, Der Islam in der Gegenwart. C. H. Beck, Munich, 1996, pp. 541-542. 6 HIRO, Dilip, Inside tbe Middle East. Routledge, Nueva York, 1982, pp. 11-15; del mismo autor, Holy W"ars: Tbe Rise of Islamic Fundamentalism. Roudedge, Nueva York, 1989. 7 EILTS, Hermann Frederick, "Saudi Arabia: Traditionalism versus Modernism -A Royal Dilemma?" en CHELKOWSKI, Peter J. y PRANGER, Robert J, Ideólogo and Power in the Middle East Studies in
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Honor of George Lenczowski, Universidad de Duke, Durham y Londres, 1988, pp. 56-88. 8
AMIN, Samir y GONZÁLEZ CASANOVA, Pablo, Mondialisation etaccumulation.
L'Harmattan, París. 9
El primer reino saudí existió desde 1744 hasta 1822, el segundo, desde 1823 hasta 1884 y
el tercero se fundó en 1932 y es el que estamos analizando. 10
Sobre las sociedades urbanas y su desarrollo véase, REISSNER, op. cit.
11
HOURANI, Albert, "Ottoman Reform and the Politics of Notables", en HOURANI, Albert, KHOURY, Philip S. y WILSON, Mary, The Modern Middle East: A Reader. Tauris, Londres, 1993, pp. 83-110. Las primeras negociaciones exitosas de este tipo datan de 1899, cuando la familia Sabaj de Kuwait se convierte en protegida del Imperio británico. 12
Los reinos de Irak y Transjordania fueron fundados por los británicos. Egipto, aunque nominalmente independiente, era, en el fondo, un protectorado. 13
LAURENS, Henry, "Pourquoi Ryad préfére le parapluie américain", en Le Monde Diplomatique, agosto 1992. 14
Los perdedores eran: una fracción conservadora compuesta por el viejo rey Ibn Saud, algunos de sus hijos, clero islámico y jefes tribales quienes se aferraban al viejo orden; y una progresista, constituida por el príncipe Talal y por burócratas liberales quienes proponían reformas estructurales y constitucionales, inclusive un parlamento, y un acercamiento a los regímenes revolucionarios mediante cooperación en desarrollo. Esta última tuvo una corta duración. Talal fue cooptado y se convirtió en un gran ejecutivo a finales de los 60, en plena bonanza petrolera. 15
En este sentido, las revoluciones árabes (Egipto, Irak, Libia y Siria) tuvieron lugar en sociedades más modernas e insertas más profundamente en Occidente, lo que les trajo como consecuencia que sus estructuras sociales fueran trastocadas, polarizadas y politizadas. 16
Este proceso lo denomina Kepel la islamización desde arriba, véase KEPEL, Gilles: La revancha de Dios: cristianos, judíos y musulmanes a la reconquista del mundo. Anaya y Mario Muchnik, Madrid, 1995, pp. 42-43 17
CORM, Georges, Fragmentation of the Middle East: The Last Thirty Years. Hutchinson, Londres, 1988, pp. 70-92. El autor señala cómo el sha de Irán perdió el trono al no vincular modernismo con religión. Agrega que el revivalismo islámico es un producto de Occidente ya que sin petrodólares no se hubiera podido apoyar con tantos recursos la causa islámica. 18
No se sabe exactamente cuántos trabajadores y técnicos extranjeros trabajan en Arabia Saudita; en la actualidad se calcula el número de habitantes no sauditas en 4,6 millones aproximadamente; véase REISSNER en NOHLEN, op. cit.,p. 471. I9 NEHME, Michel G, "Saudi Development Plans between Capitalist and Islamic Values", en Middle Eastern Studies, v. 30, No. 3, julio 1994, pp. 632-645. 20
KOSTINER, op. cit, pp. 242-246.
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Sobre la naturaleza de esta famosa toma, a la que nos referiremos varias veces, véase el subcapítulo 'Tribus, nómadas y beduinos". 22 REISSNER en NOHLEN, op. di., p. 475. 23
GRESH, Alain, "Le monde árabe orphelin du développement et de la démocratie", en Maniere de voir: Proche-Orient une guerre de cents ans. París, 1991, pp. 92-95. 24
Financial Times, Special Supplement on Saudi Arabia, 20 de diciembre de 1995.
