Historia Crítica No. 25

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HISTORIA CRITICA Nº 25 Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia Correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co jarias@uniandes.edu.co Sitios web: http//historiacritica.uniandes.edu.co http://www.banrep.gov.co/blaavirtual/letra-r/rhcritica/indice.htm fundador

Daniel García-Peña

directores anteriores

Daniel García-Peña (1989-1990), Hugo Fazio (1991-1994), Mauricio Nieto (1995-1998), Juan Carlos Flórez (1998-2000)

director

Ricardo Arias

editor

Mauricio Nieto

comité editorial

Ricardo Arias, Diana Bonnett, Luis E. Bosemberg, Rafael Díaz, Hugo Fazio, Fabio López de la Roche, Mauricio Nieto

comité asesor

David Bushnell, Georges Lomné, Marco Palacios, Gonzalo Sánchez, Osvaldo Sunkel

asistente editorial

Diana Ojeda, Patricia Navas

suscripciones

Mónica Bernal

colaboradores

Jaime Jaramillo, Renán Silva, Margarita Garrido, Adolfo Atehortúa, Martín Vargas, Franz Hensel, María Fernanda Duque, Muriel Laurent, Juan Carlos Jurado

portada

Laura Jiménez

diseño, diagramación e impresión

Corcas Editores Ltda.

distribución

El Malpensante S. A.

ISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987 Tarifa Postal Reducida. Licencia Nº 817 de Adpostal *Vence Dic/2001 Historia Crítica es una publicación semestral del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Las ideas aquí expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores.


tabla de contenido carta a los lectores palabras del maestro jaime jaramillo uribe dossier: balance historiográfico de historia crítica historia crítica, una aventura intelectual en marcha renán silva la historia colonial en historia crítica: un balance margarita garrido balance: catorce años de historia en Colombia a través de historia crítica adolfo atehortúa la historia europea en la revista historia crítica martín vargas perfiles de la historia de Colombia. entrevistas con jaime jaramillo uribe y fernán gonzález franz hensel legislación gremial y prácticas gremiales: los artesanos de pasto (1796-1850) maria fernanda duque nueva francia y nueva granada frente al contrabando: reflexiones sobre el comercio ilícito en el contexto colonial muriel laurent socialización familiar urbana en medellín. problemas y tendencias contemporáneas juan carlos jurado resúmenes / abstracts / palabras claves / key words


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carta a los lectores

Con ocasión de su número 25, Historia Crítica ha creído oportuno trazar un balance historiográfico de la revista. Si bien es cierto que la regularidad y la perdurabilidad son motivos de satisfacción, máxime en este tipo de publicaciones, también es de suma importancia cultivar y difundir un espíritu autocrítico. Con el fin de responder a este anhelo, invitamos a cuatro historiadores para que analicen los aportes y los vacíos de Historia Crítica, desde su aparición, en 1989, hasta el día de hoy. Tres artículos se ocupan de temas muy puntuales, mientras que el cuarto hace un recuento general de lo que ha sido la revista a lo largo de sus veinticuatro números. Este balance tiene en cuenta, por una parte, las evoluciones de Historia Crítica, sus principales contribuciones y lagunas en materia metodológica, teórica y temática, y, por otra parte, la posición de nuestra publicación con respecto a las otras revistas de historia existentes en el país. Renán Silva se ocupó de esta ardua tarea. En cuanto a los temas puntuales, seleccionamos tres grandes áreas que, grosso modo, cubren casi toda la producción de la revista. Historia colonial colombiana, a cargo de Margarita Garrido; Historia de Colombia contemporánea (siglos XIX y XX), por Adolfo Atehortúa; y, finalmente, Historia de Europa, por Martín Vargas. Todos estos trabajos están guiados por una misma inquietud: analizar críticamente tanto los aportes como las debilidades de Historia Crítica, teniendo en cuenta su diversidad temática, la pluralidad de sus enfoques y la interdisciplinariedad en sus propuestas. A estos cuatro colaboradores, Historia Crítica quiere hacer público su agradecimiento. Se tomaron el trabajo de leer, desde una perspectiva analítica, un extenso material, y de esa meticulosa lectura hicieron, como esperábamos, un trabajo muy completo, sólido y, sin duda, altamente enriquecedor. Esperamos que el lector pueda sacar provecho de estos balances. Por nuestra parte, no dudamos en afirmar que Historia Crítica, desde ya, se ha beneficiado de tan estimulante experiencia. Como complemento a este trabajo historiográfico, presentamos otros dos textos: el bello discurso que el maestro Jaime Jaramillo Uribe pronunció el 16 de septiembre de 2002, con motivo del homenaje que le rindió la Universidad de los Andes; las entrevistas que el estudiante Franz Hensel realizó al mismo maestro Jaramillo y a Fernán González. Estos dos investigadores nos ofrecen su visión acerca de lo que ha sido la disciplina histórica en el país.

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El Departamento de Historia viene trabajando, desde hace varios años, en la creación de una maestría de Historia. Estos esfuerzos responden a las políticas de la Facultad de Ciencias Sociales, así como de la Universidad, que buscan, entre otros objetivos, fomentar la investigación. De esta manera, la maestría en Historia vendría a sumarse a los programas de postgrado ya existentes en los departamentos de Ciencia Política, Psicología, Antropología, y a la maestría en Lingüística del CCELA.


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El programa de maestría con el que está comprometido el Departamento de Historia cuenta con un fuerte componente teórico y un carácter interdisciplinario, así como con una amplia variedad temática, aspectos todos ellos esenciales para la formación de investigadores. Si a estos factores se suman el alto nivel de la planta profesoral del Departamento y la pertinencia de sus líneas de investigación, es posible afirmar que el programa cuenta con todas las garantías para ofrecer a sus estudiantes una sólida formación teórica y práctica.


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palabras del maestro jaime jaramillo uribe ∗

En un pequeño y hermoso libro, siempre actual, el gran historiador francés Marc Bloch, uno de los fundadores de la escuela francesa de los Annales, que tanto ha hecho por la renovación y el enriquecimiento de la historiografía moderna y a la que tantos debemos tanto, se preguntaba para qué nos sirve la historia a fin de dar respuesta a la pregunta de uno de sus nietos. Analizando los numerosos valores y las muchas posibilidades con que la historia enriquece nuestra personalidad y nuestra vida, pero aceptando que estos resultados fueran dudosos y discutibles, llegaba a la humilde conclusión de que si no servia para tan altos fines, al menos servía para divertirnos. Con la reverencia que nos merece tan insigne maestro, nosotros pensamos que nos sirve para más prácticos y valiosos propósitos. Nos sirve ante todo para adquirir algo decisivo para nuestra educación personal y para nuestra actividad como ciudadanos. Nos da, y es quizás el único saber que puede dárnoslo, el sentido de la realidad, que parodiando lo que se ha dicho sobre el sentido común, es el menos común de los sentidos. Otorgándonos ese precioso don, la historia nos libra de las muchas ilusiones y de las muchas utopías en cuyo nombre se han producido tantos acontecimientos trágicos e inútiles. Sin apoyarme en tan sutiles y abstractos fundamentos, partiendo simplemente de la insatisfacción que sentía por la modesta historia nacional que se nos daba en la escuela primaria y secundaria, puesto que la historia no tenía presencia en nuestras universidades, y estimulado por el ejemplo de algunos de mis profesores de la Escuela Normal Superior, como Rudolf Hommes y Gerhart Masur, y por la lectura de los grandes maestros de la historiografía europea, como Henri Pirenne y Max Weber, cuyas obras ponían a nuestra disposición la editorial Fondo de Cultura Económica de México y algunas empresas editoriales españolas, tras muchas dudas y vacilaciones sobre mi vocación profesional, resolví optar por dedicarme a la enseñanza y la investigación de la historia. Y no de cualquier historia, sino de la nuestra, con el propósito de dar una visión de ella que se aproximara a los modelos señalados por los grandes maestros de la historiografía europea. Por fortuna, el proyecto renovador ya se había iniciado. En efecto, en la década de los años cuarenta, Luis Ospina Vásquez, Luis Eduardo Nieto Arteta, Guillermo Hernández Rodríguez e Indalecio Liévano Aguirre habían hecho un esfuerzo innovador introduciendo en el quehacer del historiador el estudio de nuestro desarrollo económico y social. Pero a pesar de estos logros, había llegado el momento en que era necesario tomar el oficio de historiador como una actividad especializada, que requería una sólida preparación académica. Fue así como, basándose en esta convicción, al iniciarse la década de los setenta, se fundaron departamentos de historia en la Universidad Nacional y en otras universidades, entre ellas, la nuestra, y años más tarde le dio el paso a la creación de una nueva carrera académica, la carrera de historia. Cuando se haga debidamente la historia de nuestra historiografía se verá que los esfuerzos hechos han dado abundantes frutos y que a partir de ellos se han formado sucesivas generaciones de ∗

Discurso pronunciado durante el evento “Balance y desafíos de la historia de Colombia al inicio del siglo XXI”, organizado por la Universidad de los Andes, como homenaje al maestro Jaramillo (16 y 17 de septiembre de 2002).


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historiadores, que han superado con creces los esfuerzos hechos por quienes fueron los pioneros del cambio. Lo que no quiere decir que a pesar de los avances que se han logrado no haya en ellos vacíos. Uno de ellos es la subestimación en que se ha tenido la historia política, pensando quizás en la limitada interpretación que de ella había hecho la historiografía tradicional, reduciéndola a un anecdótico proceso de la sucesión de gobernantes y, en el mejor de los casos, de la sucesión de las constituciones. Pero si pensamos que una de las primeras tareas que tuvo el hombre al iniciar su marcha a través de la historia, fue definir sus formas de acción social, al determinar quiénes y con qué procedimientos debían dirigirlos, quién debía garantizar los derechos y obligaciones de los asociados, comprenderemos que la creación de las instituciones políticas fue tan primordial y se inició tan temprano como el proceso de formación de una economía o una cultura, y que hacer la historia de ese proceso es una de las tareas insoslayable del historiador. Donde no hay problema no hay historia, decía Lucien Febvre, uno de los grandes maestros de la historiografía moderna. Apoyándome en esa luminosa sentencia, comencé la práctica de mi oficio preguntándome si el nuestro era un país inviable como lo afirmaban algunos comentaristas de nuestra historia. Inviable por el carácter tropical de su geografía difícil y poco propicia para el desarrollo de la civilización. O inviable por las herencias históricas raciales y culturales recibidas de una población indígena deteriorada por varios siglos de dominación y malos tratamientos. O por la presencia de una considerable población de origen africano puesta al margen de la actividad social creadora e inadaptada a los valores dominantes de lo hispánico o lo indígena por las condiciones de segregación e inferioridad en que había sido colocada por la institución de la esclavitud. O inviable por su incapacidad de adaptarse a las exigencias de la vida moderna, de la economía, la ciencia y la técnica que habían dado su poder y su predominio al occidente europeo. Colocado ante un panorama de explicaciones maniqueas, que dividía la historia entre buenos y malos, entre fuerzas positivas y negativas del proceso histórico, pensaba que era necesaria y posible una historia comprensiva, una historia cuya misión era explicar y comprender, no condenar una parte de ella y hacer la apología de la otra. En una palabra, creía en la posibilidad de una historia objetiva, libre de valoraciones de carácter político, religioso o social. Pero por historia objetiva no entendía una historia que omitiera la admiración y gratitud hacia quienes habían hecho este país, incluidos españoles, criollos, indígenas, mestizos y africanos. No ciertamente una historia aséptica y apologética, que excluyera las sombreas, las inequidades sociales y las penurias, pero sí que mostrara los esfuerzos que las generaciones pasadas habían hecho por construir las bases de una nación. Por crear una economía, una cultura, unas instituciones políticas, en una palabra, una nación y un Estado. Ahora bien, esa historia, como todas las historias, debía tener sus luces y sus sombras. En Hegel había aprendido que la historia, ninguna historia, transcurría sobre un lecho de rosas, que la historia era un proceso trágico, donde no sólo existían la violencia y las pasiones, sino donde éstas tenían una función creadora, y que la misión del historiador era comprender su dramático acontecer sin constituirse en el apologista o el detractor de sus actores. Reflexionando sobre las tareas de nuestra historiografía creía necesario analizar y comprender las razones que tuvieron y los esfuerzos que hicieron nuestros antepasados del siglo XIX para superar las que consideraban fallas de la cultura y las instituciones que España había instaurado en América, y las razones que tuvieron para orientar su pensamiento hacia las instituciones y la cultura de Francia


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e Inglaterra, que consideraban los modelos de la civilización. Pensaba entonces también, y continúo pensándolo, que la misión de nuestra historiografía era presentar nuestro desarrollo histórico con sus aspectos positivos y negativos, con sus luces y sus sombras, pero evitando establecer sobre él lo que el gran historiador brasilero Gilberto Freyre llamaba “leyendas negras sobre nuestros países”. A estas consideraciones sobre la tarea del historiador tratamos de darles expresión en el prólogo escrito para presentar el Manual de Historia de Colombia que, por iniciativa de Gloria Zea, entonces directora del Instituto Colombiano de Cultura, se publicó en 1976. Con el concurso de un grupo de historiadores y profesionales se hizo entonces el esfuerzo de presentar el desarrollo en el tiempo de nuestras instituciones políticas, nuestra estructura social y económica y las diversas formas de nuestra cultura, utilizando los métodos de la moderna historiografía y hacerlo sin espíritu apologético o polémico, actitud que no debería reñir con los sentimientos de gratitud y simpatía con que el historiador debe abordar los temas y tareas de su profesión. Tenía entonces muy presente la relación que el filósofo alemán Max Scheler establecía entre el amor y el conocimiento. Sólo podemos conocer, decía Scheler, aquello que abordamos con un espíritu de simpatía y afecto. Por eso nunca sabremos lo que es nuestro enemigo, ni podremos juzgarlo. Pidiendo excusas por esta aburrida digresión, quiero finalmente agradecer a las autoridades de la Universidad que han propiciado este acto y a las personas que, con espíritu tan generoso, lo organizaron, acto que yo interpreto más como un estímulo al desarrollo de los estudios históricos en nuestra alma mater, que como un homenaje al autor de una limitada obra que, con ella, sólo ha querido dejar testimonio del afecto y la gratitud de un artesano a la tierra y las instituciones que le dieron la oportunidad de dedicarse al difícil, pero fascinante oficio de escribir y comprender la historia.


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historia crítica: una aventura intelectual en marcha

renán silva•

I. introducción

El análisis histórico de revistas no tiene gran tradición en el país, posiblemente por la sencilla razón de que la propia definición del género resulta un ejercicio complejo1. En el caso de las revistas de historia y de ciencias sociales es muy poco lo que se ha avanzado, a pesar de los esfuerzos grandes que en ese terreno realizó el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, a partir de 1984, y a pesar de que muchas de tales revistas resultan de innegable calidad y de aparición casi regular. Por lo demás, la existencia desde hace unos años de una asociación de revistas culturales (ARCCA) y, en un campo estrictamente académico, la reciente creación de sistemas de clasificación de revistas por parte de COLCIENCIAS, son signos más o menos seguros de que el número de revistas ha estado creciendo y que las exigencias y metas que cada una de ellas se coloca tienden a ser más elevadas que en el pasado, como lo pone de presente el hecho de que muchas de ellas son efectivamente revistas arbitradas, en las que la definición respecto de la publicación de un artículo puede tomar varios meses2, aunque en este movimiento reciente de crecimiento no deja de observarse que muchas de las nuevas revistas universitarias responden no tanto a una acumulación previa de conocimiento, al deseo de dar a conocer de manera amplia las investigaciones en curso o al interés en propiciar debates, cuanto a una intensa labor de maquillaje que busca dar la impresión de que ciertas instituciones universitarias se encuentran a tono con las nuevas exigencias que en el terreno de la calidad ha impuesto la política modernizadora del Estado. Existen, desde luego, investigaciones sobre grupos que tuvieron su trinchera y laboratorio de formación en una revista –como en el caso del Grupo Mito-, pero en ese caso el análisis descansa de manera particular en el grupo y no en la revista3, caso contrario al nuestro, en donde intentaremos hacer de una revista tanto el objeto como la fuente del análisis. •

Sociólogo e historiador, profesor del Departamento de Ciencias Sociales y miembro del Grupo de Investigaciones sobre Sociedad, Historia y Cultura del centro de Investigaciones –CIDSE- de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle.

1

Para comprender las dificultades y ambigüedades del análisis, cf. por ejemplo WINOCK, Michel, Historia Política de la Revista Esprit. París, Seuil, 1975.

2

Para citar un terreno distinto al de las revistas de historia, cf. por ejemplo la excelente Economía Institucional, Revista de la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia. 3

Cf. por ejemplo ROMERO, Armando, Las palabras están en situación, Bogotá, PROCULTURA, 1985, capítulos V y VI; y en el terreno estricto de la investigación histórica, aunque en un contexto completamente diferente al nuestro, cf. LEPETIT, Bernard, “Los Annales. Portrait de groupe avec revue”, en REVEL, Jacques, WACHTEL, Nathan, Une école pour les sciences sociales, París, Les Éditions du Cerf/EHESS, 1996, pp. 331-48.


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Podemos, pues, comenzar preguntándonos por la riqueza de la fuente que buscamos interrogar, y responder de inmediato que la lectura completa y cuidadosa de la revista Historia Crítica –en adelante HC- deja la impresión de que trata de una fuente de no mucha riqueza, cuando la misma revista constituye el objeto de indagación, lo que desde luego no significa ningún juicio sobre la calidad de los textos ahí publicados a lo largo de mucho de más de una década. Si aceptamos la división convencional entre testimonios directos y testimonios indirectos, podemos decir que, en relación con los testimonios directos, HC es una fuente más bien parca. Ni su “Presentación”, incluida desde el primer número –aunque no en todos ellos-, ni su posterior “Carta a los lectores”, presente desde el número 17, cuando la revista adoptó un nuevo formato y una nueva maqueta, han resultado, para bien o para mal, suficientemente parlanchinas, como para ofrecer al investigador observaciones suficientes para concluir sobre los propósitos explícitos de la revista. Desde luego que se trata de materiales que habrá que tener en cuenta, pues ahí aparecen definiciones importantes, pero ello no obvia la parquedad que atrás mencionamos, lo que tal vez permitiría afirmar que de alguna forma manifestaciones explícitas sobre el estado de la investigación histórica en el país y sobre las características de la coyuntura historiográfica nacional han sido eludidas por la revista, aunque afirmar esto constituye ya una interpretación que habría que respaldar con amplias pruebas documentales. En relación con los testimonios indirectos –por ejemplo, un cambio de director o la modificación del comité editorial, tal como se lee en varias ocasiones en la página de la revista dedicada a ofrecer tal información-, habrá que decir que resultan de la misma pobreza, y que no disponemos de otras fuentes a partir de las cuales pudiéramos profundizar en tales datos, con el fin de convertirlos en hechos que permitieran realizar afirmaciones plausibles sobre ésta o aquella evolución de la revista. Desde luego que no es difícil suponer, por ejemplo, que un comité editorial significa una cierta “relación de fuerzas”, que se concreta en una u otra orientación, pero estamos lejos de poder conocer de manera particular lo que haya ocurrido tras bambalinas, máxime en el caso de HC, una revista de ondulaciones suaves, en donde antes que saltos bruscos lo que se puede más bien observar son evoluciones medidas y regulares. Pero además, en la historia de una revista, sobre todo en Colombia, el “azar” viene constantemente a alterar el curso de la “necesidad”, por cuanto elementos por completo ajenos al funcionamiento intrínseco de la revista se encuentran siempre presentes. El problema de los siempre escasos recursos económicos –aunque mecenas y patronazgos no le han faltado a HC, según indican algunos de sus números-, los cambios en el grupo de profesores que forman parte de un departamento académico y que son los responsables de una revista, el incumplimiento de éste o aquel articulista o la evaluación solicitada de un artículo y nunca o de manera tardía recibida, etc., son elementos todos que pueden convertirse en una trampa para el analista, máxime cuando no hay posibilidad de contrastar tipos de fuentes (por ejemplo, en nuestro caso la imposibilidad de revisar las actas de reunión de un comité editorial, de entrevistar a antiguos directores, de establecer los tirajes y distinguir entre ejemplares vendidos en librería y número de suscriptores, etc.). Ese carácter de azar y de acontecimiento aleatorio que ronda a todo acontecimiento social, incluida desde luego una revista, es lo que hace desconfiar un tanto de los ejercicios


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cuantitativos puntillosos, que se toman por más de lo que son. El conteo de palabras, la medida de superficies, el número de artículos dedicados a este tema por comparación con el número de artículos dedicados a aquel otro, etc., pueden ser indicios importantes si se toman por lo que son: indicios de una situación difícil de establecer en toda su complejidad, pequeñas guías que nos pueden ayudar a orientar la indagación, pero que de ninguna manera aseguran éxito en el análisis. Otro aspecto mayor de la dificultad del análisis de una revista de historia tiene que ver con el problema de sus relaciones con la sociedad –un problema en mi opinión casi imposible de resolver-, y de manera más limitada con el problema de sus relaciones con el conjunto de la investigación histórica en una sociedad y con quienes son sus practicantes. Si se trata en verdad de las relaciones profundas que se pueden establecer entre una revista y su entorno historiográfico, habrá que decir que aquí la palabra final sólo la tiene el tiempo, pues sólo en la “duración” es posible establecer qué puede haber llegado a ser una influencia duradera. HC es una revista joven, una “obra en marcha” respecto de la cual toda afirmación rotunda corresponde a un ejercicio simple de retórica. Respecto de sus influencias sobre el entorno y la manera como ese mismo entorno (historiográfico) la ha determinado, varias cosas se pueden postular, pero todas ellas con carácter completamente tentativo. De tal manera que, como en cualquier otro análisis, lo que se impone es la prudencia, la afirmación condicional y el recurso a fórmulas del tipo “parecería que...”, lo que permite aliviar en algo la incertidumbre que corroe todo análisis histórico, tanto en términos explicativos, como en relación con las fuentes que le sirven de apoyo. Por nuestra parte, en las páginas que vienen trataremos –de la manera más clara posible y apoyándonos en *todos los indicios que la revista ofrece y en otras informaciones más- de presentar algunas observaciones que sirvan para trazar un cuadro de las evoluciones más visibles de la revista al cabo de casi quince años de trabajo, teniendo en cuenta desde luego el proyecto original que parece haber alumbrado sus comienzos, todo ello para intentar formular algunas preguntas acerca de la identidad de la revista y su papel dentro del conjunto de la investigación histórica en el país, dos preguntas que resultan centrales cuando se trata de pensar en el futuro de un instrumento cultural de esta naturaleza4. Para tratar de enfrentar nuestro objeto y objetivos procederé de la siguiente forma: en primer lugar trataré de recordar algunos de los rasgos de lo que se puede llamar la “coyuntura historiográfica nacional” en el momento de la aparición de HC y en los años inmediatamente posteriores, haciendo un uso laxo del término “historiografía”, término que, mientras no se advierta lo contrario, utilizaré como sinónimo de investigación histórica, y sólo en ocasiones en su significado preciso y restringido. Debe anotarse que los rasgos que retendré de lo que denominamos la “coyuntura historiográfica nacional” son solamente aquellos que me parecen interesar en función del problema construido, y que el cuadro que presento separa y enfatiza ciertos rasgos, traicionando a veces el contexto original en que los inscribieron los autores en que me apoyo. 4

La inspiración básica de este análisis viene de ROUSSELLIER, Nicolas, “Les revues d’histoire”, en BEDARIDA François, L’histoire et le métier d’historien en France 1945-1995, París, MSH, 1995, pp. 127-146.


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En segundo lugar realizaré una presentación descriptiva de HC, recordando al mismo tiempo, sin ninguna pretensión comparativa, algunas de las características principales de revistas colombianas de historia y ciencias sociales que son contemporáneas y, por algunos aspectos, similares a HC. Luego trataré de seguir las diversas presentaciones que de sí misma ha hecho HC y algunas otras informaciones que la revista ha brindado a sus lectores y posibles articulistas, informaciones complementarias que serán de gran ayuda en nuestro trabajo, todo ello para concluir con algunas observaciones puntuales respecto a lo que renglones arriba mencionamos como la identidad y el papel de una revista por relación con el entorno historiográfico que es el suyo.

II. la coyuntura historiográfica reciente en colombia Poco antes de su temprana desaparición, el historiador Germán Colmenares realizó de la manera más ecuánime y constructiva un balance de la investigación histórica en el país, una tarea que, según decía, no le entusiasmaba mucho, a pesar de que muchos años antes hubiera realizado un ejercicio similar, pero aquella vez bajo una forma estrictamente programática, en un texto titulado “¿Por dónde comenzar?”, un texto por desgracia olvidado. En el texto de balance historiográfico al que nos referimos, y en la parte que nos interesa, Germán Colmenares ofrecía un diagnóstico positivo de los estudios históricos nacionales, a cuya pujanza tanto había contribuido. Colmenares, quien notaba ya el despertar de la historia cultural y pensaba que los jóvenes historiadores se interesaban por “las innovaciones más recientes de escuelas historiográficas como Annales y Past and Present”, escribía hacia 1990: En todo caso puede concluirse que tenemos una historiografía que ha ido madurando en los últimos 30 años y que ha ido adaptando con éxito a nuestras propias circunstancias paradigmas europeos y anglosajones de investigación5. En el mismo momento en que G. Colmenares presentaba un diagnóstico relativamente alentador de los estudios históricos en el país, uno de sus más cercanos amigos, el historiador Jorge Orlando Melo – posiblemente la persona más informada entre nosotros acerca de la producción histórica nacional-, publicaba un texto en el que parece compartir algo del optimismo de Colmenares, pero en donde soltaba ya la primera alarma juiciosa sobre la posible deriva de la investigación histórica en el país. El texto, que debía haber sido entendido como un llamado a la discusión y a la revisión de programas de trabajo, y que no demonizaba de manera fácil lo que ya en esa época se conocía como la actitud “postmoderna en los estudios históricos”, recordaba el éxito y la alta productividad de los estudios históricos nacionales entre 1970 y 1990, pero reconocía que el panorama se encontraba cambiando. J. O. Melo hablaba de ... cierta sensación de que la producción histórica está perdiendo algo del entusiasmo que la impulsó en años anteriores y de que la disciplina se encuentra en una situación de 5

COLMENARES, Germán, “Perspectiva y prospectiva de la historia en Colombia.1991”, en Ensayos sobre historiografía, Bogotá, TM Editores, 1997, p.101. La observación sobre las nuevas generaciones y Annales y Past and Present, en pp. 109-110, aunque resulta difícil saber a qué se refería Colmenares con la frase “Las nuevas generaciones de historiadores”. Cf. también “Estado de desarrollo e inserción de la historia en Colombia” [1990], en Ensayos sobre historiografía, op. cit., pp. 121-166.


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perplejidad: sus orientaciones actuales [...] no son claras y no se sabe muy bien en qué dirección puede avanzar6. Tendencias contradictorias, pues, como decía J. O. Melo, ya que si bien por una parte la criatura mostraba síntomas de buena salud y sus practicantes –en realidad algunos de ellos- gozaban de amplio reconocimiento social y político, de otra parte no sólo ninguna obra importante se había producido en años recientes sobre la historia del país, sino que se multiplicaban los artículos y pequeños ensayos sobre los más variados y a veces insustanciales aspectos, un poco como efecto de la última novedad editorial leída, un poco como resultado de una mirada presa del exotismo y la frivolidad, mirada que encontraba para cada uno de sus “pequeños objetos” dos o tres documentos que permitían borronear unas cuartillas sobre el “nuevo objeto descubierto”7. Diez años después, J. O. Melo volvería sobre el problema de los estudios históricos nacionales en el último medio siglo y sobre lo que él ha llamado la “perplejidad de los noventa”, reconociendo ahora sí de manera directa no sólo la existencia de una crisis, sino también el hecho de que el diagnóstico de tal crisis no se había hecho, es decir que la discusión no había nunca comenzado, por lo menos de manera explícita. En ese nuevo texto8, Melo señalaba algunos elementos más, en los que no se ha insistido con fuerza, pero que me parecen básicos para comprender la coyuntura historiográfica de los años 90. Dentro de ellos, destaco la aparición, en los años 80, de grandes compilaciones sobre la historia del país producidas por prestigiosas casas editoriales (Planeta, Salvat, Oveja Negra, Círculo de Lectores), que si bien de ninguna manera ofrecían verdaderas visiones de síntesis sobre la base de la masa de conocimientos acumulados, sí constituían un resumen de los resultados que los historiadores ofrecían a las nuevas capas de lectores urbanos de clase media, resultados que sin ninguna duda, y por imperfectos y hasta equívocos que fueran, ofrecían otra visión del país, más ecuánime, más informada y profesional, y menos izquierdizante y sectaria que la que ofrecieron algunos de los historiadores de los años 70, sobre todo los menos profesionales y menos provistos de capital cultural, algunos de cuyos 6

MELO, Jorge Orlando, “La historia: perplejidades de una disciplina consolidada” [1991], en Predecir el pasado. Ensayos de historia de Colombia, Bogotá, Fundación Simón y Lola Guberek, 1992, p. 8. Años después, en una ponencia presentada en el IX Congreso Colombiano de Historia (1997), J. A. Bejarano retomaría de manera radical algunos de los elementos del balance de J. O. Melo y produciría uno de los panfletos más agrios que entre nosotros se ha escrito contra las llamadas corrientes postmodernas. Cf. Jesús Antonio Bejarano, “Guía de perplejos: Una mirada a la historiografía colombiana”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, Universidad Nacional, No 24, 1997, pp. 283-338. Aunque Bejarano no profundiza en los trabajos locales y resulta más bien un tanto perdido en la consideración del abigarrado panorama internacional de los estudios históricos, de los cuales pretendía hacer el mapa, su diagnóstico sobre lo que ocurría en el país era claro y sin matices: “Advirtamos de antemano que la historia parece transitar hoy, peligrosamente, hacia una fragmentación de temas y métodos [...] que va desvertebrando el cuerpo del conocimiento histórico y desnaturalizando la historia como disciplina académica” (p. 288). A pesar de que Bejarano hubiera podido concentrarse en por lo menos un grupo de trabajos colombianos para mostrar en ellos lo que le parecía que estaba ocurriendo, cosa que no hace, es posible que su imagen se haya formado a partir de una lectura de TOVAR, Bernardo et al., La historia al final del milenio, 2 vols. Bogotá, Universidad Nacional, 1994, obra que efectivamente cita al principio de su texto como referencia central.

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A su manera y con su tono, Bejarano escribía: “... si hemos de resignarnos al relato y al acontecimiento en su estrecha perspectiva me temo que muchos no estemos ya interesados [...] en perder el tiempo escudriñando las modalidades de la siesta del mediodía en la Coyaima indiana del siglo XVIII”. J. A. Bejarano, “Guía de perplejos...”, en Anuario... 1997, op. cit., p. 324.

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MELO, Jorge Orlando, “Medio siglo de historia colombiana: Notas para un relato inicial”, en LEAL, Francisco, REY, Germán (editores), Discurso y Razón. Una historia de las ciencias sociales en Colombia, Bogotá, TM Editores/UNIANDES, 2000, pp. 153-177.


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libros habían terminado reemplazando los viejos manuales de Arrubla y Justo Ramón y volviéndose a su manera en “clásicos” y best-sellers en las universidades de menor desarrollo intelectual y en muchos colegios de secundaria9. Desde luego, esas nuevas “obras colectivas” de gran tiraje no representaban ninguna revolución historiográfica –la pequeña revolución ya estaba sintetizada años atrás en el Manual de Historia, publicado por COLCULTURA-. Eran apenas la normalización de resultados adquiridos en los años anteriores, prueba de un mercado editorial en crecimiento y un ejercicio de ampliación del número de historiadores capaces de enfrentar con mediano rigor un problema y una documentación, pero sí deberían haber sido la ocasión de un balance y de nuevas definiciones para quienes a principios de los años 90 intentaban abrir la historia nacional a “nuevos temas, nuevos enfoques y nuevos problemas”, hecho que no ocurrió. Paralelo a este proceso de legitimación de nuevas visiones de la historia nacional, entre 1985 y 1989 se desarrolló en el país lo que Germán Colmenares llamaría “La batalla de los Manuales”, pues aparecieron textos escolares para primaria y secundaria que fueron ocasión de comprobar de qué manera la enseñanza de la historia seguía siendo un punto sensible para las academias, la gran prensa liberal y conservadora y algunos intelectuales y políticos, todos los cuales consideraron su aparición como una profanación de la historia nacional. De tal manera que si años atrás el Manual de Historia había sido considerado como un desafío a los incontables tomos de la Historia Extensa de Colombia, ahora los libros de historia con alguna orientación crítica dirigidos a niños y jóvenes despertaban el recelo del viejo establecimiento, el que no dudó, con poco éxito, en pedir el retiro de tales libros, cuando el Ministerio de Educación decidió la compra masiva de alguno de ellos. Finalmente –y sin ninguna conexión directa con nada de lo anterior-, Germán Colmenares publicó en 1986 un libro –escasa y superficialmente reseñado- que hubiera podido ser una invitación al debate para los más jóvenes historiadores, porque significaba la puesta en escena de algunos de los temas más controvertidos en la investigación histórica de los años recientes. En Las convenciones contra la cultura, Colmenares intentaba, sobre la base de la lectura de textos teóricos conocidos desde los años 70 (por ejemplo H. White y R. Barthes), realizar un examen de la imaginación histórica del siglo XIX, pasando revista a algunas de las mejores producciones historiográficas de países del continente, para lo cual no mostraba ningún temor de adentrarse en el análisis textual, en pedir elementos prestados a la crítica literaria y enfrentar la historiografía como relato y narración. Pero el libro de nuevo pasó de largo, y a más de algunas observaciones superficiales sobre su “carácter postmoderno”, fue poco lo que se dijo, olvidando todo lo que de novedad e impulso para nuevos desarrollos historiográficos contenían lo que Colmenares sabiamente llamó “Ensayos”10. De una manera que llamaremos indirecta, HC propició por lo menos en una ocasión la ampliación de ese balance que debería haber conducido a un debate sobre los rumbos de la historiografía nacional. Nos referimos a la publicación que HC hizo del texto de Gonzalo Sánchez sobre las paradojas y encrucijadas de la investigación histórica en el país11, texto que debió ser sin duda ampliamente discutido en su Comité Editorial, pero cuyas consecuencias no parecen haberse expresado en la evolución de la revista, como si el ponqué hubiera quedado sobre la mesa sin haber sido probado. 9

Cf. como ejemplo de ese tipo de libro RODRÍGUEZ ACOSTA, Hugo, Elementos críticos para la interpretación de la historia de Colombia, Bogotá, Ediciones Tupac Amaruc, 1971 –existen numerosas reimpresiones.

10

Cf. COLMENARES, Germán, Convenciones contra hispanoamericana del siglo XIX, Bogotá, TM Editores, 1986.

11

la

cultura.

Ensayos

sobre

historiografía

SÁNCHEZ, Gonzalo, “Diez paradojas y encrucijadas de la investigación histórica en Colombia”, en HC, No 8, julio-diciembre, 1993, pp. 75-80.


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Gonzalo Sánchez retoma en su texto los anteriores balances de J. O Melo, pero simplifica un poco el campo de análisis al preferir, antes que el inventario de las publicaciones, “la enumeración de una serie de problemas”, aunque reconoce también su perplejidad –lo que ya va siendo una constante- sobre el curso de la investigación histórica nacional, y declara que en su opinión las cosas andan al mismo tiempo muy bien... pero muy mal, lo que lo conducirá a plantear un decálogo –en el sentido etimológico del vocablo-, algunos de cuyos puntos me parece pertinente recordar, para lo que son aquí nuestros propios propósitos. G. Sánchez saludará la aparición de la interdisciplinariedad, pero mencionará que posiblemente ella se esté logrando con pérdida del perfil profesional del historiador, visto este perfil no en términos académicos profesionalizantes, sino como dominio en el manejo del tiempo, de las perspectivas diacrónicas que permiten observar la presencia de cambios y de continuidades, y como vocación holística, como aspiración a captar los sistemas de relaciones entre grupos de elementos complejos, lo que él menciona como “totalidades relativas”. Sánchez comprobará la existencia de nuevas y multiplicadas “tribunas” de difusión de las investigaciones que en historia se realizan, pero anotará la ausencia de debate y de crítica, hecho que hay que lamentar, si se tiene en cuenta que “Un buen balance puede contribuir tanto o más que una buena obra al desarrollo de una disciplina”, es decir al desarrollo del conocimiento de una sociedad particular, en este caso desde el ángulo del tiempo, y a la reflexión crítica sobre los instrumentos puestos en marcha en tal esfuerzo de conocimiento. Recordará enseguida el autor que ha habido en historia un notable aumento de la producción y una diversificación temática grande, pero anotará que siguen ausentes los trabajos de síntesis, que son los que pueden dinamizar la disciplina, si se tiene en cuenta que las síntesis bien realizadas son la mejor ocasión para volver sobre un cuestionario, para poner al día un conjunto de problemas examinados, en fin, para pulsar el avance de un campo particular del saber y para proponer hipótesis nuevas sobre la base de lo conquistado. G. Sánchez mencionará que las grandes obras colectivas de los años anteriores –cuyo desarrollo más notable parece haber sido la Nueva Historia de Colombia de Planeta Editorial-, no constituyen estrictamente hablando trabajos de síntesis, sino más bien compilaciones cuyos criterios de unidad no pasan del número de páginas asignadas a cada uno de los autores participantes12. Finalmente –pero el orden de enumeración y la selección son míos-, y me parece lo más importante en nuestra dirección, Sánchez señalará que en el país los trabajos de historia son cada día más numerosos, que la producción comienza a “industrializarse”, a partir del crecimiento de los pregrados y de los postgrados, del aumento de las revistas y otro tipo de publicaciones, pero que en cambio no avanza la disciplina, lo que se comprueba, también, cuando se constata la inexistencia de obras mayores, realmente importantes, que pudieran emular con algunas de las producidas en los años 70. El mismo problema, visto desde otro ángulo, podría ser expresado diciendo que hay muchos proyectos… pero pocos programas, que la articulación entre unos y otros es baja o inexistente, y que el término de comunidad académica es usado en ocasiones con ligereza, si se observan con cuidado los hechos13. 12

La inspiración le viene a G. Sánchez, como él mismo lo menciona, de Marc Bloch, La historia rural francesa, Barcelona [1952], Crítica, 1978, quien escribe: “En el desarrollo de una disciplina, hay momentos en que una síntesis resulta mucho más útil que muchos trabajos de análisis; son momentos en que, dicho en otros términos, importa sobre todo enunciar bien las cuestiones, más que, todavía, tratar de resolverlas” (p. 27).

13

Este último aspecto del problema fue también advertido con firmeza por J. A. Bejarano cuando escribía: “Nos preocupan pues, no las actividades individuales de los investigadores, sino la disciplina académica considerada como «Una institución social dedicada al consenso social racional de opinión sobre el campo más amplio


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Con énfasis diferentes, pero con coincidencias de fondo, los autores que hemos mencionado bosquejan una “coyuntura historiográfica” que desde de la presentación más bien optimista de Colmenares hasta la visión pesimista de Bejarano, pasando por el inventario juicioso de Melo y la síntesis crítica de Sánchez, ofrecen un cuadro aproximado de la situación de la investigación histórica en el país en el momento de la aparición de HC. Habrá que ver de qué manera la revista se definió frente a ese panorama –o trazó otro- y de qué forma su trabajo ha podido modificar la situación con la que se encontró.

III. el mundo de las revistas Nada tan atrayente para el análisis del campo intelectual como el mundo de las revistas. Por encima de muchas otras formas de difusión, una revista siempre constituirá una tentación mayor para los “hombres de letras”. Carta de presentación en sociedad, estandarte de grupo, la revista de alguna manera sintetiza para los intelectuales la “omnipotencia” que le conceden a las ideas con las cuales piensan cambiar el mundo. En Colombia –pero la situación es más extendida de lo que se cree- son centenares las revistas que, lanzadas en un clima vocinglero, no logran pasar de su primer número. Como lo anotamos ya, hoy mismo asistimos a un florecimiento ampliamente sospechoso de revistas universitarias que, puede asegurarse con relativa confianza, no irán más allá de sus primeros dos o tres números, ya que antes que la expresión de un saber acumulado a través de juiciosos procesos de investigación, se trata de respuestas de última hora a mecanismos formales de modernización del sistema universitario, como los procesos de acreditación. Sin embargo, en el campo de la disciplina histórica y de las ciencias sociales la situación de florecimiento de revistas en los años pasados parece coincidir de alguna manera con un aumento real del trabajo de investigación sobre la vida del país y sobre las teorías que soportan tales análisis, y no puede dejar de señalarse que en los últimos 15 años hemos conocido más y mejores revistas, revistas de gran calidad, tanto desde el punto de vista de su contenido como de su propia presentación. Algunas de ellas ya no existen, y hay que lamentarlo; otras continúan y parecen tener asegurada una vida larga; otras más se encuentran en proceso de aparecer y es de esperar que consolidadas sirvan para animar una vida académica y cultural que a veces tiene mucho de rutinaria. En 1984 apareció el nuevo Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. De una vieja revista, editorialmente sin ningún atractivo, destinada a favorecer un pequeño círculo de amigos escritores y difundida de manera gratuita sin importar a quién ni para qué, sus nuevos directores lograron hacer una revista de ciencias sociales, historia y literatura, que se caracterizó por una cierta vigilancia sobre la calidad de lo publicado, por organizar “dossiers” sobre temas diversos y gratamente sorprendentes, y por la decidida atención a los aspectos de diagramación y al material gráfico. Además de ello, y por relación con lo que más nos interesa, la revista presentó a cargo de plumas diversas y dentro de un criterio de completa libertad balances del conjunto de las ciencias sociales, y una amplísima sección de reseñas que fue ocasión de debate sobre libros claves dentro de la producción bibliográfica nacional. Con un Consejo Editorial compuesto en sus inicios por tres escritores de amplia y reconocida trayectoria, por un historiador que ha sido en el final del siglo XX el más activo posible»”. Cf. J. A. Bejarano, “Guía de perplejos…”, Anuario… 1977, op. cit., p. 287. Puede ser discutible la epistemología “convencionalista” en que se apoya Bejarano, pero el propósito que la anima en su texto no puede ser más loable.


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organizador cultural del país (en el sentido gramsciano de esa noción) y por una periodista, el Boletín, con un precio módico, se difundió bien, llegó a las universidades y parece haber sido una oportunidad bien aprovechada por los lectores, sobre todo por aquellos de ciudades diferentes de Bogotá, en donde el Banco de la República mantiene sedes culturales. Desconocemos si hoy continúa apareciendo, pero es claro que desde hace por lo menos un lustro su aparición se volvió completamente irregular, y en los últimos números publicados ya el anterior dinamismo de reseñistas y articulistas parecía cosa del pasado. En 1987, en el marco de trabajo del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, fue creada Análisis Político, en nuestra opinión la gran revelación en el mundo de las revistas nacionales. La revista ha cumplido sus quince primeros años de vida, ha acumulado una valiosa experiencia editorial y ha logrado por primera vez que en una universidad pública una revista no institucional pueda contar con un pequeño grupo de académicos dedicados a la tarea de organizarla, editarla y sostenerla. Análisis Político, que ha llegado a su número 47 (un CD recoge los anteriores números publicados) es hoy una revista arbitrada, definida como interdisciplinaria, y que declara publicar artículos inéditos “que recojan resultados de investigación que puedan ser considerados como «estudios políticos»”, una definición lo suficientemente amplia como para haberle permitido publicar en sus tres lustros de trabajo textos relacionados con muy diversas temáticas y enfoques. Análisis Político, más allá del “sello de calidad” que se desprende del hecho de que sus artículos sean reseñados por seis importantes publicaciones de “indexación” internacional, ha sabido ser regular en su aparición, garantizar una presentación de alta calidad estética, divulgar en sus portadas las obras de importantes pintores nacionales y lograr la colaboración en sus páginas de autores de primer orden en el campo de la historia y las ciencias políticas, a más de haber permitido aparecer a jóvenes investigadores de la Universidad Nacional. Excelente revista que sale bien librada de cualquier comparación con sus similares del continente, en el terreno puramente local ha tenido el mérito de abrir sus páginas a debates importantes sobre el presente y el futuro del país, al mismo tiempo que ha sido uno de los lugares más visibles del rompimiento entre lo mejor de la intelectualidad nacional y la insurgencia armada, por la propia discusión que sobre las posibilidades de la democracia ha desarrollado en sus páginas. En el campo estricto de la investigación histórica debe mencionarse, para comenzar, el Anuario de Historia Social y de la Cultura, la vieja revista fundada por don Jaime Jaramillo Uribe en 1963 en la Universidad Nacional, y en donde tuvieron ocasión de aparecer los artículos con los cuales Jaime Jaramillo fundó para el país la Historia Social. De aparición no exactamente regular (29 números para 39 años), cuenta con un Consejo de Redacción de cuatro miembros que, en la actualidad, incluye a cuatro historiadores que en el pasado reciente estuvieron ligados de diferentes maneras con HC. El Anuario, que declara recibir solamente trabajos originales e inéditos, describe de manera un poco vaga como su objetivo principal la divulgación de “investigaciones sobre la historia de Colombia”, aunque señala que también se interesa por ensayos “comparativos sobre América Latina” –pero es difícil saber con cuánta conciencia se ha utilizado ahí la palabra “ensayo”-, lo que efectivamente ha comenzado a ocurrir desde hace un cierto tiempo. El Anuario, que ha conocido a lo largo de su historia distintos “aggiornamentos” de forma, dejando la fea presentación que lo caracterizó en sus comienzos, es también una revista “arbitrada”, aunque no anuncia por ninguna parte haber recorrido el camino que significa lograr la inclusión en “index” internacionales. Para el objetivo de estas notas, el Anuario, cuya última aparición es un grueso volumen de 330 páginas, resulta muy interesante como expresión de la propia dificultad del “género” revista, pues hay de hecho que hacerse la pregunta de si un “anuario” es, estrictamente hablando, una revista. En la tradición internacional no lo es, y muchas características diferencian esas dos clases de productos editoriales. Entre nosotros, la diferencia parece no existir, y el término “anuario” se usa al parecer sólo en el sentido de periodicidad. Lo anterior se comprueba también en el caso del Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, la revista de la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander, que ya ha llegado a su


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séptimo número, y que en sus comienzos tuvo como objetivo la divulgación de “trabajos históricos sobre Ecuador, Colombia y Venezuela”, comprometiendo instituciones académicas de los tres países: la UIS de Colombia, FLACSO/Quito, del Ecuador, y la Universidad del Zulia, de Venezuela. En el plano institucional, el proyecto no marchó, pero la revista se sostiene, un poco por la dedicación de su director, y la edición del 2001, que corresponde al número seis, tiene la cantidad (increíble) de 483 páginas, resultando por esta razón muy difícil saber de qué producto editorial se trata: una revista, un anuario, una compilación de artículos diversos, bajo un título que ya poco parece corresponder a su contenido, todo esto dicho sin desconocer la calidad de muchos de los trabajos que ahí se han publicado. La distribución de esta revista –una dificultad de casi todas las revistas colombianas en ciencias sociales- es nula y es de temerse que buena parte de este esfuerzo no sirva más que para gloria personal de sus articulistas y para mejora en los escalafones universitarios. A partir de 1986 comenzó a circular Estudios Sociales, la revista de la Fundación Antioqueña de Estudios Sociales, FAES, revista que se definía como semestral, aunque ya desde su primer número de septiembre de 1986 y el segundo correspondiente a marzo de 1988 se podía observar que habría problemas con su aparición regular. La revista, que pedía a sus posibles articulistas enviar trabajos que se refirieran a las ciencias sociales “o a asuntos de interés general de otras disciplinas que puedan servir de apoyo interdisciplinario a las ciencias sociales”, fue durante su existencia estrictamente una revista de historia, no sólo por los materiales que publicó, sino por el Consejo de Dirección que rigió sus destinos. De carácter similar por muchísimas razones a la desaparecida Estudios Sociales resulta ser Historia y Sociedad, la revista que animan los profesores del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Medellín y que ha llegado en marzo de 2002 a su número 8 (335 páginas en ese número y un promedio de 240 para el conjunto). Orientada desde su creación –diciembre de 1994- por el viejo Maestro de historiadores, Antonio Restrepo, Historia y Sociedad se dotó en sus inicios de un Comité Editorial constituido por los profesores del Departamento que la edita, pero ya en su segundo número se auxilió con un Comité Asesor, constituido por cuatro reconocidos miembros de la llamada Nueva Historia –algunos de ellos ya habían figurado en Estudios Sociales- y una historiadora más joven. En su primer número la revista hizo una definición sencilla de sus objetivos, señalando que aspiraba “a abrir un nuevo espacio para la difusión de las investigaciones históricas en Colombia”, papel al que en general parece haberse sometido –empezando por la publicación de los profesores y algunos de sus estudiantes y graduados-, aunque de hecho sus intereses han sido más amplios. Su aparición ha sido un tanto irregular, y aunque la definición sea la de revista, podría ser considerada como un “anuario de investigaciones” que en parte recoge la producción de los propios académicos que allí laboran. No muy diferente de las dos anteriores, aunque más humilde en el momento de su fundación (mimeógrafo) y muchísimo más irregular en cuanto a su periodicidad resulta ser Historia y Espacio, la revista del Departamento de Historia de la Universidad del Valle, que volvió a reaparecer en 2001 (Número 17, 226 páginas) y cuyo número 19 deberá aparecer en junio de 2003, si las cosas marchan bien. Como casi todas nuestras revistas de historia, Historia y Espacio declara una serie de propósitos que regularmente son incumplidos y que no parecen haber sido meditados con cuidado. Así por ejemplo, en este caso, se nos dirá que el objetivo es el de “divulgar ensayos rigurosamente inéditos y exclusivos para la revista” –lo que no siempre ha sido cierto y lo que no siempre es deseable- y “que traten acerca de cualquier aspecto de la historia de Colombia y de América Latina”. La palabra ensayo –utilizada también por el Anuario de Historia Social y de la Cultura-, un género específico, por lo demás de gran dificultad, parece estar ahí escrita de manera más bien descuidada –un informe de investigación, por ejemplo, no es un ensayo- y la frase “acerca de cualquier aspecto” podría resultar mucho más que problemática. Historia y Espacio cuenta hoy con un Comité Editorial, formado por profesores del Departamento que la edita, y cuenta con un Comité Internacional, una moda reciente en el país, que de ningún modo asegura de manera automática la mejora de una revista.


