índice carta a los lectores
la sostenibilidad del desarrollo vigente en américa latina osvaldo sunkel américa latina en la política exterior de españa hugo fazio la sala doméstica en santa fe de bogotá, siglo xix. el decorado: la sala barroca patricia lara betancourt disidencia y poder en la edad media: la historia de los cátaros abel lópez historia, diversidad, transformación y sentido del fundamentalismo islámico: una introducción luis e. bosemberg esclavos sodomitas en cartagena colonial. hablando del pecado nefando carolina giraldo resúmenes reseñas notilibros
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carta a los lectores El Departamento de Historia de la Universidad de los Andes acaba de cumplir quince años de fundado. Movido desde un comienzo por la convicción de que el conocimiento histórico es absolutamente necesario en la formación estudiantil, el Departamento considera que, en la encrucijada que vive actualmente el país, la disciplina histórica debe ocupar un lugar destacado en el medio universitario. La evolución que ha tenido a lo largo de estos quince años refleja el interés del Departamento en estimular los estudios históricos en la comunidad universitaria y en el fomento de la reflexión en torno al quehacer del historiador. Por una parte, la carrera de historia, que se ofrece desde 1996, y que ya cuenta con una primera generación de graduandos, es clara muestra del compromiso creciente del Departamento, que busca no sólo contribuir al fortalecimiento de la profesión, sino además concientizar a los futuros investigadores en torno a los graves problemas que aquejan a la sociedad en general y a Colombia en particular. En el mismo sentido, la Maestría en Historia, que actualmente está en preparación, vendrá a reforzar estos dos objetivos. Por otra parte, los aportes de Historia Crítica, que va para sus once años, no han sido menos significativos. Esta revista -que también ha conocido un proceso de transformación a través del cual su calidad se ha visto fortalecida, permitiéndole llegar a una comunidad de científicos sociales cada vez más amplia y reconocida a nivel internacional-, ha enriquecido a través de sus páginas los debates teóricos, temáticos, metodológicos que siempre deben estar presentes en una comunidad académica. Sin lugar a dudas, por estas razones, escuetamente esbozadas en estas líneas, tanto el Departamento como la revista Historia Crítica cumplen un papel que no se puede desmeritar, a pesar de que todavía hay muchos vacíos por subsanar. Sin embargo, en una sociedad como la nuestra, que debe no solamente sortear las innumerables adversidades propias a los países en desarrollo, sino además convivir en medio de la guerra y del desplome del Estado -como no habíamos conocido en un siglo-, todos los esfuerzos que se realicen por recuperar el conocimiento histórico resultan de una gran valía. Esta convicción, como decíamos al comienzo, es la que nos sigue impulsando, la de hacer historia en medio de la guerra. El desafío, por supuesto, es enorme: se trata, ni más ni menos, de reivindicar la posibilidad que debe tener toda sociedad de pensarse a sí misma, de acercarse a su pasado y de interrogarse sobre su futuro, con mayor razón si los diferentes bandos intentan cerrarle el paso a este tipo de reflexiones. ***** El número 20 de Historia Crítica ofrece a sus lectores un artículo de Osvaldo Sunkel, quien hace parte del Comité Asesor de la revista. El destacado economista chileno aborda de una manera muy crítica el tema de la globalización, ofreciendo así una visión que se aleja de los discursos apologéticos que continuamente escuchamos sobre el particular. ***** Historia Crítica ofrece a sus lectores la posibilidad de consultar nuestra revista a través de internet. Para ello, disponemos de dos direcciones: en el portal de la Universidad de los Andes, que presenta
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artículos sobre temáticas internacionales; en la Biblioteca virtual de la Luis Angel Arango, dedicada a los problemas nacionales. Las direcciones son las siguientes: • http.//historiacritica.uniandes.edu.co • http://www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/indice.htm
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la sostenibilidad del desarrollo vigente en américa latina + osvaldo sunkel ∗
introducción La preocupación prioritaria por el desarrollo económico y la industrialización que había prevalecido luego de la Segunda Guerra Mundial, desapareció de la agenda pública con las urgencias derivadas en los años 70 del resquebrajamiento del régimen financiero internacional de postguerra, la secuencia de recesiones con inflación (stop-go) que le siguió, las crisis del petróleo de 1973 y 1979, y la de la deuda externa a comienzos de los 80. Debido a la ilimitada confianza en la superación de estas crisis mediante las políticas neoliberales de ajuste y reestructuración adoptadas en ese período, el tema de las perspectivas del desarrollo socioeconómico de América Latina a más largo plazo continuó brillando por su ausencia en la última década. La excepción fueron los planteamientos de la CEPAL sobre “crecimiento con equidad” y el neoestructuralismo, que no tuvieron mayor acogida, salvo parcialmente en Chile con el retorno de la democracia. Esta situación ha cambiado a la luz de los resultados obtenidos en la región en los últimos años, donde se mezclan logros macroeconómicos importantes, pero insuficientes y sumamente frágiles, como se ha visto en varias ocasiones y en particular en la actualidad, con consecuencias sociopolíticas adversas y preocupantes perspectivas de gobernabilidad. De este modo, en los últimos años, el tema del desarrollo ha vuelto al centro del escenario. Una muestra son algunas de las recientes reuniones y publicaciones del Banco Mundial y del BID, instituciones que promovieron con entusiasmo las políticas neoliberales.
capítulo I 1. del pensamiento único al pensamiento crítico Por las razones anteriores, el tema que se pretende explorar en este trabajo carecía hasta hace poco de todo interés y sentido para gran parte de la elite y tecnocracia gobernantes de la región, y para la comunidad internacional privada y pública que los apoya y con los que se identifican. En su discurso único y dominante se afirmaba en forma explícita y reiterada, o se suponía implícitamente, que el colapso del mundo socialista y la globalización del sistema internacional, junto al inédito y acelerado proceso de profundas transformaciones tecnológicas, económicas, sociales, políticas y culturales en curso, estaban configurando una situación de superación de las +
Este artículo hace parte del libro América Latina en el siglo XXI. De la esperanza a la equidad, Carlos Contreras (compilador), FCE y Universidad de Guadalajara, México, 1999. ∗ Actualmente es Asesor Especial del Secretario Ejecutivo de la CEPAL; Presidente de la Corporación de Investigaciones para el Desarrollo (CINDE) y Profesor Titular y Director del Centro de Análisis de Políticas Públicas de la Universidad de Chile.
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ideologías tradicionales, imponiéndose la democracia liberal en lo político y el sistema de mercado, en su versión neoliberal, en lo económico. De esta manera, se suponía que la sostenibilidad del desarrollo estaba plenamente asegurada en virtud del reconocido potencial de crecimiento de la economía capitalista globalizada y de la implantación del régimen democrático. Había dos fenómenos centrales que estaban influyendo positivamente sobre nuestra realidad y seguirían haciéndolo en el futuro: la globalización y el neoliberalismo. Ambos asegurarían la aplicación de tales políticas económicas y con ello un óptimo crecimiento futuro. Frente a este discurso triunfalista, apoyado parcialmente en realidades históricas incontrovertibles, los sectores progresistas, de centro-izquierda, socialistas y humanistas, renovados y no renovados, reaccionaban con escepticismo pero quedaban en verdad descolocados, confusos y perplejos. Sin embargo, en la medida que el triunfalismo neoliberal enfrenta en su trayectoria realidades complicadas y bastante menos exitosas que las esperadas, se abre nuevamente un espacio para la reflexión crítica. Lo primero que conviene precisar es que dichas ideas constituyen en realidad una nueva ideología, la del fin de las ideologías. Según ésta, se habría llegado a una estación terminal del proceso histórico, la fase final y superior del capitalismo. Este discurso comienza a debilitarse ante una realidad que lo desacredita crecientemente. La democracia, lejos de afirmarse y profundizarse, está en peligro, y aunque se mantenga su formalidad, se está desvirtuando en muchos países. El crecimiento económico no llega a la mitad de las tasas que prevalecieron en las décadas del 50 y 60. Además, depende como nunca del ahorro externo, con lo que se hace sumamente inestable, como ha quedado demostrado nuevamente en la actualidad con las repercusiones de la crisis financiera asiática. Las condiciones sociales continúan en muchos países siendo peores que en los años 70 y se hacen crecientemente insoportables. Siguen prevaleciendo los deteriorados índices de pobreza y una pésima distribución del ingreso, y las protestas sociales irrumpen con violencia mientras las conductas individuales y colectivas antisistémicas (narcotráfico, drogadicción, violencia, corrupción) se extienden y agudizan, convirtiéndose en serios problemas de gobernabilidad. Pero no solamente en América Latina hay problemas. En EE.UU. e Inglaterra, los dos países anglosajones que se exhiben como modelos de la nueva era del neoliberalismo, si bien se ha recuperado el crecimiento, la distribución del ingreso y la pobreza han empeorado notoriamente desde su implantación. En Europa, salvo en Holanda, prevalece el estancamiento y el desempleo ha alcanzado niveles sin precedentes desde la Gran Depresión de comienzos de los años 30. En el plano internacional, cuatro de las características centrales son el crecimiento mediocre de la economía, la incontrolable volatilidad financiera, la extrema debilidad de la institucionalidad pública internacional y el empeoramiento sostenido de la distribución del ingreso mundial. Cuando se examina esta última tendencia a la luz de las de la población mundial, se puede anticipar que hacia el año 2000 habrá pequeños islotes de extrema riqueza en los países de la OCDE para alrededor del 15 % de la población mundial que disfrutará de cuatro quintas partes del Ingreso Mundial, sobre los que presionarán la pobreza relativa y absoluta de la mayoría del 85 % restante, que tendrán que arreglárselas con sólo un quinto del Ingreso Mundial. Debe ser
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por esta razón que la única política que definitivamente se exceptúa del programa neoliberal de apertura, liberalización y desregulación es la política de migración. A la luz de estos y otros antecedentes similares, entre los cuales el de los riesgos crecientes a que está siendo sometido el equilibrio ecosistémico del planeta en virtud del fenómeno del calentamiento global de la atmósfera, al que aludiré más adelante, resulta claro que es conveniente situar los fenómenos de la globalización y del neoliberalismo en un claro contraste entre aquella ideología triunfalista y esta realidad objetiva. Hemos estado sumergidos en un baño ideológico de gran intensidad que nos ha impedido distinguir entre lo que es y lo que algunos quisieran que fuera, justificados paradójicamente en función de un pretendido fin de las ideologías. El ideal del Estado mínimo y el mercado máximo, así como la identificación de globalización y neoliberalismo con modernización, progreso y desarrollo, es una peligrosa trampa ideológica: nos impide ver la realidad y reaccionar. Igual cosa ocurre con la idea de que estamos en una nueva realidad inmodificable, la mejor de todas las posibles, sin opciones ni alternativas, a la que solo cabe apoyar. Todo esto está muy reforzado por los medios internacionales de comunicación masiva, especialmente la prensa económica especializada, así como gran parte de la tecnocracia y la profesión económica. En estas circunstancias hay una necesidad imperiosa de desarrollar una visión crítica de esta sesgada situación intelectual que estamos viviendo. Para ello, basta plantearse dialécticamente frente a las ideas prevalecientes de la historia y la economía para observar que la linealidad triunfalista del neoliberalismo y la globalización se enfrenta a contradicciones formidables que son sistemáticamente omitidas del discurso. No obstante, su razón instrumental en materia de política económica se ha extendido aplastantemente en relación a los consensos y necesidades sociales. En contraste con la visión mecanicista y lineal del “Fin de la Historia” articulada por Fukuyama, considero más fructífero explorar con un enfoque dialéctico una hipótesis parecida, respetuosa de las nuevas realidades contemporáneas, pero que no tiene carácter determinista, es mucho menos ambiciosa y está desprovista de ropajes ideológicos y mesiánicos. De acuerdo con esta hipótesis, el mundo estaría pasando por una fase histórica en que efectivamente, por múltiples y poderosos motivos, internos e internacionales, se acentúa notablemente el predominio de la teoría y la praxis de la democracia liberal en lo político y del sistema de mercado en lo económico. Pero el futuro no está predeterminado; para bien y para mal continúa abierto, tanto para los países desarrollados, como especialmente para los que, como los nuestros, aún tienen mucho camino por recorrer antes de alcanzar aquel estado ideal. Suponiendo además que están en la vía correcta y no en un desvío, como parecen sugerirlo los preocupantes síntomas socioeconómicos y políticos prevalecientes. Esta manera de conceptualizar la realidad actual le atribuye una temporalidad histórica de carácter más bien cíclico y dialéctico y diferencia además entre los países centrales y los periféricos. Esto tiene al menos dos implicaciones supremamente significativas. Una, que el futuro no está de ninguna manera predeterminado desde ahora y para siempre y que siguen, por consiguiente, existiendo alternativas posibles. Por tanto, concebir utopías y elaborar visiones y programas alternativos de futuro continúa siendo un ejercicio no sólo posible y útil, sino extremadamente necesario y urgente. De hecho, esta es tal vez la tarea más importante que debiera autoimponerse el Foro América Latina-Europa para un Desarrollo Social Sostenible en el
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Siglo XXI. En el plano intelectual y político esto tiene importantes consecuencias, en especial para los partidos políticos y las generaciones más jóvenes, que en ausencia de una perspectiva de esta naturaleza han sido desmovilizados en su accionar político e ideológico. La segunda implicación es igualmente significativa. Un mínimo de realismo, que no debe confundirse con pragmatismo oportunista, obliga a reconocer que en la fase histórica actual las condiciones objetivas y subjetivas impulsan y propenden al establecimiento y fortalecimiento del régimen democrático, la economía capitalista y el mercado. Pero ello no quiere decir que haya una sola y única versión de democracia liberal y de economía de mercado, como las que existen en el mundo anglosajón, que es la que específicamente se pregona como modelo exclusivo e ideal. Aparte de que el socialismo, aunque el mercado se expanda, sigue vigente en varios países, y entre ellos nada menos que en China, hay en el mundo contemporáneo una variedad de casos diferentes del capitalismo individualista anglosajón. Es desde luego el caso de los capitalismos “administrados”, ya sea en formas cooperativas, como en Alemania, Francia, Austria, Italia o Suecia, o corporativas, como en Japón, Taiwán, Corea o Singapur. Bajo los amplios ropajes comunes del capitalismo, y no obstante estar sujetos también a las presiones y ajustes impuestos por la globalización, estos países presentan realidades concretas y reacciones políticas muy diversas en lo económico y también en lo sociocultural. Y está todo el ex mundo socialista y los países de tradición más estatista, como los latinoamericanos, que se encuentran en procesos abiertos muy diversos y en distintas etapas de difícil, compleja y diferenciada transición. Esta constatación también tiene profundas implicaciones políticas prácticas. Significa que, reconociendo las orientaciones generales que la realidad y las corrientes de pensamiento actuales más determinantes e influyentes intentan imponer, es posible y necesario explorar los matices, las variantes y las alternativas que corresponden con mayor propiedad a las tradiciones históricas, las nuevas realidades contemporáneas y las perspectivas y proyectos futuros de nuestros países. La globalización no plantea tanto la cuestión general de la sobrevivencia del Estado Nación, como se nos quiere hacer creer, sino mucho más específicamente la continuidad sociocultural de las sociedades nacionales relativamente exitosas estructuradas en el período de postguerra sobre la base de formas diversas de economía mixta y ensayos más o menos logrados de Estados de Bienestar o desarrollistas. Esa experiencia se caracterizó por la búsqueda de una complementación sinérgica del accionar del Estado y del mercado, en contraste con la alternativa socialista que intentó reemplazar sin éxito el mercado por el Estado y la alternativa neoliberal que intenta reemplazar, con resultados cada vez más problemáticos, el Estado por el mercado, promoviendo deliberadamente la confusión entre privatización, desregulación, apertura y jibarización del Estado, o sea el programa neoliberal, con la modernización. La modernización no puede consistir en retroceder al capitalismo salvaje sin contrapeso social característico del siglo XIX, ni tampoco al estatismo burocrático en sus versiones más o menos opresivas y paralizantes de la postguerra. El gran desafío prioritario es la recuperación de la política como acción pública innovadora para establecer un nuevo equilibrio que logre complementar Estado y mercado en el contexto de la
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globalización, al estilo de la interesante experiencia holandesa, o mediante propuestas y proyectos como las del laborismo de Blair en Inglaterra, de Jospin en Francia y de Prodi en Italia, así como los esfuerzos por avanzar hacia el crecimiento con equidad en Chile. Se trata de rechazar una visión unívoca de la globalización y el neoliberalismo mediante intentos como los de las sociedades europeas de recrearse a sí mismas a partir de nuevas propuestas, en nuevos contextos y superando su historia reciente sin nostalgias ni retrocesos. La intelectualidad latinoamericana ha estado demasiado ausente en esta tarea. En el plano económico, el campo ha sido copado por los exégetas tradicionales del neoliberalismo, por conversos más o menos agresivos o vergonzantes, y por opositores frecuentemente obsoletos que se atrincheran exclusivamente en la denuncia y la nostalgia. Pocos han sido los aportes que buscan y proponen alternativas al neoliberalismo, como es el caso del neoestructuralismo latinoamericano. No obstante la riqueza del pensamiento económico-social latinoamericano heredado del pasado, ampliamente reconocido en la literatura especializada universal, hay una relativa carencia de un pensamiento regional renovado, que reconociendo las cambiadas realidades actuales no renuncie sin embargo, en aras de un pragmatismo oportunista, a sus fundamentos, raíces y experiencia históricos, valóricos, filosóficos y epistemológicos, para desarrollar sobre esta base una capacidad para generar nuevas propuestas. De acuerdo con ese pensamiento, ninguna reflexión profunda sobre la realidad latinoamericana puede prescindir de situarla en un contexto estructural histórico e internacional. En otras palabras, no es posible una comprensión cabal del proceso en curso y sus perspectivas sin contrastarlo con sus raíces históricas en las anteriores etapas del desarrollo latinoamericano, todo ello en el contexto de la evolución del sistema internacional, o sea, del conocido esquema conceptual Centro-Periferia elaborado originalmente por Raúl Prebisch. Paradójicamente, éste obtiene ahora plena legitimidad por la centralidad que unánimemente se da al proceso de globalización como marco del devenir de los países.
2, la globalización y el neoliberalismo: ideología y realidad Partamos entonces por examinar estos conceptos, para desentrañar lo que hay en ellos de ideología y de realidad. La ideología de la globalización presenta este proceso como una tendencia novedosa e históricamente inédita, centrada esencialmente en la revolución tecnológica contemporánea, parte inherente del proceso de modernización, de carácter espontáneo, irresistible y fundamentalmente positivo. Por tanto, no quedaría sino incorporarse a ella y aprovecharla al máximo. Para iniciar un examen crítico de esta versión de la globalización, que ciertamente no pretende ser exhaustivo, conviene referirse a cuatro de sus aspectos: su dimensión histórica, su trayectoria cíclica, su naturaleza intrínseca y su dinámica dialéctica.
2.1. la dimensión histórica Por lo que atañe al pretendido carácter novedoso e inédito del proceso de globalización, existe una nutrida bibliografía sobre el proceso de expansión y acumulación del capitalismo comercial interurbano de ultramar, con el que en los albores de la Edad Media se comienzan a desarticular
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las sociedades precapitalistas. Más adelante, al vincularse el espíritu empresarial con la innovación tecnológica en la Revolución Industrial, se afianza definitivamente la vocación expansiva mundial del capitalismo al reducirse dramáticamente la distancia, el tiempo y los costos del transporte y las comunicaciones internacionales. De esta manera, hacia fines del siglo XIX el Imperio Británico llega a una fase de globalización que, en términos relativos a la escala de la economía de la época, nada tiene que envidiarle a la actual en cuanto a la integración del sistema financiero comandado desde la City de Londres por la libra esterlina, los abundantes y dinámicos flujos de inversión y de comercio, y las copiosas corrientes migratorias. Un libro reciente sostiene fundadamente esa tesis, señalando que lo que está pasando actualmente no es sino una nueva fase de extraordinaria intensificación de ese proceso. Sin retroceder mucho históricamente, por lo menos desde la era de los grandes descubrimientos del siglo XV hasta los imperios coloniales del siglo XIX y la evolución del sistema internacional durante el siglo XX, observamos una persistente tendencia acumulativa de largo plazo de creciente integración de las diversas regiones del mundo. Esa tendencia se caracteriza, sin embargo, por fases de intensificación o aceleración seguidas de otras de desintegración o desaceleración, al pasar de unas formas o maneras de integración internacional a otras. En este sentido, es interesante y sugerente revisar los términos, conceptos o metáforas que surgen en ciertos momentos históricos y con los que se alude a dichos períodos de mayor integración mundial: el colonialismo en los siglos XVI al XVIII, el imperialismo en los siglos XIX y XX, posteriormente la internacionalización, más recientemente la transnacionalización; y, actualmente, la mundialización y la globalización. Aunque estos conceptos surgen en determinadas circunstancias históricas, sobre todo los más antiguos, se van superponiendo con el tiempo y algunos debaten sesudamente sobre cuál de estas expresiones realmente corresponde al fenómeno que estamos observando. No me parece que ese sea un ejercicio demasiado fructífero, porque pareciera que esas distintas metáforas corresponden, en realidad, a visiones históricas que remiten a momentos en que el mundo tendía a integrarse de una cierta manera específica y diferenciada. Por consiguiente, tal vez no valga la pena una gran disquisición sobre cuál es la definición correcta, cuál de estos conceptos corresponde mejor a la realidad actual. Porque estos conceptos corresponden más bien a etapas específicas del proceso histórico universal de globalización, que fue tomando diferentes características en distintos momentos, características que le dieron su nombre. Si el proceso actual se le considera de globalización y no como colonización es porque hay algo nuevo y diferente, aunque se retengan real o aparentemente elementos del período colonial. 2.2. el carácter cíclico El examen histórico de la prolongada evolución hacia una creciente integración de las diferentes regiones del mundo se revela en definitiva como el proceso histórico de desarrollo del capitalismo. La expansión del modo de producción capitalista y de la incorporación de nuevos espacios geográficos al comercio, las inversiones, los transportes, las comunicaciones, las
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migraciones y las instituciones y normas jurídicas y la cultura capitalista se dio en forma de procesos cíclicos, con períodos de avance y otros de retroceso, y con cambios en la naturaleza de las vinculaciones entre los territorios que se integraban. Los períodos de aceleración tienen evidentemente mucho que ver con los procesos de innovación tecnológica, los que, como es bien conocido, también se producen en oleadas periódicas. Los descubrimientos geográficos del siglo XV están asociados a notables innovaciones tecnológicas en los instrumentos de navegación. La gran expansión económica internacional de la segunda mitad del siglo XIX está asociada al extraordinario desarrollo de la tecnología del transporte: la máquina a vapor, el ferrocarril, el barco de casco metálico y también las comunicaciones y la electricidad. El fenómeno de globalización contemporáneo está muy asociado al transporte aéreo, las corporaciones transnacionales, la revolución comunicacional e informática, y a la sinergia que se produce entre estos componentes claves del proceso. Ahora bien, creo que no hay que confundir. La naturaleza del proceso de globalización no hay que asimilarla al puro progreso tecnológico, como lo hace, por ejemplo, Alain Birou, en un interesantísimo trabajo que atribuye la esencia de la globalización a la innovación tecnológica. Con una adecuada perspectiva histórica, creo que queda claro que la esencia del proceso de globalización es la ampliación, intensificación y profundización de la economía de mercado. La revolución tecnológica contemporánea, como otras anteriores, es uno de los medios fundamentales a través de los cuales ello se produce. Que esto es así, lo demuestra el hecho de que tal como hay períodos de aceleración de la integración internacional, también hay períodos de desintegración y retroceso. Esto no ocurre con el proceso acumulativo de desarrollo tecnológico, el que bien puede continuar y en ningún caso retrotraerse a niveles anteriores, a menos que haya convulsiones socioeconómicas o políticas. Los períodos de desintegración o retroceso corresponden justamente a cambios y fases de crisis y reemplazo de la potencia dominante y de reorganización del sistema internacional imperante y sus instituciones. Así ocurrió durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX, cuando el Imperio Británico, en plena fase de expansión comercial y luego manufacturera, fue desplazando gradualmente al Imperio Español y Portugués en América, y quebrantando sus relaciones comerciales y financieras, y eventualmente, después de la Revolución Francesa, también las políticas. Ocurrió también en el período de estancamiento, inestabilidad, crisis económicas y bélicas que, entre 1914 y 1945, desarticuló el notable grado de integración internacional que se había producido a la vuelta del siglo bajo la égida del Imperio Británico, la Revolución Industrial y la libra esterlina. De hecho, como ya se ha señalado, aquella situación no tiene mucho que envidiarle comparativamente a la situación actual en términos de integración comercial, financiera, de inversiones, de los transportes, las comunicaciones, las migraciones, las instituciones y la cultura. Keynes recordaba ese período con gran nostalgia unos años después del fin de la Primera Guerra Mundial: “¡Qué episodio más extraordinario en el progreso del hombre fue la época que terminó en agosto de 1914!… El habitante de Londres podía pedir por teléfono, mientras saboreaba su té matinal en cama, los productos más variados procedentes del mundo entero, en la cantidad que desease, seguro siempre que, dentro de un tiempo razonable, dichos productos estarían a la puerta de su casa; podía al mismo tiempo y por el mismo medio invertir su fortuna
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en materias primas y nuevas empresas en cualquier región del mundo, y participar, sin gran dificultad y sin problemas, de los frutos y ventajas de esos negocios; o, en fin, podía ligar la seguridad de su fortuna con la buena fe de la comunidad de una honesta municipalidad en cualquier continente, según la información de los servicios de información”. No obstante continuar una notable sucesión de innovaciones tecnológicas, durante el período interbélico se desarticuló completamente ese mundo maravillosamente integrado a que aludía Keynes. Las guerras mundiales y la Gran Depresión llevaron al reemplazo del Imperio Británico por los EE.UU. como potencia mundial dominante; el dólar por la libra esterlina como moneda hegemónica; los mercados financiero, comercial y de inversiones internacionales por el sistema de instituciones financieras públicas internacionales de Bretton Woods; la primera fase de la Revolución Industrial (carbón, máquina a vapor, ferrocarriles) por la segunda (petróleo, electricidad, industrias petroquímica y automotriz). En el plano sociopolítico, durante este período se produjo el desdoblamiento del mundo capitalista en dos sistemas antagónicos, con la instauración de un sistema socialista estatizado en la URSS, que se amplió a muchos otros países después de la Segunda Guerra Mundial. Dentro del área capitalista, se produjo un avance sin precedentes del rol del Estado para constituir economías mixtas que garantizaran la expansión económica, el pleno empleo y la protección social. Estas economías mixtas adoptaron modalidades diferentes en distintos grupos de países: el New Deal en EE.UU., los Estados de Bienestar en Europa (después del fascismo y el nazismo en Italia, España y Alemania) y diversas variedades de desarrollismo en Japón y el mundo subdesarrollado, gran parte del cual recién salía del status colonial. Esta diversidad de situaciones dentro del mundo capitalista es una precisión sumamente importante, a la que ya hemos aludido, y que conviene retener, pues volveremos a ella más adelante. La gran mayoría de estas economías mixtas, y también las socialistas, tuvieron un período de crecimiento económico y mejoramiento social excepcionalmente exitoso, sin precedentes históricos, entre el fin de la guerra y la década de 1970, cuando unas entraron en decadencia y otras colapsaron. En este contexto, emerge y se fortalece la nueva etapa de integración internacional que ahora llamamos globalización, tal vez porque aparentemente lo abarca todo y a todos, y que se caracteriza por una nueva revolución tecnológica, institucional, financiera e ideológica: el neoliberalismo. 2.3. las dimensiones extensiva e intensiva Sostengo entonces que la globalización es la forma como se manifiesta en este particular período histórico, y con las características peculiares de esta época, una fase de notable aceleración y ampliación del proceso secular de expansión del capitalismo. Esta tiene dos dimensiones que me interesa destacar: una es la extensiva y otra la intensiva. La dimensión extensiva es la territorial, la incorporación de nuevos espacios geográficos a la economía de mercado. El colapso del socialismo ha significado que territorios que estuvieron vedados a la economía de mercado durante más de medio siglo, como son los territorios de los países socialistas, se están incorporando al sistema capitalista aceleradamente, por cierto que con grandes dificultades e incertidumbres. Pero no son sólo nuevos territorios y nuevas naciones que
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se incorporan al capitalismo después de haber estado bajo el signo del socialismo. También lo hacen amplias áreas geográficas interiores de Estados Nacionales capitalistas subdesarrollados que habían quedado semimarginadas del mercado, y donde actualmente hay una gran expansión de la frontera capitalista interna, como es particularmente el caso de la Cuenca Amazónica en América del Sur. Lo anterior es relativamente obvio. Lo que no es tan obvio, y mucho más interesante, es la idea de la intensificación del capitalismo, comenzando por el traspaso de empresas y actividades productoras de bienes y servicios tradicionalmente públicos al área privada y la esfera del mercado, siguiendo con la penetración en profundidad en la vida social, de la cultura, del comportamiento, de una impregnación mercantilista e individualista muy intensa en las formas de conducta y los valores de los individuos, de las familias, de las clases sociales, de las instituciones, de los gobiernos, de los Estados. Este es tal vez el fenómeno más impresionante en la actualidad. Todos los que se van incorporando a este proceso transforman conductas de distintos tipos en comportamientos maximizadores, sometidos al análisis costo-beneficio, racionalizadores de utilidad, en el pleno sentido de la racionalidad capitalista. 2.4. el proceso dialéctico Otra característica de la globalización es que su dinámica no es lineal sino dialéctica, lo que implica reconocer que cada proceso tiene su antiproceso. Tal es el caso en la concepción marxista que visualiza el desarrollo histórico del nuevo modo de producción capitalista en contradicción con los modos de producción preexistentes, lo que determina su desarticulación y desplazamiento. Similar es la concepción del ciclo económico de Joseph Schumpeter, que lo concibe como el resultado del proceso de innovación tecnológica, cuya irrupción en oleadas de innovación tiene efectos simultáneamente creadores de nuevas actividades productivas y destructores de las actividades que son desplazadas. Es también la visión de Karl Polanyi, que me parece particularmente apropiada. Cuando Polanyi analiza la gran expansión del capitalismo en el siglo XIX y comienzos del XX, y los profundos efectos desgarradores sobre las sociedades preexistentes que ese proceso tiene, así como los movimientos sociales defensivos y reactivos con que procuran defenderse las sociedades, lo que denomina “el doble movimiento”, creo que describe adecuadamente lo que estamos viviendo de nuevo en la actualidad, en forma tanto o más intensa. Y curiosamente, en compañía de estos autores -Marx, Schumpeter y Polanyi- está nada menos que Michel Camdessus, Director General del Fondo Monetario Internacional. Como buen francés, aunque economista, es también una persona culta que conoce estos autores. En un artículo reciente hay un párrafo notable en donde nos dice que no debemos olvidar que el proceso de desarrollo capitalista, junto con su tremenda eficiencia expansiva, es brutalmente desgarrador, destructor y desplazador en lo social, y que, por consiguiente, hay un rol esencial para el Estado, que es preciso recuperar. 2.5. la integración material versus la integración simbólica La dinámica dialéctica del proceso de globalización incorpora efectivamente a algunos a las actividades socioeconómicas modernas, mientras desplaza, margina y excluye parcial o
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totalmente a los restantes. Por lo tanto, la globalización económica es un proceso desigual, desbalanceado, heterogéneo. Por otra parte, el proceso intensivo de penetración de la cultura capitalista tiende a generalizarse a todos, tanto a integrados como a excluidos, como consecuencia principalmente de la abrumadora masificación global de los medios de comunicación audiovisuales. Este último proceso de globalización comunicacional genera una amplia integración cultural virtual o simbólica, que contrasta dramáticamente en la mayoría de la población con una situación socioeconómica precaria que no permite su concreción en la realidad. Las tan difundidas imágenes de la “aldea global” y sus “ciudadanos globales” comunicados todos por Internet, es un mito y una utopía inalcanzable para la inmensa mayoría de la población mundial, que todavía no ha logrado acceder a la electricidad y al teléfono, que ya existen desde hace más de un siglo, que carecen de los niveles de ingreso y educacional requeridos y/o que sufren de analfabetismo tecnológico. 3. algunas contradicciones sociopolíticas de la globalización y del neoliberalismo El examen crítico del fenómeno de la globalización ha pretendido relativizar y colocar en perspectiva histórica este concepto del que tanto se abusa actualmente, sin desconocer de ninguna manera que hay efectivamente una nueva realidad en el grado de entrelazamiento internacional en todas las dimensiones de la vida social, una especie de “globalización global”. No se puede desconocer tampoco que es un proceso acumulativo de larga data, que no es primera vez que pasa por un ciclo de notables avances, pero que también ha experimentado interrupciones y retrocesos notorios que bien podrían volver a ocurrir en el futuro. Si bien introduce extraordinarias novedades y avances tecnológicos con indudables efectos positivos de todo tipo, tiene también simultáneamente profundos efectos negativos, desequilibrantes y desgarradores en lo económico, social, ambiental, político, cultural e internacional, lo que tampoco es históricamente inédito. No es posible cubrir la vasta gama de situaciones problemáticas asociadas a los fenómenos de la globalización y de las políticas neoliberales en relación a la sostenibilidad del desarrollo vigente en las próximas décadas. En lo que sigue destacaré solamente algunas las que me parecen más importantes y que no han merecido ni remotamente la atención y el debate que merecen. Un tema esencial en el plano sociopolítico, acentuado con el colapso del socialismo, es que desde hace unas dos décadas estamos en presencia de un proceso masivo y deliberado de desmantelamiento del sistema de solidaridad y protección social público creado durante las décadas de posguerra; del amplio sector público fruto de la acción innovadora del Estado de Bienestar. Un tipo de Estado que, políticamente, se expresó en coaliciones sociales amplias: en el caso de Alemania e Italia, en la economía social de mercado y los partidos demócratacristianos, y en el resto de Europa, en las economías mixtas y los partidos socialdemócratas. El gran tema en esos países al iniciarse la etapa postbélica era cómo recuperar la capacidad expansiva del capitalismo decimonónico después de la gran crisis socioeconómica y política del período entreguerras, cómo superar la desocupación masiva y cómo mejorar las condiciones sociales de la mayoría de la población, con el fin de hacer compatibles el régimen democrático con el capitalismo. Como ya se mencionó, la instauración de economías mixtas orientadas a
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crecer con pleno empleo y protección social dio lugar un período tremendamente exitoso, sin precedentes, la llamada Edad de Oro del capitalismo. Dentro de este contexto favorable, más el del socialismo real, se desencadenó también en muchos países de América Latina una acción económica y sociopolítica en favor del desarrollo económico, la industrialización y las políticas sociales. También se basaron en coaliciones amplias de empresarios, clases medias y obreros organizados, todos los cuales, cual más cual menos, participaron del exitoso período de crecimiento de las décadas del 50 y del 60, antes que éste sucumbiera, entre otras razones, por causa del populismo. Al cabo de un cuarto de siglo excepcional, esa etapa completó su ciclo. Lo vaticinó tempranamente un economista australiano, Colin Clark, quien sostenía ya por los años 40 que la economía capitalista no podría soportar una tasa impositiva mayor del 20 al 25%. No se tomaba en serio esa advertencia en aquellos años en que se ampliaba permanentemente el Estado. Pero Clark, aunque exageraba, tenía razón, pues cuando la carga impositiva y de transferencias del Estado llegó a niveles que empezaron a entorpecer la rentabilidad y el funcionamiento de la empresa privada, mucho más elevados por cierto de los que él postulaba, comenzó la presión para el desmantelamiento y el retroceso del Estado, dando paso al neoliberalismo. A ello se sumó la aceleración del nuevo proceso de globalización, que ya estaba en marcha a comienzos de la década de los 70 en virtud de un fenómeno institucional -la expansión de la Empresa Transnacional-; de los inicios de las revoluciones tecnológica y financiera, reforzado todo ello mediante la implantación de las políticas neoliberales de los gobiernos Thatcher y Reagan. De esta manera, las dos caras de una misma medalla -el proceso de globalización y las políticas neoliberales- se comenzaron a reforzar mutuamente. Un neoliberalismo ahora globalizado, donde juega obviamente un rol muy importante la revolución tecnológica contemporánea que permite la difusión instantánea de la información por el mundo entero. Pero también incide fuertemente el fenómeno financiero, que se inicia con la acumulación de los eurodólares de la década del 60 y adquiere un desarrollo inusitado con los petrodólares derivados de las dos crisis del petróleo en los 70, así como de la política deliberada de desregulación de los sectores financieros que se inicia en EE.UU. e Inglaterra a fines de esa década, lo que en conjunto le dio un inmenso impulso al mercado financiero global. A tal punto, que actualmente el capital financiero -para usar terminología de comienzos de siglo a lo Rosa Luxemburgoprevalece absolutamente sobre el capital productivo. Esto era exactamente lo contrario de lo que Keynes y el desarrollismo habían propuesto para la postguerra: énfasis en la economía nacional real, la industrialización, el empleo pleno, el crecimiento de la producción, e ingresos mayores y mejor distribuidos. Esto no es lo que interesa prioritariamente en la actualidad. Lo que interesa ahora es la estabilidad financiera, los equilibrios macroeconómicos y la menor inflación posible, lo demás vendría de suyo. El mercado financiero internacional, el inmenso poder adquirido por el capital especulativo mundial, acecha todas las oportunidades de ganancia en cualquier parte del mundo. Entre ellas las que pueden derivarse de las debilidades cambiarias que suelen tener los países que incurren en desequilibrios monetarios, fiscales y de sus cuentas externas, y que requieren por ello de fuertes entradas de capital extranjero para saldarlas.
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Para no desencadenar un ataque especulativo contra su moneda, los gobiernos se encuentran entre la espada y la pared. Por una parte, se han visto forzados a reducir -o cuando menos a no elevar- sus ingresos tributarios, para asegurar que las empresas privadas se mantengan competitivas en un mercado mundial altamente integrado. Por otra, para evitar el déficit fiscal, han debido comprimir el elevado nivel de gastos que acarreaba el mantenimiento del Estado de Bienestar o el Estado Desarrollista. Y esto exige políticas monetarias, fiscales y salariales conservadoras y restrictivas. Estas son las razones fundamentales reales -independiente de la prédica ideológica neoliberal de la desregulación, liberalización, privatización, apertura y reducción del rol del Estado- que explican por qué se ha hecho sumamente difícil y exigente tener políticas nacionales independientes y autónomas al nivel macroeconómico. Esta es también la causa principal real, sin perjuicio de sus indudables aspectos problemáticos, que ha inducido a los intentos de desmantelamiento del Estado de bienestar, de la economía social de mercado, del socialismo, del desarrollismo, de la economía mixta de postguerra, de la protección a las clases trabajadoras. En los casos en que ello se ha logrado, se corroe la solidaridad social que se había organizado con mayor o menor eficacia en aquel período, se vacía de contenido intelectual a los partidos políticos que tenían ese tipo de ideología, se destruye la organización de la clase obrera y se deteriora la situación de la clase media. Buena parte de la ampliación y fortalecimiento que en esa época logró la clase media y la clase obrera organizada se logró precisamente a través de los servicios y empresas del Estado. La extensión de la salud pública, del sistema educacional, de la vivienda y la previsión social que ofrecía el Estado, así como las empresas públicas, significaba que el propio Estado tenía que ampliarse considerablemente, y por consiguiente elevar enormemente la cantidad de médicos, enfermeras, educadores, arquitectos, administradores y otros empleados y obreros que conformaban gran parte de las clases medias y obreras organizadas. El neoliberalismo crea tanta resistencia, desaliento, angustia e inseguridad porque no es simplemente una política económica. Es el instrumento sociocultural a través del cual se busca reemplazar un tipo de sociedad, que procuraba un cierto equilibrio entre la eficiencia económica y la solidaridad social, y que se había logrado construir en alguna medida en la postguerra, por otra en donde se exacerba la eficiencia, la competitividad, el individualismo; donde se privilegia extraordinariamente todo lo privado a expensas de lo público, con una gran concentración de riqueza, ingreso y poder, procurando anular toda capacidad para contrarrestar estos efectos. Todo se mercantiliza, los espacios y los intereses públicos desaparecen o se debilitan. En el ámbito académico e intelectual, que aquí nos interesa centralmente por su relación con el plano ideológico, encontramos a los investigadores que no se han fugado al sector privado desparramados en diversas instituciones precarias o universidades públicas desfinanciadas, sin poder constituir núcleos de reflexión, investigación y docencia sólidos en el área de las ciencias sociales, las ciencias básicas y la cultura. La razón obvia es que no hay recursos ni interés para ello. Lo público, lo social y de largo plazo no tiene financiamiento. Esta sociedad no se interesa por ese tipo de actividades.
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¿Cómo nos adentramos entonces en el siglo XXI? Yo diría que nos adentramos con el espectro del apartheid, porque esta nueva economía, con una enorme capacidad competitiva, que compite con todo el mundo, con una tecnología y capital extraordinariamente intensivos, que requieren muy poca mano de obra y de alta calificación, crea muy poco empleo. Tanto así que en Europa la exclusión social constituye una de las grandes temáticas del presente, temática que no es muy distinta de la de la marginalidad de fines de los 50 y los 60 en América Latina . En ese proceso de creación y destrucción, cuando se avanza en la creación de nuevas actividades muchas veces se destruyen las antiguas, y hay actividades que desaparecen porque no se pueden seguir subsidiando, con mucha destrucción de empleo. Y los nuevos empleos que se crean, son para adultos jóvenes y bien calificados. La posibilidad de que una persona muy joven o de más de 50 años y con escasa calificación tenga un buen empleo, es cada vez más remota. Por consiguiente, una de las características psicosociales principales de esos grupos de edad es una generalizada sensación de inseguridad e incertidumbre en las personas. El desmantelamiento del aparato estatal, la privatización de los servicios públicos, un crecimiento económico modesto -menos de la mitad de lo que fue en las épocas de posguerrasólo mejora las condiciones de vida de segmentos muy limitados de la sociedad, y excluye y expulsa segmentos crecientes de la población, produciendo algo que habría que llamar francamente como polarización. El proceso en que se insertan hoy nuestras sociedades fortalece el mercado, el sector privado y su inserción internacional, pero debilita al Estado nacional. Hay un aumento de la eficiencia, de la competitividad de la gran empresa nacional y extranjera. Pero no de las capacidades del Estado, especialmente de los servicios públicos. Se favorece la inversión extranjera que, a su vez, favorece la generación de empleos aunque cada vez más elitizados, lo que empuja a grandes segmentos de la población a trabajos de menor calidad o a la informalidad. Se crea una estabilidad económica frágil, aumenta la pobreza y existe una creciente tendencia a la exclusión social. Se produce una dicotomía en la calidad de los servicios de quienes acceden al sistema privado, y los usuarios del sistema público, cuya calidad ha empeorado por el debilitamiento del Estado. Asimismo se fomenta desmesuradamente el consumo mediante una publicidad desorbitada y el crédito fácil que genera un endeudamiento angustiante. Si bien se logran ciertas mejorías en los niveles de vida en términos de la adquisición de bienes, por otra parte se deteriora la calidad de vida por el aumento de las jornadas de trabajo, la necesidad de tener varios trabajos, las angustias de equilibrar unos ingresos difíciles de lograr con demandas en constante multiplicación. A todo ellos se suman crecientes niveles de congestión y contaminación urbanas. Es necesario recuperar una visión de mediano y largo plazo para apreciar la naturaleza del proceso que estamos viviendo y sus perspectivas. Las tasas de crecimiento de la región no son suficientes para lograr la creación de los empleos que se necesitan y hay una gran dependencia de los capitales extranjeros y del sistema financiero internacional. Esta visión de corto plazo, así como no pensar en los desequilibrios sociales, puede llevar a una polarización social que además cree inestabilidad a partir de las expresiones de búsqueda de salidas anómicas.
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capítulo II 4. dos desafíos claves de mediano y largo plazo Junto a una transición precaria a la democracia, se ha logrado avanzar en la obtención de los equilibrios macroeconómicos de corto plazo y algunas de las rectificaciones fundamentales e impostergables en aspectos claves de la política económica. Pero quedan pendientes tareas de mediano y largo plazo muy decisivas para consolidar la democracia y el desarrollo. Sin desconocer las importantes iniciativas que se han puesto en marcha en algunas materias de esta naturaleza, parece imprescindible llamar la atención sobre la necesidad de acentuar y generalizar la preocupación y la reflexión sobre algunos aspectos estratégicos del desarrollo económico. Nuestros países están cada vez más incorporados a los circuitos transnacionales de la cultura, el medio ambiente, la tecnología, la economía y la política. Este es un fenómeno inevitable e irreversible de la realidad contemporánea, que presenta ventajas e inconvenientes. Para minimizar las últimas y aprovechar las primeras, nuestros países requieren realizar un esfuerzo mayúsculo con el fin de responder al desafío irrenunciable de participar en una sociedad mundial que se globaliza aceleradamente. Sólo se puede interactuar ventajosamente con el mundo sobre la base del conocimiento, la calidad, la creatividad, la eficacia, la seriedad y la competitividad en todas nuestras formas internacionales de expresión. Esto requiere un grado excepcional de cohesión, disciplina y cooperación sociales, lo que plantea exigencias de solidaridad e integración social.
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4.1. el desafío de la internacionalización En materia de internacionalización, el éxito logrado en los últimos años en los mercados internacionales se basó principalmente en el reconocimiento de la necesidad imprescindible de pasar de una estrategia de desarrollo hacia dentro a otra de inserción en una nueva realidad internacional. Por otra parte, en establecer un marco apropiado de condiciones macroeconómicas, tener mayor confianza y ampliar el papel del mercado y los agentes económicos privados, y lograr un gran esfuerzo innovador empresarial. Llevar a cabo este impostergable cambio de orientación fue la función más importante del período de postcrisis de los gobiernos democráticos, al consolidar esas nuevas orientaciones y transformarlas en políticas de Estado, sobre las cuales no existe sin embargo un amplio consenso nacional . Es justo reconocer que se contaba para ello con un considerable acervo: stock o patrimonio de potencial productivo heredado de las décadas anteriores en materia de conocimiento y disponibilidad de recursos naturales, de infraestructura energética y de transportes, de capacidad de producción industrial y silvoagropecuaria, de empresarios experimentados y de recursos humanos calificados; en términos técnicos, existía un conjunto nuevo y más favorable de condiciones iniciales acumuladas en el largo plazo para el crecimiento, o sea, una nueva situación en materia de patrimonios, acervos o stocks productivos. Por otra parte, dicha reorientación económica significó también ingentes sacrificios sociales y ambientales: un prolongado período de elevado desempleo y sustanciales reducciones de los salarios reales, junto a tasas de rentabilidad anormalmente elevadas, con el consiguiente deterioro en la distribución del ingreso y una fuerte concentración de la propiedad, así como un agudo deterioro de ciertos recursos naturales, un verdadero caos en materia de desarrollo y transportes urbanos y un proceso intensivo de contaminación urbana y de ciertos ríos y zonas de los litorales y bordes costeros. O sea, junto a lo positivo, también un conjunto de herencias profundamente negativas para el futuro. El aspecto indiscutiblemente más positivo de aquellas transformaciones fue un gran salto cualitativo y cuantitativo en la inserción internacional de nuestras economías. Pero en esta materia no se puede ser complaciente. Nada garantiza que ese dinamismo sea perdurable, porque contiene tendencias contradictorias. Por un lado, un progresivo proceso de aprendizaje en la conquista de mercados externos y el desarrollo de vinculaciones internacionales, que será preciso reforzar para que se convierta en acumulativo; por el otro, una probable desaceleración en la medida que se vayan agotando los impulsos derivados de los cambios en las condiciones iniciales. Después de una primera fase excepcional, basada en aprovechar situaciones de exportaciones “reprimidas”, muchos de estos podrían entrar en la etapa de los rendimientos decrecientes. Los principales cambios institucionales y en la orientación de las políticas económicas que se requerían ya se realizaron en gran medida. Las excepcionales tasas de rentabilidad iniciales tienden a nivelarse por la presión a la baja del tipo de cambio real y el aumento de la competencia interna y externa. Los salarios vuelven a elevarse con la disminución del desempleo abierto y la reorganización de la clase trabajadora. Los mercados externos más asequibles comienzan a saturarse y a dificultar el acceso, y surgen nuevos competidores provenientes de
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países que han adoptado o están adoptando estrategias exportadoras similares. La capacidad instalada de infraestructura y producción llega a sus límites. Los recursos naturales renovables se resienten con la sobreexplotación y los no renovables tienden al agotamiento. El dinamismo empresarial y la capacidad innovadora, radicados sobre todo -aunque no en forma exclusiva- en la gran empresa, enfrentan el desafío de vincularse y extenderse a la mediana, pequeña e incluso a la micro-empresa. Se requieren, por consiguiente, nuevas iniciativas y esfuerzos adicionales, tanto para contrarrestar estas restricciones, como para apoyar y potenciar las nuevas capacidades adquiridas. Porque no basta con el meritorio nivel alcanzado por las exportaciones, sino que es preciso tratar de mantener y, en lo posible, incrementar su tasa de expansión, ya que de ésta depende en gran medida, en este nuevo modelo exportador, el potencial de desarrollo económico y social de nuestros países. Y en un contexto dinámico, crecer como los demás significa quedarse en el mismo lugar; para ganar posiciones es preciso avanzar con mayor velocidad relativa. No es suficiente, por tanto, continuar solamente por las vías ya establecidas; es necesario crear una dinámica de transformación estructural recurrente en materia de mercados, productos, procesos, organización, tecnología y recursos ya que un crecimiento exportador mayor que el del producto es condición esencial de éxito en economías importadoras de bienes de capital, tecnologías y bienes de consumo sofisticados. Esto significa intensificar la acumulación de capital; acentuar y masificar el proceso de innovación, incorporación, adaptación y aprovechamiento del conocimiento científico y tecnológico; penetrar nuevos mercados y profundizar y consolidar los actuales; dinamizar y modernizar los sectores productivos internos y estratos empresariales rezagados y estimular su vinculación con el sector exportador y el mercado internacional; incorporar el sector productivo informal a la modernidad; explotar en forma sustentable el potencial productivo de los recursos renovables mediante una gestión que preserve los ecosistemas de que depende su supervivencia; reemplazar mediante nuevas inversiones los recursos no renovables que tiendan a agotarse; transitar hacia la exportación de productos no perecederos y con mayor valor agregado, en particular aquellos que componen los segmentos más dinámicos del comercio internacional de bienes y servicios. Un aspecto de particular importancia en las economías exportadoras exitosas han sido los cambios en la organización de las empresas, tanto al interior de ellas como entre las mismas, así como en sus relaciones con el Estado y los trabajadores. Este último aspecto incluye la estabilidad, la dignificación y el perfeccionamiento profesional de los obreros y su participación y colaboración activa en la gestión y eficacia productiva, factores que elevan la productividad y contribuyen decisivamente a la flexibilidad, eficiencia, disciplina y cooperación productiva. En definitiva, se trata de impulsar un desarrollo exportador “dinamizante”, en el sentido de una creciente incorporación de tecnología y conocimiento, y la intensificación del aprovechamiento de las economías externas mediante la profundización de la integración productiva interna, horizontal y verticalmente, destinadas tanto a aumentar la competitividad y la proporción de exportaciones de mayor valor agregado y contenido tecnológico, como a eslabonar las demás ramas productivas y estratos empresariales, a la dinámica del sector exportador.