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LOONEY, Robert, "Structural and Economic Change in the Arab Gulf after 1973", en Middle Eastern Studies, v. 26, No. 1, 1990. 26 New York Times, 22 de agosto de 1993; Washington Post, 28 de octubre y 18 de diciembre de 1994. 27
crisis y guerra del Golfo abarcó todos los grandes tipos de conflicto que tradicionalmente han afectado a la región: el conflicto interárabe, el árabe-israelí, el palestino-israelí, conflictos sociales, étnicos y religiosos, conflictos por fronteras no reconocidas, el petróleo y la intromisión de las potencias extranjeras. En ese sentido la guerra hace parte de una serie de grandes impactos cuyas consecuencias han sido siempre profundas y variadas. Estos grandes impactos fueron la invasión napoleónica de 1798 -que desencadenó la gran expansión imperialista- la primera guerra mundial, la primera guerra árabe israelí (1948-49), la segunda guerra árabe israelí (1956) y la guerra de junio (1967); véase BOSEMBERG, Luís E., "La segunda guerra del Golfo y su importancia regional e internacional: ¿Impacto coyuntural o trascendencia histórica?" en Historia Crítica, No. 8, julio-diciembre 1993, pp. 17-33. 28 GRESH, Alain, Le Golfe, frontiére de la sécurité américaine, en Le Monde Diplomatique, enero 1995. 29 Entendemos por rentas estratégicas o políticas aquellos apoyos diversos (armamento, logística, capital) que provienen por la posición estratégica de Arabia, de la necesidad de apoyarla en la lucha contra radicalismos (ya sean de izquierda, nacionalistas radicales o fundamentalistas radicales) y, sobre todo, de Jos deseos de los Estados Unidos de que el país se mantenga estable. 30 LAZARE, Francoise, "Méme Ryad emprunte", en Le Monde, 19 de febrero de 1991. 31 AMIN y GONZÁLEZ CASANOVA, op. cit., pp. 100-101. 32 FAKSH, Mahmud A. y FARIS, Ramzi E., "The Saudi Conumdrum: Squaring the Security Stability Circle", en Third World Quarterly, v. 14, No. 2, 1993, pp. 277-293. 33 Véanse las peticiones, grupos y programas diversos en NAKHLEH, Emile A., "Regime Stability and Change in the Gulf: The Case of Saudi Arabia", en SATLOFF, Robert B. (comp.), ThePolitics qf Change in tbe Middle East. Westview, Boulder, 1993, pp. 119-144; sobre las diversas y potenciales resistencias véase, SALAME, "Ghassan, Political Power and the Saudi State", en HOURANI, Albert y otros (comp.), TbeModern Middle East. A Reader. Tauris, Londres, 1993, pp. 596-598. 34 GRESH, Alain, "Les nouveaux visages de la contestation islamique en Arabie saoudite", en Le Monde Diplomatique, agosto 1992. 35 Arabia Saudita en épocas de crisis ya había prometido reformas. Durante los disturbios de 1962 -cuando además se estaba en una guerra indirecta con el Egipto
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nasserista, vía Yemen, se habló de una constitución. Ante la toma de la Gran Mezquita de La Meca en 1979, se anunció una ley básica que incluiría una cláusula para la creación de una asamblea consultativa. A principios de los 80 ante presiones se prometió una apertura política. Nada sucedió. 36 Algunos analistas han sugerido que hubo presiones por parte de los norteamericanos para iniciar un proceso democrático dentro del contexto del "nuevo orden internacional" y los procesos de democratización de inicios de la década. 37 Se iniciaron en marzo de 1992 cuando se promulgó una Ley Fundamental, como también dos textos adicionales. Consta de tres partes: la Ley Básica de Gobierno, la Ley sobre el Consejo Consultativo (shura) y la Ley de las Provincias. La propuesta reforma las bases del gobierno y regula la participación política. 38 Véase la propuesta del rey en SATLOFF, op. cit., p. 138 y ss. 39 A1 respecto volveremos en el subcapítulo "El sector privado y la nueva clase media". 40 AL-RASHEED, Madawi, "God, The King and The Nation: Political Rhetoric in Saudi Arabia in the 1990s", en Middle East Journal, vol. 50, No. 3, verano 1996, pp. 359-371. 41 Secteur privé et diversification de l'économie, enArabies, mayo de 1996, pp. 4854. 42 Arabies, octubre 1994. 43 Véanse las medidas para apoyar el sector privado en Arabies, mayo 1996, p. 58. 44 Statistiques annuelles. Nov-Dec 1994 citadas por AL-RACHED, Mahmoud, "La province ouest tradition, modernisme et performance", enArabies, mayo 1996, pp. 34-43. 45
"Arabie Saudite", en Le Monde: Bilan du monde: L'année économique et social, 1995, París, 1996, p.