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Mencionemos finalmente, dentro de esta enumeración puramente parcial y centrada en las revistas que parecen haber logrado mayor visibilidad, a Fronteras, una revista en su origen “órgano de expresión intelectual y académica” de un centro de Investigaciones especializado en historia colonial, que tenía su sede en el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. La revista, que tenía como animador principal a un viejo maestro de historia, el profesor Hermes Tovar, se declaraba abierta “a investigaciones originales sobre la historia y las ciencias sociales de Colombia y América Latina”, aunque declaraba admitir “todo tipo de colaboración científica que contribuya al desarrollo del conocimiento histórico”, una fórmula tan amplia como las que hemos constatado en Historia y Espacio, pero que parece una constante de la mayoría de las revistas de historia del país, aunque en otra parte Fronteras acuñó una fórmula mucho más concreta para definir el perfil de la revista, al señalar que tenía como objetivo principal “divulgar artículos inéditos sobre historia y ciencias sociales […] que por su información constituyan un aporte empírico, teórico y metodológico”, aunque la fórmula hubiera podido ser más clara si no dijera solamente por su “información”. Fronteras contó desde sus inicios con un Comité Editorial y con un Comité Asesor, compuesto por 10 historiadores de diversos orígenes y tradiciones, pero todos caracterizados por la pertenencia a importantes instituciones académicas y autores de trabajos notables en sus campos de investigación, aunque resulta imposible saber acerca de la vinculación real de tales historiadores con la revista. Con su número 5, correspondiente al año 2000, Fronteras – ahora Fronteras de la historia- ha dado un viraje de 360 grados respecto de sus propósitos originales. Coincidiendo con cambios en el Instituto Colombiano de Antropología, ICAN, que ahora agregó la letra “H” a su tradicional denominación, luego de la asimilación a ese Instituto del otrora Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, la nueva Fronteras se ha situado de manera decidida en el campo de las propuestas postmodernas para la historiografía y ha importado una cierta jerga de difícil comprensión, en la que define ahora su objetivo principal, escribiendo que tal objetivo es el de “delinear un campo textual donde coexistan diversas interpretaciones y observaciones críticas del pasado”, o, en una fórmula más elíptica, “delinear un campo textual siempre abierto a las yuxtaposiciones”, teniendo como meta, como era de esperarse, “iniciar la relectura de la historia colonial desde la historia cultural”, y “sentar las bases de una nueva historia cultural”, abierta a la antropología, el psicoanálisis y la crítica literaria14. Habrá que esperar qué ocurre con la publicación así redefinida –esperemos que lo mejor-, pues se trata de altas y difíciles metas. De todas maneras, lo que hasta ahora conocemos indicaría un fuerte asalto a las trincheras de lo que se estima como el conformismo histórico y el anuncio de una “nueva refundación” de los estudios históricos en el país, los que en adelante deberán ser parte de los llamados Estudios Culturales, para que por fin, bajo la inspiración transdisciplinaria, la antigua disciplina histórica importe de manera directa las preguntas centrales de las nuevas ciencias sociales, de la nueva antropología, de la nueva filosofía y de la nueva crítica literaria. Habrá que esperar para saber qué resulta de este experimento, en la medida en que alguno de sus propulsores produzca y publique alguna obra sobre alguna dimensión concreta de las sociedades coloniales. Por ahora, todo parece confinado en el nivel de la retraducción de algunas obras innovadoras (como las de Michel Foucault), de otras menos innovadoras y de algunas que no lo son en absoluto, a través de un lenguaje poco afectuoso con el castellano, lo que indicaría tal vez que el proceso de asimilación de las lecturas realizadas aún no ha dado sus frutos15. 14 15

Cf. “Editorial”, Fronteras de la historia, Volumen 5, Bogotá, ICANH, 2000, pp. 5-6.

Cf. Idem, Dossier: “La historia en Colombia hoy: ¿encerramiento y cientificismo?”, en especial FLOREZ, Alberto, “La historia en su encerramiento. Una mirada iconoclasta al quehacer de la historia en Colombia”, pp. 933. Para la asimilación arbitraria de autores a su propio punto de vista, cf. p. 25, en donde se incluye contra toda clase de evidencias a Roger Chartier en el grupo de los postmodernos y “textualistas”. Para el punto de vista de


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Digamos, como resumen de lo expuesto, que, tal como ya lo hemos mencionado, ha crecido el número de tribunas que sirven como difusoras de las investigaciones históricas y que ha aumentado su calidad, sobre todo por la introducción de procesos arbitrados y la existencia de comités asesores compuestos por reconocidos especialistas, aunque no se sabe cuánto pueda tener de gesto formal la aceptación de este tipo de procedimientos; que esas tribunas han estado aquejadas de los males eternos de las revistas entre nosotros: la falta de periodicidad y los problemas de distribución, aunque en este campo mucho se ha mejorado; que aunque algunas de ellas han sido fundadas bajo la dirección de algún gran “patrón”, todas parecen haber evolucionado hacia formas de dirección colegiada, aunque no es menos cierto que parece haberse formado hace ya cierto tiempo una “República de Comités Editoriales”, en donde de manera sistemática se repiten los mismos nombres. Hemos constatado, además, que las revistas de historia tienden a definirse en términos bastante vagos y abstractos, y que todas se inscriben en una tradición “generalista”, en donde no se reconoce énfasis ninguno ni en periodo ni en temática, que todas afirman de manera formal el lazo que une a la historia con las ciencias sociales y manifiestan su vocación interdisciplinaria. Igualmente, que todas ellas han tratado recientemente de sacudirse el aspecto provinciano que por siempre las había caracterizado, incluyendo artículos sobre otros países del continente y buscando la colaboración de historiadores de otras partes del globo. Es claro, así mismo, que la investigación en historia ha crecido, sobre todo como consecuencia de la aparición de las maestrías y del interés que sociólogos y antropólogos han mostrado por la historia y que hoy hay más por publicar, pero no parece que por ello la disciplina se haya hecho más fuerte en términos de los debates que sostiene y de la autoconciencia que haya desarrollado respecto tanto del papel del conocimiento histórico en la sociedad, como respecto de las dificultades mismas de la disciplina en cuanto a su estatuto epistemológico, a su definición como práctica científica o como saber humanístico y, en fin, frente a la especificidad del oficio de historiador. El material examinado deja también la impresión de que la revista de historia, en tanto género de escritura y género de lectura de investigaciones históricas, no es un objeto bien definido entre nosotros, lo que puede ser un obstáculo cuando las revistas quieran de manera más expresa definir su forma de intervención en los debates que sobre el curso de la historiografía nacional nos aguardan. Por ahora, con excepción de Análisis Político –que de todas maneras no es una revista de historia-, las revistas de historia parecen condenadas a mejorar de número en número respecto de su contenido, pero a retroceder en cuanto a su definición desde el punto de vista del género, y eso amenazará con volverlas vitrinas de exposición y canales de circulación de una producción histórica creciente y miscelánea, que sufre un cierto envejecimiento en razón de su especialización prematura y de su desconexión frente a los procesos mayores que aseguran el mínimo de inteligibilidad que todo estudio histórico necesita para ser algo más que descripción –buena o mala- de aspectos parciales del funcionamiento de una sociedad. La mayor parte de estas observaciones pueden aplicarse a HC.

IV. historia crítica (1989-2002): definiciones y evoluciones A lo largo de su breve historia, HC se ha mostrado como una revista que ha cumplido de manera casi estricta con la aparición regular que se propuso. Desde luego que han existido problemas a ese respecto Chartier sobre estos problemas, cf., entre muchos otros textos, CHARTIER, Roger, “Figures rhétoriques et représentations historiques. Quatre questions à Hayden White”, en Storia della Storiografia, 24, 1993, pp. 563600. G. Colmenares había escrito en 1990: “Cada vez se observa menos preocupación por acogerse a la «última» teoría o a las novedades de la moda intelectual y mayor cuidado en el uso y la interpretación de materiales empíricos”. ¡Se equivocó! Cf. COLMENARES, Germán, “Estado de desarrollo e inserción social de la historia en Colombia”, en Ensayos de historiografía, op. cit., pp. 109-110.


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y en tres ocasiones HC ha faltado a la cita semestral con sus lectores. Pero aun así, atendiendo a lo que constituye la tradición nacional y a lo que ha sido el comportamiento de sus similares en el campo de la historia, HC ha sido un ejemplo de constancia y esfuerzo. En sus 14 años de circulación, HC ha publicado 24 números que forman un total aproximado de 3.500 páginas, con un número promedio de 143 páginas (con extremos de 200 y 88 páginas). Los 162 artículos publicados por HC pueden de manera aproximada clasificarse, desde el punto de vista del “área cultural” que toman como objeto, de la siguiente forma (aunque desde luego “historiografía” no constituye un área cultural)16: Cuadro No. 1 Colombia América Latina Europa URSS - Rusia “Islam” EEUU Historiografía Otros Total

89 26 15 5 6 3 15 3 162

55.0% 16.0% 9.2% 3.0% 3.8% 1.9% 9.2% 1.9% 100%

Amplitud de miras, cierto cosmopolitismo, deseo de conectar a sus lectores con las realidades de un mundo en transformación y en parte prueba de la diversificación “regional” de los intereses de los profesores del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, HC ha resultado desde este punto de vista ejemplar y sólo comparable en este punto con la tarea adelantada por Análisis Político. La misma diversidad y amplitud de miras resalta al examinar esos 162 artículos desde el punto de vista de su temática, aunque el ejercicio de clasificación resulta mucho más arbitrario en razón de las propias evoluciones recientes de la investigación histórica en el país, la que, muy a tono con lo que viene ocurriendo con la historiografía internacional, ha especializado, diversificado y reformulado sus tradicionales separaciones en campos. Cuadro No. 2 Historia Económica Historia Social Historia Política Historia de la Cultura y del Arte Historia de la Iglesia y la Religión Historia de la Ciencia Historia de las Mujeres Historia Urbana Historiografía Total

16

17 27 38 29 8 10 13 5 15 162

10.5% 16.6% 23.5% 17.8% 4.8% 6.2% 8.2% 3.2% 9.2% 100%

Mi conteo de artículos no coincide con el que formalmente se deduce de la Tabla de Contenido de la revista.


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Es claro que con otros criterios de clasificación las cifras y porcentajes se alterarían, pero hemos tratado de proceder de la forma más equilibrada posible, atendiendo no tanto al título del artículo en cuestión como a su contenido efectivo. Las cifras deben ser vistas como simplemente indicativas y, como debemos repetir, construidas con cierta arbitrariedad. De hecho, no parece existir, por ejemplo, ningún criterio seguro para que lo que llamamos “historia urbana” no pueda ser clasificado como “historia social”, por fuera del hecho de que queríamos insistir en la presencia en HC de un campo de trabajo de cierta novedad y no muy desarrollado por la historiografía nacional. La clasificación tiene también el peligro de ocultar ciertas novedades importantes que han hecho presencia en HC. Así por ejemplo, los artículos clasificados como “historia política” incluyen aquellos que se ocupan de la historia de las relaciones internacionales, un campo nuevo en la reflexión de los historiadores nacionales. O, en sentido contrario, en los artículos clasificados en el rubro “Historia de la cultura y del arte” se incluyen tanto textos con alguna influencia de lo que hoy se denomina la “nueva historia cultural”, como textos, muy convencionales, que responden al enfoque de la llamada “historia de las ideas”. Ciento sesenta y dos artículos, que corresponden a un número menor de autores –de hecho en HC parece haber articulistas “de planta”-, en una combinación sorprendente que incluye gentes de diversas regiones, de distintas generaciones y de instituciones universitarias públicas y privadas de la más grande variedad. Desde un maestro consagrado como don Jaime Jaramillo Uribe, quien escribe en el primer número de HC sobre la historia de Bogotá, hasta el articulista del “espacio estudiantil” del No 24 –tan distintos los dos en sus pretensiones, en su escritura, en sus referencias-, HC, fiel a la idea expresada en su primer número, ha publicado textos de la más diversa índole, correspondientes a historiadores tout court, a sociólogos, economistas, antropólogos, filósofos y politólogos, extrañándose tal vez solamente las reflexiones de los geógrafos, en verdad ausentes de la mayor parte de la historiografía nacional, a pesar de que recientemente el “espacio” haya sido de nuevo recordado como una dimensión básica de todo proceso social. Una diversidad que ha enriquecido, pero que sin duda ha convertido algunos números de HC en un producto editorial difícil de definir por la falta de unidad y de relaciones entre los textos publicados. Por fuera de sus artículos habituales, cuerpo central de la revista, en la mayoría de las ocasiones HC ha tenido lo que se denomina “Secciones”, inconstantes en su aparición y no bien definidas. HC ha publicado alrededor de 89 reseñas de libros –en ocasiones reseñas de libros esenciales- y 148 “Notilibros”, pero no parece haber existido criterio uniforme ni frente a la extensión, ni frente al contenido ni al estilo de tales secciones, en especial la de reseñas. De hecho, un libro sobre el empresariado colombiano, por ejemplo, fue reseñado en el No 7, para aparecer en el número siguiente en la sección de “Notilibros”, sin que la segunda ocasión agregara nada a la primera. Y aún se puede citar un ejemplo más: un texto colocado en la Sección de reseñas, que resulta ser una ponencia presentada en un evento internacional (Cf. No 6. Igualmente cf. No 19, para el caso de un “ensayo” bibliográfico, completamente inorgánico, incluido en la Sección de reseñas, tal vez por referirse a varios libros y autores. Y la lista de ejemplos podría ampliarse). Similares observaciones podrían plantearse frente a la Sección de “Debates”, la que en sus tres primeras apariciones (Nos 3-5) parece haberle apuntado a temas que no parecieran constituir en ese momento objeto de debates importantes conocidos, pero que tampoco generaron ningún tipo de debate posterior. La Sección dejó de aparecer por unos meses y reapareció en el No 8 sin que hubiera mejorado su perfil –el verdadero debate es ese número podría estar más bien en el artículo ya mencionado de Gonzalo Sánchezy de nuevo se esfumó hasta el No 16, con un tema de actualidad política, en donde no se hacía la menor referencia historiográfica al problema considerado, a pesar de que los participantes en el debate habían


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producido obras con pretensión histórica sobre el problema, de tal manera que el asunto se resumió más bien en las “opiniones” de los autores respecto del tema que trataban17. En sus primeros tres números, HC no incluyó ninguna indicación que pudiera aclarar a sus posibles articulistas cuáles deberían ser las características de los textos propuestos para publicación, tal vez porque el problema no se había planteado, tal vez porque dentro de la mayor informalidad sus animadores se encontraban en contacto con historiadores que trabajaban sobre sus temas de interés -el primer número recogía artículos de Jaramillo Uribe y de dos reconocidos historiadores de la Universidad Nacional-, tal vez porque se pensaba que los miembros del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes podrían sostener con sus propias investigaciones el proyecto iniciado18. Lo cierto es que sólo a partir de su No 4 HC lanzó la primera señal –aún no muy clara- a sus posibles colaboradores, a través de un breve anuncio que decía: “Se reciben artículos de 20 a 40 páginas […]. Comunicarse con el Departamento de Historia”, y tan sólo en 1995 (No 10) HC incluyó una “Guía para colaboradores”, lo que quiere decir que durante siete años las relaciones de amistad o de colegaje fueron determinantes para la producción de la revista, en cuanto a sus artículos centrales, una forma de trabajo que en ocasiones puede resultar problemática. Ahora aparecía por fin una fórmula de gran exactitud, que aunque mantenía la misma discutible extensión para un artículo de revista, condensaba un criterio objetivo que debería darle un perfil preciso a la revista (aunque tal criterio no ha sido siempre norma cumplida): La revista considera solamente artículos inéditos que contengan investigación empírica substancial o que presenten innovaciones teóricas sobre debates en [sic] interpretación histórica […] El Consejo Editorial se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo19. El criterio resulta juicioso y normal –para una revista de historia-, aunque su necesario complemento: la existencia de “jurados anónimos”, tardaría varios años en llegar, por lo menos de manera explícita (cf. No 24), lo que ahora le otorga a la revista el carácter de “revista arbitrada”, con una posibilidad enorme de mejora de su calidad –para fortuna de sus lectores-, novedad que debe ser vista en consonancia con su inclusión en “Index” internacionales (cuatro en la actualidad) y en el “ranking” de COLCIENCIAS, planteándole a la revista un reto más: el de eludir la trampa que confunde la calidad de una revista, su lugar en un conjunto de debates y su capacidad de organizar un programa de trabajo con repercusiones sobre la actividad de una comunidad académica, con la pertenencia a una serie de “tribunales” que pueden terminar siendo instancias formales de legitimación y no lugares en donde se elaboran los mejores trabajos de una disciplina. HC, que ha tenido en sus 14 años de existencia seis directores, parece haber tenido desde el principio un equipo grande de personas para garantizar la calidad y la continuidad de su trabajo –en el primer número se menciona cerca de diez personas y un Consejo Editorial de seis miembros. Los directores de 17

Habrá que esperar para saber cuál es la suerte y evolución de la nueva Sección propuesta bajo el nombre de “Reflexión y ensayo”, y presentada como “un espacio abierto a breves planteamientos sobre temáticas afines a la historia”, pero es difícil saber cuál puede ser la necesidad, la lógica y el contenido de una Sección definida en tales términos.

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Una lista de los miembros del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, poco después de la creación del Departamento en 1984, puede leerse en la contrata de Documentos de Trabajo. Serie Historiográfica. Departamento de Historia. Universidad de los Andes, s.f.

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La extensión de los artículos, un poco mayor que la habitual en una revista, se reduciría luego a 25 páginas, y en su actual expresión en caracteres pasaría de 60 a 50000, una cantidad acomodada a las costumbres de buena parte de revistas de ciencias sociales.


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HC han tomado en varias ocasiones la palabra para definir los objetivos de la revista. Seguir algunas de esas formas de “editorial” –una definición de tareas, pero al mismo tiempo una manera de representarse y de fijar un lugar, a veces más imaginario que real-, puede servirnos para aclarar un poco la evolución y el papel de la revista, sobre todo si tales declaraciones se ponen en relación con su marcha real. En el primer número de HC, el director de entonces hizo una breve “Presentación” del proyecto de revista, pero prefirió referirse ante todo al ámbito institucional de ella –la Universidad de los Andes y su Departamento de Historia-, antes que a elementos de la “coyuntura historiográfica”, respecto de la cual optó, más bien, como Historia y Sociedad y otras revistas nacionales, por recordar que se trataba de un “medio de divulgación amplio”, abierto a la colaboración de propios y extraños, y que la revista aspiraba a abrir “un nuevo espacio crítico” para el desarrollo de la investigación histórica nacional, a través de un “aporte fresco e innovador a la discusión y debate que sobre historia se realiza en Colombia”, pero sin avanzar una sola palabra sobre los elementos que definían esa discusión y ese debate, dejando en ascuas al lector. Con la revista ya en circulación, la temperatura debió subir entre los profesores que animaban la publicación, pues el director hablará en la “Presentación” del segundo número de los equipos estudiantiles de redacción y de promoción, del respaldo de los anunciantes y de las múltiples voces de apoyo llegadas desde dentro y fuera del país. Hay en la “Presentación” de ese segundo número un generoso tono exaltado, típico de quienes amamos el papel y la tinta. Febrilidad, pues, en el cuartel general: el primer número se agotó, hay que volver a imprimir (para un total de 2.000 ejemplares. En Colombia, un éxito mayor). Pero más que el éxito comercial, la gran victoria se encontraba en otra parte: “el aporte que la revista ha podido brindar a la discusión y desarrollo de la historia” –de la historiografía-, necesitada de “mecanismos cada vez más amplios y originales de expresión”, ya que se encuentra “actualmente en una etapa de auge y de controversia”, aunque de nuevo ni la más mínima información sobre el contenido o la forma de esa “coyuntura historiográfica” –papel que tampoco cumplían los artículos publicados-, como si eludirla fuera un designio. El tono exaltado y la decisión de trabajo deben haberse afirmado mucho más con las 170 páginas del No 3, lo que le permite al director, en el número siguiente, hablar de un “equipo humano” conformado y de una revista consolidada, a la que califica como “diferente, variada e innovadora”, y de la cual afirma que ha tenido una excelente recepción académica y comercial. Unos meses después, y poco antes de que se presenten sus dos más importantes baches de periodicidad, el director escribirá en su “Presentación” que HC es ya “un esfuerzo consolidado y que marcha solo” y que ha terminado la etapa de despegue y consolidación, palabras a las que se sumará el nuevo director (cf. No 6), quien ahora hablará de una etapa de “permanencia y ampliación” –las llamadas etapas caracterizadas en un lenguaje que nos resulta de inmediato familiar a las gentes que rondamos o pasamos los cincuenta años-, etapa en la cual los objetivos de difusión se han hecho mayores, pues ahora la meta es la de convertir HC en “la primera revista de historia con un radio de difusión para todo el mundo de habla castellana” –nos imaginamos que incluida la Madre Patria, que es parte de ese mundo-, objetivo desproporcionado que por fortuna no se ha vuelto a mencionar. Por lo menos hasta su No 19 –más de una década después de fundada la revista- y aun ahí de manera puntual, los “editoriales” serán similares, un tanto repetitivos y rutinarios: ninguna mención directa de los elementos reconocibles que, por fuera de diferencias menores, han definido en estos años la coyuntura historiográfica en el país; reiteración del propósito un tanto abstracto de “contribuir al desarrollo de la disciplina histórica en el país” –cf. por ejemplo HC No 17, momento en que además modifica su formato y su maqueta y se apresta a celebrar una década de existencia, o HC No 18, o HC


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No 20, etc.-; y definición de los trabajos acogidos por la revista a través de un lenguaje neutro, o más bien vacío, que difícilmente constituye una referencia de orientación importante para un lector20. En cada una de las ocasiones en que los editorialistas han intentado definir con más precisión algo del carácter que distingue a la revista han insistido en que una de las características distintivas de la publicación es su riqueza temática. Una consideración rápida de sus índices lo comprueba. Pero la lectura más detenida de algunos de sus artículos pone de presente que una de las grandes tentaciones de la investigación histórica nacional de los años recientes también está presente en HC: la tendencia al tratamiento de los objetos históricos como “aspectos” desarticulados, valiosos por ellos mismos por fuera de toda conexión con aspectos mayores de la sociedad. Así se observa en algunos de los textos que han tratado problemas sobre minorías (por ejemplo judíos conversos) o sobre prácticas marginales (brujería, comportamientos sexuales separados de la norma dominante, etc.) o incluso sobre un reglamento hospitalario convertido en “objeto de investigación” (cuando ni siquiera aparece la interrogación sobre su puesta en marcha… que nunca se dio) y se podrían mencionar muchos ejemplos, pero ese no es el interés. Sí lo es en cambio señalar que aquí puede anunciarse una evolución en curso – que en parte algunos de los últimos números confirman-, que indicaría un desplazamiento desde la consideración de objetos definidos en términos de red –no de puntos aislados-, perspectiva dominante en los primeros años de la revista, hacia “objetos menores”, no por ellos mismos –ninguno lo es en historia-, sino por su desconexión contextual y por su tratamiento puramente episódico y fragmentado, a la manera de “aspectos” y “factores”, sólo que ahora recubiertos de un lenguaje à la mode que no logra ocultar la insignificancia de los resultados. En su número 21, HC rindió homenaje al escritor Germán Arciniegas a través de un amplio “dossier” (siete artículos muy desiguales entre ellos) y de una bibliografía aproximada de los trabajos de Arciniegas –lo que resulta explicable dada la desmesura de la obra escrita por el escritor. En parte se trató de un homenaje al colega mayor –Arciniegas trabajó en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes- y al intelectual revolucionario de los primeros años de su vida, pero también al historiador de otra generación y de otras orientaciones. En su “Carta a los lectores”, el director de la revista confiesa su esperanza de que el “dossier contribuya a enriquecer el debate sobre el maestro Arciniegas”, un debate inexistente en Colombia, pero sobre el cual la revista –o su dirección- había realizado tiempo atrás, en el momento de la muerte del escritor, ya un primer somero balance, que era al mismo tiempo un juicio sobre las relaciones entre un intelectual finalmente bien integrado al “establecimiento” y los historiadores de la llamada Nueva Historia en Colombia, realizado por quienes pertenecen posiblemente a una segunda o tercera generación. Tal vez ha sido la única ocasión en que la revista ha hablado sobre esas relaciones -que fueron en el pasado uno de los rasgos distintivos de la coyuntura historiográfica nacional- y frente a las cuales la revista hubiera debido ampliamente hablar en 1989, en el momento de su fundación. Tal vez sólo ahora se presentaba la oportunidad y la dirección de la revista habló, y nos parece que lo hizo confundiendo por completo el problema.

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Citemos un ejemplo, entre varios (cf. HC No 7), de una forma de presentación cuyo contenido podría traspasarse al plegable de promoción de una carrera universitaria, a la tapa trasera de un libro de divulgación, a un “dossier” orientado por cualquier tipo de problemas y disciplinas (economía, sociología, antropología), lo siguiente: “… hemos incluido artículos que versan sobre diversos problemas de la realidad nacional y latinoamericana. La importancia que reviste cada uno de ellos es [la de] que desde diversas perspectivas se problematizan aspectos de nuestra realidad presente y contribuyen a abrir nuevos horizontes para una mejor comprensión del mundo que vivimos”. Pero igualmente cf. HC. No 22, en donde se escribe: “Se trata del número 22, que en esta oportunidad está dedicado a varios temas donde se registran aportes al conocimiento histórico producto de una investigación sesuda […]. En este número predominan los estudios que, de una u otra manera, se relacionan con la época colonial […] y al mismo tiempo presentan una diversidad temática al respecto”.


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La “Carta a los lectores” dirá, con ocasión de la muerte de Arciniegas, que el escritor ha dejado una valiosa y polémica obra, lo que sin duda debe ser cierto, “con la que esperamos se reencuentren los historiadores jóvenes, quienes confiamos, podrán superar muchos de los prejuicios ideológicos de la generación que los precede”. La afirmación es sorprendente. No hay que tener una “memoria larga” para recordar el comportamiento de Arciniegas en “la batalla de los manuales” librada entre 1985 y 198921. Por fuera de ello, que los “nuevos historiadores” no se reconocieran en la obra de Arciniegas, lo que es un hecho cierto, lógico y explicable –tampoco nos reconocemos hoy en la de Michelet-, no quiere decir que no estuvieron atentos a la importancia de Arciniegas como ensayista, como polemista, como animador y dirigente cultural, tal como aparece claro en las obras de estudiosos como Alfredo Molano o Alvaro Tirado Mejía, quienes en sus obras han tratado aspectos educativos y culturales de los años 30 y 40 del siglo XX y por lo tanto han debido enfrentar la obra administrativa e intelectual de Arciniegas. Por lo demás, no se debe olvidar que la un tanto “promiscua” Nueva Historia de Colombia de Editorial Planeta (cf. Vol. I), incluyó entre sus autores a Germán Arciniegas, quien realizó crónicas adecuadas de acontecimientos de los cuales él mismo había sido actor de primera importancia, lo que es una clara muestra de ausencia de sectarismo22.

V. palabras para no concluir HC ha ofrecido cosas excelentes a sus lectores. Artículos memorables e importantes han aparecido en sus páginas y la actitud constante de apertura respecto de los temas y los autores ha sido una nota distintiva, que esperamos sea mantenida. No resulta adecuado hacer la lista de los textos destacados que se han publicado a lo largo de estos años –pues sería la simple opinión de un lector-, pero de seguro que constituyen una buena cantidad. A pesar de su escasa definición, las Secciones que conforman la revista también han incluido textos importantes y por sus “Reseñas” y “Notilibros” hemos tomado conocimiento de textos que de otra manera ignoraríamos. Y sin embargo hay preguntas que debemos continuar haciéndole a HC. Sabemos desde luego que la revista no ha sido la iniciadora de una “nueva historiografía”. Ese sería un reproche no sólo injusto sino absurdo. Notamos también al correr de sus páginas, que antes que la coyuntura historiográfica puede haber sido la coyuntura política nacional la que ha tenido mayor peso, lo que se ha expresado, entre otras cosas, en el hecho de que antes de haberse referido a la actualidad historiográfica, la revista ha tomado el camino de la actualidad conmemorativa. Por lo menos eso indica una parte de sus “Editoriales” y la cesión que en una ocasión hizo de sus páginas para un evento de meses atrás sobre los problemas de la paz en Colombia. Esto puede ser normal, si recordamos el momento por el que atraviesa el país. El problema es el de que los dos tipos de coyuntura no logren en la revista ninguna forma de relación, tal como entendía este problema Lucien Febvre, cuando hablaba de “combates y debates”23. El problema es el de que, por ejemplo, la “conmemoración” de los 150 años de la abolición 21

Cf. COLMENARES, Germán, “La batalla de los manuales en Colombia” [1989], en Historia y Espacio, No 15, Cali, Departamento de Historia, Universidad del Valle, pp. 87-99.

22

Jorge Orlando Melo reseñó con perspectiva crítica convincente y justa el Bolívar y la revolución de Germán Arciniegas en Boletín Cultural Y Bibliográfico, Volumen XXXI, Número 2, 1984, pp. 101-103. 23

No se puede dejar de mencionar que HC, fundada en 1989, jamás pronunció palabra sobre la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América –aunque dedicó uno de sus números a otro episodio importante: el Bicentenario de la Revolución Francesa-, una celebración histórica que fue al mismo tiempo una coyuntura historiográfica de importancia mayor, a pesar de lo que podría pensarse por el hecho de que en el plano doméstico todo se hubiera resumido en la demagogia populista del “encubrimiento de América” y en los enfrentamientos de la Academia de Historia, presidida por Germán Arciniegas, y el Presidente César Gaviria, en torno al reparto de los dineros y los honores. Y sin embargo, mientras tanto, por fuera de la discusión sobre la


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de la esclavitud permita tan escaso trabajo sobre la historiografía de la esclavitud; o en un caso más rotundo, que la “celebración” del cincuentenario del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán no desemboque en un examen de la historiografía (ya amplia) del gaitanismo24. El problema es, en el extremo, que la revista no produzca su propia actualidad y que ella misma no sea capaz de crear “coyunturas historiográficas” en función de los debates nacionales y de la investigación histórica en el país. Se dirá que se trata de metas demasiado elevadas. Es cierto. Pero la investigación histórica, al examinar y poner en entredicho todas las formas bajo las cuales una nación es imaginada, al volver sobre los relatos del origen y las formas de construcción de las simbólicas nacionales, al ocuparse de los grandes temas del panteón nacional o de los “tiempos fuertes” en la destrucción de una civilización (por ejemplo las civilizaciones indígenas) o en la construcción de la nación, etc., ofrece posibilidades que ninguna otra disciplina ofrece, ya que la historia trabaja sobre los fundamentos mismos de la sociedad. Aún así, debe tratarse de metas demasiado elevadas. Pero si un día, en los “tiempos heroicos –que esperamos no hayan pasado-, sus animadores quisieron conquistar para la revista “el mercado de habla castellana”, ¿cómo no van a ser capaces de organizar un buen dossier –histórico e historiográfico- sobre problemas centrales del país, a partir de la perspectiva del tiempo, de la perspectiva histórica, que es la nuestra? Dos preguntas mayores habría que hacer a HC, desde mi perspectiva –parcial y unilateral-. Las dos están relacionadas con las páginas antes escritas. Son las preguntas que guiaron esas páginas, que las organizaron, pero también las preguntas que vuelven al final. ¿Cuál ha sido la capacidad de integrar, la capacidad de resonancia y el carácter de punto de encuentro de la revista? De su capacidad de integrar no nos queda ninguna duda. Buena parte de la pequeña “República de las Letras” –en el campo de la historia en Colombia- ha pasado por allí. Los alumnos de los profesores del Departamento de Historia – algunos de tales profesores fundadores de la revista- empiezan a encontrar en HC un lugar de publicación de sus trabajos, de tal manera que pronto, además, podremos ver los nombres de algunos de ellos ejerciendo los pequeños prestigios y poderes que se derivan de la pertenencia a un comité editorial. En cuanto a su capacidad de resonancia –de ser capaz de ampliar y multiplicar sonidos- no hay duda que la tarea se ha cumplido, por cuanto buena parte de la llamada por J. O Melo “perplejidad de los 90”, se ha expresado en la revista, y el trabajo historiográfico nacional, con sus virtudes y sus defectos, se ha visto bien reflejado en sus páginas, de tal manera que las paradojas sintetizadas por Gonzalo Sánchez y expuestas con cierta desmesura por Jesús Antonio Bejarano, se encuentran perfectamente inscritas en la historia de HC. Y en cuanto a su capacidad para ser punto de encuentro, no de personas que publican artículos sobre este o aquel aspecto, sino en tanto organizadora de debates y productora de balances críticos que hurten a la disciplina de su actividad rutinaria y tranquila, que adviertan sobre los peligros que amenazan a la disciplina, pero también sobre las promesas que ella alberga, lo logrado hasta el momento dejaría mucho que desear.

“leyenda negra” y al margen de ella, Serge Gruzinski y Carmen Bernand proponían cuatro o cinco obras que modificaban la faz del problema del Descubrimiento, Conquista y Colonización. 24

En mi opinión, una de las mejores contribuciones que HC ha hecho a la historiografía nacional es la publicación, en el No 17, en parte dedicado a Jorge Eliécer Gaitán, de una historia gráfica (“La Gran Mancha Roja”), que el director de manera un poco atolondrada presente con las siguientes palabras: “Estos artículos están acompañados por un cuadernillo ilustrado […] que, en forma de historieta, nos narra, él también a su manera, lo que fue aquella fecha. Sin duda alguna, se trata de un documento de gran valor para el historiador”. La ocasión era inestimable para presentar alguna observación mínima sobre lo que representa para la investigación histórica hoy la imagen, como fuente privilegiada y como exigencia de métodos propios de análisis. Cf., como síntesis breve de estos problemas, BURKE, Peter, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica, 2001.


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Desde otro punto de vista, segundo orden de preguntas, vale la pena interrogarse ya no sólo sobre su papel historiográfico, sobre su estructura y textura, sobre sus secciones y organización interna, como elementos claves que definen su identidad. Una revista de historia es un modo específico de escritura de la historia –incluida su extensión-; una revista de historia es por lo tanto también un modo específico de lectura de la historia (diferente de la del libro o el informe de investigación). Cuando la especificidad de ese modo se pierde o no se ha conquistado nunca, se dirá que su papel en el campo historiográfico y su propia identidad deben ser de nuevo repensadas. Pensar esa identidad y enfrentar la necesidad de su transformación puede ser algo muy difícil cuando los animadores de una revista se identifican exageradamente con su creación, o cuando confunden pequeñas victorias institucionales –la figuración en un “ranking” de una agencia de investigación- o logros que se refieren más al contenido normalizado de una disciplina que a la genuina innovación –como obtener los requisitos para figurar en un “Index” internacional-, con la existencia real de un programa intelectual. Con seguridad que este no debe ser el caso de HC.


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la historia colonial en historia crítica: un balance

margarita garrido ∗

Quizás una de las preocupaciones que dirigen o deben dirigir el trabajo de los historiadores es la de contribuir con su trabajo a una representación de la sociedad de la que se ocupan en un período histórico. Contribuir a la representación implica entender las múltiples dimensiones de la economía, la sociedad y la cultura. Las representaciones que producimos de las sociedades del pasado cambian porque las preguntas que les hacemos desde el presente varían por corresponder en alguna medida a las inquietudes que el presente proyecta sobre el pasado. Así, la otra preocupación que estimula el trabajo de los historiadores es la de contribuir, de manera indirecta, sin simplificaciones ni extrapolaciones, a entender cuestiones humanas, económicas, sociales, étnicas, políticas, intelectuales, religiosas, éticas o estéticas, que de alguna manera ocupan a la sociedad en la que viven. Los quince artículos de historia colonial publicados en Historia Crítica responden, aunque no todos de la misma manera, a estas dos motivaciones. Quieren contribuir a la representación de la sociedad colonial, y, al mismo tiempo, enfocar rasgos de ella que iluminan la comprensión de la sociedad de hoy. Estos artículos responden a preocupaciones diversas, se encaminan por muy distintos tipos de análisis, con niveles de profundidad y resultados variados y desiguales. Podemos decir que en muchos sentidos constituyen una muestra de la historiografía colonial colombiana de los últimos años. Algunos de estos trabajos surgieron en el seno de un seminario y son desarrollos incipientes, casi todos declaran ser partes de investigaciones mayores, ya sea para tesis de maestría o doctorado o proyectos postdoctorales. Otros, sabemos, están vinculados a trabajos de toda una vida. En primer lugar, podríamos señalar que su distribución aún responde a la concentración en la segunda mitad del siglo XVIII, señalada ya hace algún tiempo, para la historiografía colonial y no sólo para la colombiana. De los quince artículos de la muestra, ocho de ellos se centran en ese período y dos más pasan al siglo XIX temprano. Los otros cinco artículos corresponden, uno, al siglo XVI, otro al XVI y al XVII, y tres al XVII. Debemos resaltar la aparición de trabajos sobre el siglo XVII, el gran olvidado, en una proporción de 20% o 25% de la misma. En segundo lugar, debemos tratar de agrupar los temas. Podríamos decir, en primera instancia, siguiendo una clasificación bastante tradicional que encontramos un artículo sobre historia del poblamiento y el territorio (Marta Herrera Angel), dos artículos sobre temas de historia de la ∗

Ph. D. en historia moderna de la Universidad de Oxford.


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familia (Pablo Rodríguez), cuatro artículos que podrían calificar como etnohistoria, relativa especialmente a creencias y prácticas “espirituales” (Adriana Maya, Carolina Giraldo, Diana Ceballos, María Cristina Navarrete), dos sobre discursos religiosos católicos (Mercedes López y Catalina Muñoz), uno de historia política (Jaime Jaramillo Uribe) y cinco que podemos agrupar como historia intelectual o historia de la ciencia (Oscar Rodríguez, quien tiene dos artículos, Mauricio Nieto, José Antonio Amaya y Adriana Alzate). Una clasificación más fina nos llevaría a diferenciar más los temas, algunos en siglos distantes como los dos artículos sobre discursos religiosos católicos, uno del siglo XVI y otro de inicios del XIX; o a distinguir entre actores y grupos sociales estudiados, como sucede con los artículos que en primera instancia agrupamos como etnohistoria, los cuales coinciden en el siglo XVII, pero mientras dos de ellos se ocupan de la población afrocolombiana, otro se centra en los mestizos e intermediarios culturales y otro, finalmente, en los judaizantes. No seguiremos estas clasificaciones, sino una quizás más gruesa, que nos conduce a proponer dos grandes bloques, que corresponden a lo que, en gracia de discusión, podríamos llamar dos corrientes fuertes de pensamiento y representación del mundo: la Inquisición y la Ilustración. La primera es una institución y un instrumento de la Iglesia católica que sirvió para mantener su poder; la segunda, una filosofía secular que abarcó dimensiones económicas, sociales, políticas y científicas de gran envergadura. Ambas son estructuras simbólicas de larga duración y fuertes ideologías que contribuyeron a marcar el “espíritu del siglo”. Entonces los dos grandes bloques en que repartimos los artículos de la muestra no son arbitrarios sino que surgen al agruparlos por temas y pos siglos.

los actores, los discursos y las prácticas bajo el influjo de la inquisición No comenzamos con un mapa claro de jurisdicciones, de regiones o al menos de gobiernos vigentes en el siglo XVII, sino con el mapa del reino de Dios. El único artículo de los de la muestra que se ocupa del siglo XVI, el de Mercedes López, no se inscribe en la Inquisición, sino en la Contrareforma. Nos deja ver, ante todo, la ambigüedad de la distancia entre la metrópoli y la colonia en el siglo XVI. Si por un lado esta lejanía impedía la afluencia de curas y el control sobre los que había, por otro, la vida colonial estaba tan conectada con España que en ella se daban versiones propias de las riñas de jurisdicción entre los poderes civil y eclesiástico, y al interior de éste, conflictos de competencia entre clérigos y frailes por el control de las almas, los cargos y los bienes. Es interesante el contraste entre los documentos de probanza de méritos y servicios de los curas aspirantes a cargos y las acusaciones de la implicación de los peticionarios en hechos que contradecían esos dechados de virtudes. Creo que esos primeros años de la Audiencia de Santa Fe tienen aún fuertes características de sociedad de frontera. La documentación existente para la sociedad del siglo XVI bien merece ser revisitada con nuevas preguntas sobre los valores que la regían, sobre las motivaciones de individuos y grupos, sobre complejas relaciones entre los poderes, sobre resistencia y asimilación indígena. Los trabajos existentes de historias regionales, sobre encomiendas y mita, sobre esclavitud y doctrinas, sobre pueblos y parroquias, constituyen una excelente base para afinar preguntas sobre las posibilidades de reconstrucción de tejido social después de una conquista militar, sobre tipologías de comportamiento (como lo hace López con


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los curas) e identidades, sobre formas de buscar reconocimiento y convivencia entre vencedores y entre vencedores y vencidos. En el siglo XVII, la Inquisición, derivada de la institución medieval para combatir la herejía, se convirtió, en Cartagena, en el instrumento que, basado en el sigilo y secreto de las informaciones (y por tanto, en la imposibilidad de control social sobre su jurisdicción), vigilaba las prácticas religiosas o mágicas de esclavos y mulatos especialmente, y de inmigrantes portugueses y cualquier otro sospechoso de conservar los ritos judíos. La Inquisición fue un factor disociador, sembró desconfianza, tipificó antagonismos, arruinó fortunas, demonizó a algunos grupos étnicos o de nacionales, volvió a unos vigilantes de otros. Los artículos de las cuatro autoras (Adriana Maya, Carolina Giraldo, Diana Ceballos, María Cristina Navarrete), no se centran en la Inquisición, aunque todas se sirven de sus archivos. Al respecto, Diana Ceballos ofrece unas definiciones que van más allá de un glosario, e insiste en la interacción entre diversos grupos e individuos, lo cual permite esbozar un contexto para ubicar las prácticas concretas. Algunas de las preguntas de las autoras surgen especialmente de la historia cultural, obteniendo de la documentación información implícita sobre la sociedad, aunque ajena a la intención de los documentos mismos. ¿Qué imagen de los afroamericanos se construyó en las colonias? ¿Qué sentido se atribuía a sus prácticas curativas, de magia amorosa, sexuales o de yerbatería? ¿Quiénes las practicaban y quiénes las solicitaban? ¿Cuáles eran los motivos profundos de la demonización de actores y prácticas? ¿De qué forma la demonización podía resultar favoreciendo a los negros? ¿Se produjo un sincretismo, una criollización, una mimetización u otro tipo de asociación de creencias? Finalmente, ¿cómo podían los judíos practicar no sólo sus propios ritos sino también los ritos católicos que les eran impuestos? Las respuestas que obtienen sobre la interacción social en esos ámbitos de persecución y exclusión constituyen una excelente entrada a la cultura política del siglo XVII, especialmente para la sociedad de la Provincia de Cartagena y algunos distritos mineros de Antioquia. La representación de Cartagena y su hinterland aparece desde allí como la de un abigarrado asentamiento humano en torno a un puerto donde hay gente de todos los reinos que intercambia mercancías variadas, entre las cuales parecen de especial importancia los humanos, convertidos en esclavos, así como las creencias y prácticas de que eran portadores. El largo brazo de la Inquisición se extendió hasta allí para adueñarse de los bienes de los portugueses judaizantes y para evitar la contaminación de las colonias con prácticas que le restaban poder a las jerarquías eclesiales y disminuían el número de fieles y los diezmos. La sociedad parece dividida entre las fuerzas del mal y las del bien. ¿Es suficiente esa representación de la sociedad de la costa Caribe en siglo XVII? Creo que esa es una representación relativamente adecuada. Aunque sabemos algo de prácticas y creencias, así como los nombres y oficios de los actores, sabemos muy poco de sus vidas en los variados aspectos que las constituyen y de los entornos intermedios para cada caso a los que los artículos hacen referencia, no obstante, nos hacen falta muchos datos para poder imaginar estos individuos en sus contextos. Por otra parte, ¿sería posible encontrar este tipo de actores y prácticas (por ejemplo esclavos o negros libres con actitudes irreverentes, judíos/cristianos nuevos alternando ritos) en Santa Fé, en Tunja o en Popayán? O, con mayor probabilidad, ¿en Caracas, en Guayaquil o en Lima? Comparando con lo que sucedía en las distintas colonias iberoamericanas, ¿hasta qué punto la presencia física de la Inquisición hizo que en la ciudad y sus alrededores su lenguaje


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moldeara las relaciones entre gobernantes y gobernados? Sobre todo, sería interesante poder fortalecer la representación de estas sociedades con la articulación de estas historias de excluidos, con historias de incluidos y su interacción con sociedades vecinas. También sería interesante poner en una perspectiva histórica más amplia las interacciones descritas por Maya, Ceballos, Giraldo y Navarrete entre actores sociales del siglo XVII. ¿Cómo se transformarían en el siglo XVIII? ¿Cómo se guardaron las creencias y prácticas del siglo XVII para ser encontradas hoy en el Baudó? ¿Eran las mismas entre distintos grupos, en regiones distantes? ¿Fueron conservadas o fueron olvidadas y revividas en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el poder de la Inquisición disminuyó? Entonces, ¿se reconstruirían identidades y alteralidades? ¿Cuáles serían los matices de nuevas formas de reconocimiento entre los miembros de distintas etnias? ¿Lograron o no una mayor inclusión y visibilidad los excluidos? ¿Se construyeron nuevos espacios de confianza para expresar las creencias cuando ya hubo una relativa libertad de conciencia? ¿Cómo se transformó la economía de pasiones a la que Maya alude? Los artículos hacen aportes muy interesantes gracias a los cuales es posible plantear preguntas como las anteriores. No es posible pretender que ellos mismos tuvieran esas respuestas que por supuesto exceden el alcance de lo que se proponían. Estos interrogantes están encaminados, más bien, a mostrar las posibilidades de desarrollo de estas líneas de investigación y a invitar a fortalecer relaciones. En algunos casos, las mismas autoras se han ocupado de temas afines o relacionados en otros trabajos suyos, que no aparecen en esta muestra de la revista a la que se circunscribe este balance. Necesitamos saber mucho más del siglo XVII. Si trasladáramos las respuestas que sobre vida cotidiana, discursos eruditos y política tenemos para el XVIII, para referirnos solamente a los que hacen parte de esta muestra de diez artículos, nos daríamos cuenta cómo han sido de diferentes las preguntas para este período y cuán poco sabemos en esos aspectos del XVII. Construir las preguntas para el XVII y sus respuestas requieren un esfuerzo de nuestra parte, especialmente para construir los acervos documentales, para descubrir otros actores, imágenes, literaturas, vestigios de todo orden que nos ayuden a producir un mejor entendimiento de todo lo que se decía, se producía, circulaba, transaba y consumía en esa sociedad. Y, en el otro sentido, cómo sugerí arriba, los temas tratados para el XVII deben prolongarse hacia delante para reconstruir procesos y hacer balances más completos de los legados de un siglo a otro. Sería muy interesante descubrir desde las micro y las mesohistorias (y no solamente desde la historia de la metrópoli y sus políticas) cuándo y cómo se paso del discurso dominante del orden del mundo en términos de bien y mal, cuyo baluarte fue la Inquisición, al discurso del orden secular que preconiza la Ilustración. También necesitamos fortalecer nuestros cuerpos conceptuales, especialmente desde la historia cultural. El concepto de cimarronaje cultural que propone Adriana Maya es sumamente interesante y creo que merece un tratamiento más detenido, una discusión contrastada con otros conceptos, especialmente, me parece a mí, con el de resistencia-asimilación, trabajado entre otros, para América colonial, por Steve Stern1. En el planteamiento de la autora aparece la ambigüedad 1

STEIN, Steve J. (comp.), Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes, siglos XVIII al XX, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1990.