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Este conjunto de políticas de naturaleza estructural e institucional, que justamente deberá especificarse en detalle en la elaboración de la estrategia de desarrollo de mediano y largo plazo en cada país, es la nueva forma que toma la política industrial, la política de ciencia y tecnología y la política de recursos humanos y de educación. Estas, entre otras de similar naturaleza, adquieren actualmente una especial importancia en virtud de que el margen de maniobra de las políticas económicas tradicionales es ahora, por razones internas e internacionales mencionadas anteriormente, sumamente estrecho. En algunos de estos aspectos existen y se proponen iniciativas importantes, tanto privadas como públicas. Pero preocupa la falta de una conciencia nacional generalizada en los países de la región sobre la necesidad de un renovado esfuerzo colectivo, de suficiente envergadura, persistencia y coherencia incluyendo, desde luego, la integración regional y en especial el MERCOSUR. Este debiera involucrar a los diferentes actores económicos y sociales en un proceso informado y sistemático de exploración prospectiva, de indagación sobre escenarios posibles y probables, de reflexión compartida sobre orientaciones matrices y acciones prioritarias con miras al mediano y el largo plazo. Se trata de concentrar los recursos limitados para encontrar y aprovechar en forma óptima las oportunidades y los potenciales productivos en circunstancias de un entorno internacional muy competitivo, de relativo estancamiento, creciente proteccionismo y elevada inestabilidad. También, de comprender que no es posible responder a todas las demandas sociales en forma satisfactoria, simultánea e inmediata, por lo que es indispensable definir prioridades de mediano y largo plazo y buscar compensaciones intertemporales concretas entre lo que es factible en el presente y lo que sólo se podrá obtener gradualmente. Esto exige elaborar visiones de futuro en que los diferentes sectores de la sociedad, en especial los más desfavorecidos, reconozcan un lugar por el que valga la pena esforzarse. Hemos aprendido que el mercado constituye un sistema de señales insustituible para ordenar el tráfico económico. Pero también que es insuficiente para resolver el tipo de cuestiones planteadas en los párrafos anteriores, que requieren de grandes decisiones estratégicas. Estas debieran elaborarse colectivamente en una instancia de planificación de mediano y largo plazo anticipativa y articuladora de todos los actores involucrados, privados, públicos y extranjeros, que estimule y concite la generación de propuestas e iniciativas complementarias a las que surjan del mercado . Ninguna organización, institución o empresa moderna carece de esa función y su correspondiente institucionalidad. Nuestros países inventaron en el pasado instituciones de planificación y fomento productivo ejemplares que tuvieron en su época un desempeño extraordinario: la Corporación de Fomento de la Producción, en Chile; Nacional Financiera, en México; Banco Nacional do Desenvolvimento Económico, en Brasil, etc. Tal vez no esté demás recordar que muchas de las actividades y empresas más exitosas actualmente, y no pocos de sus propietarios y directivos, tuvieron la oportunidad de hacer su aprendizaje y se desarrollaron en el seno de esas instituciones y de las que de ella se derivaron. Para esta nueva época y sus peculiares condiciones, es preciso inventar una nueva institucionalidad destinada a ocuparse del mediano y largo plazo de acuerdo a las realidades y necesidades del presente y las que se
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anticipan para el futuro. Desde sus propias perspectivas, los diversos actores sociales en colaboración con el Estado tienen en esto una contribución fundamental que hacer. 4.2. el desafío de la polarización social La evolución de América Latina en sus diferentes etapas históricas, incluso en las más estables y exitosas, se ha caracterizado por la persistencia de raíces históricas muy profundas, de enormes desequilibrios entre los diversos sectores, áreas y dimensiones constitutivos del multifacético fenómeno del desarrollo. Como consecuencia de ello, coexisten, en interacción dialéctica, islotes de modernidad, progreso y riqueza que se equiparan con los del mundo desarrollado, con océanos de atraso y pobreza similares a los de las regiones más subdesarrolladas del mundo. Existen violentos contrastes sociodemográficos y de niveles y calidad de vida al interior de las grandes concentraciones urbanas, entre éstas y las zonas rurales, y entre éstas últimas. Hay marcadas diferencias regionales dentro de los territorios nacionales y entre ellos. Existen grandes áreas geográficas e importantes contingentes poblacionales donde persisten, en mayor o menor medida, culturas de origen prehispánico combinadas con sectores en acelerado y avanzado proceso de inserción en la cultura transnacional y el proceso de globalización. En definitiva, hay ciertas áreas geográficas, sectores económicos y financieros, estratos sociales, grupos dirigentes y actividades culturales privilegiados que se asoman dinámicamente a lo que promete ser la sociedad del conocimiento globalizada del siglo XXI, superpuestas a modo de archipiélago, sobre un océano de sociedades en cuyas condicionantes económicas, políticas, culturales y ambientales prevalecen las características del subdesarrollo propias del siglo XIX o anteriores. Las principales características socioeconómicas, políticas y culturales de América Latina, invariablemente persistentes en el tiempo, son la heterogeneidad, la diversidad, los contrastes, la fragmentación. ¿Se acentuarán o se atenuarán dichas características con los profundos procesos nacionales e internacionales de reorganización económica, reestructuración sociopolítica, reforma institucional y transformación cultural en que estamos inmersos? Como podrá apreciarse en las reflexiones que siguen, pienso que el panorama futuro se presenta bastante sombrío. El impresionante cuadro de reducción generalizada y prolongada de las inversiones, el empleo, los ingresos y el consumo durante la década pasada, ha configurado una situación de abrumadora expansión de una “nueva pobreza”, superpuesta a la histórica. Uno de los elementos más significativos en este fenómeno ha sido la insuficiencia del gasto público social en la mayoría de los países. Esto se ha traducido en un grave deterioro en la infraestructura de las instalaciones educacionales y de salud públicas; en una reducción impresionante de los niveles salariales de los profesionales y trabajadores de distintas categorías en estos sectores, con un fuerte deterioro de las clases medias y obreras organizadas; en la aguda escasez y muchas veces falta absoluta de insumos corrientes y de equipos e instrumentos esenciales para cumplir las funciones educacionales y de atención de salud; en el hacinamiento de las salas de clases y los pabellones hospitalarios; en la deserción escolar y la falta de atención y largos períodos de espera en hospitales; en el desánimo y éxodo parcial o total del personal más capacitado, y en general, en
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un agudo deterioro de estos servicios públicos. Un caso particularmente dramático es el abandono en que han caído los servicios de salud pública de carácter preventivo. Otra de las políticas que han afectado severamente a los sectores sociales ha sido la privatización de los servicios de salud y de educación y previsión social. Estas políticas han promovido el desarrollo de empresas privadas que otorgan prestaciones de estos servicios, de calidad generalmente buena, pero que no puede cubrir sino a la parte de la población que posee niveles de ingresos suficientes para enfrentar los pagos correspondientes. No obstante las diversas formas de exclusión de los grupos de mayor riesgo, que representan eventuales mayores costos, y de los subsidios encubiertos de diverso tipo de que disfrutan estas empresas, dada la pésima distribución del ingreso en nuestros países, los márgenes de cobertura se sitúan entre el cuarto y el tercio de la población. Además, estos sistemas de prestaciones sociales privadas difícilmente podrán prosperar en países donde los niveles absolutos de ingreso per capita sean muy bajos, así como en las ciudades menores y las zonas rurales, lo que restringe severamente su aplicación en numerosos países y regiones. Estas experiencias de privatización de servicios sociales podrían considerarse exitosas, vistas aisladamente. No obstante, tienen vicios que requieren constante y fuerte supervisión reguladora y continuo perfeccionamiento, en especial por su tendencia a elevar desmesuradamente sus costos. Sin embargo, desde el punto de vista social general, es preciso señalar que esa política ha sido acompañada por el desmantelamiento de servicios sociales públicos de carácter esencial, acentuándose la desprotección de la enorme mayoría de la población. Teniendo en cuenta lo que le ha estado ocurriendo en materia de servicios sociales a la mayoría de las clases populares de América Latina, no cabe sino concluir que se está creando una polarización semejante al apartheid entre una minoría que disfruta de condiciones de atención social similar a la de los países industrializados, incluso con acceso a las clínicas de mayor prestigio de los EE.UU., mientras la gran mayoría de la población carece de acceso a la atención social o recibe prestaciones mínimas y de ínfima calidad. Esta conclusión se refuerza si se toman en consideración además la concentración de la propiedad y los ingresos en una minoría, y la carencia o precariedad que caracteriza la productividad, el empleo y los ingresos de la gran mayoría. Si este tema es grave en lo que respecta a la salud, es tanto o más grave en lo que respecta a la educación. También en este caso se está produciendo una creciente heterogeneidad entre la extensión y calidad de la educación de las minorías, mayoritariamente privada, y la de la gran mayoría de niños y jóvenes en establecimientos públicos. Esto es particularmente dramático si se piensa en que la educación es un ingrediente fundamental para tener acceso y movilidad en la sociedad del conocimiento del futuro, y si se recuerda que tanto las condiciones precarias de salud como las educacionales y culturales de la infancia marcan a los niños de manera difícilmente recuperable a lo largo de sus vidas. Otro aspecto estrechamente vinculado al tema de la pobreza y la desigualdad social, al que se ha prestado relativamente poca atención, es el sentido más profundo y el contexto más amplio del sustancial cambio en la estructura del empleo ocurrido durante la década pasada en América Latina. Junto a los intentos de desmantelamiento del sector público, este fenómeno es de una
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importancia trascendental y encierra otra de las claves fundamentales para comprender la gravedad de la problemática social actual y futura de la región. La dinámica de la apertura económica y la integración transnacional, apoyadas por un modelo de política económica que privilegia el mercado y el sector privado y restringe el accionar del sector público por medio de la desregulación, las privatizaciones, la liberalización, etc., junto con impulsar el proceso de modernización, puede contribuir también a agravar las condiciones de segregación social preexistentes. Esto se aprecia especialmente en los diferentes sectores de la actividad económica en donde se establecen las nuevas empresas, se privatizan las empresas públicas y se reestructuran las de mayor capacidad innovadora para competir en los mercados internacionales y en el interno. Ello significa nuevos empleos de alta productividad y bien remunerados para algunos, pero también un considerable desplazamiento de trabajadores de las empresas privatizadas y reestructuradas y de las que no resisten la competencia. Se producen así tendencias divergentes entre los que ingresan al segmento moderno de elevada productividad y en proceso de internacionalización, y los que aumentan las filas de los desocupados o descienden al mundo del empleo en actividades de baja productividad, al subempleo y al empleo por cuenta propia. Por desgracia, entregados al juego espontáneo de las fuerzas del mercado, los primeros tienden con frecuencia a ser menos que los segundos, que vienen a constituir otro contingente de la “nueva pobreza” que se agrega a la “vieja pobreza” preexistente en la economía informal y la marginalidad. El balance será más negativo mientras mayor sea la velocidad de crecimiento de la población y la fuerza de trabajo, la severidad de las exigencias de reestructuración derivadas de las políticas de liberalización, la magnitud del proceso de privatización de empresas y servicios públicos, la intensidad de la competencia internacional, el ritmo de incorporación de nueva tecnología intensiva en capital y recursos humanos calificados, la exigencia en materia de calificaciones, educación y hábitos de trabajo de la población activa, sobre todo de los más jóvenes, las barreras institucionales para acceder a los mercados externos, y el grado de segmentación del mercado de trabajo. Es bien conocido que todos o la mayoría de estos factores presentan características francamente negativas desde la perspectiva del empleo en casi todos los países. Frente a estas tendencias, es imprescindible replantearse muy a fondo nuevas estrategias y políticas de empleo. La tarea social que América Latina enfrenta es de una envergadura abrumadora. No sólo se trata de los enormes déficit acumulados: la “vieja pobreza” heredada de los modelos socioeconómicos anteriores y la “nueva pobreza” generada por el cambio de modelo, la crisis, el ajuste y la reestructuración. Además, es preciso quebrar y revertir características sociodemográficas diferenciadas entre clases sociales y los mecanismos reproductores de la desigualdad que derivan de esas condiciones y de diferenciales de acceso, calidad, eficacia y permanencia, tanto en las actividades productivas privadas como en las infraestructuras y los servicios asistenciales públicos. Las políticas sociales deben ser colocadas dentro de este contexto. Por muy eficaces que sean, no son sino paliativos, puesto que constituyen esfuerzos para remar contra la corriente de la política económica. Para que sean verdaderamente eficaces se requieren correcciones sustanciales en la propia política económica, además de la política social.
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Para ello es imprescindible distinguir entre distribución primaria del ingreso y su redistribución posterior por la intervención del Estado. Esta última tiene severos límites, por lo que es necesario alterar la primera con reformas estructurales que permitan un mayor acceso de la población a los factores productivos como la tierra, la posibilidad de establecer una empresa productiva, la educación y el conocimiento (Reforma Agraria en Brasil).
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capítulo III 5. la imprescindible sustentabilidad ambiental del desarrollo La preocupación por el mediano y largo plazo deriva también de la necesidad de fundamentales ajustes futuros a la estrategia de desarrollo en función de un nuevo requisito: la sustentabilidad ambiental del crecimiento y del mejoramiento de la calidad de vida. Este es un nuevo imperativo global que ha llegado para quedarse, debido a que la biosfera, a nivel global, regional, nacional y local, está siendo sometida a presiones crecientemente insostenibles y perjudiciales para el propio desarrollo y las condiciones de vida. Las negociaciones que están impulsando muchos gobiernos tendientes a reducir las emisiones derivadas de los procesos industriales más nocivos causantes del calentamiento global, como las llevadas a cabo a fines de 1997 en Kyoto y un año después en Buenos Aires, son prueba contundente de la magnitud, seriedad y urgencia del problema. El medio ambiente y los recursos naturales suplieron ampliamente las necesidades de la Humanidad a lo largo de la historia. Sin embargo, se registraron también recurrentes catástrofes ambientales locales y regionales, que obligaron a la emigración o llegaron incluso a exterminar pueblos y hasta civilizaciones enteras. No obstante, nunca se puso en peligro la sustentabilidad del planeta. La preocupación generaliza actual por las consecuencias derivadas de la utilización cada vez más intensa y extendida de los recursos naturales y el medio ambiente mundial es relativamente reciente. Se debe a que la humanidad ha experimentado durante el último siglo, y en especial desde mediados del mismo, un extraordinario crecimiento demográfico y de las actividades socioeconómicas, así como una gran concentración geográfica en áreas urbanas, y una masiva expansión del comercio global, lo que las hace estrechamente interdependientes. Además se ha producido una espectacular aceleración de la innovación tecnológica, caracterizada fundamentalmente por el aprovechamiento intensivo de la energía fósil y de los productos petroquímicos, que son particularmente nocivos para el medio ambiente. De este modo se ha pasado en este siglo de un planeta históricamente subocupado y subitilizado, a otro en inminente riesgo de sobreocupación y sobreutilización. Esto es consecuencia de que se han ido ocupando progresivamente proporciones crecientes del espacio terrestre y marítimo en un proceso de transformación del medio ambiente natural en medio ambiente explotado, intervenido, artificializado y construido por el hombre. Con el aumento de la dimensión absoluta de este último en relación al medio ambiente natural, se han intensificado las presiones y exigencias sobre sus ecosistemas, tanto por la acelerada extracción de recursos naturales como por las nuevas tecnologías petroquímicas e intensivas en el uso de energía fósil utilizadas en su transformación, como también por una correspondiente descarga de desechos y residuos cada vez mayor y más perjudicial para la población y el medio ambiente natural. En el transcurso de este proceso se elevó considerablemente el Producto Interno Bruto y el Ingreso per cápita medio, aunque con grandes desigualdades dentro y entre los países. A la vez se producían efectos nocivos cada vez mas serios que afectaban la calidad de vida y la salud, y
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aumentaban los costos ambientales y económicos del crecimiento por deterioro del medio ambiente y los recursos naturales. Estos últimos efectos pasan sin embargo desapercibidos en las estadísticas macroeconómicas convencionales, por no tener expresión en el mercado. Este proceso de impactos acumulativos sobre el patrimonio natural común, especialmente cuando se cruzan ciertos umbrales críticos para la capacidad de regeneración de los ecosistemas, tiene consecuencias para la sustentabilidad ambiental de las economías, para la convivencia social y la gobernabilidad, y por tanto, para el desarrollo socioeconómico. Esto afecta y modifica tanto la realidad ambiental objetiva como también la percepción social subjetiva y por tanto la acción política. Lo anterior es válido en mayor o menor medida para todas y cada una de las naciones y también para las relaciones entre ellas, dados los crecientes condicionamientos ambientales internacionales. En una perspectiva global o planetaria, esto significa que podrían estar en juego los ecosistemas que sustentan las dinámicas sociales y económicas de mediano y largo plazo, y en definitiva, la vida. Esta problemática esta siendo internalizada con cada vez mayor fuerza por los actores sociales y económicos. El concepto de desarrollo sustentable-satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas- pasa a ser un obligado objetivo de política. Sin embargo, los gobiernos aún se encuentran muy lejos de enfrentar decididamente la oportunidad histórica de conciliar crecimiento económico con equidad y sustentabilidad ambiental, manteniendo el desarrollo dentro de la capacidad de sustentación de la biosfera. América Latina tiene una situación especialmente privilegiada, es la región del mundo con mayor abundancia relativa de naturaleza; Europa y Norteamérica están sobrecapitalizados, Asia está sobrepoblada y Africa se encuentra en estado sociopolítico catatónico. Nuestra región se enfrenta a una disyuntiva histórica: seguir dilapidando su naturaleza excepcional en nombre de la “ventaja comparativa” que le asigna su abundancia relativa y en beneficio de minorías privilegiadas, o asumir la gran oportunidad histórica de valorizar su patrimonio ambiental en un mundo de creciente escasez de recursos hídricos, suelos fértiles, biomasa, bosques, flora, fauna y biodiversidad. Son los recursos escasos del futuro, que históricamente hemos regalado y dilapidado. El desafío es transformarlos en la base de capital natural de un desarrollo social y ambientalmente sustentable. La necesidad de transitar hacia una estrategia de crecimiento ambientalmente sustentable, planteada en la Cumbre de Río, se está constituyendo por ello en un requisito indispensable para la participación de nuestros países en un mundo crecientemente globalizado. Este es un tema que las clases dirigentes de nuestra región no van a poder seguir soslayando, so pena de graves conflictos internos y serias dificultades internacionales. Los problemas ambientales de América Latina son agudos y bien conocidos, desde hace casi dos décadas, por lo que no intentaremos otra descripción de los mismos. El desafío actual no consiste en su desconocimiento, sino en la contumaz negativa de los grupos dirigentes y sus tecnocracias y burocracias a reconocer su trascendental importancia y a otorgarle la correspondiente prioridad. Subsisten además concepciones añejas que oponen el cuidado del medio ambiente al desarrollo, en circunstancias que ambos pueden potenciarse.
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La noción de desarrollo sustentable que ha adquirido tanta presencia en años recientes procura vincular estrechamente la temática del desarrollo económico con la del medio ambiente. Para comprender adecuadamente e internalizar de verdad dicha vinculación, es necesario establecer previamente algunas precisiones conceptuales fundamentales, que permitan relacionar tres ámbitos: a) el de los comportamientos humanos económicos y sociales, que son el objeto de la teoría económica y las demás ciencias sociales; b) el de la evolución de la naturaleza, que es el objeto de las ciencias biológicas, físicas y químicas; y, c) el de la conformación social del territorio, que es el objeto de la geografía humana y de las ciencias regionales y de la organización del espacio. Es evidente que estos tres ámbitos se relacionan, interactúan y se superponen en gran medida, afectando y condicionándose mutuamente. La evolución y transformación de la sociedad y la economía en el proceso de desarrollo altera el mundo natural de múltiples maneras y este último sustenta y condiciona al primero por innumerables vías; este relacionamiento recíproco se materializa, articula y expresa en formas concretas de ordenamiento territorial. En contraste con esta percepción empírica obvia, es notorio el desconocimiento de las formulaciones conceptuales básicas de la ecología y de las leyes fundamentales de la termodinámica, que permiten precisamente el relacionamiento entre las diferentes disciplinas científicas que se ocupan de estos tres ámbitos. En ello y en las limitaciones inherentes al enfoque convencional de la economía, reside uno de los problemas centrales de la comprensión del concepto de desarrollo sustentable y por eso es necesario comenzar por introducirlos, aunque sea muy breve, esquemática y superficialmente. La primera y más fundamental es la noción de ecosistema, que es precisamente la unidad de análisis que integra las interrelaciones entre los elementos vivos (la especie humana, la flora y la fauna), -y los inanimados (los elementos y procesos energéticos, físicos y químicos), en un área determinada. El enfoque ecosistémico ha permitido identificar en la naturaleza diversas unidades ecológicas territoriales caracterizadas por diferentes niveles de organización, integración y funcionamiento de sus componentes, que constituyen tipos específicos de sistemas naturales. Así se han definido diferentes tipos de ecosistemas (como por ejemplo el de los bosques tropicales húmedos), diferentes biomas, que son los conjuntos de ecosistemas de un mismo tipo, y la biosfera que es el conjunto de biomas y que constituye la unidad ecológica global. Esta incluye todos los elementos que se encuentran comprendidos y distribuidos en unos pocos kilómetros de espacio encima y debajo de la superficie terrestre y marítima del globo, espacio en el que se dan todos los elementos y formas de vida de que depende la supervivencia de la especie humana. Los elementos que integran la biosfera -en la misma forma que la especie humana- no son inertes, sino que constituyen sistemas de influencia mutua que forman los ecosistemas. Estos se caracterizan, entre otras cosas, por estar en permanente proceso de reproducción y mutación evolutiva mediante ciclos ecológicos de alta complejidad. Este proceso dinámico-dialéctico es posible gracias a una fuente externa de energía, que es la radiación solar, y sigue determinadas leyes físicas, químicas y biológicas.
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Lo fundamental, desde nuestro punto de vista, es que los ecosistemas son sistemas productivos, que proporcionan bienes y servicios y cumplen ciertas funciones ecosistemáticas de gran valor para la sociedad. Así, por ejemplo, cuando se encuentran en buen estado de funcionamiento, “producen” agua fresca, aire puro, tierra fértil, y una gran diversidad de flora y fauna; reciclan la basura, los desechos, los desperdicios y en general, los elementos que la sociedad deposita en los ecosistemas; reproducen el clima y el espacio físico y paisaje -vital y recreativo de la sociedad; mantienen la diversidad genética y proporcionan materia, energía, información y conocimiento a la sociedad. Y lo que es más notable aún, y al mismo tiempo un factor causal fundamental de su vulnerabilidad, es que los bienes y servicios que ofrecen son libres, no tienen precio y no irrogan gastos. Esta característica es también uno de los mayores impedimentos para la comprensión de la temática del desarrollo sustentable, pues es ajena a la naturaleza del enfoque económico prevaleciente. Este consiste básicamente en un esquema por medio del cual se aprecia cómo un conjunto de servicios derivados de los factores de la producción (recursos naturales, población, capital) son transformados a través de los procesos productivos, en un flujo de bienes y servicios de consumo e inversión, como respuesta a una demanda dinamizada fundamentalmente por la valoración subjetiva de los distintos bienes y servicios, presentes y futuros. Dichos procesos generan a su vez un flujo de remuneraciones que perciben aquellos factores productivos (rentas, salarios, utilidades), que les permiten adquirir bienes y servicios para su mantenimiento y crecimiento, cerrándose de este modo el esquema básico del flujo circular de la economía. Sin embargo, este esquema no toma en cuenta, entre otras cosas, la existencia inevitable -de acuerdo a la primera ley de la termodinámica- de los flujos de desechos y desperdicios, ni de sus efectos posteriores, en abierta contradicción con las leyes naturales y menospreciando el efecto económico de estos subproductos. Estos también son generados por el proceso productivo en forma de bienes y de servicios, con efectos negativos sobre éste, los propios factores productivos y las actividades de consumo e inversión. Se hace consumir a la población estos productos indeseables, ocultando los efectos reales de éstos sobre la salud, el bienestar, etc., generando costos sociales que nadie considera, y engrosando así el monto de inversión necesaria para el desarrollo. También hay efectos negativos hacia atrás, sobre los recursos humanos, los ecosistemas naturales y la infraestructura cuya capacidad productiva puede quedar afectada por la contaminación, el deterioro ambiental y los efectos sobre el capital ecosistémico, otra noción ausente de la economía convencional. La economía no toma en cuenta estos elementos porque no tienen expresión en el mercado, ni afectaron durante siglos a los sectores más poderosos e influyentes de la sociedad. La incorporación de estos elementos dentro del proceso económico real, y no sólo el circuito monetario, significa considerar un circuito económico ampliado, que incluya todos los elementos propios del proceso económico y no sólo aquellos que tienen expresión en los mercados. Se trata de pasar de una concepción de la naturaleza como un mero conjunto estático de factores productivos, a un medio ambiente (natural y construido) que constituye el patrimonio o activo ecosistémico de la sociedad. Se trata, en definitiva, de pasar de una preocupación excluyente por el corto plazo y por los flujos (o procesos de transformación) a otra que incluya también los activos sociales (o patrimonio de recursos de la sociedad) en el largo plazo y en especial al patrimonio ecosistémico.
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La naturaleza, entendida en este sentido ecosistémico, constituye por consiguiente, no obstante su carácter “extraeconómico”, una especie de capital natural, puesto que genera un flujo de bienes y servicios indispensables para el desarrollo. La sustentabilidad ambiental del desarrollo consistiría entonces en asegurar el mantenimiento, preservación y expansión de ese capital ecosistémico. Para esclarecer lo que ha ocurrido en esta materia, conviene examinar cómo ha sido en la práctica histórica a relación entre el desarrollo y el capital natural. El desarrollo se ha basado en la especialización gradual del trabajo y los correspondientes cambios tecnológicos, así como en la mayor utilización de la energía no-humana. El resultado ha sido el aumento de la productividad por hombre, lo que a su vez ha generado un excedente sobre lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo. Este excedente se ha acumulado en forma de instrumentos de producción, que han introducido el cambio tecnológico, con un creciente insumo energético, lo que a su vez ha vuelto a elevar la productividad del trabajo, permitiendo una nueva expansión del excedente, y así sucesivamente. En este proceso de especialización del trabajo, cambio tecnológico y reciente insumo de energía no sólo ha aumentado la productividad, sino también la producción, el volumen de la población y los niveles de vida. Esto último se ha realizado en forma muy dispareja entre países, clases y grupos. Esta formulación clásica del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de la producción se debe vincular directamente a la interacción entre la sociedad y la naturaleza. En primer lugar, no es posible reproducir la fuerza de trabajo y en la medida que se extraigan de la naturaleza los elementos necesarios, lo que supone cierta tecnología. En segundo lugar, la materialización del excedente en una fuerza de trabajo ampliada y en la disponibilidad de nuevos instrumentos de trabajo, tampoco es posible sino mediante una mayor extracción y utilización de recursos naturales como agua, alimentos, fibras textiles, madera, minerales y energía, lo que vuelve a requerir cambios técnicos. El aumento en la extracción de la naturaleza de los productos útiles para el hombre se logra mediante la especialización y la artificialización. En lugar de dejar que los ecosistemas produzcan en forma diversificada y simultánea múltiples formas de biomasa -la infinita variedad de especies de plantas y formas de vida animal-, el hombre elimina las que no le interesan y las reemplaza por los cultivos deseados. De esta manera, concentrando la energía solar, el agua y los elementos nutrientes del suelo, además de una serie de insumos artificiales e instrumentos de trabajo en los cultivos especializados, se logra aumentar los rendimientos de dichos cultivos aunque la productividad total del ecosistema, medida en función de biomasa, disminuya y el ecosistema pueda, bajo determinadas condiciones, deteriorarse con el tiempo. La especialización de los recursos agrarios y de la población permitió generar un excedente de productos alimenticios que posibilitó la transferencia de población rural a la ciudad, donde se la requería para las tareas de transformación de los productos extraídos de la naturaleza. Dicha transformación se materializó en obras de infraestructura, bienes de capital, servicios, y bienes de consumo durables y no durables. Salvo estos últimos, que se requieren para el sustento diario de la población, los demás han experimentado un proceso histórico de acumulación y constituyen actualmente el medio ambiente construido: las fábricas y talleres; las viviendas, los artefactos domésticos y las redes
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de alcantarillado, agua potable, electricidad y gas; las carreteras, vías de ferrocarril, puentes y túneles, y los vehículos correspondientes; los puertos, canales y barcos; las instalaciones comerciales, financieras, gubernamentales y sus equipos de oficina; las redes de comunicaciones; etc. La mayor parte de los elementos qué lo componen se concentra cada vez más en las ciudades mayores, y a lo largo de las redes y núcleos de comunicación que las interconectan con las ciudades menores, y en estas áreas urbanas se concentra también cada vez más la mayor parte de la población. Este medio ambiente construido es la cristalización de la evolución tecnológica, y representa además el producto acumulado y decantado de un largo período de extracción de recursos naturales. Desde esta perspectiva, el desarrollo económico se puede definir como un proceso de ocupación y transformación de ecosistemas relativamente naturales (poco afectados por el hombre) por ecosistemas cada vez más ocupados, utilizados, interferidos, construidos y transformados por el hombre. De hecho, como la mayor parte de la población interactúa principalmente con este medio construido, que se ha interpuesto crecientemente entre el hombre y la naturaleza, se crea la ilusión de que cada vez se depende menos de ella. En la terminología de la teoría del desarrollo, los sectores primarios -agricultura, silvicultura, pesca y minería- van perdiendo importancia, mientras se expanden proporcionalmente los secundarios -industrias de transformación- y los terciarios -servicios. Nada más equivocado. Para que funcione, es decir, que las fábricas trabajen, los vehículos se muevan, los edificios sean habitables, haya adecuado abastecimiento de alimentos y agua, etc., es decir, para que el medio construido sea vivible y productivo, es indispensable que se les suministre energía, y ésta proviene de la naturaleza. Además, es indispensable reparar el deterioro que sufren normalmente todos los elementos que lo construyen. Para ello es necesario recurrir nuevamente a la biosfera, extraer materia y transformarla en los elementos apropiados para compensar su desgaste. Y esto es especialmente necesario para sustentar el crecimiento de la población y del medio ambiente construido. Las ciudades son los centros concentradores de insumos naturales procedentes de la agricultura, la ganadería, la pesca, la silvicultura y la minería, y los lugares en que se elabora la mayor parte de dichos insumos y en que se consume la mayor parte de los productos correspondientes. También concentran la mayoría de la población. En virtud de la primera ley de la termodinámica, que establece que la materia no puede ser destruida sino sólo transformada, toda la materia y la energía que se extraen se transforman, en términos de masa y energía, en bienes y servicios deseados por la sociedad, y en desechos y desperdicios sólidos, líquidos y gaseosos que se depositan en los ecosistemas. Como los bienes y servicios ecosistémicos son en principio libres, o están muy subvalorados por el mercado, los agentes económicos tienden sistemáticamente a sobreexplotación. Estas interferencias excesivas pueden ser asimiladas hasta cierto punto por los ecosistemas, dado que éstos, gracias en gran medida a su heterogeneidad y complejidad, poseen una capacidad relativamente amplía de absorción y “digestión” de alteraciones, y de regeneración y autorreproducción. Pero si la intensidad, persistencia y otras características específicas de la interferencia exceden ciertos límites o umbrales, pueden llegar a desorganizar los ciclos regeneradores y reproductivos de los ecosistemas a tal punto de producir un colapso ecológico, o
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sea, la desintegración del ecosistema y la desaparición de sus capacidades productivas. Esos límites varían ampliamente entre distintos tipos de ecosistemas. Los hay muy frágiles, como es el caso del bosque tropical, y muy estables, como el caso de la pampa húmeda. En la medida que los ecosistemas sufren procesos de deterioro en su capacidad productiva de aire puro, agua fresca, tierra fértil, flora y fauna, capacidad de reciclaje, etc., se generan costos significativos, pues lo que el ecosistema entregaba libre o casi libremente, es preciso corregirlo ahora mediante inversiones y tecnologías que purifiquen el agua y el aire, que reciclen basura, que mantengan la fertilidad, etc. En una segunda etapa, si el deterioro de los ecosistemas se acentúa, se llega en cierto momento a un umbral catastrófico porque el ecosistema entra en colapso y deja de producir y funcionar del todo, como cuando la erosión lleva a la desaparición del suelo fértil. Regenerar el ecosistema en estos casos es generalmente imposible o muy costoso y a larguísimo plazo. Este es en definitiva el tema de la sustentabilidad ambiental. El problema no es sólo, ni tanto, que se deteriore el medio ambiente. El problema de fondo es que se deteriore y llegue al colapso el ecosistema, que desaparezca el capital ecológico, que es el elemento crítico para la sustentabilidad no sólo del desarrollo sino de la propia supervivencia de la localidad, región y país, hasta llegar al nivel mundial. El deterioro del medio ambiente, que afecta la calidad de vida y la productividad de los ecosistemas y procesos se hace perceptible; es por consiguiente sólo un síntoma del deterioro de la capacidad de sustentabilidad de los ecosistemas. Una cosa es el deterioro ambiental que percibimos en términos de contaminación y agotamiento de recursos, otra cosa es el funcionamiento y supervivencia de los ecosistemas propiamente tales. Esto quiere decir, por otra parte, que hay aquí un margen de maniobra, una posibilidad de trade off, entre límites razonablemente mínimos y máximos de explotación e interferencia en los ecosistemas y de estimación de costos y beneficios, en un sentido amplio y de largo plazo, de visión y proyecto de país, no el cálculo económico restringido habitual. Sin embargo, dichos límites son imprecisos, escasamente conocidos y pueden deparar grandes sorpresas. Por lo tanto, la prudencia es altamente recomendable, pues el deterioro ambiental puede llevar a un daño irreparable del ecosistema. De lo anterior se deduce también que es urgente y necesario una decidida acción del Estado para establecer dos tipos de políticas y acciones públicas, en función de dichos márgenes de maniobra: a) para reducir, detener y prevenir el deterioro ambiental, mediante plantas de tratamiento de aguas servidas, instalación de filtros, adopción de tecnologías descontaminantes, aprovechamiento de desechos y subproductos, mejoramientos de eficiencia, etc.; b) para regenerar parcial o totalmente y fortalecer los atributos de los ecosistemas mediante la reforestación, el manejo de cuencas y del recurso hídrico, prácticas de manejo de suelos agrícolas y praderas, planificación de áreas urbanas y costeras, preservación de ecosistemas marinos y de la diversidad genética, etc. El diagnostico e identificación del mix de problemas de uno u otro tipo -que sufren los diferentes países latinoamericanos, y el establecimiento de las prioridades que cada uno de ellos decida, en función de criterios que también habría que explicitar (riesgo de colapso ecosistémico, cantidad de población afectada, posibilidades de creación de empleo, reducción de pobreza, capacidad de producción para la exportación o para alimentación básica, etc.), daría lugar a la especificación
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de políticas, programas y proyectos que incorporen la dimensión ambiental en las políticas públicas y que contribuyan al mejoramiento ambiental y den apoyo a la sustentabilidad. Además, sería indispensable revisar las políticas y prácticas que inducen a la sobreexplotación de recursos (subsidios a la expansión ganadera a costa de tala de bosques, por ejemplo) o al sobreuso de un recurso libre como el aire (desregulación del transporte público urbano -el caso de Santiago bajo el régimen militar fue de antología); en materia de programas, se trataría de establecer programas de reforestación, de manejo de cuencas, etc.; en materia de proyectos, sería posible especificar muy concretamente proyectos de establecimiento de plantas de tratamiento de aguas servidas, de aprovechamiento de subproductos o residuos, etc. En la gran mayoría de estas acciones se trata en definitiva de la necesidad de realizar inversiones y no sería difícil, en principio, elaborar un programa de inversiones, lo que llevaría a un intento de cuantificación de lo que significa concretamente un esfuerzo serio en materia de mejoramiento ambiental y de sustentabilidad ecológica del desarrollo, incluyendo una evaluación de los beneficios de corto y largo plazo en materia de generación de ingresos, mejoramiento de calidad de vida, empleo, atenuación de pobreza, alargamiento de la vida útil de recursos naturales y obras de infraestructura, etc. Debe tenerse en cuenta, además, que la mayor parte de las políticas y proyectos “ambientales” no son en realidad específicamente ambientales, sino que son acciones que habitualmente se practican en todos los sectores productivos y sociales públicos y privados -industria, minería, obras públicas, construcción, agricultura, salud, vivienda, recreación, etc.- que deben ser rediseñados, reformulados y corregidos para incorporar en los planteamientos, decisiones y gestión respectiva el criterio ambiental. 0 sea, en todos estos casos se hace implícitamente gestión ambiental, pero se hace muy mal, por desconocimiento o por un cálculo económico miope y obtuso. La atenuación y reversión del deterioro ambiental, la contaminación y el agotamiento y degradación de los recursos naturales y de los ecosistemas requiere de recursos humanos, institucionales y financieros, que el Estado y el sector privado puedan utilizar para contrarrestar esas tendencias. En la mayoría de los casos, una política ambiental implica gastos, inversiones y subsidios. Esto requiere un cambio de prioridades en la asignación de recursos económicos en favor del medio ambiente. Establecer una política ambiental exige la asignación de los recursos correspondientes y la creación de una institucionalidad pública eficaz, responsable y bien financiada. Esta exigencia contrasta violentamente con la tendencia del financiamiento y prioridades públicas actuales. Por razones ideológicas, por la crisis de la deuda externa, por los desequilibrios fiscales y por la necesidad de la reestructuración productiva exportadora, la tendencia y las presiones nacionales e internacionales son a reducir el gasto público, y en particular las inversiones, los gastos sociales y los subsidios. En estas condiciones, es completamente ilusorio proponer un aumento de los gastos en preservación del medio ambiente, no obstante que por la disminución de los gastos de inversión y sociales públicos, y el estímulo a las exportaciones, las presiones sobre el medio ambiente crecen.
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Un aspecto fundamental que influye en esta situación es la economía internacional, que por diversas razones (servicio de la deuda externa, presiones para la apertura comercial, deterioro de la relación de intercambio, altas tasas de interés, proteccionismo en los mercados externos, condicionalidad de políticas impuestas por el FMI, Banco Mundial, etc.), ayuda a crear la situación señalada anteriormente, de contradicción entre la necesidad de mayores fondos públicos para el medio-ambiente y las exigencias de diversa índole para reducir el gasto público. En estas circunstancias, no puede dejar de vincularse la posibilidad de acciones ambientales efectivas al cambio de las condiciones de la economía internacional. En otras palabras, no se puede desvincular la temática ambiental de la del desarrollo y de la estructura y condiciones de las relaciones económicas internacionales. Y no se puede aceptar, en especial, la condicionalidad ambiental, sin la adicionalidad de los recursos financieros correspondientes. No será fácil para los gobiernos de nuestros países llevar a cabo una negociación de este tipo, porque su propia supervivencia depende en buena medida de aceptar someterse a las políticas y condicionalidades internacionales. Sin embargo, la situación internacional económica, social y ambiental se ha agudizado de tal manera que el Sur tiene elementos para negociar con el Norte. En las últimas décadas se ha acentuado la desigualdad entre Sur y Norte, entre la opulencia de los países desarrollados y la miseria y el colapso económico de la mayoría de los países subdesarrollados. Así ha sido durante la década de los 80 90, y probablemente continuará siéndolo en la próxima. Esto genera fuertes tensiones que se agudizarán en el mediano y largo plazo. Las masas marginales y excluidas del Sur presionan cada vez más intensamente por medio de la migración al Norte. El Norte pierde mercados potenciales, oportunidades de inversión y fuentes de abastecimiento seguras en el Sur. La devastación de los recursos forestales, la descertificación, la destrucción de la diversidad biológica, etc., del Sur crea problemas ecológicos sectoriales y globales al Norte. El equilibrio ecológico, social, político y económico mundial está cada vez más interrelacionado, ya no se puede desvincular. No se puede detener la destrucción del bosque tropical, con el objeto de evitar el daño ecológico global si la población y las economías del Sur se ven forzadas a colonizar y explotar las regiones tropicales para generar trabajo y divisas. Esta vinculación recíproca entre la temática ambiental y la del desarrollo tiene que ser un elemento central de las negociaciones Norte-Sur, pero para desarrollar la argumentación correspondiente es vital que los gobiernos latinoamericanos comprendan, internalicen y recalquen de verdad la naturaleza de la problemática ambiental y asuman el hecho de que la política y la acción ambiental ya es, y lo será crecientemente en el futuro, un elemento esencial de la política de desarrollo y de la política y las relaciones internacionales.
a modo de conclusiones 6. estado, economía política y política económica Un eje fundamental en torno al cual gira inevitablemente cualquier conjunto de propuestas es el del rol del Estado. Durante estos años se ha procurado reducir su tamaño, privatizar empresas y servicios públicos, desregular y liberalizar mercados, procurar los equilibrios macroeconómicos,
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descentralizar funciones y mejorar la gestión pública. En la medida que estos objetivos se van cumpliendo aparecen nuevas necesidades y funciones que requieren intervención pública. Es el caso de la supervisión y regulación de actividades que fueron traspasadas al sector privado y donde se requiere cautelar el interés público así como en materia de la responsabilidad del Estado con los sectores sociales y productivos más precarios. Por otra parte, mientras más abierta las economías más necesidad de protección social del Estado Además surge la imperiosa necesidad que el Estado asuma la responsabilidad de contribuir a plantear una visión estratégica nacional de mediano y largo plazo con el fin de servir de marco orientador para reordenar y mantener los incentivos y castigos coherentes con esa visión, y comprometer constructivamente, mediante el diálogo y la concertación, a todos los sectores sociales y políticos con esa estrategia. Un Estado organizado eficazmente alrededor de esta función central correspondería a la nueva etapa del desarrollo latinoamericano, caracterizada por los objetivos de profundización democrática y de superación de la pobreza y la iniquidad. También es necesario para salir de la trayectoria (path dependence) de productor primario a que hemos vuelto en gran medida, y que requiere de un esfuerzo deliberado de desarrollo y diversificación productiva y exportadora. ¿Hacia dónde se puede mirar para enfrentar esta perspectiva, si es que es correcta? Pienso que hay tres niveles: el nivel del Estado nacional, el nivel de lo subnacional y el nivel de lo internacional. Al nivel del Estado nacional, es inimaginable que se reconstruya el Estado de bienestar: que del 18% ó 20% del Producto dedicado al Estado se pueda llegar al 30% ó 40%. Entonces lo que está sucediendo es que el Estado se reduce o se mantiene menor que antes; pero está creciendo enormemente la proporción del gasto social, lo que abre enormes posibilidades de una forma mucho más eficaz y eficiente de utilizarlo para mejorar la condición de vida de la gente. Pero para darle eficacia sería necesario crear en lo social una institucionalidad equivalente a la que hay en lo económico. Así como hay un Banco Central, un Ministerio de Hacienda, una Dirección de Presupuesto para vigilar los equilibrios macroeconómicos, pienso que, previa una reforma radical del Estado, se debería crear algo paralelo: un ministerio-banco-presupuesto social para preocuparse de los equilibrios macrosociales y macropolíticos. En lo subnacional hay muchísimo que hacer; ésta es una enorme deficiencia de nuestro desarrollo latinoamericano. En contraste con Europa y Estados Unidos, donde la comunidad local fue armándose históricamente desde los pueblos, las ciudades y las regiones hacia el Estado central, nosotros fuimos creados desde el Estado para abajo, en la administración colonial y después de la Independencia. Entonces, hay una enorme institucionalidad por crear, a través de la descentralización, de la regionalización, la iniciativa local, las organizaciones de base, todo tipo de asociaciones, cooperativas, mutualidades, municipios, juntas de vecinos, organismos de desarrollo social, organizaciones filantrópicas; en fin, una red de instituciones sociales de base. Esta es tal vez la tarea más grande que tenemos por delante, que involucra además un profundo cambio cultural, pues requiere la constitución de unas comunidades activas y participativas. El tercer plano es el internacional. Creo que ahí también pasa un poco lo mismo que en el plano nacional: las instituciones económicas multilaterales, el Banco Mundial, el Fondo Monetario
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Internacional, son las que tienen poder, aun cuando en realidad tienen cada vez menos frente al del capital financiero privado globalizado. El resto de las instituciones multilaterales, como UNICEF, UNESCO, FAO y las conferencias mundiales de población, de la mujer, del medio ambiente, la Cumbre Social, es una parafernalia inmensa que no tiene ningún poder. La pregunta es cómo conseguir, por ejemplo, que algo tan bien preparado e intencionada, como fue la Cumbre Social, adquiera verdaderamente fuerza, comprometa, exija y obligue a tareas en ese plano. No hay institucionalidad social pública a nivel internacional, otra gran tarea. En definitiva, el enfoque económico prevaleciente debe ser revisado críticamente a la luz de estas y otras consideraciones y flexibilizado mediante propuestas políticas y económicas creativas en materia de deuda externa, reforma del Estado, políticas sociales y de empleo, reinserción internacional, reestructuración productiva y acumulación y progreso técnico, que hagan sostenible tanto la reorganización económica como el proceso de democratización que tan amenazado se ve actualmente. Las condiciones económicas no pueden constituir un marco dogmático rígido, pero imponen ciertos límites cuya amplitud o estrechez depende de la eficacia, creatividad y responsabilidad con que los actores políticos y los equipos técnicos -incluidos los de los organismos financieros internacionales- logren articular y conducir el proceso político y la reforma económica. El desafío es formidable, pero también lo es la oportunidad de reorganizar nuestras economías y sociedades para lograr una nueva etapa de desarrollo democrático sustentable. La reforma económica se hizo inevitable y necesaria. Lo que no es inevitable ni necesario es una reforma económica ultraneoliberal, con sus gravísimos costos económicos, sociales, ambientales y políticos. Existen alternativas más moderadas y menos costosas en cuanto a la forma de instrumentar y aplicar las medidas de política económica necesarias para llevar a cabo la reforma. La posibilidad de utilizarlas depende en lo fundamental de la capacidad de la clase política de reconocer su propia crisis de ideas y procedimientos, renovarse radicalmente y comprender que la reforma económica es una necesidad histórica contemporánea, y a partir de este reconocimiento lograr diseñar, estructurar y mantener un acuerdo social y político amplio, destinado en primer lugar a distribuir en forma más equitativa el inevitable costo social del ajuste y la reestructuración, y posteriormente también sus beneficios. Existe perplejidad y confusión en los sectores de centro-izquierda por el giro neoliberal extremo que ha tomado con frecuencia la política económica. Hay para ello razones objetivas: el colapso del socialismo real; las crisis del desarrollo y de la deuda externa; la formación de economías y sociedades exageradamente estatizadas y burocratizadas en América Latina; los problemas del Estado de Bienestar en los países industriales; y la globalización de la economía y la sociedad, que reduce la libertad de maniobra de la política económica. No obstante, hay también una poderosa razón ideológica: buena parte de la comunidad académica y la tecnocracia económica nacional e internacional utiliza el enfoque neoclásico positivo, que ha desarrollado la disciplina económica para analizar el funcionamiento del sistema capitalista, como un enfoque normativo (ideológico) destinado a transformar economías más o menos estatizadas en economías de mercado lo menos intervenidas posible.
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Sin embargo, reconocer las fallas del Estado y las nuevas realidades nacionales e internacionales, que entre otras cosas exigen una dinámica inserción internacional, y aceptar las funciones que en una economía capitalista corresponden al mercado y a la empresa privada, no autorizan a desconocer las fallas del mercado y sus insuficiencias dinámicas, sociales y ambientales, plenamente demostradas por la propia teoría neoclásica. A la luz de estas precisiones, se hace urgentemente necesario un examen sistemático, crítico y tan desapasionado como sea posible, de las experiencias de reforma económica realizadas en la región con el objeto de extraer lecciones positivas para las orientaciones futuras de la política económica y del desarrollo de América Latina. Es posible que con base en enfoques pragmáticos y las lecciones de la experiencia correctamente interpretadas, se puedan superar las dicotomías polares y aproximarse las posiciones entre los neoclásicos menos ideologizados con las tesis del desarrollo latinoamericano reformuladas en su versión neoestructuralista. Aun así, esta relativa aproximación al nivel de las propuestas derivada tal vez de experiencias frustrantes de uno y otro signo, de las propias condiciones de crisis que se prolongan dolorosa e interminablemente, y de la menor ideologización y mayor pragmatismo que comienzan a imperar en estos primeros años de post guerra fría- no modifica las diferencias fundamentales en lo que se refiere a premisas axiomáticas, valóricas y filosóficas entre neoliberales y neoestructuralistas. Para estos últimos es esencial impregnar las políticas económicas y la institucionalidad pública de solidaridad mediante una amplia participación social, la descentralización, el fortalecimiento de los movimientos sociales y de los actores sociales más débiles así como las organizaciones no gubernamentales. Un campo amplio y complejo que tiene que ver en su esencia con lo que podría denominarse la “ampliación y profundización” de la democracia. Una manera de interpretar el actual período histórico de transición, sería reconocer que se ha sacrificado el desarrollo por el crecimiento, y contrastar la irracionalidad del capitalismo con la inviabilidad del socialismo. ¿Cómo impregnar el capitalismo con las inquietudes públicas y sociales del socialismo sin espantar al empresariado capitalista, evitando al mismo tiempo el autoritarismo burocrático militarizado de derecha o de izquierda y luchando por mayores libertades individuales y sociales? ¿Cómo lograr una síntesis de la máquina capitalista de crecimiento con la preocupación socialista por mejorar las condiciones de las mayorías oprimidas, explotadas, marginadas y discriminadas? ¿Cómo evitar que el proceso hacia la integración transnacional y la presión por una mayor competitividad se traduzca en una ulterior desintegración nacional, económica, social y cultural? ¿Cómo proteger los bienes públicos del asalto privado, burocrático y tecnocrático, como es el caso del medio ambiente, los derechos humanos, la justicia, etc.? Tal vez la hebra común de las inquietudes y propuestas en torno a estos temas es la búsqueda de una concepción más radical de la democracia. Una participación más estructurada y más amplia de la sociedad civil fortalecida: menos gigantismo burocrático estatal y empresarial y un control social más estrecho sobre ambos ejercido por una cadena reforzada y un tejido más denso de organizaciones ciudadanas para cumplir funciones públicas y para representar, en particular, a los grupos y sectores más débiles de la sociedad.
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américa latina en la política exterior de españa* hugo fazio vengoa** En el transcurso de los últimos años, España se ha convertido en una pieza importante de la proyección internacional de los países latinoamericanos. En condiciones de globalización y de redefinición de la escena internacional, la necesidad de multilateralizar las relaciones externas ha creado una situación en la cual los países de América Latina buscan concretar cierto tipo de afinidades a nivel internacional y España ha sido un buen receptor de este tipo de iniciativas. De igual manera, los distintos gobiernos españoles le han asignado a las relaciones con nuestros países una importancia especial. A primera vista, esta aseveración podría parecer una perogrullada, puesto que en los últimos cinco siglos, numerosos factores de índole histórica y cultural habrían conservado y multiplicado los vínculos entre las partes. Así, por ejemplo, Andrés Zaldívar, hace un tiempo escribía que “el análisis de los vínculos entre España e Iberoamérica no puede realizarse bajo parámetros que tradicionalmente se utilizan para estudiar la relación entre dos actores del sistema internacional. En este caso pesan razones de índole histórica y cultural que escapan claramente a una visión sólo político o económico-comercial”1. Sin desdeñar el largo pasado histórico que vincula a las partes, y que constituye un trasfondo que explica muchas de las acciones que se emprenden en la actualidad, las relaciones entre España y América Latina sólo recientemente han ingresado en una etapa de plena normalización y definición, ya que hasta hace algunos años, Madrid le asignaba un carácter instrumental a las relaciones con América Latina y, no obstante la persistente presencia diplomática, los vínculos eran esporádicos. Igualmente, en lo que respecta a los países latinoamericanos, más allá de la retórica que han desarrollado algunos círculos políticos, la antigua metrópoli tampoco representaba un área principal de interés en la definición de sus políticas exteriores. Dos situaciones han permitido elevar el nivel y la calidad de las relaciones que mantiene España con América Latina. Desde hace unas pocas décadas, Madrid ha comenzado a disponer de condiciones económicas (desarrollo económico y la pertenencia a la Unión Europea) y políticas (democratización y aumento de su autoridad internacional) que le han permitido abandonar la antigua retórica y, en su lugar, diseñar y poner en marcha acciones concretas en el plano externo y, de modo particular, en relación con los países latinoamericanos. Esta situación es claramente perceptible en lo que atañe a la internacionalización de la economía española y, a nivel político, en la importancia que se le ha asignado al espacio iberoamericano. De la otra, un importante papel en la redefinición de la política española le correspondió a su ingreso a la Comunidad Europea (CEE), hoy Unión Europea (UE). Después de un período de *
Este artículo es parte de una investigación sobre los países del arco latino de la UE y sus relaciones con América Latina, que cuenta con el apoyo de Colciencias. ** Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. 1 ZALDIVAR, Andrés, “Iberoamérica y España: unidad de sentido”, en Síntesis Nº 27-28, Madrid, enero-diciembre de 1997, p. 15.