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"Arabie Saudite", en Le Monde: Bilan économique et sociak, 1994, París, 1995 p. 126.
"Garder une poire pour la soif", enArabies, febrero 1995, pp. 32-33 SOBH, Samir, "Le chantier des privatisations: dimensions et limites", enArabies, octubre 1996, pp. 35-40 49 GRESH, Alain, 'The Most Obscure Dictadorship", en Middk EastReport, noviembre-diciembre 1995, pp. 2-8; del mismo autor, "Fin de régne en Arabie Saudite", en Le Monde Diplomatique, agosto, 1995. 50 BADR, Salem y MOUTIH al-Nounou, "La tradition de la continuité", en Arabies, febrero 1996, pp 12-14. 51 SOBH, Samir, "Privatisations: comment et jusqu'oú?" en Arabies, octubre 1996, pp. 32-34. 52HIRO, Holy Wars, op. cit., p. 111 53 Sobre la condescendencia con la que aún hoy en día se trata a las tribus derrotadas o debilitadas véase, AL-RASHEED, Madawi y AL-RASSHEED, Loulouwa, 'The Politics of Encapsulation: Saudi Policy towards Tribal and Religious Opposition", en Middle Eastern Studies, vol. 32, No. 1, enero 1996, pp. 96-119. 54 OWEN, op.át, pp. 68-71. 55 GRESH, Alain "Les mystéres d'un attentat en Arabie saoudite", en Le Monde Diplomatique, septiembre 1997 48
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Una excelente interpretación sobre los ejércitos mesoorientales en PICARE), Elizabeth, "Arab Military in Politics: From Revolutionary Plot to Authoritarian State", en LUCIANI, Giacomo (comp.), The Arab State. University of California Press, Berkeley, 1990, pp. 189-219. 57 GRESH, Alain, "Les nouveaux visages...op. cit. 58 Las altas rentas externas hacen posible que no se invierta en los sectores productivos (industria y agricultura) y que el capital y el trabajo sean transferidos al sector de servicios. El capital y el trabajo abandonan el sector productivo creando deformaciones; véase PAWELKA, op. cit., pp. 106-107; RICHARDS y WATERBURY, op. cit., pp. 13-15. Algunos autores más optimistas apuntan que hay que tener en cuenta que no ha pasado mucho tiempo como para que el impacto industrializador se sienta en otros ámbitos. Señalan que se vivió una ruptura muy grande dentro de la sociedad tradicional de tal manera que no hay conexión directa entre la introducción de la industria moderna y la historia de las relaciones de producción en la región. Así pues, la falta de industrialización ha sido dependiente de dinámicas internas mas no externas. No es un fenómeno histórico sino geográfico. No ha habido una coordinación regional de esfuerzos. Falta, pues, una integración nacional y regional; véase LOONEY, "Structural and Economic Change", op. cit. 59 VéasecitaNo. 14. 60 Fue Tocqueville quien plasmó la idea de que a las clases medias, cada vez más ricas y conscientes de su importancia social, les resultaban intolerables los privilegios aristocráticos, véase de TOCQUEVILLE, Alexis, The Anden Re'gime andtheFrench Rewlution, Oxford, 1937. 61 El régimen prohibe las salas de cine -algo único en el mundo-, censura toda forma pública de expresión artística, tienen lugar ejecuciones públicas, se cortan manos por robo, se toman medidas contra el flujo de información, las mujeres no pueden manejar, etc.; véase "Bourreaux et censeurs", en Le Monde Diplomatique, agosto 1995. 62