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de la resistencia y la asimilación: la conservación de lo sagrado africano (aun demonizado) era una forma de resistir por parte de los esclavos a la negación cultural que sufrían por la esclavitud, y al tiempo, sus prácticas demonizadas, una forma de insertarse en la sociedad a través del manejo de deseos y miedos de los otros. De hecho, en los estudios sobre cimarrones, entendidos en la forma tradicional como grupos de esclavos que huyen para formar una sociedad libre aparte, se han encontrado muchas formas de asimilación, siendo quizás la más notable de las conocidas, la del palenque de El Castigo, en el valle del Patía, estudiada hace años por Francisco Zuluaga. En el caso del concepto de intermediarios culturales que Diana Ceballos usa de paso, es aún más necesario el debate. Ya se han realizado varios encuentros con representantes de todos los continentes sobre este concepto de passeurs culturels, mediadores culturales, el cual parece difícil de despachar con una acepción simple2. Merece discusión, sobretodo para evitar que se propague, como sucede a veces, como uno más de esos conceptos que se ponen de moda, y se usan sin precisión. En casi todos los casos, sería interesante trabajar con el concepto de reconocimiento y de búsqueda de reconocimiento a través de las prácticas y los discursos de los actores, buscando su sentido posible como actos. Tzvetan Todorov, quien en reciente obra presenta la historia de este concepto, plantea que “La necesidad del reconocimiento es el hecho humano constitutivo”3.

los actores, discursos y prácticas bajo la égida de la ilustración La Ilustración en España dio lugar sobre todo a nuevos programas de gobierno que, para el caso de las colonias, estaban orientados a su reactivación con el fin de hacerlas más productivas para la metrópoli. Los discursos y algunas medidas llegaron a afectar virtualmente todos los aspectos de la vida en las colonias. Las medidas estuvieron orientadas a controlar mejor la administración y el gobierno, fortalecer la autoridad real, reforzar el sistema de defensa, reconocer los recursos naturales para obtener beneficios farmacéuticos, aumentar la rentabilidad fiscal y el comercio, reformar la educación y las instituciones asistenciales. En el curso del siglo, el énfasis en uno u otro aspecto cambió y es ampliamente aceptado que el reformismo tendió a profundizarse. Entre los artículos sobre el siglo XVIII que aparecen en la muestra de la que debemos hacer este balance, contamos en este bloque para iniciar, con un mapa de divisiones político administrativas, todavía impreciso, pero mucho más “aterrizado” que el del siglo XVI que dividía españoles entre los de Dios y los del siglo, y a los indios entre los de los frailes y los de los clérigos. Marta Herrera nos aporta precisiones sobre jerarquías gubernamentales y jurisdiccionales, poblaciones y límites territoriales, de acuerdo con los informes más importantes de la segunda mitas del siglo XVIII. Los informes mismos revelan la preocupación por el reordenamiento del territorio, que fue una de las características de la reasunción de las colonias por parte de los Borbones. Vale la pena recordar

2

Serge Gruzinski ha estado organizando varios simposios sobre el tema.

3

TODOROV, Tzvetan, La vida en común, Madrid, Santillana S.A., Taurus, 1995, p. 42.


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que la creación del virreinato de Santa Fe, primero en 1717-23, y definitivamente en 1739, fue una de las primeras medidas de reordenamiento para la defensa y el control del contrabando. Pablo Rodríguez nos introduce en la vida cotidiana de hombres y mujeres comunes y corrientes, de las sociedades urbanas y pueblerinas, debatiéndose en el mercado matrimonial entre sus sentimientos y los valores del honor, las jerarquías sociales, los recursos económicos y las restricciones de parentesco impuestos para los matrimonios por la Iglesia y la corona. Los dos trabajos suyos que hacen parte de las publicaciones de Historia Crítica nos acercan a contextos sociales complejos. Es interesante notar en el trasfondo de estos casos de parejas que había ciertas posibilidades de movilidad social entre los de piel más clara, y que ni el honor ni la conservación de la calidad étnica alcanzada eran monopolio de las elites. Los vecinos libres, blancos pobres, mestizos, mulatos o pardos se diferenciaban a sí mismo de indios y esclavos. En la Nueva Granada, a partir de la Pragmática Real de 1776, que devolvía a los padres la autoridad sobre los hijos en materia de matrimonio, se produjeron más litigios por los matrimonios entre mestizos y mulatos que entre las elites y también en las clases subalternas, aunque los jóvenes gozaban de mayor libertad para los juegos amorosos, ésta se veía limitada en el momento de formalizar las relaciones en matrimonio4. Con este marco provisorio de territorio y sociedad, seguimos con los demás artículos de la revista para encontrar una gran coincidencia en un campo que podríamos denominar historias de intelectuales: los naturalistas expedicionarios, un científico sueco que provee libros, un intelectual criollo (que es uno de los economistas coloniales) que se apropia el discurso sobre el nuevo orden hospitalario, unos economistas coloniales y de la república naciente, un burócrata colonial ilustrado encargado de llevar a cabo algunas de las reformas de Carlos III y un cura patriota que construye, desde los filósofos españoles de la soberanía popular, la condena de la conquista para ser usada como justificación de la independencia. En su artículo sobre la apropiación científica del Nuevo Mundo, Mauricio Nieto parte del contexto de la política ilustrada y mercantilista de los españoles y europeos, dejando en claro que se trataba de una conquista mucho más profunda que la sola apropiación de territorios y de prácticas de naturalistas estimuladas por algo más que curiosidad científica. Su presentación de las Expediciones Botánicas a América muestra los intereses que las animaron, la competencia europea por el conocimiento en que estaban envueltas, sus alcances y sus límites. Es innegable que la Ilustración española propició, por una parte, nuevas aproximaciones al conocimiento, a la naturaleza y a la sociedad, inspiradas en las políticas imperiales borbónicas, y por otra, formas de asociación del tipo de sociedades del pensamiento5. En algunos casos, estas asociaciones e instituciones fueron convertidas por los criollos en baluartes del movimiento emancipador con 4

TWINAM, Ann, “Honor, Sexuality and Illegitimacy in Colonial Spanish America”, en LAVIN, Asunción (ed.), Sexuality & Marriage in Colonial Latin America, University of Nebraska Press, 1989, pp. 118-155. RODRIGUEZ, Pablo, Seducción, amancebamiento y abandono en la colonia, Bogotá, Fundación Simian y Lola Guberek, 1991.

5

Las tertulias literarias, logias masónicas y sociedades patrióticas que precedieron a la Revolución Francesa fueron llamadas por Agustin Cochin y por François Furet, sociedades de ideas (sociétés de pensée); estos autores resaltaron su valor por ser formas asociativas que no se hacían por posición social o por ocupación, sino por la relación de los individuos con las ideas, con el pensamiento. Ver BASTIAN, Jean-Pierre (comp.), Protestantes, liberales y francmasones, Sociedades de ideas y modernidad en América Latina, México, Siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 7-8.


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discursos propios de una especie de patriotismo científico y reforzadas por un sentimiento de comunidad imaginada6. El trabajo de José Antonio Amaya presenta un excelente ejemplo de circulación erudita de los nuevos saberes de las Ciencias Naturales, al descubrirnos a un diplomático sueco, Hans Jacob Gahn, como el mejor consejero bibliográfico de la Expedición Botánica y de la sección de Historia Natural de la Biblioteca de José Celestino Mutis. Esta temprana colaboración científica recontada con extraordinario cuidado por Amaya nos hace pensar de nuevo en la importancia que el conocimiento de estos territorios tenía para la nueva mirada a la naturaleza y sus beneficios, como la base de grandes desarrollos científicos y comerciales. Un buen ejemplo de la apropiación del discurso ilustrado en un campo específico es el que nos aporta Adriana Alzate en su estudio sobre la propuesta de Pedro Fermín de Vargas para organizar el hospital de Zipaquirá. Alzate da cuenta de las fuentes europeas de donde se sirvió Vargas para elaborar su Plan. Llama la atención la coincidencia entre la importancia que Vargas otorga, como lo destaca la autora, a la formación de botánicos y médicos para el reconocimiento de tantas plantas que nos brinda la naturaleza y la relación de los jardines botánicos con los boticarios y médicos que nos muestra Mauricio Nieto para España. El cambio del concepto de caridad al de beneficencia en la concepción de los hospitales que señala Alzate tiene que ver con que la idea de la pobreza como una opción bendita por Dios, profesada por siglos por la Iglesia, había quedado atrás. En el Papel Periódico de Santa Fe, como en otros papeles de las dos Américas, se presentaron los debates sobre quiénes eran los verdaderos pobres a quienes se debía ayudar, se valorizó cualquier tipo de trabajo honrado aunque fuera manual, como preferible a la pobreza, y se propuso el concepto de beneficencia. Los esfuerzos por reorganizar los hospitales con rentas propias estuvieron presentes en muchas colonias y respondían a esta nueva visión ilustrada. Su contraparte fueron los reglamentos de policía destinados a perseguir a “vagos y malentretenidos”. Vargas fue uno de los más brillantes “economistas” coloniales de quien, junto con Pombo y Narváez, se ocupa Oscar Rodríguez en su artículo sobre el pensamiento económico. Tenemos aquí otro buen ejemplo de los nuevos discursos, en este caso sobre teorías económicas, señalando detenida y críticamente las fuentes fisiocráticas y mercantilistas que inspiraron de una parte, algunas de las reformas ilustradas y, de otra, la crítica de los pensadores coloniales por la forma en que se manejaba la economía. Algunas de ellas dirigieron las primeras medidas tomadas en la joven república. Se trata de una apropiación que en este caso sirvió no sólo para los planes sino, principalmente, para lo que Juan Carlos Chiaramonte llamó la Crítica Ilustrada de la realidad. En todas las colonias hispanoamericanas la crítica ilustrada a las formas de aprovechamiento de los recursos naturales, a la precariedad de la infraestructura vial, a la ausencia de medidas de fomento de la población y de la riqueza, dio lugar a la formulación de un nuevo paradigma de felicidad de los pueblos, lo que implicaba medidas efectivas para el aumento de la población, la producción, las comunicaciones y el comercio. Las propuestas que adelantaron algunos criollos iban, por supuesto, mucho más allá de las 6

La expresión de “comunidad imaginada” se la debemos a Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1983. Al patriotismo científico me refiero en “Precursores de la Independencia”, en Gran Enciclopedia de Colombia, Tomo 1, Bogotá, Círculo de Lectores, 1991, pp. 211-222.


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acostumbradas fervorosas declaraciones de los soberanos sobre su preocupación por la felicidad de sus vasallos, que solían preceder medidas de orden urbano, de control moral y político y los nuevos impuestos. No obstante, en las Audiencias y en el Supremo Consejo de Indias, las prácticas consagradas y las rutinas administrativas bien probadas tuvieron más peso que las propuestas innovadoras, por lo que éstas fueron frecuentemente tratadas con displicencia.7 Nuestro muy distinguido y apreciado profesor Jaime Jaramillo Uribe examina la actuación de Francisco Antonio Moreno y Escandón, un burócrata criollo ilustrado, agente central de las medidas reformadoras de los Borbones en Nueva Granada, con el objetivo de balancear la novedad de algunas de las reformas borbónicas, especialmente aquellas destinadas a disminuir la participación de los clanes de criollos notables en los altos cargos del gobierno colonial, la concentración y eliminación de pueblos de indios y la política fiscal. Jaramillo Uribe nos hace notar que casi todas ellas se basaron en antiguas normas de gobierno colonial y concluye que la política borbónica fue menos innovadora de lo que se ha supuesto. Cuestiona directamente la propuesta de John Phelan del abandono de la “tradicional Constitución del Reino” y su reemplazo por decisiones autoritarias e inapelables explicando que, antes bien, en las décadas finales de régimen colonial, los memoriales de queja y representaciones de parte de todos los grupos aumentaron y fueron tenidos en cuenta para sopesar la forma en que se aplicaban las directrices venidas de la corona. En su apoyo, podríamos poner como ejemplo el hecho de que en la Nueva Granada, con excepción de la propuesta de Cuenca, no se creó el sistema intendencial, posiblemente por no causar mayor inquietud a la elite criolla, al interior de la cual muchos miembros destacados ya habían manifestado su descontento al participar de una manera más o menos soslayada en el movimiento Comunero de 1781. La escasez de recursos fiscales y la oposición del Arzobispo Virrey debieron influir en el tratamiento diferencial de la Nueva Granada8. La Nueva Granada fue una excepción, pues en cada Virreinato y cada Capitanía General se creó un sistema de Intendencias (Cuba en 1764, Caracas en 1776, Río de la Plata en 1782, Perú en 1784, México, Guatemala y Chile en 1786). No obstante, creemos que fue el Movimiento de los Comuneros el que causó la morigeración, especialmente en la Nueva Granada, de las medidas borbónicas tendientes a un mayor control. De hecho, Jaramillo Uribe admite muy claramente que lo que se innovó en lo fiscal fue en “la organización, control y forma de recaudo de las rentas virreinales y este aspecto de su gestión fue quizás el que mayores resistencias generó” y coincide con Phelan al decir que fue lo más repudiado por los Comuneros. De todas maneras, la revisión del conjunto de reformas para Nueva Granada, de sus semejanzas y diferencias con las otras unidades coloniales y el debate sobre el llamado segundo pacto colonial propuesto por los Borbones, debe retomarse y profundizarse para que arroje luz sobre las especificidades de nuestra cultura política. Finalmente, la muestra nos ofrece un trabajo sobre un miembro de la Iglesia católica en el período de la Independencia. Si durante el siglo XVII, la Iglesia se había caracterizado por una pastoral conservadora y rutinaria, por la consolidación de las instituciones eclesiásticas, entre ellas la Inquisición, y el endurecimiento hacia las prácticas religiosas indígenas y de otros grupos, el siglo

7

GARRIDO, Margarita, “América y España en el concierto de naciones”, en GARRIDO, Margarita (ed.), Historia de América Andina, Vol. 3: El sistema Colonial Tardío, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2001, pp. 23-58.

8

RIVERA, Julián, “Reformismo local en el Nuevo Reino de Granada”, Leipzig, Conferencia de AHILA, 1993.


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XVIII se caracterizó por el cuestionamiento a la piedad barroca realizado por religiosos, más o menos inspirados en la Ilustración. No obstante, el discurso de Fernández de Sotomayor no parece inspirarse en los ilustrados. El artículo sobre el catecismo político del Padre Fernández de Sotomayor se inscribe también en este terreno de la cultura y la política. Su autora plantea la diferencia de las fuentes y del discurso de este autor con respecto a los más conocidos en defensa de la Independencia y muestra cómo Fernández de Sotomayor se centra en desconocer la legitimidad de los llamados títulos de la conquista, tomando como fuente los juristas españoles que defendieron la soberanía popular como fuente del poder del rey y la usa como base para justificar el derecho de los americanos para darse su propio gobierno. Vemos, pues, cómo la investigación sobre estos actores (agentes) ilustrados parece haber sido la veta más explotada por los articulistas sobre historia colonial en la revista, y podemos decir que la ideología y acciones de los personajes estudiados cuenta en la muestra con el telón de fondo que ofrece Mauricio Nieto, al hacer una exposición juiciosa y ponderada sobre la dialéctica de la Ilustración, resaltando sus dimensiones políticas y con la iglesia del imperio español. En casi todos los casos sería interesante trabajar con el concepto de sujetos coloniales, tal y como lo plantea Rolena Adorno, el sujeto que es colonizado y colonizador al mismo tiempo9. No podemos dejar de notar, sin embargo, que es necesario preguntarnos sobre los actores comunes de la sociedad colonial tardía, tal como lo hace en sus trabajos Pablo Rodríguez en relación con las uniones familiares y como debemos hacerlo respecto a muchos otros aspectos.

¿hasta dónde es conveniente la inscripción de la historia colonial en estos grandes relatos, como lo son la inquisición y la ilustración? Nos preguntamos, al finalizar esta corta visita a los artículos que hemos agrupado en estos dos grandes bloques –actores y prácticas bajo la Inquisición y bajo la ilustración– por las reales continuidades y discontinuidades entre el XVII y el XVIII. Probablemente, no es tan desatinada su agrupación por cuanto ambas, Inquisición e Ilustración, pueden ser consideradas, como hemos dicho, estructuras simbólicas de larga duración, tanto como lenguajes políticos y sociales dominantes o como grandes relatos del mundo que le daban sentido al orden y a la crítica, y fueron indiscutiblemente signos importantes de sus respectivos siglos en las colonias iberoamericanas. No se nos escapa la relación que estas dominancias tienen con las preocupaciones de hoy, del mundo de hoy y de la historiografía actual. (Uno se pregunta si habría un resultado semejante al incluir los artículos sobre el siglo XIX: es decir, ¿la mayoría de ellos estará marcada por el lenguaje del liberalismo y la construcción del estado moderno?) Para el primer bloque, la relación de las causas de Fe es casi el único tipo de documento citado, contrastado en algunos artículos con registros etnográficos contemporáneos y en todos con las aproximaciones conceptuales de científicos sociales, mayoritariamente franceses, con lo que 9

ADORNO, Rolena, “Nuevas perspectivas en los estudios literarios coloniales hispanoamericanos; del mismo autor, “El sujeto colonial y la construcción cultural de la alteridad”, en Revista de crítica literaria latinoamericana, año XIV, no. 28, Lima, 1988, pp. 11-27. Al respecto, es interesante ver también los trabajos de Edward W. Said, especialmente, Cultura e Imperialismo, Barcelona, Anagrama, 1996.


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generalmente se logran lecturas novedosas de los mismos. Para el artículo sobre los curas en el siglo XVI, los documentos son probablemente del archivo de Curas y Obispos y del Concilio de Trento. Documentos todos inscritos en un registro religioso institucional dominante aunque, afortunadamente en el caso de los de la Inquisición, como sucede con casi todos los documentos de archivos de tribunales de justicia, se registran las voces de acusados y de testigos (de alguna forma). Los formatos de los documentos por su forma de preguntar, informan más sobre las preocupaciones institucionales que sobre los sujetos que se quiere historizar. Sus vidas, obras e ideas quedan de alguna manera transvasados en moldes ajenos. Eso no lo podemos cambiar pero sí contrastar, complejizar, en fin CONTEXTUALIZAR. En el segundo bloque, los documentos son más variados: Estados de la geografía y censos, en un primer grupo, tipo registro de información factual; disensos y testamentos, en un segundo grupo, como formas de registro jurídico de vidas de individuos, moldeados en formatos, pero con mayor espacio para la expresión de sentido y sentimientos individuales; y, en un tercer grupo, estarían las Memorias, planes, observaciones, pensamientos, instrucciones, reflexiones que son instrumentos propios de la divulgación de ideas y la correspondencia propia ya de una circulación más personal de éstos. De hecho, se registra una mayor riqueza documental. ¿Podríamos buscar este tipo de documentos para el XVII? ¿Podríamos esforzarnos en usar los documentos de tribunales judiciales para el XVIII? ¿Y de otros tribunales, distintos a los de la Inquisición, para el XVII? ¿Nos darían otras entradas a la sociedad? ¿Encontraríamos así continuidades y discontinuidades? Es posible que de este ejercicio resultaran evidencias de destiempos de las ideas (¿ideas fuera de lugar?10) con respecto a los grandes relatos como la Inquisición o la Ilustración o sus valores acompañantes. Creo que sí, y creo también que sería urgente hacer todo ello para la primera mitad del XVIII, que aparece como un enorme vacío. Ha sido interesante descubrir las estrategias de algunos grupos a lo largo del tiempo para lograr su asimilación o expresar su resistencia. Es de notar que las preguntas (más que las explicaciones) de los y las historiadores (as) que conforman esta muestra ya no se agotan en la definición de las actuaciones de clases u otra categoría de agrupación para contar la historia, sino que han comenzado a dar espacio a la subjetividad. Sería interesante ahora ampliar la mirada a familias, parentelas y comunidades. Así mismo, al mirar más de cerca las trayectorias personales de gente común descubriremos las prácticas de autonomía y libertad de los individuos guiadas por deseos de lograr reconocimiento y espacios personales en sociedades que los reconocían sólo precariamente. Estamos de acuerdo con lo que hace poco afirmara Roger Chartier: “El objeto de la historia no es pues, o ya no debe ser, aquel de las estructuras y los mecanismos que organizan, por fuera de toda intervención subjetiva, las relaciones sociales, sino más bien las racionalidades y las

10

SCHWARZ, Roberto, Ao Vencedor as Batatas, Sao Paulo, Dos Cidades, 1981, pp. 13-23; el autor dedica un excelente capítulo a las “ideas fuera de lugar”, impuestas o adaptadas de Europa, las cuales, una vez sometidas a la influencia del lugar, tomaban un rumbo particular, generalmente marcado por ambigüedades, ilusiones e impropiedades, y suscitaban también resistencias a ellas.


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estrategias que ponen en marcha las comunidades, las parentelas, las familias, los individuos”11. Es decir, que la historia “desde abajo” y toda nuestra historia social debe preguntarse por sus sujetos, no solamente con la identidad que le asignamos de indios o de esclavos, de hechiceros o judíos, de comerciantes o científicos, de obreros o de mujeres en general, sino también por trayectorias y estrategias de estos individuos y sus redes de relaciones más amplias y múltiples, en varios campos de acción, para lograr ver un nivel intermedio de escala de análisis. Oír voces, aguzar nuestras preguntas y nuestros sentidos para captar registros esquivos que nos den una representación más encarnada, más humana, más inteligible de quienes vivieron en las sociedades que nos antecedieron. Esa semántica y esa gramática diversa y múltiple será la que nos permita seguir contraponiendo otros relatos a los grandes relatos, como el de la Inquisición o el de la Ilustración, hacer un balance más preciso desde nuestro lugar cultural y evitar la inscripción cómoda que de nuestra historia se ha hecho en las historias globales, descubriendo los destiempos y las diferencias, tanto como las coincidencias; y las identidades no siempre opuestas ni alineadas, y las posibilidades de elección, de negociación y de creación que en su momento tuvieron. Tenemos, pues, la tarea de seguir construyendo historias en las que los sujetos, ya sean individuos o comunidades, grupos, sociedades regionales, mujeres, elites o subalternos, no estén aislados en sus ámbitos, ni negadas sus identidades al interior de una generalización por lugar, etnia, género u oficio. Debemos evitar que se atribuya una conciencia crítica por su sola condición de subalternos. Debemos propiciar que se construyan historias con sentidos diversos, pero relacionados con varios mundos, como en “un sistema de mensajes en el cual es importante identificar «quién dice qué a quién»”12. Es decir, historias hechas tanto de diferencias como de interconexiones complejas de actores, eventos, prácticas, lenguajes y procesos, todo ello en contexto no sólo inmediato sino amplio, compartiendo hasta cierto punto un marco social discursivo. Ello nos ayudará a conectar los micro y los macro análisis por unos espacios intermedios en estas escalas de observación que no podemos suponer transparentes ni vacíos. La muestra de artículos es bastante valiosa. Se centra en actores concretos y en sus prácticas inscritas en instituciones o en movimientos que las moldean y organizan, y tratan de analizarlas tomando diversas opciones ante la incertidumbre frente a teorías y metodologías, y la migración de paradigmas propias de la Ciencias Sociales hace ya algunos años.

11

“L’historie entre récit et connaissance” (1994), en Au bord de la falaise. L’Historie entre certitudes et inquiétudes, Editions Albin Michel, 1998. (Traducción preliminar de Renán Silva. Material de uso exclusivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle, Cali, Colombia.) 12

BURKE, Peter, Varieties of Cultural History, Nueva York, Cornell University Press, Ithaca, 1997, p. 186.


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balance: catorce años de historia en colombia a través de historia crítica adolfo león atehortúa cruz ∗

Creada en 1989, la revista Historia Crítica del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes alcanza con la presente edición su número 25. Desde luego, el acontecimiento es motivo de celebración. Pero lo es, también, de reflexión. En relación con la Historia de Colombia en sus siglos XIX y XX, por ejemplo, ¿cuál ha sido el aporte fundamental de Historia Crítica? Con respecto a la Historia como disciplina, ¿qué reflejan sus artículos? Estos son, sin duda, tan sólo dos de los múltiples interrogantes que podríamos formular a manera de balance. La respuesta, por lo menos como intento, cubrirá el contenido y propósito de los siguientes párrafos.

1. el balance historiográfico como brújula en la disciplina Cuando se habla de balance historiográfico, no se trata solamente de la organización temática y comentada de la literatura producida por los historiadores. Este tipo de trabajo es dispendioso y requiere, sobre todo, de juiciosas lecturas y acertadas comparaciones

Docente Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Pedagógica Nacional


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1

. No obstante, el balance historiográfico es mucho más que ello. En primer lugar, le concierne una evaluación del estado de la disciplina o de la temática en estudio; le concierne la producción de estados del arte o estados de la cuestión. Pero su propósito no debe dirigirse a la simple reseña de las obras; debe indagar sobre la práctica misma de la investigación histórica; debe reflexionar en torno a los productos y debe escudriñar las tendencias y problemas metodológicos que surgen sobre el trabajo concreto de los historiadores. Desde luego, no puede descartar la posición social e histórica desde la cual el historiador aborda la producción de su propia obra. En concepto de Pierre Vilar, el desarrollo científico de la historia plantea dos tipos de preocupaciones. En primer lugar, la preocupación crítica, que “consiste en no aceptar la existencia de un hecho, la autenticidad de un texto, hasta después de verificaciones minuciosas”. En segundo término, la preocupación constructiva, que consiste en “elegir un determinado tipo de hechos, en confrontarlos y en buscar las correlaciones, con el fin de resolver un problema planteado por el pasado humano”2. Al balance historiográfico le corresponde investigar la manera como cada historiador encara dichas preocupaciones. Es decir, indagar sobre los conceptos teóricos, métodos, herramientas y fuentes con las cuales el historiador se enfrenta a su objeto de análisis; la orientación de los estudios históricos y sus perspectivas; los desarrollos, desventuras y desafíos del quehacer historiográfico. Tal como se anunció, en el presente artículo nos proponemos efectuar un breve balance en torno a la producción presentada por la revista Historia Crítica acerca de los siglos XIX y XX en la historia de Colombia. No se intentará reseñar en detalle la totalidad del medio centenar de artículos, veintitrés reseñas de libros y un foro que la revista ha publicado a lo largo de sus veinticuatro números en relación con el período. De acuerdo con la concepción arriba expuesta, el balance tratará de establecer, con una observación desprevenida y espontánea sobre la muestra que ofrece la revista, el sentido en que avanza la investigación histórica en nuestro país y los desafíos metodológicos que se vislumbran en la práctica de los historiadores.

2. los siglos xix y xx en la historia de colombia vistos por historia crítica 2.1 historia con perspectiva de género e iglesia y religión

1

Luis E. Bosemberg ofrece un buen ejemplo de ello con su artículo “Historiografía y revolución: tres autores del siglo XIX y la Revolución Francesa”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 2, julio-diciembre de 1989.

2

VILAR, Pierre, Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Crítica/Grijalbo, 1980.


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En los veinticuatro números anteriores de la revista y con respecto a los siglos XIX y XX en la Historia de Colombia, dos temas han obtenido la mayor cantidad de producciones publicadas. En primer lugar, aquella que podríamos denominar “historia con perspectiva de género”, en donde la profesora Susy Bermúdez ha brindado sustancial aporte. Y en segundo término, los artículos referidos a Iglesia y Religión, en donde los colaboradores han sido más plurales, aunque sobresalen José David Cortés, Ricardo Arias y Ana María Bidegaín. La llamada “historia con perspectiva de género” fue el tema central del número 9 de la revista: “Manos que no descansan. La mujer en las tradiciones textileras colombianas”. Una compilación surgida como síntesis de las actividades desplegadas por un evento interinstitucional e interdisciplinario, que tuvo como objeto la reflexión sobre el pasado y el presente de las mujeres en la industria textilera colombiana. Sus artículos reflejaron una aproximación heterogénea a este tema y viajaron, aunque con poca profundidad, desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días. La serie de artículos dedicados a la perspectiva se inauguró con los números 3 y 4 de la revista. Michael Jiménez, profesor de la Universidad de Princeton, intentó explorar las maneras en las cuales el género moldeó el “registro” de clase durante el auge del capitalismo de exportación en la región cafetera de Cundinamarca. Sin embargo, más allá de agudas descripciones acerca de las migraciones en el altiplano y de sus vínculos y conflictos con la hacienda, el autor no logra concretar el aporte que ofrece con el título de su trabajo: “Mujeres incautas y sus hijos bastardos: clase, género y resistencia campesina”. Por el contrario, la relación entre las luchas agrarias y una supuesta “ideología de género elaborada por las clases altas e incorporada a la cultura campesina desde mediados del siglo XVI”3, no es comprobada con hechos empíricos. Acaso, podría preguntarse, ¿es posible hablar de campesinado y de “cultura campesina”, desde entonces? Más grave aún, afirmar sin sustento empírico, sin mostrar hechos, que los campesinos “aceptaron el modelo patriarcal” según el cual “las mujeres eran dominadas por una sexualidad casi demoníaca” y que fueron entregadas por sus maridos a las “depredaciones sexuales de sus amos”, resulta ofensivo y al mismo tiempo contradictorio con otra afirmación del mismo autor según la cual “generalmente los hombres campesinos buscaron proteger a sus mujeres”4. A decir verdad, la perspectiva de género está mejor representada en la revista por artículos como “Los espacios en los hogares de la elite santafereña en el siglo XIX”, de Susy Bermúdez con la colaboración de Diana Urbano, o en la corta pero muy 3

JIMENEZ, Michael F., Mujeres incautas y sus hijos bastardos. Clase, género y resistencia campesina en la región cafetera de Cundinamarca (1900-1930), Segunda parte, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 4, julio-diciembre de 1990, p. 71.

4

Ibid.


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lógica reflexión de Ana María Bidegaín con la colaboración de Maira Beltrán, sobre el “Impacto de la modernización en las tareas domésticas. El caso de las labores de aguja”. Aparecidos en los números 19 y 9 de la revista, respectivamente, el primer artículo, como lo indica su título, estudia el ámbito doméstico de la elite santafereña durante el siglo XIX. La huerta, el costurero, el cuarto de música, la cocina, el oratorio y la biblioteca, por ejemplo, se presentan como espacios diferenciados de género y reflejan las características patriarcales de la sociedad. Por su parte, en el segundo de los artículos citados, la industrialización y desarrollo del capitalismo se muestra como proceso que impone patrones de conducta sobre la sociedad, y específicamente sobre la mujer: las “hacendosas amas de casa” se convierten así en asalariadas y consumidoras; la aguja hogareña se integra, poco a poco, al inmenso complejo de la industria de confecciones. La historia de la religión contó también con un número consagrado a ella: el 12. Entre sus artículos, uno de ellos es dedicado al “pentecostalismo” como “forma de organización religiosa en los sectores populares”. Resultado inicial de una pequeña investigación adelantada por Ana Mercedes Pereira en el Cinep, su fuente principal reside en el intercambio de información con pastores responsables de congregaciones. En el mismo ejemplar, “la participación política evangélica en Colombia” es tratada por Daniela Helmsdorf, en un espacio destinado a los estudiantes. Fruto de una tesis de grado, la autora analiza la presencia cristiana en la Asamblea Constituyente de 1991 y en la legislatura que comenzó a mediados de 1994. En uno y otro artículo, la fortaleza histórica es limitada y se reduce, en lo fundamental, a la referencia testimonial o a la cita de la bibliografía más reconocida. Sus aportes podrían ligarse más estrechamente con la sociología y la ciencia política que con la historiografía. Un corte diferente corresponde a artículos aparecidos en otros números. “La jerarquía eclesiástica colombiana y el proceso de paz de Belisario Betancur”, escrito por Ricardo Arias, constituye un juicioso examen sobre la actitud asumida por los altos prelados de la Iglesia católica en ese vibrante período de la historia colombiana. A partir de la lectura de El Catolicismo, vocero oficial de la jerarquía eclesiástica, y apoyado en la consulta de otros diarios, las diferentes posiciones de los obispos a lo largo del proceso paz florecen como constancia para el análisis histórico. Con singular seriedad y similar metodología, otros dos períodos históricos ocupan el análisis de José David Cortés y Ricardo Arias en artículos publicados por la revista en sus números 15 y 19 respectivamente. Cortés muestra en la Regeneración el papel de los laicos y la interrelación existente entre la elite política y la jerarquía eclesiástica. Arias, por su parte, intenta explorar la laicidad a partir de la reforma religiosa propuesta por López Pumarejo, y observar el catolicismo integral desde comienzos del siglo XX hasta los acuerdos bipartidistas del Frente Nacional. En uno y otro aporte, la discusión conceptual y la visión histórica se esbozan con rigor.


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Tanto en la historia con perspectiva de género como en la historia sobre la Iglesia y las religiones, la revista se preocupó por publicar artículos relacionados con el “estado de la cuestión” en dichos temas. En concreto, por ejemplo, Susy Bermúdez abordó una revisión de textos en torno a “El ‘bello sexo’ y la familia durante el siglo XIX en Colombia” (número 8). Por su parte, Ana María Bidegaín exploró el tránsito historiográfico “De la historia Eclesiástica a la historia de las religiones”, suscitado en las producciones bibliográficas de las últimas décadas en América Latina (número 12). Finalmente, José David Cortés presentó un “Balance bibliográfico sobre la historia de la Iglesia Católica en Colombia. 1945-1995” (número 12). Sobre ellos, haremos alguna referencia en próximo acápite.

2.2 la reflexión histórica fragmentada Ubicados como “historia con perspectiva de género” e “historia de la Iglesia y de las religiones”, la mayoría de los artículos arriba reseñados podría formar parte, sin embargo e igualmente, de aquellas corrientes contemporáneas que, con fundamento en el hecho de que la realidad está social o culturalmente constituida, dirigen su interés a cualquier actividad humana como objeto del estudio historiográfico. El interés por lo particular, por aquello que rompe con la regularidad de los modelos; la vuelta al sujeto individual de lo histórico y al examen de la percepción de éste sobre el mundo; la preocupación por los acontecimientos singulares, la vida cultural y las creaciones intelectuales; el auge de la llamada historia de las mentalidades, de la microhistoria, y de la nueva historia cultural; el desvelo por los problemas de la representación mental simbólica de los objetos culturales y por la mediación de los lenguajes, son algunos ejemplos de las direcciones que adquiere la historiografía y que de alguna manera se plasman en los artículos publicados por Historia Crítica a lo largo de su devenir. En Historia Crítica, de esta manera, hemos tenido artículos dedicados a “El mobiliario de Beatriz González. Modernismo, postcolonialidad e identificación”, escrito por Víctor Manuel Rodríguez para el número 13, o a “La música del Caribe colombiano durante la guerra de independencia y comienzos de la república”, escrito por Adolfo Emilio Enríquez para el número 4. En el primero de los artículos citados, a partir de los espejos realizados por la artista Beatriz González en los años 1970, el autor se propone examinar las respuestas que el arte plantea frente a los impactos de las nociones modernas de identidad, rastreando sus vínculos con otras prácticas sociales y políticas. Con respecto a la música del Caribe colombiano en el período aludido, el autor argumenta que la emancipación incidió en el desarrollo de una nueva forma de mestizaje musical típicamente costeña. Sin el temor a la Santa Inquisición, el espíritu caribeño pudo combinar elementos tomados de diferentes culturas en la búsqueda de nuevos aires sonoros.


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En esta misma línea, la vuelta al sujeto individual, la microhistoria y la historia de las creaciones intelectuales, ha estado representada por textos como “Silva y su época”, de Jaime Jaramillo Uribe, o “Manuel Ancízar y sus Lecciones de Psicolojía y Moral”, de Gilberto Loaiza, publicados ambos en el número 13. El maestro Jaramillo recrea la vida del poeta entre el gobierno de José Hilario López y la Regeneración de Núñez, un período “notable por su aliento reformista en todos los aspectos de nuestra historia”5, en el que Silva se movió buscando quizás sentido a su existencia. Loaiza, por su parte, muestra la influencia de la filosofía ecléctica de Cousin y de los postulados de la teoría política de Guizot en la obra de Ancízar: la soberanía de la razón, sostiene Loaiza, le habría servido al intelectual santafereño como “pretexto explicativo para formular su deseo de distinguirse, de situarse en un papel relevante en las nacientes repúblicas”6. La historia local y urbana, por otro lado, tuvo expresión en dos artículos: “Perfil histórico de Bogotá”, por Jaime Jaramillo, aparecido en el primer número de la revista y que reseña a grandes trazos el devenir de Bogotá desde su fundación hasta los años sesenta del siglo XX, y un escrito de Germán Mejía: “La pregunta por la existencia de la historia urbana”, publicado por el número 18 de la revista y en el cual el autor explica cómo el historiar la ciudad se convirtió en necesidad cuando la alternativa de civilización encontró en ello su propia reflexión. A estos artículos podría sumarse “La sede de la Universidad de los Andes”, escrito por Juan Carrasquilla, quien recrea, históricamente, los diferentes predios que forman el actual conjunto universitario: desde solares yermos, fábricas de papel y telas, de velas, sombreros y jabones, hasta conventos, cárcel de mujeres y asilo de ancianos, fueron su pasado. Igualmente, pueden situarse en este tipo de tendencias historiográficas artículos como “La literatura de viajes como fuente histórica”, o “La visión de los otros. Colombia vista por observadores extranjeros en el siglo XIX”, escritos por Juan Camilo Rodríguez, uno, y Jaime Jaramillo, otro, y publicados en los números 16 y 24, respectivamente. Ambas producciones auscultan esa importante fuente de viajeros y exploradores. El primero, para seguir las crónicas de viajeros colombianos por Venezuela en sus observaciones de carácter político. José María Samper, Alberto Urdaneta, Federico Aguilar, Isidoro Laverde, Modesto Garcés y Santiago Pérez, todos ellos visitantes del vecino país en las últimas décadas del siglo XIX, y Pedro Peña, visitante a principios del siglo XX, ofrecen relatos y descripciones que son comparados y analizados como fuente histórica. En el caso de Jaramillo, los relatos de viajeros son tomados como testimonio frente a cuatro 5

La expresión corresponde a Jaime Jaramillo Uribe. “La época de Silva”, en Historia Crítica, N° 13, Bogotá, Universidad de los Andes, julio-diciembre de 1996, p. 39.

6

LOAIZA, Gilberto, “Manuel Ancízar y sus Lecciones de psicolojía y moral”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 13, julio-diciembre de 1996, p. 44.


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grandes temas: la organización política, la sociedad, la economía, y la cultura a lo largo del siglo XIX. Como advertencia, el maestro Jaramillo recalca que, en tanto fuente de conocimiento histórico, el relato del extranjero debe ser sometido a la crítica: afectados por los valores de su propia cultura, por las ideas dominantes en su época y aun por su profesión e intereses personales, imprimen un sello peculiar a sus conceptos que debe ser considerado por el historiador. Dos escritos con relación a la historia del periodismo podrían ocupar destacado lugar en el ámbito que nos ocupa. Gilberto Loaiza estudia “El Neogranadino y la organización de hegemonías” (número 18), en tanto que William Ramírez nos ilustra acerca de “La crónica roja en Bogotá” (número 21). Para Loaiza, siguiendo el hilo de sus investigaciones sobre Ancízar, El Neogranadino constituye una prueba de las transformaciones en la esfera política y de la cualificación de los medios de búsqueda de una opinión pública afín con el proyecto modernizador liberal. Para Ramírez, ese periodismo montado sobre insólitos hechos cotidianos, tiene en Felipe González Toledo a su principal representante. Tal como el mismo González las llamó, las “noticias de policía” se convierten en uno de los “miradores del panóptico social” que, en el caso concreto de Colombia, “es una construcción conformada según los tipos, formas y número de exclusiones impuestas por el también histórico y cambiante estatuto de normalidad pública y privada”. Desde principios del siglo XX, hasta la década del sesenta, William Ramírez intenta historiar la crónica roja como “uno de los indicadores más expresivos de ese polivalente y dinámico universo de excluidos sociales”7.

2.3 acontecimientos y conmemoraciones El regreso al acontecimiento como objeto de estudio constituye otra característica de las nuevas tendencias historiográficas. Estigmatizado por Braudel como la más caprichosa y engañosa de las duraciones8, el acontecimiento ha vuelto a incluirse en el pabellón de tareas obligadas para el análisis histórico. Sin embargo, no regresa como la tradicional historia episódica movida en el tiempo corto y el ritmo breve. Frente a los visos espectaculares con que se le disfraza rutinariamente, el análisis del acontecimiento coloca en manos del historiador la necesidad de despojarlo de todo sensacionalismo para ubicarlo serenamente a los pies del devenir social. Al fin y al cabo, como argumenta Fontana, no hay un tiempo social único y comparable, sino ritmos y velocidades diferentes en el conjunto de fenómenos históricos9. 7

RAMIREZ, William, “La crónica roja en Bogotá”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 21, enero-junio de 2001, p. 116.

8

Recuérdese, al respecto, BRAUDEL, Fernand, Historia y ciencias sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1980.

9

FONTANA, Josep, “Ascenso y decadencia de la escuela de los Annales”, en BALIBAR, E. et. al., Hacia una nueva historia, Madrid, Akal editor, 1976, p. 116.


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A lo largo de su trayectoria, Historia Crítica ha dedicado tres artículos al estudio de acontecimientos. Entre ellos, dos estuvieron ligados a una fecha conmemorativa: “Esa tarde inenarrable e inútil”, de Carlos Mario Perea, y “Los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial”, de Ricardo Arias, ambos aparecidos en la revista número 17. En el primero, Perea critica la tozuda concepción que advierte los sucesos del 9 de abril como tragedia horrenda e inútil cuyo recuerdo permanecerá latente en la memoria horrorizada de muchas generaciones. Para el autor, por el contrario, los sucesos quiebran la historia republicana de Colombia. El Bogotazo cierra un largo ciclo de la vida nacional en el cual las masas mantuvieron un pacto de fidelidad para con los partidos tradicionales e inicia una violencia que no logra salir del gesto congelado por el mismo 9 de abril: “una violencia larga, tanto en sus presencias como en sus intensidades, que parece amarrar el hilo de la historia a su pesada gramática”10. El trabajo de Arias, a su vez, se mueve en un sentido similar: el enfoque crítico de una concepción de elite que condena y excluye al “otro” para legitimar la represión sistemática contra todo aquello que le cuestiona, y que permanece con su sentido intolerante hasta nuestros días. Un segundo acontecimiento incluido en la trayectoria de Historia Crítica es más particular. Se trata de “Días de emoción espectacular. Choque cultural, intriga política y la huelga de choferes de Bogotá en 1937”, escrito por John Green y publicado en el número 24. La interpretación del hecho pone de presente las conexiones entre Gaitán y los trabajadores colombianos, e intenta demostrar que la mayoría de obreros y empleados, aunque no estuviesen de acuerdo con la disposición del uniforme obligatorio, pudieron ver más allá en la problemática y traslucir los intereses que estaban en juego durante la coyuntura de 1937. Para el autor, la huelga de choferes no sólo no destruyó la influencia de Gaitán en los sectores populares, sino que “desenmascaró” las complejas relaciones entre el Estado, el partido liberal y el pueblo, y demostró la complejidad de las luchas entre los liberales de izquierda y los “jefes naturales” del partido. Los ciento cincuenta años de la abolición de la esclavitud en Colombia recibieron un dossier especial en el número 24 de la revista. Compuesto por cinco artículos, dicho dossier ofreció un ensayo al siglo XIX: “Los culimochos: africanías de un pueblo eurodescendiente en el Pacífico nariñense”, escrito por Jaime Arocha y Stella Rodríguez. Habitantes de Satinga y El Charco, al norte de Nariño, los “culimochos” se distinguen como “blancos de piel” pero “actitud y comportamiento de negros”. Fabrican y tocan marimbas, bailan currulao, cantan arrullos y hacen cocadas. Arocha y Rodríguez se aproximan etnográficamente para analizar sus peculiaridades y explorar las causas e implicaciones de la africanización de América 10

PEREA, Carlos Mario, “Esa tarde inenarrable e inútil”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 17, julio-diciembre de 1998, p. 36.


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y Europa, las formas que pueden tomar la convivencia y tolerancia interétnicas, así como los mecanismos que el Estado debería desarrollar para hacer visible a este y otros pueblos étnicos11.