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relativo desconcierto en el que España no pudo o no supo conjugar claramente las relaciones con América Latina con su adhesión y participación en esta organización, se observa que desde inicios de la década de los noventa ha podido deslindar claramente la especificidad de cada una de estas actividades, lo que se ha traducido en el surgimiento de una orientación claramente latinoamericana en su accionar exterior. Esto, obviamente, no significa que ambas acciones transcurran paralelamente. En reiteradas oportunidades, las dos direcciones convergen para aumentar el poder negociador de España en el seno de los órganos comunitarios y, en otras, su participación en la CEE/UE se convierte en un referente de acción para el desarrollo de su política latinoamericana. Todo esto ha llevado a que de modo particular en la década de los noventa, España y los países latinoamericanos hayan podido tejer innumerables lazos que testimonian el alto nivel alcanzado en las relaciones bilaterales y multilaterales. A nivel político, se destacan las cumbres iberoamericanas; la recién estrenada Cumbre entre los países de la Unión Europea y América Latina, en Río de Janeiro, a finales de julio de 1999; las constantes visitas de jefes de Estado y otros altos funcionarios a Madrid y del gobierno español o de la Corona a las distintas capitales latinoamericanas; los diferentes apoyos que los gobiernos españoles han prestado a los procesos de paz en América Latina, desde Contadora hasta Colombia; la reiterada defensa de los problemas latinoamericanos en las distintas instancias de la Unión Europea y la presencia de los temas latinoamericanos en las cumbres hispano norteamericanas. En el plano económico, se observa una situación similar: España es uno de los principales inversionistas en América Latina, la mayor parte de su cooperación internacional se destina a los países de la región; es muy significativo el tráfico comercial entre España y América Latina e igualmente se le abona la defensa de los intereses latinoamericanos en las instituciones de la Unión Europea que han dado como resultado, entre otros, la admisión de la República Dominicana al acuerdo de Lomé, aun cuando quedó marginado de los protocolos del azúcar, el plátano y el ron; la suscripción de acuerdos de libre comercio con el Mercosur, Chile y México y la extensión de recursos financieros del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo a nuestra región, para lo cual contó igualmente con el apoyo de Italia y Portugal. Estos múltiples vínculos, la mayoría de los cuales se han tejido en la década de los noventa, son una clara demostración de la importancia que reviste para España tiene este acervo común con los países latinoamericanos dentro del proceso de fortalecimiento de su presencia internacional. No obstante este intenso historial de múltiples y variadas relaciones, en la literatura especializada dedicada a las relaciones externas de España no es claro cual es el lugar de América Latina en su política internacional, ni cuales son los diferentes usos que los dirigentes españoles le asignan a las relaciones con nuestro continente. El problema es que la agitada vida nacional e internacional de las últimas décadas ha conducido a numerosas redefiniciones de los escenarios en que se han desenvuelto estas relaciones. Así como tras la muerte de Franco, España ingresó en un período de transición democrática, la política internacional entró igualmente en un período de redefinición. Cuando este proceso se encontraba en una fase más o menos avanzada, España ingresó a la Comunidad Europea, lo que le implicó sobrellevar profundas reformas en el plano interno y redefinir sus ejes de acción internacional, ya que surgió una dimensión multilateral en el accionar externo prácticamente desconocida hasta entonces. Nuevamente, cuando se creía que España se había “normalizado” y era un país comunitario íntegro en términos de comunitarización, sobre
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todo después de que a España le tocó ejercer la presidencia del Consejo Europeo en 1989, se produjo el fin de la guerra fría lo que transformó radicalmente el escenario internacional y surgió en algunas capitales europeas, entre ellas Madrid, el síndrome de la “marginalización”. Igualmente, el inicio de la década de los noventa trajo consigo el ambicioso programa de la moneda única y para un país de desarrollo medio como España esto se tradujo en que los nuevos propósitos comunitarios coparon buena parte de su agenda internacional. Cada uno de estos giros se ha traducido en modificaciones sustanciales de las relaciones entre España y los países latinoamericanos y por ello no podemos verlas como un proceso continuo sino como un intenso esfuerzo de problematización y redefinición. La tesis que orienta nuestro trabajo la podemos resumir en los siguientes términos: fue sólo a partir de la llegada de los socialistas al poder en España (1982) que se comenzó a consolidar una política exterior frente a América Latina, política que dejó de asignarle a nuestra región una función meramente instrumental. América Latina se ha convertido en un eje fundamental en el accionar externo español en la medida en que la “relación especial” le debía aportar las condiciones para erigirse en una potencia media de alcance internacional con lo cual logró, además, maximizar sus capacidades negociadoras en el seno de la Unión Europea. A nivel económico, América Latina ha servido como espacio de aprendizaje para la internacionalización de las empresas españolas y se ha convertido en una zona a través de la cual fortalece y multilateraliza su inserción internacional. Para España, las relaciones con América Latina se inscriben en un designio que ha sido recurrente en los discursos de las elites políticas que llegaron al poder después de la muerte de Franco en el país ibérico: España como potencia media. Es evidente, que los diferentes gobiernos españoles, no obstante las diferencias programáticas de muchos de ellos, han tenido esta idea en mente al momento de definir los ejes de su política exterior. Las relaciones con América Latina y, en menor medida, con los países del Mediterráneo, han jugado también en este mismo sentido. Los vínculos especiales que España ha cultivado con estas regiones son fortalezas que Madrid ha logrado construir y son, al mismo tiempo, zonas de debilidad para la mayor parte de las políticas exteriores de los demás países europeos. En esto, precisamente, consiste el aporte especial de España a la política internacional europea. Es ahí, justamente, donde se produce el punto de convergencia y de cristalización del bilateralismo y el multilateralismo de España en relación a los países latinoamericanos con y en función de su protagonismo en el seno de la Unión Europea. En tal sentido, si bien existe evidentemente una dimensión propiamente bilateral en las relaciones entre España y los países latinoamericanos, la política española hacia nuestra región no puede verse al margen de la necesaria comunitarización de su accionar externo en la medida en que la dinámica económica y política de la Unión Europea constituye una lógica organizacional de las políticas nacionales de los países miembros. las relaciones entre españa y américa latina: algunos antecedentes No obstante el largo pasado colonial, fue sólo en la época de la dictadura de Franco que España volvió los ojos hacia América Latina, pero siempre asignándole un carácter instrumental a estas relaciones. En sus comienzos, esta estrategia constituía una prolongación de la retórica iniciativa de la dictadura de Primo de Rivera, que, con el ánimo de elevar el papel internacional de España,
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había buscado construir un bloque con los países latinoamericanos, obviamente bajo de liderazgo de Madrid, para otorgarle a España una sólida posición en el concierto de naciones del período de entreguerras. Con Franco, esta iniciativa asumió un carácter aún más instrumental. Ante el aislamiento internacional en el que se encontraba el régimen, Franco propuso la idea de que España debía actuar como puente espiritual entre América Latina y Europa. De ahí el celo con que se defendió el proyecto de Hispanidad, de la Madre Patria y de Comunidad Hispánica de Naciones que alcanzaron una cierta notoriedad en el discurso político, sobre todo, luego de la creación del Instituto de Cultura Hispánica en 1945. Este carácter instrumental asumió diferentes modalidades. A veces, en razón de las propias debilidades de la política exterior española, se convirtió en un sustituto ante los escasos logros alcanzados en el plano europeo. Así, por ejemplo, durante la década de los años sesenta, España intentó intensificar las relaciones a nivel político y económico con los países latinoamericanos. A mediados de la década, aproximadamente el 17% de las colocaciones españolas en el mercado exterior se dirigían a América Latina. Este mercado aparecía como prometedor, debido a las dificultades que enfrentaba el país ibérico para penetrar el mercado comunitario caracterizado por sus elevados aranceles. En estos años, igualmente, se hizo más evidente el interés de España por participar en las actividades de la OEA y la CEPAL. Pero en la década de los años setenta, cuando se multiplicaron los vínculos con Europa a raíz del acuerdo comercial preferencial con la Comunidad Económica Europea, el comercio con sus antiguas colonias americanas comenzó a registrar variados retrocesos. A inicios de la década, América Latina era el destino de un poco menos del 13% de las exportaciones españolas y en 1975 había caído a sólo el 10%. Una situación análoga se presenta en el plano de las inversiones2. En otras oportunidades, se sostenía la idea de crear un mercado común a nivel de América Latina y España, con el ánimo de aumentar el interés europeo por España y abrir perspectivas para su inclusión a la CEE. En la carta, que en 1962, dirigió el Ministro de Asuntos Exteriores de España al Presidente del Consejo de Ministros de la Comunidad, sostenía al respecto: “Creo de interés manifestarle que mi gobierno está convencido de que los nexos que unen a España con los países americanos no han de sufrir mengua con la integración en la Comunidad, antes al contrario pueden ser una positiva contribución para resolver los problemas planteados entre aquéllos y ésta”3. América Latina también debía desempeñar otros roles para alcanzar propósitos de más largo alcance. Un ejemplo de esto se puede visualizar en la irrealista iniciativa de la Comunidad Atlántica con la que se pretendía alcanzar varios objetivos. Primero, conformar una cooperación triangular entre Europa, Estados Unidos y América Latina con el fin de hacer frente a la amenaza comunista. Una triangulación tal debía servir igualmente para reforzar la soberanía española frente a Estados Unidos y, por último, el diálogo y la interdependencia entre ambas riveras del Atlántico aumentaría las posibilidades de ingreso de España en la CEE en la medida en que Madrid sería el interlocutor y el puente natural entre Europa y América Latina. 2
ALONSO, José, DONOSO, Vicente, Efectos de la adhesión de España a la CEE sobre las exportaciones de Iberoamérica, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1983, pp. 47-51. 3 Citado en TRUYOL, Antonio, La integración europea. Idea y realidad, Madrid, Tecnos, 1972, p. 157.
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Por último, a nivel discursivo era recurrente el papel asignado a América Latina como mecanismo legitimador de determinadas políticas internas. Este era, por ejemplo, el caso cuando se soñaba con la España imperial y eterna, idea que debía contribuir a aumentar la cohesión interna. En síntesis, la política exterior española era de reacción ante un hostil entorno internacional y se proponía, casi sin recursos, aumentar los márgenes de maniobra en el plano externo. Pero en ninguno de estos frentes disponía de un margen de acción que le permitiera desarrollar una política exterior autónoma y centrada en torno a sus intereses nacionales. transición democrática y política exterior Uno de los temas que más ha concitado la atención de los politólogos desde finales de la década de los años setenta ha sido el estudio de la transición de un régimen a otro. La mayor parte de la literatura se ha centrado en los cambios internos en estos países, en la calidad de los actores y en los desafíos institucionales que se plantearan a las nuevas capas dirigentes democráticas. Unos cuantos se detuvieron en el tema del contexto internacional de las transiciones democráticas, pero un ámbito que no concitó mayormente la atención de los analistas fue el tema de la transición y consolidación democrática y la enunciación de la política exterior. Esto fue particularmente válido en el caso de España, dado que la transición democrática se trazó como derrotero el ingreso a la Comunidad. Para los gobiernos españoles, la pérdida de soberanía del Estado en detrimento de los órganos comunitarios debía traer como beneficio la disciplina económica, el fortalecimiento de la liberalización económica y política, la modernización general del país, la utilización de los fondos estructurales y la posibilidad de crear alianzas con Estados que aumentaban la significación internacional de la Península Ibérica en los destinos de Europa y del mundo4. En este sentido, la transición española fue un proceso tanto económico como político. En el primer plano, era menester sustituir el capitalismo corporativo español heredado de la época de Franco, por un modelo que compatibilizara a España con las economías europeas en aras de una eventual adhesión del país a la Comunidad Europea. En el ámbito político, la transición implicaba profundos cambios en dos frentes. De una parte, después de los largos años de semiaislamiento internacional, la transición tenía que asumir el inmenso desafío de poner en práctica una nueva política exterior que superara el ostracismo anterior, adecuara el accionar externo con la realidad democrática que poco a poco se construía, insertara a España en el concierto internacional, transitara de un esquema bilateral a uno multilateral y, en suma, aumentara la autonomía internacional5. Dentro de esta perspectiva, los gobiernos de transición se inclinaron por desarrollar una vocación marcadamente atlantista en relación con Estados Unidos, la Comunidad Económica Europea y América Latina. De la otra, la transición hacia la democracia en España constituyó un proceso a través del cual, en una coyuntura histórica precisa, 1975 a 1982, se produjo el paso controlado de un sistema político 4
CLOSA, Carlos, “National interest and convergence of preferences: a changing role for Spain in the EU?”, en RHODES, Carolyn, MAZEY, Sonia (editores), The State of the European Union, Building a European Polity?, vol. 3, Lynne Rienner, Boulder, Colorado, 1995. Véase igualmente el dossier “Spain” publicado en The Economist, 14 de diciembre de 1996. 5 Véanse, CALDUCH, Rafael (Coordinador), La política exterior española en el siglo XX, Madrid, Ciencias Sociales, 1984; MESA, Roberto, Democracia y política exterior en España, Madrid, Eudeba, 1988; ARMERO, José Mario, Política exterior de España en democracia, Madrid, Espasa-Calpe, 1989.
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autoritario a uno democrático en forma evolutiva y sin mayores traumas profundos (con la sola excepción del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981) sin que se presentara un momento de ruptura entre ambos períodos. En general, durante esta fase, la política exterior no fue muy intensa en razón de la necesidad de redefinición de la misma y porque se le concedió una mayor prioridad al tema de la construcción del sistema democrático. En cuanto a la política exterior, la Carta Magna estableció un sistema triangular, el Rey, el Gobierno y las Cámaras, en el que el Ejecutivo se convirtió en el responsable de la iniciativa, la dirección y la mayor parte de la gestión y ejecución, correspondiendo a la Corona la suprema y formal representación y a las Cortes la fiscalización política de la acción del gobierno y la prestación -o no- de autorización de conclusión de alguna clase de tratados. La escasa preocupación por los temas internacionales quedó claramente reflejada en la Constitución, ya que se le dedicaron pocos artículos y no se tradujo en un claro avance en el proceso de democratización de la conducción exterior6. No obstante la poca centralidad de los tema internacionales, la modalidad misma de transición introdujo de por sí aspectos nuevos en el funcionamiento de la política exterior de España. De una parte, la descentralización y las nuevas competencias de que pasaron a gozar las comunidades autónomas permitió que las Comunidades y los Ayuntamientos comenzaran a ejercer funciones en el plano externo, que antes se encontraban unificadas en el Estado central. De otra parte, esta mayor proliferación de entes que entró a participar en el diseño de la política exterior española contribuyó a una mayor participación política, sobre todo en lo que respecta a los temas asociados a la cooperación, las ayudas y la asistencia. A partir de estas transformaciones en el sistema político, la sociedad civil se convirtió en un nuevo actor que estimuló el desarrollo de la política exterior y aumentó los niveles de concientización de la sociedad en torno a los problemas internacionales y en particular sobre los problemas socioeconómicos de las regiones periféricas del mundo, así como sobre la necesidad de establecer nuevos mecanismos de cooperación internacional. Una constante de la transición que se reflejó en la política exterior se relacionó con el tema de la democracia y la defensa de los derechos humanos. La centralidad de esta temática obedecía a varios factores. De una parte, la democracia debía garantizar la obtención de respaldo internacional por parte de las potencias occidentales al proceso de cambio español, lo que, de suyo, debía posibilitar una normalización de las relaciones exteriores de España y la apertura de un real margen de acción en el sistema internacional. Pero también la democracia en política exterior constituía un mecanismo de legitimación interna en la medida en que contribuía al aislamiento de los sectores nostálgicos de la época de la dictadura. Por último, la orientación democratizadora en la política exterior que se utilizó como arma principalmente contra los regímenes autoritarios imperantes en América Latina, sirvió para que España identificara un perfil propio en materia de política exterior, lo que se tradujo en un significativo fortalecimiento de su presencia externa. De ahí que, después de la desaparición del dictador, la democracia se transformara en un tema central dentro del mismo discurso de la política exterior7. 6
REMIRO, Antonio, La acción exterior del Estado, Madrid, Tecnos, 1984. DOBBACH, Daniel, “Transition démocratique et politique étrangère: les relations entre l’Espagne et l’Amérique latine depuis la mort de Franco”, en Cahiers des Amériques latines Nº 23 1997, p. 8.
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La acción más importante emprendida en asuntos externos ocurrió el 28 de julio de 1977, cuando el gobierno presentó expresamente su solicitud de ingreso a la Comunidad Económica Europea. El tema de la adhesión a la CEE representaba la más alta importancia ya que de por sí conjugaba los disímiles anhelos que las nuevas autoridades españolas querían plasmar en su recién estrenada política exterior democrática. En este sentido, vale la pena señalar que si en general los partidos políticos emergieron divididos en la escena política con respecto a la mayor parte de los temas de la agenda exterior (v.g. la OTAN, los países en desarrollo, América Latina, etc.), existía un consenso tácito en torno a la actuación frente a Europa. Para el conjunto de los españoles, independientemente de su credo político o religioso, Europa equivalía a modernización: “El sentido profundo de la construcción europea se percibe de manera diferente visto desde España y visto desde otros socios como Francia o Alemania. Para nosotros la idea de Europa está identificada con la de modernización”8. Constituía también un compromiso con la democracia y los derechos humanos, y, a través de la participación en los órganos comunitarios, se le percibía como una forma para recuperar el status que el país había perdido. Por último, pero no menos importante, la pertenencia a la CEE deparaba garantías económicas y era entendida como un mecanismo para el fortalecimiento del desarrollo económico español. Con el ingreso a estas organizaciones, la política exterior española sufrió una importante transformación. Además de la OTAN y la CEE, a las que ingresó en 1982 y 1986 respectivamente, España fue admitida en el Consejo de Europa (1977) y en la UEO (1990). De un esquema básicamente bilateral en su relacionamiento externo, pasó a uno que conjugaba la dimensión bilateral con el multilateralismo. Finalmente, se observó durante estos años un sensible cambio en las relaciones con los países latinoamericanos. Esta política de los primeros gobiernos centristas mantuvo el referente de que España sirviera de puente entre Europa y América Latina. En ese sentido, siguió inscrita en una perspectiva instrumental, pero con la novedad de que, aun siendo un gobierno conservador, el de la Unión de Centro Democrático, se trazó como objetivo convertir a las acciones españolas en una especie de tercera vía, que además de reforzar el protagonismo español en política internacional, desvinculara a América Latina de la tensa dinámica de confrontación Este-Oeste9. Demás está decir, que América Latina era uno de los pocos espacios donde España podía hacer realidad sus anhelos de autonomía en política exterior. Igualmente destacable fue la reanudación de las relaciones con México, hecho ocurrido el 28 de marzo de 1977. “De esta forma, la política iberoamericana se usó en ocasiones como una política de sustitución, al estilo de la política franquista, aunque con distinto acento, que tendía a llenar el eventual vacío que se podía producir en la afirmación de la dimensión europea de España mediante la apertura de una tercera vía. Otras veces se utilizó como una política de <presión> dirigida a reforzar la posición negociadora de 8
WESTENDORP Y CABEZA, Carlos, Conferencia en el Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (INCIPE), bajo el título “La política exterior de España: las prioridades permanentes y los nuevos conflictos”, 23- 296. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. 9 MUJAL LEÓN, Eusebio, “Iberoamérica en la nueva política exterior española”, en AA.VV., Realidades y posibilidades de las relaciones entre España y América Latina en los ochenta”, Madrid, Ediciones de Cultura Hipánica, 1986.
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España frente a la Comunidad Europea y frente a Estados Unidos. Finalmente, se le asignó la función de política de <legitimación> de la propia Unión de Centro Democrático a nivel interno, buscando a través de un pretendido <progresismo> lavar la herencia franquista que caracterizaba a parte significativa de sus miembros”10. fundamentos de la política exterior española durante la consolidación y profundización democrática Si los gobiernos de centro fueron los promotores de la transición, la larga era de predominio socialista (1982-1996) se puede definir como un período de normalización y consolidación democrática y económica. Desde el momento en que arribaron al poder, quedó en evidencia que el gobierno socialista español no sería similar al practicado por Francia en los primeros años del mandato de François Mitterrand, el cual, con su “ruptura con el capitalismo”, había estimulado grandes aumentos salariales y la reactivación económica a través del consumo, y la nacionalización de la banca y de la gran industria. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ya en 1979 había renunciado a los postulados más izquierdistas y una vez en el poder, en lugar de una política expansiva, adoptó un severo ajuste económico por medio de la devaluación de la peseta y una política monetaria fuertemente restrictiva. La divisa fundamental de este gobierno fue la modernización en torno a un pacto tácito de todas las fuerzas en torno al objetivo de ingreso a la CEE. Por ello, desde 1983 se procedió a una severa reconversión industrial por medio del impulso a los sectores productivos de demanda fuerte (electrónica, informática, instrumentos de precisión, productos farmacéuticos) y la transformación de la industria tradicional. La integración de la economía española en la CEE significó la definitiva apuesta por la internacionalización de la economía, tanto en el ámbito europeo, como a nivel mundial. De esta manera, en un breve lapso de tiempo, la economía española transitó de un esquema de protección para convertirse en una economía inserta en uno de los principales centros económicos y financieros mundiales. La internacionalización de las empresas españolas representaba grandes retos, ya que eran empresas de tamaño mediano, con escasa competitividad y especializadas en sectores que enfrentaban una feroz competencia por parte de los países en desarrollo. Por esta razón, la estrategia española de internacionalización tuvo que basarse en un conjunto de empresas muy específicas, localizadas en áreas tales como los servicios o las telecomunicaciones, que parecían ofrecer mejores perspectivas, y en las que el sector público español disfrutaba de ciertas ventajas comparativas. Uno de estos ejemplos fue Iberia, empresa que realizó grandes inversiones en algunas compañías de aviación latinoamericanas, como Viasa, Ladeco y Aerolíneas Argentinas11. Para España, el ingreso a la Comunidad Económica representó un cambio capital. No sólo por lo que implicó en términos de modernización -liberalización económica, armonización de la reglamentación de las operaciones comerciales con las de los demás Estados comunitarios, entrada 10
DEL ARENAL, Celestino, La política exterior de España hacia Iberoamérica, Madrid, Editorial Complutense, 1994, p. 120. 11 BOIX Carles, Partidos políticos, crecimiento e igualdad. Estrategias económicas conservadoras y socialdemócratas en la economía mundial, Madrid, Alianza, 1996, p. 199.
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de capital extranjero y por la ampliación de todo tipo de intercambios en el seno de la Comunidad, sino también porque alteró sus relaciones externas, fortaleció su presencia en el mundo y abrió espacio para la multilateralización de sus relaciones externas. Si bien la adaptación y el ingreso a la CEE significaron una pérdida de autonomía en el manejo de la política monetaria, una severa disminución del poder de maniobra para atacar los graves problemas que enfrentaba la economía española, tales como el desempleo, y se agravó la dependencia externa en razón de que numerosas empresas nacionales pasaron a manos de inversionistas extranjeros debido a que buena parte de la inversión extranjera se orientaba a asegurar canales de distribución y de mercadeo mediante la adquisición de las empresas españolas, la internacionalización fue el principal factor que impulsó la liberalización de la economía para armonizar la política comercial española con la de la Comunidad. En este sentido, no es equivocado decir que la negociación y el ingreso a la CEE abrieron una nueva página en la historia de España. Estos significativos cambios cualitativos no supusieron, de inmediato, una modificación sustancial en la presencia internacional de España. Por el contrario, la proyección exterior del país ibérico siguió siendo escasa en términos de exportaciones, inversión extranjera y en el número de multinacionales de propiedad española. De ahí se desprende la importancia que ha revestido América Latina que se ha convertido en el destino privilegiado de las inversiones españolas. España es el cuarto socio comercial de América Latina dentro de la Unión Europea y el primer país en volumen de inversión productiva. Gracias a la extensión de su actividad en estos países, algunas empresas ibéricas han llegado a convertirse en verdaderas multinacionales. Este es el caso de Telefónica, que, en pocos años, se ha consolidado como un líder en el sector por su participación en las telecomunicaciones de Argentina, Chile, Perú y Venezuela. Es un sector estratégico ya que se combinan las comunicaciones y la información con la lengua común. El ingreso a la CEE implicó también una clara transformación de las relaciones externas. De una parte, porque España tuvo que asumir como propios los acuerdos que la CEE había suscrito con otras regiones del mundo. Así, por ejemplo, tuvo que hacer importantes modificaciones para asumir los acuerdos preferenciales con los países de la EFTA, con los asociados de Africa, el Caribe y el Pacífico (ACP) y con el Mediterráneo en el marco del Programa Global Mediterráneo. América Latina, con quien España deseaba reanudar sólidos vínculos, quedaba al margen de los beneficios que deparaban los acuerdos comunitarios. Esto quedó claramente registrado en el intercambio comercial. Si en 1980, las exportaciones hacia América Latina se cifraban en 1.412 millones de ecus, lo que representaba el 20,6% de las ventas de España a los países no comunitarios, en 1987, un año después de la adhesión a la CEE, las colocaciones españolas en estos mercados descendieron a 1.052 millones, es decir, cayeron al 11%. A partir de 1988 se registró un leve crecimiento y en 1990 alcanzaron los 1.636 millones y en 1997 los 5.620 millones de ecus, lo que representaba el 11,1% y 20,3%, respectivamente, del total de las exportaciones no comunitarias de España. En cuanto a las importaciones, la tendencia es similar. En 1980, las compras realizadas en América Latina alcanzaron los 2.364 millones, en 1987 descendieron a 2.190 millones, a partir de 1988 se registró una nueva alza al alcanzar los 2.801 millones y en 1997 los 4.145 millones de ecus, lo que en porcentaje del total de importaciones no comunitaria se tradujo en que las colocaciones de América Latina representaron el 14,6%, 11,2% y 12,5%.
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Pero la consecuencia más significativa fue el rápido crecimiento de la desviación comercial hacia la misma Europa comunitaria. En 1980 las exportaciones hacia la CEE ascendían a 8.080 millones de ecus, en 1990 alcanzaba los 30.869 millones y en 1997 los 60.719 millones de ecus y en esos mismos años las importaciones provenientes de la CEE arrojaron las siguientes cifras: 8.105 millones, 41.222 millones y 67.275 millones de ecus12. Esto es uno de los factores que permiten argumentar que las relaciones de España con América Latina no pueden analizarse al margen de la comunitarización de la política y la economía internacional española. Por más que en determinadas circunstancias los gobernantes quisieran darle una mayor significación a estas relaciones, los factores estructurales han intervenido, a veces, en un sentido contrario. Si España ha logrado aumentar sustancialmente su papel en la CEE/UE, se ha debido en buena parte al hecho de que se ha declarado siempre como un país integracionista, es decir, aboga por una mayor profundización del proceso de integración, lo que lo ubica junto a países como Alemania, Francia, Bélgica e Italia. En tal sentido, los sucesivos gobiernos españoles han sido enfáticos defensores de ampliar los ámbitos de acción comunitario incluyendo la Política Exterior y de Seguridad Común. Pero, con su tardío ingreso a la organización, España tuvo que saber definir claramente sus intereses nacionales en el contexto comunitario, lo que la ha llevado también a veces a sostener posiciones afines al intergubernamentalismo. Desde el ingreso, España ha podido beneficiare de la Cooperación Política Europea y después de la Política Exterior y de Seguridad Común en los siguientes planos: dispone de un perfil internacional inalcanzable en el caso de países pequeños o periféricos, gozando así de mayor prestigio y de posibilidades de liderazgo; y ha logrado introducir los intereses particulares en una agenda europea, convirtiéndolos de esta manera en problemas europeos y justificar ante la opinión pública nacional la adopción de políticas impopulares sobre la base de la existencia de una posición europea13. La caída del muro de Berlín supuso un gran cambio en la política internacional española, ya que sus intereses dejaron de ser compartidos por los demás países miembros. Aquí surgió el síndrome de la periferia. “La inflexión de 1989, determinada por el final de la guerra fría, reorienta la diplomacia española. Por una parte, España busca un espacio propio del ámbito CPE y, por otra parte, define con claridad una agenda propia (Mediterráneo y América Latina), diferente de la agenda prioritaria en la CPE (Europa Central y Oriental). La diplomacia española actúa motivada por dos factores: la búsqueda de un mayor status internacional (potencia media) y la percepción de ser un país periférico en la Nueva Europa”14. Este síndrome se evidenciaba en el hecho de que con la ampliación se corría el riesgo de que España perdiera peso en el Consejo. Como América Latina constituye una zona de prestigio para la política exterior española, Madrid no ha europeizado su agenda latinoamericana, sino que se ha empeñado en mantener un margen de acción diplomático que le permita maximizar sus capacidades negociadoras en el seno de la 12
Todos estos datos fueron extraídos de COMISSION EUROPOÉENNE, Commerce extérieur et intra-Union Européenne. Annuaire statistique 1958-1997, Office des publications officielles des Communautés européennes, Luxemburgo, 1998. 13 BARBÉ, Esther, “La Cooperación Política Europea: la revalorización de la política exterior española”, en GILLESPIE, Richard et al, Las relaciones exteriores de la España democrática, op. cit., p. 156. 14 BARBÉ Esther, “De la ingenuidad al pragmatismo: 10 años de participación española en la maquinaria diplomática europea”, en Afers Internacionals Nº 34-5.
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CEE/UE. Esta idea la constató claramente el antiguo Ministro de Asuntos Exteriores de España, cuando señaló: “España debe ser muy cuidadosa, porque corre grandes riesgos si las áreas de interés de España quedan incluidas en fórmulas de mayoría calificada”15. Con el presidente José María Aznar se han producido algunos cambios con respecto al período socialista. La política extranjera que durante la era González había desarrollado un conjunto de actividades para aumentar el protagonismo de España en el mundo, se trastoca por una orientación que centra la atención en Europa y sólo en segundo lugar vienen América Latina y el mundo árabe. Igualmente, el problema de la convergencia monetaria le asigna una importancia mayor a los problemas internos que a los internacionales16. Este es ante todo un cambio de énfasis. De una relación más equilibrada entre la temática comunitaria y la extracomunitaria, España, en los últimos años, le ha asignado una mayor importancia al proceso de integración y al lugar de España en el mismo. la dimensión política de las relaciones entre españa y américa latina Desde la consolidación democrática, las relaciones entre España y América Latina se han expresado intensamente a nivel político y económico. En su nueva definición, el primero remonta sus orígenes a inicios de la década de los años ochenta. En este ámbito se expresaron diferentes intenciones en torno al papel que debían desempeñar los vínculos entre el país ibérico y las naciones latinoamericanas. No era fácil definir un perfil frente a la región debido a que los antecedentes históricos de las relaciones no servían para los nuevos propósitos y, además, porque España se encontraba en un proceso de cambio interno e internacional de tal envergadura que no era claro cuál sería el lugar asignado a América Latina. Lo único que sí parecía evidente era que se deseaba un tipo de relación diferente a la que se había sostenido en el pasado. “Quiero dejar bien en claro -señaló el Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán-17 que España no intentará actuar como puente. Más bien desearíamos que nuestra activa participación en Europa e instituciones europeas fuera una fuerza impulsora, la ocasión para un cambio de dirección audaz en las relaciones entre Europa y América Latina”. Una de las dificultades para definir este nuevo tipo de relación se debía también al hecho de que los gobernantes no querían darle un sentido partidista a la política exterior, sino que deseaban definir una verdadera política de Estado que pudiese mantenerse en sus líneas generales en el tiempo, independientemente de las fuerzas que se encontraran en el poder. Esto era parte de la convicción de que América Latina no constituía un problema coyuntural, sino que conformaba un componente fundamental en el diseño general de la política exterior española. “Las bases que deben regir esa política - señalaba Felipe González- deberán ser asumidas por cualquier gobierno democrático español, independientemente de su signo político y en consecuencia por todas las fuerzas políticas y sociales del país; en otras palabras, debe ponerse en marcha una auténtica política de Estado. Esta concepción estatal ha sido puesta de manifiesto por su Majestad el Rey,
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ORDÓÑEZ, Fernández, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados Nº 169, 9 de noviembre de 1990, pp. 5087-5088. 16 ALCOVER IBÁÑEZ, Norberto, “L’Espagne de José María Aznar”, en Etudes Nº 3895, noviembre de 1998. 17 Actividades, textos y documentos, 1983. Archivo del Ministerio de Asuntos Externos.
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que ha trazado en sus viajes al continente hermano las líneas de estos vínculos en sus dimensiones exactas”18. Fue por esta razón que, en este proceso de construcción de un nuevo tipo de relacionamiento internacional, los gobiernos socialistas manifestaron diversas opciones en su política exterior, lo que, de una u otra manera, incidió en los vínculos con América Latina. Así, por ejemplo, mientras el primer ministro socialista de asuntos externos, Fernando Morán, 1982 a 1986, se declaró partidario de una mayor fluidez en las relaciones con los países no europeos y defendió, al mismo tiempo, una mayor equidistancia con respecto a los Estados Unidos19, su sucesor, Francisco Fernández Ordóñez, 1986 a 1993, sostuvo la idea de una mayor convergencia de la política latinoamericana con la europea y abogó por otorgarle una mayor centralidad a los asuntos latinoamericanos en el seno de las organizaciones comunitarias. Esta política fue seguida por Javier Solana, hasta 1996, cuando finaliza el largo ciclo de gobiernos socialistas. En sí, los partidarios más fervientes de la integración de España en los dispositivos occidentales abogaron por la inclusión de América Latina en el marco de las relaciones con la CEE y de Europa Occidental20. Estas reorientaciones son una clara demostración de las dificultades que experimentó España en la definición de sus ejes en materia de política exterior. América Central fue el primer escenario experimental a través del cual, tanto en los gobiernos de centro como en los socialistas, se fue definiendo la nueva política exterior hacia el conjunto de la región. Los primeros gobiernos de transición en España, siguiendo cierto discurso tercermundista que ya había sido puesto en práctica por la dictadura de Franco, vieron en el conflicto centroamericano la posibilidad de poner en juego los nuevos referentes que debían articular la política exterior española. Esto se explicaba por varias razones. De una parte, estaba en juego el tema de la democracia, elemento tan caro en la política exterior española y que servirá como elemento estructurador de la política bilateral con los países latinoamericanos. Además, este conflicto abría un cauce de negociación para España en la medida en que podía demarcarse de las posiciones asumidas por Estados Unidos frente a la región, gobierno que tendía a visualizar el conflicto como una expresión del enfrentamiento Este-Oeste, e involucraba de manera más decidida a la Comunidad en la región, lo que convertiría a Madrid en el interlocutor natural entre Europa y América. Por el otro lado, los intereses y la presencia española en la región eran reducidos por lo que los costos de la acción sería menores: no había grandes intereses en juego. A título de ejemplo, puede observarse el volumen de intercambios económicos: a España le correspondía en 1977 apenas el 2% de las importaciones de América Central y un 1% de las exportaciones, mientras Estados Unidos lo hacía en un 35% y 32,8% respectivamente, Japón el 11,5% y 6,2% y Alemania el 6% y el 15,2%21. 18
GONZÁLEZ, Felipe, “España hacia una política con Iberoamérica”, en Le Monde Diplomatique en español, abril de 1983. Véase la exposición de los principios generales expuestos por el Rey en su primer viaje a América del Sur, en octubre de 1976 a Cartagena en Revista de Política Internacional, Nº 148, Madrid, noviembre-diciembre de 1976, pp. 162.165. 19 MORÁN, Fernando, “Principios de la política exterior española”, en Leviantán, Nº 16, 1984. 20 Véase GRUGEL Jean, “España y Latinoamérica”, en Richard Gillespie, Fernando Rodrigo, Jonathan Story (Editores), Las relaciones exteriores de la España democrática. 21 Véase, Varios Autores, Las relaciones entre España y América Central (1976-1989), Barcelona, CIDOB y AIETI, 1989.
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En este sentido, cabe destacar que se observa una diferencia muy marcada en las formas de relacionamiento de España con los países más grandes y los más pequeños de América Latina. Mientras con relación a los segundos, en algunas ocasiones Madrid ha intentado recurrir a diferentes mecanismos de presión para hacer valer sus principios de Estado y trata de ser más incisivo al momento de especificar un marco general de relación, con respecto a los más grandes su política ha sido más convencional, de tolerancia y menos impulsiva, en razón del peso de estos países en el concierto continental y debido a los grandes intereses económicos que a veces han estado en juego (un ejemplo de esto último lo encontramos en Chile, luego del arresto de Pinochet en Londres, caso en el cual el gobierno de Madrid, aun cuando respetara la autonomía del poder judicial, intentó adoptar una estrategia de bajo perfil, debido a los grandes contactos a nivel económico entre los dos países, lo que finalmente facilitó que el antiguo dictador retornara a su país). Este mismo pragmatismo se observa en torno al tema de la democracia en la política latinoamericana de España. El portavoz del Gobierno, Josep Piqué, dijo, al ser preguntado por las violaciones de los derechos humanos en Perú: si el Gobierno tuviera que condicionar sus relaciones exteriores al respeto a los estándares de los regímenes democráticos occidentales, “deberíamos restringir mucho nuestras relaciones internacionales”. Y añadió: “Hay muchos intereses políticos, económicos y sociales que tenemos la obligación desde el Gobierno de respaldar”22. Igualmente, con la llegada del gobierno del Partido Popular en 1996, se anunció un endurecimiento de la política española con respecto a Cuba. Había motivos para temer que la presencia comercial y económica de España se resintiera. Sin embargo, poco a poco las aguas volvieron a su cauce. La relación especial impuso su lógica. Con la llegada de los socialistas al poder se produjo un cambio con relación a los países centroamericanos. Desde el momento en que España ingresó a la OTAN, su política hacia Estados Unidos comenzó a presentar importantes variaciones. Se optó por tratar de alcanzar un difícil equilibrio entre la acción autónoma de España que debía reconstruir sólidas bases para la intensificación de sus vínculos con América Latina y los límites que imponían los intereses norteamericanos en la región. Por esta razón, cuando se creó el grupo de Contadora, el gobierno español optó por modificar su posición, le bajó el perfil a su participación, favoreció la estrategia de apoyar las iniciativas que surgieran de los países de la región y trató de involucrar más decididamente a la Comunidad en la región a través de la Conferencia de San José. “En este sentido, cambió la estrategia de actuación y mediación del gobierno socialista en la región optándose principalmente por la acción indirecta, el apoyo a los planes de paz de la zona, el planteamiento del tema en el Consejo de Europa y una vez en la CEE, por la actuación en el marco de la misma”23. Este escenario, en el cual los gobiernos españoles comprendieron los límites a su acción internacional -intensificación de vínculos con los países comunitarios y la necesidad de mantener en alto perfil las relaciones con Estados Unidos- sirvió de marco para determinar tres pilares de acción de España con respecto a los países latinoamericanos: una renovada relación bilateral en
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El País, 17 de agosto de 1998. DEL ARENAL, Celestino, op. cit., p. 144.
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torno a la cooperación económica, la democracia y los derechos humanos; la triangulación América Latina España y la Comunidad Europea; y la relación iberoamericana. las relaciones bilaterales La dimensión bilateral adoptó como componentes básicos la suscripción de tratados de amistad y cooperación en los que se contemplaban programas de fomento a las relaciones comerciales y de inversiones, el estímulo a la presencia de empresas españolas en el continente y la cooperación al desarrollo. Estos acuerdos emanaban de la necesidad de las autoridades españolas de promover nuevos y variados vínculos económicos en la industria, los servicios, la inversión y la cooperación al desarrollo, lo que implicaba movilizar la inversión del sector privado y de los fondos públicos. Este tipo de acuerdos desempeñó un importante papel en la medida en que permitieron un restablecimiento de vínculos que, a la fecha, eran de bajo perfil y potenciaron los múltiples contactos entre las partes. Por otro lado, la estrategia bilateral se focalizó en el apoyo a la democracia y a los derechos humanos, razón por la cual muchos de estos tratados incluyeron una cláusula democrática que evidenciaba la validez de los mismos si en el poder se encontraban fuerzas democráticas. En este rediseño de las políticas hacia la región, sobre todo en la dimensión bilateral, un papel muy importante recayó en las estrategias de cooperación, que, en el caso de América Latina, se articula en torno a la existencia de un pasado común, pero que le permite a España densificar los vínculos con una zona donde el país ibérico puede erigirse en fuerza política y diplomática y utilizar las políticas asistenciales para promover las relaciones económicas y la internacionalización de la economía española. En este último punto, a España se le ha criticado reiteradamente por parte del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE que utilice los créditos FAD (Fondo de Ayuda al Desarrollo), con criterios de fomento de las exportaciones más que de ayuda. En cuanto a la filosofía que sustenta la cooperación española, los motivos generalmente esbozados son: el deseo de asumir responsabilidades en materia de solidaridad con los países más pobres, potenciar los fuertes lazos históricos con ciertas zonas, particularmente con América Latina, la utilización de la cooperación al desarrollo para promover políticas comerciales e intereses económicos, y elevar así el perfil de España en el sistema internacional. “Los nuevos desafíos para nuestra política exterior se plantean a partir de la aceleración del fenómeno de globalización de la economía mundial. Son, por una parte, la cooperación al desarrollo y, por otra, nuestra presencia y proyección económica en Asia. No son fenómenos distintos, no debemos hacer compartimentos estancos: cooperación y comercio son muestras de la proyección exterior de un país. Debemos huir de toda simplificación: el comercio como la actividad egoísta y la cooperación como la actividad altruista. Ambos contribuyen a nuestro crecimiento económico, a nuestra prosperidad y a la de nuestros socios así como a una mayor presencia de España en el mundo”24.
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Conferencia del Ministro de Asuntos Externos, Carlos Westendorp y Cabeza, en el Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (INCIPE) bajo el título “La política exterior de España: las prioridades permanentes y los nuevos conflictos, 23 de febrero de 1996. Archivo del Ministerio de Asuntos Externos.
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En 1994, la Cámara del Senado unánimemente aprobó que el 45% de los recursos de cooperación se destinaran a América Latina, el 25% al Magreb y lo demás al resto del mundo. En 1997, los países latinoamericanos recibieron el 42,7% de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) en su vertiente bilateral. Los mecanismos utilizados fueron préstamos reembolsables y transferencias no reembolsables. Dentro de la primera categoría, el único instrumento empleado fue el de los créditos del FAD. Asumiendo una postura análoga a la de los demás gobiernos europeos, la cooperación española al desarrollo ha sufrido variados giros en las últimas décadas. En los años sesenta, dada la existencia de regímenes militares en América Latina y la escasez de diálogo entre las partes, la cooperación se canalizó básicamente a través de actores no gubernamentales. En la década de los ochenta, con el retorno a la democracia de buena parte de los países latinoamericanos, se le dio un nuevo impulso a la política de cooperación con el propósito de apoyar los procesos de democratización en curso. En los años noventa, la estabilización de los procesos democráticos, la recuperación económica y las posibilidades de nuevos negocios que se creaban a partir de los acuerdos de libre comercio crearon las condiciones para que recursos privados en mayor cuantía se destinaran a los países de la región. Esta nueva realidad ha traído consigo la aparición de un nuevo actor en las relaciones entre España y América Latina: el inversionista, que desempeña un papel cada vez más importante. A esto han coadyuvado varios hechos. De una parte, la cuantía de la cooperación oficial al desarrollo se ha estancado; en los noventa fueron mayores los volúmenes de flujos privados que desde España se destinaron a América Latina que los montos de cooperación25. De otra parte, sobre todo en los noventa, para las diferentes organizaciones de la sociedad civil española, América Latina se convirtió una zona menos estratégica. Por ser una región en la que la democracia se encuentra más o menos estabilizada y por su vertiginoso crecimiento económico, la atención de las organizaciones de la sociedad civil se ha centrado en otras regiones del mundo que se encuentran en situaciones extremas, como Africa, por ejemplo. Por último, cabe destacar que estas organizaciones han asumido el compromiso de apoyar los procesos de transición económica, social y política en la Europa Central26. En este sentido, las relaciones entre España y América Latina involucran diferentes tipos de actores, cada uno de los cuales le asigna diferentes intensidades a las relaciones. Sigue primando la dimensión que se concreta a través de los diálogos y acuerdos de gobierno a gobierno; en segundo lugar, cada vez le corresponde un papel mayor al inversionista español y, por último, la sociedad civil española participa de modo más marginal en las relaciones entre las partes. la comunidad iberoamericana de naciones La otra acción de España frente a América Latina se estructuró en torno a la idea de crear una Comunidad Iberoamericana de Naciones, la cual, no obstante las diferencias económicas y políticas que puedan existir entre los países miembros, ha procurado potenciar la creación de un 25
Véase FRERES, Christian (Coordinador), La cooperación al desarrollo bilateral de la Unión Europea con América Latina, Madrid, AIEI, 1997, capítulo primero. 26 Véase FRERES Christian, coordinador, La cooperación de las sociedades civiles de la Unión Europea con América Latina, Madrid, AIETI, 1998, capítulo primero.
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espacio iberoamericano que, con el tiempo, pueda derivar hacia la conformación de una genuina comunidad. Los grandes impulsores de esta iniciativa en España fueron la Unión de Centro Democrático (UCD) y la Coalición Democrática, organizaciones que desde inicios de la transición abogaron por un acercamiento entre España y América Latina. En el caso de la Coalición, se llegó incluso a apoyar la idea de una Gran Comunidad Iberoamericana de Naciones, con base en una zona de libre cambio, dentro de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio. No se explicitaba eso sí cómo se conjugaría ese espacio iberoamericano con el proyecto de adhesión a la CEE27. Posteriormente, esta Comunidad dejó de ser pensada como un proceso de integración o como una alianza económica o política, sino simplemente como un espacio de concertación de países con una historia, lengua y cultura común con el propósito de favorecer la interdependencia económica y cultural, fortalecer la democracia y elevar el papel del conjunto en el escenario internacional. Las cumbres iberoamericanas que han sido su corolario han estimulado el surgimiento de este nuevo tipo de vinculación, inexistente en el pasado. Los contactos regulares que de ahí se han desprendido han permitido ampliar la cobertura de acción de España en el continente americano y con sus resoluciones se ha ido conformando el espacio iberoamericano en ámbitos específicos. No obstante la significación política de estas cumbres, se ha podido observar en los últimos años un agotamiento de las mismas28. En la declaración final de la cumbre de La Habana celebrada a finales de 1999, como ya se ha vuelto habitual, se hizo referencia a la democracia, al fortalecimiento de las instituciones, al pluralismo político y al Estado de derecho, a la no-intervención o sea el respeto a la soberanía, la condena al unilateralismo y el compromiso de mancomunar esfuerzos para frenar la influencia de las crisis financieras. El escepticismo que comenzó a reinar en torno a las cumbres y el agotamiento que han experimentado las últimas ha llevado a las autoridades españolas a proponer reformas en el sistema para que las cumbres recobren un nuevo impulso. Esta es probablemente una de las razones del por qué José María Aznar, en su viaje a América Latina (Bolivia, Uruguay y Chile) en marzo de 1998, insistió en la creación de una secretaría permanente que realice trabajos de seguimiento y coordinación de las Cumbre Iberoamericanas, iniciativa que finalmente fue aprobada en la Cumbre de Habana de 1999. Pero existen otras razones más de fondo que explican el languidecimiento de este tipo de encuentros. Desde un punto de la política exterior española, principal gestor del espacio iberoamericano, el tema de lo iberoamericano sólo existe y se experimenta a nivel de las cumbres, pero éste no hace parte de una verdadera política de Estado. Como señala un analista español, “nunca se ha aceptado plenamente lo iberoamericano de forma incluyente y (...) su más alto nivel 27
MEZA Roberto, “La política exterior en la España democrática” en Revista de Estudios Internacionales, vol. 3 Nº 1, enero-marzo de 1982. 28 Véase Hugo Fazio Vengoa, “América Latina mira con esperanza el nuevo milenio”, en Luis Alberto Restrepo, Síntesis 2000. Anuario social, político y económico de Colombia, Santafé de Bogotá, IEPRI, Fundación Social y Tercer Mundo Editores, 2000, p. 173.
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alcanzado han sido únicamente las cumbres iberoamericanas. La política exterior española hacia Iberoamérica ha sido tradicionalmente una política exterior no incluyente, en el sentido de que no siempre se han tenido en cuenta los intereses de los países y de las sociedades civiles iberoamericanas. Todo ello ha generado un discurso retórico, a veces falto de sentido práctico, y que ha propiciado una cierta incomprensión”29. Igualmente, España no ha sabido comprometer a Brasil y a Portugal, que ven lo iberoamericano como hispanocéntrico, que hacen parte de estas actividades por razones geográficas mas no culturas y políticas, de ahí en parte su falta de interés. Este carácter no incluyente del tema de lo iberoamericano se explica por el carácter funcional que en alto grado Madrid le asigna a las relaciones con los países latinoamericanos: constituye un mecanismo a través del cual Madrid fortalece su papel de interlocutor natural entre Europa y América, con lo cual eleva su política internacional y aumenta su capacidad negociadora en el seno de la CEE/UE. la triangulación de las relaciones españa-cee/ue- américa latina Por último, se observa la existencia de una dimensión trilateral en el ámbito de las relaciones políticas, que se concretiza en acciones que involucran a la CEE/UE como medio y objetivo de los vínculos bilaterales entre España y América Latina. En este sentido, los gobiernos españoles intentaron convertir su ingreso a la CEE en un mecanismo potenciador de los vínculos con América Latina en la medida en que España se convierte en el país que intensifica la calidad de los vínculos entre las dos regiones. Contemporáneamente con el ingreso de España y Portugal a la CEE, la política comunitaria hacia América Latina dio un importante viraje. Desde su ingreso a la CEE, España buscó fomentar las relaciones con América Latina a través de la creación de un presupuesto de ayuda general y de cooperación al desarrollo para la región, por medio del apoyo europeo a los programas latinoamericanos de integración a nivel regional o subregional, mediante los contactos del Parlamento Europeo con la región y la institucionalización de diálogos entre la CEE y América Latina como el de San José y el Grupo de Río. Como lo señalara el Ministro de Asuntos Exteriores, Carlos Westendorp en su conferencia “España entre Europa e Iberoamérica”, de febrero de 1996: “en 1986 la Comunidad Europea <descubre> a América Latina, reforzando desde entonces esta dimensión de su proyección exterior. Desde la Unión Europea tenemos una mayor presencia e influencia en América Latina. Y gracias a nuestra dimensión iberoamericana tenemos también más peso en Bruselas”. Con anterioridad, para la Comunidad, los países latinoamericanos hacían parte del grupo de países no asociados o PVD-ALA, que abarcaba al conjunto de países latinoamericanos y asiáticos, con los cuales la CEE no había cultivado ninguna relación especial, lo que los ubicaba en un lugar periférico en la escala de preferencias internacionales de la CEE. En ese entonces, los acuerdos de Cooperación de la Comunidad solo cubrían los aspectos comerciales y no se contemplaban líneas de crédito del Banco Europeo de Inversiones. A partir de la segunda mitad de la década de los años ochenta se empezaron a producir importantes modificaciones. Se suscribieron acuerdos de tercera generación que incluían nuevos ámbitos de 29
MALLO, Tomáso, “De las cumbre iberoamericanas a la articulación de una comunidad iberoamericana de naciones”, en Síntesis Nº 27-28, Madrid, 1998, p. 104.
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cooperación, además de cláusulas democráticas. Se incrementaron los montos de cooperación con los países latinoamericanos y, a partir de 1992, el Banco Europeo de Inversiones abrió líneas de crédito a los países de la región. Se institucionalizaron las relaciones con el Grupo de San José y con el Grupo de Río, se abrieron delegaciones en casi todos los países de América Latina y la CEE se convirtió en observador de varias de las organizaciones regionales. Se incluyó a los países de América Central en el trato especial a los países menos adelantados del sistema generalizado de preferencias con lo que buena parte del universo de las exportaciones de estos países entran exentas de gravámenes y derechos a la CEE/UE. Haití y la República Dominicana quedaron inscritos en el Convenio Lomé IV de 1989. Por último, se suscribió el acuerdo de cooperación interregional Unión Europea-Mercosur y el país ibérico ha sido uno de los principales impulsores de la firma de acuerdos de la Unión Europea con Chile y México. Es indudable que, siendo la CEE y América Latina los dos principales vértices de la política exterior española, Madrid debía concretizar mecanismos que le permitieran conjugar ambas posiciones. Así lo sostenía el Ministro de Asuntos externos de España, Fernando Morán, cuando en la Conferencia Ministerial de San José, señaló: “hoy por primera vez, podemos ver cómo convergen los dos ejes centrales de la política exterior española; como no sólo no hay contradicción entre nuestra vocación europea y nuestra vocación americana, sino que es posible que España aporte una contribución sustancial a este nuevo diálogo por el que España siempre abogó no sólo en Europa, sino también en América”30. Sin duda, a partir de la segunda mitad de los ochenta se produjo una sustancial mejora en la calidad de las relaciones entre la Comunidad y América Latina. Es innegable también el papel que en este sentido desempeñó España y en menor medida Portugal. Pero de ahí a sostener, como lo sugiere buena parte de la literatura que versa sobre las relaciones entre España y América Latina, que fue el ingreso de ésta el factor potenciador de los vínculos entre la CEE y América Latina, hay un trecho muy grande. De una parte, porque se está exagerando el poder de España dentro de la Comunidad y, de la otra, si esta mejora se produjo fue porque desde inicios de la década de los ochenta el interés europeo por América Latina había crecido sustancialmente. El inicio del ocaso de las dictaduras militares, la revolución sandinista, la guerra de las Malvinas, la crisis de la deuda, etc., despertaron el interés por la región. En particular, los gobiernos de Francia y Alemania habían mostrado mucha sensibilidad frente al problema centroamericano. Tampoco se puede ignorar que además de España existen múltiples otros instrumentos que enlazan a América Latina con Europa. De mucha importancia han sido los vínculos que se han establecido a través de los partidos políticos, las agencias para el desarrollo, las fundaciones, etc. que delimitaban unos marcos específicos en los que se desenvolvían las relaciones entre ambas regiones. Pero además de esto, el argumento de las relaciones especiales entre España y América Latina enfrentaba tres obstáculos mayores: de una parte, el contenido económico de la relación especial entre España y América Latina era muy reducido y, puesto que, el experimento de integración 30
Revista de Estudios Internacionales Nº 2, 1985, p. 514.