Los Ikwan eran un ejército permanente creado a partir de tribus beduinas sedentarizadas; poseían un fervor religioso, destreza militar y no tenían interés en puestos oficiales. Con ellos se conquistaron 4/5 de la península en las décadas de los 20 y 30. Eran una hermandad religiosa militar de origen beduino. Pero se volvieron incontrolables. La centralización del poder creó tensiones entre ellos y los saudíes. Los
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valores tribales -según los Ikhwan- se estaban diluyendo. Los Ikwan se convirtieron en voceros del tradicionalismo, religioso y tribal, que exigía la continuación de los cacicazgos y su autonomía, los pillajes y el botín y el derecho a comerciar libremente; criticaban los impuestos, los nuevos centros de comercio y la prohibición de ataques a otras provincias o países. En la rebelión de 1927-30 se impuso el Estado central Saudita sobre sus antiguos aliados tribales. 63 NEHME, Michel G., "Saudi Arabia 1950-80: Between Nationalism and Religión", en Midd/e Eastern Studies, vol. 30, No. 4, octubre 1994, pp. 930-943. 64 Los países del Golfo tienen el 70% de las reservas mundiales y representan el 43% del mercado internacional. 65 Arables, noviembre 1994. 66 The Economist, 13 de julio de 1991, p. 67. 67 AARTS, Paul "Democracy, Oü, and the Gulf War 2", en Third WorldQuarterty, vol. 13. No. 3,1992, pp. 525-538. 68 GRESH, Alain, "Ces colorines vacillantes du Proche-Orient, en Le Monde Diplomtique, noviembre 1996. 69 SARKIS, Nicolás, "Le pétrole du Golfe toujours plus convoité", en he Monde Diphmatique, noviembre 1994; del mismo autor, "La levée de rembargo sur le pétrole irakien: nouveaux signaux contradictoires", en Arabies, octubre 1995. 70 Valga la pena, además, mencionar la alianza rurca-israelí. Como también la posibilidad de la formación de un eje ruso-sirio-iraní. Sobre este tema véase el "Dossier: Russie-Monde Árabe: Le come-back", en Arabies, julio-agosto 1997 y BOUNAJEM, Michel, "Le monde árabe vu de Moscou", enArabies, julio-agosto 1997. En junio de 1997 varios países árabes aligeraron el bloqueo contra Libia. Siria ha ganado espacios fortaleciendo el eje Damasco-Riad-Cairo, como también visitando Teherán. 71La situación es peligrosa ya que varios son los problemas a los que no se les está buscando una solución: Irak continúa invadido y fraccionado; en el Kurdistán compiten fuerzas internas y regionales; se acelera la carrera armamentista de destrucción masiva y continúan las tensiones en el sur del Líbano. 72 La fortaleza de Israel está basada en la división árabe, el debilitamiento del Irak, el mundo unipolar y la gran influencia del lobby judío en los Estados Unidos. 73 Sobre los problemas de los Estados Unidos en la región véase, QUANDT, William, "Fiasco américain au Proche-Orient", en Le Monde Diphmatique, octubre 1996. 74 Se celebraron una serie de conferencias económicas con el objetivo de integrar a Israel y estrechar vínculos regionales. La primera tuvo lugar en Casablanca en 1994, la segunda en Ammán en 1995 y la tercera en El Cairo, en 1996. 75 IBN KHALD-N, TbeMuquaddimakAn Introduction to History. Routledge and Kegan Paul, Londres, 1987. 76 Es inevitable la comparación con la Alemania del segundo imperio, en cuyo caso una clase tradicional y aristócratica,y junkers liderados por los Hohenzollern, herederos del patrimonio histórico de Prusia, y apoyados en la burocracia y en el ejército, lograron cooptar a las burguesías, permitiéndoles enriquecerse mas no influenciar en la toma de decisiones.