2.4 historia política y económica Señalada en declive ante la irrupción de la historia de las mentalidades y sus temáticas afines, la historia política y económica ha estado presente, sin embargo, en las publicaciones de Historia Crítica. En materia política y social, por ejemplo, son cinco los artículos que pueden contarse. En primer lugar, “La reconquista conservadora. Colombia 1957-1958”; un escrito de César Ayala sobre un tema en el cual es especialista, publicado por el número 11 de la revista. Se trata de una aguda reproducción de los hechos que giraron en torno al plebiscito de 1957, las elecciones legislativas de 1958 y la candidatura presidencial de Jorge Leyva. Un breve período signado por la aparición del Movimiento de unión y reconquista conservadora (MUR), surgido alrededor del Diario de Colombia y liderado por Gilberto Alzate Avendaño, en contra de la propuesta finalmente triunfante del Frente Nacional. Hacia atrás, en el tiempo, un artículo de Catalina Brugman, publicado en el número 21, estudia “El fracaso del republicanismo en Colombia”. Poco abordado hasta ahora por la historiografía colombiana, el republicanismo es observado por la autora en su intento fallido por modernizar la vida política nacional en una sociedad cuyas bases tradicionales se encuentran profundamente arraigadas. Según su conclusión, la mezcla entre tradición y modernidad produjo contradicciones que imposibilitaron la continuidad del republicanismo y condujeron al retorno de las colectividades políticas tradicionales. Más atrás aún, “La convención de 1821 en Villa del Rosario de Cúcuta” es tomada por María Emma Wills como un pretexto para demostrar a la luz del contexto, de las paradojas del derecho en la época colonial y de históricos significados de la revolución francesa, que “el Derecho y las Constituciones que emergen en la República de la Gran Colombia no son incongruentes con la constelación de fuerzas y las estructuras sociales de este país”. En ese sentido, concluye la autora, “la Constitución de 1821 fue autoritaria y oligárquica, como lo era la sociedad en la que emergió. Fue, es verdad, democrática, e introdujo el voto y la soberanía nacional, y

11

Cf. AROCHA, Jaime, RODRÍGUEZ, Stella, “Los culimochos: africanías de un pueblo eurodescendiente en el Pacífico nariñense, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 24, julio-diciembre de 2002, p. 80.


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en ciertos campos transformaciones de envergadura, pero esas innovaciones se combinaron y estructuraron según los criterios que organizaban el orden colonial”12. Un cuarto artículo en la línea de lo político y social se relaciona con las “Protestas sociales en Colombia. 1946-1958”. El autor, Mauricio Archila, es un consagrado historiador de los movimientos sociales en nuestro país, quien incursiona en esta ocasión sobre las luchas de carácter social registradas en la época de la Violencia. Se trata, según su propia aclaración conceptual, de “acciones colectivas que expresan intencionalmente demandas y/o presionan soluciones ante el Estado, entidades privadas o individuos”13. De todo ello sigue su rastro en la prensa de la época para destacar tendencias, declives y recesos, o subrayar el estudio por sectores sociales: movimiento sindical, cívico, campesino, estudiantil, de mujeres y otras minorías. Finalmente, un quinto artículo en temática política incursiona en la historia comparada: “Colombia y Venezuela siglo XX: entre la modernidad democrática y la modernización reaccionaria”, escrito por Javier Guerrero y publicado en el número 16. Se trata de un breve pero interesante análisis de la evolución histórica de los regímenes políticos en ambos países a lo largo del siglo XX. A través de la comparación, el autor plantea similitudes y diferencias de los períodos de transición desde sistemas autoritarios cerrados hasta procesos democráticos y su estabilidad institucional. Si, además de los escritos anteriores, se sumaran al campo de la historia política los artículos relacionados con la violencia y la construcción de paz, las reseñas en este acápite serían mayores. En este terreno, Historia Crítica ha publicado trabajos de tres especialistas: “Bases urbanas de la violencia en Colombia”, de Medófilo Medina; “Las cuadrillas bandoleras del norte del Valle en la violencia de los años cincuenta”, del desaparecido Darío Betancourt; y “Paz y violencia. Las lecciones del Tolima”, escrito por Gonzalo Sánchez. El aporte de Medina apareció en el número inaugural de la revista e intentó establecer un paralelo entre la violencia de los años ochenta y aquella vivida a mediados del siglo XX en Colombia, en relación con otros fenómenos como desarrollo económico, sindicalismo, gaitanismo y narcotráfico. Como conclusión, el autor subraya la viabilidad de explicaciones de conjunto sobre la violencia en la actualidad, así como la perspectiva global que debería adquirir toda política de paz.

12

WILLS, María Emma, “La Convención de 1821 en la Villa del Rosario de Cúcuta: imaginando un soberano para un nuevo país”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 17, julio-diciembre de 1998, pp. 133-134.

13

ARCHILA, Mauricio, “Protestas sociales en Colombia. 1946-1958”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 11, julio-diciembre de 1995, p. 64.


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El texto de Betancourt (número 4), es un anticipo de su libro Matones y cuadrilleros, publicado por la Universidad Nacional (IEPRI) y Tercer Mundo en 1990. Allí se muestra el proceso del bandolerismo en el norte del departamento del Valle durante la época de la Violencia: surgido de “guerrillas” o de “cuadrillas” con profundo contenido partidista y aún político, evoluciona hacia cierto tipo de “bandolerismo social” o hacia un bandidismo cruel e irracional. El escrito de Gonzalo Sánchez, publicado en el número 7, es una breve intervención del autor durante un encuentro organizado en Ibagué, en 1992. Limitado por el carácter del evento y la superficialidad impuesta por la corta extensión del tiempo, Gonzalo Sánchez intentó explorar las complejidades de la violencia y de la paz, así como las ofertas y la metodología que esta última propondría. En el mismo ejemplar de Historia Crítica, la edición retomó las ponencias presentadas por especialistas nacionales y extranjeros en un Foro sobre “Problemas y Alternativas para la paz en Colombia”, organizado por el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes y el Senado de la República14. Con respecto a la historia económica, son igualmente cinco las producciones que Historia Crítica ha ofrecido a sus lectores en sus catorce años de existencia. En primer lugar, un denso artículo entregado en los números 2 y 3 de la revista, escrito por Oscar Rodríguez: “El pensamiento económico en la formación del estado granadino”. Con gran acento en el debate teórico que cobija a los primeros economistas para determinar las orientaciones de la política económica, y al calor de la polémica para articular la nación al mercado mundial o determinar la dimensión de la política monetaria, el autor ofrece un importante análisis sobre el contexto en el cual se inician las primeras reflexiones económicas en nuestro país, ligadas más “al interés por solucionar problemas de orden práctico que a discusiones de índole teórica”15. Un segundo artículo de carácter económico apareció en el número 3: “Industriales, proteccionismo y política en Colombia. Intereses, conflictos y violencia”. Anticipo 14

Figuran, entre dichas ponencias, las siguientes: TOKATLIAN, Juan G., “Los diálogos gobiernoguerrilla en Colombia y las experiencias internacionales” (pp. 5-8); GARCIA, Carmelo, “Lecciones históricas aprendidas de los procesos de negociación para la paz en algunos países del mundo” (pp. 9-15); LOPEZ DE LA ROCHE, Fabio, “La reinserción como construcción de una nueva forma de relación social” (pp. 15-29); MORENO, Florentino, “Reinserción de guerrilleros. ¿Entrando en la casa del enemigo?” (pp. 30-39); REYES, Alejandro, “Anotaciones sobre el proceso de paz” (pp. 39-42); VARGAS, Alejo, “Paz nacional vs. Paces regionales” (pp. 42-45); GARCIA-PEÑA, Daniel, “El viejo congreso y la paz” (pp. 45-49). El foro tuvo lugar un año después de la Asamblea Constituyente, a dos años del gobierno de César Gaviria, en un momento de punto muerto para las negociaciones con las Farc y el Eln, pero de grandes expectativas para los grupos ya reinsertados.

15

RODRÍGUEZ, Oscar, “El pensamiento económico en la formación del Estado Granadino. 17801830”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 2, julio-diciembre de 1989, p. 93.


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de una publicación posterior de Eduardo Sáenz Rovner, el escrito es, sin duda, un aporte polémico de primera línea. Como se sabe, la mayor parte de los historiadores economistas colombianos han ubicado la promoción industrial por parte del Estado durante las administraciones de Olaya Herrera, López Pumarejo y Eduardo Santos, vistos a su vez como representantes de una naciente burguesía industrial. Sáenz Rovner argumenta en contravía que, para la elite colombiana a mediados del siglo XX, no sólo no eran claras las metas de crecimiento y desarrollo que debían establecerse; las políticas económicas que precedieron al régimen de Ospina estaban muy lejos de proteger al sector manufacturero a expensas de otros sectores de la economía y, en general, “los intereses de firmas e individuos” comprometidos en el negocio cafetero, así como los intereses de grandes comerciantes importadores y exportadores, prevalecieron sin mayor oposición hasta finales de la Segunda guerra mundial. Finalmente, la inquietud de la revista por la historia económica se reflejó con la dedicación de un ejemplar a ella: el número 14, correspondiente al primer semestre de 1997. En lo atinente a los siglos XIX y XX, esta edición presentó tres artículos: “Misiones económicas internacionales en Colombia, 1930-1960”, escrito por Decsi Arévalo; “Los laboratorios de fundición y ensaye y su papel en el comercio del oro: Antioquia 1850-1910”, de María Mercedes Botero, y “Finanzas públicas del gobierno central en Colombia, 1905-1925”, de Sylvia Beatriz Díaz. En el primero de los artículos mencionados, Decsi Arévalo reseña la participación de algunas de las misiones extranjeras en el proceso de transformación vivido por la economía colombiana entre 1930 y 1960. Se refiere no sólo al contexto en que arriban al país, sino también a sus recomendaciones y a las reacciones que suscitaron en el Estado y los gremios. Con respecto a los laboratorios de fundición y ensaye en la organización de un sistema de comercialización y en la creación de un mercado del oro en Medellín, María Mercedes Botero señala su carácter clave en la economía exportadora de metales: contribuyeron a su centralización y se convirtieron en el eje de ensayo y fundición del oro de la nación utilizados por el Banco de la República. Finalmente, Sylvia Beatriz Díaz ofrece un paciente estudio de las finanzas públicas del gobierno central durante un vibrante período de transición de la economía colombiana que inicia con el quinquenio de Reyes (19051909), prosigue con el auge cafetero (1910-1913), la Primera guerra mundial (19141918), la postguerra y crisis mundial (1919-1921), y se reinstala con la nueva expansión cafetera (1921-1925).

2.5 la expresión a través de otros espacios Como quiera que el presente ensayo se ha propuesto la realización de un balance general de las publicaciones ofrecidas por Historia Crítica acerca de los siglos XIX y XX en Colombia, no puede escapar a dicho objeto la producción incluida en


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espacios que, si bien no figuran como permanentes en la edición de cada ejemplar, poseen una importancia singular por su característica y contenido. En primer lugar, merece una especial mención el espacio estudiantil. Con seriedad y altura académica dignas de encomio, diversos estudiantes de la Universidad de los Andes han encontrado en la revista la oportunidad para ofrecer sus resultados de investigación o publicar algunas conclusiones de sus trabajos de grado. Con respecto a los siglos materia de balance, por ejemplo, tres artículos constituyen una muestra representativa que será reseñada a continuación16: •

“Colombia: de 1855 a 1872, vista a través de los periódicos de la época”: Paula Samper (número 4). Basada en el seguimiento a La Patria, El Porvenir, El Catolicismo, El Católico, El Tiempo y El Tradicionista, la autora intenta recrear un período signado por las pugnas partidistas, la inestabilidad política y el esfuerzo del liberalismo por readecuar las estructuras políticas y sociales del país a los cambios de la época.

“La crisis del enclave bananero del Magdalena en los 60s”. Marcelo Bucheli (número 5). Con sustento en la historia de la United Fruit Company, la situación del mercado internacional del banano, la legislación, la situación gremial y la relación con las economías locales, el autor explora el devenir de las plantaciones bananeras desde sus tiempos iniciales de “enclave” hasta su desaparición como tal.

“Historia económica del Ferrocarril del Norte”: Andrea Junguito (número 14). Un estudio histórico de caso con énfasis en los aspectos financieros y económicos que rodearon la complicada construcción del ferrocarril que habría de unir a Bogotá con el río Magdalena y que, en medio de contratiempos y fracasos observados por la estudiante, tardó más de medio siglo.

Un segundo espacio de importancia en la revista Historia Crítica, a lo largo de su existencia, ha sido dedicado a la reseña de libros de reciente aparición. Con respecto a la historia de Colombia en los siglos XIX y XX, por ejemplo, la revista ha ofrecido más de veinte reseñas con singular aporte y esmerado análisis. Han desfilado, a manera de muestra, conceptos sobre importantes libros como Crónica de dos décadas de política colombiana. 1968-1988, de Daniel Pécaut; El ideal de lo práctico. El desafío de formar una elite técnica y empresarial en Colombia, de Frank Safford; Actores en conflicto por la paz. El proceso de paz durante el 16

De hecho, otros dos artículos podrían citarse: “La participación política evangélica en Colombia”, escrito por Daniela Helmsdorf, ya reseñado, e “¿Importancia o imposición de una cultura foránea?”, de Soraya García, publicados en los números 3 y 4. Con un título poco apropiado, la autora refiere, ante todo, la ausencia de una política estatal que defina y mantenga a la televisión colombiana, en su etapa de génesis, como un instrumento al servicio de la comunidad.


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gobierno de Belisario Betancur, 1982-1986, de Socorro Ramírez y Luis Alberto Restrepo; La Nueva Historia de Colombia, de Editorial Planeta, bajo la dirección de Alvaro Tirado Mejía; Cultura e identidad obrera. Colombia, 1910-1945, de Mauricio Archila; Historia de la arquitectura en Colombia, de Silvia Arango; Los amos de la guerra y las guerras de los amos, de Clara Nieto; Colombia años 50. Industriales, política y diplomacia, de Eduardo Sáenz, entre otros no menos destacados textos y autores. Otra dedicación importante de la revista ha sido reservada al reconocimiento y homenaje de reconocidos historiadores. Gracias a este espacio, diversos escritos nos han puesto de presente la importancia de la obra de Germán Colmenares, Jaime Jaramillo, Darío Betancourt, Nicolás Gómez, Hernán Vergara y Germán Arciniegas. El análisis y la crítica, así como el examen sobre la vida y obra de estos historiadores por parte de sus colegas, construyen textos de especial factura y dignos de consulta.

3. historia crítica: ¿reflejo de “perplejos”? En 1991, un texto publicado por la Universidad de los Andes incluyó en su contenido un artículo de Jorge Orlando Melo titulado “La historia, las perplejidades de una disciplina consolidada”17. La hipótesis central señalaba que la situación de la historia en Colombia, durante los últimos años, mostraba tendencias y situaciones contradictorias: había ganado un amplio reconocimiento social, académico y político, junto a indiscutibles niveles de divulgación para su producción; pero, al mismo tiempo, perdía el entusiasmo que la impulsó en años anteriores hasta encontrarse en una situación de perplejidad: “sus orientaciones actuales, teóricas, temáticas y metodológicas, no son claras y no se sabe muy bien en qué dirección puede avanzar”18. En concepto de Melo, la pérdida de vigencia de los grandes modelos se reflejaba en la ambición limitada de las obras recientes, y este aspecto, tanto como la fragmentación y trivialización del discurso histórico, se convertía en amenaza inmediata. El estudio de las mentalidades y los imaginarios, las maneras de la mesa o el vestido, de los rituales, las imágenes y las formas del discurso, agregaba, “invita en cierto modo a la fragmentación y atomización de los textos históricos y a la substitución de unas estrategias expositivas por otras: la descripción

17

GUTIERREZ, Carlos B. (ed), La investigación en Colombia en las artes, las humanidades y las ciencias sociales, Bogotá, Universidad de los Andes, 1991.

18

Ibid., p. 44.


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impresionista, más o menos espesa, la frase paradójica, resultan más aptas que la interpretación causal o las narrativas lineales”19. No obstante, la preocupación de Jesús Antonio Bejarano por esta situación fue más profunda y sustentada. En una ponencia presentada al X Congreso de Historia de Colombia realizado en Medellín, en 1997, Bejarano planteó que, en la búsqueda de nuevos paradigmas y alejados de cualquier perspectiva totalizadora, los historiadores convirtieron los problemas de método en temas dispersos de la historiografía. Acosados por la necesidad de introducir nuevos métodos para refinar la comprensión del objeto, lo habrían olvidado y suplantado por el mismo método20. La situación y el debate, sin embargo, no eran nuevos ni específicamente nacionales; correspondían, en general, a la historiografía occidental. Al final de los años setenta, Lawrence Stone advirtió el regreso de la narrativa como respuesta a los modelos deterministas de las explicaciones históricas; el abandono de las disposiciones estructurales, económicas y políticas de la historia, frente a la búsqueda de planos y factores más asociados a la historia cultural y de las mentalidades, así como la vuelta del acontecimiento para responder los grandes interrogantes del poder, la organización y la decisión política21. Eric Hobsbawm, por el contrario, emitió un concepto más optimista. La renovación detectada por Stone no implicaba el rechazo o abandono de la historia estructural. Para resolver las grandes cuestiones de la historiografía, los historiadores han ampliado el instrumento y lo han dedicado al detalle. Aunque acuden al microscopio, no olvidan el telescopio22. Lo que para Stone era crisis y agotamiento del modelo determinista, para Hobsbawm era tan solo una ampliación de los instrumentos metodológicos. La razón le asiste a ambos. Si bien existe un sincero abandono de las explicaciones estructurales bajo el viejo esquema y un notorio declive en la historia económica y social, también es cierto que la historia cultural y de las mentalidades, en tanto paradigma historiográfico, ha constituido un avance en la comprensión compleja de lo social y de lo humano, de lo colectivo a través de lo individual. Si bien se ha 19

MELO, Jorge Orlando, “De la nueva historia a la historia fragmentada. La producción histórica colombiana en la última década del siglo”, en Boletín cultural y bibliográfico, Bogotá, Banco de la República, Volumen XXXVI, N° 50-51, 1999, editado en 2001, p. 167.

20

BEJARANO, Jesús Antonio, “Guía de perplejos: una mirada a la historiografía colombiana”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, Universidad Nacional, N° 24, 1998, p. 308.

21

STONE, Lawrence, “La historia como narrativa”, en Debates, Valencia, Instituto Alfonso el Magnánimo, N° 4, 1982.

22

HOBSBAWM, Eric J., “The revival of narrative: some comments, en Past and Present, N° 86, 1980.


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generado un grado de confusión historiográfica en el cual los métodos de aproximación al objeto de estudio amenazan convertirse en el objeto mismo, podría decirse, igualmente, que los nuevos modelos, organizados y tomados en conjunto, terminan afianzando los métodos tradicionales de la disciplina y sus perspectivas totalizadoras. Sin duda, a partir de los noventa ha tomado fuerza un tipo de producción historiográfica que ya no indaga lo social a partir de las funciones políticas de su propia disciplina académica y que, en apariencia, no se preocupa más por la transformación del mundo. Sin embargo, ello debe entenderse como producto de un escenario en el cual se derrumbaron los grandes proyectos y utopías que abrazaban la esperanza de una sociedad más igualitaria y feliz, o en el cual se diluyeron grandes teorías y metarelatos que parecían infalibles. Posiblemente, cierto desencanto generacional condujo a extravíos y fugas en los jóvenes historiadores. Probablemente, los gruesos volúmenes de Historia económica y social de Colombia no se verán más en el consagrado estilo de Germán Colmenares. Pero, muy a pesar de cierta fragmentación y dispersión en los estudios históricos, el propósito de la historiografía, la reconstrucción y comprensión del pasado al servicio del presente, ha continuado su curso con visiones mucho más complejas, profundas e interdisciplinarias. La microhistoria, la historia intelectual y la historia sociocultural, por ejemplo, no renuncian a las concepciones de totalidad ni a los ejes orientadores de su matriz disciplinar. Su irrupción, además, lejos de interpretarse como una crisis de la historiografía nacional, debe ubicarse en el campo de la ciencia social occidental y comprenderse como una sana y valiente inmersión en las contemporáneas corrientes intelectuales. La afirmación, en efecto, puede corroborarse con el balance que hemos presentado de la revista Historia Crítica. Una observación superficial o simplemente estadística podría advertir que en sus catorce años de existencia ha prevalecido la fragmentación histórica, así como el interés por la historia cultural y de las mentalidades. Artículos como el referido a los “Espacios en los hogares de la elite santafereña en el siglo XIX” podrían arrancar el desesperado párrafo de Bejarano: “si hemos de resignarnos al relato y al acontecimiento en su estrecha perspectiva, me temo que muchos de quienes hemos hecho modestas contribuciones a la historiografía no estaremos ya interesados, frente a un mundo en desconcierto, en perder tiempo escudriñando las modalidades de la siesta del mediodía en la Coyaima indiana del siglo XVIII. Eso que lo hagan otros”23. Sin embargo, ello sería injusto. El artículo al que aludimos, por ejemplo, debe mirarse en el contexto de una obra. Su autora no sólo ha ofrecido a la revista una variada producción con perspectiva de género, sino que también ha aportado una 23

BEJARANO, Jesús Antonio, op. cit., p. 324.


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interesante revisión de publicaciones sobre la mujer y la familia durante el siglo XIX en Colombia, con la cual permite traslucir el importante sentido histórico de su temática. No se trata, entonces, de un pasaje light que abandona el rigor intelectual de la disciplina; se trata de una reflexión paulatina y seria sobre las relaciones de subordinación por género, sobre la condición de las mujeres del común y sobre la imagen misma de la mujer a través de la historia. La autora es consciente, además, que uno de los vacíos a llenar en la historiografía del siglo XIX, “es el analizar, desde la perspectiva de las relaciones entre los géneros, la formación del Estado y el desarrollo del capitalismo en el país”24. De manera similar, la historia de las religiones y la historia de la iglesia católica en Colombia han recibido en la revista Historia Crítica, sendos balances bibliográficos. Ana María Bidegaín examinó el devenir historiográfico “De la historia Eclesiástica a la historia de las religiones” y concluyó que “el desarrollo de las mentalidades en historia social, antropología histórica, sociología religiosa, historia política, historia de las mujeres y relaciones de género, junto con las transformaciones de la sociedad contemporánea y el avance de la libertad religiosa, abrió espacios nuevos para el avance de la historia de las religiones en las universidades latinoamericanas”25. Por su parte, José David Cortés presentó un “Balance bibliográfico sobre la historia de la Iglesia Católica en Colombia: 19451995”, con el cual intentó mostrar la evolución de los estudios sobre este tema en nuestro país, vistos desde la perspectiva de quienes los realizaron. Su conclusión señala que la tarea más importante por hacer es “una historia global del catolicismo en el país, que tenga en cuenta las múltiples relaciones que lo afectan e influyen y cómo él también las puede influir e incluso determinar”26. Sin duda, los estados de la cuestión han intentado identificar las tensiones generadas por los cambios de modelos y paradigmas historiográficos. A toda luz, entonces, podría afirmarse que, a pesar de la variada preocupación por los nuevos temas historiográficas, de la inmersión en las recientes corrientes intelectuales, o de la adopción de nuevos métodos y paradigmas que puedan encontrarse en las producciones aportadas a la revista Historia Crítica, existe también la claridad en dos propósitos: la necesidad de comprender un orden global, y el compromiso por preservar el rigor intelectual de la disciplina académica. Muchos de los artículos en este campo reseñados trascienden la historia de las mentalidades para abordar una historia social de la cultura y el mundo de las 24

BERMÚDEZ, Susy, “El ‘bello sexo’ y la familia durante el siglo XIX en Colombia”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 8, julio-diciembre de 1993, p. 50.

25

BIDEGAIN, Ana María, “De la historia eclesiástica a la historia de las religiones”, Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 12, enero-junio de 1996, pp. 14-15.

26

CORTES, José David, “Balance bibliográfico sobre la historia de la Iglesia Católica en Colombia, 1945-1995”, en Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 12, enero-junio de 1996, p. 26.


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representaciones como una forma de investigar y descubrir a la sociedad entera. Desde luego, siguiendo la calificación de Melo y Bejarano, podrán constatarse “fugas” y “confusiones”, como la apreciable en la revista número 9, en donde la historia se extravía y relega para dar paso, en algunos casos, al diseño o al arte. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que se trata de un ejemplar especial, dedicado a un evento particular y que, en la búsqueda de comprensiones globales, son explicables los extravíos transitorios. También podrá criticarse la simpleza o poca profundidad histórica en algunas contribuciones, pero es apenas natural y obvio en la evolución intelectual de los escritores. A pesar de la ausencia de escritos relacionados con la historia más contemporánea, como es el caso del narcotráfico27, de los grupos paramilitares, de las negociaciones con el movimiento guerrillero, de las Fuerzas Armadas, de los gobiernos recientes, de las relaciones con Estados Unidos y de la política internacional, la historia social, política y económica, como atrás quedó expuesto, ha tenido presencia en el devenir de Historia Crítica. Incluso, como se reseñó, la historia económica recibió un ejemplar dedicado exclusivamente a ella. Podrá argumentarse, es cierto, que se trata en algunos casos de auténtica microhistoria; pero también podrá alegarse que se trata, simplemente, de una reducción en la escala de observaciones sobre un mismo sistema, que permanece fiel a la tradición y misión de inteligibilidad de los procesos históricos. Con una visión más optimista y a partir de la exploración que hemos realizado en torno a la producción presentada por la revista Historia Crítica acerca de los siglos XIX y XX en la historia de Colombia, es posible proponer en conclusión que, lejos de una crisis historiográfica con grandes dimensiones, hemos atravesado por un momento de búsqueda sobre nuevas fuentes y métodos, de nuevos paradigmas, de más complejas respuestas que intentan superar el reduccionismo socioeconómico, de variaciones en el análisis y en las escalas de aproximación a las estructuras, de calor y sentido, de libertad e individualidad en los investigadores. Probablemente, para la nostalgia de algunos, “todo tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo, para esta discusión y sobre la ubicación y papel de la “Nueva Historia de Colombia”, serían necesarias muchas páginas. Cabría subrayar, finalmente, que en el análisis de las tendencias políticas, económicas, sociales y culturales que hoy se busca, no es factible un estudio similar al que se hacía en el pasado. No es asunto de moda sino de significado. El cambio de modelos es obligatorio y presenciamos un nuevo terreno para la historia en otra época; las tendencias implican un reexamen de las fuentes y de la naturaleza de las explicaciones históricas para sobreponerse a las limitaciones presentes en las interpretaciones que hasta hoy hemos alcanzado. 27

Acerca del narcotráfico sólo existe un artículo, poco sustancial y a veces incoherente: “Esa hoja verde y divina, la coca es”, conferencia de Fernando Calderón dictada en Berkeley, California, Historia Crítica, Bogotá, Universidad de los Andes, N° 4, julio-diciembre de 1990.


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la historia europea en la revista historia crítica martín eduardo vargas ∗ El objeto de este texto es el de analizar los artículos publicados en la revista Historia Crítica, órgano de difusión del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, dedicados a la problemática de la historia europea. Los nueve trabajos aquí analizados fueron publicados entre 1990 y el 2000. Sus autores son historiadores adscritos al Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Hugo Fazio, Muriel Laurent y Néstor Miranda); del Departamento de Historia de la Universidad Nacional (Abel López) y de la Universidad Central de Venezuela (Andrés Serbín). 1. ejes temáticos, espaciales y temporales La reflexión sobre la historia europea en la revista Historia Crítica abarca desde la historia medieval (dos artículos1), la historia moderna (un artículo2) y concentran la mayor parte de la producción historiográfica sobre temas contemporáneos (seis artículos3). La Unión Soviética aporta el mayor número de trabajos (cuatro), seguida por la Unión Europea (dos). Estos textos se producen en una década marcada por importantes experiencias históricas que de una manera u otra orientan y fortalecen sus propuestas y perspectivas. El fin de la confrontación Este-Oeste; la disolución de la URSS; la caída del Muro de Berlín; la reunificación alemana; la conmemoración de los “500 años del descubrimiento de América”; la dinámica del proceso integracionista europeo y la intensificación de la globalización, entre otros, posibilitan el diálogo entre el pasado y el presente, y justifican el deseo expresado por varios de sus autores de “repensar”, de construir “aproximaciones interpretativas”, de dar testimonio de los ∗

Historiador y Magister en Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. Docente-Investigador de la misma institución.

1

Corresponden a los trabajos de MIRANDA, Néstor, “Pedro Abelardo y los estudios superiores en la Francia del siglo XII”, en Historia Crítica, No. 16, enero-junio, 1998, pp. 117-125; LÓPEZ, Abel, “Disidencia y poder en la Edad Media: la historia de los Cátaros”, en Historia Crítica, No. 20, juliodiciembre, 2000, pp. 113-142.

2

El trabajo de LÓPEZ, Abel, “Sobre las motivaciones económicas y espirituales de la expansión europea (siglo XV)”, en Historia Crítica, No. 6, enero-junio, 1991, pp. 59-74.

3

Los trabajos de FAZIO, Hugo, “La Unión Soviética y el Tercer Mundo”, en Historia Crítica, No. 3, enero-junio, 1990, pp. 5-19; SERBIN, Andrés, “Lenin, Gorbachov y la eclosión de las nacionalidades en la URSS”, en Historia Crítica, No. 5, enero-junio, 1991, pp. 19-33; FAZIO, Hugo, “Repensando la historia de la Unión Soviética”, en Historia Crítica, No. 6, enero-junio, 1992, pp. 35-57; FAZIO, Hugo, “La Unión Europea: las tareas políticas de la integración”, en Historia Crítica, No.8, juliodiciembre, 1993, pp. 3-16; FAZIO, Hugo, “El octubre ruso de 1917: una aproximación interpretativa”, en Historia Crítica, No. 11, julio-diciembre, 1995, pp. 5-18; LAURENT, Muriel, “Los proyectos de integración europea entre 1954 y la conferencia de Messina de junio de 1955”, en Historia Crítica, No.16, enero-junio, 1998, pp. 81-97.


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avances y retrocesos de las mismas experiencias o de los cambios sufridos por sus actores, e, incluso, de ofrecer nuevas propuestas o de nutrir las discusiones con otros elementos de análisis.

2. un interés: ofrecer nuevos enfoques, miradas, relecturas y reinterpretaciones de las problemáticas europeas Una de las fortalezas de los trabajos presentados tiene que ver con el interés de los autores por explorar nuevas alternativas explicativas a los temas ya tratados, por construir nuevos interrogantes y dotarlos de argumentos y respuestas que contribuyan al avance de la disciplina histórica. Ejemplo de lo anterior lo encontramos en los trabajos del historiador chileno Hugo Fazio Vengoa, quien considera que los lugares comunes de interpretación de fenómenos como el soviético, en este caso el plano ideológico, deben ser superados. Para él, se hace urgente abordar los problemas a través de nuevos enfoques, relaciones e hipótesis de trabajo4. Igual interés se palpa en el trabajo de Andrés Serbín, quien señala: “La guerra fría y sus efectos sobre los medios de comunicación en Occidente y, con frecuencia, sobre los análisis de algunos especialistas y kremlinólogos, nos ha acostumbrado a asociar el tratamiento de la cuestión nacional en los países socialistas en general, y en la URSS en particular, con una ideología específica –el marxismo-leninismo-, en cuyo marco los fenómenos étnicos y nacionales han sido descalificados como epifenómenos a la lucha de clases, expresiones de la burguesía, y en general, relictos históricos prontos a desaparecer a medida que avanzase y se consolidase el comunismo a nivel mundial. Sin embargo, un análisis más detallado de la conceptualización del problema en los padres fundadores del marxismo-leninismo, puede llevar a otras conclusiones”5. 3. la superación de la historia lineal y la necesidad de analizar los procesos a la luz de su propia “historicidad” La reinterpretación de las experiencias históricas debe ir acompañada de una dimensión dinámica de las mismas que obligue a la superación de concepciones lineales y de ejes de explicación previamente predeterminados. Los nuevos enfoques de análisis, las herramientas teóricas, metodológicas y conceptuales deben apoyar el esfuerzo de los historiadores por generar distintos escenarios de explicación del devenir de las sociedades. Precisamente, en contra de una historia lineal se pronuncia Hugo Fazio, al analizar la experiencia histórica de la Unión Europea. Para Fazio: “En contra de una creencia muy generalizada, la historia de la Comunidad no ha sido lineal. Sus contenidos y objetivos se han modificado constantemente para responder a las circunstancias que se presentan en momentos precisos. En este plano sin duda, una de las grandes 4 5

Ver FAZIO, Hugo, “La Unión Soviética y el Tercer Mundo”, op. cit., p. 5.

Ver SERBIN, Andrés, “Lenin, Gorbachov y la eclosión de las nacionalidades en la URSS”, op. cit., p. 19.


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virtudes de la CEE radicó en la indefinición misma del proceso de construcción, lo cual ha permitido que la Comunidad haya podido adaptarse más o menos fácilmente a los cambios políticos y económicos ocurridos en los últimos cuarenta años”6. En la misma línea se ubica la propuesta de Muriel Laurent, quien afirma que el proceso de construcción comunitario ha estado mediado por el optimismo, el avance, pero también por las posiciones encontradas entre sus miembros, los temores frente a algunas de sus iniciativas, los retrocesos y los urgentes esfuerzos por seguir adelante. La tensión entre los criterios nacionales y los criterios supranacionales sigue siendo una de las características de la Comunidad. Otro componente importante para reinterpretar estas experiencias históricas, tiene que ver con su propia historicidad. El proceso de occidentalización del mundo se encargó de crear los referentes, únicos y “válidos”, desde los cuales todas las sociedades debían ser explicadas. Interpretar todos los acontecimientos a través del rasero occidental, ha creado un sinnúmero de problemas y de vacíos para abordar una interpretación más cercana y objetiva de las dinámicas históricas. Procesos como la modernización capitalista y la negación del “otro”, en marcos como la expansión occidental y la confrontación Este-Oeste, se han encargado de definir cómo debe ser el mundo y cómo debe ser el comportamiento de las sociedades y de las estructuras económicas, ideológicas y culturales. La negación de las características propias de las sociedades, de sus experiencias históricas particulares y de su trascendencia histórica, ha provocado visiones erróneas de las mismas, como la utilización de conceptos cuestionables como el de “atraso”, o el privilegiar posiciones hegemónicas y universalizadoras. Tales visiones deben ser superadas. Este es uno de los aportes proporcionados por varios de los artículos publicados en la revista Historia Crítica. Este llamado a la historicidad lo encontramos como una constante en los trabajos de Hugo Fazio, en sus reflexiones acerca de la experiencia soviética, combinada con la posibilidad de ofrecer nuevos enfoques interpretativos: “Nuestra explicación sigue un derrotero diferente: en primer lugar, vemos como una primera aproximación válida repensar la reinterpretación de los procesos en su propia historicidad, o sea dentro de un marco de aprehensión del fenómeno en el cual la sociedad rusa y posteriormente soviética no fue una instancia atomizada por la política, sino que ha sido un poderoso factor que ha marcado y definido el curso de los acontecimientos y en particular la evolución a largo plazo del sistema político y social. En segundo lugar, la historia rusa y soviética en los últimos cien años debe interpretarse desde una óptica de análisis que tenga en cuenta los elementos propios a esta sociedad y su posición frente a la modernización occidental”7.

la historia ruso-soviética 6

FAZIO, Hugo, “La Unión Europea: las tareas políticas de la integración”, op. cit., p. 3.

7

FAZIO, Hugo, “El octubre ruso de 1917; una aproximación interpretativa”, op. cit., pp. 5-6.


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Una de las contribuciones más importantes de la revista Historia Crítica, con respecto a la historia europea, está asociada con los análisis expuestos por el historiador Hugo Fazio sobre la historia ruso-soviética. Estos trabajos exploratorios no sólo han cumplido la función de señalar temas, problemas y enfoques, sino que además han sido el punto de partida de varias de sus publicaciones más recientes8. 4. un tema de debate: la modernización ruso-soviética Uno de los componentes importantes de la occidentalización lo constituye la modernización y su pretensión universalizadora. La modernización, como problema histórico, le sirve a Hugo Fazio para adelantar un análisis de las experiencias rusa y soviética. Para él, la modernización es insuficiente para entender, en el marco de una historia de larga duración, la historicidad ruso-soviética: “...trataremos de demostrar que la historia soviética ha sido un proceso en el cual se han enfrentado dos proyectos alternativos de desarrollo: el primero enraizado en los elementos populares propios del desarrollo ruso, principalmente las tradiciones campesinas, y el segundo sustentado por los sectores que se han beneficiado de la modernización capitalista a finales del siglo XIX”9. La modernización y la tradición campesina rusa y soviética, como lo afirma Fazio, se han enfrentado históricamente o, como en el caso del stalinismo, han sido articuladas. La modernización en Rusia y la URSS ha estado identificada con varios procesos y periodos: una modernización capitalista gestada “desde arriba”, es decir, promovida por el estado zarista a finales del siglo XIX, apoyada por el capital extranjero y ante la ausencia de una burguesía que lo promoviera; un nuevo impulso modernizador promovido por el gobierno provisional en febrero de 1917 y de clara inspiración burguesa; la NEP, definida como “variante particular” de la modernización; la desarticulación de los elementos diferenciadores de la NEP y las nuevas características de la modernización bajo el stalinismo; la introducción de la modernidad por parte de Jruschov y su apuesta por “una modernización a lo occidental”; el papel desempeñado por el sector modernizador y su lucha contra los sectores “ortodoxos” en las décadas de los 60 y 70, y, finalmente, el gorbachovismo como una reedición de la modernización occidental. En cuanto al papel desempeñado por los elementos populares, Fazio señala que los intentos de diferenciación social y de creación de bastiones de acumulación capitalista tuvieron que enfrentar las reacciones sociales de aquellos sectores que se vieron vulnerados por los intentos modernizadores. Las comunidades rurales (“obschinas”) jugaron un papel dinámico durante buena parte de la experiencia: de las Reformas Stolipin, en 1906, que auspiciaron el abandono del campesinado de sus comunidades, pasamos a la revolución agraria liderada por el campesinado y al “renacimiento” de las obschinas en 1917: “Desde los meses de marzo-abril los campesinos iniciaron su revolución agraria. Se emparentaron de la tierra de los 8

FAZIO, Hugo, La Unión Soviética de la Perestroika a la disolución, Bogotá, ECOE-Tercer Mundo, 1992. 9

FAZIO, Hugo, “Repensando la historia de la Unión Soviética”, op. cit., p. 40.


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nobles, golpearon duramente a los Kulaks (clase de campesinos enriquecidos, bastión de las reformas de Stolipin), a los que obligaron a volver a las obschinas. En estos meses se asistió a un renacimiento de las obschinas que solidificaron el poder popular en el campo y destruyeron los resortes sobre los cuales se estaba construyendo el capitalismo agrario. Puede decirse que la revolución agraria fue una revolución «conservadora», arcaica, en la medida en que, más que proponer nuevas brechas para la modernización del campo ruso, destruyó los cimientos del modelo de desarrollo seguido desde finales del siglo XIX y restableció las formas tradicionales e igualitarias del campesinado ruso”10. Mientras unos sectores le apostaban a la modernización, vía occidental, otros, por el contrario, disponían todos los medios para su desarticulación: un proyecto modernizador enfrentado a tendencias antimodernizadoras. Mientras unos concibieron la necesidad de proceder a la desarticulación del campesinado, a crear las condiciones para el capitalismo agrario, otros concibieron la necesidad de conservarlo y de atarlo con una nueva visión modernizadora. A esta lógica respondió, según Fazio, la experiencia impulsada bajo el stalinismo: “Es decir, a diferencia de procesos ocurridos en los países occidentales, en la URSS la acelerada acumulación no significó la destrucción del campesinado, ni tampoco su pauperización, sino, por el contrario, su conservación. La colectivización, podemos decir, fue uno de los engranajes principales de la acumulación, pero, a diferencia de las otras experiencias, tuvo siempre en cuenta las necesidades sociales de los sectores más pobres de la población. De otra parte, la colectivización mantuvo –he aquí su elemento revolucionario- las tradiciones culturales, formas de solidaridad y de gestión del campesinado”11. Para Hugo Fazio, el proyecto modernizador implantado por Stalin sería desmontado y se retornaría a la creación de las condiciones de “desigualdad creciente de la sociedad”. Esta nueva perspectiva modernizadora sería adelantada por Jruschev, quien la guiaría hacia una apuesta por la “modernización occidental” y por la reinserción de la economía soviética en el escenario económico mundial: “Por estas razones consideramos que el verdadero trasfondo de las transformaciones iniciadas por Jruschov no debe concebirse como una liberalización de la sociedad que poco a poco se habría ido desgarrando de los tentáculos del Estado, sino en el hecho de que con él se comienzan a yuxtaponer los elementos de apoyo al modelo occidental en la realidad soviética, subvirtiendo los condicionantes básicos del sistema soviético de desarrollo, iniciado por Stalin”12. Esta reorientación de la política modernizadora creó nuevas contradicciones, como lo señala Fazio, entre los defensores del “sistema stalinista” y los que veían con buenos ojos la nueva opción de desarrollo. Aquí podemos ubicar los orígenes de las dos

10

Ibid., p. 43. Esta afirmación también la encontramos en su artículo titulado “El octubre ruso de 1917: una aproximación interpretativa”, pp. 7-11. 11

FAZIO, Hugo, “Repensando la historia de la Unión Soviética”, op. cit., p. 49.

12

Ibid., pp. 51-52.


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tendencias que guiaron la experiencia soviética entre la década de los 60 y los 80: los sectores ortodoxos y los sectores reformistas. Finalmente, con Gorbachov y sus iniciativas reformistas, tal y como lo advierte Fazio, los sectores reformistas se consolidaron, participaron del nuevo impulso reformista, e incluso precipitaron los acontecimientos que culminaron con la disolución de la URSS, el fortalecimiento del modelo de desarrollo occidental, el abandono del modelo socialista, la gestación de condiciones para la acumulación y para la diferenciación social. Son todos estos elementos los que permiten entender la crisis soviética de principios de los 90: “En resumen, la actual crisis por la que atraviesa la URSS no es más que la polarización y radicalización social y política entre dos proyectos de sociedad. Las reformas políticas realizadas entre los años 1987 y 1989 (estado de derecho, separación del partido del Estado, pluralismo, revitalización de los soviets, libertades políticas, etc.) crearon las condiciones para iniciar el desmonte del sistema anterior... La actual crisis económica de la Unión Soviética y la apatía de los dirigentes por sacar al país del atolladero en que se encuentra consisten en que esta crisis está generando diferencias económicas y sociales y en ese sentido está creando las condiciones para transitar del sistema soviético hacia el capitalismo occidental”13.

5. las nacionalidades y su papel dentro de la explicación de la historia soviética La “cuestión nacional” también ha estado presente dentro de la historicidad soviética. El tema es estudiado por Hugo Fazio y por Andrés Serbín. Para el primero, el movimiento de las minorías nacionales fue, junto a las revoluciones de los campesinos, de los obreros y de los soldados, una experiencia clave para la comprensión e interpretación de la “Revolución de Octubre”, de los procesos derivados de la política descentralizadora propuesta por la Perestroika y en la misma disolución de la URSS. En palabras de Fazio: “La mayoría de los partidos políticos, por su parte, no estaba dispuesta a conceder el derecho de secesión, sino simplemente de autonomía cultural, lo que no mejoraba ni solucionaba los problemas de las minorías. Con la única salvedad del partido de Lenin que abogaba por una verdadera autodeterminación de los pueblos, es decir, reflejaba el espíritu de éstos de definir por sí mismos su futuro. El inicio de este movimiento contestatario desempeñó también un importante papel en la revolución. La proclamación de poderes regionales que contestaban las medidas adoptadas en el centro hizo que surgieran numerosos poderes paralelos, los cuales, al disputarle dirección al Gobierno Provisional, lo debilitaron y favorecieron el clima de anarquía que sería propio a la gesta de octubre. La importancia de esta acción, similar a la que ocurriera en la era gorbachoviana, fue que contribuyó a minar los sustentos del poder estatal y a dar origen a signos precursores de nacionalismo”14.

13

Ibid., pp. 56-57.

14

FAZIO, Hugo, “El octubre ruso de 1917: una aproximación interpretativa”, op. cit., pp. 16-17.


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El tema es ampliamente estudiado por Andrés Serbín en su artículo “Lenin, Gorbachov y la eclosión de las nacionalidades en la URSS”. Serbín llama la atención de los interesados en el tema de la “cuestión nacional” en que se hace necesario adelantar un análisis más detallado del pensamiento marxista con respecto a aquel. Para ello valida la división establecida por Walter Connor de las tendencias en que se puede dividir el estudio de las nacionalidades soviéticas: el marxismo clásico, el marxismo estratégico y el marxismo nacional. Para Serbín, Lenin, uno de los principales promotores de la autodeterminación, debe ser ubicado dentro de la corriente del marxismo estratégico. Serbín también hace un llamado de atención acerca de lo problemático que es el término “cuestión nacional”. Para comprender este fenómeno de las nacionalidades, Serbín procede a situar el problema teniendo en cuenta el proceso de expansión y consolidación del imperio ruso; las políticas leninistas dispuestas en la Revolución de Octubre; la sovietización y la rusificación; la Perestroika y la “eclosión de las nacionalidades”. Serbín resalta que la política leninista frente a las nacionalidades se construyó sobre las promesas del reconocimiento de la autodeterminación de las mismas, para luego proceder a su restricción, apostando a la integración, en procura de defender a la revolución: “En la práctica, bajo la apariencia de significativas concesiones a los nacionalistas, Lenin aseguró la profundización del proceso revolucionario y la consolidación del internacionalismo, frenando el proceso de desmembración del Imperio Ruso y reconstituyendo gradualmente sus fronteras en el marco de la Unión Soviética. De hecho, si bien en las constituciones soviéticas de 1924, 1936 y 1977, el derecho a la secesión de las nacionalidades se mantuvo, el principio de autodeterminación como tal fue eliminado a partir de 1922 a través de una serie de mecanismos”15. Para Serbín, las nacionalidades fueron sometidas a un proceso de “sovietización”, como criterio homogeneizador, junto al control político-ideológico desempeñado por el Partido Comunista y la integración económica de las diferentes etnias y nacionalidades, especialmente las no rusas. Pero no podemos olvidar que este proceso integracionista favoreció la aparición de elites locales, que cumplirían papel importante en la dinámica soviética vinculadas con la modernización, el cambio político, económico y social, la crítica al excesivo centralismo, las exigencias democratizadoras e, incluso, la apuesta por fórmulas nacionalistas que dentro de su discurso y accionar terminan optando por el separatismo. Según Serbín, las consecuencias de la Perestroika en lo concerniente a las nacionalidades, hace pensar que la única alternativa es retornar a los preceptos leninistas: “Desde esta perspectiva, la política de nacionalidades implementada por Lenin durante la Revolución de Octubre no deja de tener ciertas resonancias en la situación actual. La necesidad de producir nuevas modalidades de articulación económica en la URSS que impulsan la perestroika y el proceso de necesaria descentralización que conllevan, requieren de un mayor grado de autonomía y de una democratización que se extiende por igual en la RSFRS como en el resto de las repúblicas y territorios de la URSS. Este proceso exige una creciente autonomía periférica, sin por ello llevar a 15

SERBIN, Andrés, “Lenin, Gorbachov y la eclosión de las nacionalidades en la URSS, op. cit., p. 21.


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la desmembración de la Unión Soviética... En cualquiera de los casos, como lo evidencian los recientes acontecimientos en Lituania y Estonia, la perestroika que ha desencadenado Gorbachov se enfrenta con el obstáculo de la eclosión de los sentimientos nacionalistas que durante mucho tiempo vivieron soterrados, tanto en las repúblicas y territorios periféricos como en la misma Rusia. Es así que tal vez la única alternativa posible para enfrentar esta eclosión y las amenazas que entraña para la perestroika, sea retornar a la esencia de la exitosa estrategia de Lenin, quizás traduciéndola a las actuales condiciones geopolíticas y económicas globales”16.