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europeo era básicamente una empresa económica, a lo que se sumaba el hecho de que los países latinoamericanos ansiaban ante todo facilidades comerciales y financieras, el papel que en este plano pudiera desempeñar España no era muy grande. De otra parte, América Latina no podía beneficiarse como región de un tratamiento más favorable por parte de la CEE debido a que en general estos países tenían niveles de desarrollo superiores en comparación con los países con los cuales la Comunidad estaba tejiendo relaciones especiales (los países ACP y mediterráneos). Por último, los sucesivos gobiernos españoles no tardaron en darse cuenta que era necesario fortalecer los vínculos entre la UE y América Latina hasta el punto en que la región hiciese parte de las políticas comunitarias, pero que no había que trascender un dintel que amenazara la autonomía del país ibérico en sus vínculos con América Latina, por cuanto ello dejaría de reportarle un capital en términos de influencia política tanto en nuestra región como al interior de la UE. En síntesis, “el peso y la influencia de España en América Latina no tiene equivalencia con su peso e influencia económica. Hecho que puede servir para explicar algunos de los problemas de la política iberoamericana de España, así como para percibir el estrecho margen de maniobra que existe para que las iniciativas españolas incidan en un cambio de las relaciones entre la Comunidad Europea y América Latina, que adolecen del mismo desequilibrio entre los ámbitos político y económico”31. Es decir, el ingreso de España y el énfasis latinoamericano en su política comunitaria simplemente sirvió de estímulo para que se multiplicaran estos variados contactos que ya existían entre Europa y América Latina. Si finalmente América Latina ha podido obtener un mejor margen de negociación con la CEE/UE, sin duda se ha debido a la mayor sensibilidad que previamente existía en Europa con respecto a los problemas latinoamericanos, al papel que ha desempeñado la política defendida por los diferentes gobiernos españoles, así como al hecho de que Madrid supo ubicar a su gente en los puestos claves de la toma de decisión comunitaria frente a los países terceros. Más bien, el objetivo de España en este plano ha sido ofrecerles, a través de una multiplicación de los contactos entre la CEE/UE y América Latina, garantías económicas a los países latinoamericanos, insertarlos en ámbitos prioritarios de las relaciones externas europeas, lo cual, en su momento, produce un fortalecimiento de España y, de este modo, tiene un impacto considerable en las esferas económicas y políticas del país32. Partiendo del supuesto de que para América Latina la calidad de los vínculos con Alemania, Francia y Estados Unidos son estratégicos y que de hecho España representa un interés limitado para estos países, Madrid utilizó diferentes estrategias con el propósito de triangular a través del país ibérico las relaciones, lo que implicaría un acrecentamiento de su papel internacional y un 31
Arenales, op. cit., p. 108. MAQRCH PIJOL, Juan Antonio, “The making of the Ibero-american Space”, en ROY Joaquin, GALINSOGA JORDÀ, Albert (Editores), The Ibero-American Space. Dimensions and Perceptions of the Special Relationship betweeen Spain and Latina America, Miami, Universidad de Miami y Universidad de Lleida, 1997, p. 15.
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posicionamiento estratégico en los vínculos interatlánticos. Por eso es que desde el momento mismo de adhesión de España a la CEE, se produjeron declaraciones de intenciones, muy ricas en generalidades, aun cuando no hubo ninguna medida concreta que alterara la posición no prioritaria de nuestros países para la CEE. Si en este campo no se produjeron variaciones mayores, se debe reconocer que a nivel político España logró intensificar las relaciones entre la CEE y América Latina. En el fondo, los dirigentes españoles no tardaron mucho en comprender que el papel que le asignaban a América Latina en la política comunitaria de España pecaba de exceso de optimismo, ya que era escasa la capacidad del país para incidir en el curso y en la orientación de las relaciones externas de la CEE. De otra parte, se partía de una infundada atracción que España debía ejercer entre los gobiernos latinoamericanos para privilegiar al país ibérico como interlocutor. Es perceptible que hacia finales de la década de los ochenta las elites políticas españolas tomaron conciencia de que no podían modificar el nivel y la calidad de las relaciones entre la Comunidad y América Latina e igualmente, no obstante las dificultades para maximizar este protagonismo, España debía conservar su política latinoamericana, diferente a la comunitaria. la dimensión económica de las relaciones El componente económico en las relaciones entre España y América Latina es muy intenso y en cuanto a su naturaleza difiere de la lógica de las relaciones política. Esto se explica por varios factores: de una parte, son vínculos predominantemente bilaterales. América Latina se ha convertido en el objetivo principal en el proceso de internacionalización de las empresas españolas. Para ello se han beneficiado de las transformaciones económicas que han tenido lugar en la región desde mediados de la década de los años ochenta y de la privatización de empresas del sector público. De otra parte, la triangulación comunitaria recién está dando sus primeros pasos a través de la suscripción de acuerdos de la UE con el Mercosur, Chile y México. Esta dimensión básicamente bilateral, no obstante, no ha sido óbice para que el gobierno de España haya sido uno de los países de la Unión que más ha defendido la idea de suscribir este tipo de acuerdos, aun cuando vale la pena señalar que no siempre los diferentes sectores gremiales españoles son favorables a este tipo de posiciones. Así, por ejemplo, el sector agrario español ha manifestado su radical oposición a un acuerdo rápido de la Unión Europea con Mercosur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay) y Chile para el establecimiento de una zona de libre comercio que afectaría especialmente a las producciones agrícolas. Varias organizaciones españolas han sostenido que no se oponen a la firma de acuerdos con terceros países si ello supone mejorar las condiciones de vida del campo en los mismos, pero declaran su total oposición a que los productos agrarios se utilicen como moneda de cambio político33. Inversiones Sólo a partir de 1959, con la aprobación del Plan de Estabilización que marcó el comienzo de la apertura de la economía española, se dio inicio a la liberalización en el movimiento de capitales con el exterior. Dado el atraso de la economía española, el país ibérico fue ante todo un receptor 33
El País, 5 de julio de 1999.
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de capitales externos. Hasta mediados de los años ochenta fueron escasos los capitales españoles que salieron de las fronteras del país. Con la adhesión a la CEE se produjo un viraje con un significativo aumento de la inversión extranjera directa (IED) española canalizada básicamente hacia la CEE, en razón de la necesidad de desarrollar redes comerciales para la ampliación de los mercados y el estímulo a las exportaciones. Dada la centralidad que tuvo la CEE, América Latina sólo recibió el 10% del total del IED española, lo cual también se explica por las grandes dificultades económicas por las que atravesaban los países de la región luego de la crisis de la deuda de 1982. En la década de los años noventa, se pueden distinguir dos etapas. La primera abarcó hasta 1993, período en el cual la IED hacia la CEE/UE representó aproximadamente el 60%, mientras América Latina se mantuvo en un porcentaje similar al de la fase anterior. Desde 1994 se inicia una nueva fase, en la que se produce una gran expansión de la IED española en América Latina, en razón de la “atracción que han ejercido las oportunidades de inversión en las principales economías de América Latina”34. En las relaciones entre España y América Latina, la IED desempeña cada vez un papel mayor. En cuanto a los criterios de selección de los países hacia los cuales se canaliza la IED, los inversionistas españoles se interesan por América Latina por la densidad de los vínculos existentes a nivel económico y político, lo cual abre posibilidades para consolidar su presencia internacional a largo plazo. En cuanto a las opciones estratégicas, la IED española en América Latina no parece destinarse a explotar recursos naturales, sino que se motivan por las posibilidades de abrir nuevos mercados, sobre todo a partir del momento en que los países de la región se comprometieron en aperturas comerciales y en la creación de acuerdos de libre comercio. Empero, el móvil principal consiste en aumentar su eficacia y reforzar la competitividad internacional a través de la internacionalización de sus actividades. Los sectores que más han concitado la atención de los inversionistas extranjeros han sido el sector financiero, los transportes y las comunicaciones. En los países de mayor tamaño, como Argentina, la IED española procede de grandes empresas que buscan afirmarse en determinados mercados. En los países más pequeños, como es el caso de Cuba, un papel destacado en los capitales españoles lo realizan las pequeñas y medianas empresas. Según estimaciones de la Asociación de Empresarios Españoles en Cuba, las inversiones directas extranjeras españolas ascendían en 1995 a unos 12 mil millones de pesetas. El número mayor de empresas localizadas en Cuba en la actualidad está en torno a las 70, siendo la mayoría de tamaño mediano y pequeño. Según han manifestado algunos empresarios, Cuba ha sido la primera experiencia internacional de algunas empresas que posteriormente han invertido en México, Argentina y Marruecos35.
34
ARAHUETES, Alfredo, “España”, en Banco Interamericano de Desarrollo e IRELA, Inversión extranjera directa en América Latina: la perspectiva de los principales inversores, Madrid, 1998, p. 111. 35 VALENCIA, Manuel, “Dos países siempre cercanos”, en Economía Exterior Nº 8, primavera de 1999, p. 93.
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En general, la inversión española se destina a la adquisición de activos ya existentes y no tiende a crear nuevas actividades económicas. En esto un papel muy importante ha recaído en los programas de privatización en que se ha comprometido la mayor parte de las naciones latinoamericanas. La mayor parte de las empresas que en la actualidad cuentan con presencia del capital español en Argentina eran hasta hace poco empresas públicas. También han empezado a desempeñar un gran papel las inversiones en actividades que tradicionalmente los proveyó el Estado, tales como la construcción y el mantenimiento de infraestructuras. Los principales agentes que realizan las inversiones en América Latina son la banca y las empresas públicas pertenecientes al Instituto Nacional de Industrias y en los países más pequeños las medianas y pequeñas empresas. El criterio que motiva a esta multiplicación de contactos con América Latina se debe a las oportunidades que la región abre a España para una acelerada internacionalización de sus empresas. Refiriéndose a la crisis financiera que afectó a América Latina en los años 1998 y 1999, Pedro Luis Uriarte, Vicepresidente y Consejero delegado del Banco Bilbao Vizcaya (BBV), señala que permanecerán en la región, donde han invertido más de 3.000 millones de dólares (unos 435.000 millones de pesetas) porque no son capitales golondrina. “Con los 3.000 millones de dólares que hemos invertido en Sudamérica no hubiésemos adquirido ni el 1% de un mercado europeo como Italia”36.
36
El País, 21 de septiembre de 1998.
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Tal como se desprende de la información contenida en el cuadro 2, no obstante su volumen, la IED española se encuentra muy concentrada en los países más grandes y desarrollados de la región. En cuanto a los acuerdos de integración, la participación de la IED española en el Grupo Andino representó el 57%, América Central el 5% y el Mercosur el 12,7% del total de IED de la UE entre 1990 y 1996. Tomando en promedio los años 1990 a 1996, la IED española representó el 16,5% del total del IED de la Unión Europea, Japón y los Estados Unidos, en Brasil el 2,4%, en Chile el 3,4%, en Colombia 19%, en México el 2,7%, en Perú el 67%, en Venezuela el 2,6%, en América Central el 0,7%, en el Grupo Andino el 21,8% y en el Mercosur el 4,3%. En general, se observa que por su importancia estratégica es más sensible está IED en los países andinos que en el Mercosur. De otra parte, al igual que ocurre con otros países europeos, su presencia en América Central e incluso en México es muy débil. el comercio entre españa y américa latina Si América Latina se ha logrado posicionar en un lugar de preferencia para las inversiones españolas, en el plano comercial la tendencia es otra ya que los intercambios intracomunitarios representan un porcentaje muy elevado y difícilmente se presentarán cambios en los años venideros. En esto intervienen dos tipos de procesos. De una parte, las posibilidades que para un país medio como España le depara el mercado comunitario y, de la otra, la comunitarización de las
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relaciones comerciales que han conllevado a que España desarrolle vínculos con otras regiones con las cuales la UE mantiene vínculos especiales. Igualmente, esta comunitarización constituye un freno para la multiplicación de los contactos comerciales debido a las restricciones que enfrentan algunos productos latinoamericanos para ingresar en el mercado comunitario, incluido el español37. De modo más pronunciado que en el plano de las inversiones, la adhesión a la CEE marcó la evolución del comercio exterior de España. Si en 1984 el 52,47% de las exportaciones se destinaba a los restantes países comunitarios, en 1986, el año de ingreso a la Comunidad, las colocaciones españolas en este mercado subieron al 62,66% y desde ese momento no han dejado de progresar. En 1995 representaban el 73,35% del total de las exportaciones. Una situación análoga se observa a nivel de las importaciones provenientes de la CEE/UE. En 1984 representaban el 36,39% del total de las adquisiciones en el exterior, en 1985 ascendieron al 53,58% y en 1995 alcanzaron el 65,38%. Mientras se consolidaba el comercio con la CEE/UE, los flujos comerciales con Estados Unidos tuvieron un comportamiento diferente. Hacia este país se destinaba el 9,51% de las exportaciones en 1985, en 1986 descendieron al 9,17 y en 1995 representaban el 4,13. A nivel de las importaciones, el comportamiento fue 11,21% en 1984, 9,85 en 1986 y 6,42 en 1995. El comercio con América Latina tuvo una actuación más estable: en 1984, representaba el 4,49% del total de exportaciones, en 1986 el 5,35% y en 1995 el 5,23%. En cuanto a las importaciones, se pasó, en esos mismos años, del 5,62% al 4,62 y al 3,86%, respectivamente. Es decir, no obstante la densidad de vínculos económicos que existen entre América Latina y España en la década de los años noventa, el volumen comercial es relativamente pequeño para España. La participación regional varía sólo cuando se considera el comportamiento comercial español extracomunitario. Si en 1980 América Latina representaba el lugar de destino del 20,6% de las exportaciones, en 1990 descendió al 11,1% para alcanzar nuevamente un 20,3% en 1997. Por el lado de las importaciones, estas constituían el 14,6% en 1980, el 11,2% en 1990 y el 12,3% en 1997. Aun siendo pequeño el volumen del intercambio con América Latina, uno de los elementos más importantes es que, junto con el Mediterráneo, ha sido un mercado ampliamente excedentario para España durante la década de los noventa. Si en 1980 arrojó un déficit de 953 millones de ecus y en 1991 se alcanzó los 1302 millones de ecus en pérdida en el comercio bilateral, en 1992 descendió el déficit a 839 millones de ecus, y desde 1993 se ha vuelto ampliamente favorable para España, ya que alcanzó un saldo a su favor de 271 millones, en 1994 fueron 775 millones, en 1995 467 millones, en 1996 997 millones y en 1997 el excedente fue de 1.475 millones de ecus. Los países latinoamericanos a los que España más exporta son: Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Cuba y México. En 1997 estos seis países representaron el 78% de las colocaciones españolas en América Latina. En materia de importaciones se presenta el mismo grado de concentración, aunque con una pequeña variación de países. De donde proviene la mayor parte de las adquisiciones españolas en América Latina son cinco países: Argentina, Brasil, Chile, México y Uruguay, que representaron en ese mismo año el 76,3%. 37
Ibid., 5 de julio de 1999.
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Varios elementos llaman la atención de este comportamiento comercial. En primer lugar, el escaso peso que tienen los países centroamericanos y del Caribe, con las únicas excepciones que son Cuba, país con el cual se mantiene una “relación especial”, y la República Dominicana que, además del amplio desarrollo turístico, han incrementado sus vínculos con España desde su ingreso al conjunto de países del Acuerdo de Lomé. Los países de América Central, sin contar Panamá, representaron el 3,2% del total de exportaciones españolas hacia América Latina en 1997 y el 3,9% de las importaciones. En segundo lugar, el intercambio con México ha tenido un comportamiento oscilante. De representar el lugar de destino del 28,1% de las exportaciones españolas hacia América Latina, descendió en 1995 al 11,6% y en 1997 representó el 13,8%. Del lado de las importaciones, se pasó, en esos mismos años, del 32,1% al 21,3 y 22,4%. En esta situación han intervenido básicamente dos factores: de una parte, la crisis financiera mexicana de 1994 y sobre todo la desviación comercial que supuso la creación del NAFTA, lo que aumentó el comercio azteca con Estados Unidos en tres años en un 64%38. Las autoridades españolas han preservado en su empeño de fortalecer los vínculos económicos con México y por esta razón, en el marco del Acuerdo económico integrado en el Tratado, el Gobierno español puso a disposición del mexicano, y de los empresarios de ambos países, una línea de crédito por valor de 1.500 millones de dólares, de los cuales 300 millones estaban reservados a pequeños y medianos proyectos. En tercer lugar, con grandes altibajos como producto de las difíciles situaciones por las que han atravesado algunos países de la Comunidad Andina, este mercado sigue constituyente un foco de atención por parte de España, aun cuando el volumen comercial tienda a ubicarlos en una posición bastante marginal. En 1997, hacia estos países se orientó el 13,3% de las exportaciones españolas hacia América Latina y en esos mercados se realizó el 12,9% de las adquisiciones latinoamericanas. En este comportamiento han incidido sobre todo Venezuela y Perú que han sido los países con pautas más erráticas, ya que en 1991 estos países representaban el 20,8% de las exportaciones hacia América Latina y el 13,2% de las importaciones. En cuarto lugar, se puede destacar la importancia que se le ha asignado al Mercosur en el comportamiento comercial entre España y América Latina. Los cuatro países miembros del Mercosur, a los que se puede agregar Chile en calidad de Estado asociado, representaron en 1997 el 56,8% de las exportaciones de España hacia América Latina y el 54,4% de las importaciones. Esta participación del Mercosur es tanto más importante si tenemos en cuenta que en 1991 estos países representaban el 27,9% de las colocaciones españolas en nuestra región y el 48,3% de las compras. Es decir, el superávit con el Mercosur se ha convertido en un objetivo estratégico en las ofensivas españolas para capturar nuevos mercados. Por último, la estructura del comercio es similar a la que en general los países europeos mantienen con el conjunto de los países latinoamericanos. Es un caso típico de intercambios tradicionales entre zonas con distintos modelos de industrialización. Así, por ejemplo, las exportaciones argentinas se concentran en productos primarios, sobre todo agrícolas y pesqueros y, en un segundo plano, mineros, mientras que España envía a este país esencialmente bienes de equipo,
38
OJEDA, Mario, “México y España veinte años después de la reanudación de las relaciones”, en Foro Internacional, vol. XXXVIII, México, abril-septiembre de 1998, p. 167.
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sobre todo maquinarias y aparatos eléctricos y material de transporte, aunque también ocupan un lugar destacado los libros, folletos, y otros productos de la industria editorial39.
39
GUDIÑO, Florencio, “Las relaciones bilaterales entre España y Argentina en la década de los noventa”, en Síntesis, Nº 27-28, enero-diciembre de 1997, p. 25.
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Conclusión Mientras los países latinoamericanos han mostrado una gran pasividad a la hora de definir la naturaleza de las relaciones con España, desde inicios de la transición democrática Madrid ha asumido la responsabilidad de determinar la calidad de las relaciones con los países latinoamericanos. En tal sentido, no es equivocado decir que la esencia de estas relaciones es más tributaria de las iniciativas españolas que a una presunta predisposición natural de nuestros países en relación a España. A diferencia de otros países europeos, España se distingue por haber construido una política latinoamericana en su accionar externo, la cual se expresa en un espacio de intermediación entre la dimensión bilateral y multilateral en el proyección internacional del país ibérico. Si a la fecha, la calidad de estas relaciones reposa en las iniciativas españolas y si ante todo satisfacen las preferencias internacionales del país ibérico, ello se explica por la pasividad que en este plano han mostrado los países latinoamericanos, que no han sabido dotar a estas relaciones de elementos de sus propias preocupaciones internacionales. En este inicio del siglo XXI, las relaciones entre las partes se han normalizado y han alcanzado un nivel antes inexistente. Pero, España ya hizo todo lo posible para sacarle provecho a estas relaciones y difícilmente desplegará mayores esfuerzos para elevar la calidad de las mismas. En tal sentido, si se quieren potenciar estos vínculos de cara al futuro es imperativo que las cancillerías latinoamericanas asuman una posición más realistas y propositiva. Difícil es por le momento decir qué acciones deben emprenderse. Lo único que puede deducirse de la experiencia española es que América Latina, o algunos de sus Estados, deben definir claramente cuáles son sus preferencias nacionales o regionales que buscarán realizarse a través de las relaciones con el país ibérico.
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la sala doméstica en santa fe de bogotá. siglo xix el decorado: la sala barroca • patricia lara betancourt ∗
I. el decorado: la sala barroca Siguiendo las tendencias europeas, los muebles, objetos, adornos y disposición de la sala doméstica de la elite social en Santa Fe de Bogotá cambiaron de modo constante desde fines del siglo XVIII y a todo lo largo del siglo XIX. El cambio fue tan continuo que cada generación se pronunció acerca de aquellas cosas y costumbres que les precedieron considerándolas parte de un mundo desaparecido. El moblaje de la sala se transformó desde el abandono del estrado a fines del siglo XVIII hasta el establecimiento del salón burgués en las últimas décadas del siglo XIX. En el presente artículo abordaremos esta historia con el examen de su primera gran transformación: la sustitución del estrado por la sala barroca. El testimonio de los cambios, en general en las costumbres y en particular en la decoración, muebles y objetos de la sala, lo encontramos en muchos escritores del siglo XIX. Una de las primeras declaraciones la dio Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861). En los años cincuenta, escribió acerca de la ciudad de Santa Fe de 1810 y dijo:
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El artículo hace parte del trabajo de tesis de maestría titulado “La sala doméstica en Santa Fe de Bogotá, siglo XIX”. La obra en cuestión se compone de tres partes que abordan respectivamente la arquitectura, el mobiliario y los rituales de la sala. El presente apartado reproduce el capítulo 1 de la Parte II referida al mobiliario. ∗ Magíster en Historia. Universidad Nacional de Colombia.
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“no quiero que se olvide lo que fue en otro tiempo el país de mi nacimiento”1. La autora refirió las costumbres de los nobles santafereños de aquella época: Sus casas, sólidamente construidas, ofrecían espacio y comodidad a los que moraban en ellas; lo que, según la opinión de muchos, puede valer tanto como lo que se llama elegancia y buen gusto moderno. Macizos balcones, en cuya formación no se había economizado la madera; gruesas ventanas guarnecidas con espesas celosías, que daban escasa entrada a la luz y al aire que circulaba por espaciosas salas colgadas de un papel lustroso en donde ordinariamente se representaban paisajes y flores; altos y duros canapés con cerco dorado, forrados en filipichín o damasco de lana o seda, cuyas patas figuraban la mano de un león empuñando una bola; cuadros de santos con anchos marcos labrados y sobredorados y algunos retratos de familia al óleo, ejecutados por Figueroa y colocados lo más cerca del techo que era posible; enormes arañas de cristal; mesas labradas con caprichosos recortes; espejos ovalados colgados oblicuamente sobre las paredes, y sillas de brazos altos, forradas en terciopelo o damasco, cuya clavazón hacía comúnmente un dibujo poco variado2.
Para la década del cincuenta, la sala bogotana había variado significativamente respecto a la de 1810. De ahí la necesidad de la autora de rescatarla del olvido. Ella aclaró que en el 10 también había casas en que se habían adoptado “modas más modernas” aunque las consideró una excepción: “paredes adornadas con láminas de exquisito gusto, muebles más elegantes y ligeros, y balcones y ventanas de hierro con delgados balaustres [...] asientos menos altos y más blandos”3. El cambio que señaló Acevedo de Gómez consistió en la aparición de rasgos modernos en muebles y objetos, entendidos éstos como elegancia, ligereza y comodidad. Se dio pues un cambio en el gusto de los santafereños. Acevedo de Gómez afirmó de modo implícito que el mundo de fines de la Colonia era diferente del que había surgido luego de la Independencia. Es posible que hubiera un interés ideológico de parte de su generación por marcar distancia respecto a los tiempos del Virreinato. Pero aun reconociendo dicho interés, los cambios efectivamente se produjeron y en el caso de la sala fueron manifiestos. Lo que Josefa Acevedo de Gómez ignoraba era que la sala de 1810 había surgido apenas tres décadas antes -alrededor de 1780- y que la transformación de entonces había sido mucho mayor que la que ella había percibido a mediados del siglo XIX. desaparición del estrado La sala anterior a 1780, es decir el estrado, fue una institución hispánica que se adoptó en América desde los primeros tiempos de la colonización y se mantuvo a lo largo de casi tres siglos. La investigadora Pilar López, en su estudio sobre el estrado en la Nueva Granada, afirma que éste era un espacio usado exclusivamente por las mujeres y se caracterizaba por tener alfombra y cojines, sobre los cuales ellas adoptaban una posición sedente4. Asimismo, asegura 1
ACEVEDO DE GÓMEZ, Josefa. “Santafé de Bogotá”, en LUQUE MUÑOZ, Enrique, Narradores colombianos del siglo XIX, Bogotá, Colcultura, 1976. pp. 17-20. 2 Íbid., pp. 17-18 (cursiva nuestra). 3 Íbid., p. 18. 4 María del Pilar López ha dedicado parte de sus esfuerzos investigativos sobre el mueble colonial a examinar en detalle el tema del estrado en la Nueva Granada. La autora facilita dos definiciones del estrado, la primera, tomada del Diccionario de Covarrubias, a comienzos del siglo XVII: “conjunto de alhajas que sirve para
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que la sala estaba compuesta por dos ámbitos: el estrado femenino y el espacio reservado a los hombres. El ámbito femenino constaba de una tarima de madera con su alfombra, cojines, almohadas y telas para cubrir las paredes. También incluía muebles de tamaño pequeño llamados “muebles de estrado” o “muebles ratones”: mesitas, escritoritos, costureros, cofres, cajas, arquetas5, rueca y brasero. El espacio de los hombres exhibía, por su parte, “un mobiliario pesado, grandes escritorios sobre bufetes6, mesas, sillas con respaldar y apoyabrazos y butacas de arrimo utilizadas para aproximarse al estrado femenino permitiendo a los caballeros conversar con las damas”7, puesto que no les era permitido subir al estrado. Las historiadoras argentinas Sara Bomchil y Virginia Carreño, junto con Constanza de Menezes, investigaron el estrado en Hispanoamérica en la época colonial. Ellas destacan ante todo el origen oriental e islámico del estrado español y su carácter exclusivamente femenino y de distinción social, pues sólo las mujeres “principales” recibían en ellos. También afirman que el repertorio de muebles ratones se enriqueció con el correr de los siglos8. El estrado desapareció (tanto en España como en América) en el contexto de los aires revolucionarios de la segunda mitad del siglo XVIII. La tarima, alfombra, cojines, colgaduras y pequeños muebles se refugiaron por un tiempo en la alcoba -o en el costurero-, pero su lugar y función no serían ya las del espacio social más importante de la casa. Las nuevas modas e ideas provenientes de Francia e Inglaterra en el siglo XVIII impusieron otros muebles, otro decorado y finalmente otra concepción de la sociabilidad. surgimiento de la sala barroca La sala que surgió y se configuró alrededor de 1780 en las residencias de la aristocracia santafereña anunciaba un mundo nuevo. Ese mundo era el producto de grandes transformaciones que estaban en curso en Europa y que conocemos como Modernidad, Ilustración, Revolución Francesa y Revolución Industrial. En el siglo XVIII -con mayor énfasis en la segunda mitad-, la monarquía borbónica emprendió la reorganización del imperio con base en criterios neomercantilistas e ilustrados. Tal política apuntó, por una parte, a la administración más rigurosa y racional de los recursos y, por otra a la promoción de las ciencias y de las ideas de la Ilustración9. Las ideas científicas e ilustradas fueron asimiladas por un sector de la aristocracia
cubrir y adornar el lugar o pieza en que se sientan las señoras para recibir las visitas, que se compone de alfombra o tapete, almohadas, taburetes o sillas bajas”, y la segunda, citada del Diccionario de Autoridades en el siglo XVIII: “lugar o sala cubierta con la alfombra y demás alhajas del estrado, donde se sientan las mujeres y reciben las visitas”, El estrado doméstico en Santafé de Bogotá, Nuevo Reino de Granada, siglos XVI a XVIII, p. 4 (versión inédita mecanografiada). 5 Arqueta: arca pequeña. 6 Bufete: mesa que sirve para diversos usos. 7 LÓPEZ P., op. cit., pp. 10-11. 8 BOMCHIL, Sara, CARREÑO, Virginia, El mueble colonial de las Américas y su circunstancia histórica, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1987, pp. 58-65. Los “muebles ratones” son los mismos “muebles de estrado” a los que alude Pilar López. 9 KÖNIG, Hans-Joachim, En el camino hacia la nación: Nacionalismo en el proceso de formación del estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750 a 1856, Bogotá, Banco de la República, 1994, pp. 53-126. MÖRNER, Magnus, La reorganización imperial en Hispanoamérica, Tunja, Ediciones Nuestra América, 1976
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criolla y despertaron en él la conciencia patriótica que alimentó el movimiento independentista. En este proceso el papel de las tertulias domésticas fue decisivo10. La famosa tertulia de “El Buen Gusto”, que se fundó en 1801 y estuvo presidida por doña María Manuela Santa María y Prieto de Manrique11, es un ejemplo de ello. Las tertulias surgieron en la Nueva Granada en las dos últimas décadas del siglo XVIII (un poco después que en Nueva España, Virreinato del Perú y Virreinato de La Plata), siguiendo el ejemplo de las europeas. En ellas se ponía en juego no sólo un nuevo universo ideológico y cultural, sino también una nueva sociabilidad, una manera inédita de relacionarse, conversar, intercambiar ideas y discutir12. Junto a estas originales ideas y prácticas sociales, aparecieron simultáneamente unos muebles y objetos que habrían de transformar la sala no sólo en su decorado sino también en su función. En Colombia no contamos con estudios sobre el tema. No obstante, existen algunas investigaciones en otros países de América Latina que sirven como punto de referencia. El historiador argentino Carlos Moreno13, por ejemplo, muestra cómo en el contexto de las Reformas Borbónicas en la capital del Virreinato de la Plata entre 1750 y 1810, se produjeron modificaciones sustanciales en la arquitectura y muebles domésticos. El período fue de expansión económica y de cambios en las ideas, los valores y en la conformación de la elite social. El autor afirma que la vivienda y el mobiliario habían iniciado su transformación desde mediados del siglo XVIII junto con la reapertura del comercio. Con la Independencia, los cambios se acentuaron: No sólo el estrado y los modos de relación a los que daba soporte cambiaron con la revolución, los aires frescos de la libertad indujeron al cambio. Cambio en las modas, en las costumbres [...] un Buenos Aires que se consideraba al tono de la época. Se difundieron muchas de las costumbres francesas14.
A pesar de darse una transformación tan grande en pocos años, Moreno señala que ésta fue de menor envergadura que aquella que se vivió en Perú o México. Nosotros agregaríamos, acogiendo la interpretación del período que hace el historiador Jaime Jaramillo Uribe, que la
(Cuadernos de Historia, Nº 7). JARAMILLO URIBE, Jaime, De la sociología a la historia, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1994, pp. 87-92. 10 KÖNIG, op. cit., pp. 53-126. 11 A doña María Manuela se le conoce mejor con el nombre de Manuela Sanz de Santamaría. Sus padres fueron Francisco Sanz de Santa María y su madre Petronila Prieto y Ricaurte. Doña Manuela se casó con Francisco Manrique. 12 François-Xavier Guerra dice que se trata de “sociabilidades modernas que se caracterizan por la asociación de individuos de orígenes diversos para discutir en común [...]. En los “salones”, tertulias, academias, logias masónicas, sociedades económicas, etc., nace la opinión pública moderna, producto de la discusión y del consenso de sus miembros. Estas sociedades son igualitarias, ya que se establecen con la finalidad de una simple discusión en la que sólo cuenta la razón”, Modernidad e independencia: Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Editorial Mapfre, 1992, p. 23. 13 MORENO, Carlos, La casa y sus cosas: Españoles y criollos, largas historias de amores y desamores, Buenos Aires, Icomos Comité Argentino, 1994, pp. 149-162. 14 Íbid., p. 155.
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transformación en la Nueva Granada y en Santa Fe fue de menor alcance que la de Buenos Aires15. A propósito de la nueva sala, Moreno hace la siguiente descripción: Ambientes suntuosos comenzaron a competir con la sencillez aldeana. Los salones de la familia Escalada por ejemplo, con tapizados en las paredes de damasco de seda amarilla, con molduras doradas y flecos de seda al mejor estilo europeo. Espejos de Venecia y cielorrasos de madera con dorados pintados. Sillones y sillas de jacarandá con tapizados en rojo, gualda o celeste16.
Para delinear esta sala moderna también contamos con el aporte del historiador Carlos F. Duarte, quien ha investigado el mueble colonial venezolano. En su estudio de la Quinta de Anauco (Caracas), destaca la alteración que se dio en el estrado: A mediados del siglo XVIII, con la evolución de las modas y el cambio de las costumbres por la influencia francesa impuesta por los Borbones, el estrado se transformó, así como su uso. El llamado estrado del siglo XVIII estuvo constituido sólo por una gran alfombra colocada directamente sobre el piso y sobre ella un juego de sillones, sillas y canapés, todo adosado a un zócalo pintado o forrado en tela, con sus molduras, habiendo desaparecido la tarima de madera y los cojines17.
II. la sala santafereña La sala santafereña de las dos últimas décadas del siglo XVIII, por su parte, exhibía dos aspectos novedosos. El primero era el mayor número de muebles para sentarse, como sillas -las más numerosas-, taburetes y canapés. Hasta los años 1770, las mujeres se sentaban en cojines, en almohadones o en sillas ratonas. Los hombres, como dijimos, lo hacían en butacas de arrimo para conversar cómodamente con las damas, o en sillas propias del espacio masculino. El segundo aspecto innovador tiene que ver con esta división del salón en sectores femenino y masculino. Cuando las familias acomodadas acogieron la influencia francesa, se eliminó el estrado femenino, adoptaron nuevos muebles y la sala se convirtió en el escenario de una nueva sociabilidad que cobijaba por igual a hombres y mujeres. En esta reconstrucción de la sala santafereña la fuente fundamental son los documentos notariales, es decir, los Inventarios y Avalúos de bienes, elaborados a la muerte de las personas. Tomemos un expediente de la época: el de María Petronila Prieto18 (la madre de Manuela Sanz 15
Al respecto, Jaime Jaramillo sostiene: “Si se comparan los resultados obtenidos por la política borbónica en la Nueva Granada con los alcanzados en México, el Río de la Plata y aun en el virreinato peruano, se llega a la conclusión de que entre nosotros los rendimientos de dicha política fueron más bien modestos.”, op. cit., pp. 87-92. 16 MORENO, op. cit., p. 155. 17 DUARTE, Carlos F., CASTRO, J. J., Quinta de Anauco: Vigencia de una tradición, Venezuela, Castro y Asociados C.A., 1983, pp. 35-45. 18 Archivo General de la Nación, Notaría 1ra 1809 ff. 182v a 186r. En las siguientes referencias documentales utilizaremos las abreviaturas AGN para referirnos al Archivo y N para referirnos a las Notarías.
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de Santa María), realizado en 1784 y modificado a través de Codicilo en 180919. En el Codicilo dejó constancia de los bienes que repartió entre sus cuatro hijos -desde 1784- por haber éstos contraído matrimonio. Entre los bienes se encuentran muebles, ropa, alhajas, plata labrada y libros. Este inventario -como la mayoría- sólo contenía los bienes pertenecientes a uno de los miembros de la sociedad conyugal y por tanto no incluía el conjunto de bienes de la familia. En la época, los inventarios se hacían clasificando tipos de objetos en correspondencia con el oficio de los peritos evaluadores -carpintero, albañil, herrero, sastre y joyero. El carpintero, por ejemplo, se encargaba de calcular el valor de puertas, techos y ventanas de madera, como también de muebles, cuadros y espejos. Como patrón general, los inventarios, en el apartado “Bienes Muebles”, comienzan mencionando los muebles y objetos más valiosos y terminan con los de menor valor. Dentro de esta clasificación se guarda un orden que corresponde a distintos lugares de la casa aunque sin especificar cuáles son. En algunos documentos hemos identificado primero los muebles de sala, luego los de alcoba y seguidamente los de comedor y cocina. A veces se listan todos los objetos de un solo tipo sin importar donde se encuentren. En el documento de María Petronila Prieto se mencionan primero las alhajas y vestidos antes que los muebles de madera, mostrando un orden de mayor a menor en el valor de los objetos: desde $300 por un aderezo de diamantes y esmeraldas hasta $40 por un cuadro de la Santísima Trinidad20. Los primeros muebles que se inventarían en la herencia de Josefa, la hija mayor, son el cuadro mencionado y “dos espejos en cincuenta pesos”. Sabemos que se trata de muebles de sala, pues los espejos y cuadros más grandes y costosos se ubicaban siempre en el lugar más importante de la casa (tal como se demuestra en la Parte I de la obra, referida a la arquitectura). protagonismo de los objetos religiosos Un aspecto que llama la atención de la sala santafereña es la cantidad de objetos religiosos. En realidad, éstos se encontraban en toda la casa. En la sala había grandes láminas, cuadros e imágenes de santos y escenas bíblicas. El repertorio de santos era extenso. En los inventarios de bienes entre 1784 y 1821 pudimos identificar más de treinta21. Las mejores láminas y cuadros se enmarcaban en madera o cristal y se protegían con vidrio. Como “imágenes de bulto”22 se conocían las estatuillas representando al Niño Jesús, la Virgen, el Pesebre, etc.; también, aquellas figuras contenidas en urnas de madera y cristal adornadas con flores de papel, conchitas y dijes23. Estos pequeños nichos se colocaban encima de las mesas adosadas a la pared. 19
Manuela Sanz de Santa María fue la fundadora y anfitriona de la tertulia de “El Buen Gusto”, a la que aludimos poco antes. 20 La unidad monetaria de la época es el real. Un peso de plata equivale a ocho reales. 21 Los documentos a que nos referimos son los Inventarios y Avalúos de bienes de personas fallecidas que se registraron como Mortuorias en las Notarías Primera, Segunda y Tercera de Bogotá en el período al que se hace alusión. 22 La imagen de bulto es la representación de las divinidades y de los santos en talla, hecha casi siempre en madera y luego pintada. 23 Estos cajones, en su diseño, tienen cierto parecido con los cajoncitos del Divino Niño que actualmente se fabrican y se venden en el barrio 20 de Julio en Bogotá.
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En el inventario de María Petronila Prieto encontramos relacionadas 28 láminas y cuadros, con un valor total de $410. Teniendo en cuenta su costo y tamaño, más o menos la mitad -unas quince con valor de $335- se hallaría en la sala. Advertimos una situación similar en el inventario y avalúo de bienes de Josefa Galindo y Romana realizado en 1807.24 En éste se listaron treinta láminas y cuadros ($109.6) de los cuales unos siete ($71) estarían en la sala. Otro ejemplo corresponde al inventario de Pedro Groot (padre del escritor y pintor José Manuel Groot) en 182125. Aquí prácticamente la mitad de todos los bienes muebles está constituida por objetos religiosos: $228 de un total de $426. A la sala le correspondieron $211 incluyendo láminas, pinturas, imágenes y cuadros. Josefa Acevedo de Gómez, en el artículo al que nos referimos más arriba, manifestó que los cuadros se colgaban muy cerca del techo26. Los inventarios no dicen nada al respecto, ni tampoco las crónicas de viajeros. Ignoramos qué métodos usaban los santafereños para colgar sus cuadros y espejos, dado que el material del que estaban hechas las paredes no podía resistir el impacto de los clavos de entonces ni tampoco mucho peso. Si no los colgaban de las paredes, es probable entonces que lo hicieran de las vigas del techo. En 1865, el escritor José María Vergara y Vergara (1831-1872) describió la sala de los marqueses de San Jorge en 1813 y manifestó: “Del techo colgaban tres grandes cuadros dorados en que se veían los retratos del conquistador Alonso de Olaya, fundador del marquesado; de don Beltrán de Caicedo, último marqués de San Jorge, por la rama de Caicedos; y de don Jorge de Lozano, poseedor del marquesado en 1813”27. También es probable que las láminas de menor tamaño se colocaran sobre las mesas acompañando las urnas y demás imágenes. Respecto al tamaño de los cuadros, el inventario de Josefa Galindo y Romana da un indicio: Un cuadro pintura de San Ignacio, vara y media alto, marco dorado, sin vidriera, diez y seis pesos [...]. Una pintura de San Antonio, marco dorado, una vara alto sin vidriera, nueve pesos [...]. Un cuadro marco dorado, de Chiquinquirá, una vara largo, cuatro pesos [...]. Un cuadro una cuarta alto, marco de carey, Nuestra Señora de Monguí, cuatro pesos28.
La vara era una medida de longitud que valía en Castilla 0.835 metros. Eso quiere decir que el San Ignacio medía 1.25 m y el cuadro de Nuestra Señora de Monguí 20 cm. Con base en esta información podemos suponer que los cuadros más costosos eran probablemente los más grandes. De esta suposición, a su vez, se infiere que había uno o dos cuadros grandes en la sala, a lo sumo tres. Hay que agregar que no todas las pinturas y cuadros eran de motivo religioso. Como vimos en la descripción de la sala de los marqueses de San Jorge, también había retratos de personajes y antepasados de la familia. Pero estas pinturas por lo general no se registraban en inventario, pues el valor comercial era nulo si exceptuamos sus marcos. Recordemos la descripción de Josefa
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AGN N1 1809 ff. 322r a 328v. AGN N3 Tomo 362 1821 ff. 239, 244r a 258v y 263r. 26 ACEVEDO DE GÓMEZ, “Santafé de Bogotá”, en LUQUE MUÑOZ, Enrique, op. cit., p. 18. 27 VERGARA Y VERGARA, José María. “Las tres tazas”, en AA.VV., Cuadros de costumbres, Cali, Carvajal & Cía., 1969, pp. 72-101. 28 AGN N1 1809 f. 323r. 25
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Acevedo cuando dice que en las paredes se colgaban “cuadros de santos con anchos marcos labrados y sobredorados y algunos retratos de familia al óleo, ejecutados por Figueroa”29. espejos y cornucopias: funcionales y decorativos En la sala había otro objeto tan protagónico como los muebles religiosos. Se trata del espejo. Algunos inventarios confiesan que proceden de Francia o Inglaterra. El testamento de Paula de Angulo en 179530 mencionó “6 espejos ingleses de moda, marco de hoja de olivo; 6 espejitos franceses”; y el testamento de Josef María Bustillo31 en 1796 especificó “un par de espejos ingleses de vestir” y “dos mesas compañeras de los espejos”. El adjetivo “de moda” obliga a pensar en la renovación de objetos que estaba teniendo lugar en la sala. En una época en que hasta la ropa interior se heredaba, un objeto de moda era algo extraordinario y por lo mismo indicativo de un cambio reciente. También en algunos documentos se informa que algunas alfombras, láminas e imágenes de bulto eran quiteñas. Los documentos de María Petronila Prieto y de Pedro Groot mencionaron, además de los espejos, la cornucopia. Ésta era un espejo de menor tamaño con uno o dos candelabros adosados32. Al igual que el espejo, su función primordial era difundir y multiplicar la luz de las espermas, siempre insuficiente. En 1784, una cornucopia de cristal se avaluó en $45; la más barata, de marco de madera dorada, en $4. En general los marcos de cristal eran los más costosos. Doña María poseía diez cornucopias y don Pedro doce, lo que sugiere que podían encontrarse también en alcobas y comedor, siempre con el objetivo de aumentar la iluminación. El hecho de que se mencionaran siempre en número par permite conjeturar que se colgaban por parejas; en la sala, tal vez a lado y lado de un gran cuadro. El inventario de Josefa Galindo y Romana da pistas acerca del tamaño de los espejos: “Dos espejos con copete y marco dorado, media vara altos, a 12 pesos [cada uno], 24 pesos” y “cuatro ídem marco vidrio, una cuarta altos, ordinarios, a 18 reales [cada uno], 9 pesos”33. Los espejos de media vara medían entonces 41 cm. aproximadamente y los de una cuarta de vara, 20 cm. Del tamaño de las cornucopias sólo tenemos la descripción del inventario de Doña María Petronila Prieto: “seis cornucopias pequeñas de marco dorado 36 pesos” y “dos ídem grandes 25 pesos”, de lo que deducimos que si las grandes doblaban el precio de las pequeñas, lo más probable es que también doblaran su tamaño.
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ACEVEDO DE GÓMEZ, “Santafé de Bogotá”, en LUQUE MUÑOZ, Enrique, op. cit., pp. 17-18 (cursiva
nuestra).
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AGN N2 1795 ff. 70r a 74v. AGN N2 1796 ff. 319v a 322r.
Las historiadoras Bomchil y Carreño aseguran que a comienzos del siglo XVIII, en la época del barroco, “se introduce el espejo de grandes dimensiones acompañado de candelabros y bordeado de lujosos marcos: la cornucopia, uno de los elementos más característico que completan el mobiliario español dieciochesco y pasan más tarde a América”. Al espejo más pequeño que sostiene una sola esperma también se le llamó cornucopia, op. cit., p. 112. En la Nueva Granada, es poco probable que hasta Santa Fe de Bogotá llegaran espejos de gran tamaño, por las dificultades en el transporte. Las crónicas de viajeros aseguran que en ocasiones era necesario encargar diez espejos para que llegaran por lo menos dos en buenas condiciones. 33 AGN N1 1809 ff. 323r.
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Acerca de los marcos de cuadros y espejos, la variedad no era mucha. La mayor parte tenía marcos de madera sobredorada. También los había, aunque pocos, de carey. Los más finos tenían marco de cristal y los ordinarios marco de madera pintada de negro o verde. La forma, en la gran mayoría, era rectangular, pero algunos eran ovalados. Francisco Gil Tovar en su obra acerca de la historia del arte colombiano estudia la interesante evolución de los marcos en la segunda mitad del siglo XVIII: Del ejemplar plano, simplemente moldurado, se pasa primero a la inserción de grutescos, escamas, motivos geométricos repetidos; luego a la superficie curva pintada en rojo o verde con esquinas doradas; por último se agregan toda clase de adornos curvilíneos de estilización vegetal o animal con predominio de la habichuela [...] el coronamiento lleva frecuentemente penachos agitados como plumas al viento34.
decoración de paredes Cuadros, espejos y cornucopias tenían en común adornar las paredes. Dijimos antes que en la sala había uno o dos cuadros de buen tamaño. Con seguridad el caso de los espejos era el mismo, es decir, había uno o dos de ellos, grandes. También sugerimos que las cornucopias en número par -dos o cuatro- acompañaban a lado y lado los principales cuadros para iluminarlos. La sala de este período tenía forma rectangular y sus paredes más largas daban, una al balcón y la otra al corredor. Ambas paredes tenían puertas y la del balcón, además, ventanas. De las paredes cortas, por lo general, sólo una comunicaba con la alcoba principal. Esto significa que se tenían amplias superficies de paredes para adornar -tal vez nueve o diez. Para ello, se contaba con dos cuadros y dos espejos grandes, varios cuadros menores, cuatro cornucopias medianas y pequeñas35, y algunas láminas e imágenes dispuestas sobre las mesas arrimadas a la pared. Vergara y Vergara hizo la siguiente descripción en su referencia a la sala del período 1800-1825: “Dos cornucopias empolvadas reposan contra la pared, sobre mesas de patas de águila”36. Ignoramos si se decoraba toda el área de la pared. Algunas crónicas que se refieren a la primera mitad del siglo XIX mencionan la costumbre de colgar cuadros encima del marco de las puertas. La escritora Soledad Acosta de Samper (1833-1913) en un artículo de costumbres describió una sala del período 1825-1830. En ella mencionó que además de un cuadro grande representando a Nuestra Señora de las Mercedes, en la pared principal “había un pequeño37 San Cristóbal sobre la puerta de entrada, y un San Antonio sobre la de la alcoba”38. La pared principal era la de la puerta de entrada: los mejores cuadros o espejos se colocaban en esta pared. En la década del cincuenta, el escritor Manuel Pombo (1827-1898) realizó la descripción de una sala que conservaba el estilo de fines del período colonial y que nos ilustra acerca del carácter decorativo: 34
GIL TOVAR, Francisco, citado en BOMCHIL y CARREÑO, op. cit., p. 584. El autor colaboró en la elaboración del capítulo sobre el mueble colonial en Colombia. 35 La cornucopia no es mayor que el cuadro o espejo grande. 36 VERGARA Y VERGARA, José María, “El lenguaje de las casas”, en ROMERO, Mario Germán, Enciclopedia de Colombia, Barcelona, Editorial Nueva Granada, 1975, pp. 34-42. 37 Las pinturas de San Cristóbal siempre eran de gran tamaño. El tono de la autora es irónico. 38 ACOSTA DE SAMPER, Soledad, Una nueva lectura, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1988, pp. 97-105.
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Bien esterada, amueblada a la antigua, sin cielo raso ni empapelado, cuyos muros encalados decoraban tres cuadros de nuestro inmortal Vázquez [...] figura al natural de San Francisco de Asís, y [cuadros] pequeños [...] representativos de la Adoración de los Pastores y la Huida a Egipto; en uno de los extremos laterales y en los espacios que en él dejaba la puerta de comunicación con la alcoba, sobre macizas mesas de nogal se ostentaban dos urnas antiguas, dentro de las cuales, en medio de centenares de dijes y baratijas, aparecía la imagen del Divino Niño39.
cortinas y colgaduras: rezago del estrado Además de objetos religiosos y espejos, la sala de la época virreinal exhibía el adorno de cortinas y colgaduras. Éstas últimas -rezago del estrado- pronto serían remplazadas por papel de colgadura. Lo mismo que para decorar, servían junto con los biombos para abrigar las habitaciones y combatir las corrientes de aire. Los vidrios eran costosos y escasos. Para que entrara luz era necesario abrir puertas y ventanas, lo que enfriaba el espacio. No es coincidencia que el papel de colgar se popularizara al mismo tiempo que el vidrio en las ventanas. La colgadura tradicional era una tela gruesa de engaripola40, filipichín o damasco -de color rojo o amarillo- con la que se cubría parte de las paredes de la sala a modo de friso o de cortina de abundantes pliegues. El Diccionario de Autoridades41 del siglo XVIII define así las colgaduras: “Tapicerías, paños, telas, damascos, tafetanes y otros tejidos con que se adornan y cubren las paredes de las casas interiores, y exteriores, las camas y otras cosas”. En su diccionario, María Moliner complementa la definición: “Tela que se pone colgando para adornar o para evitar el paso del aire, detrás de los balcones o ventanas y en las puertas, o de manera semejante, en las camas y otros sitios”42. Aunque pocas, también había colgaduras de papel. Las cortinas de la sala eran del mismo material que las colgaduras. Se usaban para cubrir las ventanas y las entradas, y para adornar. Los inventarios las mencionan por pares, lo que permite suponer que se colocaban a lado y lado de la puerta o ventana, según el caso. Algunos documentos mencionan además varillas de fierro y forros de lienzo. En cuanto a su tamaño y su precio, el inventario de Don Ignacio Quijano y Doña Catarina Vanegas, establecido en 1804, consignó lo siguiente: “Una sala empapelada en cuarenta pesos; Ídem. cuatro pares de cortinas de filipichín carmesí nuevas, que todas tienen veinte y seis varas, a dos pesos vara, 52 pesos”43. Las 26 varas equivalen a 21.7 m. Si los cuatro pares estaban en la sala, suponemos que un par iría en el balcón o en la puerta de entrada, un par en cada ventana (2) y el último par en la entrada que comunica con la alcoba. Cada par tenía en conjunto más o menos 5 m. El inventario de Josefa Galindo y Romana (1809), por su parte, registró: “La colgadura de la sala de filipichín
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POMBO, Manuel, La niña Agueda y otros cuadros, Bogotá, Editorial Minerva, 1936, pp. 55-68 (cursiva nuestra). 40 También se le llamaba “angaripola”. Este tipo de tela fue muy popular en la época pero no se encuentra definida en los diccionarios. 41 Diccionario de la lengua castellana, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726-1739. Este es considerado el primer diccionario de la Real Academia Española. 42 MOLINER, María. Diccionario del uso de la lengua española, Barcelona, Editorial Gredos, 1986. 43 AGN N3 Tomo 336 1804 ff. 274r a 316r.