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De un discurso de principios de 1996, en Arabies, octubre 1996, p. 33. Aunque hay rumores de un conflicto por la sucesión entre el príncipe Abdallaj, sucesor del rey Fajd (quien está enfermo), su medio hermano y hoy ministro de guardia nacional, y los siete príncipes sudairis, los siete hijos del fundador del reino. 78
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reseña Eduardo Sáenz Rovner * SMITH, Gaddis The Last Years of the Monroe Doctrine, 1945-1993, Hill and Wang, Nueva York, 1994, vii, 280 pp. Gaddis Smith, profesor en el Departamento de Historia de la Universidad de Yale y autor de varios libros sobre historia diplomática norteamericana, nos entrega este libro sobre los últimos años de la Doctrina Monroe, entre los finales de la Segunda Guerra Mundial y el colapso del comunismo soviético. Lo que sería conocido como la Doctrina Monroe fue proclamado como parte del mensaje anual del presidente James Monroe al Congreso de los Estados Unidos en 1823. Esta proclama enunciaba que: «Los continentes americanos... no deben ser considerados como objeto de colonización futura por parte de cualquiera de las potencias europeas». «Declaramos que deberíamos considerar que cualquier intento (de las potencias europeas) en extender su sistema a cualquier porción del hemisferio como una amenaza a nuestra paz y seguridad». El «Corolario Roosevelt» de 1904 pretendió justificar la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de los países de la América Latina si éstos, según el gobierno norteamericano, no sabían cómo «comportarse», especialmente en el pago de sus deudas. El «Corolario Lodge» de 1912 consideraba que la adquisición de algún territorio en las Américas por parte de un gobierno extracontinental sería visto como una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos. Obviamente, la Doctrina Monroe y sus corolarios fueron utilizados para servir los intereses de los Estados Unidos y justificaron una serie de intervenciones estadounidenses en el continente. Los temas centrales del libro de Smith son: 1) Los últimos años de la Doctrina Monroe son inseparables de la Guerra Fría. Desde 1945 hasta el fin de la Unión Soviética, la diplomacia norteamericana en relación con América Latina se desarrolló a la sombra de frenar la supuesta penetración comunista.
* Profesor Universidad Nacional de Colombia
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2) Había un desconocimiento de América Latina por parte de los altos oficiales del gobierno norteamericano. Los gobiernos latinoamericanos eran vistos como simples peones en el ajedrez político internacional y cualquier desacuerdo con Washington les merecía que fuesen calificados como títeres de la Unión Soviética y por lo tanto como una amenaza para los Estados Unidos. 3) La Doctrina Monroe fue adaptada a las condiciones de la Guerra Fría, incluyendo las acciones encubiertas, secretas e ilegales por parte del gobierno de los Estados Unidos. 4) Hasta 1945, la Doctrina Monroe había sido propiedad de los dos partidos, el Demócrata y el Republicano. Desde 1945, la doctrina se convirtió en instrumento de los republicanos y de los conservadores de ambos partidos. 5) El fin de la Guerra Fría trajo el fin de la Doctrina Monroe. La Doctrina Monroe tuvo su final, según Smith, con el fin de la Unión Soviética y por lo tanto, con el fin de la «amenaza» comunista y extracontinental a las Américas. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, el Acta de Chapultepec de 1945 y el Tratado Interamericano de Río de Janeiro de 1947 reafirmaron los supuestos de la Doctrina Monroe, al entenderse que un ataque contra un estado americano sería considerado como un ataque contra todos los países de América. La Revolución Cubana intensificó el sentimiento a favor de la Doctrina Monroe en los Estados Unidos. El intervencionismo abierto o encubierto en los países latinoamericanos fue central en las administraciones de Kennedy, Johnson y Nixon. Durante el gobierno de Carter, se puso como meta la defensa de los derechos humanos en el continente, pero hacia finales de este gobierno se enviaron armas al gobierno salvadoreño retomándose el lenguaje y las tácticas de la Guerra Fría. Ronald Reagan se consideraba el heredero espiritual de James Monroe. Anotaba Reagan que él se opondría a «conspiraciones y maquinaciones de poderes distantes en el Hemisferio Occidental», y agregó que «La Unión Soviética había violado impunemente la Doctrina Monroe en dos ocasiones, primero en Cuba, luego en Nicaragua». Sin embargo, durante la guerra en las Malvinas en 1982, Reagan apoyó abiertamente a la Gran Bretaña, lo que demostraba que a partir de 1945 la doctrina Monroe se aplicaba unilateralmente por parte de los Estados Unidos cuando había una supuesta amenaza del «Comunismo internacional».
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Después del fin de la Guerra Fría, las tensiones de los Estados Unidos con la América Latina en los últimos años ya no tienen que ver, según Smith, con amenazas extracontinentales sino con el tráfico de drogas provenientes de los países latinoamericanos. El libro de Smith, basado en archivos estadounidenses y en fuentes secundarias, privilegia el estudio de las relaciones modernas entre los Estados Unidos y la América Latina desde una perspectiva norteamericana. Sin embargo, éste es un trabajo interesante que nos ayuda a entender las conflictivas relaciones entre los dos subcontinentes.
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