6. un elemento de análisis de la política exterior soviética: sus relaciones con el tercer mundo El último de los referentes de análisis para la historia soviética, presentado en Historia Crítica, corresponde a su política exterior. Las relaciones con el Tercer Mundo sirven a este propósito. Nuevamente es Hugo Fazio quien introduce el tema. El planteamiento central de Fazio con respecto a la dinámica de las relaciones establecidas entre la URSS y el Tercer Mundo es el siguiente: “...partiremos de la consideración de que el Tercer Mundo representa para la URSS un espacio donde intenta obtener el reconocimiento, no tanto de los PVD [*países en vía de desarrollo] como modelo referencial, sino del sistema internacional de Estados como interlocutor con influencia y capacidad de decisión. Esta situación particular y específica de la URSS viene dada por el hecho de que este país actúa en dos dimensiones: por un lado hace parte de la economía y del sistema interestatal mundial y, por otro, los niega en tanto que ha creado su propio sistema mundial –económico y político- de carácter socialista, que se encuentra por su misma esencia en contradicción con el anterior. Esta dualidad es importante de tener en cuenta al analizar la política soviética frente al Tercer Mundo, puesto que frente a los países en desarrollo se presenta ora como potencia, ora como poder contestatario, que si no niega continuamente por lo menos cuestiona el sistema internacional”17. Para abordar el planteamiento central antes expuesto, Fazio establece dos condiciones: la necesidad de analizar las transformaciones de la política exterior soviética y su relación con los factores económicos, políticos, militares, ideológicos y científico-técnicos, y, sus relaciones con los Estados Unidos frente a la posición y visión de mundo manejada por cada uno de ellos. Para Fazio la política soviética frente al Tercer Mundo, en el contexto de la confrontación Este– Oeste, ha estado definida por la búsqueda de apoyos, su presencia y los mecanismos para obtener el necesario reconocimiento internacional. La política interna soviética, asegura Fazio, está en relación directa con su política exterior. En su propuesta de explicación, Fazio señala las distintas etapas y sus características en cuanto a las relaciones interestatales soviéticas en el escenario tercermundista: la primera se sitúa en la década de los 50 bajo el principio de la 16 17

Ibid., p. 33.

FAZIO, Hugo, “La Unión Soviética y el Tercer Mundo, en Historia Crítica, No.3, enero-junio 1990, p. 7.


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“coexistencia pacífica” promovida por Nikita Jruschev y en la que se privilegian factores como el fortalecimiento económico, científico, diplomático y moral. El objetivo fundamental, promovido por la URSS, tiene que ver con la creación de una imagen positiva frente al mundo, recurriendo a mecanismos como el apoyo a los procesos descolonizadores, económicos y comerciales tercermundistas. La segunda etapa se experimenta entre 1974 y concluye en 1979 con la invasión a Afganistán. El factor que se privilegia es el militar explicado por la intensificación de la carrera armamentista con los Estados Unidos. La última etapa se ubica en la década de los 80 y se caracteriza por la crisis experimentada dentro del “mundo socialista”; la difícil situación económica de la URSS, el desafío científico-tecnológico impuesto por Occidente y el diseño de una nueva política exterior, bajo los dictados de la Perestroika propuesta por Gorbachov. “El Nuevo Pensamiento Político” manifestó una relectura de las relaciones internacionales soviéticas: promover su desarrollo interno; apostarle al desarme y la promoción de la paz mundiales y el policentrismo. En lo concerniente al Tercer Mundo, Fazio señala: “...la plataforma gorbachoviana implica un cambio radical, sobre todo si se tienen en cuenta las modalidades y formas de inserción inmediatamente anteriores. El retiro de las tropas de Afganistán y los acuerdos de Ginebra sobre este país son un buen testimonio de la superioridad en la utilización de las herramientas políticas sobre las militares. Además es menester señalar que éste ha sido un paso muy importante para dar salida y solución a los otros conflictos que aquejan hoy al mundo. Con el fin de hacer más operativa la economía nacional y de aumentar la presencia política, Gorbachov ha centrado su atención en los países más prósperos del Tercer Mundo, los Nuevos Países Industrializados, los cuales no solamente son mercados potenciales muy significativos para la URSS sino que también pueden transformarse en suministradores de tecnología de punta, sobre todo en aquellos rubros en los cuales los soviéticos son débiles”18. ¿Cuáles han sido los elementos centrales de la política exterior soviética? La respuesta, según Fazio, se encuentra en los distintos mecanismos utilizados para responder de manera efectiva al reto impuesto por el capitalismo en los ámbitos político, económico, social, internacional, armamentista y científico–tecnológico. El Tercer Mundo ha sido escenario de interés para la URSS y manifestación clara de las transformaciones de su política exterior.

la integración europea Ya hemos hecho mención, más arriba, del llamado de atención que hacen Fazio y Laurent acerca de analizar el proceso integracionista europeo desde un enfoque dinámico. El otro elemento importante, también abordado por estos autores, tiene que ver con el espinoso tema de la integración política comunitaria. 7. la integración política como problema

18

Ibid., pp. 17-18.


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Según la teoría de la integración, la Unión Política es el último estadio de dicho proceso. La idea de la unión política concibe como posible la creación de un solo Estado, esto es, el abandono de los criterios nacionales en beneficio de las fórmulas supranacionales. La Unión Política debe conducir a la creación de un único marco institucional (político, social, económico, monetario), producto de la cesión de soberanía de los mismos Estados. La integración económica y la integración política han sido dos experiencias nucleares dentro de la posibilidad de constituir una “Gran Europa”, o una “Europa unida”. Sus dinámicas, por momentos, han hecho pensar en la posibilidad de integrar los factores económicos con los políticos; en otros, por el contrario, la integración económica ha sido concebida como la única fórmula posible de integración en la medida en que el escenario político todavía manifiesta sus temores frente a la pérdida de los referentes nacionales en cuanto a su soberanía (política, económica, militar). Un punto de encuentro en los planteamientos de Fazio y Laurent tiene que ver con los alcances y los problemas de la integración política. Este es el escenario de producción de los dos textos. Según Fazio, y podríamos extenderlo a otros especialistas en el tema integracionista, la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), en 1951 por el Tratado de París, no sólo representó un significativo avance en términos económicos, sino también políticos: “De acuerdo al programa originario de Jean Monnet y Robert Schuman, los precursores de la Comunidad Europea, los objetivos que se deseaban alcanzar eran fundamentalmente de índole política. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, el proyecto de asociación de naciones de Europa Occidental se proponía prevenir la emergencia de los antiguos odios y ambiciones nacionalistas –principalmente entre Francia y Alemania– que habían costado, en el presente siglo, dos guerras mundiales, impedir el resurgimiento de tendencias fascistas, elevar el papel de Europa en los destinos del mundo, servir de contrapeso al hegemonismo norteamericano y de freno al posible avance soviético. La persistencia durante cuarenta años de estos temores sirvió para afirmar la idea de la Comunidad y avanzar paulatinamente en la integración de estos Estados”19. Los avances políticos prontamente se vieron entorpecidos cuando se abordó el tema de la defensa en el marco comunitario. La firma, en 1952, del Tratado de la Comunidad Europea de Defensa (C.E.D), por parte de la República Federal de Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, y su posterior proceso de ratificación, que se extendió hasta 1954, expuso con claridad los temores que se despertaron frente a un eventual rearme por parte de Alemania, el cual trató de ser obviado comprometiendo a aquella nación en un proyecto de creación de un ejército común. Sin embargo, el asunto puso de manifiesto una preocupación mayor: el impacto que podría tener un tratado como éste para la soberanía nacional, tema especialmente sensible en sociedades como la francesa. La pérdida de dinamismo de la integración política reforzó el ímpetu integracionista desde el escenario económico. El espíritu supranacional ha funcionado en lo 19

FAZIO, Hugo, “La Unión Europea: las tareas políticas de la integración”, en Historia Crítica, No. 8, julio – diciembre 1993, p. 3.


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concerniente a la economía, mas no en lo político: “En este estudio, se ha podido entrever que la cuestión de la supranacionalidad fue la que causó el mayor escollo a la profundización de la integración europea en ámbitos como la defensa (Comunidad Europea de Defensa) y la política exterior (Comunidad Política Europea) común. Se crearon instituciones comunitarias para el manejo de temas relacionados con el comercio y ciertos sectores económicos (como la Política Agrícola Común), pero siempre con el Consejo de Ministros, ente intergubernamental, que se encarga de facilitar las directrices y orientaciones de estas políticas comunes. No se ha logrado la supranacionalidad total: el intergubernamentalismo sigue siendo el camino preferido para muchos temas [...]. Los temas en los que la soberanía nacional es muy delicada, como seguridad y política exterior e igualmente la justicia y los asuntos interiores, no han vuelto a ser considerados como factibles de integrar a corto plazo. El concepto de soberanía nacional, hecho realidad básicamente desde el siglo XIX, tiene todavía un peso fundamental en el mundo contemporáneo”20. La experiencia vivida por la Comunidad durante 1954 y 1955 dejó lecciones importantes que posteriormente serán recogidas y consideradas como políticas a seguir. Con Maastricht, el tema de la defensa, la política exterior y la seguridad comunitaria recobraron importancia. A pesar de los obstáculos padecidos, la integración política volverá a cobrar protagonismo dentro de la experiencia comunitaria. Según Fazio, temas como la necesidad de superar el “déficit democrático”, la soberanía y los últimos cambios geopolíticos, le imprimen nuevamente importancia a la reflexión del papel de la política en un proceso que como el europeo, ha visto la gran incidencia de los factores económicos como criterio integrador: “Como vemos la Comunidad, a diferencia de una creencia ampliamente difundida, se juega su futuro no en el campo económico, sino en el político. No tan sólo en las actuales circunstancias son frágiles los presupuestos sobre los cuales se construye la Comunidad, sino que además se requiere abordar los nuevos problemas que han surgido después de la disolución del «muro». Los de mayor alcance por su significación estratégica se refieren a los cambios geopolíticos que alteraron el ajedrez político en la región. Pero no menores son los problemas institucionales y el debilitamiento de los anteriores compromisos estatales en condiciones de transnacionalización y de pérdida del modus operandi de la vida política”21. La dinámica integracionista europea sigue adelante. Sin embargo, situaciones recientes como las decisiones en torno al ingreso de nuevos miembros, esto es, su ampliación; el avance de la OTAN y la redefinición de la seguridad europea no sólo en el marco comunitario sino también de cara a su compromiso “atlántico”; las posiciones esgrimidas por algunos de sus miembros, como el caso de Alemania y de Gran Bretaña, frente a una eventual intervención militar norteamericana en contra de Irak, que los han puesto en posiciones antagónicas; y las reacciones sociales frente a 20

LAURENT, Muriel, “Los proyectos de integración europea entre 1954 y la Conferencia de Messina de junio de 1955, en Historia Crítica, No.16, enero-junio 1998, p. 93.

21

FAZIO, Hugo, “La Unión Europea: las tareas políticas de la integración”, en Historia Crítica, No. 8, julio – diciembre 1993, p.14.


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muchas de las iniciativas comunitarias, obligan a ampliar los ejercicios de reflexión y de generación de propuestas explicativas sobre la situación experimentada por el “viejo continente”. otros temas Para finalizar, quisiera referirme brevemente a tres trabajos que se inscriben dentro de la historia medieval y la historia “moderna” europeas. El escenario medieval es recreado en una doble perspectiva: la relación establecida entre disidencia religiosa y el poder político a través de la herejía cátara (trabajo de Abel López), y el aporte proporcionado por Pedro Abelardo, en el siglo XII, a las escuelas (germen de las universidades del siglo XIII) y al desarrollo de la ciencia (artículo de Néstor Miranda). En cuanto a la “historia moderna”, el trabajo de Abel López gira en torno a la expansión europea del siglo XV. 8. una reflexión de la experiencia cátara desde el poder político El artículo del profesor Abel López examina las propuestas presentadas por el historiador catalán Jesús Mestre en su libro Los cátaros. Problema religioso, pretexto político y las de la historiadora francesa Anne Brenon en la obra La verdadera historia de los cátaros. Vida y muerte de una iglesia ejemplar, ambas publicadas en la década de los 90 y cercanas, según López, a los planteamientos de Robert Moore, otro especialista en el tema. El profesor Abel López rescata varios de los puntos nucleares de las propuestas de los tres autores mencionados: • Los temores manifiestos por la Iglesia frente al desafío cátaro y las respuestas de aquélla frente a “la amenaza”: declararlos como herejes, adelantar acciones político-militares en su contra, tales como el fortalecimiento de la alianza entre el papado y la monarquía y el establecimiento de la Inquisición. • Superar el concepto de secta y reconocer que con su organización, el catarismo bien podía ser asimilado a una iglesia cristiana. • La afirmación acerca de que el dualismo cátaro no es evidencia para considerarlo como una religión maniquea: “He aquí algunos de los argumentos presentados por Brenon: el maniqueísmo es una religión distinta a la cristiana y no una mera desviación de ésta; los cátaros ignoraron los libros sagrados de los maniqueos; las reglas de vida, las fiestas y celebraciones, la liturgia, se basaban en la doctrina cristiana, que nada tenía que ver con los libros sagrados, las liturgias y la organización del clero de la religión maniquea. Pero el argumento central es este: puede ser cristiano y a la vez dualista, puesto que es precisamente en los principios dualistas de la cosmogonía cátara donde se han encontrado las mayores afinidades entre una y otra corriente religiosa”22.

22

LOPEZ, Abel, “Disidencia y poder en la edad media: la historia de los cátaros”, en Historia Crítica, No. 20, julio – diciembre 2000, p. 121.


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Dejar sin efectos varias de las imputaciones en contra de los cátaros, como el de ser promotores de la anarquía moral, las orgías, el libertinaje y el suicidio colectivo. • La influencia de la Iglesia cátara en la región de Occitania. • El apoyo y la acogida del catarismo entre la nobleza, la burguesía occitana y el “pueblo llano”. Igualmente importante es la relación que se establece entre el catarismo y las mujeres: “... En efecto, la mujer tuvo especial acogida en el catarismo. Este les otorgaba a las perfectas ciertos derechos que el catolicismo les negaba. Especialmente, las aristócratas formaron parte del clero cátaro: podían administrar el consolamentum, presidir la bendición del alimento y también predicar. Eran, pues, verdaderas sacerdotisas”23. • El fin de la iglesia cátara. Tres son los factores que señalan el declive del catarismo: la persecución emprendida por el tribunal de la inquisición; la derrota de sus bases de apoyo y la renovación emprendida por la misma Iglesia católica.

9. pedro abelardo, la ciencia y los lugares del conocimiento en la francia del siglo xii Néstor Miranda, estudioso de la historia de la ciencia, manifiesta en su texto una doble intención, cuya raíz es de orden pedagógico: “Se elaboró, específicamente para los estudiantes del curso de Historia de las Ciencias que brindé a estudiantes de la Universidad de los Andes durante el primer semestre de 1998, ante la inexistencia de un texto corto y sugestivo que sirviera de enganche para tratar el importante tema de la querella de los universales durante la plena edad media, en el que algunos especialistas creen ver el arranque de la ciencia moderna. Debería servir, además, para que los estudiantes apreciaran la ineludible –y hasta conmovedora y precaria– condición humana de los filósofos y científicos”24. Su exposición se preocupa por mostrar las características de las escuelas del siglo XII, entorno fundamental para entender el papel jugado por Abelardo en dicho ambiente, en donde su vida y sus ideas serán un elemento importante de explicación. En su conclusión, Miranda reitera la importancia de la figura de Abelardo dentro de la historia medieval del siglo XII: “Una buena parte de los estudiosos de la vida y la obra de Abelardo lo ven como una figura que se adelantó a su época. Su puesto quizás estaría en el siglo XVI, o un poquito más adelante. Puede que algo de razón exista en estas apreciaciones. Lo cierto es que vivió en el siglo XII y fue un hombre de su época. En otra época, no hubiese sido «el castrado» Abelardo, el amante de Eloísa, el «escolar» (alumno y maestro) de esas escuelas que poblaron la Ile-deFrance y otras comarcas durante ese siglo, unas décadas antes de que surgieran las primeras universidades. Lo cierto es que su drama ilustró por enésima vez la

23 24

Ibid., p. 137.

MIRANDA, Néstor, “Pedro Abelardo y los estudios superiores en la Francia del Siglo XII”, en Historia Crítica, No. 16, enero–junio 1998, p. 117.


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fundamental condición humana y su pensamiento contribuyó a la «gran claridad del siglo XII»”25. 10. la expansión europea del siglo xv desde perspectivas económicas y espirituales El trabajo del profesor Abel López recoge varios de los elementos de reflexión acerca de las motivaciones económicas y espirituales que acompañaron los procesos de expansión europea a partir del siglo XV: las especias, el oro, la esclavitud, el papel jugado tanto por la burguesía como por el absolutismo; la idea acerca del infiel y la intolerancia religiosa. El desafío turco, en términos económicos y religiosos, puso en serios aprietos a los europeos, motivando en ellos la búsqueda de nuevas rutas y la expansión del espíritu cristiano de erradicación de los bastiones infieles: en primer, lugar el musulmán; posteriormente, las brujas, los herejes, judíos e idólatras. Este es el eje central sobre el que transcurre la reflexión del profesor López. Uno de los elementos importantes de este trabajo tiene que ver con la construcción del imaginario acerca del demonio y de la necesidad de derrotarlo por parte del cristianismo. Esto abrió el camino para la ampliación de los “enemigos de la fe cristiana” ya enunciados, y que con la expansión europea se ampliaron. América se convirtió en el nuevo escenario de lucha entre el “bien” y el “mal”: “Los misioneros y la mayoría de la elite católica adhirieron a la opinión del padre Acosta según la cual, después de la venida de Cristo y de la expansión de la verdadera religión por el viejo continente, Satanás se refugió en América donde tenía uno de sus bastiones. Las religiones indígenas eran, pues, obra del demonio. La idolatría, pecado contra la naturaleza, era calificada de diabólica”26. La aventura europea que se inscribe dentro de los procesos de expansión; se nutrió también, según López, de todo el imaginario medieval acerca de lugares maravillosos y fuentes para la adquisición de preciadas riquezas. El trabajo del profesor López, como él mismo lo menciona en varios momentos, se construye sobre interpretaciones de distintos textos de historiadores europeos que han adelantado investigaciones sobre varios de los referentes utilizados.

conclusiones El análisis de la producción histórica que sobre diversas problemáticas europeas presenta la revista Historia Crítica entre 1990 y el 2000, nos permite pensar en:

25 26

Ibid., p. 125.

LOPEZ, Abel, “Sobre las motivaciones económicas y espirituales de la expansión europea (siglo XV)”, en Historia Crítica, No.6, enero–junio 1992, p. 71.


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a. La posibilidad de leer, de interpretar y de construir nuevos referentes de análisis sobre la historia europea, desde escenarios de producción distintos a los occidentales; esto es, desde el “Tercer Mundo”. b. La posibilidad de constituir centros de investigación, de estudio y de producción especializados en la historia europea, desde el ámbito colombiano. c. La necesidad de proseguir en la “desoccidentalización de la historia”, como propuesta que pueda nutrir a la disciplina histórica de nuevos enfoques y perspectivas, con las cuales se puedan salvar concepciones metahistóricas. d. La necesidad de ampliar el marco histórico referencial europeo. Buena parte de los textos estudiados se inscriben dentro de la historia política.


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perfiles de la historia en Colombia, entrevistas con jaime jaramillo uribe y fernán gonzález franz hensel *

El siguiente texto presenta dos entrevistas realizadas a los maestros Jaime Jaramillo Uribe y Fernán González. Estas entrevistas pretenden constituirse en un documento, un documento para aquellos que hasta ahora están conociendo qué es aquello que se llama "historia" y, más aún, cómo es que esa historia ha sido contada acá, en Colombia. Y para aquellos que consideran que ya han recorrido buena parte de su carrera histórica, siempre es útil un buen recuento, una mirada atrás. Para unos y otros, nunca sobra recordar que siempre es bueno saber, por lo menos, de dónde venimos, para dónde vamos y, sobre todo, hacia dónde no queremos ir1.

*Estudiante de Historia y de la Maestría en Antropología en la Universidad de los Andes (Bogotá). El autor agradece a Ofelia Casallas por la ayuda brindada. Estas entrevistas fueron realizadas entre diciembre de 2002 y enero de 2003. Las dos entrevistas fueron elaboradas a partir un núcleo de tres preguntas comunes. La primera gira en torno a la definición que cada uno de los entrevistados hace de la historia. La segunda apunta a los principales momentos/corrientes historiográficos que han existido en Colombia. La pregunta de cierre, retomando lo enunciado en el primer punto y lo caracterizado en el segundo, gira en torno a las ventajas, dificultades, vacíos y posibilidades de la historia en Colombia. 1 Parafraseando a Javier Muguerza, en "La razón con minúscula (o por qué somos postmodernos)", en Historia, Lenguaje j Sociedad. Barcelona, Crítica, 1989, pp. 424-430.


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Esta compilación es el compendio de dos miradas de largo alcance, algo informales, pero no por ello menos sólidas y necesarias. Miradas a la forma en la que, como sociedad, hemos contado nuestra historia, a sus principales protagonistas, a sus defectos, a sus posibilidades y, básicamente, a los espacios que aún faltan por investigar. En otras palabras, este documento es un agradecimiento a todos aquellos que han hecho "algo" por la historia de Colombia, pero también una solicitud frontal, abierta, para ampliar todo lo hecho, para ahondar la discusión.

jaime jaramillo uribe ¿En términos muy generales, como podría ser definida la historia? Por historia, yo entiendo la reconstrucción sistemática del pasado o de una comunidad, un pueblo o una nación. Por ejemplo, en el caso nuestro, entiendo por historia de Colombia la reconstrucción de la vida social, política y económica del país en términos muy genéricos y amplios, desde sus orígenes, pasando por sus diferentes etapas más o menos significativas. La historia hay que dividirla en etapas, en periodos. Ahora, la historia total es la reconstrucción de esas diferentes etapas, no como etapas aisladas, sino como etapas de un proceso, en tanto hay conexión y relaciones entre unas etapas y otras. La labor del historiador es reconstruir la constitución, en el caso nuestro, de un país y de una nación a través de sus diferentes etapas, y hacerlo basándose en los documentos y testimonios que esa misma historia ha dejado. En este caso, hablamos de las fuentes de la historia, que son varias, muchas. El historiador tiene que basarse, para reconstruir el pasado de una nación, de una sociedad, en fuentes muy diversas. Una de esas fuentes son los documentos escritos; pero esa no es la única fuente del historiador. En el caso nuestro, es la fuente tal vez más importante, pero hay otras fuentes; todos los testimonios que la vida de un pueblo ha dejado son posibles fuentes. Por ejemplo, los instrumentos de trabajo, las tecnologías, las formas de la vivienda, la vivienda personal, la vivienda pública, etc. Las fuentes son diversas; la más importante, la que suele ser la central en las investigaciones históricas, es la fuente escrita, lo que llamamos "los documentos", que están depositados en los archivos. Esa es la más importante, pero el historiador puede y debe, según sus necesidades, utilizar otras fuentes.


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Entendiendo por historia esta reconstrucción delpasado, ¿cómo se ha reconstruido ese pasado en la historiografía colombiana? En la historiografía colombiana podríamos considerar una hipótesis. Las primeras historias que se hicieron aquí fueron las que hicieron los llamados "cronistas de Indias": Juan de Castellanos, Aguados, Simón, Piedrahita, Zamora, etc. Ahora bien, esos historiadores se basaron en diferentes fuentes. Hubo unos que hicieron las primeras crónicas y a ellas se refieren los que les sucedieron. Aguado, posiblemente, se basó en ciertos testimonios de Jiméne2 de Quesada, por ejemplo, y en testimonios que le dieron ciertos funcionarios y algunos españoles. Los otros cronistas después se fueron basando en lo que dijeron cronistas anteriores. Después de las primeras historias de Aguado, Castellanos y Simón, aparecen ciertos libros, como El Carnero, de Rodríguez Frene, que también es, en cierto sentido, una obra histórica y puede servir como testimonio y como fuente para reconstruir la historia colombiana en algunos aspectos. Pero los cronistas, los llamados "cronistas de Indias" como fuentes de la historia, hay que manejarlos con criterio riguroso y con sentido crítico. El historiador tiene que hacer un análisis crítico, tiene que saber qué tanta confianza le puede dar a esas crónicas. Así, primero tenemos los Cronistas de Indias. Después, terminada la época colonial, tenemos los primeros intentos de historia republicana. Uno de esos primeros intentos fue la Historia del Descubrimiento, de Joaquín Acosta. Si mal no recuerdo, se escribió y se publicó alrededor de 1840. En cierto sentido, Joaquín Acosta es el primer historiador ya republicano, es el primer intento de hacer historia nacional. Acosta la hizo de la época del descubrimiento. Por esa misma época, se produce otra de las historias clásicas y germinales de Colombia, que es la Historia Eclesiástica y Civil del Nuevo Reino de Granada, de Groot. Groot y Acosta son muy importantes, porque son los dos primeros historiadores colombianos que, en una forma sistemática, se basan en las fuentes directas y en las fuentes escritas, en lo que llamamos los documentos. De ese periodo [mediados del siglo XIX] es también la historia de José Antonio Plaza, que es también un momento importante en la historiografía. La historia de Plaza, de 1848, se llama Memorias para la Historia de la Nueva Granada. Este es uno de los primeros intentos de hacer una historia general de Colombia, desde el Descubrimiento, pasando por toda la Colonia, hasta la época de la Independencia. La historia de Plaza es una historia muy característica de esta primera generación de historiadores, más o menos autodidactas y espontáneos. Pero es una historia, a


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mi modo de ver, muy valiosa, pues cuenta con características que para su época eran realmente sorprendentes. Es una historia que todavía puede servir como punto de referencia y como fuente para ciertas cosas. En la segunda mitad del siglo XIX se escriben algunas obras valiosas de historia. Entre otras, el Estudio sobre las minas de oro y plata de Colombia^ de Vicente Restrepo. O el bello libro de Rufino y Ángel Cuervo, Don Rufino Cuervo y Noticias de su época. O la obra de Clímaco Calderón, La Hacienda Pública de la Época Colonial. Sin embargo, fueron casos aislados producidos por escritores de talento, aunque sin formación especializada como historiadores. La historiografía tradicional, la que solemos llamar "historiografía académica", tiene un nuevo impulso y comienza un nuevo ciclo a partir de la fundación de la Academia Colombiana de Historia. La actividad más intensa de la Academia Colombiana de Historia corresponde al siglo XX, en los años posteriores a 1910. Entre esa fecha y la época presente, la Academia ha hecho su papel. Está formada, y ha sido formada, por amateurs, por aficionados: doctores, abogados, médicos, a los que les gusta la historia y tienen interés en ella, muchas veces por motivos de familia, porque les interesa hacer la historia de sus antepasados. En la Academia también ha habido personas interesadas en problemas que no tienen esa característica; pero ha sido una obra hecha por personas sin promoción adecuada, ni formación profesional para ejercer ese oficio y para hacer esas obras. Las obras son muy desiguales: hay obras muy buenas desde el punto de vista metodológico y de la escritura; hay obras valiosas que, incluso, se pueden aprovechar para estudios históricos posteriores. Esa historia generalmente es ante todo una historia de la Independencia.

Lo que se ha denominado la historia partidista, ¿influyó en esa producción de la Academia? En general, toda esa historiografía llamada "académica" o "tradicional" tiene en alguna forma un carácter partidista. Es escrita por personas de mentalidad liberal o de mentalidad conservadora. En muchas ocasiones, tiene un carácter partidista, está influida y muy determinada por posiciones partidistas. Sin embargo, eso no se puede decir de la totalidad de la producción de la Academia. En algunos casos ese criterio predomina, pero en otros no.


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¿Luego de la emergencia de esa historiografía académica, vendría lo que se conoce como la "Nueva Historia" de Colombia? Podríamos decir que antes hay un periodo de transición. Ese periodo de transición se puede fijar más o menos en una forma relativa en 1940, cuando aparecen ciertas obras que han sido mencionadas frecuentemente cuando se habla de este problema. Obras como la de Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y Cultura en la Historia de Colombia; como la de Luis Ospina Vásquez, Industriaj Protección en Colombia; o trabajos

como los de Indalecio Liévano Aguirre y Guillermo Hernández Rodríguez. ¿En esta transición, más que todo se manejan temas de tipo económico? No del todo. Como historia estrictamente económica, el libro de ese momento es el de Luis Ospina. El título mismo indica cuál es su tema: es prácticamente una historia económica, un intento de hacer una historia económica del país. El libro de Hernández Rodríguez es un poco historia social, historia económica, historia política, una cosa que mira hacia esos distintos aspectos. El libro de Nieto es en parte historia económica, en parte historia política. ¿Hasta cuándo va esta etapa de transición? Lo que podríamos denominar un "nuevo periodo" comienza con las primeras cátedras universitarias de historia que se dieron en la Universidad Nacional. La historia primero estuvo adscrita a la facultad de Filosofía de la Universidad Nacional y luego se trasladó a la Facultad de Ciencias Humanas. Es en los años cercanos a 1960, cuando se crea el primer Departamento de Historia de cualquier Universidad en el país, que empieza un periodo distinto al de transición. ¿En las escuelas normales había cierta formación histórica? En la Escuela Normal Superior, la Normal de Socarras, escuela fundada en 1936 y que duró hasta 1950, había cuatro grandes sectores: Matemáticas y Física, Literatura y Lenguas, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales. En el sector de Ciencias Sociales hubo varias cátedras de historia, sociología, economía e historia universal. Pero no había el propósito de formar historiadores específicamente, de hacer de la historia una carrera. Eso solo se produce cuando en la Universidad Nacional, en 1960, se crea un Departamento de Historia.


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Más adelante, a medida que la historia va tomando cuerpo en esa facultad, fundamos el Departamento y luego fundamos el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, y empezamos a orientarnos hacia la función de historiadores profesionales. Nos basamos muy de cerca, entre otras cosas, en la escuela francesa de Annales, la escuela en la que, en cierto sentido, yo me formé. Siguiendo ese rumbo, la disciplina empezó a tomar cuerpo y ya salió de ese grupo —vamos en los años 60, 65 a 70- la primera generación de historiadores profesionales del país. Grupo en que están Germán Colmenares, Jorge Orlando Meló, Hermes Tovar, Jorge Palacio Preciado, Carmen Ortega, Germán Rubiano y otros. Esos fueron los primeros graduados, que no fueron graduados todavía como historiadores sino como Licenciados en Filosofía y Letras con intensificación en Historia. La carrera de historiador es una etapa posterior, una etapa que se establece con posteridad a 1970, fecha en la que se crea una Licenciatura en Historia, luego se da paso a un Magister y por último se da el paso a un Doctorado en Historia, cosa ya muy reciente. El primer desarrollo de la historia como disciplina fue en la Universidad Nacional, en parte, porque eso estaba en el ambiente académico. Luego es que se forma el Departamentos de Historia en la Javeriana y, posteriormente, en los Andes. En ese proceso, las dos universidades pioneras, con excepción de Bogotá, fueron Antioquia y el Valle, porque al Valle se trasladan, por ejemplo, Colmenares y Jorge Orlando Meló, y luego se encontraron allá otros investigadores, como Renán Silva. En fin, la cosa ya empieza a tener un cuerpo muy considerable en varias universidades de provincia, pero las que asumieron la tarea con mas consistencia fueron el Valle y Antioquia.

¿Qué temas fueron privilegiados en ese momento? Por varias razones, se le dio una cierta primacía a la historia económica y social. Muchos aspectos de la historia, como la historia de la cultura, han tenido menos desarrollo. Eso se expresa muy bien en las obras de Colmenares y en la obra de Hermes Tovar. Menos importancia toma la historia política, hay una cierta postergación para elaborar este tipo de historia en tanto historia del Estado y de las instituciones.


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¿Cuáles son los principales campos en los que todavía no hay mucha investigación histórica? Probablemente, el campo que se ha desarrollado más es la historia económica. Hay todavía mucho por hacer en el campo de la historia social. Por ejemplo, para mencionar un tema: una historia del desarrollo y formación de las clases sociales modernas en Colombia está por hacer. Otro campo en el que hay mucho por hacer, y se ha postergado un poco, es el ámbito de la historia de la cultura. ¿Historia de la cultura entendida cómo? Usted sabe que la "cultura" abarca un campo muy amplio: el arte es historia de la cultura, la historia del arte es historia de la cultura, la historia de la literatura es historia de la cultura, la historia de la música es historia de la cultura. Lo que antiguamente se llamaba "historia de las costumbres" es historia de la cultura. La historia social tiene campos muy amplios y este es un campo en que todavía hay mucho por hacer. Finalmente, ¿para usted, cuál ha sido el papel de los historiadores extranjeros que escriben sobre Colombia? Yo creo que han jugado un papel muy importante, especialmente los norteamericanos. La contribución de los norteamericanos al desarrollo de la historia colombiana y al conocimiento de la historia de Colombia en sus diversos aspectos (político, cultural, económico) es considerable. Hay que mencionar la obra de Frank Safford, David Bushnell y una amplia generación de historiadores jóvenes que sucedieron a esta primera generación. En la historiografía norteamericana se destacan los temas económicos, sociales, políticos y, aun, las biografías, especialmente sobre Bolívar, Santander y algunos otros políticos de los siglos XIX y XX. Piense usted, por ejemplo, en los estudios que hay sobre la coyuntura política del 9 de abril, los estudios políticos que hay en torno a la personalidad de Gaitán y su rol en la política moderna de Colombia. En todos esos temas la contribución norteamericana ha sido y es muy amplia e importante. Luego, las contribuciones de Inglaterra y Francia han sido importantes. Por ejemplo, Malcom Deas ha tenido un papel muy destacado no sólo en la historiografía, sino en la labor de promoción y difusión de las relaciones anglocolombianas.


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Fernán González

Para usted, en términos generales, ¿qué es historia? Para mí, la historia siempre ha sido un diálogo entre pasado y presente. No es, y nunca fue para mí, una reconstrucción del pasado "tal y como fue", concepción ésta más o menos positivista. Más bien, la historia puede plantearse como una construcción. Las preguntas y los datos que el historiador se plantea son formulados por el mismo historiador, depende mucho de su formación y de sus intereses previos. No hay una historia hecha, unos acontecimientos que el investigador simplemente "descubre". El historiador, prácticamente, fabrica los mismos hechos con base en la información de los archivos y, en general, de toda fuente primaria. Es siempre, de todos modos, una elaboración, un discurso. Un discurso con sentido sobre el pasado. La historia pone los datos dentro de una relación con sentido. Desde su propia vida, desde sus intereses, desde su formación anterior, uno se hace determinadas preguntas que son distintas para cada época y, prácticamente, para cada historiador. Pero de todas maneras, a pesar de esa especie de subjetividad en la historia, es posible construir un diálogo entre tendencias, un acumulado. Se puede construir una escuela, una tradición académica. A pesar de que cada uno elabora la historia a partir de sus propias preguntas, sin embargo hay posibilidades de comunicación; la historia no es, ni mucho menos, una experiencia incomunicable, ni cada uno tiene una "realidad propia". Siempre hay un referente, algo que es una información externa a los datos que termina por privilegiar ciertos temas. Esto es lo que llamaríamos una "tradición histórica" que termina haciendo determinadas preguntas a determinadas fuentes. Lo que hace el historiador es organizar la información con un sentido propio. Lo que se busca es cuál interpretación da mejor el sentido de los datos que uno maneja. Siempre es posible y deseable reelaborar las interpretaciones que uno hace. Los datos pueden ser los mismos, pero las interpretaciones distintas. Uno mismo, a lo largo de su vida, se termina haciendo preguntas distintas, incluso sobre los mismos datos. El interés de cada uno juega mucho.


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Pasando un poco a lo que podríamos llamar la historia de la historia en Colombia, para usted ¿cuáles han sido los principales momentos historiográficos en Colombia? No es tan fácil. En principio, podría decirse que hay una mirada tradicional. En el siglo XIX, por ejemplo, puede señalarse una mirada muy basada en José Manuel Restrepo y en Groot, que más o menos son los primeros historiadores que se plantean el tema de la historia de la Colonia, de la Revolución, la Independencia y la historia de los primeros años de la República. Ellos dos son los primeros que reconstruyen sus datos, según su propia experiencia. Sobre todo Restrepo, que es partícipe de los acontecimientos que él mismo narra. Yo creo que Restrepo y Groot son los primeros que empiezan a trabajar la historia en Colombia, pues no veo yo mucho desarrollo de la historia en el XIX. Hay testimonios, hay polémicas, hay gente que recoge sus memorias en una guerra civil. Pero son muy contados los personajes como Briceño, por ejemplo, que tiene un libro importante sobre los comuneros, que puede considerarse como un ensayo en cierto sentido histórico. Por otro lado, están los análisis del bipartidismo, más como instrumentos de lucha política que como estudios históricos: el mismo Ospina Rodríguez, por ejemplo. Pero uno no encuentra estudios de corte disciplinar histórico. En este periodo, hay una tendencia a las memorias, pero no a los estudios técnicamente históricos. Prácticamente, eso empieza hacia 1910, luego de la guerra de los Mil días. Todas las guerras producen documentos: documentos a favor o en contra de alguien. Yo creo que esa historiografía empieza en el siglo XX. Especialmente con un Henao y Arrubla, que por medio de un concurso a raíz de los primeros cien años de la Independencia escribe su famoso libro, que es un resumen muy conservador de la historia. Está también la obra de Gustavo Arboleda. Pero todo eso empieza más en el siglo XX, con una tendencia a hacer una historia un poco más estricta, eso con todos sus bemoles. Es una historia muy tradicional, en el sentido de historia de acontecimiento: proceres, independencia, guerras civiles, constituciones. Es una historia muy constitucional, muy de periodos presidenciales, sin que algunos de esos trabajos de historia constitucional dejen de ser significativos. Básicamente, yo creo que lo más representativo de ese periodo sí es el trabajo de Henao y Arrubla, quien inicialmente se basa mucho en Restrepo y en Groot, aunque luego reconstruye todo el siglo XIX. De la historia de Henao y Arrubla, yo creo que no es tan mala como se dice. El es muy conservador y muy tradicional, pero yo creo que de todas maneras tiene cosas muy valiosas. La historia de Henao y Arrubla es


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una obra de conjunto, de mentalidad conservadora, pero sin duda es mejor que muchas cosas que se escribieron después. Esta obra marcó muchos trabajos posteriores, buena parte de la historiografía tradicional se construyó en torno a Henao y Arrubla; además, durante mucho tiempo, los textos de historia de los colegios fueron escritos basándose en esta obra. Al respecto, es significativo que hasta la obra de Bushnell, The Making of Modern Colombia. A Nation in Spite of Itself2, la única obra de "síntesis" sobre Colombia fuese la Historia de Colombia de Jesús María Henao y Arrubla, traducida por Fred BJppj en 1938. Sobre historia de Colombia sí hay una tendencia de algunas tesis a trabajar sobre Colombia, pero sin duda el trabajo de Bushnell es pionero, empezando por su trabajo sobre el régimen de Santander desarrollado en los años 60, que fue de las primeras cosas escritas por norteamericanos sobre Colombia. Sin embargo, aunque no de síntesis como el trabajo de Bushnell que usted menciona, sí hubo algunas cosas sobre Colombia no muy conocidas en Estados Unidos, como el trabajo de Harrison sobre el tabaco en el siglo XIX, algunos trabajos sobre las carreteras en Colombia y luego ya los trabajos más conocidos, como el de Frank Safford. Luego, ya viene la otra generación, en la que se encuentran, entre otros, Catherine Legrand, Mary Roldan y Michael LaRosa. íbamos en la historia tradicional de Henao y Arrubla... Bueno, yo creo que hacia el final de los 50 y 60 empiezan a aparecer las tendencias revisionistas de la historia, con una tendencia mucho más social, en contraste con la tendencia un poco más "acartonada" de la historia. Sin embargo, aunque es una ruptura fundamental, todavía es pobre. El ejemplo de ello es Liévano Aguirre, quien está muy marcado por su experiencia política. De ahí, construye una historia muy centrada en una lucha de la oligarquía contra el pueblo, mirando toda la historia a través de esas categorías, para muchos inspirada en la contraposición entre el Movimiento Revolucionario Liberal [el ala disidente del partido liberal] y el liberalismo oficial. Esta historia todavía tiene muchas debilidades, digamos "técnicas" -no tiene citas-. No obstante, tiene la ventaja de llamar la atención sobre los aspectos sociales y económicos de la historia. De igual forma, en Los Grandes Conflictos también rompe con la tendencia "anti-nuñista" del partido liberal 2 BUSHNELL, David, The Making of Modern Colombia. A Nation in Spite of Itself, University of California Press, 1996.


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de ver a Núñez como el traidor, siendo ésta una historia muy ideologizada: el "malo", el "bueno", como muy maniquea. Iiévano nos muestra la faceta de Núñez como otro tipo de política más intervencionista, más moderna; en fin, nos muestra otra cara de la moneda. En Los Grandes Conflictos, en el libro sobre Núñez y en sus trabajos sobre Mosquera, Iiévano muestra otra mirada, y por lo menos hace sospechar que detrás de la historia política había una historia social y económica. Sin embargo, la historia de Liévano es también un poco maniquea, pues intentaba mostrar un pueblo contra la oligarquía: Bolívar el pueblo, Santander la oligarquía; Mosquera y Obando, pueblo, radicales la oligarquía, etc. De todas maneras, sacudió bastante lo que era la mirada tradicional de la historia. Pero incluso en ese momento ya empiezan a aparecer los primeros trabajos de Jaime jaramillo Uribe. Estos trabajos son más o menos contemporáneos a la última parte de los trabajos de Liévano Aguirre. Los trabajos de Jaime empiezan a producir categorías muy estrictas de análisis, fruto de una mayor formación en el campo histórico. Aunque también ya hay algunos trabajos que se aproximan a eso, como los de Paul Rivet, en antropología; todo lo que es la Escuela Normal de Socarras, los trabajos de Antonio García y los trabajos de Gerardo Molina. En ese momento, ya empezaba a aparecer una tendencia un poco mejor formada. De todas formas, yo creo que en donde arranca la historiografía reciente es con Jaime Jaramillo Uribe: él es el padre de la historiografía moderna colombiana. Jaime ya viene con una formación histórica muy grande, una tradición filosófica y sociológica muy buena, no simplemente es el historiador que colecciona los datos. Tiene una concepción detrás de eso, una concepción filosófica, una base sociológica, pues trabaja a Weber y a Durkheim, tiene un trasfondo teórico, de formación antropológica y filosófica que muy pocos de los que lo siguieron la tuvieron después. Jaime tiene una visión mucho más compleja, es casi como el patriarca de la nueva tendencia de la historia en Colombia. Los trabajos de Jaime son prácticamente pioneros en todo, él empieza a meterse con la historia demográfica, con las dinámicas de poblamiento, con el proceso de mestizaje y su importancia en la historia de Colombia, con el problema de la esclavitud, con la ruptura del pensamiento liberal, con la importancia de todo el pensamiento romántico para el liberalismo del siglo XIX, con el tema de la historia regional. Yo creo que aunque Jaime no trabajó directamente la historia política, sí abrió la tendencia a su estudio como un algo más complejo que los periodos presidenciales; por ejemplo, abrió el estudio de la historia del pensamiento político colombiano.


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Yo creo que hay también otros antecesores, como Juan Friede, un ruso exiliado que empezó a introducir toda la historia indigenista y la problemática de Bartolomé de las Casas. Virginia Gutiérrez de Pineda, con sus obras La Familia en Colombia: trasfondo histórico y Familia y Cultura en Colombia, en la década del 60, empieza a señalar los problemas del mestizaje. En general, empieza a brindar un punto de vista históricocultural sobre la familia, no desarrollado hasta el momento. Virginia estaba muy influenciada por Paul Rivet y por el legado de algunos personajes del republicanismo español. A propósito, aunque las migraciones intelectuales en Colombia no fueron muy frecuentes, sí arrojaron a algunos personajes importantes para las ciencias sociales. Por ejemplo, un autor fruto del republicanismo español fue José María Ots Capdequi, uno de los grandes historiadores de las instituciones coloniales. Los trabajos de Friede, Gutiérrez, Capdequi, entre otros, giran en su mayoría en torno a la Conquista y a los años de la Colonia. Los trabajos de Ots Capdequi, entre otros, fueron creando la base para entender lo que luego se llamó la "Nueva Historia". La generación de la Nueva Historia es ya una nueva generación, prácticamente medio reciente, digamos que es mi generación: Germán Colmenares, Jorge Orlando Meló, Alvaro Tirado, Jorge Villegas, Marco Palacios. Este grupo se empieza a caracterizar como el de la "Nueva Historia", aunque no sea exclusivamente histórico. Llegan personajes como Chucho Bejarano que trabaja historia económica, que no era historiador sino economista; Salomón Kalmanovitz también va por esa línea; Osear Rodríguez, por otro lado, sí es historiador económico. De lo que recuerdo, yo creo que esa sería más o menos la "nueva generación", muy influenciada por la historiografía francesa, prácticamente por la escuela de los Anuales, con Fernando Braudel a la cabeza. Esto se ve muy claro en Germán Colmenares, por ejemplo, cuyo trabajo tiene rasgos muy similares al de Francois Chevalier sobre la historia mexicana. Va muy por el estilo. Yo creo que ahí más o menos se fue llegando a nuevos acercamientos. Germán trabajó mucho la perspectiva económica, primero desde la zona digamos "cundiboyacense", luego desde Popayán y Cali; más tarde, se empezó a meter cada vez más con los problemas de poblamiento, con algunas cosas de historia de las ideas, también con las haciendas de los jesuitas y tiene trabajos sobre la revolución del 48. Germán inspiró mucho también mis primeros trabajos sobre Iglesia y Estado por su trabajo sobre la revolución del 48 como revolución social e ideológica.


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Y sobre la última generación, ¿qué se podría decir? La cantidad de trabajos no permiten una mirada concluyente. Hay mucha tendencia a la historia regional. La gente de Antioquia, del Valle del Cauca y de la Costa Atlántica tienen trabajos importantes. Los trabajos de Amado Berrío y Martínez Garnica en Bucaramanga son igualmente significativos. Destacados los trabajos de María Teresa Uribe que, aunque no es propiamente historiadora, sí hace mucho trabajo histórico. En el Valle del Cauca están todos los trabajos que empezó Colmenares y que continúan investigadoras como Zamira Díaz. Podría decirse que hay un gran énfasis en la historia regional un poco focalizados en Antioquia, pero lo que se echa de menos es una visión de mayor síntesis. Claro que todos esos trabajos son muy promisorios. Aquí en Bogotá están los trabajos sobre historia de la ciencia, los trabajos de Mauricio Nieto y de Diana Obregón, por ejemplo; además hay muchas cosas de mentalidades. De historia social están, por ejemplo, los trabajos de Archila, y sobre violencia hay una gran producción historiográfica. Yo creo que la historia de Planeta recogió bastante la nueva historiografía, con un sitio más bien fuerte para la historia política, en ese sentido más compleja que la llamada "Nueva Historia" inicial, pues ésta en gran parte prescindió de la política, se convirtió en una historia prácticamente económica. La historia política quedó un poco reducida a las academias, estereotipada como el estudio los proceres. Prácticamente, se olvidó de la historia política entendida también como historia social y cultural, como síntesis de todas las tendencias históricas. No deja de ser interesante que todo este movimiento se haya desarrollado al margen de la A.cademia de Historia. La Academia de Historia tiene cosas de muy diferente estilo. Pero creo que hay trabajos importantes. El problema es que es una historia bastante evidencial, centrada sólo en los acontecimientos, en datos empíricos; y, además de eso, escrita muchas veces por los descendientes de los mismos proceres estudiados, podría decirse que prácticamente había "dueños" de los personajes. Además, los archivos estaban, hasta hace muy poco tiempo, muy mal organizados, muy despelotados. Que haya copia del Archivo Restrepo en el Archivo General de la Nación, que haya una sistematización del Archivo es un avance realmente significativo. Por ejemplo, Safford decía que acá uno terminaba estudiando lo que se encontraba, no lo que buscaba. Yo creo que la historiografía anglosajona ayudó también bastante.