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colorado con cuatro pares de cortinas de ídem forrada en lienzo, en ciento cuarenta y tres pesos, en algunas partes picada de polilla”44. novedad del canapé y abundancia de muebles de asiento La sensación en la sala del período fue el canapé, directo antecesor del sofá. Con excepción de los escaños de iglesia para uso de los religiosos, este tipo de mueble se desconocía. La frecuencia con que aparece en los inventarios indica que en la Nueva Granada se popularizó con rapidez. En la sala hallamos dos o tres de madera de nogal y forrados -espaldar y asiento- en damasco, filipichín, terciopelo y tripe de color rojo, amarillo o a veces azul. La novedad del canapé consistió en dar asiento a tres o cuatro personas al tiempo, promoviendo así la proximidad y por tanto la conversación íntima. Josefa Acevedo de Gómez comentó que eran largos y durísimos45. Los ejemplares que sobreviven no la contradicen en cuanto a sus dimensiones, y respecto a su dureza, la ausencia de resortes y de cualquier otro mecanismo de acolchamiento así lo confirman. Había otros muebles de sentarse, como las sillas y los taburetes. En la vivienda y en la sala eran casi tan numerosos como los objetos religiosos. Contabilizamos ciento noventa y cinco sillas y ochenta taburetes en trece documentos notariales. En promedio, veintiún asientos de este tipo por vivienda46. Silla y taburete sólo se diferenciaban en que aquélla era más grande y tenía brazos. Ambos eran de madera y estaban forrados en cuero de res -llamado vaqueta. Los mejor acabados tenían la madera tallada y el cuero pintado o repujado, en cuyo caso se les llamaba “de guadamecil”. También se forraban en zaraza, tripe o damasco en los colores usuales, rojo, amarillo o azul. En la sala encontramos dos o tres canapés y una docena de otros asientos entre sillas y taburetes. Su disposición estaba dictada por el objeto del que vamos a ocuparnos a continuación. la alfombra La alfombra -ya sin tarima- conservó en la nueva sala su ubicación central. Se trataba de un objeto costoso, de lujo, que sólo podía adquirir la gente más adinerada. Las favoritas eran la quiteña y, por supuesto, la europea. En los inventarios también encontramos tapetes y esteras. En el documento de Josefa Galindo y Romana, por ejemplo, se registraron “las esteras de chingalé de la sala primera, siete pesos [...]. Una alfombra vieja, cinco varas largo [4.17 m] tres ancho [2.50m] doce pesos; dos ídem más pequeñas, viejas, a seis pesos”47. El esterado cubría la superficie de habitaciones y corredores. Era útil para abrigar los ambientes y disimular los defectos del piso. En la sala, la alfombra se colocaba sobre la estera en un punto central y los muebles de asiento se arreglaban encima y alrededor de ella.
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AGN N1 1809 f. 327r. ACEVEDO DE GÓMEZ, “Santafé de Bogotá”, en LUQUE MUÑOZ, Enrique, op. cit., p. 17.
Utilizamos documentos de las notarías primera, segunda y tercera, comprendidos entre 1784 y 1821. Hay que anotar que a partir de 1830 se reduce drásticamente el número de sillas en el registro de los inventarios, por lo menos con ese nombre. 47 AGN N1 1809 f. 328r.
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variedad de mesas Otro mueble importante en la sala eran las mesas. Lo decimos en plural pues eran varias y las había en distintos tamaños y formas: pequeñas, medianas, grandes, rectangulares, redondas y hasta biconvexas. Casi todas las mesas tenían cajón y cerradura. Por lo general estaban hechas de nogal aunque también se hacían de cedro, granadillo y caoba. Su pata era torneada, o cabriolé “pata de cabra”. Todavía no estaba muy difundida la mesa de centro, por lo que deducimos que la mayoría de mesas se disponían contra la pared. Se usaban, como vimos más arriba, para exhibir objetos religiosos, pero también cajitas, fruteros, figuritas de loza -llamadas “monos”- y relojes (la mayoría franceses). La investigadora Pilar López afirma que todavía a fines del siglo XVIII en la sala se encontraban bufetes, papeleras y escritorios (hoy bargueños). El bufete era una mesa de escribir que utilizaban sobre todo los hombres y que también se empleaba como base para los escritorios. El Diccionario de Autoridades dice que servía “para estudiar, para escribir, para comer y para otros muchos y diversos usos”48. La papelera, por su parte, era una mesa con varias filas de cajones y se usaba para guardar papeles. Y el escritorio -que no era mesa- a pesar de su nombre no se utilizaba para escribir sino para guardar objetos de valor en sus numerosos cajoncitos. La presencia de estos muebles sugiere que la sala se usaba también como lugar de trabajo. iluminación Esta sala de fines del siglo XVIII y principios del XIX requiere que nos ocupemos por último del tema de los objetos que se utilizaban en la iluminación. Aunque Josefa Acevedo de Gómez afirmó que en la sala había enormes arañas de cristal, la verdad es que no eran tan grandes ni tan comunes. Hemos encontrado en un documento de 1821 la mención de “dos arañas de cristal con dos luces”49, lo que indica que no eran de colgar sino de mesa. También encontramos “una araña de madera dorada”, pero a juzgar por su precio ($2) era ordinaria o pequeña. Acerca de los candelabros, la información es más completa. Se les llamaba también candeleros, palmatorias y hacheros. La mayoría eran de bronce, pero también los había de plata y de madera dorada. el conjunto Resumiendo, la sala de este período contó con la novedad del canapé, con la proliferación de los muebles de asiento y con un arreglo y decoración distintos, como resultado de la desaparición del estrado y de la integración de los espacios sociales femenino y masculino. Se conservaron, sin embargo, la alfombra, colgaduras, cortinas y objetos religiosos. Queremos referirnos ahora al inventario de bienes de Margarita de León (1793) por cuanto es el único documento encontrado que trae el listado explícito de muebles y objetos de la casa, habitación por habitación. Empieza el inventario por “el estudio”; sigue con una habitación que se designa como “la de más arriba”, se continúa con la primera sala llamada “la grande”, luego 48 49
Diccionario de la lengua castellana, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726-1739. AGN N3 Tomo 362 1821 f. 249v.
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se ocupa de “la sala del balcón”, siguen “la sala que cae al patio”, el “cuarto de los baúles”, “la recamarita”, el “cuarto de los criados”, “el comedor”, “la despensa”, “el cuarto que cae al jardín”, “los hornos” y, finalmente, “el cuarto de la escalera” (en este documento, la palabra “sala” se utiliza en su acepción genérica de espacio o ámbito). En “la sala del balcón”, o sea la sala de función social, se encuentran: Dos papeleras la una inglesa con sus herrajes de bronce dorado, y la otra hecha aquí, avaluada la inglesa en ciento noventa pesos y la otra en ciento setenta pesos. Dos canapés forrados en damasco carmesí avaluados en veinticinco pesos cada uno. Siete taburetes de nogal con espaldares y asientos de tripe encarnado a ocho pesos cada uno, están avaluados. Una alfombra avaluada en treinta y cinco pesos. Un espejo encima de una de las papeleras avaluado en doce pesos. Dos marcos dorados avaluados a veinte pesos cada uno. Varias láminas con sus marcos y cristales. Cuatro cornucopias doradas a seis pesos cada una. Cuatro pares de cortinas de filipichín colorado avaluadas en veintiocho pesos. Un friso de terciopelo con damasco bordado y avaluado en cuarenta pesos. Las medias cañas a la chinesca del friso avaluadas a cuatro pesos y dos y medio. Un bastidor grande avaluado la madera en ocho pesos. Otro más chico en tres pesos. Una cajita inglesa que estaba encima de una de las dichas papeleras avaluada en seis pesos. Las esteras de la sala avaluadas en dos pesos50.
Llama la atención que el mueble más costoso sea la papelera, tanto la inglesa como la nacional. Debía tratarse de un mueble de exigente factura en buena madera. Por lo demás, resulta fácil imaginar la sala de Margarita de León. Todo el salón está esterado y adornado en la parte baja de la pared con un friso o colgadura de tela enmarcado con “medias cañas a la chinesca”51. Los dos canapés y los siete taburetes se encuentran sobre la alfombra. Como es probable que los canapés no quepan uno al lado del otro, deben estar entonces frente a frente o en forma de ele (L). Los taburetes están en los otros lados. El espejo se encuentra encima de una de las papeleras, lo que implica que éstas se hallan arrimadas a la pared a modo de consolas. Los marcos dorados contienen retratos de familia (que no se avalúan pues no tienen valor comercial). Las láminas cuelgan sobre la pared, lo mismo que las cornucopias, que se encuentran repartidas para multiplicar la luz de las espermas. Por último, los cuatro pares de cortinas se hallan en las dos ventanas, en el balcón y en la puerta que comunica con la alcoba. Las dos constataciones más importantes serían, una, que no encontramos muebles de estrado, y dos, que tampoco hallamos indicios de que el salón estuviera conformado por dos ambientes. el estilo barroco Resta todavía un tema fundamental por discutir: el del estilo y diseño de los muebles. Los inventarios sólo dan al respecto indicaciones fragmentarias, como cuando mencionan “dos espejos con copete y alcayatas52 de cristal”, “una mesa de pie de cabra”, “una mesa de pie tallado”, “dos mesas de nogal de pie torneado” y “una mesa de nogal punta de estaca” (cursiva nuestra). La alusión a la forma de las patas de las mesas es, sin embargo diciente, pues se trata de un rasgo fundamental para el reconocimiento de la forma de las estructuras y por tanto del estilo del mueble. Otro dato importante es el material del que están hechas, mayoritariamente de nogal 50
AGN Testamentarias de Cundinamarca, Tomo 19 ff. 894r a 896v (cursiva nuestra). Las medias cañas eran un marco delgado de madera que bordeaba el friso en la parte superior. 52 Alcayata: candileja (colombianismo). 51
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y en pocos casos, de cedro y de caoba. También conocemos la época de estos muebles, lo que permite ubicarlos en la corriente de estilos europeos en boga. Al reunir estas evidencias lo primero que descubrimos es que nuestros muebles parecen barrocos. En palabras de las historiadoras Bomchil y Carreño, el barroco es un estilo en el que “domina la línea ondulada, curva y espiralada. [...]. La pata es al principio, en Francia, una pirámide invertida truncada (o estípite) gruesa. Lentamente va tomando la forma de una doble ‘S’ muy abierta llamada ‘cabriolé’ o pata de cabra. Comienza siendo corta y gruesa con rodilla ancha; más tarde se afina y se alarga”53. En Inglaterra, la cabriolé tuvo una terminación inferior original que fue la de “garra y bola” típica del Chippendale y que coincide con los canapés que describió Josefa Acevedo de Gómez -“cuyas patas figuraban la mano de un león empuñando una bola”-, y con las mesas de “patas de águila” que mencionó José María Vergara y Vergara54. Por tanto, los dos tipos de pata de nuestros inventarios, el de punta de estaca y el de pata de cabra, corresponden al tipo del mueble barroco. Otro objeto que denuncia el estilo es el espejo. En el barroco fue una novedad la introducción de un espejo de gran tamaño con marcos lujosamente labrados y con candelabros adosados. A este espejo se le llamó cornucopia (por usar el cuerno de la abundancia como elemento decorativo) y fue muy típico del mobiliario español y americano del siglo XVIII. Como ya vimos, a la Nueva Granada también llegaron las cornucopias, aunque de tamaño modesto. Entre otras novedades del siglo barroco, se encuentran el sofá, la cómoda, la consola, la rinconera, la vitrina, la biblioteca y el tocador. Pero con excepción de consolas y rinconeras, nuestros inventarios no los registran. Francisco Gil Tovar, en su Historia del Arte Colombiano55, afirma que el establecimiento del Virreinato (1740-1810) tuvo importantes consecuencias en el mueble por la introducción del barroco-rococó Luis XV. El estilo, según el autor, tuvo su vigencia entre fines del XVIII y las dos primeras décadas del XIX. Es decir que el período que estamos examinando coincidió con una fuerte influencia cultural francesa que se divulgó por el Viejo Continente antes de llegar a América y que se conoce como el estilo barroco y su derivado, el rococó. En síntesis, la sala santafereña de la etapa del virreinato abandonó sus rasgos hispánicoorientales y adoptó la influencia barroca europea -sobre todo francesa- en los muebles y decoración. Fue un proceso que se inició en Europa y luego pasó a la América hispánica. La nueva sala perduraría a través de las contiendas independentistas. Al final de éstas, los santafereños estarían bien dispuestos a la recepción del influjo cultural proveniente de Francia e Inglaterra. Sin embargo, la difícil situación económica se mostraría como un impedimento.
53 54
BOMCHIL, CARREÑO, op. cit., p.32. ACEVEDO DE GÓMEZ, “Santafé de Bogotá”, en LUQUE MUÑOZ, Enrique, op. cit., p. 18. VERGARA, “El
lenguaje de las casas”, en ROMERO, Mario Germán, op. cit., p. 36. GIL TOVAR, Francisco, Historia del arte colombiano, Barcelona, Salvat Editores, 1977, t. 4, pp. 937-960.
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disidencia y poder en la edad media: la historia de los cataros* abel Ignacio lópez *
Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Este se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que, en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia, (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona. Jorge L. Borges, Los teólogos Los hombres siempre morirán por los dioses, hasta por falsos y mentirosos dioses, Pueden los dioses mentir, Pueden, Y tú entre todos, eres el único verdadero, sí, Y siendo verdadero y único. Ni siquiera así puedes evitar que los hombres mueran por ti... La Inquisición, también llamado Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en el cuerpo de tu Iglesia por vía de las nefandas herejías... Esos fueron arrojados a la hoguera por creer en ti, los otros lo serán por dudar, No está permitido dudar de mí... El humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa, No por tu culpa, por tu causa, Padre aparta de mi este cáliz, El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero ese poder... Entonces el Diablo dijo, Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre. José Saramago, El evangelio según Jesucristo (diálogo entre Dios, Jesús y el Diablo...)
Las disidencias religiosas han sido tema preferido de la historiografía. Las persecuciones de que fueron víctimas los herejes por parte de la Iglesia oficial han sido interpretadas de diversas y contradictorias maneras. Para un buen número de pensadores e historiadores de la Ilustración, así como para escritores liberales de los siglos XIX y XX, el que la Iglesia católica
* Este artículo es un ensayo bibliográfico a propósito de las obras: MESTRE GODES, Jesús, Los cataros. Problema religioso, pretexto político, Madrid, Editorial Península, 1995; BRENON, Aune, La verdadera historia de los cataros. Vida y muerte de una iglesia ejemplar, Barcelona, Editorial Martínez Roca, Colección Enigmas, 1997. *Profesor de Historia de la Universidad Nacional de Colombia.
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recurriera con tanta frecuencia a la violencia para eliminar a quienes se atrevían a predicar doctrinas que ella explícitamente condenaba, es apenas la muestra más sobresaliente del barbarismo y superstición propios de la época medieval. De esta interpretación no fueron ajenas las pasiones políticas, el espíritu anticlerical y la lucha entre Iglesia y Estado. En el otro extremo, se encuentra la reacción católica que va desde la mera apología a la abierta propaganda. En opinión de varios historiadores católicos, las herejías constituían, por sus errores y su fanatismo, una real amenaza para la civilización cristiana, pues los herejes eran perturbadores del orden público, de suerte que la Iglesia estaba actuando en defensa del pueblo cristiano oprimido1. El rigor de las políticas papales no se debía a prejuicios dogmáticos sino "al peligro social de aquellos instantes y más de una vez contra sus propios sentimientos"2. Este punto de vista católico ha encontrado apoyo en investigaciones recientes, con base en presupuestos diferentes y valiéndose de puntos de vista sociológicos modernos. Me refiero a los escritos, entre otros, de R. W Southern y B. Hamilton. Estos dos historiadores coinciden en disculpar las acciones de los perseguidores. Southern, por ejemplo, considera que las autoridades eclesiásticas de la Edad Media no eran agentes libres y que aunque pudieron ser responsables de violencia y crueldad, en conjunto fueron menos violentos de lo que eran otros grupos sociales3. El supuesto de esta interpretación consiste en imaginar la sociedad medieval como violenta por esencia. No habría entonces por qué sorprenderse de la actitud de los papas y obispos. Hamilton piensa que en la medida en que desviarse del orden religioso podía amenazar a la sociedad, los perseguidores actuaban en defensa de toda la sociedad y se habrían limitado a seguir los sentimientos de la mayoría. Supone con esto que la violencia contra los herejes habría tenido acogida popular y más aún se habría hecho siguiendo clamores de las masas. Los herejes despertaron "intensos sentimientos de temor y odio en la masa del pueblo porque se disociaban por completo de todos los valores en que se basaba la sociedad"4. 1
GARCÍA VILLOSLADA, Ricardo, la Historia de la Iglesia católica, t. II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1953, p.743. 2 Ibid. 3
SOUTHERN, R. W, Western Society and the Church, Harmondsworth, 1970, p. 19; citado por MOORE, Robert, La formación de una sociedad represora, Barcelona, Editorial Crítica, 1989, p. 12. 4 HAMILTON, B, The Medieval Inquisition, Londres, E. Arnold, 1981, p. 25.
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describir. Ambos se aproximan a la explicación propuesta por Robert Moore. Según este historiador, la persecución contra los herejes, y los cataros en particular, fue resultado de la mente de los perseguidores. No hay evidencias contundentes de que los sectores populares presionasen a la Iglesia para que prescindiera de los disidentes. Por otra parte, la formación de una sociedad represora estuvo asociada a los orígenes del Estado moderno y, por lo tanto, no es cierto que la persecución fuese un hecho normal durante toda la Edad Media. La cruzada contra los herejes y el tribunal de la Inquisición, una y otro organizados y creados precisamente contra los cataros, fueron el resultado de la progresiva centralización y monopolio de la violencia por parte del Estado y del papado. Precisamente, el hecho de que la herejía pudiese otorgar autoridad espiritual y política constituía la mayor amenaza para el poder papal y el monárquico en un momento en que ambos se esforzaban por concentrar la autoridad hasta entonces muy dispersa5. En esta última apreciación coinciden Mestre Godes y Brenon. Problema religioso, pretexto político, subtítulo del libro Los Cataros, subraya la circunstancia de que la cruzada contra estos herejes tuviese por resultado el control territorial del Languedoc por parte de la monarquía capeta. Brenon considera que la persecución tuvo éxito gracias a la alianza entre papado y monarquía. Esta historiadora, en contravía a la opinión de escritores de la Ilustración y de liberales decimonónicos, ve en el establecimiento de la Inquisición, como lo hace el mismo Moore, un signo de progreso jurídico si se la compara con la práctica hasta entonces generalizada de las arbitrarias ordalías o juicios de Dios. Estos consistían en determinar mediante pruebas, como la resistencia al hierro ardiente o la inmersión en agua, la culpabilidad o inocencia de un acusado. No se trata en este caso de disculpar los horrores del Santo Tribunal; se pretende indicar que a pesar de los abusos, el nuevo sistema de juicio otorgaba ciertas garantías a los acusados, establecía procedimientos escritos y precisos, lo que no era el caso en la prácticas de las ordalías.
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Moore desarrolla estos puntos de vista en sus obras The origins ofEuropean Dissent, Toronto, University of Toronto Press, 1994; La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en la Europa Occidental, Barcelona, Editorial Crítica, 1989.
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Una de las cuestiones que aún hoy se discute a propósito de los cataros tiene que ver con la responsabilidad que le compete a la Iglesia católica medieval. Como lo anota Brenon, "por todas partes leemos que acusar a la Iglesia romana medieval de intolerancia es un falso proceso. Que la noción de tolerancia nada tiene de medieval"6. Si bien, responde la historiadora francesa, podría aceptarse que aplicar la noción moderna de tolerancia es una anacronismo, sin embargo, "la tolerancia no estaba excluida del todo de cualquier contexto medieval"7. En efecto, ella concluye que en la época de los cataros, se puede hablar de dos modelos de Iglesia: uno que acepta la violencia y otro que la rechaza. Este último fue eliminado. Y agrega que se acepte o no la noción de tolerancia como medieval, el catarismo estuvo en contra de cualquier violencia e interpretó el evangelio de tal manera que incluso los más violentos enemigos de los cataros algún día se podrían salvar, sin que para ello se tuviese que recurrir a la violencia. Y esta fue la mayor contribución del catarismo: "una piedra depositada por manos torturadas que nunca torturaron"8. Tanto Los cataros como La verdadera historia de los cataros son libros escritos para un
público no especialista. Su estilo es ameno, sencillo; los autores buscan ordenar y divulgar lo que hasta la fecha se conoce sobre estos herejes. Mestre Godes, quien no se reconoce especialista en el tema, pretende que sus lectores alcancen un especial afecto por los buenos hombres, como se denominaban así mismos aquellos a quienes un escritor del siglo XII denominó cataros9. La obra de Brenon consiste en la respuesta a veinticinco preguntas claves en la comprensión del catarismo, preguntas que fueron surgiendo en conferencias universitarias a su cargo durante varios años. Ella es especialista en el tema. Ha escrito varias obras reconocidas y citadas por estudiosos del asunto10. Su investigación constituye 6
BRENON, Anne, La verdadera historia de los cataros. Vida y muerte de una iglesia ejemplar, Barcelona, Editorial Martínez Roca, Colección Enigmas, 1997, p. 212. 7 Ibid., p. 212. 8 Ibid., p. 216. 9 El término "cátaro" es, por lo tanto, de origen católico. El primero en denominar así a este grupo religioso fue el canónigo Eckbert de Schonau, en 1163, "a partir de una denominación popular preexistente, cati (latín) y él intentó otorgarle una etimología más culta pero más fantasiosa: del griego catharos, es decir puros", BRENON, p. 15. También se les conoce con el nombre de albigenses, debido probablemente a que en Albi se estableció el primer obispado cátaro. 10 Entre otras, sobresalen: Le vrai visage des cathares. Interrogatio loahannis, apocryphe d'origine bogomile, París, Beauchesne, 1980; Lesfemmes cathares, París, ?min,W2\ Montségur, 1244-1994, Tolosa, Loubatiéres, 1994; précis du catharisme, Tolosa, Loubatiéres, 1994.
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precisamente uno de los apoyos bibliográficos básicos del libro de Mestre Godes. Esto explica por qué son mayores las coincidencias que las divergencias entre los dos autores. Por supuesto, hay diferencias de énfasis. Jesús Mestre Godes dedica varios capítulos a explicar el contexto geográfico y político del Languedoc, región del sur de Francia en la que tuvo mayor acogida la herejía catara; presenta la situación económica general de Europa de finales del siglo XII y primera mitad del XIII; examina las corrientes religiosas, espirituales y heréticas de la época. Se incluye una somera presentación de las doctrinas y de la organización de los cataros. Siete de los trece capítulos están dedicados a la guerra de cruzada. Brenon, en cambio, se concentra en la discusión de temas doctrinales y de organización. Uno y otro texto ofrecen una abundante y actualizada bibliografía y se apoyan en documentos medievales entre los cuales se tienen en cuenta escritos de los mismos cataros y no tan sólo de sus perseguidores. En el libro de Brenon se pueden leer documentos completos de origen católico, cátaro y del tribunal de la Inquisición. De esta manera, estos dos historiadores construyen sus análisis con base en hallazgos documentales recientes que han ido modificando la imagen que se tenía de los cataros, cuya representación, por mucho tiempo, dependió fundamentalmente, por no decir que exclusivamente, de escritores católicos medievales. Brenon ofrece información precisa acerca de sus fuentes bibliográficas. No ocurre lo mismo con el libro de Mestre; autores que él menciona en el texto, luego no figuran en la bibliografía general, lo que no deja de desconcertar al lector que quiera ampliar sus conocimientos sobre el particular o verificar la información.
una iglesia cristiana, no católica Hay dos iglesias, la una huye y perdona, la otra posee y despelleja. Pierre Authié, hereje cátaro
Mestre y Brenon prefieren hablar de "iglesia". No utilizan el término "secta" con el que algunos historiadores, especialmente católicos, se refieren a los cataros. Y lo consideran así porque encuentran que el catarismo tuvo una organización propia, con jerarquías y clero propios, con obispados y diaconados paralelos a la Iglesia católica. Los cataros desarrollaron unas
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doctrinas, normas, y rituales de iniciación, así como un sistema de prohibiciones y exclusiones. Proponían vías de salvación, si bien no eran las mismas que las de los sucesores de Pedro. Además, ellos mismos se proclamaron como una Iglesia, la verdadera Iglesia, la de los apóstoles. En su opinión, la católica, que denominaban la "iglesia de los lobos", era la falsa y había traicionado los principios del evangelio cristiano. Los obispos cataros eran los jerarcas máximos. Ordenados por otros obispos, se encargaban de los asuntos temporales y financieros de la respectiva Iglesia, administraban el consolamentum o sacramento de iniciación, presidían las ceremonias y predicaban el evangelio. Estaban acompañados por los diáconos, quienes asumían tareas episcopales en ausencia del titular de las diócesis y usualmente a la muerte del obispo eran consagrados para reemplazarlo. En la región de Languedoc se sabe que se organizaron cuatro obispados diferentes, cada uno de los cuales era autónomo; el primero de ellos fue establecido en Albi, por lo que también se conoce a este grupo religioso como albigenses. A los diáconos, seguían los perfectos. Estos eran creyentes cristianos que habían recibido por parte de un obispo, un diácono u otro perfecto el sacramento del consolamentum. Se trataba de una ceremonia en la que el candidato a perfecto, previa una etapa de noviciado o preparación que podía durar un año, se arrepentía de sus faltas, se comprometía a vivir en castidad, a no comer ni carnes ni leche, a no mentir ni prestar juramento, a no abandonar la Iglesia ni siquiera ante la amenaza de muerte, no blasfemar no matar y a seguir los mandatos del evangelio. A continuación, el oficiante perdonaba los pecados del postulante, lo recibía y confirmaba como miembro de la Iglesia colocándole sobre la cabeza el texto sagrado. Esta ceremonia, según la opinión de Brenon, reunía a la vez varios de los sacramentos católicos. Al ser aceptado como perfecto, se le bautizaba, confirmaba, perdonaba y ordenaba como clérigo, pues estaba facultado para perdonar, predicar, conferir el consolamentum y presidir otros actos rituales. La bendición del pan y la Santa Oración, es decir el Padrenuestro, eran ceremonias conmemorativas de la última cena, sin valor sacramental, pues no aceptaban el sacramento de la eucaristía como lo propone la Iglesia católica; es decir, negaban la transubstanciación. El Nuevo Testamento constituye el texto fundamental de su Iglesia. Para salvarse había que seguir los principios allí establecidos: vivir en pobreza y castidad. De Cristo, que no murió ni resucitó, sólo aceptaban su naturaleza divina, por lo que su encarnación fue apenas una apariencia; esta doctrina es conocida con el nombre de "docetismo" y fue predicada por otros disidentes religiosos,
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entre ellos los bogomilos, procedentes de la Europa oriental. Se oponían al culto a la cruz que se consideraba un instrumento de tortura, que causaba horror en vez de veneración. No creían en el infierno ni en el purgatorio. El infierno estaba en este mundo material, que es el reino del mal. Podría uno preguntarse si las particularidades de organización y doctrina que se acaban de mencionar bastan para designar a este grupo religioso como una "iglesia". Los sociólogos alemanes Ernest Troelscht y Max Weber propusieron criterios de diferenciación entre "secta" e "iglesia". Según Troelscht, esta última pretende la cristianización de la sociedad entera, para lo cual debe sacrificar algunas de sus exigencias y hacer concesiones a las costumbres que encuentra y que busca cristianizar; renuncia entonces a toda exigencia rígida de santidad individual y se concentra en la santidad institucional. La Iglesia es la intermediaria necesaria para alcanzar la salvación y por tal razón monopoliza la administración de los sacramentos. La "secta", en cambio, no es masiva y el acento, en vez de estar en lo sacramental, se pone en los esfuerzos y disciplina individuales11. Weber establece cuatro condiciones propias de la "iglesia": a) un estamento sacerdotal separado del mundo, cuyos deberes, ingresos y conducta son objeto de reglamentación propia; b) se pretende un dominio universal, es decir que se supera el ámbito familiar, ciánico, de tribu, étnico y nacional; c) la racionalización del dogma y del culto mediante escritos sagrados; d) formar parte de una comunidad institucional. Es decir, que se logre la separación entre el carisma y la persona. Esto quiere decir que a la "iglesia" no se entra de forma espontanearen la iglesia se nace. A ella pueden pertenecer incluso aquellos que sean recalcitrantes. A la secta, en cambio, sólo pertenecen quienes son portadores de una cualificación carismática individual12. Esta última condición coincide con la distinción propuesta por Troelscht. A la luz de esta distinciones no es, pues, exagerado hablar de "Iglesia catara". Tenían un clero propio, una doctrina escrita, su alcance no fue meramente familiar o local, fue una institución que buscaba la cristianización de toda la sociedad. Los fieles creyentes debían seguir los preceptos generales del Evangelio. Al acercarse la hora de la muerte solían recibir el 11
TROELSCHT, Ernest, The Social Teaching ofthe Christian Churches, Nueva York, Harper, 1960, vol. I, p. 334, citado por OAKLEY, Francis, Los siglos decisivos, Madrid, Alianza Editorial, 1979, pp. 59-60. 12 WEBER, Max, Economía y sociedad. Esbozo de una sociología comprensiva, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 895.
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consolamentum. Las mayores exigencias de disciplina, de ayuno, de castidad concernían al clero, a los puros, a los diáconos y obispos.
¿una religión maniquea? Que la Iglesia catara era maniquea, es decir que seguía los principios de Mani (siglo III D.C.) ha sido un punto de vista sostenido por un buen número de historiadores del siglo XX. Esta era, por lo demás, la opinión de los clérigos medievales. Estos últimos, como lo demuestra Robert Moore, tendían a presentar las doctrinas de los herejes como parte de una gran conspiración que provenía desde la temprana era cristiana. Por lo tanto, calificaron de maniqueos no sólo a los cataros, sino a cualquier disidencia con un mínimo asomo de dualismo; se afanaban por mostrar coherencia y consistencia en los ritos y creencias de los herejes pues con ello confirmaban sus propios prejuicios; estaban interesados en mostrar que Mani seguía aún inspirando a los enemigos de la Iglesia católica. Así pensaba Anselmo de Lieja, al afirmar que Mani era el heresiarca de los herejes de Arras, en el siglo XI13. Everwin, prior de la orden premostatense en Steinfeld, cerca de Colonia, sostenía que los cataros habían reemplazado las fiestas católicas de semana santa por una conmemoración de la muerte de Mani, la fiesta conocida con el nombre de Berna. Esta afirmación, argumenta Moore, ilustra la debilidad del método de Everwin, puesto que él no menciona testimonio de algún cátaro de quien hubiese oído o a quien le hubiese preguntado, sino que se basa en la obra de San Agustín Contra Manicheos. En este libro se dice que a los herejes les desagrada la Semana Santa. Pero no hay razón alguna para suponer que la fiesta Berna fuera recordada; además, ninguno de los herejes llegó a considerar a Mani como su maestro o inspirador o fundador14. En la medida en que los cataros se constituían en importantes antagonistas de la Iglesia católica, parecía apropiado darles el nombre de sus siniestros predecesores, con el objetivo no tanto de precisar su origen histórico o la identidad de su doctrina cuanto de dejar en claro el alcance y la seriedad del peligro que significaban15. La idea del maniqueísmo medieval alcanzó notoriedad con la publicación, en 1947, del libro The Medieval Maniches, de Steven Runciman. Se trató, según
13
MOORE, Robert, Theoriginsof..., op. cit., p. 244. Ibid, p.l79. 15 Ibid..,p. 246. 14
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él, de una tradición religiosa constante, de una religión definida que se extendió desde el Mar Negro hasta Vizcaya. Si bien Runciman reconoce que el título que ha dado a su libro es injustificable, pues el dualismo cristiano y el maniqueísmo fueron dos religiones distintas, encuentra sin embargo que el término maniqueo es razonable, pues los dualistas cristianos, así no reconociesen la religión de Manes, "se encontraban fundamentalmente más cerca de él de lo que nunca estuvieron del cristianismo medieval o moderno"16. A esta opinión se opone precisamente Anne Brenon, para quien la Iglesia catara está mucho más cerca del cristianismo e incluso del catolicismo que del maniqueísmo. Ni siquiera acepta que este último sea considerado como fuente de inspiración para los cataros: las únicas relaciones que se pueden establecer son las que se encuentren entre maniqueísmo y cristianismo en general. He aquí algunos de los argumentos presentados por Brenon: el maniqueísmo es una religión distinta a la cristiana y no una mera desviación de ésta; los cataros ignoraron los libros sagrados de los maniqueos; las reglas de vida, las fiestas y celebraciones, la liturgia, se basaban en la doctrina cristiana, que nada tenía que ver con los libros sagrados, las liturgias y la organización del clero de la religión maniquea. Pero el argumento central es este: se puede ser cristiano y a la vez dualista, puesto que es precisamente en los principios dualistas de la cosmogonía catara donde se han encontrado las mayores afinidades entre una y otra corriente religiosa. Maniqueos y albigenses coinciden en que desde siempre existieron dos principios distintos y contrarios: el del bien y el del mal. El primero es el creador de lo espiritual, el segundo de lo material. Dios no es el creador de este mundo, que es obra del demonio. Esta lucha cósmica tiene su réplica en la historia de los individuos: allí también hay dos principios, cuerpo y alma. Pero estas coincidencias no son atribuibles a una influencia maniquea. El dualismo cátaro se fundamenta en una interpretación del Nuevo Testamento: es de este texto del que los predicadores cataros extraen sus argumentos a favor del dualismo absoluto. No le falta razón a Brenon al rechazar, por inexactas, las calificaciones que se hacen del catarismo como una religión maniquea. Más aún, la idea de dos principios eternos, se encuentra ya entre los cristianos gnósticos del siglo II y, por lo tanto, anteriores a Mani. El dualismo, en sus distintas manifestaciones (budista, mazdeista, cristiana, maniquea, etc.), es una res-
16
RUNCIMAN, Steven, Los maniqueos de la Edad Media. Un estudio de los herejes dualistas cristianos, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 7.
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puesta al problema cósmico del mal en este mundo. Pero no se debiera olvidar que respuestas similares no significan ni una tradición común, ni un origen común. En este equívoco se apoya la vinculación que se suele hacer entre maniqueos y cataros, según la cual estos últimos fueron seguidores directos de aquéllos. Que el catarismo se fundamentara en el propio texto evangélico, no quiere decir que no fuera una real amenaza para la doctrina oficial. En efecto, se eliminaba la redención al no admitir el poder salvador de la crucifixión, se destruía un eje central de la doctrina cristiana: la encarnación. Menos preciso y algo contradictorio es lo que escribe Jesús Mestre. Se apoya en Brenon al considerar que los cataros eran dualistas cristianos, pero prefiere los términos dualistas maniqueos al hablar de los herejes de los siglos XI y XII. Los cataros creían en la transmigración de las almas. ¿Cuál era la naturaleza de esta creencia? ¿Se trata acaso de una transposición del lejano brahmanis-mo o budismo? Definitivamente no, responde Brenon. En el caso cátaro, se trata de un desarrollo del tema bíblico del éxodo de Israel. La historia cósmica es la siguiente. Satanás, el príncipe del mal, lanzó con sus legiones un asalto al cielo como resultado de lo cual el maligno logra hacerse a un tercio de las criaturas de Dios. Una vez en la tierra, las almas así robadas son aprisionadas en cuerpos en los cuales duermen en el olvido de la patria celeste. Las almas viven en el exilio, a la manera del los Israelitas. Estas almas son transmitidas de un cuerpo a otro hasta que finalmente son devueltas al cielo. El perfecto, al morir su alma, iba directamente al cielo. Esa transmigración no tiene el carácter de "karma" ni de purificación y por lo tanto no tiene nada que ver con el brahamanismo o el budismo17. Que esa creencia no es legado de las religiones hindúes, es bien cierto. No se puede desconocer, empero, toda similitud. La transmigración catara sí tenía sentido de purificación. En este sentido, Steven Runciman18 y Jesús Mestre19 tienen la razón. Prueba de ello es, en primer lugar, que el alma de un no perfecto debe transmigrar antes y cumplir la penitencia para llegar a ser perfecto. Con acierto lo ha establecido el historiador norteamericano
17
BRENON, Anne, op. cit., p.85.
18
RUNCIMAN, Steven, op. cit., p. 237. MESTRE, Jesús, Los cataros. Problema religioso, pretexto político, Madrid, Editorial Península,
19
1995, p. 109.
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Malcom Lambert: la transmigración de los albigenses tenía una función similar a la del purgatorio católico. Había que hacer penitencia, pero aún existe una esperanza final de salvación20.
ni anarquistas morales, ni suicidio colectivo Los cataros, al igual que otros herejes de la Edad Media, fueron acusados de diversos delitos. Historiadores del siglo XX aún hacen eco de esas acusaciones. La verdadera historia de los cataros demuestra que son imputaciones sin fundamento. Según sus detractores, los albigenses habrían promovido la anarquía moral al considerar que, no obstante los pecados que se hubiesen cometido, el consolamentum recibido ad portas de la muerte garantizaba sin más la salvación. Esta concepción significaba una invitación a delinquir mientras se tuviera salud. Sin embargo, responde Brenon, sería esta una acusación que se podría hacer a los católicos y su práctica de la confesión in extremis. Además, según la misma doctrina de los buenos hombres, el consolamentum no bastaba: debía ir acompañado de las buenas obras. La permisividad sexual, las orgías, el libertinaje nocturno eran acusaciones frecuentes por parte de los perseguidores. Aún se repiten. García Navarro Villoslada considera que, para los cataros, el matrimonio era más pecaminoso que el adulterio o cualquier otro acto de lujuria o de incesto. Con ello destruían la familia y se dejaban llevar por graves desórdenes sexuales, al estar seguros de la indulgencia de los perfectos21. Runciman piensa que debe haber algo de cierto y que la regularidad de los cargos hacen necesaria cierta investigación. Y agrega que la desaprobación de los católicos se justificaba, pues los cataros preferían el desenfreno casual al matrimonio. Incluso no sólo preferían las relaciones heterosexuales ocasionales, sino que era preferible la relación sexual "antinatural" al suprimir todo riesgo de procreación. Las autoridades de la Iglesia catara no desaprobaban tales conductas. En épocas festivas se llegaba a niveles de orgía. Más aún, estima que la actitud relajada hacia la moral sexual explica el éxito que alcanzaron en la patria de los trovadores22.
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LAMBERT, Malcolm, Medieval Heresy. Popular Movements from bogomil to Hus, Nueva York, Holmes and Meier Publishers, 1976, p.125. 21 GARCÍA VILLOSDADA, op. cit., pp. 728-729. 22 RUNCIMAN, op. cit, pp. 244 y 277.
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Brenon demuestra que los perfectos alentaban a sus fieles a contraer uniones estables. La imagen que proyectan los documentos es la de un clero casto y continente y de fieles que viven en parejas y procreando. La descendencia era numerosa, lo que prueba que la Iglesia catara de hecho no prohibía la reproducción de los cuerpos. Se puede saber que la proporción de vírgenes consagradas era claramente inferior a la de los católicos; un fuerte contingente de los castos clérigos eran personas relativamente ancianas, viudas que habían tenido ya varios hijos antes de hacerse perfectas23. Ahora bien, no prohibían la reproducción de los cuerpos, pero a la vez proponían la abstención sexual como modelo para alcanzar la perfección. Como se verá más adelante, tal predicación se puede relacionar con las condiciones demográficas de la región, aspecto que Brenon no tiene en cuenta. No sobra reiterar que las mejores pruebas en contra de las falsas acusaciones provienen de hallazgos documentales en los que se describen comportamientos de los herejes procesados por el tribunal de la Inquisición. Según estos testimonios, los cataros en su vida diaria no diferían en gran manera de lo que se sabe era la conducta de los católicos. Me refiero en especial al registro inquisitorial de Jacques Fournier, publicado por Jean Duvernoy en 196524, que sirvió de base documental para una famosa obra de gran éxito editorial: Montaillou25. En el registro mencionado se recogen los resultados de 98 expedientes mediante los cuales se encausó a 114 personas, de las cuales 94 comparecieron ante el obispo Jacques Fournier para responder por sospechas de catarismo. Los historiadores admiran en este documento la información minuciosa que proporciona sobre los aspectos diversos de la vida privada e íntima de los aldeanos occitanos. Que inducían al suicido es la otra acusación. Se dice que se hacían cortar las venas, tomaban bebidas con veneno y acudían a una práctica singular conocida con el nombre de endura16. Este ritual consistía en la administración del consolamentum a los creyentes moribundos o en peligro de muerte, acompañado de la obligación de ayuno y penitencia severos, independientemente del estado de salud y de la edad. Ha sido interpretada como consecuencia lógica del desprecio que los cataros sentían por todo lo material, 23 24
BRENON, Anne, op. cit., pp. 131-132. DUVERNOY, Jean, Le registre d'Inquisition de Jacques Fournier (1318-1325), texte latin, 3
vols., Tolosa, Privat, 1965. LE ROY LADURIE, Emmanuel, Montailbu, aldea occitana de 1294 a 1324, Madrid, Editorial Taurus, 1981. 26 GARCÍA VILLOSLADA, op. dt., p. 728.
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una forma deliberada de suicidio por hambre. Se habla de perfectos que fueron sospechosos de apresurar la muerte de inválidos que daban señales de recuperación: de esta manera se evitaba que volviesen a pecar27. La endura era pues, en opinión de algunos historiadores, una costumbre suicida. Ayuno total y suicida que permitía perder el cuerpo pero salvar el alma, puesto que no se podía comer hasta que sobreviniera la muerte, rápida y con seguridad, por agonía o por el suicidio endura. Es un suicidio por hambre, la prueba suprema, hazaña última y mortal del creyente como expresión del rechazo radical al mundo carnal. En los anteriores términos la interpreta el historiador Emmanuel Le Roy Ladurie. Agrega, además, que en la región de Montaillou era moneda corriente28. Otra y contraria es la valoración que hace Anne Brenon. Reconoce que la endura existió, pero niega que se tratara de huelga de hambre con intenciones suicidas y que mucho menos se amenazara a la humanidad por incitación al suicidio. Afirma que los equívocos provienen de insuficiente información histórica. Es cierto, agrega, que en algunos registros inquisitoriales de comienzos del siglo XIV se describen prácticas de ayuno absoluto de enfermos luego de un consolamentum y que los mismos tribunales interpretan como prácticas suicidas. Pero recuerda que antes del siglo XIV no hay mención alguna de esta práctica. Su aparición fue resultado de la persecución, la cual produjo la disminución del número de perfectos. Recuérdese que estos últimos tenían el privilegio de administrar el consolamentum y que este sacramento era indispensable para no perder el beneficio de la salvación, como lo era también actuar conforme a estrictas reglas de penitencia, ayuno y castidad. Al quebrantarlas y no poder recibir el sacramento por falta de un clérigo, se corría el riesgo de no tener un buen fin. La endura, pues, no era algo distinto a observar en el lecho de muerte las normas de los buenos cristianos en circunstancias de excepción, cuando ya eran escasos los clérigos cataros. Cuando la Iglesia catara aún era vigorosa, y numerosos sus perfectos, no parece haberse conocido esta práctica. En cualquier caso, concluye Brenon, no había una especial vocación por la muerte. Se pretendía vivir para difundir el evangelio; no podían concebir que el camino de la salvación, abierto por Cristo, pudiera cerrarse por la violencia de los hombres. "Ni mucho menos desearlo, tal como suponía aún una corriente historiográfica de mediados del siglo XX"29.
27
RUNCIMAN, op. cit, pp. 249-250. LE ROY LADURIE, op. cit., pp. 11-12 y 513. 29 BRENON, Anne, op. át., pp. 132-134. 28
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Sin duda que uno de los efectos del ayuno podía ser apresurar la muerte. Pero ello es distinto a pensar que se trataba de un programa destinado a amenazar al género humano. No se debiera olvidar una vez más que las acusaciones provienen de textos inquisitoriales, interesados en exagerar y a veces deformar comportamientos considerados inmorales. De lo generalizado de esta costumbre poco se sabe. El mismo Le Roy Ladurie no ofrece evidencias empíricas para sustentar la afirmación arriba citada sobre el uso generalizado de la endura en Montaillou. Lo que se ha podido averiguar hace pensar, más bien, que se trató de una práctica poco extendida, nada frecuente, un rasgo esporádico30. Brenon tiene razón: no es cierto que el catarismo condenara la humanidad a la extinción. En conclusión, no hay pruebas que apoyen la existencia de un suicidio ritual; se trata, en opinión de Robert Moore, de un mito que aún persiste entre historiadores modernos. Ocurre lo mismo con la acusación de extrema piedad que pudo ser interpretada como una señal de depravación o con la negativa a la procreación que para los detractores se convirtió aceptación de cualquier tipo de relación sexual. Son creencias típicas acerca de los cataros que han persistido a lo largo de los siglos a pesar de que carecen por completo de evidencias que las apoyen31.
¿por qué en occitania? La Iglesia catara tuvo acogida especial en la Occitania, región del sur de Francia y que aún no estaba incorporada a los dominios de la monarquía capeta. Comprendía el moderno Languedoc en el Occidente, y Provenza en el Este. Se le conoce más comúnmente con el nombre de "Midi francés". Allí se compartía una tradición lingüística común: la lengua de Oc. El mayor éxito cátaro se alcanzó en el Languedoc, del cual formaban parte, en términos políticos, los condados de Tolosa y de Foix, los vizcondados de Albi, Carcasona y Beziers en poder de la familia Trencael, y el vizcondado de Narbona. El apoyo brindado por la nobleza y el débil desarrollo de los lazos feudales fueron factores determinantes en el éxito del catarismo. A diferencia del norte de Francia, en el sur las relaciones entre vasallo y señor fueron menos
30 31
cit., p. 137. MOORE, Theorigins of..., op. cit. ,p.224.
LAMBERT, op.
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rígidas, menos obligantes y abundaron los alodios en detrimento de los feudos. Las instituciones feudales penetraron mal y hubo mayor resistencia a los juramentos de fidelidad32. El efecto de tal situación fue, en opinión de Brenon, una nobleza jerarquizada con menor solidez que la del norte francés y una mayor autonomía de opción socioreligiosa que "habría sido inimaginable en un sistema centralizado a la flamenca o a la borgoñona". El conde no estaba en condiciones de imponer su autoridad a sus vasallos. La débil autoridad condal propició el desorden político, las continuas guerras y la amenaza de invasión por parte de otros poderes más fuertes con intereses en la región: la monarquía francesa y la inglesa. La primera de ellas, porque el conde de Tolosa era su vasallo, la segunda porque el rey de Inglaterra era duque de Aquitania y no había renunciado a ejercer el señorío en Tolosa. Eran frecuentes las rivalidades entre los condes y vizcondes; su resultado más notable fue convertir la región en territorio de violencia. La organización de la Iglesia católica en el Languedoc era igualmente difusa, lo que facilitó la presencia de grupos religiosos heréticos, los cuales, por otra parte, estaban presentes en esta región por lo menos desde las primeras décadas del siglo XI. Un régimen particular de habitat conocido como el incastillamento facilitó aún más la acción de los cataros. En el interior de una misma muralla residían señores y campesinos, artesanos y burgueses33. No hay mayor discrepancia sobre esta explicación. Sin embargo, se echa de menos un mayor examen de las condiciones materiales propias del Languedoc, porque ayudarían a entender la acogida de la predicación catara. A este propósito, vale la pena traer a cuento la hipótesis de Pierre Chaunu formulada en su famosa obra Le temps des Reformes (1975). Según él, se puede establecer una relación entre catarismo y "mundo pleno". No es una mera coincidencia el que la predicación de los "buenos hombres", de la segunda mitad del siglo XII, hubiese tenido lugar en un momento de abundancia de población. La condena que los cataros hacen del matrimonio, su modelo de vida cristiana basada en la castidad e incluso su condena a la procreación tuvieron acogida en regiones fuertemente pobladas; allí la superpoblación era percibida como sobrecarga y obstáculo34. Paul Labal ha mostrado que esta hipótesis está bien justificada. En las aldeas del sur de 32
Jesús, op. cit, p. 47; BRENON, Anne, op cit., p. 148. BRENON, Anne, op cit., pp. 145-149. 34 CHAUNU, Pierre, Le temps des Reformes. T. 1, La crise de la Chrétienté 12501550, Bruselas, Editions Complexe, 1984, p. 66.
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MESTRE,
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Francia, los hombres se hacinaban. Según se deduce de excavaciones arqueológicas, el habitat sufrió modificaciones en el siglo XII, la población no siempre encontró ocupación en su propio territorio, y no hubo comida para todos. A diferencia del norte del Loira, en el sur el arado pesado, el caballo dedicado a la agricultura y la rotación trienal fueron innovaciones tardías. Hubo poca cría de ganado y los rendimientos agrícolas fueron bajos. La solución fue la emigración hacia zonas incultas, la fundación de nuevas aldeas; lo que Labal llama un nuevo país que fue casi indemne al catarismo. Y esto con toda probabilidad no es casual. Esta expansión se detuvo a mediados del XII. Las ciudades entonces, en especial Tolosa, tuvieron que soportar la población excedente proveniente de las aldeas vecinas35. Como más adelante explicaremos, las lealtades y apoyos que recibió la herejía dependieron en buena parte de los efectos de la situación demográfica y social. Al interior del occidente europeo, fue en la Occitania donde se llevó a cabo el primer intento de la separación de los poderes espiritual y temporal. El clero se sometió al poder señorial; el conde de Tolosa apartó de su consejo a los eclesiásticos. El resultado fue un progresivo distanciamiento institucional entre señores e Iglesia36. Sin duda, esta circunstancia explica, en buena medida, el apoyo, o por lo menos la tolerancia, de los poderes laicos con la herejía. A su implantación contribuyó también la escasez de medios de acción de los que disponía la diócesis de Tolosa. Así se deduce del estudio de Labal. Hacían falta prelados activos y clérigos dinámicos. Los monasterios, por su parte, no pudieron suplir esa carencia, pues tampoco había grandes abadías, una situación que contrastaba con la vivida en el norte de Francia. De suerte que la enseñanza de la religión quedaba en manos de los capellanes rurales, de escasa instrucción, algunos de ellos siervos nombrados como clérigos por sus señores. No se estaba, pues, en capacidad de responder a los predicaciones de los cataros. Estos más bien colmaron un vacío en el proceso mismo de cristianización. Según investigaciones arqueológicas, hacia el siglo XII aún había creencias paganas: en los subterráneos de construcciones se han encontrado huellas del culto a la "dama blanca". Las sepulturas de Albi muestran persistencias de gestos, como la ofrenda de la tierra, las fracturas de cerámicas y los fuegos rituales. De manera que los cataros, en estos casos, no tuvieron que combatir con un catolicismo muy arraigado37.
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LABAL, Paul, Zas cataros. Herejía y crisis social, Barcelona, Editorial Crítica, 1984, pp. 108111. 36 MESTRE, Jesús, op. cit., p. 46. 37 LABAL,op. cit.,pp. 121-123;MOORE, Theoriginsof..., op. cit.,p. 237.
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herejía y sociedad, el catarismo: ¿iglesia popular? De la lectura de los dos libros objeto de este comentario se deduce que, con excepción del clero católico, el catarismo, tuvo amplia acogida y apoyo en los diferentes grupos sociales del Languedoc, en la Occitania, desde la alta nobleza hasta el pueblo llano. "Acogida" significa que no se les perseguía, que en una misma familia había cataros y católicos, y, en fin, que incluso se les defendió de los ataques militares promovidos por el papado. Esta situación podía producir contradicciones entre las creencias religiosas y las convicciones vitales. Era precisamente este el drama que vivía Raimundo VI, conde de Tolosa y, agrega Mestre, "será a un tiempo el gran drama de su país, que comulgaba punto por punto en los mismos sentimientos de su conde"38.
1. la nobleza
Los grandes dignatarios, de una u otra forma, simpatizaron con los cataros: Raimundo VI de Tolosa, Raimundo Roger de Trancavel y Ramón Roger, conde de Foix. Lo mismo se puede decir de la pequeña nobleza asentada en fortalezas y castillos. Esta pequeña nobleza sufrió los efectos del fraccionamiento de las propiedades como consecuencia de que en Languedoc, a diferencia del norte de Francia, no se extendió la práctica de la primogenitu-ra. El efecto fue un mayor número de nobles empobrecidos39. Su apoyo a la herejía tiene menos que ver con la aceptación de la doctrina que con intereses materiales: estaban poco dispuestos a doblegarse ante la exigencias de la Iglesia católica que exigía diezmos40. Es esta una hipótesis que otros historiadores han desarrollado atendiendo con mayor detalle a las circunstancias económicas y demográficas del Languedoc. Según el análisis de Labal, la fortuna de la pequeña nobleza no provenía de la explotación directa de los campesinos. Dependía de colonos que pagaban rentas fijas en dinero, las cuales, al aumentar el costo de vida, como en efecto ocurrió hacia 1150, perdían su valor inicial. Eran rentistas en apuros. Al atravesar por tantas dificultades, su enfrentamiento con los clérigos se hizo más fuerte. El antagonismo giraba alrededor de los diezmos parroquiales, que por mucho tiempo
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MESTRE, Jesús, op. cit.,p. 33 (negrilla mía). Ibid, p. 132. 40 BRENON, Anne, op. cit., pp. 150-151. 39
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estuvieron en poder de los señores en virtud del derecho de protección que éstos ejercían sobre las parroquias. Como patronos, protegían a las iglesias, nombraban los párrocos, e incluso daban en herencia o en donación sus derechos sobre las iglesias. Estas prácticas fueron severamente condenadas por la Reforma Gregoriana de finales del XI y comienzos del XII. Su efecto fue la restitución de los diezmos a la Iglesia. Las tensiones se agravaron hacia los años 1150-1175 como consecuencia de la presión demográfica. En algunas diócesis, las cesiones se interrumpieron hacia la mitad del siglo. El alza de precios con rentas fijas empobrecía a la nobleza, mientras el clero se enriquecía. No es de extrañarse, pues, que el discurso cátaro que habla de la Iglesia del diablo, que fustiga la codicia de los obispos haya tenido eco y haya habido nobles que defendieron a los herejes contra los cruzados católicos41.