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¿Y Deas, por ejemplo? Malcom es muy bueno haciendo preguntas, creo que no tan bueno contestándolas. Deas, además, impulsó el estudio de muchas personas: Eduardo Posada Carbó, Gustavo Bell, Margarita Garrido. Malcom es un personaje crítico que hace preguntas muy agudas. No tiene una historia de envergadura: son pequeños escritos, ensayos muy interesantes que abren caminos y, si se quiere, posibilidades de búsqueda: identifica los detalles, encuentra los puntos débiles del argumento del otro, y eso también es útil en historia. Para mí, el historiador extranjero que abrió más camino fue Frank Safford. Bushnell, Ferguson, Harrison empezaron a hablar de Colombia en Estados Unidos. Pero la influencia, aquí, fueron los trabajos de Safford que abren un camino en historia social, enfocados más hacia la historia política. El trabajo de Safford influyó mucho en algunas de mis cosas, algunas cosas de Helguera también, pero como misión, los primeros trabajos de Safford fueron centrales.

Lo que uno puede llamar "historia", en tanto historia-disciplina, es bastante joven aquí en Colombia.¿Cuáles han sido los principales vacíos? El principal vacío yo creo que es la historia política. La historia política es la pobre del paseo siempre. No tengo nada contra la historia de las mentalidades, la historia social y la historia regional. Yo recuerdo una cosa que me decía mi profesor Tulio Halperin en mi doctorado en historia. Tulio me decía: el problema es que ustedes todavía no tienen un balance general de la historia colombiana; no tienen una reconstrucción principal de los hechos. Me decía que hacer la historia de las mentalidades en Colombia no era lo prioritario. En Colombia, lo prioritario era la reconstrucción de las tendencias históricas más grandes, digamos, la parte más general.

¿El marco? Sí, el marco, el mapa general. Pero no existe un mapa general. Y todavía hay algunas lecturas muy ideológicas de muchos periodos: los radicales contra Núñez, Núñez contra los radicales, fruto de una mirada liberal. No existe una historia del partido conservador; existe algo de las ideas liberales, por ejemplo el trabajo de Molina. Hay antologías y cosas de esas, pero no existe una historia del pensamiento conservador. Incluso, El pensamiento colombiano en el siglo XIX de Jaime Jaramillo


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trabaja a Caro y Núñez, trabaja lo de Amado Samper y un poco Madiedo y Ezequiel Rojas. Pero, básicamente, uno pregunta: ¿por qué no se ha estudiado detenidamente a Mariano Ospina Rodríguez?, ¿por qué no ha estudiado a Laureano Gómez con cuidado? Bueno, en lo que toca al pensamiento liberal, López se ha estudiado por Alvaro Tirado y Magdala Velásquez. Pero no existe un acumulado. En el pensamiento conservador hay algunos trabajos, como el de Catalina Reyes sobre Ospina Pérez, pero no hay un trabajo de la historia del partido conservador o de las historias de las ideas conservadoras. Los trabajos sobre Iglesia y Estado, eso prácticamente lo empecé yo, pero no ha habido trabajos que hayan seguido explorando cuidadosamente esta línea.

Para usted, ¿quéperiodos están en mora de ser estudiados? Pues yo creo que del periodo de la Independencia, como cosa extraña, a pesar de toda la mitología al respecto, no hay una obra de conjunto ciertamente profunda y compleja. Lo más moderno que se ha escrito sobre este periodo son, por ejemplo, los trabajos de William McGreevey, los de Ocampo y los de los discípulos de Francois Xavier-Guerra. No hay una buena historia de la Independencia. Después, la historia está muy centrada en los problemas Bolívar-Santander, en la arquitectura de la Gran Colombia, y luego hay un gran vacío en los finales de los años 20 y 30. Sólo se empieza a trabajar hasta 1848, que es el "boom", la revolución liberal, en la que parece que todo hubiera comenzado ahí. Los trabajos de Colmenares sobre la revolución liberal, los de Jaime Jaramiüo sobre esa generación romántica, los de Molina sobre las ideas liberales en ese momento y algunos trabajos de mi parte, dan cuenta de ese periodo. Luego de ese "boom", y como el periodo que le antecede, en el periodo radical hay grandes vacíos. Son veinte años en los que no hay prácticamente nada. Es notable que los buenos estudios sobre el periodo radical son escritos en los Estados Unidos. La guerra de los Mil días está más o menos bien cubierta. Sobre los partidos, en especial el conservador, no hay prácticamente nada, sobre violencia hay algunos trabajos sobre violencia regional. Pero la visión aún es muy maniquea en lo que respecta a las relaciones con el régimen conservador, el papel de la Iglesia y el papel del conservatismo en ese periodo. Todavía falta una buena historia de conjunto. Hay cosas muy buenas en las regiones (Tolima, Antioquia, etc.), pero todavía falta una visión de conjunto, una visión más compleja y articuladora. Lo más detallado sobre ese periodo es la obra Orden y Violencia, de Pécaut. También hay cosas en el


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periodo en el que se inscribe Gaitán, pero Gaitán mismo no ha sido muy estudiado. Ocasionalmente, aparecen algunos buenos trabajos, como el de Herbert Braun, pero falta todavía mucho por hacer. En la misma historia de la violencia reciente hay muchos vacíos todavía. Sin embargo, hay cosas interesantes que uno encuentra en una mirada más histórica a la violencia, por ejemplo los trabajos de Gonzalo Sánchez, los trabajos nuestros, los de Carlos Miguel Ortiz y el mismo trabajo de Mary Roldan. La ventaja de un país como el nuestro es que está casi todo por hacer. Hay muchos caminos trazados para recorrer, pero yo creo que hay mucha gente que se mete con cosas muy sofisticadas, cuando falta todavía el piso elemental sobre el que se construye la historia. Lo que veo es una gran sofisticación histórica, pero poco trabajo concreto sobre periodos concretos. No hay una buena historia de la educación, a pesar de que hay tendencias que pueden inscribirse en este campo. Se dedicaron mucho a estudiar los marcos teóricos de la educación, insertando a Foucault; pero el trabajo concreto sobre la historia de la educación es muy poco. Esto es, ha sido una historia de la educación un poco "en sí misma", se examinan muy bien los marcos de la escuela de Montesori, las Lancastarianas, etc., pero se deja de lado un poco el contexto, sin historia de las ideas: sin historia de las mentalidades, se olvidan preguntas como ¿qué ideas estaban detrás de eso? ¿Qué políticas lo sostenían? Prácticamente, la educación era el campo de batalla entre los partidos y de éstos con la Iglesia. Estas son entradas muy diferentes al tema educativo. Pues nada de eso aparece, porque es una historia de la educación en sí misma, se vacía de lo social, lo económico y lo político.


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legislación gremial y prácticas sociales: los artesanos de pasto (1796 -1850) ∗

maría fernanda duque*

1. la legislación gremial entre finales del siglo XVIII y los primeros decenios del siglo XIX A finales del siglo XVIII la dinastía de los Borbón reglamentó los gremios artesanales promulgando en el Nuevo Reino de Granada la “Instrucción general para los gremios”. Con esta legislación, sancionada en 1777 por el virrey Manuel Antonio Flórez, la Corona buscaba someter al artesanado a un eficaz control y elevar su nivel social dotándolo de un nuevo código moral, donde primaran los valores de honorabilidad, honradez, dignidad y estima ante sí mismos y ante la sociedad en general. Con este propósito, la “Instrucción general” preveía que:

Procurando los Artesanos observar este orden y método tendrán estimación con el resto del vecindario, sin que se crea haber entre los oficios la menor diferencia [...] ni que los profesores de uno sean menos honrados que los de otro, pues que el azero, o metal, madera o lana, sobre el que cada uno trabaja, no debe constituirle de peor o más baja condición, y sería error político creerlo así, y mayor el permitir zumbas, matracas o dicterios con que 1 unos Artesanos apodan a otros, de que redundan innumerables males .

Alcanzada la Independencia, las autoridades criollas quisieron implementar políticas que favorecieran la consolidación y desarrollo del nuevo Estado nacional; sin embargo, como sucedió con otros aspectos, en lo correspondiente a las instituciones gremiales, la legislación revistió un carácter indeciso y divagante. La Sentencia dada en 1811 por el Serenísimo Colegio Constituyente y Electoral de Cundinamarca, por ejemplo, no obstante, garantizar a los ciudadanos “la libertad en su agricultura, industria y comercio, sin más restricción que la de los privilegios temporales en los nuevos inventos, o de los que sean respecto de esta provincia, introduciendo en ella establecimientos de importancia, y de las obras de ingenio a favor de sus autores”, al mismo tiempo notificaba que vigilaría “particularmente aquellas profesiones que interesan a las costumbres públicas, a la seguridad y sanidad de los ciudadanos”, y que además “Ninguna Asociación puede presentar colectivamente solicitudes, a excepción de las que forman un cuerpo autorizado, y únicamente para objetos propios de sus atribuciones”2. De manera que ∗

El presente artículo hace parte de una investigación más amplia sobre los artesanos de Pasto; aquí únicamente se describirá y analizará, por un lado, el comportamiento de dicho sector social frente al ordenamiento jurídico gremial dispuesto entre finales del siglo XVIII y los primeros decenios del XIX, y, por otro, la participación de los artesanos en las fiestas religiosas y civiles.

Estudiante de segundo semestre de Maestría en Historia en la Universidad Industrial de Santander y docente de la misma Universidad en la Escuela de Historia.

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1 2

MAYOR MORA, Alberto, Cabezas duras y dedos inteligentes, Bogotá, Colcultura, 1997, p. 28.

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “La libertad laboral y la supresión de los gremios neogranadinos”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Vol. VIII, No. 7, 1977, pp. 1015-1022.


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durante el lustro que va de 1810 a 1815, conocido –o mal conocido- como la Patria Boba, aunque los legisladores sostuvieron un continuo ataque contra el derecho de asociación, permanentemente entraron en discrepancias e incompatibilidades; y no podía ser de otro modo, pues tanto la economía como las estructuras sociales propias del régimen colonial, para esa época, sobrevivían prácticamente intactas. Ya en el período republicano, específicamente entre 1821 y 1832, la normativa relacionada con los gremios y el derecho de asociación giró alrededor de los principios económicos del liberalismo. En esta dirección, la Carta Política dada por el Congreso de Cúcuta en 1821, ordenaba que “Ningún género de trabajo, de cultura, de industria o de comercio será prohibido a los ciudadanos, excepto aquellos que ahora son necesarios para la subsistencia de la República, que se libertarán por el Congreso cuando lo juzgue oportuno y conveniente”3; mientras que la Constitución sancionada por la Convención Constituyente en 1832, menos timorata que la anterior, al tiempo que consagraba la libertad laboral, señalaba que “No podrán por consiguiente establecerse gremios y corporaciones de profesiones, artes u oficios que obstruyan la libertad de ingenio, de la enseñanza y de la industria”4. Aunque la Constitución de 1832 suprimía los gremios artesanales definitivamente, no debió pasar mucho tiempo para que los nuevos legisladores advirtieran la resistencia que sus disposiciones encontraban entre los gobernados, o mejor, la distancia que había entre la ley y su observancia, máxime cuando se trataba de la extinción de una de las instituciones más arraigadas entre el artesanado. Es así como en la mayor parte del territorio granadino, luego de dictaminada la supresión, los gremios permanecieron vigentes por muchos años más, aunque claro está, sin que ello significara que se hubieran dejado de producir modificaciones importantes en el sistema de significados, actitudes, valores, y formas simbólicas que, desde los tiempos de la Colonia, dicho grupo social venía estableciendo y compartiendo alrededor de sus instituciones gremiales. Ahora bien, aunque el temprano interés por el desmonte de instituciones económicas coloniales ya reflejaba el influjo del ideario liberal, ese ideario no se haría visible y significativo sino a partir de mediados del siglo XIX, cuando algunos sectores de la elite que consideraban necesario transformar el orden hasta ese momento establecido, comenzaron a impulsar un proyecto modernizador que incluía reformas profundas en varios ámbitos de la vida granadina. Con todo, dichas reformas implicaban inusitadas dificultades, pues los integrantes de la elite política no sólo tenían una concepción distinta frente a la manera como llevarlas a cabo, sino que divergían en cuanto a las facultades y libertades que otorgarían a los distintos sectores sociales. En el caso específico de quienes defendían el liberalismo (el liberalismo económico sobre todo), la construcción del Estado moderno estribaba, principalmente, en la inclusión de la nación dentro de la nueva división internacional del trabajo; en la transformación y supresión de formas económicas corporativas; y en el abandono de la “barbarie” –condición que, a su modo de ver, iba inherentemente ligada a los sectores iletrados y semiletrados, étnicamente heteróclitos y aferrados a un pasado colonial dinástico- a cambio de la “civilización”. Es decir, anhelaban la formación y consolidación de “un individuo nuevo, diferente, el ciudadano, hombre libre e igual, 3 4

NIETO, Luis Eduardo, Economía y cultura en la historia de Colombia, Bogotá, Tiempo Presente, 1975, p. 48.

FERNANDEZ BOTERO, Eduardo, Las constituciones colombianas comparadas, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1964, p. 189.


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con propiedad y/o rentas, con voluntad y criterios propios e independientes, capaz de realizar y estimular los anhelos de la vida burguesa”5.

2. la legislación gremial y los artesanos de pasto A tono con la “Instrucción general para los gremios”, el 29 de enero de 1796 las autoridades de Pasto agruparon los gremios de músicos, silleros, escultores, tejeros, herreros, carpinteros, alarifes, plateros, sastres y pintores al óleo y de barniz6. Con esta normativa, además de elevar el nivel social del artesanado, los gobernantes buscaron un estricto control tanto de la organización y actividad interna de los gremios como de la calidad de los productos que fabricaban, por lo que tomaron medidas relacionadas con la compra, venta, y manejo de materiales valiosos; el traslado de los artesanos de una localidad a otra; el período de enseñanza y aprendizaje de un arte u oficio; el tipo de vestido; la apertura de tiendas y talleres; y la localización urbano-espacial de los talleres artesanales, entre otras. Así, desde la fecha misma en que entró en vigor la “Instrucción general”, las autoridades pastusas comenzaron a ejercer una cercana y constante tutela sobre aquellos que compraban, vendían o trabajaban con materiales valiosos. En primer lugar, ningún orfebre o platero podía comprar “[...] oro o plata sin avisar a la justicia para que reconozca al vendedor y examine donde lo ha adquirido, por los robos que se experimentan continuamente, so pena de dos patacones al infractor, cada vez, para obras públicas”7. Así mismo, obligatoriamente los artesanos debían pagar fianzas a sus clientes mientras entregaban el trabajo completamente terminado, pues, según las autoridades, en ocasiones huían con los materiales encomendados para la elaboración de los artículos. En relación con el traslado de los artesanos de una localidad a otra, los gobernantes no sólo vigilaron a quienes por este mecanismo intentaban encubrir algún delito, sino que trataron de evitar que artesanos de regiones próximas se establecieran y ejercieran sus oficios sin permiso, por convertirse en una competencia desleal para los de la zona que invadían. El teniente gobernador Barrera y los alcaldes Tomás Delgado y Miguel Angel Zambrano, por ejemplo, ordenaban que “los forasteros se presenten al alcalde de barrio para que los aloje, y después al teniente gobernador a dar cuenta de los motivos de su venida y de su profesión”8. Por los motivos antes señalados, sólo los maestros mayores quedaban facultados para dirigir los gremios, poseer tiendas y talleres, y ejercer como peritos avaluadores. Para este efecto, desde 1796 en Pasto se anunciaba que:

5

PACHECO, Margarita, La fiesta liberal en Cali, Cali, Universidad del Valle, 1992, pp. 10-11.

6

SAÑUDO, José Rafael, Apuntes sobre la historia de Pasto. La colonia bajo la casa de Borbón, Pasto, Imprenta La Nariñense, 1940, p. 132.

7

CERON SOLARTE, Benhur, Pasto: espacio, economía y cultura, Pasto, Fondo Mixto de Cultura-Nariño, 1996, p. 123.

8

SAÑUDO, José Rafael, op. cit., p. 134.


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Por el perjuicio que se sigue a la causa pública de que los oficiales menestrales pongan tiendas sin noticia del Cabildo y sin que conste la habilidad que tengan en sus oficios, [el Procurador general] nombró en estos a maestros mayores para examinar las obras y vigilar si ponían otras fuera de las permitidas; para que avisadas las justicias impongan pena de 4 pesos de multa aplicados a las obras públicas. Ordena que los maestros hagan matrícula de sus oficiales y que cuiden asistan puntualmente a su oficio, que estén aseados y en sus 9 palabras y acciones con la debida moderación .

Para abrir tienda o taller independiente los artesanos necesariamente debían cumplir con un período de aprendizaje. Los iniciados ingresaban al taller del maestro en calidad de aprendices y eran ascendidos a la categoría de oficiales tras permanecer allí por un lapso de 2 a 4 años – tiempo que variaba según el gremio-10. Los aprendices quedaban bajo el cuidado, vigilancia y corrección del maestro durante todo el período de adiestramiento, es decir, tanto en las horas de trabajo, sujetas a la voluntad del maestro, como en las de ocio. Precisamente, durante las horas de ocio, aunque los aprendices quedaban en libertad, siempre debían permanecer vigilados para asegurar que sus diversiones fueran “decentes y nada perjudiciales al buen porte”. De igual manera, cuando había bailes públicos se les obligaba a asistir, “advirtiendo que el que faltare a semejantes diversiones, deberá ser anotado culpable, pues en ellas no es donde se estragan las costumbres y sí en los parages ocultos y apartados del trato común de las gentes”11. Al respecto, en Pasto, el procurador Ramón Tinajero manifestaba en 1779 que “[...] la ociosidad y abandono de la juventud, en que no se reconoce otro ejercicio ni aplicación que a la embriaguez y al juego de gallos, naipes, dados, y cruces; de modo que no hay por lo general casa alguna, donde no se vean gallos a la estaca, ni muchacho que no tenga los instrumentos de los tres juegos, ni que reconozca facultad para comprar, mantener y sustituir las apuestas”. Por lo que, según él, era necesario prohibir: [...] absolutamente el juego de gallos con apercibimiento de las penas que se juzguen bastantes a los jugadores y a los padres de familia que no consientan la crianza de estos en sus casas... y que se mande a los alcaldes de barrio que dentro de 15 días presenten lista de todos los muchachos de edad de 8 años para adelante, con expresión de la calidad de la familia, para que en vista de ella, se repartan por la justicia a carpinteros y los que sobraren se repartan entre los labradores para hacerlos trabajar, corregirles los excesos que notaren y enseñarles los respectivos oficios12.

Pero al parecer la situación se tornaba endémica, pues para 1850 seguía siendo deber de la policía urbana impedir que los jóvenes se dedicaran a “los juegos de naipes en las tiendas públicas por ser ofensivos a la moral i causar escándalo”, así como imponer “multa de entre ocho y diesiseis reales o un día de arresto”13 a los contraventores de la norma. 9

Ibid., p. 133.

10

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “El aprendizaje en los gremios neogranadinos”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Vol. VIII, No. 5, 1965, p. 737. 11

Ibid., p. 738.

12

Ibid., pp. 132-133.

13

Archivo Histórico de Pasto (en adelante A.H.P.), Fondo: Cabildo de Pasto, Sección: República, Caja 27, Libro 1851, Tomo 3, Fol. 16.


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Un punto fundamental para los reformadores de los gremios fue la edad de iniciación en el aprendizaje de los oficios. Según ellos, se debía comenzar desde muy temprano para que el temple y la disciplina del muchacho fueran moldeándose a la medida de una sociedad trabajadora y alejada de la inmoral vida del juego. En este sentido, las autoridades pastusas insistían en que “los mayores de 12 años para arriba, comparezcan dentro de 10 días a patentizar de qué viven, para dedicarlos al oficio que se inclinen”14. En opinión del historiador Sergio Guerra Vilaboy15, la categoría social de los oficios artesanales estaba directamente relacionada con el tipo étnico de quienes los ejercían y con el sector al que suministraban los productos. En el caso de Pasto, sin embargo, es muy difícil establecer que así hubiera sido; lo que se puede afirmar con certeza es que, como expresaba el procurador Tinajero, al menos durante la Colonia los aprendices se iniciaban en los oficios dependiendo de la “calidad de la familia” a la que pertenecían. En el cuadro que aparece a continuación se pueden distinguir los gremios artesanales que existían en la ciudad para mediados del siglo XIX y la edad de iniciación de los aprendices en los distintos oficios. Cuadro 1 Edades de artesanos agremiados de Pasto (1851)

Gremios Sastres Carpinteros Herreros Pintores Sombrereros Músicos Plateros TOTAL

Edad 8-10 1 1 2 2 6

11-15 18 29 14 2 1 1 4 69

16-20 30 32 23 8 2 8 103

21-30 38 34 21 15 6 3 12 129

31-40 25 11 5 10 6 2 7 66

41-50 14 6 2 8 3 3 4 40

51-60 4 3 4 2 1 14

61 y más 2 4 2 1 1 10

TOTAL

129 117 70 50 21 13 37 437

Fuente: A.H.P., Libros capitulares de Pasto, Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 27, Libro 1851, Tomo 2, Folios 1-137.

Como se observa, los aprendices comenzaban su instrucción entre los 8 y los 15 años, aunque más frecuentemente entre los 11 y los 15. Además, la mayor parte de los oficiantes oscilaba entre los 11 y los 30 años, seguidos por el grupo de quienes tenían entre 31 y 40 años, lo que significa que para 1851 la población de artesanos agremiados se ubicaba mayoritariamente entre los 11 y los 40 años, mientras que a medida que superaban esa edad, descendía la dedicación a una labor artesanal. Ahora bien, un aspecto significativo de la formación de los aprendices fue la distinción que otorgaba el vestido. En Pasto, se les exigía “puntual asistencia, aseo, moderación en sus palabras y acciones, y por sobre todo, no llevar ruana”16, puesto que, de conformidad con la “Instrucción 14

SAÑUDO, José Rafael, op. cit., p. 134.

15

GUERRA VILABOY, Sergio, Los artesanos en la revolución latinoamericana. Colombia 1849-1854, La Habana, Pueblo y Educación, 1990, p. 15. 16

SAÑUDO, José Rafael, op. cit., p. 132.


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general”, esta cubría “lo superior del cuerpo y nada le importa al que se tapa ir aseado, o sucio en el interior”. En cambio, se les ordenaba que vistieran “de ropas cortas como sayos, aguainas o casacas, sin permitirles tampoco capas”17.

Para 1850, sin embargo, cuando el retratista de la Comisión Corográfica Manuel María Paz dibujó algunos artesanos pastusos en su taller, el aprendiz llevaba ruana y sombrero, lo que indica que, o bien el prevaleciente rigor climático de la ciudad impedía la aplicación de la norma, o que las disposiciones de 1832 referidas a la supresión de los gremios ya preludiaban transformaciones en este aspecto. De ser así, es claro que la marcada diferenciación indumentaria entre maestros, oficiales y aprendices, que durante la Colonia y parte de la república había obedecido exclusivamente a intereses particulares de la estratificación gremial, para mediados del siglo XIX comenzaba a carecer de sentido, a caer en desuso y, por lo tanto, a entrar en paulatina desaparición. Sea como fuere, lo cierto es que para mediados de ese siglo el tipo de vestido, más que una distinción exclusiva del rango artesanal, se perfilaba ya como un elemento diferenciador entre los sectores populares y los sectores de la elite. No es casual que por esos días en muchos lugares de la República comenzaran a retumbar los gritos de “abajo las casacas y arriba las ruanas”, o que en Pasto el periódico Las Máscaras, de marcada tendencia liberal y órgano de la Nueva Sociedad Democrática de Pasto18, señalara enfáticamente que “a ningún ciudadano honrado desechamos, pero tampoco fraguamos chistes, ni enredos, ni limpiamos el zapato, ni acepillamos la casaca de nadie para que se enrole con nuestro partido”19. 17

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “El aprendizaje en los gremios neogranadinos”, op. cit., p. 737.

18

Para una mirada en detalle sobre la participación política del artesanado de Pasto, véase DUQUE CASTRO, María Fernanda, “Los artesanos de Pasto y sus formas de sociabilidad a mediados del siglo XIX”, en Historia y Espacio, Cali, No. 17, enero-junio, 2001, pp. 31-68.

19

Las Máscaras, No. 6, Pasto, jueves 5 de diciembre de 1850.


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Durante la Colonia, el tránsito de aprendiz a oficial fue relativamente más fácil que el de oficial a maestro mayor. En este último caso, la diferencia radicaba básicamente en que el examen y los requisitos económicos exigidos a los oficiales para ascender al siguiente escaño dentro de la estratificación gremial, hacían casi inaccesible dicha categoría. Así, por ejemplo, para el examen de los oficiales, la “Instrucción general” estipulaba como necesario: a) haber cumplido exactamente el tiempo de aprendizaje u oficialía; b) estar preparados para el examen; y c) no haber faltado en nada a las obligaciones estipuladas en el contrato de aprendizaje20. En la parte económica, era preciso que pagaran cuotas al cuerpo examinador, constituido por un veedor, un tesorero-fiscal del gremio, un juez y un escribano21. Consciente de la precariedad que regularmente padecían los oficiales a la hora de solventar los gastos para el examen, el virrey Manuel Antonio Flórez estableció que cada uno tuviera “una cuota fixa que mensual o anualmente se le desquite el máximo del mismo salario que han de darle”22; pero aún así, los oficiales pocas veces lograban ascender al grado de maestro mayor, quedando por lo tanto limitados para abrir tiendas y talleres independientes. Lo anterior, al parecer, incidió en la supresión de los gremios, pues tanto los constitucionalistas de 1821 como los de 1832 consideraban las restricciones de ascenso como limitantes del desarrollo de la técnica y la “industria”. No obstante, en Pasto estas reformas encontraron bastante resistencia23, toda vez que, como se ha visto, para mediados del siglo XIX no sólo buena parte de los gremios reglamentados a finales de la centuria anterior continuaban vigentes, sino que seguían nombrando maestros mayores para cada uno de ellos. En el siguiente cuadro se pueden observar los gremios que existían en la ciudad a mediados del siglo XIX, así como los nombres de los maestros mayores encargados de cada uno.

20

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “Exámenes, licencias, fianzas y elecciones artesanales”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Vol. IX, No. 1, 1966, p. 66. 21

Ibid., p. 67.

22

Ibid., p. 67.

23

Al parecer, la resistencia de los artesanos ante la supresión fue tal que las autoridades pastusas hicieron poco o nada para que se cumpliera la norma. Lo cierto es que en Pasto ocurrió lo mismo con otras prácticas e instituciones corporativas coloniales, como los resguardos indígenas, e incluso, la norma que suprimía los conventos menores y por la cual finalmente se produjo la Guerra de los Supremos. Podría pensarse, entonces, que el aislamiento en el que se hallaba la provincia de Pasto para esa época hacía que sus habitantes mantuvieran por más tiempo símbolos, actitudes, valores, usos y costumbres que les proporcionaban seguridad. Así mismo, se considera plausible que la marcada debilidad del poder estatal durante los años de consolidación de la nación influyera notoriamente en el no acatamiento de las normas legales.


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Cuadro 2 Gremios de Pasto y maestros mayores para los años de 1849 - 1851 Gremios

Maestros mayores

Plateros Sastres Carpinteros Músicos Herreros Pintores óleo y barniz Sombrereros Carpinteros

1849 Jesús Plácido Eraso Manuel Figueroa Melchor Sevilla Juan Hidalgo Luis Rodríguez ------Joaquín Guerrero Antonio Salem

1850 -----Manuel Esparza -----Rafael Jiménez Ramón Eraso Crisanto Granja Tomas Trejo ------

1851 ------------------------------Tomas Trejo Antonio Salem

Fuente: A.H.P., Libros capitulares de Pasto, Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 27, Libro 1851, Tomo 2, Folios 1 -137.

Antes de la “instrucción general” el nombramiento de maestros mayores y celadores de cada gremio estuvo a cargo de los maestros reunidos en junta gremial, pero después de este período la designación recayó sobre las autoridades del Cabildo de cada localidad. Posteriormente, según las normas estipuladas por el oidor Mon y Valverde, las elecciones combinaron los dos sistemas antes mencionados; es decir, los maestros reunidos en junta gremial elegían a los maestros de cada gremio y luego el cabildo confirmaba dicho nombramiento24. Según esta misma disposición, las elecciones se realizaban el primero de enero de cada año, costumbre que para 1849 continuaba igual, aunque con la ligera diferencia de que los artesanos electos no se posesionaban estrictamente el primero de ese mes sino unos días después. De igual manera, la posesión de los maestros mayores siguió realizándose ante el alcalde parroquial de la localidad y, en ningún caso, esta condición estuvo supeditada a la tenencia de tienda o taller. A manera de ilustración, veamos la forma como se llevó a cabo la elección del maestro mayor del gremio de platería ante el alcalde parroquial de Pasto en el año 1849: Se reunieron los maestros de platería de esta ciudad con el objeto de renovar al maestro mayor de este gremio, y verificada la oración por ocho vocales, resultó el señor Placido Eraso con seis votos y tres por el señor Alejandro Medina. Por tanto fue declarado legalmente electo, y se le recivió el juramento de estilo, vajo del cual prometió cumplir fielmente con los deberes de su ministerio, y en seguida nombró para sus celadores a los maestros Ramón España y Miguel Rendón quienes presentaron también el juramento 25 respectibo” .

Por el contrario, desde el punto de vista electoral, la tenencia de tienda o “taller abierto” sí constituía una ventaja para los artesanos, pues les daba derecho a votar en calidad de “sufragantes”. Según la Constitución de Cúcuta, para alcanzar la condición de sufragante parroquial era requisito poseer una propiedad raíz que alcanzara el “valor libre” de 100 pesos, o en su defecto, ejercer “algún oficio, profesión, comercio o industria útil, con casa o taller abierto, 24

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “Exámenes, licencias fianzas y elecciones artesanales”, op. cit., pp. 71-72.

25

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Libro 1849, Tomo 4, Fol. 46b.


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sin dependencia de otro en clase de jornalero o sirviente”26. A continuación se puede observar el número de tiendas de los artesanos de Pasto para 1851. Cuadro 3 Tiendas correspondientes a artesanos y artesanas de Pasto (1851)

Oficios masculinos Sastre Herrero Carpintero Sombrerero Zapatero Rosariero Platero Músico Pintor Total

Número de tiendas 9 7 8 5 4 2 4 2 6 47

Oficios femeninos Hilandera Puntera Costurera Tejedora Pulpera Ruanera Panadera Tintorera

Número de tiendas 34 5 38 32 8 9 4 1 131

Fuente: A.H.P., Libros capitulares de Pasto, Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 27, Libro 1851, Tomo 2, Folios 1 - 137.

Las cifras revelan que entre los artesanos los sastres tenían mayor actividad comercial, seguidos por carpinteros y herreros, respectivamente; entre las artesanas sobresalían las costureras27, hilanderas y tejedoras. Lamentablemente estos datos no permiten establecer el incremento o disminución de tiendas y talleres artesanales, lo que, a su vez, impide saber si la supresión gremial de 1832 coadyuvó o no a que indistintamente cada vez más artesanos abrieran tiendas y talleres para laborar como trabajadores independientes. Sin embargo, al comparar los nombres de los sufragantes parroquiales (correspondientes a la mesa electoral No. 2) con aquellos que aparecen en el censo de 1851, se observa que a mediados del siglo XIX la participación del artesanado de Pasto en los comicios electorales era considerable.

26 27

GONZALEZ, Fernán E., Para leer la política, Bogotá, Cinep, 1997, p. 108.

Es necesario aclarar que aunque en el siglo XIX el rótulo de costurera fue asignado tanto a las mujeres que se desempeñaban en esta actividad como a las que eran casadas, en este caso es indiscutible que se trata de aquellas que ejercían ese oficio como tal, como lo confirma el hecho de que tuvieran tienda para la venta de sus productos.


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Cuadro 4 Participación electoral de los artesanos durante los años de 1851 y 1852 Sufragante parroquial Pedro Coronado Manuel López Joaquín Guerrero Rafael Jiménez José Eraso José Tapia Manuel Benavides Manuel Delgado Manuel Esparza Manuel Rivera Rafael Hidalgo Ramón Delgado Ramón Salcedo Tomas Mesías Manuel Enríquez Placido Erazo Manuel Rosero (*) Rafael Paz Rafael Pérez Javier Rosero Ramón Rosero Ramón Ortega Miguel Enríquez (*) José Muñoz José María Hernández Juan Muñoz Manuel Ordóñez Pedro Laso Rafael Espada Ramón Eraso Manuel Mesías Manuel Morales Manuel Zambrano Mariano Sevilla Pedro Guerrero Rafael Burbano Rafael Mata Pastor Enríquez Simón Hidalgo José Flórez Javier Narváez Matías Zúñiga

Oficio artesanal Zapatero Sombrerero/sastre Sombrerero Sastre/músico Sastre Sastre Sastre Sastre Sastre Sastre Sastre Sastre Sastre Sastre Rosariero Platero Pintor de barniz/músico/carpintero Pintor de barniz Pintor de barniz Pintor Pintor Músico Herrero/pulpero/escribiente Herrero/carpintero Herrero Herrero Herrero Herrero Herrero Herrero Carpintero Carpintero Carpintero Carpintero Carpintero Carpintero Carpintero Artesano Artesano Alpargatero/carpintero Alpalgatero Albañil

1851

1852

Fuente: A.H.P., Libros capitulares de Pasto, Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 28, Libro 1852, Tomo 3, Folios 2-41; Libros capitulares de Pasto, Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 27, Libro 1851, Tomo 19, Folios 181-202a; Libros capitulares de Pasto, Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 27, Libro 1851, Tomo 2, Folios 1-137. (*) Homónimo. En este caso, puede ser que el sufragante ejerciera cualquiera de los oficios que aparecen en la columna de oficio artesanal.


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Sobre la base de las fuentes consultadas se encontró que durante los años en cuestión, de los 71 sufragantes parroquiales que en total se presentaron a la mesa No. 2, la cifra de artesanos (sufragantes) varió muy poco: en el año 1851 participaron 27 artesanos, mientras que en el año 1852 participaron 28. De cualquier manera, estos datos deben considerarse como aproximaciones, pues es de todos conocido que los censos del siglo XIX presentan muchas inconsistencias y dificultades; en este caso, por ejemplo, en ocasiones los nombres de los sufragantes aparecen incompletos, no aparecen en el censo de población o existen homónimos, lo que impide establecer con exactitud el grado de participación electoral del artesanado para esa época. Ahora bien, otro aspecto relevante de la “Instrucción general” fue la ubicación urbano-espacial de los artesanos y la manera como se agrupaban para desarrollar su trabajo. En cuanto a lo primero, durante el período colonial los gremios de algunas ciudades habían acaparado zonas específicas donde se localizaban exclusivamente aquellos que ejercían determinados oficios; sin embargo, la reglamentación era muy clara al respecto: “se prohíbe la demarcación de cierta calle o terreno para cada oficio o Arte”28, lo cual explica por qué para mediados del siglo XIX los artesanos pastusos se encontraban dispersos por toda la ciudad29. En cuanto a lo segundo, los artesanos de las ciudades trabajaban en grupos menores y pocas veces unidos por el parentesco, a diferencia de aquellos que se ubicaron en las zonas circundantes, donde las labores del tejido – que involucraba personas encargadas de tisar, hilar y teñir la lana- unían a una o varias familias bajo el mismo techo. En lo que corresponde a los artesanos de la ciudad, dicha situación hundía sus raíces en el vínculo contractual previamente establecido entre los padres del aspirante a aprendiz y el maestro mayor. Según el acuerdo, el maestro se comprometía a instruir al muchacho en los secretos del oficio, a darle cama, vestuario, alimentación y, en caso necesario, a castigarlo como si fuera su propio hijo30. De modo que maestros, oficiales y aprendices, la mayoría de veces, vivieron juntos en la misma casa o taller, generándose una relación de orden moral y laboral en la que el maestro, en condición de tutor, velaba por la educación integral de sus alumnos.

3. las celebraciones religiosas y el artesanado de pasto Como parte del proceso colonizador, el imperio español, en ese entonces adalid del catolicismo, introdujo en sus dominios una nueva forma de vida basada en principios hispano-cristianos. Esta concepción de la vida encontró su máxima expresión en prácticas y celebraciones litúrgicas que fueron puestas de manifiesto a través de misas de acción de gracias, luminarias, tedeum solemnes, procesiones, etc., actos que, por lo demás, se realizaban con gran regocijo y simulando dolor. En lo correspondiente a los artesanos, las prácticas religiosas ocuparon un lugar 28

MAYOR, Alberto, op. cit., p. 36.

29

“Los que se dedicaban a los oficios artesanales, [...] no se asentaban en sectores específicos de la Ciudad sino que por el contrario se encontraban repartidos por todas partes, tanto en el área urbana como rural”; cf. MORILLO CAJIAO, Pablo, BOLAÑOS, Arturo, Los artesanos de Pasto en el siglo XIX, investigación inédita, Pasto, Museo Taminango de Artes y Tradiciones Populares de Nariño, 1995, p. 27.

30

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “El aprendizaje en los gremios granadinos”, op. cit., p. 736. Así mismo, ver MAYOR, Alberto, op. cit., p. 50.


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preponderante, al punto que –tal vez en grado mayor que otros sectores populares- tuvieron sus propios santos, celebraciones y cofradías. Los santos patronos de los artesanos variaban de acuerdo con el gremio y, en ocasiones, con la provincia; así, por ejemplo, mientras que en Pasto los carpinteros y los músicos se acogían a la tutela de san José obrero y santa Cecilia respectivamente31, los del gremio de carpintería en Santafé se adscribían a los santos Paulino y Cícero32. Cada asociación gremial estaba en la obligación de hacer una fiesta en honor a su santo, pero en el afán por alcanzar prestigio a menudo los gremios rivalizaban entre sí con ostentosas celebraciones que traían nefastas consecuencias para sus finanzas, a lo que se sumaba que las fiestas iban incluidas dentro del calendario laboral del año, lesionando aun más sus ya precarias economías. Como una manera de paliar estos efectos, para 1776 el oidor Mon y Valverde –uno de los funcionarios españoles más cercanos a los reformadores de los gremios granadinosdispuso lo siguiente: Si estos gremios quisiesen elegir un santo para su patrono, podrán ejecutarlo, pero con la calidad que no se haya de hacer más fiesta que la misa cantada sin pólvora, almuerzos ni otras francachelas, asistiendo todos a la iglesia con su protector, pues de este modo se satisface a la devoción, se evitan gastos y distracciones y cesa el motivo de competencias 33 que suele ser el mayor impulso para agotar los caudales con el falso velo de la religión .

De tal manera, el consorcio trabajo-religión constituía una de las tantas manifestaciones que hacían explícita la íntima relación entre los artesanos y la Iglesia católica, mientras que el nexo de los artesanos con sus santos patronos actuaba como elemento cohesionador del gremio, pues fortalecía entre los asociados los lazos de hermandad y fraternidad, aunque, claro está, sin que tales lazos impidieran su interacción con otros sectores sociales populares. En Pasto, las celebraciones religiosas más sobresalientes fueron las de Navidad, Purificación de Nuestra Señora y Juan Bautista, pero sin duda la de mayor solemnidad era la del Corpus Christi, popular en el Nuevo Reino de Granada desde la segunda mitad del siglo XVI. En esta fiesta cada estamento social ocupaba un lugar previamente establecido. Para 1582, las autoridades del Cabildo de Pasto señalaban que el orden a seguir en la procesión del Corpus debía ser el siguiente: “[...] en primer lugar salen los zapateros, herreros, sastres, carpinteros con sendos pendones; luego monaguillos y ciriales, posteriormente el Alférez de la Ciudad con Estandarte Real en medio de arcabuceros y la bandera de campo. En seguida «el Santísimo», cuyas varas las sostienen únicamente los regidores; a su lado marchan los hombres «de calidad» con el resto del Cabildo y las mujeres «hijasdalgo»”34. 31

GUERRERO, Gerardo León, “Análisis socioeconómico de Pasto a finales del periodo colonial”, en Pasto 450 años de historia y cultura, Medellín, Lealon, 1989, p. 133. 32

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “El aspecto religioso en los gremios neogranadinos”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Vol. IX, No. 2, 1966, p. 273. 33

ROBLEDO, Emilio, Bosquejo biográfico del señor oidor Juan Antonio Mon y Valverde, Bogotá, Imprenta del Banco de la República, 1954, p. 112. 34

SAÑUDO, José Rafael, Apuntes sobre la historia de Pasto. La colonia bajo la casa de Austria, Pasto, Imprenta la Nariñense, 1936.


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En consecuencia, durante la Colonia el ceremonial no era sólo una manifestación religiosa en la que la sociedad en pleno se reunía para declarar su devoción cristiana, sino el espacio político donde se hacía evidente lo que el sociólogo Max Weber ha denominado orden social35: mientras que los altos dignatarios civiles y eclesiásticos exaltaban su prurito de hidalguía y “pureza de sangre” como bastión de autoridad y dominio, el artesanado hacía gala de su honor participando en las procesiones. Así mismo, el ordenamiento dentro de la procesión confirma la frecuencia con que los artesanos granadinos –en especial los de Pasto- asumieron costumbres presentes entre sus congéneres de los gremios españoles; en las fiestas de Barcelona, por ejemplo, “el ceremonial tenía cierta fijeza y cada persona conocía de antemano el lugar que le correspondía. En las solemnidades extraordinarias, surgían no pocas veces discusiones y altercados por cuestiones de precedencia. En estas ocasiones, los gremios portaban banderas con sus insignias respectivas. El ser abanderado en las procesiones era considerado como un honor”36. Empero, con el paso de la Colonia a la República, esta celebración religiosa presentó cambios que anunciaban un lento proceso de secularización. En la nueva etapa se permitían actitudes menos rígidas y las posiciones en el espacio de la procesión no parecían estar sujetas a ninguna normatividad; por lo menos eso sugiere el comentario que hiciera Juan-Bautista Boussingault, viajero francés que arribó a Pasto en 1839: “La primera ceremonia que presencié fue la Octava del Corpus: altares arreglados en las calles, tropas bajo las armas, indios disfrazados de marqueses del antiguo régimen danzando cadenciosamente delante de la procesión y casi todos borrachos [...]”37. Pero al parecer las escenas descritas por Boussingault se repetían sucesivamente, pues para mediados de siglo, los miembros del cabildo parroquial insistían en que las fiestas del Corpus debían “hacerce con toda la desencia correspondiente por ser en honor de la Majestad Divina”38; así mismo, con respecto a los altares, el cabildo parroquial se reunía para decidir quiénes y dónde los ubicarían. Veamos a continuación los lugares que correspondieron a los artesanos para la fiesta de 1849: El cabildo Parroquial de Pasto, [considerando] que hasido una costumbre inveterada invitar a los señores comerciantes, agrícolas i artesanos a la formación de ocho altares en la circunferencia de esta plaza mayor el dia jueves de Corpus i en su octaba, [...] ha venido en nombrar y distribuir dichas personas i lugares en que deben hacerse los altares del modo siguiente: 4a.En el balcón dela Casa de los Señores Santacruzes lo formarán el gremio de plateros i sastres con todos los sacristanes de las Yglesias, haciendo Cabeza los maestros mayores y sacristanes de la Matris. 6a.En el balcón de la casa del señor José Manuel Astorquiza lo formarán los gremios de Carpintería, [ilegible] i talabartería, haciendo cabeza sus respectivos maestros mayores. 8aEn el frente de la tienda del maestro Simón los formarán los gremios de herrería, pintores al oleo i de barnis, rosarieros i sapateros, 39 haciendo cabeza el maestro mayor de sapatería y herrería .

35

WEBER, Max, Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 683.

36

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “El aspecto religioso en los gremios neogranadinos”, op. cit., p. 269.

37

BOUSSINGAULT, Juan-Bautista, Memorias, Bogotá, Banco de la República, 1985, p. 57.

38

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 25, Libro 1849, Tomo 17, Fol. 235.

39

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 25, Libro 1849, Tomo 17, Fol. 235-236ª.


128

Así que, siguiendo la costumbre, los artesanos continuaban participando activamente en esta celebración: arreglaban los altares, organizaban el “certamen” y abonaban los dineros necesarios para el culto. Durante el año de 1849, esos dineros fueron recolectados entre los gremios de platería, sastrería, carpintería y talabartería, sin embargo, algunos de sus asociados se negaban a cancelar la cuota respectiva. Al respecto, uno de los artesanos encargados de recoger los dineros informaba al alcalde parroquial lo siguiente: Señor en virtud de la comunicación que U. me remitió con fecha del corriente en que me dice, que quedo comicionado para que con mi gremio de sastrería reunido con el de Platería devo hacer un altar para servicio de la Magestad el dia del Corpus y su octava, digo a U. lo siguiente: haviendo recorrido las oficinas de mi gremio para la trivusion de los costos de dicho altar, he hido principalmente donde el maestro Manuel Esparza donde pense sacar mas recursos, por ser la oficina mas acreditada, por que es notorio estan recopilados todos los oficiales de este gremio, el cual señor me contestó que él no da nada mas que diez reales por toda su oficialidad. El maestro Francisco después de haberme comunicado que tenia siete oficiales me dice que no da mas que cuatro reales, por él y dos oficiales: y al tenor los demás maestros; y como con esta pequeña contrivucion aunque es probable que 40 alcance para los costos necesarios de la formación de dicho altar .

Así mismo, el maestro Melchor Sevilla denunciaba ante el alcalde parroquial, que: seme ase preciso informarle que como los maestros de carpintería no quieren contribuir con la portada que seles aimpuesto. a que estan obligados según la costumbre anterior y que nos obliga a dar el mas exacto cumplimiento en un deber tan ymportante a que nos obliga, y nos ase responsables a los maestros mayores y al allarme con esta orden que me a espedido aga cumplir lo mandado en esta comicion dando el mas exacto cumplimiento, y como los hombres de este cantón, se burlan de las Ordenes, y espiden, palabras cinsecorosas, que no estan en la orden, y para yo dar cumplimiento alo mandado pido y suplico aga obedecer lo mandado; [...] por lo que suplico a U. y a la atención suya y en mérito justo me aga pagar a todos los que comprenden en esta lista41.

En casos como los descritos, el presidente del cabildo parroquial sancionaba con multa o con varios días de trabajo en los puentes o en el “panteón” a quienes se negaban a pagar42. Sin embargo, lo más importante aquí es que como se pudo observar en el cuadro sobre el número de tiendas –a excepción de los talabarteros-, sastres, plateros y carpinteros eran quienes tenían mayor actividad comercial entre los gremios, y en consecuencia, más allá de la simple negativa a pagar, o la falta de capacidad económica para cancelar las cuotas, podría pensarse que en el caldeado ambiente de esos años, por divergencias políticas, algunos artesanos se opusieron a la autoridad local.

40

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 25, Libro 1849, Tomo 17, Fol. 123.

41

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 25, Libro 1849, Tomo 17, Fol. 132.

42

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 25, Libro 1849, Tomo 17, Fol. 237a.


129

Entre los pastusos las fiestas religiosas constituyeron el garante para contrarrestar fenómenos naturales como sequías, erupciones volcánicas y plagas de langostas43. A mediados del siglo XIX, una de esas fiestas era la del santo patrono Juan Bautista, “protector de la ciudad en casos de intenso conflicto”. Esta celebración, que se llevaba a cabo los días 26, 27 y 28 de junio, comenzaba con la aglomeración de feligreses a las afueras del cabildo, donde se disponía desde la víspera una galería con estandartes: uno, “para el Santo patrono, adornado con velas y demás enseres necesarios para el culto”, y otro, “para la exhibición de armas de la república”44. Sobre las fiestas provinciales de los santos patronos, Salvador Camacho Roldán nos ha legado en sus Memorias un estupendo relato que muestra la manera como se desarrollaban a mediados del siglo XIX: Entre las diversiones populares figuraban en primera línea las fiestas que anualmente se celebraban en todos los pueblos en recuerdo del Santo Patrón. No se reducía esa celebración a fiesta religiosa. [...] Empezaba con vísperas de juegos artificiales, y después de la ceremonia o procesión religiosa, seguían animados encierros, preliminar de las corridas de toros en la plaza pública, en los que tomaba parte toda la población. Estas fiestas duraban ordinariamente tres días, con no poca frecuencia ocho. Mesas de juego de lotería, cachimona, primera, veintiuna, etc. juegos de bolo se establecían a las afueras de las poblaciones, acompañados de toldos en que se ofrecía guarruz, masato colaciones diversas y también bebidas menos inofensivas45.