2. las ciudades Los habitantes de las ciudades fueron también puntos de apoyo. Las élites burguesas fueron las primeras en permitir la práctica y devociones de la herejía42. Los comerciantes y prestamistas encontraron un respaldo espiritual, debido a que los cataros no se oponían al préstamo con interés. Más aún, los mismos "buenos hombres" se dedicaron con éxito a esta actividad. Tisserands, tejedores, era un término usual para designar a los cataros y ello era así por el gran número de obreros que seguían a los buenos hombres. "En su mayoría la burguesía occitana estuvo del lado de los cataros"43. El asunto, sin embargo, parece más complejo. Lo aconsejable es la prudencia antes de formular conclusiones tan contundentes, como las propuestas por Mestre. Veamos por qué. Primero, porque, en principio, la herejía podía encontrar mejores condiciones de apoyo en las ciudades que en el campo. En aquéllas, los contactos son más complejos. Se observa allí una ruptura con los marcos tradicionales; a las ciudades llegaban quienes habían sido expulsados de sus diócesis y podían hallar protección, apoyo y audiencia. Había pues mayores posibilidades que en el campo de atraer seguidores, de reunirse. En este sentido, las herejías y la expansión de las ciudades fueron fenómenos concomitantes44. Sin embarLABAL, op, cit., pp. 112-115. BRENON, Anne, op. cit, p. 151. 43 MESTRE,Jesús, op. cit, pp. 142-144 41 42
(negrillamía). 44 MOORE, Theoriginsof..., op. cit,p. 266.
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go, todo parece indicar que es preferible hablar, como lo sugiere, C. Thouzeillier, de fluctuación en los apoyos45. En efecto, en ciertos momentos, algunas ciudades y sus gobiernos respaldaron la herejía y en otros momentos estuvieron en contra. Hubo ciudades como Narbona que contuvieron la herejía y otras, como Cahors, que la redujeron a casi nada46. La conclusión de Paul Labal es que las ciudades más grandes, esto es, las sedes episcopales, no desempeñaron el papel que era de esperar, o por lo menos el papel que los escritores católicos del siglo XIII les atribuyeron como soporte de los cataros47. Segundo: es apresurado concluir que como la Iglesia catara no se oponía a los préstamos con interés y la católica sí lo hacía, entonces los prestamistas y comerciantes le habrían brindado apoyo a la primera de ellas, como se deduce de lo escrito por Mestre. Cosa distinta ocurrió en la ciudad de Tolosa, según lo muestra Robert Moore. Allí, si bien es cierto que un buen número de personas pertenecientes al patriciado urbano se hicieron herejes, también entre esa misma clase se reclutaron los miembros que conformaron la confraternidad blanca organizada por el obispo Foulque contra la herejía después de 1206. Las familias que apoyaron a los herejes fueron aquellas cuya posición económica se vio amenazada por la desvalorización de sus tierras arrendadas y que culpaban de su situación a los acumuladores de la nueva riqueza: los grandes mercaderes y prestamistas. Estos prefirieron mantenerse católicos y hacerse más bien benefactores de la Iglesia, de los hospitales e instituciones de caridad, que en buen número se fundaron por aquellos tiempos48. De manera que los principios doctrinales, por lo menos en este caso, no incidieron de forma inmediata sobre los grupos sociales que aparentemente podrían sacar ventaja de esas doctrinas y que, por lo tanto, no todos los comerciantes y habitantes de las ciudades eran potenciales herejes. Lo que muestra el caso de Tolosa es que los cambios económicos (el desarrollo del préstamo, y de la economía monetaria) no afectaron de la misma manera a los distintos habitantes de la ciudad, e incluso a los miembros de una misma clase (comerciantes) o una misma familia49. 45
La intervención de Thouzeillier puede leerse en el capítulo "Ciudades y campos en la herejía catara", publicado en el libro compilado por LE GOFF, Jacques, Herejías y sociedades en la Europa preindustrial, siglos H-XVIII, Madrid, Siglo XXI,1987, p. 157. 46 WOLLF, P. "Ciudades y campos en la herejía catara", en LE GOFF, op. cit, p. 155. 47 LABAL, op. cit., pp. 82 y siguientes. 48 MOORE, Theoriginsof..., op cit,p. 236. 49 Ibid., p. 268.
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Tercero. En 1209, cuando tuvo lugar el saqueo de Beziers, el mando cruzado elaboró una lista de posibles herejes de la ciudad. Constaba de 220 nombres, de los cuales 200 eran comerciantes y artesanos. Con base en esto, Mestre deduce que en la época de la cruzada en la ciudad había 200 perfectos de origen burgués, cifra que él considera muy importante para una ciudad con quince mil habitantes50. Labal advierte, sin embargo, que se trata apenas de una relación de sospechosos, muchos de los cuales eran simples creyentes o simpatizantes. De varias personas se dice que "se les ha visto en dos ocasiones en las predicaciones de los herejes". A continuación de algunos nombres, se encuentra la palabra "val", por lo que es de presumir que eran "valdenses", es decir, seguidores de Pedro Valdo y por lo tanto no eran cataros51. No es fácil, pues, establecer el número de perfectos de origen burgués.
3. el pueblo llano Se dejó seducir con facilidad por la predicación de los cataros. En el Languedoc, ante el desencanto del catolicismo, el pueblo optó por la herejía. La sencillez del mensaje y de sus predicadores hace resaltar la distancia que la élite eclesiástica católica mantenía con sus fieles. Sin el apoyo del pueblo, el catarismo hubiera quedado relegado a un simple esnobismo, a ser una religión de privilegiados52. Opinión similar es la de Anne Brenon. Sostiene que el catarismo no fue un fenómeno puramente elitista. Si lo hubiera sido, no se explicaría que la Iglesia católica organizara una cruzada, ni tampoco la tenaz resistencia después de un siglo de persecución. Más aún, el catarismo fue en burgos y aldeas del sur de Francia "el cristianismo ordinario y compartido por los distintos sectores sociales"53. Estas consideraciones deben asumirse con cautela, habida cuenta de las dificultades con que se encuentran los historiadores para determinar el alcance de las predicación herética en los sectores populares. Tal como lo planteó P. Wolf en el Coloquio "Herejías y Sociedades", que tuvo lugar en Royaumont, en 1962, al lado de los perfectos que se comprometieron a 50
MESTRE, Jesús, op. cit.,p.. 144. LABAL, op. cit.,.p. 84. 52 MESTRE, Jesús, op. cit.,.p. 145. 53 BRENON, Anne, op. cit.,.pp. 150-151 (negrilla mía). 51
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fondo con la herejía, hubo una franja que, aunque seducida por las virtudes de los predicadores heréticos, no llegó a romper con sus prácticas católicas y seguramente no estaban al tanto de las controversias doctrinales. Además, el haber hecho causa común con los herejes en las guerra de cruzada no significa haber abandonado Ja piedad ortodoxa. Las coincidencias en estos casos se explican por razones culturales y políticas: defender la libertad del condado frente a los intentos de ocupación por parte del rey capeto. "Toma de conciencia, no sé si decir nacional, de una comunidad de lengua, de civilización, de concepciones, sin duda de actitud frente a los herejes, pero no de religión"54. Paul Labal es más escéptico aún. Reconoce que esta herejía penetró en los más diversos medios sociales: grandes señores, pequeña nobleza, gentes del pueblo, mercaderes. Pero se trató de "adhesiones negativas". Era gente que se unía contra la Iglesia católica, misógina, rica, empecinada en imponerse en términos de poder. Las adhesiones estuvieron lejos de conquistar el pueblo languedociano. Por lo que se deduce de los testimonios inquisitoriales, los creyentes mostraban vacilación doctrinal y desconocimiento de los principios religiosos del catarismo. De las predicaciones sólo retenían migajas, retazos. Y seguramente había un gran franja de indecisos que asistían por igual a los sermones cataros y a los católicos55. Por lo que ha progresado la investigación, no se puede afirmar nada concluyente en cuanto al alcance de la influencia de la herejía en los sectores pobres del campo y la ciudad. Nada hay, concluye R. Moore, que permita una evaluación bien sustentada del impacto de la herejía en la mayor parte de la población56.
los cataros: ¿subversivos?
Al hablar de la influencia de la herejía, hay que remitirse a otro tema: la relación entre discurso cátaro y crítica social. Según Brenon, no tienen razón los escritores que quisieron ver en el catarismo una especie de bolchevismo medieval. No había en el discurso de los buenos hombres una esperanza milenarista. Ellos condenaban este mundo en beneficio de la patria celestial. No obstante esta advertencia, la historiadora francesa encuentra en la 54
WOLLF, op.cit.,p. 155. LABAL, op.cit. pp. 123-124. 56 MOORE, The origins of..., op. cit, p. 237. 55
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actitud y en la doctrina elementos que amenazan el orden social. La oposición catara a toda violencia, su rechazo al juramento, son valores opuestos a la sociedad feudal. La vida austera de los predicadores, su invitación a la modestia y la moderación parecen haber influido entre la pequeña nobleza, a la que puso freno sus excesos57. No hay duda de que, como toda herejía, los cataros, al desconocer la autoridad espiritual de la Iglesia católica, rozaban la subversión58. Para entender el alcance de la amenaza catara, conviene distinguir, por una parte, su doctrina social, que nos parece menos radical de lo que sugiere Mestre y, por otra, su impacto en el terreno del poder, pues es ahí donde radicaba su verdadero peligro. Es esto lo que ha demostrado R. Moore, cuya ventaja frente a los estudios de Mestre y Brenon está en que se detiene en el examen de las relaciones entre el poder y lo espiritual en la Edad Media. La batalla final entre ortodoxos y herejes se libra por el acceso al poder espiritual. Es esta la premisa de la que parte Moore. Veamos cómo la desarrolla. Entre los siglos XI y XII, la Iglesia católica había venido impulsando reformas internas, la más conocida de las cuales fue la Reforma gregoriana. Como parte de este programa, se había ido modificando la noción de lo sagrado. Antes de esa reforma, lo sagrado no residía en los hombres, sino en los lugares: el monasterio, las reliquias de los santos, el altar. Las cualidades morales del sacerdote no eran entonces fundamentales para el desempeño de sus funciones. A mediados del XI, se acrecentaron las críticas a la Iglesia, al comportamiento de sus clérigos. Desde distintos grupos, unos heréticos, otros no, se fue cambiando de perspectiva: lo sagrado depende del comportamiento moral de los individuos. La Iglesia incorporó en la Reforma gregoriana la nueva noción de lo sagrado. Sin mayor éxito, al principio. El espacio fue cubierto por los herejes, pero también por los ermitaños, los monjes vagabundos y, más tarde, ya en el siglo XIII, por nuevas órdenes religiosas. Se desató entonces lo que Moore denomina una competencia por el poder espiritual que utilizaba las armas del carisma individual. Los herejes, que negaban a la Iglesia cualquier legitimidad, precisamente con el argumento de que era corrupta, suscitaron el entusiasmo de seguidores en diferentes grupos sociales. Pero la identificación entre
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BRENON, Anne, op. cit., pp. 120 y siguientes. Ibid, p. 129.
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autoridad espiritual y merecimientos personales que otorgaba gran poder a los herejes podía convertirse en un serio obstáculo para su consolidación. En efecto, al considerar que todo lo terrenal era obra del demonio, se negaron a establecer una organización que diera respuesta a los males que ellos condenaban. Los cataros fueron, sin embargo, una excepción. Ellos no se negaron a administrar sacramentos, materializaron sus rituales, no abandonaron el recurso a la organización religiosa. Se convirtieron, entonces, en una alternativa más peligrosa para la Iglesia católica. Podríamos agregar que ello fue así porque se hicieron Iglesia, aunque Moore no utilice este término. Ahora bien, la batalla entre ortodoxia y herejía era también una lucha por la representatividad en las comunidades locales. La Iglesia católica, con el fin de hacerse más efectiva, perfeccionó sus instrumentos de control: dejó de depender tan sólo de la autoridad carismática para confiar en la autoridad burocrática. Centralizó sus instituciones, afianzó el poder del Papa, en el mismo momento en que las monarquías hacían lo propio. El desafío que planteaba la disidencia consistía en otorgar poder a quienes carecían de él. "Poder", en este caso, quería decir ser aceptado como defensor de una comunidad, por lo tanto, capacidad de administrar justicia y garantizar la acción colectiva. De ahí que cuando los cronistas medievales describían a los seguidores de los herejes con el término latino pauperes (pobres) no se estaban refiriendo a quienes carecían de riqueza, sino a quienes carecían de poder. El contraste no era con los divites (ricos) sino con los potentes (poderosos), es decir a aquellos a quienes había que servir a cambio de protección. La herejía, al otorgar derechos de liderazgo a aquellos que podían ganar su confianza, constituía una amenaza para los poderes laicos y eclesiásticos. Estos últimos se reservaban el derecho de predicar. Por eso el peligro no consistía tan sólo predicar doctrinas contrarias a las de la Iglesia. También lo era hacerlo sin el debido permiso. "Predicar sin permiso era una declaración de rebelión". Este análisis de Moore tiene otra ventaja: ayuda a explicar la relación entre poder monárquico y herejía en los siglos XII y primera mitad del XIII. La herejía, escribe, aparecía a veces entre los pobres, a veces entre los ricos, a veces en las regiones más atrasadas, aunque con mayor frecuencia en las de mayor progreso, pero siempre floreció allí donde la autoridad política era difusa y nunca apareció donde era grande la concentración del poder. Ello fue así porque la monarquía había logrado desarrollar instrumentos de
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coerción eficaces, más eficaces incluso que los de la Iglesia. Los sistemas legales y administrativos creados por los reyes facilitaron una jurisdicción universal. En este contexto, la religión también jugó su papel, porque al ser ella la más poderosa expresión de solidaridad de grupo, la lucha que se suscitó entre poderes locales y poder central (monarquía) con frecuencia se desarrolló en términos religiosos. La Iglesia, por su parte, se opuso también a las tendencias descentralizadoras. La sociedad, concluye Moore, no podía abandonar el ideal de uniformidad religiosa, por lo menos hasta el momento en que se tuviese la seguridad de que sus instituciones podían preservar su tejido por otros medios59. De otro lado, ¿qué tan revolucionaria fue la doctrina social de los cataros? No proponían un reino milenarista de igualdad social, como bien lo advierte Brenon. A pesar de las declaraciones de los cataros en contra de la violencia, que no siempre cumplieron, y de su oposición al juramento, no suscitaron un gran conflicto social, ni sus seguidores estaban interesados en alterar las relaciones sociales en el campo o en la ciudad. Su mayor eco lo encontraron en aquellos sectores sociales insatisfechos con los efectos de los cambios económicos de la época. En términos espirituales, por quienes se oponían a los nuevos valores de amor al dinero. Socialmente, por quienes resultaron perjudicados en su propio status a causa de los prestamistas. Su fuerza social y su fervor religioso fueron menores que los de la otra herejía contemporánea: los valdenses. Estos últimos propusieron una doctrina social inspirada en la pobreza evangélica. El catarismo insistía en que sus perfectos, es decir, sus jerarquías, debían alcanzar la pureza total; sin embargo, la ruta que proponían hacia la salvación no era la búsqueda interior y personal de lo divino, ni el esfuerzo solitario. Lo que se buscaba era la observancia exacta e impersonal del ritual prescrito. A pesar de su radicalismo teológico, el catarismo, agrega Moore, no fue, en términos sociales, la alternativa más radical que la Iglesia católica hubo de enfrentar entonces60.
¿una religión para mujeres? ■
Con esta pregunta, Anne Brenon cierra el capítulo en el que estudia la relación entre herejía y mujeres. En efecto, la mujer tuvo especial acogida
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MOORE, op. cit., pp. 274 y siguientes. Ibid., p. 240.
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en el catarismo. Este les otorgaba a las perfectas ciertos derechos que el catolicismo les negaba. Especialmente, las aristócratas formaron parte del clero cátaro: podían administrar el consolamentum, presidir la bendición del alimento y también predicar. Eran, pues, verdaderas sacerdotisas. Participaban en la administración y gestión de lo sagrado. Las perfectas, a diferencia de las monjas católicas, no estaban separadas del mundo y desempeñaban un papel efectivo en la educación de su familia y del vecindario. Un buen número de cataras eran viudas y madres. Es notable el papel de las mujeres en el clero cátaro, si se compara la proporción de mujeres perfectas con la de monjas. Según cifras provenientes de la Inquisición, a comienzos del siglo XIII, en algunos lugares, la proporción de perfectas llegó a ser del 45% comparado con el 5% de mujeres en el clero regular católico. Esta situación particular no impide desconocer que aún en el catarismo las mujeres estaban subordinadas a los hombres. Sus tareas de sacerdotisas sólo las realizaban cuando no había un perfecto presente. Nunca llegaron a desempeñar el cargo de obispo y ni siquiera el de diácono. El catarismo mismo es el principal responsable de esta notable presencia femenina. En un mundo de tan pocas posibilidades de expresión para la mujer, la herejía brindaba una oportunidad de libertad61. Y es cierto. Como quedó dicho, la herejía otorgaba poder a quienes carecían de él, según el análisis de Moore. A ello pudo haber contribuido también la situación demográfica, económica y religiosa del Languedoc, por varias razones. Primera, la superpoblación a la que se hizo referencia parece haber afectado más a las mujeres: la migración era menos fácil para ellas. Segunda, se sabe que la herejía afectó a las familias numerosas, lo cual pudo resultar de una conciencia confusa del carácter maléfico de la familia que algunas mujeres intentaron sublimar en el catarismo. Tercera, la búsqueda de protección económica. Así lo reconocía el famoso dominico Jordán de Sajonia. Según él, los padres confiaban a sus hijas a los herejes para que las instruyeran y alimentaran. Cuarta, en el Midi francés se fundaron pocos conventos femeninos. Se ha hablado de desierto monástico. Y finalmente, la violencia de los guerreros. Las viudas de las guerras, al ingresar a la orden de los herejes pudieron encontrar restituida su dignidad62. 61 62
MESTRE, Jesús, op. cit., p. 146; BRENON, Anne, op. cit., p. 138. Sobre estas circunstancias propias del Languedoc, véase LABAL, op. cit., pp. 115-116.
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la cruzada: ¿fin del sueño occitano? Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos... ArnautAlmaric (delegado papal) El papa Inocencio III proclamó una cruzada contra los príncipes del Languedoc con el fin de obligarlos a perseguir a los cataros. Se trató de una empresa militar en la que participaron nobles franceses primero y luego el mismo rey de Francia. El principal beneficiado de esta atroz guerra fue la monarquía francesa63. Perseguir a los herejes fue simplemente la excusa para un propósito político: ampliar los territorios sobre los cuales el rey ejercía control directo. En este orden de ideas, la cruzada forma parte del proceso de formación del Estado moderno y de la nación francesa misma. La historiografía sobre esta cruzada ha estado vinculada a las luchas políticas regionales y nacionales de Francia. Así lo demuestra André Roach. En efecto, para algunos investigadores, el triunfo capeto sobre el Languedoc fue el precio necesario que había que pagar en la consolidación de la unidad frente al peligro que significaba el catarismo y el regionalismo. Se ha llegado incluso a justificar las atrocidades de la guerra con el argumento de la necesidad de la unidad religiosa en la formación de la nación. Otros historiadores, en cambio, prefieren poner el acento en lo que el mismo Roach denomina la idea de países perdidos; arguyen que fue precisamente la cruzada contra los cataros la que frustró el proceso de formación de la nación occitana. Al ser derrotada, la Occitania fue absorbida y entró a formar parte de la moderna Francia64. Mestre comparte este punto de vista. Según él, la batalla de Muret (1213), en la que fue derrotado el conde de Tolosa, es una pieza clave, un momento decisivo en el camino de la unidad nacional. Es el origen de la unidad francesa y el fin del sueño occitano65. Esta última apreciación la repite a propósito del acuerdo de Meaux (1229), pactado entre el conde de Tolosa y el monarca francés y con el cual prácticamente se puso fin a la cruzada66. El sueño occitano al que se refiere el autor es el porvenir nacional, a juzgar por la cita de los versos provenzales de Víctor Balaguer en los 63
BRENON, Anne, op. cit., pp. 177 y siguientes. ROACH, Andrew, "Occitania Past and Present: Southern Consciousness in Medieval and Modern Frenen Politics", en Histoty Workshop Journal N° 43,1997, pp. 1-22. 65 MESTRE, Jesús, op. cit., pp. 208-209. 66 Ibid., p. 234.
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que se apoya. Conviene, sin embargo, establecer algunas precisiones. Lo que se desprende del estudio de Roach es que, a pesar de la unidad lingüística, la Occitania, al iniciarse la cruzada, carecía de identidad colectiva. Lo que se encuentra, en cambio, son estereotipos que expresaron gentes de fuera de la región: los franceses del norte. A los del sur se les consideraba avaros y poco belicosos. Además, se reconocía su tolerancia religiosa. Pero aún teniendo esto en cuenta, no se puede hablar de sentimientos "nacionales". Se carecía de instituciones políticas alrededor de las cuales se pudiese aglutinar un sentimiento occitano. Los príncipes no habían constituido un monopolio de autoridad legítima y más aun ninguno de ellos manifestó especial interés en forjar la presunta identidad nacional. Cada condado y vizcondado tenía sus propias metas. El más poderoso de ellos, el condado de Tolosa, no controlaba la región. Esta se había convertido en teatro de los intereses franceses e ingleses. La reacción inicial ante la cruzada mostró que se carecía de unidad de propósitos y que eran pocos los signos de conciencia colectiva67. Paul Labal ha hablado de guerra civil en la que todavía no se llegaba al enfrentamiento entre el norte y el sur. Varios nobles meridionales se unieron a la cruzada de la cual su abanderado en Tolosa fue el obispo Foulque68. Es cierto que tras la batalla de Muret los ejércitos cruzados estuvieron cada vez más conformados por tropas del norte y que como consecuencia de ello se creó cierto espíritu de unión en el sur. La cruzada comenzó a verse como una invasión por parte de la Francia del norte. Al otorgar privilegios a la Iglesia católica, amenazar las libertades urbanas, imponer unos principios del norte, como el carácter obligatorio del mayorazgo, restringir las alianzas matrimoniales de los caballeros occitanos, los estatutos de Pamiers de 1213 reunieron contra la cruzada a nobles, burgueses y caballeros69. Y con ello se forjaron algunos signos de conciencia común. Es el tipo de lealtad local que algunos historiadores califican como sociedad prenacional, pero acá no se puede ver las semillas de lealtades más amplias70.
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ROACH, op. cit., pp. 4-5. LABAL, op. cit., pp. 155-156. 69 ROACH, op. cit., p. 6; LABAL, op. cit., pp. 178-180. A propósito del acuerdo de Pamiers, no es cierto, como afirma Mestre, que allí "no hay medida ninguna encaminada al control de los heréticos", p. 194; por el contrario, se establece que los herejes no pueden ser ni prebostes, ni juez, ni magistrado, ni abogado, LABAL, op. cit.,p. 179. 70 ROACH, op. cit.,,p. 7. 68
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ni secretos, ni culto al sol, ni custodios del grial Una cierta literatura histórica, con acogida entre el gran público y que fascina a los ocultistas modernos gustosos de considerarse herederos de los mártires cataros, pretende hacer creer que estos herejes medievales rendían culto al sol, que en sus templos y castillos se habían guardado misterios de la Edad Media, el santo Grial entre otros. Estas afirmaciones no son ciertas; son leyendas que contribuyen al éxito comercial y turístico de los lugares que un día fueron refugio de los cataros. Mestre y Brenon, con base en evidencias arqueológicas, muestran que los cataros no construyeron castillos ni templos. Sus emplazamientos consistieron en "castra" o pueblos fortificados. Los castillos son posteriores a la desaparición del catarismo. El caso más frecuentemente citado por esa literatura fantasiosa es Montségur. Fue en esta fortaleza donde tuvo lugar una de las últimas batallas de los cruzados contra los cataros. Fernando Niel realizó un estudio a partir de las ruinas del actual castillo. Según este historiador, el plano de esta construcción muestra que sus murallas eran una especie de zodíaco de piedra; esto le permite concluir que los cataros eran adoradores del sol. Pero las investigaciones arqueológicas han echado por tierra tales especulaciones. Los cataros nunca vieron el actual castillo de Montségur. Este fue construido más tarde. El Montségur de la época de la cruzada no fue un templo, sino una aldea71. Que allí se guardase el santo grial, fue idea imaginada por Otto Rhan en 1933, en su libro Cruzada contra el Griaf2. Es esta una hipótesis sin mayor fundamento. Como símbolo eucarístico, el grial fue más bien un argumento utilizado por los clérigos católicos en contra de la herejía que precisamente negaba el sacramento de la eucaristía73. Se ha tratado de establecer relaciones entre catarismo y parapsicología. Según Rene Nelli, en Montségur se han encontrado restos de documentos chinos, lo que permite pensar en comunicaciones de los cataros con el Lejano Oriente. Los inquisidores habrían seguido a los herejes hasta el Tíbet. Nelli habla de individuos del siglo XX que aún mantienen comunicaciones mentales con los espíritus tibetanos desde Montségur, 71
BRENON, Anne, op.cit.., pp. 162-163. RAHN, Otto, La cruzada contra el grial, Madrid, Ediciones Hilperión, 1986. 73 BRENON, Anne, op.cit.., p. 165. 72
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de mensajes enviados en lenguas orientales74. Pero, como concluye Mestre, todo esto no pasa de ser una manera de mantener vivo el interés por la Occitania. Las leyendas son un motivo para visitar el castillo de Montségur. El catarismo es un reclamo turístico del Midi francés. El eso-terismo hacer parte de sus leyendas75.
¿por qué se acabó la iglesia catara?
En primer lugar, responde Brenon, por la acción del tribunal de la Inquisición. Si no hubiera sido perseguida, tan sólo hubiera sido condenada al declive y tal vez habría sobrevivido y encontrado nuevos semilleros. A esta despiadada persecución se suman otras circunstancias que minaron su acción. En el Languedoc, la derrota militar de sus protectores. La estructura de Iglesia convirtió al catarismo en una estructura rígida, frágil, no adecuada a la clandestinidad, lo que resultó más grave aún al quedarse sin clérigos, como efecto de la persecución. Por otra parte y como reacción ante la herejía, la misma Iglesia católica se renovó. Los líderes de esta renovación fueron las órdenes mendicantes "más adaptadas a los oídos populares"76. El catarismo quedó a la defensiva. De manera que su derrota se produjo tras lo que Labal denomina "una conversión de la Iglesia católica". Teólogos católicos rehabilitaron la vida sexual, formularon justificaciones de la economía de mercado, e hicieron del sur Francia objeto de especial atención. Así como antes del siglo XII el centro del catolicismo francés era el norte, después del XIII el movimiento se invierte. La palabra y el ejemplo fueron otras tantas claves del éxito de dominicos y franciscanos frente al catarismo77.
conclusión Con la publicación de Los cataros, problema religioso, pretexto político y La verdadera historia de los cataros, el lector de habla hispana dispone de dos interesantes libros que le permiten enterarse de debates recientes sobre una de las here74
NELLI, René, Les Cathares, París, Cultures, Art, Loisirs, 1972, pp. 201-202. MESTRE, Jesús, op. cit.,p. 256. 76 BRENON, Anne, op. cit.,p. 199 77 LABAL, o/), cit., pp. 220-223. 75
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jías que mayor discusión ha suscitado. El libro de Brenon tiene la ventaja adicional de detenerse en el contexto espiritual de la herejía, lo que le permite desvirtuar acusaciones y estereotipos del catarismo y mostrar que no se trató de una simple secta maniquea. De esta conclusión se extrae una importante lección de historia: coincidencias doctrinales no implican orígenes comunes. Del contraste entre las explicaciones suministradas por Mestre y Brenon con la de otros historiadores se destaca la especial atención que algunos de estos últimos han prestado, por una parte, al análisis del poder con el fin de apreciar las relaciones entre ortodoxia y herejía, y por otra, al examen de las condiciones materiales propias del Languedoc. Las motivaciones que impulsan a alguien a hacerse hereje tal vez nunca las sepamos del todo. Son múltiples y varían de individuo a individuo. Pero reconocer esto no debiera impedir establecer las vínculos entre catarismo y grupos sociales. Como lo ha indicado Patrick Collinson, la noción según la cual una determinada ideología religiosa sirve como instrumento de intereses materiales y de aspiraciones de un grupo social "no es necesariamente falsa y a veces funciona aunque siempre deba someterse a prueba"78 (negrilla mía). En el caso de los cataros, por lo menos en lo que se refiere a los apoyos, esta hipótesis, como quedó mostrado, funciona. "Los intereses materiales sin los ideales son vacíos, pero los ideales sin los intereses materiales son impotentes"79.
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COLLINSON, Patrick, "Religión, Society and the Historian, en The Journal ofReligious History, vol. 23, N° 2, junio, 1999, p-158 (negrilla mía). 79 WEBER, M., citado por P. COLLINSON, "Religion, Society, and the Historian", p.167
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historia, diversidad, transformación y sentido del fundamentalismo islámico: una introducción luis e. bosemberg
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qué no es el fundamentalismo islámico: el problema distorsionado Los medios de comunicación han traído en las últimas décadas múltiples noticias sobre el fundamentalismo islámico y en la conciencia colectiva de millones de seres humanos -sobre todo en Europa y los EEUU, mucho menos en nuestro país- este hecho se ha convertido en parte integral de su memoria. La corta duración de los programas, la necesidad de la noticia “flash” y los formatos comerciales producen estereotipos y facilismo. No sería exagerado decir que el Islam y el Medio Oriente son fácilmente relacionados con fanatismo y violencia. Después de todo, esas son las noticias que se difunden, es el “espectáculo” que muchos desean ver o propagar. Como diría Georges Corm- escritor de origen libanés y experto en el Medio Oriente-, existen aquellos pensadores o investigadores en el Medio Oriente que “… escriben contra la instrumentalización de la religión, recuerdan el espíritu libertario del Islam y rehacen lecturas del Corán a la luz de la lingüística moderna… [Sin embargo], estos pensadores reformistas del Islam no son objeto de atención en los círculos académicos y mediáticos occidentales”1. Así pues, el Medio Oriente es víctima de la prensa sensacionalista y de la mala prensa. Los estereotipos y los clichés han signado la visión del Islam en Occidente. Algunas de las fuentes provienen de los Estados Unidos. Parece que para ellos es necesario tener un enemigo, ya que al desaparecer la URSS y el comunismo, se creó un vacío. Entonces, se buscó un enemigo como factor de integración -lo que fue el comunismo en su época. En ocasiones, el mundo académico no escapa a la simplificación. Hay una tendencia general a estudiar el mundo musulmán a través de los ideales occidentales que son así contrapuestos al Islam. Se trata de un acercamiento, no desde la sociedad estudiada musulmana, sino desde afuera o más bien, desde aquello que no tiene de occidental, lo que tiene de distinto con respecto a la sociedad occidental o de conflictivo con respecto a Occidente. Para algunos, los procesos de las sociedades musulmanas tienden a ser explicados desde la religión como manifestaciones de religiosidad extrema i. e. fanatismo o irracionalidad2. Pues bien, ¿qué han producido todos estos factores arriba nombrados? La visión de que el Islam es retrógrado e involucionista. Islam, fundamentalismo y terrorismo conforman una identidad. Un peligroso fantasma acecha al mundo. Es la gran amenaza contra el nuevo orden internacional y la democracia. Es el gran enemigo de todos los países, incluyéndonos a nosotros, el llamado Tercer Mundo. La violencia es su única acción política; el sectarismo, el fanatismo y el terrorismo son sus únicas manifestaciones. Se cae en el error de creer en que constituye un bloque homogéneo, con una ideología política fija. Que por lo tanto sus acciones son idénticas. Que tiene una base social ∗
Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. CORM, Georges, Le Proche-Orient eclaté - II : Mirages de paix et blocages identitaires, 1990-1996,. París, La Découverte, 1997, pp. 220-221; Corm además cita diversas publicaciones sobre estos temas. 2 MARTÍN MUÑOZ, Gema, “Razones en contra de la confrontación Islam/Occidente”, en Revista de Occidente, Nº 188, enero 1991, pp. 37-38. 1
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específica. Que engendra todos los problemas y que los fundamentalistas son todos lo mismo: las guerrillas en Afganistán, el clero islámico en el poder en Irán, la Hermandad musulmana en Egipto, la guerrillas Jezbollaj en Líbano, el Frente de Salvación Islámico en Argelia, etc. Se señala, erróneamente, que el Medio Oriente es el gran causante de los trastornos, que las guerras santas son producto del Islam o del “fanatismo” religioso y se equipara al fundamentalismo con antiamericanismo. Se dice que los orígenes del radicalismo y fanatismo son inherentes al Islam y a su práctica religiosa3. El famoso articulo de Samuel Huntington4 menciona siete civilizaciones y previene del enfrentamiento entre Islam y Occidente. La conclusión era de esperarse: hay que fortalecer a Occidente militar y económicamente. Se plantea un enfrentamiento norte-sur en donde “dirigentes irracionales con misiles nucleares amenazan nuestra cultura”. La civilización racional y judeocristiana, la de los “buenos”, se enfrenta a la irracional, pasional y fanática, la de los “malos”. qué nos proponemos Lo que queremos hacer es comprender el fundamentalismo islámico, en la medida de lo posible, en toda su extensión5. En el fondo de nuestro estudio repetimos, junto con Maxime Rodinson, que en el Medio Oriente, como en otras partes del mundo, funcionan mecanismos universales y permanentes de la dinámica habitual de las sociedades humanas. Que no se trata de una sociedad per se fanática y violenta. Que está claro que hay que tener en cuenta las especificidades culturales de su historia regional. Pero esto último no disminuye el efecto de normalidad social humana6. No se pueden explicar las actitudes de los gobiernos, de las masas o de las elites a través de elementos estructurales de dogmas musulmanes o por alguna frase del Corán o de la tradición. No se trata de entender el fenómeno a partir de lo interno de la religión, por ejemplo la guerra islámica o supuestos comportamientos inherentes, como el fanatismo. No creemos que la religión explique necesariamente un comportamiento (de la misma manera que creemos que no se puede entender la historia de un país católico leyendo sus libros sagrados). Si bien es cierto que existe una cultura religioso-política, como las propuestas, la politización del Islam y el entusiasmo religioso, estas surgen o no dependiendo de situaciones concretas. No se puede menospreciar ni hablar del fundamentalismo en términos peyorativos. Ni tratarlo como una moda pasajera producto de pueblos resentidos que le temen a las sociedades modernizantes. Nos proponemos seguir e interrelacionar tres ejes. El primero tiene que ver con las estructuras de autoridad y gestión del poder que dirigen la sociedad. De ahí que en el estudio estén presentes los Estados. El segundo lo componen las organizaciones, llámense políticas o religiosas, y sectores sociales que actúan, creen y propagan un ideario fundamentalista. Así, tanto lo político como lo social estará presente. En un tercer lugar se estudian factores globales. No hay historia de la región sin agentes externos y su presencia y capacidad de acción. Dicho en otras palabras, el problema es complejo y variado y un solo tipo de explicación no es posible. 3
El autor recuerda que la palabra “sarraceno”, que escuchó en algún curso de historia en la época de colegio, tenía un cierto sabor peyorativo. Tardó muchos años en darse cuenta de que se hacía referencia a los árabes y no sólo a un grupo de “bárbaros”, como se le había enseñado. 4 “The Clash of Civilizations”, en Foreign Affairs, otoño 1993, pp. 22-49. 5 Está claro que un articulo de este tamaño no puede aspirar a la exhaustividad. A algunos actores le dedicamos más espacio que a otros. 6 RODINSON, Maxime, Le Monde, 13 de junio de 1991; del mismo autor, “Le monde musulman et la politique: le fond du problème”, en Rodinson, Maxime, L’Islam politique et croyance, París, Fayard, 1993, pp. 107-113.
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Según Kepel, hay que mirar estos movimientos no como producto de la sinrazón y fanatismo, o de la manipulación de fuerzas oscuras -los movimientos están cargados de sentido-, sino como un testimonio irremplazable de una enfermedad social profunda que nuestras tradicionales categorías de pensamiento ya no permiten describir7. Hay que examinar la vitalidad del Islam, la historia de sus relaciones con Occidente, la diversidad en política, orientación y estrategias que caracterizan al fundamentalismo. Un problema de tal envergadura e impacto no puede verse desde la simplicidad, sino desde la complejidad. Hay que estudiarlos, pues, desde la historia y sus diversas situaciones económicas, políticas, sociales e ideológicas. el problema mejor definido Muchas son las maneras como el movimiento ha sido llamado: Islam político, integrismo, Islam neo-normativo, Islam neo-tradicional, revivalismo islámico, nativismo islámico, activismo islámico, resurgimiento o renovación islámica y fundamentalismo islámico. Muchas han sido las críticas al término fundamentalismo. Para algunos, tiene una cierta connotación peyorativa pues es sinónimo de retraso o involución. O no puede ser universal, pues no proviene de la región musulmana, ya que surgió en los Estados Unidos a principios del siglo XX entre cristianos como respuesta al “modernismo” cristiano. Si se le aplica a aquel que cree en unos fundamentos, esto le cabría a todos los musulmanes y miembros de muchas otras religiones. Fue inicialmente rechazado por muchos analistas en el mundo musulmán. Sin embargo, el término fundamentalismo es el más recurrente y es el que utilizaremos. Poco a poco se ha venido utilizando y hoy por hoy ha sido aceptado por muchos académicos y políticos, aun del mundo islámico. Es el término más difundido en los medios y a nivel popular, inclusive académicos, en el mundo entero8. definiciones generales Se parte de la tesis de que los movimientos fundamentalistas deben ser inicialmente contextualizados en su carácter universal. Es decir, se trata de procesos que no son exclusivos del Medio Oriente y que comparten elementos comunes. Para esto queremos nombrar varias definiciones que llamaremos generales. Por ejemplo, se puede definir como fundamentalista a aquel que insiste en que todos los aspectos de la vida, incluyendo el económico, el político y el social deben de realizarse de acuerdo a unas escrituras fundamentales y clásicas consideradas inmutables y libre de error. Es la percepción de la religión como ideología totalizante. Gilles Kepel propone analizar toda una época de fundamentalismos en las regiones no sólo islámicas: el judaísmo en Israel y el cristianismo en Estados Unidos y Europa occidental y oriental. Trae a colación no sólo diferencias sino similitudes entre estos masivos movimientos. Califica el fenómeno de universal y los sitúa en el contexto de las “… mutaciones globales que sufren las sociedades contemporáneas en este último cuarto de siglo”9. Así mismo, en otro de sus libros 7
KEPEL, Gilles, La revancha de Dios, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1995, p. 27. VOLL, John O., “Fundamentalism”, en The Oxford Enciclopedia of the Modern Islamic World, Nueva York y Oxford, Oxford University Press, vol. II, 1995, pp. 32-34. En árabe se dice usuliya, proveniente de usul, fundamentos. 9 KEPEL, op. cit., p. 13. Sobre fundamentalismo judío, véase WALDMAN, Gilda, “Los tres senderos del fundamentalismo judío: encuentros y desencuentros”, en Revista Internacional, Nº 66, abril/junio 1995, pp. 71-79; ALGAZY, Joseph, “En Israël, l’irrésistible ascension des <hommes en noir>”, en Le Monde Diplomatique, febrero 1998, pp. 14-15; COHEN-ALMAGOR, Raphael, “Vigilant Jewish Fundamentalism: From the JDL to Kach (or 8
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publicó una serie de artículos de diversos autores en donde se propuso poner en perspectiva los movimientos en la pluralidad de sus dimensiones10. En un artículo sobre diversos grupos cristianos, judíos, e inclusive japoneses (el famoso atentado con gases venenosos en el metro de Tokio en 1995), la matanza en Waco, en Texas (1993) o el asesinato de Rabin en 1995 se les define como aquellos que desarrollan un compromiso con principios básicos que son eternos e inmutables, una creencia en que dios aprueba comportamientos ejecutados que están en estricta obediencia con mandamientos divinos, la condena de instituciones y comportamientos y la mitificación de un pasado al que hay que retornar11. Al-Azem muestra no sólo cómo la noción de fundamentalismo proviene de los Estados Unidos a principios del siglo XX, sino también, que muchos autores musulmanes han tomado por modelo a sus homólogos protestantes o judíos12. Jeff Haynes, en su muy sugestivo libro, señala que se trata de un fenómeno de carácter tercermundista. Se explica en el contexto de autoritarismo político, modernizaciones fracasadas e ideologías caducas13. Discutiendo el tema el terrorismo y la religión, Magnus Ranstrop señala que entre finales de la década de los 60 y mediados de los 90 el número de grupos terroristas se triplicó entre las más diversas religiones. En la actualidad, una cuarta parte de los grupos terroristas son de índole religiosa. Además, se ha constatado un acelerado crecimiento en el número de actos de este tipo: de los 64.319 incidentes registrados entre 1970 y julio de 1995, la mitad ha tenido lugar desde 1988. La cuestión no es sorprendente ya que la mayoría de grupos son de reciente aparición. La proliferación de la lucha terrorista religiosa debe entenderse en el contexto de la posguerra fría cuando se han exacerbado conflictos étnico-religiosos. La acelerada disolución de vínculos tradicionales de cohesión cultural y social dentro y entre las sociedades en el contexto del proceso de globalización, combinado con legados históricos y condiciones de represión política y desigualdades económicas han conducido a crear un sentido de fragilidad, inestabilidad e incertidumbre sobre el presente y el futuro. Se cree así que se está viviendo una coyuntura crítica en la que hay que ser activos si se quiere moldear el futuro. La situación de crisis generalizada conduce a buscar refugio en la religión y sus acciones son vistas como defensivas. Los procesos de secularización son considerados como peligrosos para la preservación de la respectiva religión y estos procesos son vistos como el producto de fuerzas extranjeras. Generalmente un acontecimiento clave condujo a su fundación14. En síntesis, los movimientos religiosos fundamentalistas de las últimas décadas deben ser entendidos también dentro de un contexto general, en el que participan varias religiones y no solamente la islámica -que aparece como la más célebre al respecto. Así, podemos interpretar que `Shalom Jews, Shalom Dogs´)”, en Terrorism and Political Violence, vol 4, Nº 1, primavera 1992, pp. 44-66; SCHATTNER, Marius, “En Israël, l’enjeu séfarade”, en Le Monde Diplomatique, marzo 1999, pp. 6-7. 10 En KEPEL, Gilles, Las políticas de Dios. Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1995, además de los temas del libro antes citado, se incluye a la China, Africa subsahariana y a la India. 11 VAN DER VIVER, Johan D., “Religious Fundamentalism and Human Rights”, en Journal of International Affairs, verano 1996, vol. 50, Nº 1, pp. 21-40. 12 AL-AZEM, Sadek, “Islamic Fundamentalism reconsidered. A Critical Outline of Problems, Ideas and Approaches”, en South Asia Bulletin, vol. XIII, Nº 1 y 2, 1993, pp. 93-121. 13 HAYNES, Jeff, Religion in Third World Politics. Boulder, Colorado, Lynne Rienner, 1994, p. 10. 14 RANSTROP, Magnus, “Terrorism in the Name of Religion”, en Journal of International Affairs, verano 1996, vol. 50, Nº 1, pp. 1-20.
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existen tres niveles para comprender el problema : uno universal, uno tercermundista y uno regional. El primer nivel es una manifestación de un descontento generalizado ante la crisis del mundo moderno, crisis de sistemas y de valores. El segundo presenta elementos típicos de resistencia tercermundista: rechaza a unas elites del poder que hacen cualquier cosa por mantenerse en el poder, está en contra de la corrupción y el despilfarro de elites dominantes y se manifiesta contra la intervención extranjera. Y un tercer nivel - que veremos a continuación y que tiene elementos de los dos anteriores-, se aprecia claramente en el discurso islámico, en las formas políticas y sociales que impulsa y las condiciones que lo gestan en el Medio Oriente. definiciones específicas Acercándonos a nuestro propósito específico, vale la pena señalar lo que llamaremos definiciones específicas -es decir, referidas al Medio Oriente y al Islam- para así continuar con la tesis de la variedad en los hechos y en la interpretación. El debate sobre la definición gira alrededor de si se trata de movimientos islámicos o de movimientos sociales o políticos15. Para los defensores de la primera tesis, todo lo produce el fundamentalismo. Se trata de un extremismo de la creencia tradicional, es una preocupación por un renacimiento espiritual o por una reforma doctrinal o una lucha religiosa entre laicos y religiosos16. Para los defensores de la segunda tesis, son conflictos comunitarios, étnicos, tribales o estatales por la independencia o luchas por el poder justificadas por la religión. Son parte de la supervivencia en un medio adverso. Se trata de retomar aquellas sociedades que están en vías de occidentalización o de aculturación. Son un fenómeno cíclico que corresponde a crisis empíricas coyunturales17. Las siguientes definiciones están enmarcadas, de una u otra manera, en este debate. El fundamentalismo musulmán del siglo XX es la expresión de un largo proceso de reconversión al universo simbólico de la cultura interna precolonial que afecta de manera muy diversa a casi todo el Medio Oriente alimentando un largo abanico de conductas políticas. Significa el regreso a la ley islámica y es la interpretación creativa de la ley divina en el contexto de las circunstancias cambiantes y el rechazo de los elementos no islámicos del Islam. Es el intento de purificar la religión para que realice toda su fuerza vital. Es una regeneración basada en una idealización de la época clásica del Islam. Sin embargo, no se trata de un renacimiento, pues el Islam siempre ha estado ahí. Habría que hablar más bien de algo que ha llevado a conferir al Islam una presencia más destacada en la política y sociedad mahometanas18. Refiriéndose a los Hermanos Musulmanes, el profesor Cantwell Smith señala que considerarlos “… como puramente reaccionarios […] es un error. Puesto que allí se encuentra una voluntad loable y constructiva de edificar una sociedad moderna sobre unas bases justas y humanas, reactualizando los más altos valores que se remiten a 15
La discusión de si se trata de la primacía del ser o de la conciencia es de muy vieja data: Weber vs Marx. Sobre esta corriente véanse, entre otros, ETIENNE, Bruno: L’islamisme radical, París, Hachette, 1987; DU PASQUIER, Roger, El despertar del Islam, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1992; LAMCHICHI, Abderrahim, L’islamisme en Question(s), París, L’Harmattan, 1998. 17 Sobre el tema, se pueden consultar, entre otros, RODINSON, L’Islam politique et croyance, op. cit.; una gran cantidad de artículos aparecidos en Le Monde Diplomatique, entre otros, GRESH, Alain, “Quand l’islamisme menace le monde...”, en Le Monde Diplomatique, diciembre 1993, p. 9; LAPIDUS, Ira M., “Beyond the Unipolar Movement: A Sober Survey of the Islamic World”, en Orbis, verano 1996, pp. 391-404. Un gran intento de combinar ambas corrientes -lo que los autores denominan blurred genres- se encuentra en BURKE III, Edmund y LAPIDUS, Ira (comps.), Islam, Politics and Social Movements, Berkeley y Los Angeles, Universidad de California, 1988. 18 ESPOSITO, John L., El desafío islámico, Madrid, Acento, 1996, pp. 7-8. 16
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una tradición pasada. Ellos tienen como objetivo sacar a la sociedad árabe de su estado de degeneración […], de otorgarle normas morales y de responder a aspiraciones populares gracias a una organización sólidamente estructurada”19. características básicas comunes: la propuesta A pesar de la variedad de definiciones -específicas y generales-, podemos describir una serie de características comunes o propuesta general de los fundamentalistas islámicos: la búsqueda de una identidad y autenticidad; la no distinción entre religión y política, puesto que no la hubo en la época de Mahoma; el ser militante o activo en vez de la tradicional pasividad de muchos, sobre todo de sectores populares, ya que el Corán dice: "Dios no cambia la condición de la gente hasta que la gente haya cambiado"; la creencia en que la cotidianidad debe ser islamizada; la instauración de la ley islámica como ley fundamental en vez de aquellos códigos jurídicos de origen europeo que se comenzaron a implantar en siglo XIX; la creencia en Mahoma como líder de los oprimidos; la visión de la época del primer Estado del profeta, de la jiyra (622) hasta su muerte (632), como dorada y llena de justicia e igualdad; la idea de que la dominación europea fue posible por el alejamiento del Islam20 y la afirmación de recrear las comunidades, restaurar la moral e instaurar la sociedad de los virtuosos, encargados de interiorizar los principios islámicos. El partido islámico es un estado en pequeña escala. De aquí uno podría inferir una forma de organización estatal, aunque, en muchas ocasiones en la historia, una cosa ha sido el partido en la oposición y otra en el poder: con un dirigente supremo, que puede ser carismático, puede ser elegido o ha llegado al poder por sus virtudes y actuaciones; consejos consultativos, aparatos administrativos, paramilitares, organizaciones de base para reclutar, organizar charlas, fiestas, construir puestos de salud, mezquitas, clubes diversos de deportes y cooperativas; en fin, organizar la vida colectiva.
tipología o formas de organización Las diversas formas de organización manifiestan diversas tácticas, orientaciones distintas, divergencias y conflictos internos. Intentaremos formular una tipología de las formas de organización basada en el tipo de acción que promueven y desde donde lo promueven. Los dividiremos en dos grandes grupos: los primeros, o la acción desde abajo, y los segundos, desde arriba o desde el Estado. En el primer grupo hay varias posibilidades. Una primera comprueba que existen aquellos que rechazan la política, el Estado y el Islam estatal e impulsan su acción apolítica en educación, cultura y actividades sociales21. Estos son los más desconocidos de todos, pues no hacen noticia ni presentan un espectáculo. En segundo lugar, existen aquellos que llamamos políticos en sentido estrecho. Son los que promueven la actividad política, participan en elecciones y partidos. Existen desde los más conocidos, como los Hermanos Musulmanes en Egipto y Jordania, los que participan en las elecciones para las Asambleas en Kuwait y Arabia Saudita, hasta
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CANTELL SMITH, W., Islam in Modern History, Princenton, 1957, pp. 156-157, citado por LEWIS, Bernard, La formation du Moyen-Orient moderne, París, Aubier, 1995 p. 176; el original en inglés se titula The Shaping of the Modern Middle East, Oxford, Oxford University Press, 1994. 20 MUNSON, Henry, Islam and Revolution in the Middle East, New Haven y Londres, Yale, 1988, pp. 3-38. 21 ENTELIS, John P., “Political Islam in Algeria: The Nonviolent Dimension”, en Current History, enero 1995, pp. 13-17; el autor se refiere a los grupos pacíficos en Argelia, Marruecos y Túnez, países que, además, tienen una larga historia que se remonta a los primeros días de la dominación colonial.