Con ocasión de los gastos y desórdenes que generaban las celebraciones tanto de los santos patronos provinciales como las de los gremios de artesanos, desde los primeros decenios del siglo XIX las autoridades nacionales, al igual que sus predecesores, repudiaron las consecuencias de dichas prácticas. En 1834, por ejemplo, el Presidente de la República, José Ignacio de Márquez, decía: El segundo obstáculo de la agricultura son los días festivos. En ellos el miserable trabajador se ve privado del producto del trabajo, y, por consiguiente, de lo necesario para existir. Es indecible lo que dejó de producirse para cada individuo de la sociedad en aquellos días, los cuales se multiplicaron demasiado, como si Dios y sus santos se honrasen y complaciesen con la ociosidad. Debería tratarse, pues, de acuerdo con la santa sede, de que disminuyeran, quedando reducidos a los domingos y muy pocas fiestas principales; con lo cual ganaría también mucho la moral pública, porque desgraciadamente en aquellos días, 46 se tributan mas bien homenajes al vicio, en vez de rendir un culto puro a la Divinidad .

Debido a lo anterior, con el decreto del 30 de marzo de 1835, el gobierno dio vía libre al Breve Apostólico expedido por el papa Gregorio XVI, en el que la autoridad eclesiástica consideraba necesario “reducir el número de celebraciones religiosas”, ya que “en las ciudades i demás poblaciones, en donde los ciudadanos están dedicados al comercio i a las artes, la demasiada 43

En estos casos se honraba a San Andrés contra los terremotos, y a la Virgen de las Mercedes contra la sequía, la plaga de langostas y las erupciones volcánicas. Hay que recordar que Pasto está situado a corta distancia del volcán Galeras, cuyas erupciones han sido registradas para los años 1690, 1720, 1725 y 1834.

44

A.H.P., Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, Caja 25, Libro 1849, Tomo 17, Fol. 227.

45

CAMACHO ROLDAN, Salvador, Memorias, Bogotá, Bedout, Vol. 74, sf., p. 106.

46

NIETO, Luis Eduardo, op. cit., p. 85.


130

frecuencia de fiestas envilece el celo de la religión, el ocio los halaga i se entregan a juegos, contiendas, embriagueces i liviandades de tal suerte que son pocos los que emplean los días de fiesta según el precepto eclesiástico”47.

4. las fiestas civiles y el artesanado de pasto A diferencia de los ceremoniales político-religiosos de la Colonia, en los que Iglesia y Estado disputaban el escenario de figuración y donde los elementos simbólicos declaraban el poder de la entidad monárquica, las fiestas civiles del período republicano connotaron el incipiente deslinde entre lo civil y lo eclesiástico, entre el Imperio y la República; ahora, el nuevo sistema de símbolos reafirmaba el triunfo revolucionario, el culto a los héroes, el sentido de pertenencia a la patria. De manera que, en contraste con el aspecto religioso, las fiestas civiles aludían a un vínculo mucho más secular entre la elite y los sectores populares, particularmente entre la elite y los artesanos, como se verá más adelante. Hacia mediados del siglo XIX surgieron en casi todas las provincias del territorio granadino las fiestas republicanas, las cuales se realizaban no sólo en homenaje a la memoria de los héroes de la Independencia sino con el propósito de que las “clases laboriosas” tuvieran un espacio para exhibir sus “producciones”. En 1849, precisamente, el gobernador de Pasto expresaba a los diputados provinciales que era: indispensable el establecimiento de una feria anual en la provincia, pues siendo los pueblos de esta eminentemente productores debe proporcionárseles los medios más eficacez para el cambio i venta de sus productos industriales. Encarezco pues el que se espida una ordenanza sobre tal objeto, teniendo en concideración que la situación actual local de los pueblos de la provincia requiere, que el lugar destinado para la feria sea el distrito 48 parroquial cabezera del Cantón, i que ella se celebre en los tres días de fiestas nacionales .

Efectivamente, a partir de ese año se reglamentó y dio inicio en la ciudad de Pasto a la feria anual celebrada los días 20, 21 y 22 de julio con el fin de conmemorar las fiestas nacionales y conceder premios a los habitantes que, en “obsequio de la Moral y de la industria del país”49, exhibieran sus artefactos e invenciones. La disposición expedida para este efecto señalaba: ART. 2 El gobernador de la provincia invitará algunos meses antes del 20 de julio a los agricultores, artesanos, profesores i discípulos de artes i oficios, para que en aquellos días presenten las obras de su injenio e industria, los adelantamientos que hayan hecho en su

47

TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto, “El aspecto religioso en los gremios granadinos”, op. cit., p. 272-273.

48

Archivo Central del Cauca (en adelante ACC), Fondo República, Sección El Carnero, Ordenanzas espedidas en las sesiones estraordinarias de la Cámara de provincia de Pasto en el año 1849, Año 1849, Legajo 46, No. 27, Fol. 4. 49

ACC, Fondo República, Sección El Carnero, Ordenanzas espedidas en las sesiones estraordinarias de la Cámara de provincia de Pasto en el año 1849. Ferias y Mercados, Año 1849, Legajo 46, No. 26, Fol. 8a.


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profesión, las mejoras útiles que hayan introducido i el derecho que tengan al premio de la 50 opinión publica i al que se hubiere acordado para recompensarlos .

El lenguaje de la ordenanza esta cargado de significados: en ella se menciona la inclusión de emblemas con el fin de crear identidad y sentido de pertenencia a la patria; así, por ejemplo, se estipulaba que “en el sitio de la exposición debe colocarse una inscripción que diga: Tributo de la libertad ofrenda de los mártires de la independencia granadina. ¡Viva el 20 de julio de 1810! ¡Viva la República a cuya sombra progresa la Moral i la industria de los habitantes de Pasto!”51. En esta fiesta la participación de los asociados era total, bien exhibiendo sus artefactos e invenciones, bien manifestando su inclinación por determinado trabajo, lo que constituía en sí mismo la apropiación y exaltación de sentimientos patrióticos, libertarios y filantrópicos: “todos los habitantes tendrán derecho a declarar ante el jurado las acciones virtuosas y de filantropía de que tenga conocimiento i hubieren estado ocultas, o que de cualquier modo recomienden a las personas que las hayan ejecutado”. “El gobernador de la provincia dispondrá que los regocijos públicos sean honestos i dignos de un pueblo libre, cuyo destino en ellos es honrar la memoria de los mártires de la independencia granadina”52. Las fiestas republicanas, entonces, comenzaron a reemplazar el sentido de las otrora fiestas político-religiosas de la Colonia, o como dijera Germán Colmenares, “al regocijo fingido de la jura del rey se contraponía el regocijo auténtico, la fiesta revolucionaria”53. Así mismo, es posible advertir que el lenguaje de la época estaba completamente permeado por el ideal liberal decimonónico, y en ese sentido, al espíritu patriótico se mezclaban los presupuestos de libertad, igualdad y fraternidad, propios del liberalismo de un sector de la elite de mediados del siglo XIX, y tan en boga entre las Sociedades Democráticas a las que influenció significativamente. Finalmente, en tanto que la celebración pretendía exaltar la laboriosidad de los artesanos, hasta cierto punto parece plausible que el “espíritu ilustrado” de las reformas introducidas por la “Instrucción general”, a mediados de la centuria decimonónica seguía conservando el ímpetu de aquellos tiempos en que fue promulgada, con la diferencia de que ahora ese “espíritu” se conjugaba con el ideal liberal moderno que buscaba consolidar un individuo nuevo, ciudadano, hombre libre, con voluntad y criterios independientes, capaz de realizar y estimular los anhelos de la vida burguesa.

50

ACC, Fondo República, Sección El Carnero, Ordenanzas espedidas en las sesiones estraordinarias de la Cámara de provincia de Pasto en el año 1849. Ferias y Mercados, Año 1849, Legajo 46, No. 27, Fol. 8a. 51

ACC, Fondo República, Sección El Carnero, Ordenanzas espedidas en las sesiones estraordinarias de la Cámara de provincia de Pasto en el año 1849. Ferias y Mercados, Año 1849, Legajo 46, No. 27, Fol. 8a. 52

ACC, Fondo República, Sección El Carnero, Ordenanzas espedidas en las sesiones estraordinarias de la Cámara de provincia de Pasto en el año 1849. Ferias y Mercados, Año 1849, Legajo 46, No. 27, Fol. 8v. 53

COLMENARES, Germán, Las convenciones contra la cultura, Cali, T.M. Editores, 1997, p. 99.


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nueva francia y nueva granada frente al contrabando: reflexiones sobre el comercio ilícito en el contexto colonial muriel laurent∗

introducción En este artículo se presentan unas reflexiones sobre el fenómeno del contrabando a partir de los casos de dos colonias del continente americano, la Nueva Francia1 y la Nueva Granada, en los siglos XVII y XVIII. El propósito de este trabajo consiste en destacar los rasgos comunes del comercio ilícito en dos colonias que presentan por lo demás unas diferencias notables. De hecho, el contrabando se desarrolla en ambas colonias americanas, que si bien pertenecen a dos potencias europeas distintas, comparten la lógica mercantilista de sus metrópolis, la dimensión necesariamente atlántica de su comercio y la competencia comercial inglesa. No es un secreto para los estudiosos del mundo colonial que el contrabando es una dimensión importante, si no fundamental, de la vida económica, y de allí, de la vida entera de este periodo. Esta actividad comercial ilícita debe ser considerada como un verdadero fenómeno socio-histórico en la medida en que es difundido tanto en América colonial (Louisiana francesa y río Mississippi2; Caribe español, francés e inglés3; Río de la Plata y Buenos Aires4; Océano Pacífico5), así como en ∗

Profesora asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. La investigación sobre el contrabando en la Nueva Francia fue realizada en junio de 2000 gracias a la beca Complément de spécialisation en études canadiennes (“Programa de enriquecimiento de facultades” del Ministerio de Relaciones Exteriores de Canadá). El tema de este artículo ha sido trabajado parcialmente en la ponencia presentada en el XI Congreso colombiano de Historia, el 25 de agosto de 2000, y titulada “En torno al contrabando en América colonial: los casos de la Nueva Francia y la Nueva Granada en los siglos XVII y XVIII”.

1

Pequeña colonia establecida por el Imperio francés (1627-1760) en la parte oriental del actual Canadá, sobre el río San Lorenzo, donde se desarrollan las ciudades de Montreal y Quebec.

2

CAUGHEY, John, “Bernardo de Gálvez and the english smugglers on the Mississippi, 1777”, en Hispanic American Historical Review, vol. 12, Nueva York, Duke University Press, 1932, pp. 46-58.

3

BROWN, Vera Lee, “The South Sea Company and contraband trade”, en American Historical Review, vol. 31, Bloomington, 1926, pp. 662-678; BROWN, Vera Lee, “Contraband trade: a factor in decline of Spain’s American Empire”, en Hispanic American Historical Review, vol. 8, Nueva York, Duke University Press, 1928, pp. 178-189; CHRISTELOW, Allan, “Contraband trade between Jamaica and the Spanish Main, and the Free Port Act of 1766”, en Hispanic American Historical Review, vol. 22, Nueva York, Duke University Press, 1942, pp. 309-343; RAMSAY G.D., “The smugglers’ trade: a neglected aspect of english commercial development”, en Transactions of the royal historical society, fifth series, vol. 2, Londres, 1952, pp. 131-157; TARRADE, Jean, Le commerce colonial de la France à la fin de l’ancien régime. L’évolution du régime de “l’Exclusif” de 1763 à 1789, t. I, París, PUF, 1972, pp. 95-112.

4

MOUTOUKIAS, Zacarías, “Power, corruption and commerce: the making of the local administrative structure in seventeenth-century Buenos Aires”, en Hispanic American Historical Review, vol. 68, n°4, Nueva York, Duke University Press, noviembre 1988, pp. 771-801; TJARKS, Germán, y VIDAURRETA DE TJARKS, Alicia, El comercio inglés y el contrabando. Nuevos aspectos en el estudio de la política económica en el Río de la Plata (18071810), Buenos Aires, 1962; TORRE REVELLO, José, “Un contrabandista del siglo XVII en el Río de la Plata”, en


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el resto del espacio colonial6. Incluso el Asiento de Negros, que permite a los ingleses realizar el tráfico de esclavos como una excepción a la regla mercantilista, sirve para esconder contrabando7. En este sentido, centrarse en los casos de la Nueva Francia y la Nueva Granada puede sorprender al lector tanto por la falta de evidencia de un paralelismo claro entre estos dos casos, como por el hecho de que, siendo generalizado el comercio ilícito en el periodo colonial y compartiendo las características generales mencionadas en el primer párrafo, no tendría por qué no haber padecido del mismo mal. Por estas mismas dos razones, una comparación entre estas dos colonias cobra sentido en la medida en que podemos señalar una serie de elementos que las acercan, ya sea porque son comunes efectivamente a la vivencia colonial y vale la pena subrayarlos por darse en contextos imperiales distintos8, ya sea sobre todo porque son específicos de estos dos casos, como lo iremos notando en el transcurso de la presentación. Las similitudes generales que aporta el contexto colonial para explicar el contrabando no deben ocultar las evidentes diferencias entre las dos colonias estudiadas, diferencias que se aprecian en cuanto: a) al tamaño, en kilómetros cuadrados y en población, de las posesiones de ultramar de Francia y España, b) a la ubicación geográfico-estratégica de las colonias estudiadas, una en el norte del continente americano y la otra en el sur, c) a las materias primas explotables en cada colonia, d) a la duración de los regímenes coloniales (un siglo y medio para el régimen francés en Canadá, tres siglos en el caso del imperio español). De entrada, es fácil comprender que la Nueva Granada contaba con muchas “ventajas comparativas” para que se desarrollase en su territorio el contrabando en una escala mayor a la de la Nueva Francia, donde esta actividad estaba más localizada. Las dimensiones y las implicaciones del comercio ilícito son distintas, es decir, mayores en la Nueva Granada, pero la dinámica y la lógica subyacentes son similares en ambas partes. Por lo tanto, las diferencias, una vez ubicadas y valoradas, no impiden de ninguna manera una mirada en busca del fenómeno del contrabando en las dos colonias para encontrar ciertos rasgos compartidos. Entre estos, se pueden mencionar, desde ahora, algunos elementos de la geografía física (como territorios extensos, costas atlánticas y ríos que irrigan el territorio y comunican con el interior) y la geografía humana (presencia de poblaciones autóctonas en los territorios Revista de Historia de América, N° 45, México, junio 1958, pp. 121-130; VILLALOBOS, Sergio, Comercio y contrabando en el Río de la Plata y Chile 1700-1811, Buenos Aires, Eudeba–Editorial universitaria de Buenos Aires, 1965. 5

VILLALOBOS, Sergio, “Contrabando francés en el Pacífico 1700-1724”, en Revista de Historia de América, N° 51, México, junio 1961, pp. 49-80.

6

TAGLIACOZZO, Eric, Secret trades of the straits: Smuggling and state-formation along a Southeast asian frontier 1870-1910, Tesis de Doctorado, Yale University, 1999; TAGLIACOZZO, Eric, “Border permeability and the state in southeast Asia. Contraband and regional security”, en Contemporary Southeast Asia, vol. 23, N° 2, Singapour, 2001, pp. 254-274.

7

NELSON, George, “Contraband trade under the Asiento, 1730-1739”, en American Historical Review, vol. 51, N° 1, Bloomington, 1945, pp. 55-67; DE GRANDA, Germán, “Una ruta marítima de contrabando de eslavos negros entre Panamá y Barbacoas durante el Asiento inglés”, en Revista de Indias, N° 134-144, Madrid, 1976, pp. 123-142. 8

Además, conocer la existencia de prácticas ilícitas en otros ámbitos que en el mundo colonial hispánico puede ser de interés para el público latinoamericano en general y el colombiano en particular.


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colonizados), el establecimiento de un aparato político-administrativo mediante funcionarios públicos representantes de la autoridad imperial, y el desarrollo de la actividad de los comerciantes de la metrópoli en los centros urbanos y los puertos coloniales. Concretamente, este artículo detalla cinco rasgos que comparten la Nueva Francia y la Nueva Granada en cuanto a la existencia del contrabando y permiten inclusive explicar su persistencia durante todo el periodo colonial. Primero, la necesidad socio-económica que subyace a la aparición y al mantenimiento del contrabando. Segundo, las medidas tomadas por las autoridades para reprimir la actividad ilegal. Tercero, el papel de los comerciantes y su autonomía relativa frente a la autoridad. Cuarto, el tema de la rentabilidad y del consecuente enriquecimiento, atravesado por la corrupción y el funcionamiento de las redes sociales en los asuntos oficiales. Quinto, la presencia indígena en los territorios conquistados, su convivencia con las autoridades y su relación con el comercio. Para cada uno de estos puntos, presentaremos la situación en las dos colonias con el fin de contar con los elementos necesarios para establecer el paralelismo entre ambos casos. Una vez realizada esta presentación comparativa, podremos determinar el grado de coincidencia entre las dos situaciones y precisar también los aspectos que se deben a la ilegalidad en general, al contrabando en el contexto imperial y mercantilista o a los rasgos específicos de la Nueva Francia y la Nueva Granada.

1. el contrabando como necesidad socio-económica De manera general, la ilegalidad se define como la contravención a las normas que establecen lo que es legal y aceptado en una sociedad dada. El campo comercial no escapa a esta realidad: el irrespeto de las leyes del comercio se convierte en actividad y es conocido bajo la denominación de contrabando. En este sentido, la legislación producida por la autoridad es el marco de referencia para establecer si una acción es legal o si, al contrario, se sale de la legalidad. La ilegalidad es entonces producto del choque entre las reglas de juego elaboradas por los que detentan el poder y las dinámicas políticas, económicas o sociales del grupo humano sobre las cuales se aplican estas reglas. Entender lo que motiva este desencuentro entre la norma y la realidad es uno de los intereses del estudio que se emprende a continuación para el caso del comercio ilícito durante el periodo colonial. En el contexto colonial, el contrabando es una práctica comercial íntimamente ligada al mercantilismo. El sistema mercantilista se fundamenta en el establecimiento de un monopolio comercial que prevé que el intercambio sólo puede efectuarse dentro de unos límites estrechos: la colonia provee a la metrópoli en materias primas y la metrópoli suministra a su colonia mercancías manufacturadas. El Estado imperial pretende determinar, medir, orientar y controlar la vida económica colonial, y a la vez proteger los productos metropolitanos. En consecuencia, una colonia que comercia con el extranjero está realizando una actividad que atenta contra los intereses de la metrópoli, es decir, una práctica desleal porque propicia el enriquecimiento de las potencias rivales. En últimas, el comercio con extranjeros o comercio extranjero, del cual hace parte el comercio intercolonial, es por definición una práctica ilegal, un contrabando9. 9

Etimológicamente, la palabra “contrabando” significa contra el bando (edicto, acto legislativo).


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Adicionalmente, el sistema colonial es una imposición hecha desde un centro imperial, tanto a la población nativa como a la población agente de la colonización. En consecuencia, suelen producirse tensiones de tipo económico y político entre el Imperio y la Colonia, así como un divorcio de intereses entre gobernadores y gobernados. Cuando los intereses son contradictorios y, más todavía, si la periferia colonial se ve aislada del circuito comercial al que pertenece, dicha periferia busca alternativas de existencia, como la de vincularse con otros centros. En este caso, la dependencia política y administrativa sigue siendo con la metrópoli, pero la dependencia económica es, de hecho y de forma ilícita, con otras potencias. El necesario abastecimiento se efectúa así por medio del comercio con los extranjeros, quienes no desaprovechan esta invitación a posicionarse en esos mercados, permitiendo de esta manera la persistencia del contrabando.10 El contrabando es entonces un comercio prohibido y perseguido porque es contrario al interés público, tal y como viene definido por el Imperio, es un fraude cometido contra el tesoro porque contraviene las reglamentaciones de interdicción de exportación o importación de mercancías, o porque no se pagan los aranceles exigidos sobre exportación o importación11. De manera general, para que se desarrolle, deben obviamente coexistir tres condicionantes básicas: a) un grupo humano establecido en un medio geográfico propicio, b) la presencia de por lo menos un bien abundante e intercambiable que tenga demanda en el exterior, conjugada con una escasez de otros productos necesarios, y c) otro grupo humano dispuesto a participar en el intercambio, ofreciendo los productos escasos y llevándose la oferta. Los dos grupos logran, gracias al intercambio, la satisfacción recíproca de sus necesidades de consumo12. Si la legislación impide el intercambio, pero sufre de una limitación para ser cumplida, la ilegalidad se desarrolla inevitablemente. En este sentido, lejos de ser una actividad marginal y restringida al sector fiscal, el comercio ilícito, para las colonias americanas, es un fenómeno fundamental de la vida económica y social. Es una reacción “racional” a la situación de prohibición y carencia. A continuación, se detalla la dinámica que caracteriza cada una de las dos colonias estudiadas al respecto.

a) la nueva francia La economía de la Nueva Francia se centra en la exportación de pieles de castor, cuyo monopolio recae en manos de sucesivas compañías francesas, que las llevan a la metrópoli para la fabricación de sombreros. La reglamentación prohibitiva impide los intercambios comerciales con la colonia inglesa vecina. Pero los precios a la venta de pieles son más interesantes en los mercados de Nueva Inglaterra, donde están establecidos comerciantes ingleses y holandeses, siendo éstos últimos también sujetos de la Corona británica. Además, en Nueva York y Albany se encuentran

10

AIZPURUA, Ramón, Curazao y la costa de Caracas. Introducción al estudio del contrabando en la provincia de Venezuela en tiempos de la Compañía Guipuzcoana, 1730-1780, Caracas, Academia nacional de la Historia, 1993, pp. 15-16. 11

GRAHN, Lance Raymond, The political economy of smuggling. Regional informal economies in early Bourbon New Granada, Dellplain Latin American Studies, N° 35, Colorado-Oxford, Westview Press, 1997, p. 14. 12

AIZPURUA Ramón, op. cit., pp. 15-16.


141

mercancías de mejor calidad y más diversificadas que en Montreal y Quebec13. Por lo tanto, no demora en establecerse, a partir de 1660, un comercio ilícito importante entre Montreal y Albany, siguiendo la vía natural ofrecida por el río Richelieu, el Lago Champlain y el río Hudson. Se llevan pieles de castor y de otros animales (de oso, por ejemplo) y se traen telas inglesas, vajilla en plata y en porcelana, utensilios de cocina, productos de lujo, como chocolate y azúcar blanca, y contados esclavos14. Si bien Francia intenta nivelar sus manufacturas con las inglesas en cuanto a precios y calidad, nunca logra recuperar su atraso en el plano industrial y comercial. Por un lado, la mayor competitividad de las mercancías inglesas y, por otro, la sobreproducción de castor entre 1670 y 1710, así como la consecuente coyuntura desfavorable sobre el mercado francés con los bajos precios de compra por la compañía autorizada, hacen provechoso el contrabando a pesar de las distancias y peligros. Las pieles salen de Nueva Francia hacia Europa a través de los comerciantes ingleses y holandeses establecidos en Albany y Nueva York. Además, el comercio ilegal con los ingleses permite obtener mercancías manufacturadas indispensables pero no disponibles mediante el comercio legal y directo con la metrópoli.15 El contrabando se realiza en tres zonas de la colonia francesa: hacia el Oeste, donde se cazan los castores y se consiguen las pieles (actividad de los coureurs de bois16 y de los autóctonos); en los centros urbanos donde se intercambian (intermediarios y comerciantes); y, finalmente, al sur de Montreal, por donde se transportan estas mercancías hacia la Nueva Inglaterra (comerciantes e intermediarios autóctonos)17. Este contrabando permanece activo durante todo el régimen francés: se calcula que entre el 10 y el 50% de todas las pieles exportadas desde la colonia lo son ilegalmente, lo que le otorga al contrabando una importancia económica muy significativa18. De este manera, el contrabando, de marginal en la primera mitad del siglo XVII, pasa luego a ser una forma de comercio muy bien implantada. Para las autoridades francesas, este comercio ilícito pone en peligro la viabilidad económica de la colonia, normalmente protegida por la existencia del monopolio. La rivalidad entre las metrópolis conlleva a que el imperio francés considere como nefastos los contactos estrechos y no oficiales 13

GRABOWSKI, Jan, “Les amérindiens domiciliés et la «contrebande» des fourrures en Nouvelle-France”, en Recherches amérindiennes au Québec, vol. XXIV, N° 3, Montreal, 1994, p. 45; LUNN, Jean, “The illegal fur trade out of New France, 1713-1760”, en The Canadian Historical Association. Report of the annual meeting held at Montreal, may 25-26 1939, with historical papers, Toronto, University of Toronto Press, 1939, pp. 61-76.

14

DELAGE, Denys, “Les Iroquois chrétiens des «réductions» 1667-1770”, en Recherches amérindiennes au Québec, vol. XXI, N° 1-2, Montreal, 1991, p. 65; GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 46. 15

LUNN, Jean, op. cit.; GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 48.

16

Se trata de jóvenes franceses dedicados a la vida en la naturaleza que hacen viajes de varios meses hacia los territorios habitados por las naciones amerindias para intercambiar bienes por pieles de castores sin los permisos legales. Han sido estudiados, por ejemplo, por SAUNDERS, Richard, “The emergence of the coureur de bois as a social type”, en The canadian historical association report of the annual meeting held at Montreal, may 25-26 1939, with historical papers, Toronto, University of Toronto Press, 1939, pp. 22-33.

17

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 46.

18

Ibid., p.45; LUNN, Jean, op. cit.


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con los ingleses, y buscan, por lo tanto, limitarlos al máximo. Por su lado, las autoridades inglesas estiman que los sujetos de la Corona británica que comercian con los franceses financian al enemigo; sin embargo, sus comerciantes y, en últimas, el Imperio, reciben ventajas económicas al realizarlo.19

b) la nueva granada En la colonia neogranadina, la economía se fundamenta, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, en la extracción de metales preciosos, sustentada en la mano de obra esclava traída del África. Para el abastecimiento en productos necesarios a la sociedad colonial y para el transporte del oro y de la plata hacia España, el sistema mercantilista imperante otorga a los españoles el monopolio del comercio entre Cádiz y los puertos habilitados en América. Sin embrago, desde muy temprano, el comercio legal español da muestras de no poder cumplir con el propósito de suministrar en cantidad y calidad las necesidades de la Nueva Granada. Son pocos e irregulares los barcos españoles que llegan a los puertos cartagenero y samario. La cercanía de colonias inglesas como Jamaica, y holandesas como Curazao, así como los desarrollados y frecuentes intercambios entre el Caribe y el norte de Europa, hace muy llamativa la posibilidad de disponer de las manufacturas europeas de mejores calidades y precios, y, al mismo tiempo, garantiza una salida segura y rentable para las producciones locales20. El comercio ilícito no tarda, por lo tanto, en desarrollarse en las costas caribeñas de la Nueva Granada. Este contrabando regular complementa las precarias importaciones españolas. Los extranjeros, ingleses y holandeses, no dudan en posicionarse en este mercado utilizando para ello sus bases caribeñas. Los precios ofrecidos por los extranjeros no tienen punto de comparación con los manejados por los españoles. Las deficiencias comerciales de España se ven así balanceadas por la fortaleza de los comerciantes de las potencias rivales, para el mayor provecho de la colonia. El tratado de Utrecht, en 1713, que reafirma los principios del mercantilismo, no aporta mayores modificaciones a este panorama21. Este comercio con los extranjeros es obviamente una trasgresión de las leyes comerciales y fiscales españolas y un ataque contra la soberanía de España sobre su colonia. Como se sabe, desde la perspectiva española, la justificación del monopolio es económica y moral: por un lado, se fomenta así la economía de la metrópoli y se protegen sus manufacturas y sus comerciantes, y por otra parte, se contribuye, con los ingresos al tesoro por vía del pago de los derechos de aduana, a fortalecer el Imperio español frente a sus rivales europeos; de lo contrario, se favorecería al enemigo, lo cual resulta inmoral. La teoría de la corona española es difícilmente sostenible en la realidad colonial de la Nueva Granada. 19

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 46.

20

GRAHN, Lance Raymond, The political economy of smuggling. Regional informal economies in early Bourbon New Granada, Dellplain Latin American Studies, n° 35, Colorado-Oxford, Westview Press, 1997; MUNERA, Alfonso, “Ilegalidad y frontera, 1700-1800”, en MEISEL, Adolfo (Ed.), Historia económica y social del caribe colombiano, Bogotá, Ediciones Uninorte, 1994, pp. 111-154; MUNERA, Alfonso, El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), Bogotá, Banco de la República/El Ancora Editores, 1998. 21

GRAHN, Lance Raymond, op. cit.


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En su investigación, Lance Raymond Grahn22 distingue tres regiones de la costa donde la dinámica frente al contrabando es particular: Cartagena, Santa Marta y Riohacha. Cartagena es el mayor puerto autorizado y el más importante canal de comercio exterior de la Nueva Granada. También es una plaza militar que cuenta con la presencia de soldados y de numerosos representantes de las autoridades españolas. Al lado de los intercambios legales realizados por los españoles, el contrabando se desarrolla en esta ciudad como una actividad comercial esencial para la vida de la provincia y para toda la colonia. Se comercia todo tipo de mercancías: esclavos, telas, especias, vinos, aceite, harinas, manufacturas como espejos, cuchillas, tijeras, etc., que se intercambian por metales preciosos. Estos intercambios afectan seriamente el comercio legal23: las importantes ferias oficiales de Portobelo y Cartagena suelen fracasar porque la población tiene acceso todo el año a cualquier tipo de mercancías gracias al comercio con los extranjeros. En Santa Marta, la dinámica es un tanto diferente. A pesar de ser un puerto autorizado, casi no arriban barcos españoles y la presencia oficial es reducida. El contrabando se practica para contrarrestar esta falta de interés legal. La distancia entre los objetivos imperiales y las necesidades locales caracteriza la economía política de la zona y crea una tendencia al comercio ilícito, en manos de ingleses y holandeses. En Riohacha y la península de la Guajira, los asuntos comerciales están casi completamente en manos de la ilegalidad. La negligencia española es aguda: poca población española, escasísimos barcos para abastecer la provincia, y, por lo tanto, pocas mercancías españolas disponibles. Por su parte, el contexto geográfico y topográfico es favorable al desarrollo del comercio como principal actividad económica: la península goza de una ubicación estratégica en el Caribe y la región es tan árida que la agricultura es poco desarrollada. De manera general, las relaciones entre los grupos locales y el gobierno central son conflictivas. La presencia de extranjeros, y por lo tanto del contrabando, en las costas de Riohacha es tolerada por las autoridades en el siglo XVI para suplir la necesidad de esclavos en la explotación de los ostrales y la consecución de las perlas. Paralelamente, se desarrolla la cría de ganado en el sur de la Guajira y, para finales del siglo XVII, se realiza un extenso contrabando de perlas así como de ganado y cueros hacia las colonias extranjeras, en el cual están involucrados tanto los riohacheros como los guajiros y que se siente hasta Valledupar. También se exportan metales preciosos, cacao y algodón. Los holandeses e ingleses traen mercancías europeas manufacturadas para toda la zona. A estas transacciones económicas ya bien establecidas, se añade en el siglo XVIII el contrabando de una tercera producción de la península: el palo de tinte. Es tan interesante este producto para la coloración de las telas en Europa que se da una presencia directa de ingleses y holandeses en la zona, sin que la corona logre controlar el negocio24. Según Grahn, en cada región de la costa el contrabando se da de una forma específica y el resultado es el desarrollo de varias economías informales, con estrategias particulares en función 22

Ibíd.

23

ARAUZ MONFANTE, Celestino, El contrabando holandés en el caribe durante la primera mitad del siglo XVIII, 2 tomos, Caracas, Academia Nacional de Historia, 1984.

24

DE LA PEDRAJA, René, “La Guajira en el siglo XIX: indígenas, contrabando y carbón”, en Desarrollo y sociedad, N° 6, julio 1981, Bogotá, pp. 327-360.


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de las condiciones locales. Existen diferencias en las mercancías características de cada región: mientras Cartagena se centra en las exportaciones ilegales de oro y plata, las otras dos regiones desarrollan intercambios basados en otros productos de la tierra, como el ganado, los cueros, la sal y el palo de tinte. Para Alfonso Múnera, gracias a este dinamismo, que permite el aprovechamiento de productos locales y el abastecimiento de todo el país, se logra una mayor vinculación de la costa con el mercado caribeño y atlántico25. Hacia el oeste, el contrabando es igualmente crónico en la boca del río Sinú, donde se realizan importaciones y exportaciones de todo tipo de mercancías, así como en el Golfo Urabá y por el río Atrato para vincular las zonas mineras del Chocó y Antioquia con el Caribe26. En estas costas occidentales neogranadinas, los controles oficiales son supremamente reducidos debido a la inexistencia de puertos autorizados y la consecuente ausencia permanente de personal español.

c) mercantilismo y contrabando En pocas palabras, tanto en la Nueva Francia como en la Nueva Granada, la aparición y el desarrollo del contrabando es una manera más directa de responder a las necesidades de consumo y abastecimiento de las colonias, frente a la incapacidad de la metrópoli en suministrar las mercancías indispensables al mercado colonial. El tráfico ilícito surge como complemento necesario del comercio legal monopolizado. La competencia ejercida por las manufacturas inglesas y la presencia de comerciantes ingleses y holandeses permite el fortalecimiento de un comercio considerado como ilícito. Aun en un marco mercantilista, se pudo crear un comercio intercolonial, tanto entre la Nueva Francia y la Nueva Inglaterra, donde están establecidos comerciantes holandeses e ingleses, sujetos británicos, como entre la Nueva Granada y Jamaica, colonia inglesa, y Curazao, colonia holandesa. Esto hace clara la competencia que se da entre las potencias coloniales europeas, la cual penetra fuertemente la esfera comercial. Este comercio con extranjeros cumple funciones vitales para la Nueva Francia y la Nueva Granada, no sólo para abastecer en mercancías elaboradas, sino como salida para las materias primas producidas en las dos colonias, a precios interesantes. La articulación internacional de mayor amplitud se da por medio del contrabando, ya que más allá de intercolonial, el comercio termina siendo atlántico, y permite vincular mejor las colonias con los mercados europeos, pasando por alto las restricciones impuestas por un mercantilismo insostenible por las metrópolis. Se ha subrayado la función socio-económica que cumple el contrabando para la vida colonial, así como los conflictos de intereses entre las colonias y sus metrópolis: existe un choque irreconciliable entre las esperanzas imperiales puestas en las colonias y las realidades americanas, sus dinámicas económica, política, social y cultural. Así las cosas, en el periodo de mercantilismo como doctrina económica y de absolutismo como expresión política, el desarrollo del contrabando es la consecuencia de la conjunción de dos realidades: las prohibiciones de comerciar y las trabas administrativas y arancelarias aplicadas a 25 26

MUNERA, Alfonso, Ilegalidad y frontera, 1700-1800…, op. cit., pp. 111-154.

ARAUZ MONFANTE, Celestino, op. cit.; PARSONS, James, Urabá, salida de Antioquia al mar. Geografía e historia de su colonización, Banco de la República – El Áncora Editores, Bogotá, 1996, pp. 38-39.


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las exportaciones y importaciones, por un lado, y la incapacidad del comercio legal de la metrópoli en satisfacer las necesidades de su colonia, por el otro. El contrabando aparece entonces como la única forma de dar socialmente satisfacción a una carencia.27

2. la represión del contrabando por parte de las autoridades coloniales Obviamente, tanto la Corona francesa como la Corona española reaccionan frente a esta irrupción de la ilegalidad con el doble propósito de evitar el desvío de los ingresos, tan necesarios para las cajas oficiales, y de hacer respetar su política mercantilista y su autoridad en sus colonias. Como se muestra a continuación, las medidas adoptadas se enfrentan a problemas de la misma naturaleza en ambas partes. En la Nueva Francia, las instancias administrativas multiplican las ordenanzas para prohibir el comercio extranjero: estas medidas van desde solicitar a los habitantes del campo no dedicarse al comercio ni abandonar sus lugares de vivienda, hasta controlar los cargamentos de las embarcaciones fluviales y fiscalizar los almacenes de los comerciantes en las ciudades y de las misiones jesuitas de La Prairie y Sault Saint Louis28. Entre 1718 y 1723, se practican interrogatorios a los comerciantes franceses de estas misiones para conocer el motivo de sus ausencias prolongadas29. Se aplican multas elevadas a los franceses involucrados en la distribución de mercancías inglesas en el territorio de la Nueva Francia, se realizan decomisos, se abren juicios, se establecen tropas en los alrededores de Montreal para vigilar las rutas y se queman las mercancías extranjeras encontradas30. Esta lucha es costosa para las autoridades francesas y los resultados son tan reducidos que no compensan los gastos realizados. Como agravante, los puestos de aduana autorizados para controlar el comercio extra colonial no se encuentran sobre la frontera entre la Nueva Inglaterra y la Nueva Francia, sino en Quebec, más allá de Montreal, sobre el río San Lorenzo. Siendo por definición prohibido el comercio con los vecinos ingleses, no se contempla remediar esta situación estableciendo una aduana. Para vigilar esta frontera, sólo hay guardas móviles al sur de Montreal, pero el número de soldados disponibles para las tareas de control y represión es insuficiente31. Por su parte, los españoles implementan igualmente varias tácticas para controlar el comercio en la Nueva Granada. Una de ellas es la prohibición de la navegación por el río Atrato, a partir de 1698, para evitar los riesgos de contrabando, pero la falta de vigilancia no detiene la extracción ilegal de oro y plata de Antioquia y del Chocó, así como tampoco pone fin a la introducción de esclavos, aguardientes, ropas y otros géneros32. Otras disposiciones reales para luchar contra el 27

AIZPURUA, Ramón, op. cit.

28

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 47.

29

LAVALLEE, Louis, La Prairie en Nouvelle-France, 1647-1760. Etude d’histoire sociale, Montreal-KingstonLondres-Buffalo, Mc Gill-Queen’s University Press, 1992, p. 232. 30

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 47; LAVALLEE, Louis, op. cit., p. 233.

31

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 47.

32

ARAUZ MONFANTE, Celestino, op. cit.; PARSONS, James, op. cit., p. 39.


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contrabando, como equipar naves guardacostas, aumentar las guardias fijas y móviles, y cambiar frecuentemente los soldados de lugar para que no cayeran en hábitos ilícitos, no surten efecto por la falta de recursos económicos para implementarlas y por la corrupción rampante de los mismos funcionarios encargados de la vigilancia33. De hecho, las medidas tienen costos elevados, sea en dinero para los sueldos y la compra de armas, sea en personal (no hay disponibilidad de soldados para estas labores). Además, los contrabandistas están bien armados, incluso mejor que los soldados. La creación del Virreinato, en dos ocasiones en la primera mitad del siglo XVIII, tampoco cumple las esperanzas de reorganización del sistema político-administrativo y estratégico, así como de saneamiento de la Real Hacienda, que hubieran ayudado a extirpar el contrabando34. A partir de 1778, con el reglamento de comercio libre, se facilita el comercio con España, pero sigue prohibido el intercambio con extranjeros35. Varias otras ideas se quedan a nivel de propuestas, como el cierre del puerto de Riohacha, que impediría por completo el arribo de barcos españoles, o como la ubicación de una autoridad en Riohacha en vez de continuar con la dependencia de la jurisdicción de Santa Marta. Por sus defectos, estas medidas planteadas en las décadas de 1730 y 1740, respectivamente, nunca se adoptan36. Por múltiples razones entonces, las tácticas imaginadas por los españoles pueden quizás complicar la realización del contrabando pero no eliminarlo de raíz. Irónicamente, los ingresos al tesoro provenientes de la venta de los productos capturados y de las multas sobre los mismos son más altos que los derechos de aduana que se perciben legalmente. Los decomisos constituyen una mínima parte del comercio ilícito, pero se constituyen en una fuente sustancial (más del cincuenta por ciento) de los ingresos para las tres provincias de la costa37. Como se ha visto, las autoridades centrales de las dos colonias son completamente incapaces de ponerle freno al contrabando por medio de medidas represivas. La repetición de decretos encaminados a luchar contra el contrabando indica la dificultad en hacer respetar los reglamentos en la materia. Lo anterior se debe a múltiples razones, pero fundamentalmente al hecho de que imponen restricciones sin contar con los recursos necesarios para implementarlas. De hecho, las administraciones imperiales se ven afectadas por las economías poco desarrolladas que generan escasos recursos fiscales, insuficientes a todas luces para cubrir el control de extensos territorios que, además, no cuentan con de buenas comunicaciones. Es sabido que una política represiva que carece, por un motivo u otro, de medios para ser aplicada a cabalidad termina deslegitimándose en lugar de ser acatada. Se evidencia además el carácter superficial de las medidas tomadas para reprimir el contrabando, puesto que se atacan, sin mucha 33

ARAUZ MONFANTE, Celestino, op. cit.

34

Ibid.; MUNERA, Alfonso, El fracaso de la nación…, op. cit.

35

McFARLANE, Anthony, “El comercio del Virreinato de la Nueva Granada: conflictos en la política de los Borbones 1783-1789”, en Anuario colombiano de Historia social y de la cultura, vol. 6-7, Bogotá, 1971-1972, pp. 69118. 36

GRAHN, Lance Raymond, op. cit.

37

Ibid.


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convicción y sin medios efectivos, sus dimensiones visibles en vez de enfrentar sus causas profundas.

3. la relativa autonomía del sector comerciante El Estado colonial, a pesar de sus intenciones, no tiene un control total sobre las actividades de los comerciantes, su organización y su evolución. Existe cierta autonomía del sector comerciante frente a la esfera pública: tiene la capacidad de ampliar su margen de acción, afianzando su peso en los asuntos económicos y políticos de la colonia. Llega a desarrollar su actividad por fuera del alcance de la ley, en beneficio propio e igualmente en provecho de los mercados locales. De hecho, esta relativa autonomía del sector privado frente al poder colonial y a las orientaciones que éste pretende dar a la esfera económica le permite impulsar la economía local colonial, chocando así con los intereses del centro, que pretende monopolizar las finanzas, el comercio y la actividad manufacturera. La periferia colonial, rural y arcaica, quiere desarrollarse, y como no encuentra un camino para su comercio dentro de los marcos de la legalidad, se embarca en la ilegalidad. Los comerciantes franceses de Montreal y de las misiones jesuitas son dinámicos a la hora de desarrollar su actividad con mayor provecho, obviando las reglas impuestas por las autoridades francesas. Buscan formas para realizar intercambios con la vecina Nueva Inglaterra recurriendo a intermediarios autóctonos y a la corrupción de funcionarios públicos. De esta forma, aprovechan los mejores precios para sus pieles y la mayor cantidad de artículos en Albany y Nueva York, lo que da un gran un dinamismo a la economía local. Por razones de seguridad, a partir del siglo XVIII, los comerciantes franceses suelen buscar intermediarios para evitar una visibilidad que podría llamar la atención de los representantes franceses. El margen de maniobra de las autoridades francesas es mínimo, pues están confrontadas a una necesidad económica, política y estratégica con los comerciantes de Montreal. De hecho, éstos financian la conquista de los territorios hacia el oeste, respondiendo así a una voluntad imperial que busca fortalecerse frente a la corona británica. Si las autoridades reprimen con demasiada energía el comercio ilícito fomentado por los negociantes de Montreal, corren el riesgo de perder la fuente de financiación de la expansión al Oeste. No alienarse los comerciantes exige, por parte de las autoridades, adaptarse a sus actividades y, en consecuencia, manejar cierta tolerancia frente a los intercambios teóricamente prohibidos38. En los puertos de la Nueva Granada, los comerciantes juegan un papel igualmente importante para contrarrestar la escasez de mercancías extranjeras. Hemos visto cómo participan en la consecución ilegal de esclavos y manufacturas europeas, utilizando su fachada comercial autorizada. En los puertos secundarios, los comerciantes locales juegan un papel fundamental en el aprovechamiento de los productos locales, como es el caso en Riohacha y sus alrededores, con los negocios de perlas, ganado, sal y palo de tinte, que hacen con los extranjeros. En su caso, la reducida presencia española ayuda a llevar sus actividades por fuera de las reglamentaciones imperiales. La vitalidad

38

GUEVIN, Marc, Le commerce Montréal - Albany sous le régime français: histoire d’un phénomène commercial, Monografia de grado para la Maestria en Historia, Universidad de Montreal, 1995.


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de la costa y, en menor medida, del interior de la colonia, debe mucho al contrabando y a la osadía de los comerciantes39. En Cartagena, los comerciantes importantes suelen ser españoles, a pesar de lo cual no tienen reparos en dedicarse tanto al comercio lícito como al ilícito. Gozan de un prestigio grande, ya que tienen capital, piel blanca, conocimientos y están bien relacionados. La venalidad de los cargos públicos permite que los comerciantes adquirieran prestigio comprándolos. Se considera como una inversión que se recupera después mediante el uso del poder y el enriquecimiento. Por otro lado, como el comercio no es una actividad estrictamente profesional, muchos funcionarios se dedican a los negocios comerciales, desde el presidente de la Audiencia, los gobernadores y oidores, hasta los simples jueces y funcionarios menores. A éstos, se les acusa frecuentemente de buscar lucro en el comercio e inclusive en el contrabando. De esta manera, el vínculo entre el ejercicio de una autoridad y la actividad comercial es muy evidente40. De todos modos, los grandes comerciantes establecidos en Cartagena tienen que ser cuidadosos para no llamar demasiado la atención sobre sus actividades. Recurren a registros falsos para cubrir las entradas extranjeras detrás de las españolas, o reciben, con la complicidad de los altos oficiales, cajas selladas para evitar los controles. Hay decomisos, pero no de forma tal que los oficiales y la elite fueran molestados: suelen efectuarse en las casas de los que tienen mercancías de contrabando, en general pertenecientes a los estratos sociales menos favorecidos41. Notemos, en este punto, el paralelo que se puede hacer entre la Nueva Granada y la Nueva Francia en cuanto a la necesidad de hacer invisibles al máximo sus actividades para no llamar la atención innecesariamente y evitar así los controles legales. Existe tal vez una diferencia entre el grupo de comerciantes en cada una de las dos colonias: los franceses parecen gozar de una mayor autonomía frente a los oficiales por dos motivos. Primero, porque tienen un argumento político a su favor y, segundo, en la medida en que la venalidad de los cargos públicos no es tan difundida como entre los españoles, donde la elite está conformada por personas que desempeñan actividades tanto públicas como privadas. Sin embargo, los comerciantes establecidos en la Nueva Granada aparecen actuando con una relativa autonomía a pesar de sus vínculos con la Corona, entrando de lleno en la lógica de la oferta y la demanda.

4. enriquecimiento privado y funcionamiento de redes La rentabilidad del negocio ilegal no debe ser subestimada porque de ella se desprende una capacidad de corromper que crea solidaridades muy fuertes entre los grupos de interés involucrados, en primera medida en los niveles más altos del negocio. Cualquier persona privada que se involucra puede obtener ganancias: los comerciantes, en primer lugar, pero igualmente los administradores y los oficiales de cualquier nivel. Casi toda la población, masculina, e incluso femenina, ricos y pobres, participa de una forma u otra, a un nivel u otro de la cadena: ya sea organizando los intercambios ilícitos o invirtiendo en ellos, ya sea cerrando los ojos ante soborno, 39

McFARLANE, Anthony, op. cit.; GRAHN, Lance Raymond, op. cit.

40

DE LA PEDRAJA, René, “Aspectos del comercio de Cartagena en el siglo XVIII”, en Anuario colombiano de historia social y de la cultura, vol. 8, Bogotá, 1976, pp. 107-125; MUNERA, Alfonso, El fracaso de la nación… op. cit.