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los más desconocidos, como los activistas palestinos en Israel22. En tercer lugar, podemos nombrar a aquellos que promueven la militancia violenta para alcanzar el poder y la imposición de la ley islámica. Son los más famosos, precisamente por sus acciones violentas. Abarcan grupos desde las guerrillas en Argelia, los Jezbollaj en el sur del Líbano, Jamas y la Yijad Islámica en las zonas invadidas por Israel, hasta los terroristas menos conocidos que han atacado al Estado saudita compitiendo con él por la verdadera forma fundamentalista. En el segundo gran grupo caben los que islamizan desde arriba. Varios Estados legislan a favor del fundamentalismo y a su vez están respondiendo, de tal manera que contribuyen a fragmentar la propuesta fundamentalista violenta. Egipto, que se considera revolucionario y secular, ha apoyado a diversos grupos desde la década de los 70 en su lucha contra los diversos tipos de izquierda. Hay diversos modelos de Estado islámico. A Arabia Saudita la clasificamos de conservador y tribal. Además de mantener una alianza de vieja data con los norteamericanos23, se concreta en salvaguardar las costumbres aunque en su seno han surgido resistencias. Sudán es más de tipo militarista, mientras que a los Talibán en Afganistán podemos calificarlos como neofundamentalistas24. Estas variables no son, por supuesto, estáticas. El Irán dejó de ser el revolucionario, universalista de la década de los 80, para debatirse hoy en día, dentro del marco de la revolución, entre un reformismo de corte neoliberal y un puritanismo revolucionario. En la década de los 80 apoyaba más la lucha armada que hoy en día. Así mismo fue antiimperialista en los 80, para hoy en día intentar insertarse en las relaciones internacionales25. Son muchos los casos en la región en los que el terrorista de ayer se convirtió en el político de hoy. Es obvio que el grupo que llamamos político participa dentro del Estado pues es clasificable dentro del fundamentalismo desde arriba. sociología del fundamentalismo La participación inicial de unos sectores sociales y, además, la inclusión de otros muestra, con el correr del tiempo, no sólo la diversidad en la participación, sino además las mutaciones sociales dentro de los grupos. En líneas generales, se puede constatar que no se ha dado la gran movilización popular, exceptuando la revolución iraní y los shiítas del Líbano26 y, tal vez, los Talibán en Afganistán. Los fundamentalistas son movimientos de corte urbano, con base social en nuevas y 22
Un caso típico, y muy poco conocido, es la actividad política religiosa de los ciudadanos palestinos en Israel; véase ISARELI, Raphael, “Muslim Fundamentalist as Social Revolutionaries: The Case of Israel”, en Terrorism and Political Violence, vol. 6, Nº 4, invierno 1994, pp. 417-443. 23 BOSEMBERG, Luis E., “Arabia Saudita: tribalismo, religión, conexión con Occidente y modernización conservadora”, en Historia Crítica, Nº 17, julio-diciembre 1998, pp. 141-173. 24 Variadas son las formas de tipologizar. Para CORM, las formas del fundamentalismo son diversas e inclusive opuestas: 1. El quietismo piadoso o la búsqueda individual de Dios. 2. La piedad y solidaridad colectiva en un mundo rodeado por la corrupción y la desigualdad. 3. El militantismo cultural contra la laicidad y democracia occidentales, pero sin actuaciones violentas. 4. Militantismo político legitimista al lado de regímenes existentes para islamizar la vida política. 5. Los milenaristas, que rechazan el orden interno y externo y utilizan medios violentos, op. cit., pp. 205-206. 25 BOSEMBERG, Luis E., “Neoliberalismo, reformas, y apertura en Irán: ¿un nuevo país?”, en Historia Crítica, Nº 15, junio-diciembre 1997, pp. 51-65. 26 El Medio Oriente está dividido en dos grandes grupos musulmanes: los sunitas, mayoritarios en la región, y los shiítas, minoritarios, presentes con fuerza tan sólo en Irán, Bahrein, el sur del Iraq, ciertas partes del Yemen y el Líbano.
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tradicionales clases medias junto con ciertos sectores urbanos populares. Muchos son estudiantes, jóvenes graduados, profesores, intelectuales que provienen de universidades y de escuelas técnicas y de ciencias aplicadas. En las décadas de los 70 y los 80, era fácil detectar a militantes dentro del estudiantado y los jóvenes profesionales en Irán, Egipto y Siria. La mayoría provenía de instituciones seculares. Sin embargo, había todavía nacionalistas, marxistas y apolíticos. También los había en las clases medias tradicionales, tales como comerciantes, pequeños empresarios, tenderos, artesanos de la economía local no conectados ni con el extranjero ni con el gobierno. Le seguían jóvenes de zonas rurales que emigraban a las ciudades para estudiar pero no tenían perspectivas y masas de emigrantes del campo, marginados que habían perdido familia, aldea y vínculos comunales27. En muchos casos se constataba una brecha generacional, ya que los radicales eran los jóvenes y los moderados, los mayores, como es el caso de Egipto e Irán en la década de los 70. Hacia finales de los 80 y en la década de los 90 se nota un proceso mucho más notorio en el que se aprecia la participación de sectores medios y altos en revalorar el Islam, sobre todo de aquellos que en un momento determinado eran privilegiados del sistema. El movimiento deja de ser pequeño y marginal y pasa a formar parte del grueso de la población, sobretodo con participación de elites modernas, clases medias y bajas profesionales, personas no instruidas, mujeres y niños. Hay una nueva generación de líderes28. En el caso de Egipto, se puede constatar una proletarización y una radicalización, es decir, un aumento en la violencia. Comparado con la década de los 70 ahora son más jóvenes, menos educados, más pobres, y de origen rural o de barrios de invasión o muy pobres. La edad promedio era 27, ahora es 21. antecedentes históricos o la muy larga duración El fundamentalismo islámico del siglo XX y su comprensión están inscritos en una serie de procesos de muy larga duración. Por un lado, el proceso se inscribe en el contexto de las relaciones entre la Europa cristiana y el Medio Oriente islámico. Las cruzadas de la Edad Media, la reacción de la revolución iraní (1979), pasando por la guerra del Golfo de 1991 siguen constituyendo, para millones de personas del Medio Oriente, un legado vivo de colonialismo europeo. Por el otro, se inscribe en la aparición de diversas crisis internas regionales. Larga y tortuosa es la historia de las relaciones entre el Islam y el cristianismo, a menudo caracterizada por el desconocimiento mutuo, el estereotipo, el desprecio y, sobre todo, el conflicto por poder, almas y tierras. El temor y la ignorancia crearon leyendas y malentendidos. Desde los inicios, ambas religiones reclamaban validez universal. Ambas se creían el gran final de una supuesta revelación a una comunidad que se había descarriado. Las cruzadas fueron nefastas para la relación con el Oriente. Combinaban los principios cristianos de guerra santa y peregrinación. Para los musulmanes se trataba de la beligerancia cristiana. Ocho expediciones entre los siglos XI y XIII en un momento en que el Medio Oriente vivía una crisis y Occidente iniciaba su auge. Este se planteó la idea de una guerra sin cuartel, olvidando las afinidades teológicas e históricas29. Con el auge del Imperio otomano y la caída de Constantinopla (1453), Europa se sintió amenazada. La amenaza turca contribuyó al desarrollo de Europa como foco de una identidad. Los turcos eran triunfantes conquistadores y
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LAPIDUS, Ira M., “A Sober Survey of the Islamic World”, en Orbis, verano 1996, pp. 391-404. ESPOSITO, op. cit., pp. 24-25. 29 Ibid., pp. 27-59. 28
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convencidos de la fuerza de su religión. Creían que en últimas sus triunfos se debían a la superioridad del Islam sobre el cristianismo. el largo siglo xix (1750-1914) Así, en un momento de su historia el cristianismo se sintió intimidado por el Islam. Pero en los tres últimos siglos sucede lo contrario. El Islam comenzó a sentirse amenazado en su autonomía e identidad. El Occidente capitalista y moderno inició un avance inusitado sobre el Medio Oriente. El avance del colonialismo europeo significó un cambio de rumbo en la supremacía: de ahora en adelante Occidente dominaría y afectaría de diversa manera. Como correlato de todo esto, el Imperio turco era cada vez más débil. En parte, con la llegada del expansionismo europeo se transforma la región, iniciándose un proceso de grandes transformaciones30. En épocas de crisis y de irrupción de nuevos hegemones se crean espacios para la revuelta y la reflexión. En el contexto meso-oriental, la visión de los problemas y su solución se efectúa inicialmente en términos religiosos mostrando una continuidad con siglos anteriores. El movimiento wajjabita en el siglo XVIII es una revuelta religiosa y tribal contra el orden religioso y político de los turcos, que según el movimiento, había conducido el Islam a un estado lamentable. Se trataba, pues, de recuperar el Islam original. Resistencias violentas parecidas surgieron en Libia (los Sanusíes), en el Sudán (el Majdi) y en Argelia la revuelta antifrancesa liderada por Abd al-Jadir. Las reacciones religiosas también provenían desde arriba: los turcos proclaman el panislamismo como una reacción contra las pretensiones europeas. En el tratado de Küçük-Kaynarka (1774), primer tratado en donde los enemigos de los turcos, los rusos, imponen condiciones, el sultán proclamó tener jurisdicción sobre los musulmanes fuera del Imperio. Se trataba de recuperar la otrora grandeza imperial instrumentalizando el Islam31. Pero no todas las resistencias religiosas eran violentas. También hubo formas pacifistas. Escritores como Abduj o al-Afgani escribieron sobre cómo modernizar el Islam. Existieron movimientos sociales moderados, por ejemplo, los salafiyyas en el Magreb que buscaban restablecer la identidad islámica. En Siria, Líbano y Egipto surgió una tendencia procedente del pensamiento europeo: el nacionalismo. Sectores cultos, muchos de ellos adinerados y conectados con Occidente, comenzaron a hablar de la recuperación de la nación árabe y no de la recuperación del Islam. En Egipto, el movimiento nacional cobra una fuerza inusitada y los líderes nacionalistas seculares todavía gobiernan al país. La revolución constitucional en Persia (1905-11) tuvo sus adeptos hasta la revolución islámica de 1979. Siria también está hoy en día gobernada por los nacionalistas seculares.
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Para algunos, el debate sobre la periodización de la historia del Islam permite insertar al fundamentalismo en lo que califican como un renacimiento, debido al colonialismo europeo, después de siglos de estancamiento cultural. Se trata de la tesis de la modernización que señala, en el fondo, que la región es un apéndice de Europa y, por lo tanto, “despierta” con la llegada de Occidente. El debate al respecto es largo e importante, mas no hace parte de este estudio. De todas maneras, hay un consenso en lo concerniente a que a finales del siglo XVIII una serie de transformaciones decisivas impactaban al mundo musulmán. Véase un resumen de la discusión en MERAD, Ali, L’Islam contemporain, París, PUF, 1995, pp. 12-18. 31 Lewis, Moyen Orient, op. cit., pp. 153-187.
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En síntesis, dos grandes corrientes que defienden los intereses locales y regionales surgieron en el siglo XIX: las reacciones religiosas impregnadas de elementos religiosos de renovación o de resistencia tradicional. Sus acciones pueden ser violentas como también pueden no serlo. Generalmente la violencia se utilizó allí donde la presión colonial europea fue mucho más fuerte. Y el nacionalismo, que es un movimiento, como su nombre mismo lo indica, de carácter secular -la recuperación de la nación árabe. Muchos de ellos creen que la religión es un obstáculo en sentido cultural y de ahí que un nuevo conflicto interno se estaba gestando: los que aprueban la secularización, los que la rechazan y los que intentan modernizar al Islam buscando en él sus contrapartes occidentales, como democracia, constitucionalismo o soberanía popular. la era nacionalista secular: de la primera guerra mundial a la guerra de 1967 Pero el triunfo y la capacidad de actuar, tanto en un país como en la región, correspondió inicialmente a los nacionalistas seculares. Dos fases queremos distinguir: una primera, de la primera guerra mundial hasta 1952 (la revolución en Egipto), a la que llamaremos la época de los nacionalistas moderados. Y una segunda, de 1952 a 1967-70, a la que denominaremos la época de los nacionalistas radicales. Con la caída del Imperio turco (1918), las sociedades árabes, que no se habían gobernado por sí mismas en los últimos diez siglos, iniciaron una búsqueda por nuevas formas de legitimidad y estabilidad. En el período de entreguerras algunos países logran la independencia. Es el triunfo de los nacionalistas moderados. Muchos son liberales. El Islam es relegado al plano individual y al derecho familiar (matrimonio y divorcio). El triunfo nacionalista de sectores adinerados cultos tuvo lugar en Egipto con el partido Wafd a la cabeza. La revolución nacionalista turca triunfó con Kemal Atatürk. En Irán el modernismo desde arriba lo inicia la dinastía Pajlevi (1925-1979) con un proyecto nacionalista modernizante. El lenguaje político tiende a ser laico (para muchos el triunfo de la revolución turca había mostrado el camino) y proliferan los partidos políticos seculares, ya sean liberales o de izquierda. Surgieron nuevas formas de hacer política32. Sin embargo, algunas huelgas, ocupaciones de fábricas y boicots conectados con redes religiosas hallaban su inspiración muchas veces en nociones islámicas de justicia. Las formas de resistencia religiosas no desaparecían del todo. La revuelta palestina (1936-1939) contiene elementos de renovación religiosa agrupada en formas tribales y clientelistas33. La fundación de los Hermanos Musulmanes (la primera organización fundamentalista de carácter regional) tuvo lugar en Egipto en 1928 por Hasán al-Banna. En lo que respecta el triunfo de Kemal Atatürk, aunque se conoce más que todo por el triunfo del secularismo nacionalista, poco se ha tenido en cuenta que en los inicios de la revolución el líder turco contaba con el apoyo del clero islámico y de los derviches de hermandades religiosas. Como vemos, los movimientos religiosos se desarrollan a veces en paralelo y a veces en convergencia con los seculares. Después de la segunda guerra mundial se produce una transferencia en los liderazgos nacionales y regionales. El triunfo le corresponde esta vez a los nacionalistas radicales. 32
KHOURY, Philip S., “Syrian Urban Politics in Transition: The Quarter of Damascus during the French Mandate”, en HOURANI, Albert et al (comps.), The Modern Middle East. A Reader, Londres y Nueva York, Tauris, 1993, pp. 429-466. 33 SWEDENBURG, Ted, “The Role of the Palestinian Peasantry in the Great Revolt (1936-1939)”, en HOURANI, op. cit., pp. 467-502; también publicado en BURKE III y LAPIDUS, op. cit., pp. 169-203; como también reeditado en PAPPÉ, Ilan (comp.), The Israel/Palestine Question, Londres y Nueva York, Routledge, 1999, pp. 129-167.
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el nacionalismo radical triunfante como antesala del auge fundamentalista: la década de los 50 y 60 En el plano mundial, el predominio de lo secular alcanzó un gran auge en Occidente y en las elites tercer-mundistas después de la segunda guerra mundial con el auge del capitalismo y su sociedad de consumo, del socialismo y el surgimiento de la descolonización. En el Medio Oriente, el triunfo de la revolución egipcia (1952) señaló el camino hacia una nueva época: la de las revoluciones árabes radicales. Los nuevos líderes, como Nasser en Egipto, optaron por la vía del rechazo total a Occidente, las reformas sociales, el panarabismo y la revolución social. Algunos hablaban de socialismo árabe. Pasos parecidos habrían de seguir Irak, Siria, Libia, Argelia y Yemen. El auge duraría algo más de dos décadas. Sus líderes tenían a su favor haber logrado la independencia contra Occidente. Creían que la modernización al estilo occidental era indispensable en una región acechada por países más poderosos y ricos. El lenguaje reinante era secular como también lo eran las elites revolucionarias. Los regímenes eran autoritarios. Se creía que la secularización era ineluctable e inmutable, mientras que el Islam era visto como un elemento retrógrado. Las grandes movilizaciones populares se hacían a nombre del nacionalismo. Lo que triunfó fue el discurso laico debido al carácter totalitario de los regímenes y por la dificultad del discurso religioso de infiltrarse en un ambiente triunfante independentista secular. La utopía de la época era el nacionalismo radical o la izquierda moderada. Es decir, estas revoluciones fueron la propuesta de avanzada durante gran parte del siglo XX. Pero ninguna de ellas despreció totalmente al Islam; al contrario, lo utilizaron para legitimarse o para combatir izquierdas marxistas. Muchas organizaciones activistas religiosas estaban estrechamente controladas o inclusive algunas se prohibieron; pero su existencia continuaba, en muchos casos clandestinamente y siempre en contacto con sectores populares. Empero, la utopía nacionalista no se realizaba. A pesar de los espectaculares triunfos, como la nacionalización del Canal de Suez por Egipto, la región era azotada por corrupción, éxodo rural, industrias pesadas incapaces de competir internacionalmente, explosión demográfica, pobreza, marginación y fracaso en la autosuficiencia. Muchos campesinos sufrían del rompimiento de solidaridades tradicionales y lazos comunales bajo el impacto de la urbanización y de la migración hacia las ciudades. de la guerra de 1967 hasta la revolución islámica en irán (1979)
Entre 1967 y 1979 se crea el caldo de cultivo -el inicio del auge religioso- que culminará con la gran explosión fundamentalista de la década de los 80. El año de 1967 vivió la humillante derrota de los nacionalistas radicales a manos de Israel. En 1970 murió Nasser. Toda una época estaba tocando a su fin. Este es entonces el punto de partida del auge de los movimientos religiosos. Las causas son complejas y múltiples. Sin embargo, hay un gran factor. Una vez agotados los procesos de modernización o movimientos de tendencia occidental -los nacionalistas moderados y los radicalesy derrotada la ultraizquierda, se creaba el momento para una nueva propuesta renovadora. El Islam prometía cumplir con esa renovación. Era la nueva esperanza. Se trataba de una mentalidad en crisis, alimentada por sucesos concretos, ante el fracaso de modelos de desarrollo. Occidente y sus modelos importados habían tenido su oportunidad y habían
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fracasado. La búsqueda ahora era por algo autóctono. Se buscaba una identidad verdaderamente independiente de Occidente. Además, religión y política estaban ligadas. De ahí que el auge religioso significaba nuevas propuestas políticas. Para el profesor Lapidus, en sociedades en donde la retórica de la democracia, de la lucha de clases o de los derechos humanos no era parte integral de la sociedad la única manera de apelar a una moral más elevada será a nombre del Islam34. Lo secular perdía terreno. La creencia ya no consistía en poner al día la religión con la sociedad secular, o de modernizar la religión sino, por el contrario, de islamizar la sociedad35. Muchas y variadas eran las críticas desde la óptica religiosa. Se dirigían al nacionalismo laico considerado ineficiente. El capitalismo era una sociedad motivada por el materialismo y el consumo ostentoso, poco preocupada por la igualdad en donde las elites nacionalistas se dedicaban a un materialismo que satisfacía sus necesidades y privilegios. El socialismo era ateo. La modernización era un legado del colonialismo, impuesta por elites occidentalizadas y Occidente mismo. Estos producían secularización y occidentalización. Occidente despreciaba al Islam y apoyaba a sus enemigos, al rey de Irán, a Israel y a los cristianos en el Líbano. El Islam estaba en decadencia. Este y Occidente estaban imbricados en un conflicto no resuelto desde las cruzadas y acentuado por el imperialismo. Había una conspiración judeocristiana. El colonialismo y la influencia europea, apoyado en elites locales, no habían hecho sino trastocar y desafiar a la comunidad islámica, habían cambiado instituciones, se habían infiltrado. Así que, a pesar de las independencias de las décadas de los 50 y 60, la dependencia con respecto a las potencias extranjeras era todavía palpable. Pero la respuesta islámica no era solamente una mera reacción al desafío occidental. También tenía raíces islámicas. Una tradición renovadora y motivaciones internas que descubren una decadencia cuya raíz se encontraba en el mundo islámico. La guerra de 1973 contra Israel -celebrada por algunos como el triunfo de una unión panárabe, y para otros de una fuerza islámica, y el embargo petrolero impuesto a Occidente causó un nuevo orgullo. La fuerza de boicot petrolero y el poder del crudo en tierras islámicas realzaban la religión36. Pero una cosa era criticar y desear y otra poder difundir y/o poner en práctica lo propuesto. Aquí es donde entra el papel de la bonanza petrolera que favoreció a Arabia Saudita convirtiéndola en un líder regional -junto al Egipto posnacionalista. Con estos dineros, aquélla financió muchos grupos fundamentalistas y, por ejemplo hoy en día, cuenta con un verdadero imperio en comunicaciones. Para apoyar la reislamización, se donaba a seminarios, fundaciones, periódicos islámicos y para la construcción de mezquitas. Los saudís iniciaron vastos programas de educación religiosa en el interior y en el exterior. Arabia Saudita se convirtió en el bastión del Islam sunita. Al mismo tiempo, el Islam cumplirá una tarea antiizquierdista. Los aportes al desarrollo eran otorgados a países de acuerdo al grado de antisovietismo. Los saudís fueron, en la década de los 70, junto con el Irán monarquista y Egipto, el garante de los intereses de Occidente en medio de radicalismos de izquierda. La conexión con la política norteamericana de la lucha contra el 34
Lapidus, Survey, op. cit. Estos movimientos religiosos también estallan en otras regiones: el ascenso al papado de Karol Woytila (1978), quien emprenderá una lucha contra las corrientes de izquierda como la teología de la liberación y el ascenso del Likud, el partido de derecha en Israel (1977), KEPEL, La revancha…, op. cit., pp. 13-29. 36 ESPOSITO, John L., “Political Islam : Beyond the Green Menace”, en Current History, enero 1994, pp. 19-24. 35
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comunismo era evidente. Se apoyó a grupos religiosos que combatían “el ateísmo y la perversión” comunistas. La lucha era contra los revolucionarios seculares. Así, se fundó en 1969 la Organización de la Conferencia de Estados Islámicos patrocinada por Arabia Saudita. La Conferencia debería contrarrestar tanto al bloque de los no alienados como a la Liga Arabe en la que los nacionalistas radicales aliados a la URRS tenían gran peso. Esta política tuvo un gran éxito ya que contribuyó a que decreciera la cultura revolucionaria de inspiración nacionalista o marxista. Millonarios fondos se utilizaron en programas de cooperación e inversión regional. Arabia era un financiador regional de estrategias de estabilización37. Los saudís, líderes del embargo de 1973, con sus petrodólares no querían subvertir el orden sino consolidar su posición política y religiosa. Recordemos que su régimen es fundamentalista. Se trataba, pues, de dos procesos: una islamización desde arriba junto con la lucha contra las izquierdas. Pero los proyectos de modernización posnacionalistas, basados en la bonanza petrolera, no eran suficientes. La inflación, basada, entre otras, en una apertura económica, la corrupción y nuevos desequilibrios sociales hicieron pensar a muchos que la prosperidad prometida, aún en esta fase posnacionalista, tampoco iba a llegar38. El éxodo rural cobra fuerza. En los barrios pobres de emigrantes las redes de solidaridad son religiosas. Se fracturaba la aldea y las instituciones tradicionales, como la religión y la familia. Se temía a los peligros del materialismo, al libertinaje y a la desintegración de la familia. La autoridad paternal estaba siendo puesta en tela de juicio. La modernización tan sólo se sentía en las ciudades. En el campo, la modernización se traducía en el éxodo a la ciudad. En la ciudad, la desorientación era aun mayor. los 80 o una nueva década Si la década de los 70 sienta una serie de bases, la de los 80 conoció el gran auge islámico: esto fue posible, además, gracias al triunfo de la revolución en Irán (1979) y la consiguiente guerra contra ella (1980-1988), junto con la invasión soviética (1979) y la guerra en Afganistán. Los programas de ajuste estructural tocaron a muchos. Las filas de los fundamentalistas crecieron. En 1979, parecía que se cristalizaban los primeros esfuerzos: Irán. El todopoderoso ejército del sha (medio millón de hombres) colapsó. Lo impensable era posible. La victoria parecía al alcance de la mano. La revolución ejerció fascinación en millones de musulmanes. La diversidad dentro del fundamentalismo se constata con las nuevas rivalidades regionales. Con el triunfo de la revolución en Irán, se crean dos polos fundamentalistas. Por un lado, la revolución social iraní, que preconiza el antiamericanismo y el antisovietismo y que logra, relativamente, unir a shiítas con ciertos sunitas. Cuestiona a los regímenes existentes y deseaba una transformación del status quo. Es radical. Y Arabia Saudita que, si bien critica la moral occidental y sus costumbres, promueve la alianza con los norteamericanos. Es legitimista y promueve el orden. Es conservadora.
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Este proceso lo denomina Kepel la islamización desde arriba; véase KEPEL, La revancha…, op. cit., pp. 42-45. Véase también CORM, Georges, Fragmentation of the Middle East: The Last Thirty Years, Hutchinson, Londres, 1988, pp. 70-92. El autor señala cómo el sha de Irán perdió el trono al no vincular modernismo con religión. Agrega que el revivalismo islámico es un producto de Occidente ya que sin petrodólares no se hubiera podido apoyar con tantos recursos la causa islámica. 38 HOTTINGER, Arnold, “Vom Nationalismus zum Islamismus”, en Internationale Politik, Nº 4, 1995, pp. 5460.
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El impacto de la revolución iraní fue inmediato y de gran envergadura. Parecería como si un conflicto entre sistemas estuviera teniendo lugar. La triunfante teocracia shiíta se enfrentaba tanto a los regímenes laicos prooccidentales, como también a las petromonarquías fundamentalistas sunitas, como Arabia Saudita. Muchos gobernantes temían ser derrocados. La guerra Irán-Irak (1980-1988) cristaliza esta situación. Las fechas del impacto revolucionario son muchas, a saber: en 1979, ocurrieron la toma de la Gran Mezquita en La Meca, el levantamiento shiíta en al-Hassa, en Arabia Saudita (250.000 shiítas viven allí y constituyen el 35% de la población) y los disturbios en Nadyaf, Kufa y Karbala en el sur del Irak (que es una región shiíta); en 1981, Bahrein frustró un golpe de estado de grupos shiítas -Irán los apoyaba (la población shiíta es del 30%); en 1982, se creó la guerrilla shiíta Hizbollaj en el sur del Líbano, apoyada por Irán en la lucha contra Israel, y la ciudad de Hama, en Siria, se levantó contra Assad -la revuelta fue brutalmente aniquilada-; en 1987, enfrentamientos entre organismos de seguridad sauditas y peregrinos iraníes produjeron 400 muertos y se inició la revuelta palestina contra Israel -se fundó el grupo Jamas en las zonas invadidas por Israel. La invasión soviética (1979) y la consiguiente guerra en Afganistán fue celebrada como una cruzada contra el ateísmo. La participación de actores extranjeros antisoviéticos escaló el conflicto y el auge fundamentalista. Miles de voluntarios, apodados “afganos”, llegaron a combatir a Afganistán -reclutados, entrenados y pagados por la CIA, los saudís y los pakistaníes39. Pero, una vez se retiraron los soviéticos de Afganistán y tras el colapso de la Unión Soviética, los “afganos” perdieron su importancia y el apoyo norteamericano. Sin embargo, los campos de entrenamiento afganos nunca fueron cerrados. De aquí saldrían en varias direcciones a combatir en guerras santas. Unos, para Argelia, en donde fundarían la GIA (Grupo Islámico Armado); otros, para el Yemen, Cachemira y Bosnia; otros, a formar parte de Yamaa Islamiya, en Egipto; los habría implicados en atentados terroristas en lugares tan distantes como Nueva York o Arabia Saudita40. Al mismo tiempo, la deuda externa, las imposiciones de los centros financieros y el ajuste estructural impactan la región. Los planes de ajuste estructural cuestionan la posición de las clases medias y bajas profesionales que se beneficiaban del régimen -burocracia, sector terciario, intelectuales y técnicos. El régimen los había creado. Miles de ellos habían sido becados en el exterior. La privatización los golpea. Pierden capacidad de compra, se pauperizan y les toca ejercer otras actividades. Tan sólo unos pocos permanecen en los puestos altos del Estado. A unos les toca refugiarse en el sector privado y a otros no les queda sino el desempleo. Los intereses de las clases medias marginadas convergen con los de sectores populares. Los cuadros formados por el Estado se vuelven contra él. Se trata de una crisis de la movilización social ligada a la transformación del Estado social a Estado de capitalismo privado. La liberalización de la economía acentúa las diferencias sociales. Las políticas de asistencia social que ayudaban a disminuir el desempleo estructural no eran operacionales. Los trabajadores emigrantes provenientes de Egipto, Turquía y Marruecos, no aportan tanto como lo había hecho 15 años antes, ya que la baja en los precios petroleros los afecta41. 39
Vía Pakistán se canalizan los recursos. Este desea adquirir una profundidad estratégica contra la India en Afganistán, además de un corredor hacia el Asia central. 40 ROY, Olivier, “Un fondamentalisme sunnite en panne de project politique”, en Le Monde Diplomatique, octubre 1998. 41 Desde la década de los 70, con la bonanza petrolera, millones de trabajadores de países no petroleros emigraron a los países en donde a partir del crudo se necesitó mano de obra en diversos sectores de la producción.
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El problema es complicado y poco controlable: el cambio económico entraña presiones populares que amenazan el sistema. Así, algunos Estados proclaman una cierta apertura política pero en el fondo refuerzan el autoritarismo42. Cuando se inició la apertura democrática en varios países, debido a que los Estados necesitaban legitimarse ante la gran cantidad de problemas que tenían, los resultados sorprendieron a unos y atemorizaron a otros. En Egipto y Túnez lideraban la oposición aunque no se les permitía tener partido propio. En Jordania, en las elecciones de 1989, consiguieron 32 de 80 escaños en la asamblea y cinco ministerios. Algunos presionaron aperturas democráticas, trabajando con partidos laicos; cosecharon algunos éxitos en Egipto, Jordania, Argelia, Túnez, Kuwait y Arabia Saudita participando en elecciones municipales y nacionales. Sin embargo, el resultado final mostraba unas fuerzas no institucionalizadas marginadas, como el fundamentalismo en Argelia, Marruecos y Túnez. la década de los 90 Tres grandes transformaciones en el fundamentalismo ha producido la década de los 90. Un fortalecimiento a partir de la guerra del Golfo (1991), el surgimiento de un fundamentalismo de nuevo cuño -los Talibán en Afganistán- y el intento del Irán de dirigirse hacia un reformismo moderado. En general, los fundamentalistas criticaron virulentamente la participación norteamericana y occidental en la guerra del Golfo: los cristianos invadían de nuevo la tierra musulmana. Sus opiniones respecto de la guerra fueron diversas. Unos rechazaron la coalición antiiraquí, mientras que otros, minoritarios, apoyaron la coalición. Cabe indicar que otros grupos, tales como la Hermandad Musulmana en Egipto fueron vacilantes -apenas al final de la guerra criticaron la participación egipcia. Y otros, como en Túnez, no le dieron en su prensa la importancia que tenía la guerra43. Los Talibán en Afganistán son el prototipo de un nuevo fundamentalismo. Su concepción de un Estado de ley islámica rigorista proviene de la base social de los militantes talibanes que vienen de las escuelas islámicas privadas que han proliferado en aquellos lugares donde el Estado no hacía presencia, como es el caso en Pakistán. Financiadas por los saudís y arengadas por aquellos políticos que luchan contra los radicalismos, sus egresados, verdaderos neófitos en asuntos religiosos, creen que la islamización es el único camino de ascenso social44. Los Talibán son una mezcla de conservatismo sunita con radicalismo revolucionario. En ellos converge un radicalismo político y un conservatismo ideológico. Se es rigorista en la aplicación de la ley islámica y profundamente sunita. La ley islámica, interpretada de una manera muy estrecha, es el leit motiv. Algunos ya hablan de “estado shariático” en vez de Estado islámico. De su conservatismo ideológico, la prensa occidental ha hecho gran alarde45. Se les podría otorgar el epíteto de neofundamentalismo conservador (los saudís no son en absoluto radicales, abogan por el status quo, son conservadores sunitas en donde el liberalismo occidental no es deseable y se apoyan en un modernismo tecnológico infraestructural y en relaciones tribales. Su gran aliado son los Estados
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NAIR, Sami, “Pourquoi cette monteé de l’Islamisme”, en Le Monde Diplomatique, agosto 1997. BURGAT, François, “Islamists and the Gulf Crisis”, en TSCHIRGI, Dan, The Arab World Today, Londres, Lynne Rienner, 1994, pp. 205-211. 44 RUBIN, Barnett R., “Afghanistan under the Taliban”, en Current History, febrero 1999, pp. 79-91. 45 El Tiempo, “El pecado de ser mujer en Afganisán”, 11 de julio 1999. 43
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Unidos. Por su parte, los iraníes están abandonando su radicalismo con una tendencia al neoliberalismo político y económico). Son la dimensión violentamente antishiíta del sunismo radical. Poco se ha tenido en cuenta a los enemigos islámicos de los shiítas, ya que lo que más se conoce es la condición victimaria de estos, mas no su posición de víctimas. El fracaso para Irán es muy claro, ya que en la década de los 80 intentó presentarse como el líder de la revolución que no conocía distancias entre sunitas y shiítas. Hoy en día ,los Talibán emprenden ese liderazgo, pero sin los shiítas. Iraníes y Talibán han estado a punto de una guerra abierta. Además, como ya se había dicho, en la guerra de Afganistán participaron miles de voluntarios a los que hoy en día se les conoce como “los afganos”. Estos neofundamentalistas son desterritorializados e internacionalistas, nómadas religiosos de guerra en guerra, no ligados a una causa nacional. No están vinculados ni a los grandes movimientos fundamentalistas, ni a los Hermanos musulmanes, el FIS, Jamas, ni a los Estados de la región. Son la acción directa de un proyecto sunita que no posee un verdadero proyecto político46. El caso iraní es muy interesante para mostrar varias cosas desconocidos por muchos. Nos referimos a la capacidad de transformación de la revolución islámica y al gran debate y enfrentamiento -durísimo y a veces violento- dentro de la misma. La revolución no es ni tan estática ni tan monolítica. Se está entrando en una tercera etapa de la revolución. A las dos primeras nos referimos cuando hablamos de la jomeinista radical y la de tendencia neoliberal, caracterizada esta última por un reformismo liberal de tipo económico y una apertura en relaciones internacionales47. Jatami estaría iniciando una tercera fase, haciendo hincapié en lo político de tipo liberal. Se está formando un nuevo Irán más afín con el liberalismo occidental, a diferencia de Arabia Saudita, cuyo reformismo de la década de los 90 lo calificamos de conservador y muy poco democrático48. La elección de Jatami en 1997 como presidente de la República Islámica, con el 70% de los votos y una participación electoral del 90%, muestra que Irán no es una dictadura monolítica. Con él se ha iniciado un debate público sobre la construcción de una sociedad civil, derechos civiles, diálogo entre civilizaciones y sobre la responsabilidad de los funcionarios públicos ante la sociedad. Inclusive se ha discutido el papel del Guía de la Revolución. El problema para llevar a cabo su programa radica, hoy por hoy, en el control parcial de los jatamistas en las diversas instituciones del Estado49. De todas maneras muchas son las instituciones -algunas de tipo republicano y otras de origen islámico- que hacen del Irán una policracia50. Algunas son controladas por los jatamistas y otras por la oposición51. 46
ROY, op. cit. BOSEMBERG, “Neoliberalismo, reformas…”, op. cit. 48 BOSEMBERG, “Arabia Saudita:…”, op. cit. 49 Sobre el control de diversas instituciones en pugna, véase HOOGLUND, Eric, “Demystifying Khatami’s Iran”, en Current History, febrero 1999, pp. 59-64; NAHAPÉTIAN, Naïri, “Iran: Nouvelles constantes politiques en gestation”, en Arabies, marzo 1998, pp. 20-26. 50 1. El Guía de la revolución. De acuerdo a la Constitución, él es jefe de las fuerzas armadas, nombra al jefe del poder judicial, es el único que puede disolver el Parlamento y puede destituir al presidente. 2. El Presidente. De acuerdo a la Constitución, es la segunda persona más importante. Es más el jefe del gobierno que el del Estado. Se elige cada cuatro años. Elige 22 ministros. Elegir al ministro del interior significa nombrar a los 28 gobernadores de las provincias, miles de alcaldes y jefes de aldeas. Hasta la reforma constitucional de 1989, eran elegidos por Madylis. 3. El parlamento. Compuesto por 270 miembros por sufragio universal elegidos cada cuatro años por voto popular. Puede censurar al gobierno. Ratifica ministros. Puede retirar al presidente. Mayoría conservadora (1988). 4. El Consejo de Guardianes. 12 miembros, 6 abogados y 6 ulemas. La mitad los designa el Guía. Facultado para vetar la legislación emanada del parlamento y avala los candidatos a las elecciones, como la Asamblea de Expertos. 5. La 47
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Cada vez más Irán se inserta en nuevas relaciones internacionales siguiendo la línea que Rafsanyani, el anterior presidente, había iniciado. De la política religiosa internacionalista queda cada vez menos. El acercamiento a la Gran Bretaña y a Arabia Saudita, el rechazo oficial a la cuestión del escritor Rushdie y los tibios inicios de una relación con los Estados Unidos son muestra de ello. A los europeos les interesa invertir y los iraníes necesitan desesperadamente de estos recursos. Además Irán es el contrapeso natural contra Irak -considerado por los occidentales como el malestar regional52. Irán es un actor más, y uno importante, en la región. No actúa solamente a partir de cánones islámicos. También obra de acuerdo a patrones nacionales y geopolíticos. Para Irán este período de transición es y será muy duro. Pero la transición indica transformación. conclusiones y perspectivas Tal vez es prematuro dar un balance sobre el fundamentalismo islámico debido a nuestra proximidad con el objeto de estudio y a que es un actor dinámico y cambiante. Sin embargo, podríamos formular algunas ideas a manera de conclusión. En la historia, la diversidad, la capacidad de transformación y el sentido, es donde se encuentra la clave de la comprensión del problema. El fundamentalismo es un fenómeno con profundas raíces históricas locales y es una respuesta auténtica y significativa a las condiciones históricas contemporáneas. Tiene una razón y es también un conjunto de ideas inteligibles. De una u otra manera, movimientos de renovación islámica han estado presentes en la región en los últimos siglos. Afloran en momentos de crisis, es decir, de debilidad o caída de un Estado determinado, de invasiones o influencia extranjeras, problemas económicos y/o situaciones desesperadas. Sin embargo, desde el siglo XIX el nacionalismo secular surge como un competidor sólido en la búsqueda de la unidad y de la solución de problemas. Este movimiento tuvo su gran oportunidad hasta el final de la década de los 1960. Es así que los movimientos religiosos en los dos últimos siglos coexistieron o se enfrentaron y coexisten o se enfrentan con las corrientes nacionalistas; tan sólo cobraron fuerza cuando estas entran en crisis -una vez agotadas, se abrió el espacio para variadas respuestas religiosas. Hay que entender las actividades de los fundamentalistas como parte de un proceso de reajuste en una región convulsionada y de una tal dimensión que se puede estar con ellas o contra ellas, más no sin ellas. Mucho se ha debatido sobre la amenaza fundamentalista. La tesis de la amenaza es compleja. Hemos visto cómo en repetidas ocasiones el mundo occidental se ha sentido verdaderamente amenazado por el Islam: desde las primeras conquistas islámicas del siglo VII, hasta la revolución islámica en Irán. Pero para que hubiera una verdadera amenaza tendría que haber una unidad mucho más coherente. No hay un grupo de personas que controle la dirección y la interpretación de la religión. Los árabes no han podido unirse en este siglo ni a través del nacionalismo, ni mucho menos a través de la religión. Y sí como no los une la religión como una gran fuerza política, los Asamblea de Expertos. 83 miembros. Todos ulemas elegidos por sufragio universal por 8 años. Elige y destituye al Guía de la revolución. Lo controlan los conservadores (1998). 6. El Consejo del Discernimiento. 25 miembros designados por el Guía. Creado en 1988 para controlar a Consejo de Guardianes. Lo preside Rafsanyani (1998). Tomado de Arabies, marzo 1998. 51 KHEIR, Elie, “Khatami à l’épreuve du pouvoir”, en Arabies, diciembre 1998, pp. 16-19. 52 BULLOCH, John, “Une condamnation à mort encombrante”, en Arabies, diciembre 1998, pp. 20-23.
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desunen muchos factores, como los diferentes nacionalismos, la relación con Occidente (por ejemplo en lo referente al ajuste estructural y la apertura económica), la lucha contra Israel y la lucha por el poder. Dentro del mismo fundamentalismo, las brechas son también muy numerosas. Ya sea por diferencias de regímenes y sus políticas estatales (el Irán revolucionario, Arabia Saudita o los Talibán); o por diferencias de dogma religioso (sunitas contra shiítas); o por discrepancias en las ambiciones regionales hegemónicas (Arabia Saudita e Irán en su primera fase revolucionaria, un caso en donde los fundamentalistas enemigos de ayer tienen hoy por hoy intereses comunes, entre otras, enfrentarse a otros fundamentalistas -los Talibán). También hay que ver cómo ese liderazgo dividido y enfrentado de los saudís -sunitas- y de los iraníes -shiítas- producto de la revolución de 1979, está a punto de desaparecer. En síntesis, los movimientos fundamentalistas no han mostrado capacidad para llevar a cabo una política de masas, exceptuando el shiísmo en Irán, el Líbano en donde el Jezbollaj goza de un gran apoyo y, tal vez, en Afganistán. Si recordamos la tipología presentada y vemos la variedad en su forma y actuación, podemos deducir que formas diversas tienen comportamientos e intereses diversos. Los intereses del Irán actual no son los mismos que los de las guerrillas antiisraelitas. Aquel tiene graves problemas que solucionar; estos tienen un objetivo claro: anular el proceso de paz, conducir a Israel a que tome medidas extremas contra los palestinos para que abandonen el proceso e inducir a los israelíes a que se pronuncien en contra del proceso. De ahí que la tesis del peligro islámico debe ser tomada con más cuidado. No hay un enfoque uniforme y singular que represente una estrategia unida y coordinada en la región. La cuestión de la amenaza, en el sentido de una región inestable, puede ser cierto, pero no tiene que ver en su totalidad con el fundamentalismo. Por el contrario, éste es la respuesta a los problemas que los Estados no han podido solucionar. La cuestión de la amenaza hay que analizarla a la luz del contexto de que son una manifestación de la crisis de la región53. No era nuestro objetivo zanjar el problema sobre si se trata de movimientos religiosos, es decir culturales, o socio-políticos, es decir, empíricos. Si la religión es el motor de todo esto o se trata de política, es una discusión larga y que suscita grandes debates. Se trata, en el fondo, de la vieja discusión sobre el huevo y la gallina. Nosotros utilizamos indistintamente ambas variables. El hecho es que, ya sea que la religión se haya tomado como mera justificación o haya sido la causa prima de esta historia, muchos son los casos en donde se observa que el Islam, como instrumento político, ha sido instrumentalizado de manera diversa, ya sea para legitimar un poder o para conquistarlo, ya sea para hacerlo parte de fines, esperanzas o de búsquedas. De todas maneras, las fuerzas que permitieron el auge fundamentalista aún siguen vivas. El debate y el conflicto fundamentalista está muy vivo. En Irán, el enfrentamiento entre reformistas y sus opositores es muy candente54. En Egipto, los ataques religiosos continúan, a pesar de la represión. En el sur del Líbano, la gran actividad del Jezbollaj justifica, todavía, la presencia y los ataques de Israel en esta región. El proceso de paz palestino-israelita es tan moderado que no satisface a todos. Las injusticias sociales están al orden del día en muchas partes de la región.
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ROBERSON, B. A., “Islam and Europe: An Enigma or a Myth”, en Middle East Journal, primavera 1992, pp. 289-308. 54 ROULEAU, Eric, “En Iran, islam contre islam”, en Le Monde Diplomatique, junio 1999.
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esclavos sodomitas en cartagena colonial. hablando del pecado nefando* carolina giraldo botero ∗
introducción La labor del historiador se ha diversificado: las áreas tradicionales de estudio entre las cuales se distinguen la historia política y económica dejan espacio a otras como la historia de la vida cotidiana y de la sexualidad. La historia événementielle se ha complementado con la historia de las personas comunes que no han tenido vidas excepcionales. El interés del historiador se vuelca entonces hacia facetas inexploradas del ser humano. Dentro de este marco se encuentra la historia de la homosexualidad. La academia ya superó el reto de hablar acerca de sexo. Sin embargo, investigar y describir opciones sexuales como la homosexualidad implica recorrer caminos vertiginosos y estigmatizados. En la última década, estos nuevos senderos se han abierto gracias a la fuerza que ha cobrado el movimiento gay55. La homofobia comienza a ser rechazada como lo ha sido el racismo. En varios países, incluyendo a Colombia, se realizan matrimonios entre homosexuales, aunque en nuestro país permanecen en forma de sociedad en comandita56. En Latinoamérica, los estudios históricos coloniales sobre homosexualidad son pocos. Vale la pena resaltar la tarea de los investigadores brasileños Luiz Mott57 y Ronaldo Vainfas58. Del mismo modo, el historiador Serge Gruzinski ha estudiado temáticas similares para México colonial59. En Colombia, el tema todavía no se ha constituido en un objeto de estudio histórico. Es posible que esto se deba a la dificultad de ubicar las fuentes primarias, pero sobre todo hay que tener en cuenta que es un tema que contraría la moral oficial y en consecuencia es considerado escabroso. El objetivo de este artículo es hacer una primera aproximación a las relaciones sodomíticas entre la población afrogranadina durante la colonia. En este contexto se revelan dinámicas antagónicas al modelo colonial blanco y heterosexual. La demonización es la forma de categorizar esas dinámicas de placer y de ritual no católico. *
Este trabajo fue realizado durante el Seminario de Inquisición, en el segundo semestre de 1998, bajo la coordinación Adriana Maya, profesora del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
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Estudiante de Historia y Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes. “El término gay proviene del catalán-provenzal “gai”, siendo usado desde los siglos XIII-XIV como sinónimo de homosexual”, definición tomada de MOTT, Luiz, “Etnohistoria de la homosexualidad en América latina”, en Historia y Sociedad, Nº 4, p. 123. 56 La sociedad en comandita es la fórmula del matrimonio entre homosexuales, aunque tan sólo consiste en la conformación de una sociedad legal, sin creación de vínculos espirituales. 57 MOTT, Luiz, O sexo Proibido. Virens, gays e escravos nas garras a Inquisicao, Brasil, Papirus Editora, 1983; MOTT, Luiz, “Etnohistoria de la homosexualidad en América Latina”, en Historia y Sociedad, Nº 4, 1994; MOTT, Luiz, Escravidao, homossexualidade e demonologia, Brasil, Icone Editora, 1986. 58 VAINFAS, Ronaldo, Tropico dos Pecados, Brasil, Editora Campus, 1989. 59 GRUZINSKI, Serge, “Las Cenizas del deseo”, en Sergio Ortega (Ed.), De la santidad a la Perversión, México, Grijalbo, 1988, pp. 255-281. 55
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las fuentes Este ensayo se basa en algunos relatos que se hallan en las Relaciones de Causa de Fe del Fondo Inquisición de Cartagena del Archivo Histórico Nacional de Madrid60; y en un caso que se encuentra en el Fondo Negros y Esclavos del Archivo General de la Nación de 1786 (Colombia)61. Los primeros son resúmenes de los procesos completos, enviados por los inquisidores a España. En ellos, el reo nunca tiene la palabra. El caso de 1786 es un caso criminal compuesto a partir de correspondencia oficial, es decir, que los acusados esclavos estaban ausentes de la sala de audiencia. Las relaciones homosexuales han sido en su mayoría ocultas, por lo tanto de difícil verificación ya que no figuran de manera reiterada en los expedientes. Las instancias coloniales encargadas de condenar el “abominable pecado nefando de sodomía” fueron el Santo Oficio de la Inquisición y las justicias ordinarias62. Los protagonistas de este estudio son los africanos y sus descendientes, que vivieron en Cartagena en los siglos XVII y XVIII. Las Relaciones de Causa de Fe estudiadas indican que el pecado nefando (del que no se puede hablar) para esta población, tenía lugar en un escenario particular: las juntas de brujería. No obstante, la “homoeroticidad”63 en la Colonia no se limitó a los afrogranadinos. Luiz Mott hace un cuidadoso estudio de prácticas homoeróticas interétnicas en el Brasil colonial64. Tampoco significa que por fuera del ritual de brujería no se dieran dichas relaciones. Lo más interesante es ver cómo subyace en todas ellas una doble transgresión a la ética hegemónica: el homoerótico representaba la doble encarnación del demonio. la sodomía El pecado de sodomía tiene su origen en el libro bíblico del Levítico, en el pasaje de los pecados contra natura y uniones ilícitas, 18:22: “No te ayuntarás con hombre como con mujer; es una abominación”. Tomó el nombre de la interpretación de la historia de Sodoma, en la cual dos ángeles visitantes a la ciudad, encarnados en hombres, eran deseados sexualmente por personas de su mismo sexo. Estos y otros “excesos” provocaron la ira de Dios, quien destruyó Sodoma. A partir de este relato, se castigó la sodomía. Durante la Edad Media, la Inquisición recurrió 60
Se utilizan las transcripciones publicadas de SPLENDIANI, Ana María, SANCHEZ, José Enrique, LUQUE DE SALAZAR, Emma, Cincuenta años de inquisición en el Tribunal de Cartagena de Indias. 1610-1660, tomos 2 y 3, CEJA, ICCH, 1997. 61 Se escoge este caso entre una decena de documentos encontrados en el Archivo General de la Nación debido a sus insinuaciones acerca del placer homoerótico, lo cual no significa que sea representativo de los demás. 62 Ver, por ejemplo, VAINFAS, Ronaldo., op cit, p. 163; BENNASSAR, Bartolomé, Los españoles, Madrid, Ed. Akal, pp. 186-187. 63 Se opta por hablar de “homoeróticos” y “homoeroticidad” puesto que, siguiendo a Michel Foucault, el sujeto homosexual sólo nace en el siglo XIX, Historia de la sexualidad, Siglo XXI, 1993, p.181. Lo “homoerótico” hace referencia no sólo al acto sexual, sino también a las maneras de acceder al placer entre personas del mismo sexo, aunque para la época estudiada no se pueda hablar de una “identidad homosexual”. Este punto será aclarado más adelante. 64 MOTT, Luiz, “O sexo cativo: alternativas eroticas dos africanos e seus descendentes no Brasil escravista”, en O sexo proibido, op. cit., pp. 17-74.
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incluso a la hoguera. Más tarde, en el período de la Contra Reforma, se hizo énfasis en el control del cuerpo, limitando la actividad sexual a la reproducción. En el Concilio de Trento (15451563) se ratificaron las cláusulas de pecados contra natura del Levítico, condenando así cualquier tipo de placer que se generase por fuera de la función reproductora del matrimonio65. El placer homoerótico fue situado fuera del modelo de familia tradicional: constituía un problema de moral pública. El Concilio de Trento fue el principal instrumento de la Contra Reforma. Tenía como fin la lucha contra las iglesias nacidas del cisma Luterano, además de los judaizantes y musulmanes. Terminó constituyéndose en un círculo de inclusión y exclusión de verdades absolutas. Trató de condenar relaciones homoeróticas tanto entre hombres como entre mujeres, también el llamado “vicio solitario”, el bestialismo, el amancebamiento y la bigamia. La moral tridentina constituyó el eje ético que cimentó el Tribunal de la Inquisición en Cartagena en 1610. Aunque nunca se utilizó la hoguera en Cartagena, sí se procesaron y torturaron “brujas”. Como por ejemplo el caso de las brujas de Zaragoza (Antioquia) en 1622, descubiertas en un aquelarre que se celebraba con la supuesta presencia del “demonio”66. En cuanto a la definición de sodomía, es necesario diferenciar “sodomía perfecta” de “sodomía imperfecta”. La primera hace referencia a la penetración anal, no importa si se da entre dos hombres o entre un hombre y una mujer. La segunda se refiere a actos homosexuales que no incluyen de manera indispensable la penetración anal. La sodomía imperfecta abarca así la homoeroticidad femenina. Esta es la que menos se conoce por haber sido de difícil identificación y sanción por parte de los jueces. A mediados del siglo XVII, la falta de claridad de la Iglesia para definir los parámetros que servirían para perfilar este delito hizo que fuese retirado de la jurisdicción inquisitorial. Pasó a hacer parte de las molicies o pecados sexuales menores67. Por el contrario, la sodomía perfecta fue catalogada como un crimen de igual gravedad a la herejía, estando por encima de transgresiones como el regicidio68. Hablar de “homosexualidad” durante la Colonia puede resultar anacrónico, debido a que el término es propio del siglo XX; además, el sujeto homosexual nace tan sólo en el siglo XIX. Por su parte, los documentos nombran las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo con una terminología especial: sodomía y pecado nefando. Ambas expresiones se remiten al acto sexual de manera exclusiva. Por lo tanto, sería pertinente hablar de “homoeroticidad”, lo cual permite ampliar la definición a otros campos de la vida, más allá de la experiencia de la sexualidad. La vida cotidiana de los “homoeróticos” en su relación con el placer hacen parte de esta categoría.
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El Canon III del sacramento del matrimonio dice: “Si alguno dijere, que sólo aquellos grados de consanguinidad que se expresan en el Levítico, pueden impedir el contraer Matrimonio, y dirimir el contraído; y que no puede la Iglesia dispensar en algunos de aquellos, o establecer que otros muchos impidan y diriman; sea excomulgado.” 66 A este respecto véase, MAYA, Adriana, “Africa: legados espirituales en la Nueva Granada, S. XVII, en Historia Crítica, Nº 12, 1996, pp. 29- 39. 67 VAINFAS, Ronaldo, op. cit., p. 147; MOTT, Luiz., op. cit., p. 39. 68 GRUZINSKI, Serge, op. cit., p. 260.
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la demonización de la piel Las personas enjuiciadas por el Tribunal de Cartagena provenían en su mayoría de Africa, herederas de otras culturas con poco o ningún contacto con la religión católica. Estos africanos y sus descendientes enfrentaban una realidad cruel al haber sido separados de su geografía. Además, traían consigo parte de sus culturas compartiéndolas de manera oculta con los otros esclavos. Cualquier práctica religiosa que se saliera del ritual cristiano era considerada como “brujería”, por lo que varios afrogranadinos fueron juzgados como “brujos”, “hechiceros”, “servidores del demonio”. El diablo representaba a ese o esos otros dioses, correspondientes a lo que Occidente denominaba entonces como idolatría69. Estos esclavos fueron traídos al territorio colombiano como mano de obra indispensable para la economía aurífera. Durante el siglo XVII, el mayor puerto negrero en América fue Cartagena. Al hablar de ellos, por lo general se piensa en una multitud homogénea de hombres fuertes de color negro. Sin embargo, esta imagen no es más que un estereotipo que oculta la profunda diversidad que existía entre los africanos que llegaron a América. Provenientes del Congo, Benin, Angola y Guinea, los africanos de las costas occidentales podían ser de nacionalidad Zape, Yolofo, Mandinga, Malinke, Fulas, Yoruba, etc., todos ellos con concepciones espirituales y sexuales diferentes; algunos incluso eran musulmanes.70 Los africanos, cuyas prácticas religiosas se centraban alrededor del culto a los muertos, no concebían una división tajante entre el “bien” y el “mal”. Los chamanes o sacerdotes tenían la capacidad de canalizar fuerzas constructivas o destructivas mediante el poder de la palabra y la conexión con los ancestros. Evidentemente, estas concepciones sólo cabían dentro del imaginario cristiano bajo la forma de un pacto con el demonio.71 Para los africanos, existía una estrecha relación entre la concepción espiritual y sexual del mundo: “Las actitudes negras aceptaban la sexualidad como parte integral de su relación con el mundo al punto de tenerla integrada dentro de su conciencia mágica…”72, aunque las prácticas homoeróticas en estas poblaciones variaban radicalmente. la doble demonización: el negro sodomita En algunas etnias africanas la homoeroticidad era tan común y aceptada como las relaciones heterosexuales; en otras era levemente penalizado, mientras que en unas cuantas fue reprimido y condenado severamente. Luiz Mott hace un recuento de los hábitos sexuales de los africanos en su trabajo. Basa su análisis en las alternativas eróticas de los africanos y sus descendientes en el Brasil esclavista73. En consecuencia, era muy posible que los africanos continuaran con sus 69
MAYA, Adriana, Sorcellerie et reconstruction d´identités parmi les africains et leurs descendants en Nouvelle Grenade au XVIIème siècle, tesis doctoral, Universidad de París I, 1999. GRUZINSKI, Serge, La Colonisation de l´imaginaire. Sociétés indigènes et occidentalisation dans le Mexique Espagnol, París, Gallimard, 1988. 70 Ver la obra de DEL CASTILLO MATHIEU, Nicolás, Esclavos negros en Cartagena y sus aportes léxicos, Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, Tomo LXII, 1982 71 Sobre la vinculación de los africanos con los ancestros, véase: BA, Hampaté, “La tradición viviente”, en Historia General de Africa, París, UNESCO, pp. 185-222. 72 BORJA, Jaime, Rostros y Rastros del demonio en la Nueva Granada, Bogotá, Ariel, 1998, p 180. 73 MOTT, Luiz, O sexo proibido. op. cit., pp. 17-74.
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inclinaciones sexuales en el Nuevo Mundo; esto, catalizado por la poca presencia de mujeres entre ellos. Datos demográficos demuestran que llegaban siete hombres por cada mujer a Cartagena, lo cual creaba una situación particular entre los negros en el contexto de la esclavitud74. Las difíciles condiciones del viaje, en el que separaban a hombres de mujeres, se manifestaban en el hacinamiento. Esto propiciaba contacto, roces, cruces de miradas y expresión de deseos que configuraban el universo del homoerotismo. En el Brasil, ciertos reos aseguraron haber sido acariciados por hombres por primera vez en el cruce del Atlántico y haber cedido ante la tentación al no tener otra manera de liberar los impulsos75. Las Relaciones de Causa de Fe que narran las juntas de brujería dan cuenta del homoerotismo. Los reos ofrecen testimonios durante los interrogatorios. Estos quedan registrados gracias a la pluma del escribano. El ritual de brujería puede ser o no de iniciación: después de haber renegado de la religión católica ante el demonio en persona, el iniciado y los demás brujos hacen un baile de origen africano y, finalmente, “el diablo” conoce carnalmente al iniciado y, en ocasiones, también a los demás brujos y brujas. Esta relación sexual podía hacerse por el vaso natural, pero más frecuentemente ocurría por el vaso trasero.76 No se puede negar la capacidad de fomentar el miedo por parte de la Inquisición. Ante la amenaza de tortura, o la tortura misma, los reos finalmente dicen lo que los Inquisidores quieren escuchar. Pero, ¿si ya se ha confesado haber renegado de la religión católica, por qué era necesario inventar el pecado nefando?. Era posible que el demonio fuera el único compañero sodomítico del reo o la rea, aunque también él podía dar un compañero al iniciado. Así, en el expediente inquisitorial de María Linda, mulata que confesó haber asistido a las juntas de brujería, quedó registrado: “... el demonio con ellos, a esta y a los demás los conoció carnalmente por el vaso trasero”77. En esta y otras ocasiones es un demonio que tiene relaciones sexuales con todos los miembros de la junta, comenzando con el iniciado. La relación sexual formaría parte del ritual de reconocimiento dentro del de brujería: el paso de afuera hacia adentro para el nuevo integrante del grupo se da mediante el contacto carnal con la persona aglutinadora de ciertas huellas de africanía, denominado por el escenario inquisidor como “diablo”78. Sin duda, la sodomía en este ámbito se refiere a un acto de resistencia por parte de los afrogranadinos, pero también contiene grandes dosis de tradiciones de socialización no occidentales. La experiencia de Diego López
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Véase: JARAMILLO URIBE, Jaime, Ensayos de historia social colombiana, Bogotá, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1968; PALACIOS, Jorge, La trata de Negros por Cartagena de Indias, Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, 1973. 75 MOTT, Luiz, O sexo proibido. op. cit., pp. 32-33. 76 MOTT, Luiz, “O diabo é gay” en, Escravidao, homosexualidade e demonologia, Brasil, Icone Editora, 1986, pp. 139-148. 77 Archivo Histórico de Madrid, Fondo Inquisición de Cartagena, Relaciones de Causa de Fe, libro 1020, fs. 226 r. y v. 78 BORJA, Jaime, op. cit.; CEBALLOS, Diana Luz, Hechicería, Brujería e Inquisición en el Nuevo Reino de Granada. Un duelo de Imaginarios, Medellín, Ed. Universidad Nacional, 1994.
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confirma lo dicho: “… le había dado Lucifer por compañero a un diablo que estaba en figura de hombre enano y se llamaba Tararira...”79. La figura del compañero sexual enviado como representante del demonio aparece entonces encarnado en la figura del servidor de Satanás, con quien se comete el pecado nefando80. La demonización de los negros se fundamenta en la concepción cristiana del mal, derivada de la historia bíblica de Cam. Este, de tez oscura, al ver a su padre Noé desnudo, es encarnación voluntaria del mal que merece un castigo. En efecto, Noé pone sobre Cam la maldición de ser esclavo de sus hermanos (Génesis 9:25). Desde esta historia, se legitiman a la vez la culpa de haber sido pecador y la esclavitud negra vista como el castigo merecido. La idea de que el “compañero” sexual aparezca como un demonio “monstrificado” ayudaba tal vez a menguar la culpa del reo y, por otra parte, a mortificar al español con la idea de la existencia de demonios y monstruos. En muchos casos, estas figuras habían sido creadas por los mismos españoles, lo que resulta del todo fascinante. Pablillo, el diablo de Anton Carabalí, se presentó por primera vez ante él “… la mitad del cuerpo en figura de persona y del medio abajo en la de gato”81. El gato, figura mítica del mal, aparece en el imaginario español y no en el africano. El siglo XVII albergó el imaginario del barroco que, adicionado al miedo promulgado por Trento, desembocó en la aparición de monstruos, seres mitad humano mitad animal, personas que cambian de sexo de un momento a otro. Las descripciones de los etíopes hechas por los viajeros al Africa muestran personas con estas características. El negro esclavo en la Nueva Granada fue heredero de su monstrificación82. De este modo, el esclavo hace uso de las imágenes de miedo que ha recibido en el Nuevo Mundo, dándole al inquisidor un poco de su propia medicina. El miedo que transmite el inquisidor se devuelve en la figura del negro-monstruo-sodomita. ¿Qué puede existir de más aterrorizante?. goce y castigo Sobre la relación homoerótica de Antón Carabalí con Pablillo, tenemos aún más datos. La mayoría de las Relaciones de Causa de Fe de que hablamos sólo se refieren al acto sexual de la penetración anal. Sin embargo, en ésta Antón Carabalí es encarcelado, siendo Pablillo quien le ayuda a fugarse de la prisión y a huir del pueblo. Antón Carabalí declaró, a su regreso a la cárcel, cómo … Pablillo de la parte de afuera de su cárcel, lo indujo para que se saliese por tres veces y que a la cuarta le dijo que no tuviese miedo, que él lo ampararía. Y dijo la industria que tuvo para quitar la cruz de hierro de dicha ventanilla y descolgarse por ella y el peligro en que se vio y cómo su Pablillo le ayudó…83 79
Archivo Histórico de Madrid, Fondo Inquisición de Cartagena, Relaciones de Causa de Fe, libro 1020, f. 387 v. 80 MOTT, Luiz, op. cit. 81 Archivo Histórico Nacional de Madrid, Fondo Inquisición de Cartagena, Relaciones de Causa de Fe, libro 1020, f. 298 v. 82 Notas de clase, Seminario de Inquisición, segundo semestre de 1998. 83 Archivo Histórico Nacional de Madrid, Fondo Inquisición de Cartagena, Relaciones de Causa de Fe, libro 1020, fs. 299 r,v.
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Era posible entonces que la relación prosiguiera más allá del contexto del ritual, sin abandonar el manto de la demonización. Se pasa en este momento a otro campo de difícil exploración en la disciplina histórica: los sentimientos, y más aun tratándose de los sentimientos escondidos de las prácticas homoeróticas. Y sin embargo, no cabe duda de la existencia de una relación (al menos ocasional) entre Pablillo y Antón Carabalí. Se podría llegar a pensar en el acto sodomítico como un acto forzado del que el iniciado no tuvo escapatoria al hacer parte de estas reuniones ocultas. Es cierto que algunos procesados lo plantean de esta manera; sin embargo, el placer es parte crucial del “pecado nefando”. Diego López, mulato, afirmó ante los inquisidores que, en su noche de iniciación con Tararira, “... había sentido más gusto que si estuviera con una mujer”84. Así pues, la explicación del homoerotismo entre los esclavos entra también dentro del universo del goce. Interpretar las relaciones sodomíticas de los esclavos como un mecanismo de resistencia cuyo fin era no entregar hijos a los amos, es una explicación bastante tentadora; sólo que desconoce los posibles cauces de la historia del placer. Estos son difíciles de encontrar, sobretodo porque esta nueva aventura historiográfica nos sitúa frene al reto de la sin-razón del instinto sexual. Los mecanismos de control de la Iglesia existían porque la sexualidad era interpretada como parte de lo “instintivo” en el ser humano. El homoerotismo está permeado por prácticas estéticas y sensitivas que no sólo son el resultado de una estrategia racional y colectiva de resistencia, aunque se trate de una población privada de libertad. Esto sería afirmar la posibilidad del control mental sobre la sexualidad. La Inquisición, en efecto, tenía como fin adoctrinar a los católicos en los usos del cuerpo. Su éxito fue relativo. La homoeroticidad y las otras sexualidades no cedieron a las intenciones de monogamia heterosexual: aunque condenadas y estigmatizadas, resistieron a esas estrategias de canalizar el placer. Un caso fuera de los expedientes de la Inquisición ayuda a esclarecer este punto. En 1786, en Cartagena, dos esclavos bozales, llamados Francisco Xavier Curacao y Luis Cardales, trabajadores de la fábrica de Aguardientes, recibieron un severo castigo por sus “perversas costumbres”85. Aunque en el documento no hay una referencia explícita al “abominable pecado nefando de sodomía”, el léxico utilizado remite al historiador a la dimensión del homoerotismo. El expediente habla de la “urgente necesidad” de separar a estos esclavos, de “irreparables excesos”, de “incorregibles y malas inclinaciones” y finalmente de “perversas costumbres”; todas ellas expresiones que transmiten precisamente el pecado del que no se puede hablar86. Esta relación homoerótica ya había tratado de ser corregida sin resultados. Por lo tanto, el administrador general de Aguardientes propone la separación de estos dos esclavos. La separación no es posible y, sin embargo, los esclavos son castigados “poniendo a cada uno de
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Ibid., libro 1020 f. 387 v. Las citas del caso referente a Francisco Xavier y Luis Cardales son tomadas de: A.G.N., Sección Colonia, Fondo Negros y Esclavos de Bolívar, Tomo V, fs. 295, 296. Agradezco a la profesora Adriana Maya haberme remitido a este expediente. 86 Incluso en su Introducción al psicoanálisis, Freud define lo perverso: “Calificamos de perversa cualquier actividad sexual que renunció a la procreación para buscar el placer como algo independiente de ella”, FREUD, Sigmund, Introduction à la psychanalyse, París, 1965, p. 269, citado en GRUZINSKI, Serge, op. cit., p. 256. 85
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ellos un grillete que con una cadena los una y que así trabajen en la maniobra más odiosa”87. De esta manera su relación fue, por un lado, visible ante los demás; por otro lado, su culpa fue materializada en los objetos del castigo, los grilletes, que restringieron más aun su libertad. Así, la justicia hace que el ejemplo se transmita simbólicamente a los demás esclavos. Conclusión Vale la pena reiterar que las relaciones homoeróticas no sólo fueron conocidas en la Colonia, sino que se montó un arsenal de justicia para controlar éste y otros usos del cuerpo que se salieran de la moral reproductiva, cuyo abanderado fue la Inquisición. En cuanto al plano sentimental, esto sólo se puede llegar a suponer. No hay evidencia escrita de su existencia; generalmente, el documento se torna sugerente creando vínculos mentales denotadores de afecto sin llegar a ser explícito. Los sodomitas coloniales del resto del territorio colombiano son hasta ahora desconocidos, a excepción de un caso de un amor lesbiano en la colonia88. Este se abre como un campo de investigación inédito, teniendo en cuenta que las reivindicaciones de los homosexuales y las lesbianas de hoy no desconocen la necesidad -léase utilidad- de historizarse. Queda en el tintero la urgencia de sacar del oscurantismo este tema, con el fin de lograr una verdadera tolerancia.
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Archivo General de la Nación, Sección Colonia, Fondo Negros y esclavos de Bolívar, Tomo V, f. 296. RODRIGUEZ, Pablo, “Historia de un amor lesbiano en la Colonia”, en Historia de la mujer en Colombia, Tomo II, Bogotá, Editorial Norma, pp. 103-106. 88
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resúmenes la sostenibilidad del desarrollo vigente en américa latina osvaldo sunkel En este artículo se cuestiona el fundamentalismo ideológico neoliberal y se intenta desmitificar la globalización como una de sus principales expresiones y justificaciones. Se distingue entre la ideología y la realidad de la globalización, se señalan sus antecedentes históricos, sus dimensiones geográfica y cultural, la naturaleza dialéctica de su dinámica y las contradicciones sociopolíticas que ha generado. Se plantea la necesidad de un visión estratégica de mediano y largo plazo, que enfrente tres desafíos críticos -la internacionalización, el apartheid social y la sustentabilidad ambiental- por medio de políticas públicas generadas democráticamente que, reconociendo la realidad imprescindible del mercado, lo condicionen a la obtención aquellos objetivos.
américa latina en la política exterior de españa hugo fazio En el artículo, el autor explora el lugar de América Latina en la política exterior de España y precisa la naturaleza de las diferentes dimensiones en las que se desenvuelve la política latinoamericana de Madrid. Especial énfasis se hace en torno a la dimensión comunitaria en las relaciones entre las partes, lo cual le permite al autor demostrar la función que se le asigna a América Latina dentro de las estrategias que persigue España con relación al fortalecimiento de su capacidad negociadora dentro de la Unión Europea.
la sala doméstica en santa fe de bogotá, siglo xix. el decorado: la sala barroca patricia lara betancourt Las transformaciones en la sala doméstica del grupo social de elite de Santa Fe de Bogotá fueron constantes a lo largo del siglo XIX. Su primera gran transformación correspondió a la sala barroca que remplazó al estrado. Surgida alrededor de 1780, tomó su modelo de las tendencias revolucionarias provenientes de Francia e Inglaterra. Los cambios en la decoración, muebles y objetos del ámbito social fueron el resultado del nacimiento de una nueva sociabilidad que propiciaba el acercamiento y la discusión de ideas y conocimientos ilustrados. El estrado, que había perdurado por casi tres siglos, desapareció con su tarima, alfombra, cojines y muebles ratones. Con ellos también se eliminó la separación tradicional del salón en sectores femenino y masculino. El artículo presenta la reconstrucción de la sala barroca santafereña con base en documentos notariales. Entre sus principales características se encuentran el mayor número de muebles de sentarse, la difusión del canapé, la importancia de los objetos religiosos y los espejos, el adorno de cortinas y colgaduras -rezago del estrado, la alfombra central y las mesas de variadas funciones. El diseño de los muebles responde al estilo barroco.
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disidencia y poder en la edad media: la historia de los cátaros abel lópez Este es un ensayo sobre dos libros: La verdadera historia de los cátaros, de Anne Brenon y Los cátaros. Problema religioso, pretexto político, de Jesús Mestre. Se comparan sus interpretaciones con las de otros estudios clásicos sobre el tema. Brenon sostiene que el catarismo no fue una secta maniquea, ni promovió el suicido colectivo ni la anarquía moral; sus adeptos no rindieron culto al sol, ni fueron custodios del grial. Las doctrinas y organización cátaras fueron más cercanas al cristianismo que a las ideas de Mani. De esta tesis se extrae una notable lección de historia: coincidencias doctrinales no significan necesariamente orígenes comunes. Mestre muestra que la cruzada contra los herejes fue un excusa para consolidar el poder territorial de la monarquía francesa. Varias de las interpretaciones que en estas dos obras se proponen sobre el alcance social y político del catarismo son frágiles en términos empíricos y poco convincentes. Así se deduce de las evidencias presentadas y estudios realizados, entre otros, por los historiadores Robert Moore y Paul Labal.
historia, diversidad, transformación y sentido del fundamentalismo islámico: una introducción luis e. bosemberg Inicialmente, el autor desea mostrar, de una manera descriptiva, las diversas definiciones, tipos y actores del fundamentalismo islámico para después, a través de la historia, analizar los contextos que condujeron a su auge en los siglos XIX y XX. Mostrando, además, una serie de fases, se analiza su diversidad, capacidad de transformarse y sentido. Se trata, pues, de adentrarse en la complejidad, rechazando modelos monolíticos o ideológicos, recalcando la profundidad, el análisis y la narración. El autor hila dos estructuras: las estatales con los diversos movimientos. Es en esta interrelación que se entiende la dinámica del fundamentalismo islámico, bajo condiciones de crisis y búsqueda de nuevas formas de legitimidad. Se concluye que la diversidad, capacidad de transformación y sentido, obedecen a diversas condiciones históricas y que por lo consiguiente no habrá unidad de acción sino intereses distintos.
esclavos sodomitas en cartagena colonial. hablando del pecado nefando carolina giraldo El artículo aborda el tema de la homosexualidad, que todavía no ha sido estudiado históricamente en Colombia. En los documentos estudiados, los protagonistas del “abominable pecado nefando de sodomía” son los africanos y sus descendientes, quienes vivieron en condiciones de esclavitud en Cartagena durante la Colonia. Los afrogranadinos sodomitas constituyeron una doble transgresión al modelo moral español, constituyéndose en “demonios”. La sodomía se define como la penetración anal. Fue una transgresión a la ley y a la religión, penalizada con la hoguera. Sin embargo, las
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relaciones entre personas del mismo sexo implicaron más elementos que la vivencia sexual, por lo tanto es pertinente hablar de homoeroticidad. En primer lugar, los afrodescendientes fueron demonizados por el color de su piel. Este hecho, reafirmado por la Biblia, constituyó la legitimación de la esclavitud negra. En segundo lugar, algunos afrogranadinos realizaban “juntas de brujería”. En ellas se reproducían tradiciones africanas. En el ritual de iniciación, “el diablo” tenía relaciones sodomíticas con el iniciado, o la iniciada; incluso le podía designar un compañero.
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reseñas GONZALEZ, Fernán
Para leer la política. Ensayos de Historia Política Colombiana (2 tomos) Bogotá, Cinep, 1997, 486 pp. césar augusto ayala diago • Los diez ensayos que comprenden los dos volúmenes de la obra de Fernán González en referencia permiten hacer un seguimiento de su evolución. Cinco de esos ensayos fueron escritos en la década del 90, cuatro en la del 80 y se incluye uno publicado en 1978. Los escritos posibilitan el establecimiento de los marcos conceptuales sobre los cuales han girado algunas de las investigaciones desarrolladas en el Cinep en los últimos 20 años. Las lecturas, categorías y conceptos de referencia evocados por el autor hacen parte de la historia intelectual de Cinep. Lastimosamente, los conceptos importados no sufren las modificaciones que exigirían su traslado a medios distintos. Es lo que sucede con las categorías conceptuales de comunidades imaginadas, sociabilidades, e incluso expresiones como miedo al pueblo se reiteran sin cesar. Más que la adaptación o reelaboración de estos conceptos, se trata del uso de un vocabulario de moda que no alcanza a renovar, como se esperaría, la visión liberal de la historia política de Colombia. De la lectura de los ensayos de González se palpa la necesidad que tiene la historia nacional de crear conceptos propios o de llenar de contenidos nacionales los importados. En nuestro caso, por ejemplo, no resulta convincente que las elites colombianas hayan padecido del miedo al pueblo. Más bien, lo que advierte el lector, abstrayéndose de la lectura, es desprecio e irrespeto por él y por todo lo que tenga que ver con lo popular. En Colombia, el pueblo ha sido ignorado y excluido desde siempre. Otra concepción de pueblo por parte de las elites nacionales y regionales, civiles y militares, hubiese permitido trazar correctivos. La historia de las luchas populares en Colombia no ha merecido de parte de las elites la más mínima consideración, no han sido muestra de peligrosidad e inestabilidad para el establecimiento. Es posible que para los altos dirigentes, Colombia tenga poco que decir en este sentido en comparación con los ejemplos universales de rebeldía popular en donde el miedo al pueblo generó los correctivos necesarios que redundaron en la integración de lo popular a la sociedad. Justamente, el no miedo al pueblo ha hecho que en el país se volvieran corrientes, recurrentes y hasta necesarias las vías de hecho, las únicas posibles no sólo para la conquista, sino también para la defensa de reivindicaciones elementales en todas los segmentos de la sociedad, incluso en el académico. El trabajo de González tiene, además, otro problema: el de buscar, rápidamente y con vértigo, las causas del presente en el pasado sacrificando así la profundidad que éste se merece y exige para ser comprendido. El autor, víctima de esa manía, justa por cierto, que produjo la nueva historiografía del siglo XX en el sentido de buscar en el pasado el origen de nuestros males, cae en la trampa de hacer una historia del siglo XX creyendo estar haciendo la del XIX. Con los interrogantes •
Director Maestría en Historia, UIS
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contemporáneos del autor, la dinámica de la historia del siglo XIX se pierde en el afán de encontrar allá las causas de la exclusión, del no reconocimiento del otro, de la eliminación del adversario, de la intolerancia y del fracaso de la construcción de un Estado moderno e incluso de la nación colombiana, problemas que preocupan y orientan a los investigadores del Cinep comprometidos con el presente. No es del XIX hacia atrás que se interroga al siglo XIX, sino del XX hacia al XIX. Empero, la culpa de este curioso y justificado método no es ni del autor ni del Cinep, sino del poco desarrollo de la historiografía política colombiana, en particular la del XIX. Otro problema de la obra de González es la imprecisión de sus fuentes historiográficas. Le basta la mención del año de publicación del libro en el que se está basando su argumentación, dejando por sentado que se trata de su primera edición. Este error se da, para mencionar un caso, en el Bolívar de Indalecio Liévano, cuya edición citada es la de 1981, ignorándose la primera de 1971. González no escapa a la tradición historiográfica colombiana de ponerle velas al protagonismo liberal en beneficio del desarrollo nacional. De la mano de Daniel Pécaut, se reiteran puntos comunes de la ya historiografía establecida: el peso del reformismo de López y la pausa de Santos. Con todo, la historia política que hace González no es tradicional. Sin renunciar a las historias económica y social, el autor incursiona en la antropología y en los aportes de la ciencia de la comunicación. Es interesante la manera como desarrolla la historia de las adscripciones de los colombianos a las subculturas de los dos partidos tradicionales. Esta es la parte fuerte de sus ensayos y a través de la cual se establece el hilo conductor. Para el autor, la identidad nacional de los colombianos está atravesada por la pertenencia a uno de los dos partidos lo que significa que en la identidad nacional criolla poco tiene que ver la economía. En su recorrido, González advierte etapas de una relativa larga duración a través de las cuales los colombianos adhieren para siempre a una de las dos colectividades políticas tradicionales: “Se pertenece a la nación a través de la pertenencia a los partidos, a los cuales se pertenece por medio de la identificación con los grupos primarios” (p. 271, vol. II). De la misma forma como se dan las adscripciones empieza, más tarde que temprano, un proceso de desmitificación historiográfica, que el autor ilustra en varios de los ensayos. En donde mejor apreciamos este intento es en El proyecto político de Bolívar: mito y realidad. González intenta, con ayuda de autores contemporáneos, desmontar el Bolívar capitalizado por el partido conservador como su inspirador y guía. En ese propósito, el lector advierte lo siguiente: 1) la labor revisionista de Bolívar no empieza con Liévano Aguirre; el autor no tiene en cuenta el trabajo de Gilberto Vieira de 1942, La estela del libertador , uno de los trabajos pioneros en la revisión de Bolívar; Liévano fue uno de los historiadores revisionistas de Bolívar, pero no el primer intelectual en hacerlo. Incluso la otra revisión de la que habla González, la de Antonio García, fue anterior a la de Liévano; 2) los comentarios a la evolución historiográfica sobre el pensamiento de Bolívar son muy reducidos; no sólo en el caso de Liévano, sino también en el de Anatoli Shulgovski. El autor deja en el tintero aspectos de la revisión del autor soviético que merecían un comentario como los capítulos: Bolívar y la utopía social; ideología y política en las vías de desarrollo de Colombia. En González pesa, de todas maneras, la reconstrucción de los autores más referidos por él, llegando su Bolívar a coincidir con el de aquellos. Desmitificando un Bolívar cae en otra trampa: la de contribuir a la invención de otro mito bolivariano: un Bolívar pragmático, alejado del partido conservador,
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proponente de soluciones dentro de la valoración de una realidad concreta. Es decir, el mito bolivariano sale fortalecido. Otro de los ensayos polémicos es El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución Francesa, que trata de la resistencia conservadora a la influencia del jacobinismo en Colombia. Como el título es tan amplio y como el autor promete poner en práctica el concepto de matriz de interpretación del mensaje, tomado prestado de la ciencia de la comunicación, el lector esperaría que los contenidos del texto estuvieran sujetos a las expectativas del título del ensayo y a la promesa metodológica. En el artículo, la trama flaquea y con ella el método. Sólo se tiene en cuenta la voz conservadora, pero se ignora la de los jacobinos colombianos. A ciencia cierta no se sabe si existieron como tales, o fue más bien una invención del adversario y, si existieron, el artículo nada dice de su propia reacción. El ensayo dedicado a la guerra de los supremos es, sin duda, el más débil. En extremo descriptivo, el texto anuncia demostraciones que a lo mejor por la misma descripción densa se pierden. El lector queda a la espera de lo que se le ha prometido: el nacimiento de los odios heredados, mitos, ritos, culturas, imaginarios que identificarán desde entonces a los partidos políticos colombianos. En el capítulo dedicado a las relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e iglesia católica, donde el autor evoca teóricos del nacionalismo, como Gellner y Anderson, bueno hubiera sido una referencia a Hobsbawm, justamente porque su trabajo Naciones y nacionalismo es una respuesta desde la historia a la concepción sociológica que del nacionalismo tiene Gellner. Finalmente, como trabajo editorial, el libro no se compadece con la altura intelectual del autor. La selección de los ensayos no parece haber pasado por una corrección de estilo y contenidos que hubiera evitado innecesarias reiteraciones, incluso literales. Además, a la hora de ubicar los ensayos, hizo falta lógica y coherencia en el orden de aparición. No se advierten criterios cronológicos ni temáticos, y el lector se ve obligado a empezar la lectura por el segundo volumen. Los destinatarios de esta obra de González son los especialistas y no, como lo sugiere el título Para leer la política, los aficionados.
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MOYA, José C. Cousins and Strangers. Spanish Immigrants in Buenos Aires, 1850-1930 University of California Press, Berkeley y Los Angeles, 1998, xviii, 568 pp. eduardo sáenz rovner ∗ José Moya, profesor en el Departamento de Historia en la Universidad de California en Los Angeles, UCLA, nos ofrece este libro sobre la inmigración española en Buenos Aires durante los siglos XIX y XX. El autor señala que, a pesar de la numerosa inmigración de españoles a la Argentina (un poco más de dos millones de inmigrantes entre 1857 y 1930), no se había escrito ni un solo trabajo académico sobre este grupo, uno de los más importantes en la historia de las migraciones modernas en el mundo. El autor analiza tanto el proceso de emigración en España como la adaptación de los españoles en Buenos Aires. Toma como supuesto básico que los dos fenómenos únicamente se pueden entender si se estudian en su conjunto y que, por tanto, la adaptación al Nuevo Mundo no se puede comprender sin hacer referencia a sus experiencias en el país de origen. Moya es muy crítico del concepto del push-pull para explicar los fenómenos de las migraciones internacionales. El autor entiende la emigración como un fenómeno de difusión e información, una especie de “contagio” por emigrar. Para Moya, esta difusión de la información se constituyó en la base de la construcción de redes y cadenas microsociales que facilitaron las migraciones transatlánticas de finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. A su vez, estas migraciones fueron posibles gracias a cinco revoluciones socioeconómicas que se dieron en Occidente. Estas fueron: la revolución demográfica; la revolución liberal en términos ideológicos y políticos, que permitió el libre movimiento de las personas; la revolución agrícola; la revolución industrial; y, finalmente, la revolución en los transportes. Por tanto, las grandes migraciones transatlánticas fueron el resultado de un proceso de modernización que facilitó el movimiento y flujo de capitales, bienes, servicios, tecnologías, ideas y personas. Asimismo, Argentina atrajo millones de inmigrantes como resultado de las cinco revoluciones mencionadas y de la inserción definitiva de esa nación en la economía de Occidente. Moya estudia los emigrantes de seis áreas españolas: tres en Galicia, como son el puerto de Ferrol y Corcubión en La Coruña, y varios municipios en Pontevedra; Val de San Lorenzo, en la provincia de León en Castilla la Vieja; la población industrial de Mataró cerca a Barcelona; Pamplona y pueblos y villorrios de Navarra en el País Vasco. El estudio de estas localidades le permite al autor tipificar quiénes, por qué y cuándo emigraron a la Argentina. El autor cuestiona la idea de que la emigración provenía de las áreas más pobres y con mayores desigualdades: todo lo contrario, los emigrantes provenían de las áreas más prósperas igualitarias, y los que emigraban no eran necesariamente los más pobres. “La ambición, no la necesidad”, era lo que motivaba la emigración. Además, era clave la localización estratégica en términos de información y transporte. De ahí que las comunidades de la emigración temprana estuvieran situadas sobre las costas y en los valles cercanos a las mismas. ∗
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.
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El cuidadoso y extenso trabajo empírico le permite a Moya no solamente discutir los temas más generales en la literatura, sino también indicar las diferencias regionales. Compara y explica, por ejemplo, las diferencias entre los emigrantes vascos y gallegos. Entre los primeros, emigraban generalmente hombres jóvenes y solteros; entre los segundos, padres de familia. Esta diferencia obedecía tanto a patrones de herencia de la tierra como a aspectos culturales. En el país vasco se conservaron las tierras comunales y las parcelas no se subdividieron; por tanto emigraron los jóvenes que no recibían herencia. Los gallegos no tenían tierras comunales y la subdivisión de las parcelas obligaba al padre a emigrar para poder sostener a su familia. Desde el punto de vista cultural, había diferentes conceptos de masculinidad y paternidad; mientras que en el país vasco se esperaba que el padre permaneciese en el lugar de origen y hogar (echea), entre los gallegos el padre era un aventurero que salía a buscar el sustento en otras tierras. Moya subraya el peso de la evidencia cuantitativa en vez de la cualitativa para el estudio de la historia social. Para ilustrar este punto, señala el contraste entre la evidencia empírica y la cualitativa en cuanto a los patrones de movilidad social de vascos y andaluces en Argentina. Mientras que la “evidencia” cualitativa tomada de obras de teatro argentinas representa a los vascos como trabajadores serios y a los andaluces como despreocupados y buenavida, la evidencia empírica demuestra que los andaluces fueron más exitosos. Moya explica este fenómeno señalando que los vascos que llegaron a Buenos Aires eran generalmente de origen campesino, mientras que los andaluces provenían de las ciudades, tenían niveles más altos de educación y por tanto se adaptaron al ritmo urbano de Buenos Aires con mayor facilidad. El desarrollo de mutuales y asociaciones locales de los españoles en Buenos Aires ocupa un lugar importante en esta obra. Moya argumenta que a pesar de las divisiones étnicas y políticas, los españoles construyeron una estructura institucional coherente en Buenos Aires. El autor señala también las actitudes cambiantes de la elite argentina hacia la inmigración española. Resalta el antihispanismo de Domingo F. Sarmiento y miembros de su generación, que preferían la inmigración protestante del norte de Europa con el fin de “superar” la herencia colonial hispánica. Pero más tarde, en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX, y ante el aluvión de la inmigración italiana, la inmigración española fue mejor valorada, ya que se suponía que ésta mantendría cierta unidad cultural en la Argentina. Durante estas décadas, se consolidó un prohispanismo que fue común en todo el continente como una respuesta -en buena parte- al expansionismo norteamericano. Este prohispanismo también hacía parte de una ideología antiliberal y reaccionaria más amplia en la Europa latina de la época. A diferencia de las ciudades norteamericanas, en Buenos Aires la segregación urbana se dio por razones de clase y no por origen étnico. Además, y contrastando con lo que señala la literatura sobre los Estados Unidos, mientras que en Norteamérica a mayores ingresos mayor lejanía del centro de la ciudad, en Buenos Aires los sectores eran más pobres mientras más lejos estuviesen del centro. Moya concluye que el problema de los ghettos étnicos pobres en el inner city es un asunto específico del desarrollo histórico de las ciudades norteamericanas y no “una etapa inevitable en la modernización urbana”.
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El autor analiza el por qué de las diferentes ocupaciones y la movilidad social de los españoles y otros grupos nacionales en la Argentina. Estudiando la movilidad social, el autor desentraña hasta las más tenues divisiones ocupacionales y de clase ayudándonos a entender la formación de las clases sociales en la Argentina. En cuanto a la formación de clases y a la movilidad social en la Argentina, éstas estaban correlacionadas con el estatus ocupacional de los padres. Además, Moya encuentra una fuerte movilidad social intergeneracional (de trabajadores manuales a trabajadores de cuello blanco) entre los españoles en Buenos Aires, mayor que la de los habitantes en un gran número de ciudades norteamericanas y europeas de ese entonces. De ahí que el autor sea muy crítico del “discurso populista hegemónico” que ha presentado la formación de clases y la movilidad social en la Argentina como determinadas por los supuestos “omnipresentes -y aparentemente omnipotentes- oligarcas estancieros”. Moya realizó un trabajo muy importante en fuentes primarias españolas y argentinas, tales como archivos, censos y estadísticas oficiales. Construyó una base de datos con información muy completa sobre unos 60.000 (!) inmigrantes españoles en la Argentina. El muy sólido trabajo empírico le permite al autor afirmar que “las realidades sociales son más que simples construcciones culturales forjadas ex nihilo” y advierte sobre el peligro de que, a veces, “estas últimas puedan, de hecho, nublar o tergiversar las primeras”. Agrega también que su estudio “confirma la efectividad del método nominativo, eso es, la construcción de biografías colectivas recogidas de una variedad de fuentes y organizadas en bancos de datos informáticos”. Y concluye, “Durante la última década, la historiografía posmodernista le ha restado importancia o ha impugnado este método por sus presuntos supuestos positivistas. Pero a pesar de la terminología de moda- este reto [posmodernista] antiempírico [simplemente] revive las viejas aproximaciones idealistas que buscaban la verificación en la evidencia impresionista y no en los datos concretos”. Estas afirmaciones de Moya son muy atinadas. Son aún más pertinentes si las aplicamos a aquella historiografía reciente en nuestro país que se circunscribe a la trivialización de temáticas como las “mentalidades” y la “cultura”, temáticas que trabajadas sin evidencia empírica seria y basadas en una teorización espuria se han convertido en refugio de diletantes. El libro (producto de al menos una década de trabajo) nos enseña mucho, no sólo sobre los inmigrantes españoles en la Argentina, sino también sobre historia social de España y de Argentina. Además, nos presenta un sólido análisis de la literatura teórica y comparativa sobre las migraciones internacionales y, seguramente, terminará por convertirse en un trabajo clásico en el tema. No en vano, esta obra, publicada hace sólo dos años, ya se ha hecho merecedora a varios e importantes premios académicos en el ámbito internacional.
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BOUREAU, Alain Le droit de cuissage. La fabrication d'un mythe (XlIIe-XXe siécle) París, Albin Michel, 1995, 325 pp. abel lópez *
No existió el derecho de pernada en virtud del cual el señor podía compartir el lecho de la sierva recién casada en su primera noche de bodas y que el esposo podía rescatar mediante pago si el señor consentía. Se trató de un mito del cual hay escasas referencias documentales en la Edad Media y que fue construido en sus aspectos fundamentales en el siglo XIX. Es esta la tesis central de este libro, que además de ser una notable contribución al debate sobre ius primae noctis, es una muestra de estudio historiográfico, de análisis de textos y fuentes de historia. Mostrar que el derecho de pernada no existió sirve a la vez para precisar los alcances de las relaciones sociales en la Edad Media. Lo que de particular ha tenido este mito es su asociación con la Edad Media. Ha servido como prueba de la ignominia de la época feudal. En efecto, buena parte de la sustentación de la existencia de este supuesto derecho proviene de la generalizada idea según la cual la época medieval se caracterizó por la barbarie la cual sólo fue superada con el triunfo de la razón en la época de la Ilustración. Aún hoy en los discursos políticos se contrasta la barbarie medieval de la cual el derecho de pernada es su más sobresaliente muestra con el triunfo de la civilización moderna. Para mostrar el alcance de este mito, Boureau investiga su genealogía valiéndose de un método regresivo. Comienza con el siglo XX. En esta centuria, el derecho de pernada ha sido asociado con el acoso sexual, el cual sería un simple abuso feudal que se prolonga en el tiempo; con tabúes primitivos e inconscientes, aún vigentes; y con la dialéctica amo-sierva: la intervención del señor en la vida íntima de sus siervas es la continuación de un tema antiguo, el control por parte del amo sobres sus esclavos incluye directamente la explotación sexual de la esclava ,quien, a su vez, podría convertirse en un ser malvado y peligroso para el amo. En el siglo XIX, pensadores liberales creyeron firmemente en la existencia del derecho de pernada. En su opinión, fue el más execrable de los abusos con que los señores sometían a sus siervos. Pero, argumenta Boureau, era apenas una creencia con fines propagandísticos. Lo que esos pensadores buscaban era defender y elogiar el estado liberal que se había construido tras la Revolución Francesa. Respaldaron sus convicciones en testimonios escritos en su mayoría en los siglos XVI y XVII, pero con notables inconsistencias Esto último se deduce en he droit de cuissage al examinar las setenta y dos pruebas con las que el erudito liberal Jules Delpit pretendió mostrar en 1837 que el ius primae noctis (derecho de la primera noche) existió realmente. En algunos casos, las "evidencias" que ofrece Delpit son leyendas falsas, escritas con posterioridad a los hechos que narra; es decir, que al contrastarlas con documentos medievales en los cuales se hablan de los mismos hechos, pero en los que no se menciona el derecho de pernada, se comprueban inexactitudes o falsedades en las fechas. En otros casos, se descubre que no hay testimonio documental de origen medieval que confirme las menciones de ese derecho hechas en textos que fueron redactados después del siglo XVI. * Profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia.
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En la Edad Media, cuando uno de los siervos o siervas se casaba y por ello abandonaba la casa de su señor, éste último exigía el pago de una compensación, conocida con el nombre de formariage. Algunos escritores de la temprana Edad Moderna deliberadamente confundieron esta renta con el derecho de pernada. La confusión pretendía contrastar la anarquía política medieval con el control que de la justicia y del poder tenía la monarquía de los siglos XVI y XVII. Según ellos, la servidumbre representaba un ejercicio de soberanía política local tiránica, cuya máxima expresión era el disfrute personal del bien más sagrado de las siervas: su virginidad (p.171). Por otra parte, con el formariage los señores obtenían provecho de una tensión interna de las sociedades campesinas, divididas entre el hábito por dotar a las hijas de heren cia y el creciente desarrollo de la práctica de la primogenitura masculina. El señor, al autorizar mediante pago previo que la campesina sierva pudiera casarse, otorgaba mayor libertad al campesino para disponer de su sucesión. De manera que el formariage puede ofrecer una posible explicación a la aparición del mito de derecho de pernada: expresa la hostilidad de las comunidades campesinas con respecto a la capacidad femenina de recibir una parte de la herencia paternal. La joven soltera se convierte en una víctima. El señor, aliado objetivo de los padres y de las hijas solteras, es representado, mediante una inversión retórica, desempeñando el papel de perseguidor de la virtud de las jóvenes. Pero en el balance general se puede concluir que la dependencia personal no creó un trauma social colectivo, como pudieron haberlo pensado los historiadores liberales del siglo XIX. Sin embargo, "el carácter arcaico del vocabulario y de las prácticas de la dependencia ha engendrado virtualidades de representación que en circunstancias particulares han podido incorporar a las imágenes intemporales de la opresión las figuras más contextúales del bárbaro, el amo, el tirano, el padre" (p. 174). Uno de los argumentos centrales en contra de la existencia del derecho de pernada es su muy escasa mención en documentos medievales. En Francia, la primera referencia directa, y la única en este libro, aparece apenas en 1247 en un verso de un poema escrito en francés. Este poema se encuentra a su vez en un cartulario de la abadía del monte de San Miguel. Allí se enumera la serie de rentas y corveas a que estaban obligados los siervos de la aldea de Verson. Sin embargo, no se trata del testimonio de una práctica, sino de un texto de ficción en forma de sátira. Es esto lo que se deduce al contrastar lo que se dice en el poema con otro documento del mismo año, escrito en latín y en que se detallan los ingresos de la abadía provenientes de las aldeas de Verson y de Breteville. En este último documento no hay mención alguna del derecho de pernada y las cargas que pesan sobre los campesinos son menos duras de las que se describen en el poema. Las exageraciones fueron escritas a propósito, con la finalidad de denunciar las pretensiones de un señor laico que se venía apoderando de aldeas dependientes de la abadía. La sátira en este caso consiste en que los monjes acusan a los laicos de practicar el derecho de pernada y con ello "producen el espectro de la barbarie laica" (p. 135). El poema es un texto de propaganda monástica que busca mostrar los peligros de un señorío laico más exigente que el monástico. En conclusión, en la Francia medieval, jamás existió el derecho de pernada. Los argumentos y hechos que se alegan a favor de su existencia no resisten un serio análisis. Se fundamentan en documentos en los que hay inexactitudes, falsificaciones y contrasentidos; o que fueron redactados con finalidades políticas y simplemente discursivas con el objetivo de destacar la denuncia estratégica "sin que haya relación o con el derecho con los hechos" (p.251). Las fuentes en las que se habla de este pretendido derecho no están describiendo una práctica social. Están denunciado una tiranía señorial o una época bárbara; o están contrastando el estado liberal democrático con el feudalismo atrasado, o están defendiendo el estado moderno, o están satirizando las conductas lujuriosas de los clérigos. La creencia, sin embargo, permanece. Ella ha
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servido y sirve a intereses políticos e ideológicos. En el XIX creer en el derecho de pernada sirvió para denunciar la barbarie de la Edad Media. Hoy se utiliza para denunciar los abusos sexuales de los patronos en las fábricas francesas. Y no se trata tampoco, advierte el autor, de negar que los señores medievales hayan recurrido a la violación. Pero tal arbitrariedad no es específicamente medieval o feudal. El llamado derecho de pernada "nunca fue una norma y menos aún una norma jurídica" (p. 253). Boureau puede resultar convincente al referirse a Francia. Pero el asunto está lejos de ser resuelto. Las dudas surgen cuando, por ejemplo, se lee un corto ensayo escrito por Carlos Barros1, quien considera que en la Cataluña de finales del siglo XV el derecho de pernada sí era una norma. En 1462, en el proyecto de concordia con el que se buscaba dar fin a la rebelión campesina conocida como la remensa se lee: "que el señor no pueda dormir la primera noche con la mujer del campesino. Item, pretenden algunos señores que cuando los campesinos toman mujer, el señor ha de dormir la primera noche con ella". En 1486, en la Sentencia de Guadalupe, que fue el acuerdo entre la monarquía y los campesinos catalanes mediante el cual se puso término a la rebelión, se establece: "ni tampoco puedan pos señores] la primera noche que el campesino prende mujer dormir con ella o en señal de señoría la noche de las bodas de que la mujer será echada en la cama pasar encima de aquella sobre la dicha mujer"2. Advierte Barrios que sin duda acá se describe el derecho de pernada y que ello ocurre a finales de la Edad Media, cuando al parecer este abuso ha perdido buena parte de su importancia. Reconoce que es escasa la documentación, pero agrega que no hay por qué extrañarse. Se trata de una práctica que hace parte de las fuentes orales. Además, el silencio es índice de mala conciencia y de temor a la justicia. A Alain Boureau, empero, no lo convencen ni las evidencias ni los argumentos presentados por Barrios. Dedica uno de los apéndices del libro a responderle. En primer lugar, advierte" que los ejemplos ofrecidos por el historiador español se refieren a casos individuales. Además no se puede construir la lógica social de una práctica como ésta limitándose al momento en que ya se ha degradado o fosilizado. En segundo término, la concordia de 1462 es un texto de compromiso en que se combinan dos discursos: el de los campesinos y el de los señores. Estos dudan de que tal práctica haya tenido lugar. Acá, como en la Francia medieval, el derecho de pernada pertenece al discurso de la reivindicación o de la denuncia, y no al de una práctica señorial efectiva. En cuanto a la Sentencia de Guadalupe, en el artículo noveno que habla del supuesto derecho de pernada, no se ocupa de abusos que dieran lugar a rescate. Antes de referirse a la nupcias, la sentencia en el artículo anterior prohibe a los señores apoderarse de las esposas de los campesinos para utilizarlas como nodrizas; el artículo siguiente declara que a los campesinos no se les puede prohibir vender los productos de su tierra. Todo lo que se tiene acá, concluye Boureau, no es un derecho señorial sino en el peor de los casos un delito repetido.
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Con todo, se podrían hacer un par de consideraciones a favor de Barrios. En primer lugar, el que la concordia de 1462 sea un texto de compromiso, reivindicación o denuncia, no significa necesariamente que la queja de los campesinos carezca de fundamento. ¿Por qué habría que creer a los señores, que son los que niegan o dudan de la existencia del derecho de pernada? Alguna razón asistía a los campesinos cuando, en 1486, se incluyó la abolición de esa práctica. En segundo término, con la sentencia de Guadalupe se pretendía legislar. Puede considerarse como el acto jurídico que puso fin a la servidumbre en Cataluña. Resulta difícil creer que Fernando el Católico estuviese aboliendo una simple leyenda o una simple creencia. De manera que la controversia aún continúa.
1
BARROS, Carlos, 'Rito y violación: derecho de pernada en la Baja Edad Media " en Historia Social, Valencia, Nº 16, primaveraverano, 1993, pp.-3-17. 2 Ibid ., p. 16.
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Notilibros SANCHEZ, Gonzalo, WILLS, María Emma (Comp.), Museo, memoria y nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro, Bogotá, Ministerio de Cultura, Museo Nacional de Colombia, PNUD, IEPRI, ICANH, 2000. Este libro reúne las ponencias presentadas en el marco del Simposio Internacional y IV Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado” que giró en torno al papel de la museografía en la elaboración de narrativas que afiancen la identidad nacional. SALGADO, Carlos, PRADA, Esmeralda, Campesinado y protesta social en Colombia: 1980-1995, Bogotá, Cinep, 2000. Trabajo realizado por economistas en el que los autores muestran que las economías campesinas son sistemas abiertos en procesos continuos de cambio y que han avanzado hacia un cosmopolitismo o una universalización e intenso relacionamiento en sus diversas actividades. Esta obra deja elementos para un discurso teórico sobre las economías campesinas de hoy, afectadas por la globalización y la violencia, pero con capacidades de acomodarse en situaciones difíciles. GNECCO, Cristóbal, ZAMBRANO, Marta (Eds.), Memorias hegemónicas, memorias disidentes. El pasado como política de la historia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Universidad del Cauca, 2000. Este libro reúne doce ensayos dedicados a reflexionar sobre las relaciones hegemónicas y disidentes en los procesos de construcción histórica. Una preocupación común aparece en todos los trabajos: la dimensión política de las prácticas históricas y la colisión que enfrenta, en el marco de las construcciones identitarias, a las memorias hegemónicas con las memorias disidentes. GUTIERREZ DE PINEDA, Virginia, PINEDA, Roberto, Misceginación y cultura en la Colombia colonial: 1750-1810 (2 vol.), Bogotá, Colciencias-Universidad de los Andes, 1999. Los autores estudian las posibles correlaciones entre la mezcla genética (mestizaje en su sentido más amplio) a que dio origen la irrupción de huestes hispánicas a los territorios de lo que es Colombia, de una parte y, de otra, la manera como reaccionaron y evolucionaron las diferentes culturas que se relacionaron entre sí, para sobrevivir y convivir en espacios geográficos determinados, con un elemento nuevo entre ellos, el generado por los apareamientos interétnicos. CARMAGNANI, Marcello, HERNANDEZ, Alicia, RUGGIERO, Romano (Coordinadores), Para una historia de América (3 vol.), México, Fideicomiso Historia de las Américas, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Los tres volúmenes presentan una historia culturalmente nueva, donde se recoge el cambio de perspectivas e interpretaciones, como resultado de la renovación generacional de estudiosos, así como de los cambios en el interés cultural en el mundo americano, en las últimas décadas. La finalidad de la obra es una invitación a pensar la historia de América Latina en términos continentales y no como una mera adición de historias nacionales o regionales. Historia general de América Latina (9 vol.), Madrid, Editorial Trotta, Ed. Unesco, 1999. Al emprender la ingente obra de redactar una Historia general de América Latina, en la que han participado más de doscientos historiadores del mundo entero, la Unesco no tuvo la pretensión de
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escribir una “verdadera historia”, sino el propósito de establecer un balance referencial de los numerosos enfoques historiográficos. La Historia general de América Latina no es una historia de naciones sino de sociedades, habida cuenta de que la nacional es una de las formas asumidas a lo largo de su proceso socio histórico por las sociedades implantadas, así como un marco forzado para las sociedades aborígenes y afroamericanas. SCHRÖTER, Bernd, BÜSCHGES, Christian (Eds), Beneméritos, aristócratas y empresarios. Identidades y estructuras sociales en las capas altas urbanas en América hispánica, Madrid, Vervuet, Iberoamericana, 1999. El propósito principal de este libro es ofrecer un espacio para reflexionar, desde una perspectiva comparada, sobre las raíces de la estructura e identidad de las capas sociales altas de América Latina y acerca del origen de las coincidencias y diferencias que existen entre ellas. ARCINIEGAS, Germán, La taberna de la Historia, Bogotá, Planeta, 2000. Esta obra póstuma de Germán Arciniegas, entre la ficción y la crónica, recrea la España de los Reyes Católicos y la Florencia renacentista por donde desfilan Botticelli, Savonarola, los Borgia y los Medici. Está también el Nuevo Mundo a la llegada de los europeos, suceso narrado tanto por los conquistadores como por lo aborígenes. ROMERO, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Medellín, Universidad de Antioquia, 1999. La colección “Clásicos del Pensamiento” de la Universidad de Antioquia publica textos fundamentales de las figuras intelectuales más representativas de nuestro continente con el fin de resaltar su actualidad y su importancia para comprender los problemas más acuciantes de nuestro presente. En este caso, se ofrece al público una de las obras más importantes del historiador argentino publicada en 1976, en la que Romero estudia el papel que las ciudades han cumplido en el proceso histórico de América Latina.
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