41

DE LA PEDRAJA, René, Aspectos del comercio de Cartagena… op. cit.


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desembarcando las mercancías o comprando los productos de contrabando. El tesoro público se ve perjudicado pero, en cambio, a nivel privado o individual, se generan unas ventajas evidentes. Está claro también que los mayores beneficios van a la elite, que se fortalece aún más por esta vía. En la Nueva Francia, es indudable la rentabilidad del comercio intercolonial ilícito para los comerciantes franceses de Montreal y los demás participantes. De hecho, la red de personas involucradas en este contrabando es muy extensa. En primer lugar se encuentran los comerciantes, grandes o pequeños, que son los principales organizadores y beneficiarios del comercio clandestino. Los de Montreal organizan y financian el contrabando, pero en los resguardos se establecen tiendas que recurren a la ilegalidad comercial, como es el caso de las tres hermanas Desauniers entre 1727 y 175242. Adicionalmente, la red comprende múltiples simpatizantes, entre los cuales se aprecian las poblaciones campesinas establecidas al Oeste de la Isla de Montreal y al Sur, así como ciertos miembros de instituciones religiosas, como los misionarios de La Prairie43. Los cómplices ayudan, contra remuneración, a esconder las mercancías, así como a traspasar la legislación. Hay ciertos funcionarios y soldados involucrados, en la medida en que cierran los ojos y se dejan corromper. Siendo el contrabando una actividad lucrativa, el riesgo de corrupción es grande y muy atractivo para los funcionarios públicos encargados de la represión del comercio ilícito. Se dan casos de miembros de los órganos ejecutivos e igualmente judiciales involucrados. Los vínculos de sangre, así como económicos y comerciales que ligan los contrabandistas y sus cómplices, son densos, creando una solidaridad de interés muy grande entre ellos. En la ciudad de Cartagena, todos los sectores sociales presentes participan en el comercio ilícito: los miembros de la burocracia española, los militares, el clero, los mercantes españoles y extranjeros, los pobres. Todos ellos salen ganando y la corrupción es muy elevada. La complicidad oficial va del gobernador de la provincia para abajo. La elite española organiza el comercio ilícito e invierte en él. Los malos e irregulares pagos incentivan a los militares y a los funcionarios oficiales para dejarse sobornar. El contrabando permite ganancias tan elevadas que la ilegalidad se vuelve una manera de vivir en esta ciudad, gracias a los ejemplos que los mismos españoles ofrecen al resto de la población. Para el siglo XVIII, los comerciantes han pasado a ser la clase dirigente de Cartagena, ya que ocupan los puestos políticos de la ciudad44. La corrupción oficial es igualmente importante en Santa Marta: la elite y las autoridades, supuestamente encargadas de combatirlo, están involucradas en el negocio ilícito. Las ventajas individuales que reciben el gobernador y los lugartenientes por la complicidad aportada hacen muy poco eficientes los intentos de controlar el contrabando. Además, para reducirlo, los oficiales no toman en consideración las deficiencias estructurales internas ni las necesidades prácticas de la colonia, sino que centran sus preocupaciones en la presencia inglesa y consideraciones geopolíticas. Por lo tanto, sus reacciones están encaminadas a aumentar la fuerza militar para la protección del puerto y la ubicación de los delincuentes. Así logran realizar algunas capturas de mercancías de contrabando. Pero los fuertes están muy mal dotados y muy poco adecuados, con 42

LAVALLEE, Louis, op. cit., p. 235; LUNN, Jean, op. cit.

43

LAVALLEE, Louis, op. cit., p. 236.

44

GRAHN, Lance Raymond, op. cit.; MUNERA, Alfonso, El fracaso de la nación… op. cit.


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personal limitado y armas deficientes. Los intentos son reales pero sin capacidad administrativa y sin medios. El problema fiscal es crónico, puesto que las entradas al tesoro por aranceles son supremamente reducidas. La informalidad económica es una forma de vida en la región de Santa Marta. Es muy arraigada en la cultura y demasiado necesaria para el bienestar económico de la mayoría de la población y de los oficiales civiles y militares, para que pueda pretender eliminarse45. De manera general, para los mencionados historiadores estudiosos del tema, la corrupción es característica de la vida costeña. A pesar de la clara necesidad para el tesoro público, se realiza una desviación de la política oficial, tanto para cubrir necesidades públicas como para suplir los intereses privados. De hecho, en ciertas ocasiones, como en los años 1780, se tolera el comercio de municiones y trigo con los extranjeros, escondiéndose detrás de licencias falsas, de manera a contar con ayuda armamentista y alimenticia para los esfuerzos militares46. Las necesidades de corto plazo importan más que las visiones de largo plazo. En cuanto al contrabando por enriquecimiento individual, se ha visto que la asociación, o connivencia, entre comerciantes contrabandistas y autoridades locales es tan elevada que la tolerancia ha pasado a ser completamente arraigada. Además, se cuenta, gracias a los sobornos, con el consentimiento de los funcionarios públicos, cuando no es con su participación directa, sobre todo en el caso de los gobernadores y altos oficiales. La complicidad se da también entre los criollos, negros e indígenas, que pueden recibir ganancias interesantes. Se necesita cierta discreción para llevar a cabo las actividades ilícitas, pero esto está asegurado por redes de solidaridad muy eficaces. El contrabando es así un fenómeno central en la vida económica y social del Caribe neogranadino: es un instrumento de supervivencia para las capas populares y, para las elites, un medio para aumentar su riqueza. El contrabando es llevado a cabo por miembros de casi todas los estratos sociales, pero es organizado y orientado principalmente por los grupos sociales pudientes, que pueden invertir, controlar y pagar los bienes. De hecho, el contrabando está detrás del origen de grandes fortunas y del desarrollo de las ciudades, conformando además una forma de vida y un conjunto de valores alrededor del interés. La sociedad funciona alrededor de los códigos de la ilegalidad, ya que las prácticas y mentalidades transgresoras de las leyes impuestas por la Corona, y la ausencia de controles institucionales eficaces son notables. Tanto en la Nueva Francia como en la Nueva Granada, la ilegalidad es un recurso comúnmente utilizado por su rentabilidad, por la venalidad de los cargos públicos, por las limitaciones comerciales promovidas por el mercantilismo y por la gestión patrimonial de los asuntos políticos y económicos. Todos estos elementos participan del uso generalizado de las redes sociales e influencias personales en el manejo de lo que consideramos hoy en día como la esfera pública en la cual estas conductas ya no son toleradas.

5. la convivencia con los autóctonos 45

GRAHN, Lance Raymond, op. cit.

46

ARAUZ MONFANTE, Celestino, op. cit.


151

La presencia de poblaciones autóctonas y las necesarias consecuencias que trae la convivencia en un mismo territorio complican aún más el panorama para las pretensiones de las autoridades imperiales. Las autoridades francesas tienen que privilegiar las alianzas con los amerindios para no debilitarse frente al potente e interesado vecino inglés, aun tolerando su reclamo por comerciar libremente. En la Nueva Granada, el rechazo de los indígenas a someterse a las reglamentaciones y la dificultad en conquistarlos en ambos extremos de la costa, es paralelo a su dedicación a lo que es considerado, desde la perspectiva española, como contrabando. En la Nueva Francia, los amerindios están presentes en las tres etapas del negocio prohibido: la caza de castores en el Oeste y el Norte por fuera de los contratos con la compañía autorizada (por su conocimiento del medio y de las técnicas de caza), la venta de las pieles a los comerciantes de Montreal, y el paso de la frontera con la Nueva Inglaterra al sur de Montreal para llevar las pieles a Nueva York o Albany (y la vuelta con mercancías inglesas). La parte más crítica del comercio ilícito consiste obviamente en el paso del límite territorial entre la Nueva Francia y la Nueva Inglaterra. Los autóctonos domiciliados, es decir, los que viven en los resguardos cercanos a Montreal, se encuentran a la base de estos viajes de intercambios de mercancías47, en particular los iroqueses de las misiones jesuitas de La Prairie y Sault Saint Louis48. Esta participación se explica, en primer término, por su dominio de las rutas, pero con el tiempo aparecen otros factores. De hecho, por las presiones de las autoridades, los comerciantes franceses sueltan poco a poco esta actividad a los domiciliados, quienes, para 1740, predominan en los viajes. A partir de 1720, las autoridades francesas establecen un nuevo procedimiento para tratar de controlar el contrabando: se trata de otorgar permisos, que incluyen datos sobre el género y el número de pieles transportadas, a los domiciliados para realizar sus viajes hacia Albany. Se prevé la realización de controles por los soldados franceses, para verificar las mercancías transportadas tanto hacia Albany como de vuelta. Los permisos de viaje pueden verse rechazados por las autoridades si el intercambio se considera demasiado amplio en ciertas épocas o si el viajero ha incumplido su compromiso en algún momento. El nuevo acuerdo permite a los autóctonos pasar por alto las reglamentaciones francesas, pero deben comprometerse a no trabajar más para los comerciantes franceses. En el plano práctico, parece que esta nueva política fracasa. Principalmente por la dificultad en establecer de hecho el control sobre el terreno, por falta de personal y por no arriesgarse a molestar a los autóctonos con verificaciones constantes. Tanto es así que los decomisos suelen realizarse para las mercancías de los franceses e ingleses, y en cambio, en la mayoría de los decomisos hechos a los autóctonos, se les devuelven sus productos49. Frente a las críticas de las autoridades, los consejos autóctonos argumentan que los comerciantes franceses son, en muchos casos, quienes incentivan a los jóvenes autóctonos a dedicarse a los viajes, tanto para conseguir las pieles hacia el oeste como para comerciarlas en el sur, en lugar de 47

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 45.

48

LAVALLEE, Louis, op. cit., pp. 230-231.

49

GRABOWSKI, Jan, op. cit., pp. 49-50.


152

los propios franceses, más sujetos a las leyes de la Corona, que poco a poco y por este motivo van reemplazando50. Lo que es fundamental es realizar el contrabando de manera discreta y no ostentosa. Ese fue uno de los elementos que motivaron a evitar que los mismos franceses fueran los que realizaran directamente los intercambios con la Nueva Inglaterra. Dejando la mayoría de los viajes en manos de los autóctonos se elimina uno de los aspectos más flagrantes y disminuye la visibilidad del contrabando, de manera a que pueda perdurar. Por razones jurídicas y políticas, los intermediarios autóctonos gozan de una menor persecución por las autoridades que los propios franceses. Los reclamos de los domiciliados para la obtención de la libertad de comercio han llevado a la creación de dos tradiciones legales paralelas que los exime de las limitaciones que sufren los franceses. Las acciones emprendidas contra los autóctonos pueden implicar crisis en las relaciones franco-amerindias, lo cual se debe evitar para no perder aliados contra los ingleses. En efecto, la alianza franco-amerindia es una necesidad diplomática para los franceses en perpetua tensión con sus vecinos51. El intercambio comercial con los ingleses es un elemento permanente de la vida económica de los resguardos en la segunda mitad del siglo XVII. Los autóctonos pasan, en el siglo XVIII, a ser no sólo intermediarios, sino que crean su propia red comercial al Oeste de la Isla de Montreal. Tienen un interés particular en realizar estos viajes, ya que sólo en la colonia inglesa consiguen las mercancías de su uso, especialmente una tela roja llamada écarlatine. Afianzados en el negocio, aprovechan directamente los contactos con los ingleses para abastecerse y en los resguardos para vender la mercancía, recurriendo eventualmente a las acciones violentas cuando las autoridades tratan de intervenir52. Los autóctonos sacan ventaja por estar ubicados en el punto de encuentro de dos sistemas competitivos53. Para los administradores franceses esta situación es problemática, principalmente por el perjuicio al Tesoro público, pero no se pueden atrever a complicar sus relaciones con sus aliados autóctonos. Para Francia, en lucha contra las colonias inglesas, el peso de la alianza con los amerindios se torna más importante que la cuestión del contrabando. La Nueva Francia necesita más de sus aliados autóctonos que ellos de la asistencia francesa. Los amerindios consideran que no son sumisos a las leyes francesas, que no existe para ellos la frontera entre Nueva Francia y Nueva Inglaterra y que sus intercambios comerciales deben poder seguir sin trabas. Los autóctonos gozan de una situación privilegiada en el sistema legal de la Nueva Francia54.

En resumidas cuentas, el modus vivendi tolerado por los administradores franceses tiene varias ventajas: el contrabando contribuye a la rentabilidad del comercio de pieles y, sobre todo, al mantenimiento de la red de alianzas entre franceses y naciones amerindias (que en parte se basa en el comercio). La amenaza, real o no, de retiro de apoyo militar de los aliados amerindios a la Corona francesa es un elemento político importante para entender la tolerancia que se le hace al

50

Ibid., p. 48.

51

Ibid.; DELAGE, Denys, op. cit.; GUEVIN, Marc, op. cit.

52

GRABOWSKI, Jan, op. cit., 48.

53

DELAGE, Denys, op. cit., p. 61.

54

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 48.


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paso de la frontera intercolonial, en contra de principios del mercantilismo y de los intereses de las sucesivas compañías y de la metrópoli55. La doctrina del mercantilismo y la política de protección de los productos metropolitanos tienen que ceder frente a la realidad de la coalición franco-amerindia. Los amerindios reclaman la libertad de comercio y la no sumisión a las leyes del Estado colonial francés. Esta incapacidad a someter los domiciliados a las leyes y reglamentos relativos a comercio, conduce, durante la segunda parte del siglo XVIII, a que las autoridades no sólo reconozcan de facto sino también de jure el derecho de los Amerindios de llevar las pieles a los ingleses56. El régimen francés no logra asimilar los autóctonos y volverlos ciudadanos franceses para que aceptasen las leyes comerciales y fiscales de la metrópoli. En consecuencia, los autóctonos no se consideran sujetos, sino aliados, y son considerados como tales por las autoridades francesas57. En la Nueva Granada, las relaciones con los indígenas son de naturaleza distinta y tienen otras implicaciones. En la costa caribe, los españoles no han logrado someter a las poblaciones locales que siguen siendo rebeldes a la colonización a pesar de los intentos imperiales. A diferencia de los autóctonos neofranceses, no son ni sujetos ni aliados y no se les reconoce ningún derecho a establecer vínculos comerciales distintos a los que prevé el sistema mercantilista. En este sentido, realizar lo que los conquistadores consideran como contrabando se convierte en una forma adicional de resistencia. Como vimos, la ilegalidad es el elemento central de la economía regional de la península guajira, la cual está en manos de los comerciantes locales pero también de los indígenas que habitan la zona. La insumisión de los guajiros se ha visto fortalecida por el contacto que mantienen con los extranjeros. Holandeses e ingleses los proveen en armas y pólvora que serán utilizadas para resistir a la presencia española. Los barcos que fondean por las costas guajiras están interesados en intercambiar sus mercancías por productos de la tierra, como es el caso en la época del auge del palo de tinte en el siglo XVIII. Los guajiros no participan directamente en el negocio, pero alejan los funcionarios españoles de la zona. Para los comerciantes de Riohacha, así como para los indígenas, es más lucrativo relacionarse con los extranjeros e impedir la instalación de estancos reales sobre este producto58. 55

GUEVIN, Marc, op. cit.

56

GRABOWSKI, Jan, op. cit., p. 45.

57

La temática histórica de la libertad de comercio y circulación de los amerindios tiene repercusiones en las discusiones historiográficas contemporáneas debido a la autorización que conservan en la actualidad los habitantes de las reservas situadas en la frontera entre Canadá y Estados Unidos para efectuar intercambios por su propio beneficio, sin ser sometidos a las reglamentaciones comerciales vigentes entre los dos países. La introducción de cigarrillos en cantidades superiores a las necesarias para el consumo de las reservas, que se convierte entonces en contrabando, es el motivo de la preocupación. De ahí, la importancia en el debate historiográfico actual de determinar si, bajo el régimen francés, los autóctonos eran sujetos o aliados. Maurice Ratelle, historiador que trabaja para el gobierno de Quebec (RATELLE, Maurice, L’application des lois et réglements français chez les autochtones de 1627 à 1760, Collection Les études autochtones, Gobierno de Quebec, 1991), sostiene que eran sujetos, lo cual no justificaría que conservaran su libertad de comercio, mientras que los académicos que hemos citado consideran que los amerindios gozaron del estatuto de aliados, lo que les autorizaba a no sujetarse a la legislación comercial francesa.

58

DE LA PEDRAJA, René, La Guajira en el siglo XIX… op. cit.; MONROY BARRERA, Eduardo, Mestizaje, comercio y resistencia. La Guajira durante la segunda mitad del siglo XVIII, Bogotá, ICANH Colección Cuadernos


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Al interior de la provincia de Santa Marta, la presencia de indígenas Chimila es un agravante para la problemática situación de abastecimiento que conoce la región. De hecho, los Chimilas realizan frecuentes ataques que contribuyen a la estagnación de la producción local de víveres y dificultan el paso del comercio lícito hacia el centro político de la colonia. Las importaciones de productos indispensables desde Jamaica se desarrolla para suplir el complicado abastecimiento interno. Los españoles tratan de someter a esos indígenas, no por ser contrabandistas, sino para asentar su control sobre la región y facilitar los intercambios legales, pero no lo logran sino a finales del siglo XVIII59.

En el Darién, los indios Cunas, que también mantienen relaciones muy tensas con los españoles, gozan, al contrario, de excelentes contactos con los franceses y holandeses, con los cuales intercambian cacao por géneros europeos, sobrepasando las reglas comerciales establecidas por España60. Las acciones de pacificación de los indígenas del territorio neogranadino tienen para los españoles un alto componente de carácter comercial, pero para armar las expediciones el tesoro carece de los ingresos que podría recibir si el comercio legal generase mayores entradas. Por esta razón, se desarrolla una relativa tolerancia, como en 1780, cuando se lleva a cabo una expedición de este tipo61. En las dos colonias, los autóctonos influyen de manera evidente en las dinámicas de comercio. Para ellos, ni la distinción que pretenden imponer las coronas entre los colonizadores y los otros europeos, ni el establecimiento de una frontera que limite sus movimientos son relevantes. La idea de limitar sus intercambios comerciales por razones ajenas a sus intereses no les compete y reivindican su autonomía, ya sea mediante la negociación de su libertad comercial en el caso francés, ya sea mediante la resistencia a la colonización en todos sus aspectos en el caso español. De cualquier manera, es una obligación para las autoridades coloniales tomar en cuenta estas exigencias, a pesar de que van en contravía de los mandados absolutistas y mercantilistas. El hecho de que en la colonia francesa los autóctonos mantengan un vínculo menos beligerante con las autoridades produce una tensión entre normatividad y realidad mucho más limitada que en el caso de la Nueva Granada, en donde la oposición entre españoles e indígenas influye en la ausencia de las autoridades en varias regiones del territorio.

conclusiones Se ha visto, a largo del trabajo, lo que le incumbe a la política mercantilista y monopolística de los imperios en el desarrollo del contrabando. La proximidad de colonias inglesas (y holandesas en menor medida) y el dinamismo comercial de su metrópoli golpean fuertemente a las demás de historia colonial título VI, 2000; POLO ACUÑA, José, “Contrabando y pacificación indígena en una frontera del Caribe colombiano: La Guajira (1750-1800)”, en Revista del Observatorio del Caribe colombiano, N° 3, Cartagena, junio 2000, pp. 41-62. 59

GRAHN, Lance Raymond, op. cit.

60

ARAUZ MONFANTE, Celestino, op. cit.; LANGEBAEK, Carl, “Cuna long distance journeys: the result of colonial interaction”, en Ethnology, Pittsburg, University of Pittsburg, pp. 371-380. 61

McFARLANE, Anthony, op. cit.


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potencias en clara desventaja económica. Se han vislumbrado los otros motivos complementarios entre sí que han permitido el afianzamiento de esta actividad ilícita y que van mucho mas allá del contexto político y económico, haciendo de una mera práctica comercial ilegal un amplio fenómeno socio-histórico. Entre ellos, se pueden subrayar las necesidades sociales de subsistencia y consumo, la autonomía del sector comerciante, la rentabilidad atractiva, la lógica individual de enriquecimiento, el funcionamiento de las relaciones sociales, la venalidad de los oficios, la resistencia por parte de los comerciantes y de los autóctonos a las reglas de comercio impuestas y la dinámica propia de los indígenas. Estos elementos sacan a la luz el ambiente de ilegalidad que se fue creando y afianzando y que, a su vez, entra a cuestionar la legitimidad de las autoridades imperiales, desadaptadas frente a las vivencias y lógicas locales. Este ambiente de corrupción, venalidad, frustración de las leyes establecidas y cuestionamiento del orden tradicional, hace evidente el desencuentro entre la normatividad y la realidad. Semejante desencuentro es, a la larga, insostenible, a menos de que haya un acuerdo tácito, logrado por el interés mutuo, como parece haber sido el caso para las dos colonias que hemos estudiado y que comparten una serie de factores en cuanto al fenómeno del contrabando. Efectivamente, la tolerancia de las autoridades frente a este fenómeno ilícito tiene múltiples explicaciones y el pragmatismo es la política que prevalece, inclusive si no se pueden negar ciertos intentos de crear instituciones supuestamente más adaptadas para enfrentar el contrabando. Son estas características las que explican su persistencia a través de los siglos durante el periodo colonial. Varios motivos explican la indulgencia de las autoridades, en particular el estado regular de los intercambios legales y del tesoro imperial, las estrategias políticas de control territorial o las lógicas sociales y culturales62. En el caso de la Nueva Francia, se conservan las apariencias del mercantilismo en un régimen de ficción legal que convierte el contrabando en un fenómeno estructural durante todo el régimen francés. En la Nueva Granada, el contrabando puede igualmente ser considerado como estructural en la medida en que está totalmente ligado a las reglas de juego establecidas: mientras se mantienen las características descritas, no puede desaparecer el contrabando. En últimas, el comercio ilícito es consubstancial al contexto político, económico, social y cultural de las dos colonias estudiadas, que a diferencia de otras y a pesar de pertenecer a imperios distintos, comparten muchas similitudes en cuanto al fenómeno descrito. Entre las similitudes que son igualmente compartidas por otras colonias, principalmente españolas, encontramos los cuatro primeros puntos trabajados en este artículo, con aspectos particularmente cercanos, relacionados por ejemplo con la dinámica que anima a los comerciantes. Lo interesante es notar que no sólo el mundo colonial hispánico presenta estos rasgos, sino que son compartidos por otras metrópolis porque son típicos de la ilegalidad y particularmente del contexto mercantilista e imperial. La dimensión específicamente compartida por la Nueva Francia 62

En el mismo sentido, Zacarías Moutoukias argumenta que en Buenos Aires el fortalecimiento de la administración local en el siglo XVII fue posible gracias al contrabando y que la permisividad de las autoridades frente a las prácticas ilegales debe entenderse como una estrategia para lograr ese objetivo. MOUTOUKIAS, Zacarías, “Power, corruption and commerce: the making of the local administrative structure in seventeenth-century Buenos Aires”, en Hispanic American Historical Review, vol. 68, n° 4, 1988, Nueva York, Duke University Press, pp. 771-801.


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y la Nueva Granada es aquella que tiene que ver con la presencia indígena en los territorios conquistados: si bien el manejo que cada autoridad le da al tema es distinto, es evidente el peso que tiene esta realidad sobre la existencia del contrabando en ambas partes. Lo que pone fin al contrabando en la Nueva Francia es la desaparición de la misma en 1760, cuando esos territorios pasan a hacer parte del imperio inglés y quedan, en adelante, integrados en un solo mercado. El contrabando reaparece de forma muy coyuntural cuando el gobierno canadiense aumenta los impuestos sobre los cigarrillos. Al contrario, con el fin del dominio español en la Nueva Granada, la independencia y la instalación de un sistema republicano, el contrabando no desaparece del territorio colombiano, lo que confirma que sus motores no están determinados únicamente por las características del periodo colonial, a pesar de su alta propensión a la ilegalidad comercial63.

63

Con el apoyo de Colciencias, la autora investiga en la actualidad el tema del contrabando en el siglo XIX en Colombia para establecer las explicaciones de esta continuidad hasta nuestros días.


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problemas y tendencias contemporáneas de la vida familiar y urbana en medellín

juan carlos jurado* estructura de la familia Una de las características más notorias de la sociedad contemporánea es la crisis de la familia patriarcal, caracterizada por el dominio de la autoridad masculina sobre sus integrantes. Hasta hace poco tiempo, el poder moral y efectivo del padre estaba sancionado por la Iglesia católica y se extendía a otras esferas, como la política, la producción y la cultura1. Ahora, ante su desaparición y transformación, han surgido múltiples modalidades de familias con sus correspondientes cambios en la mentalidad y en la vida social. Como en otras ciudades de América Latina, la crisis de la sociedad patriarcal toma forma en la ciudad de Medellín, asociada a procesos que se vislumbran desde mediados del siglo XX. El tránsito de la vida rural a la urbana es, según el historiador Marco Palacios, el cambio por antonomasia de la segunda mitad del siglo XX en Colombia2. Cambio al que contribuyeron considerablemente, por una parte, el desarrollo y consolidación de una economía capitalista industrial hacia los años cincuenta, y, por otra, la formación de sectores obreros y de una clase media urbana con formas de vida secularizadas, más autónomas en relación con el poder ordenador de los partidos políticos y de la Iglesia católica. Igualmente fundamental para la cultura urbana de las nuevas clases medias, resultaron la consolidación del sistema educativo, que amplió considerablemente su participación a las mujeres, así como el reconocimiento y la generalización de valores y patrones de comportamiento propios del mundo femenino y juvenil. En dos generaciones, la población colombiana pasó de habitar los campos a vivir en las ciudades. Así, del 40% de habitantes urbanos que tenía el país en 1951, se pasó en 1993 al 74%. Medellín, una ciudad todavía con aires de parroquia hace medio siglo, creció a un acelerado ritmo al pasar de casi 360.000 habitantes en 1951, a más de 1.5 millones en 1985 y a casi dos millones al finalizar el siglo XX3. Con las nuevas exigencias para sobrevivir en las ciudades, la aceleración de los ritmos de vida, la creación de nuevas oportunidades profesionales para las mujeres y las exitosas y maltusianas *

Magíster en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.

1

CASTELLS, Manuel, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol. 2, El poder de la identidad, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 159. 2 3

PALACIOS, Marco, De la legitimidad a la violencia. Colombia 1875- 1990, Bogotá, Norma, p. 308.

ECHAVARRIA, Juan Fernando, “Demografía. El paso de los habitantes por el siglo XX”, en Revista Antioqueña de Economía y Desarrollo. De mercaderes a comerciantes, Medellín, Fundación Cámara de Comercio de Medellín, No. 30, septiembre-diciembre, 1989, p. 73.


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campañas del Estado para prevenir una supuesta “explosión demográfica”, se fueron adoptando métodos de control natal modernos, aun en contra de las prohibiciones de la Iglesia católica. Así, las familias redujeron paulatinamente su tamaño, facilitando una “transición demográfica”, pues se ha pasado de preocupantes tasas de crecimiento anual del 5.99 en 1951, a 2.46 en 1985, y a menos de 2 en la actualidad. Es el “régimen de la píldora”, que le ha permitido a las mujeres desvincular su sexualidad de sus realizaciones maternas reproductivas y conferirle significaciones erótico-placenteras, sin tener que reducirla a la reproducción biológica exigida por la familia patriarcal, como única vía de realización personal. La mujer ha estado, pues, en el centro de las transformaciones sociales, con la adopción e imposición de métodos de planificación familiar que le confieren mayores grados de autonomía en el manejo de su maternidad y una diferente significación de su sexualidad, no como una función divina tutelada por la Iglesia católica, sino como parte de su identidad corporal de género: “Es el pasaje de madre-hembra-procreadora a madre-individuo-creadora”, según la expresión del demógrafo Juan Fernando Echavarría. Con respecto al tamaño de las familias, todavía se conserva la imagen de una numerosa “familia paisa”, que las estadísticas desmienten para la época colonial, pero que logró un sustento real después de mediados del siglo XIX. En este aspecto, el salto ha sido bastante agresivo, por lo cual Colombia se ha erigido en el emblema latinoamericano del éxito de la planificación familiar. Sólo para identificar la tendencia general, puede decirse que de la familia extensa donde convivían tíos, abuelos y hasta primos, cuya presencia pervive en los sectores populares de procedencia campesina, se ha pasado a una familia nuclear predominante que idealiza y absorbe en las figuras del padre, la madre y unos pocos, muy pocos hijos, la socialización y la afectividad del hogar. Se ha pasado, pues, de una familia donde convivían tres y cuatro generaciones a otra donde generalmente conviven dos4. La fecundidad de los medellinenses ha sufrido una brusca y extendida transformación. Desde mediados de los años sesenta la fecundidad inició una curva declinante que se estabilizó en los setenta con 25 nacimientos por cada mil. Ello supone que las familias, y siendo más precisos, las mujeres, han pasado de tener entre 4.5 y 5 hijos promedio hacia 1973, a tener hacia 1985 de 2.5 a 35. En la actualidad, las tendencias de procreación en las familias medias urbanas y de clases acomodadas son mucho menores, llegando casi a predominar el hijo único. La familia en su conjunto ha mermado su cantidad de miembros, de modo que ha pasado de siete personas a cuatro y a tres, en los casos del hijo único. Como “paliativo” a la merma de hermanos y primos en la casa paterna, se percibe que la socialización familiar que se desarrollaba al interior del mismo linaje se ha trasladado, en cierta medida, a la escuela, cuyo ciclo se inicia ahora más temprano que antes, con la 4

Según los últimos informes de síntesis sobre la familia en Colombia, “Los hogares nucleares, aunque mayoritarios, pierden participación en las dos últimas décadas. Han pasado del 58% a representar un 51%. Actualmente, hay más de 400.000 familias reconstituidas, los hogares extensos representan 30%, los unipersonales aumentaron de 4.1% a 7%, el tamaño de los hogares pasó de 7 a 4 personas entre 1951 y finales de los noventa”. Véase, RESTREPO, Luis Alberto (coord.), Síntesis 99. Anuario social, político y económico de Colombia, Bogotá, IEPRI, Fundación Social y TM Editores, 1999, p. 31.

5

Ibid., p. 76.


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proliferación de guarderías desde la década de los ochenta, básicamente. En ellas, y en una tupida red de hogares sustitutos, privados o estatales, se cuida de los bebés tan temprano como lo demandan las exigencias laborales de la mujer, quien además de su rol como esposa, madre y señora del hogar asume también el papel de trabajadora/profesional. Y no sólo se cuida de los bebés, sino que prácticamente se los cría, lo cual ha constituido una novedad para la familia, con la aparición de la maternidad institucional extendida, que todavía se delega, según la tradición, en los abuelos. Aquí no se percibe la desaparición de tradiciones “paisas” en la crianza de los hijos, sino su conjunción con cambios e innovaciones en las formas de socialización de los hijos.

nuevos lugares de la infancia y patrones de autoridad Ante la reducción de los niños en los hogares de la sociedad moderna industrial, ¿qué nuevas formas de valoración de la niñez emergen en las familias? Como lo sugiere el sociólogo Norbert Elías, la modernidad funda nuevas formas de relación entre niños y adultos, que pasan de ser estrictamente autoritarias a más igualitarias6. Este proceso tiene lugar por el reconocimiento de la mayor autonomía que se le concede a los niños en medio de la pérdida de centralidad de la sociedad patriarcal. Los niños, más que antes, son vistos por los adultos como merecedores de un trato especial y más estimados en proporción inversa a su número en los hogares. El cambio ha sido sorprendente. Hasta hace poco, los adultos decidían sobre los niños de un modo mucho más espontáneo que ahora y, en general, estaban más influenciados por sus propios pensamientos que por los de los niños, atendiendo a una moral confesional y rígida, en la que el respeto y la obediencia a los adultos eran por sobretodo valorados. La desobediencia a los padres y abuelos era duramente castigada en los hogares antioqueños. Sólo desde hace dos o tres décadas, los adultos se encuentran más influenciados por los niños, se ponen en su lugar al tomar decisiones y al hacer una serie de consideraciones, supuestamente sicológicas y educativas, para decidir sobre ellos y “no hacerles daño”, o para “no traumatizarlos”, con lo cual han moderado su poder sobre ellos, perdiendo rangos de autoridad y espontaneidad al tratarlos. Algo similar ha ocurrido entre maestros y alumnos. divina sobre el matrimonio y la mujer, que podían llegar en número espontáneamente y representaban el orgullo familiar del linaje perpetuado en el apellido. Así, los viejos patrones de autoridad familiar que entronizaron a los abuelos y a los adultos en el centro del hogar se han visto profundamente trastocados. El niño, entonces, como lo serán en cierta medida los jóvenes, se constituye en el nuevo “rey del hogar”.

Este cambio trascendental, que afecta la familia y la socialización urbana, se percibe particularmente en su historia gráfica. Así lo sugiere Armando Silva al estudiar una serie de 170 álbumes que configuran en un hecho literario, cuyo narrador colectivo es la familia, su Tenemos entonces que los niños ejercen ahora un gran poder sobre los padres y maestros, ya que representan, para los primeros, el cumplimiento de determinados deseos y necesidades en sus vidas, como una prolongación narcisista que moviliza su paternidad, y además se los reivindica como nuevos sujetos de derechos. Un proceso social y cultural como el que se 6

ELIAS, Norbert, La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Norma, 1998, p. 412.


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señala, obviamente rebasa el ámbito nacional, y es un elemento propio de la cultura occidental contemporánea7. En el olvido han quedado las significaciones de los hijos como una bendición imagen propia a través del tiempo8. Uno de los aspectos más llamativos que muestra la historia del álbum de familia es el desplazamiento de la representación de los adultos como centro del hogar, centro que es ahora ocupado por los hijos. A riesgo de simplificar la investigación mencionada, las tendencias históricas permiten apreciar que en las fotografías familiares anteriores a la década de los ochenta, los abuelos y los adultos, padre y madre, ocupaban el centro del retrato familiar; a partir de dicha década, son destronados por los niños, que se convierten desde ese momento en el centro de atracción afectiva9. La familia como representación casi desaparece, para actuar por fuera de la foto y entronizar a su heredero como un fetiche, como un ídolo. Así, al aclamar y concentrarse en el niño como figura mítica, el álbum de familia desaparece y se torna egoísta y ególatra. En palabras de Armando Silva, “el niño crece ahora como el nuevo héroe, el rey de la casa (que otrora fuera el padre) al que se le da todo el escenario visual y sobre quien la familia apuesta su futuro. Este niño es a quien por fuera del álbum se le llena de consumos de toda especie, juguetes incontables, estímulos electrónicos sobremedidos, asumiendo tal vez que se le debe dar de todo para que crezca. No es claro que el niño de los años noventa tenga la palabra de la familia, confundida en la nueva lucha de paradigmas masculinos y femeninos de las últimas décadas, pero sí posee en alto grado la imagen de ésta”10. Al igual que en la fotografía, en el vídeo los niños predominan en las imágenes, pero esta vez asociados con lo espectacular, lo cómico y el instante, suponiendo la dislocación de la fotografía como registro estático. Sobresale en el análisis de los álbumes que sean los antioqueños quienes más exhiban entre los motivos fotográficos las fotos de familia. Una familia que, a pesar de aparecer como reliquia de cohesión social, se encuentra enfrentada a una crisis, a falta de una mejor palabra para calificar el desdibujamiento de los paradigmas tradicionales del hombre y la mujer y de la autoridad de los mayores11. Retomando el tema de la relación adultos-jóvenes, podría plantearse el interrogante en torno a la representatividad de la ley que suponen los primeros frente a los segundos. Y ello por la novedad que constituye el que los adultos –padres o maestros- se conviertan en “compañeros” o “amigos” de sus hijos o alumnos, llevando la representación que personifican de la ley a una 7

Para Rossana Reguillo, “... son tres los procesos que “vuelven visibles” a los jóvenes en la última mitad del siglo XX: la reorganización económica por la vía del aceleramiento industrial, científico y técnico, que implicó ajustes en la organización productiva de la sociedad; la oferta y el consumo cultural y el discurso jurídico.” Respecto a este último elemento, la autora menciona que en medio de la universalización acelerada de los Derechos Humanos, los jóvenes “menores” se convirtieron en sujetos de derecho y fueron separados en el plano jurídico de los adultos. Así, al amparo del Estado benefactor y de la profesionalización de las instituciones de vigilancia y control de este creciente segmento de la población, se desarrolla todo un aparato institucional para la administración de la justicia en relación con los menores. Cf. REGUILLO, Rossana, Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto, Bogotá, Norma, 2000, pp. 25-26.

8

SILVA, Armando, Album de familia. La imagen de nosotros mismos, Bogotá, Norma, 1998, p. 171.

9

Ibid., pp. 66-67.

10

Ibid., p. 66.

11

Ibid., p. 205.


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“fantasía de igualación” que desvirtúa su alteridad y su poder de cohesión social. Con ello viene la disolución de sus funciones como adultos y el debilitamiento de las exigencias sociales para con los jóvenes, que ahora se han erigido en figura de derechos más que de deberes sociales12. La idealización de la “cultura juvenil” no supone simplemente la generalización de que “nadie quiere verse viejo”, ni “pasar de moda”, sino su establecimiento como paradigma de la vida social. En efecto, hasta hace unas décadas, los hijos eran criados en el respeto a las tradiciones y en la creencia en los baluartes culturales de lo político y lo religioso, creando en ellos la mentalidad de que el edificio social se sustentaba básicamente en las “obligaciones” de sus integrantes con la colectividad. No obstante el autoritarismo patriarcal que imperaba en el pasado, se instauraba una “deuda simbólica” con los principios fundamentales y fundadores, para saber que no se vivía para sí, y reconocer a la colectividad como deudora de un pasado y sabedora de que el mundo no terminaba con ella. Mientras que en la sociedad contemporánea, los medios de comunicación, principalmente, imponen nuevos modelos de comportamiento, basados en el individualismo a ultranza del éxito personal y la innovación permanente propia del mundo cambiante de los jóvenes. Estos se erigen en omnipotentes por su no reconocimiento de la Ley, la “Ley que limita el deseo absoluto y que exige vivir soportando el desgarramiento que es la vida”13. Otro elemento a considerar respecto del trastocamiento de los patrones de autoridad de la familia patriarcal y de su pérdida de centralidad, se constata en la ampliación de los modos de socialización juvenil que escapan a los adultos. Y en este sentido se trata de reconocer que la familia, la escuela y la Iglesia católica ya no son las instancias hegemónicas de socialización de las generaciones jóvenes. Se tiene, pues, que nuevas prácticas y sociedades de pares (grupos juveniles, barras, “parches”, “combos”, pandillas, galladas), los espectáculos de masas (grupos de fans, musicales y deportivos), grupos vecinales, organizaciones políticas alternativas, grupos religiosos no católicos, asociaciones feministas y ecológicas, con un sentido alternativo, secularizante y a veces contestatario, han tomado un importante protagonismo y autonomía en la socialización juvenil y en el surgimiento de valores y actitudes que a veces contradicen los de la sociedad adulta tradicional14. A este trastocamiento de las relaciones generacionales, contribuyen enormemente los medios de comunicación, provocando nuevas formas del vínculo social y de subjetivación. En cuanto a los medios, sus cambios más significativos corresponden a las dos últimas décadas del siglo XX, cuando se desarrolla con especial ímpetu toda una parafernalia de medios técnicos e informativos que reconfiguran la cultura juvenil local con los procesos identitarios globales, fenómeno que ha sido más perceptible en las grandes ciudades latinoamericanas15. 12

GONZALEZ, Carlos Mario, “Autoridad y autonomía”, en Cuadernos Académicos, No. 1, Medellín. Documento, Universidad Nacional, 1996. 13

TENORIO, María Cristina, “Instituir la deuda simbólica”, en Revista Colombiana de Sicología, Bogota, No. 2, 1993, pp. 993-94. 14

CUBIDES, Jorge Humberto, et. al. (editores), “Viviendo a toda” Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades, Bogotá, Fundación Universidad Central-Siglo del Hombre Editores, 1998.

15

MARTÍN-BARBERO, Jesús, “Comunicación y modernidad en América latina”, en Pre-Texttos. Conversaciones sobre la comunicación y su contexto, Cali, Universidad del Valle, 1996, p. 166.


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Debe destacarse, así mismo, el papel que cumple y ha cumplido la televisión con respecto a la familia y a la escuela, pues trae aparejado un “desorden cultural” que trastoca las formas de autoridad vertical entre los jóvenes, sus padres y maestros. Como lo ha sugerido Jesús MartínBarbero, la televisión “deslegitima” y “deslocaliza” las formas continuas del saber promovido en la escuela desde el texto escrito, que constituye el centro de un modelo lineal mecánico, basado en aprendizajes graduales de acuerdo con las edades evolutivas del niño. Por medio de la televisión, el joven accede rápida y cómodamente a un “saber visual” que subvierte el modelo escolar por etapas, legitimado por la autoridad del maestro. Trasladada al hogar, la televisión afecta las relaciones de autoridad entre padres e hijos, al permitir que estos últimos accedan por su propia cuenta al mundo que antes les estaba vedado, el mundo de los adultos16. De esta manera, los medios han venido a recordar que antes de que los aprendizajes adquirieran la forma de la escuela, los niños se encontraban entremezclados con el mundo de los adultos, sin los escrúpulos y cuidados con que hoy se los trata y aprendiendo los códigos culturales por medio de prácticas sociales bastante versátiles y efectivas.

la fragmentación de lo social. crisis de la ciudad, crisis de la familia Los medios de comunicación en el escenario urbano traen aparejados unos nuevos “modos de estar juntos”. Modos de socialización que toman forma en la ciudad de manera más evidente. Sin embargo, la ciudad de Medellín no es monolítica, no es “una” sola ni es la de antes. Se trata de una urbe fragmentada y dispersa a raíz de la explosión de su centro histórico en medio de una vertiginosa urbanización de dimensiones metropolitanas, más visible a partir de los años setenta17. Así, la pérdida de centralidad del sello histórico de la ciudad que suponía la hegemonía de unas formas de vida patriarcales de procedencia campesina, y que se representa aún como la “antioqueñidad”, da lugar a muchos centros, a muchas formas de habitar lo urbano sin conservar como antes “un estilo” cultural. Esto supone la fragmentación de los grupos sociales y sus identidades atomizadas, la proliferación de una población urbana y migrante más heterogénea, y la vigencia de normas particulares en medio de la masificación y la inseguridad urbana, lo que al parecer convierte a la familia en el último reducto de la convivencia subjetiva. La familia, como los medios, también “vive de los miedos” en una ciudad como Medellín, con altos índices de inseguridad. En los años setenta, con el crecimiento de la ciudad metropolitana, se perdía su antiguo ambiente provincial, donde las personas mantenían estrechos vínculos entre sí y con las figuras del poder ético, tales como el policía, el maestro, el cura y el médico. El reconocimiento de su autoridad legítima se revelaba en fórmulas de deferencia y decoro público y en la interiorización de las normas que agenciaron con su desempeño social. Con el crecimiento 16

MARTÍN-BARBERO, Jesús, “Heredando el futuro. Pensar la educación desde la comunicación”, en Nómadas, Comunicación y educación: una relación estratégica, Bogotá, No. 5, septiembre de 1996, p. 14. PEREZ TORNERO, José Manuel, “Las escuelas y la enseñanza en la sociedad de la información”, en PEREZ TORNERO, José Manuel (comp.), Comunicación y educación en la sociedad de la información, Barcelona, Paidós, 2000, pp. 37-57.

17

BOTERO, Fabio, “La planeación del desarrollo urbano de Medellín, 1955-1994”, en MELO, Jorge Orlando (ed.). Historia de Medellín, Tomo II, Medellín, Suramericana de Seguros, 1996, p. 526.


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masificado de la ciudad, se fueron perdiendo, pues, las formas del reconocimiento mutuo que hacían de la sociedad urbana una “comunidad imaginada”, donde se compartían filiaciones políticas, religiosas y morales relativamente unificadas y unificadoras. Uno, entre muchos signos de este derrumbe de sociabilidades que cohesionan la vida urbana, es la desaparición de aquellos espacios urbanos de encuentro y recreo masculino como los cafés18. Y con ellos desapareció la vitalidad del centro de la ciudad y de sectores como Guayaquil, donde el orden de la sociedad local se reproducía con el desorden que allí imperaba en “situaciones muy codificadas” (prostitución, homosexualidad, criminalidad, juego y vagancia), neuralgias de un contexto urbano, supuestamente organizado y normatizado por el clero y las elites políticas. Con el final de la ciudad como proyecto de la sociedad patriarcal y de la “antioqueñidad”, con la masificación de la vida urbana y el desarrollo tecnológico de las últimas décadas, se asiste a la instauración de un orden urbano al que se superpone el modelo comunicativo, según Jesús Martín-Barbero: flujo de personas, flujo vehicular, flujo de información continua y veloz. “La ciudad ya no está para ser habitada ni disfrutada por el transeúnte, sino para circular por ella sin causar atascamientos al tráfico vehicular”, que ahora viene a ser la razón de ser de la ciudad para sus planificadores. Ante la contracción de la sociabilidad pública, la familia parece haberse convertido en el último baluarte del individuo. Según sondeos publicitados por los medios y algunos estudios sobre el mundo juvenil, la familia y en un lugar estratégico la madre, se han convertido en esa esfera intocable que se resguarda y defiende en medio de las inclemencias del ambiente social. Este fenómeno de la cultura contemporánea, que parece ser compartido por las grandes ciudades latinoamericanas, es más propio de las urbes industriales de Norteamérica y Europa, si se atienden las observaciones del historiador Philippe Ariès. Frente a la contracción de la sociabilidad colectiva y la erosión de la ciudad como escenario de la vida pública, debido en gran parte a su agrandamiento, a la familia perecen trasladarse un sin fin de funciones que antes correspondían a la ciudad y al vecindario o eran compartidas con ella. En medio de este contexto de transformaciones de la ciudad en grandes metrópolis, a la familia y en cierta medida a la pareja, se le solicita ahora el monopolio de la afectividad, el uso y disfrute de los placeres, la preparación de los hijos para la vida, el apoyo mutuo en la vida profesional, el ejercicio de la maternidad compartida y la garantía de una seguridad sicológica y económica para sus integrantes. Este “sobredimensionamiento” de sus funciones parece traer consigo una supuesta crisis, que si bien se ha adjudicado a la familia, parece más justo endilgárselo a la ciudad, según Aries19. De esta forma, los supuestos problemas de la familia, ¿no serían más que la emergencia de otras formas de socialización y organización social, y del reacomodamiento en la vida urbana que ello supone? Un aspecto asociado a la transformación de la ciudad, a la moral pública y a la socialización de nuevos y viejos valores, es la manera como las elites dirigentes y empresariales antioqueñas 18

BOTERO, Fabio, Cien años de la Villa de Medellín, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1998, p. 558. 19

ARIÈS, Philippe, Ensayos sobre la memoria. 1943-1983, Bogotá, Editorial Norma, 1995, pp. 324-325.


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restringieron su incidencia en los ámbitos de lo público, después de mediados del siglo XX, para replegarse paulatinamente en la esfera privada. Según las apreciaciones del historiador Fernando Botero sobre las características de la “burguesía antioqueña”, ésta circulaba fácilmente por las instituciones públicas y privadas de la ciudad, sin que intereses económicos como el afán de lucro y el espíritu empresarial excluyeran su interés personal por la ciudad y sus “problemas sociales”20.

Ejerciendo un hegemónico “espíritu cívico”, la elite desplegaba su poder y circulaba por instituciones tan diversas como la Asociación Nacional de Industriales (ANDI) y las empresas textileras y de alimentos de carácter privado, así como el Concejo Municipal, las Empresas Públicas de Medellín, la Sociedad de Mejoras Públicas y la Sociedad San Vicente de Paúl, estas ultimas con un carácter paternalista, público o asistencialista. Para Fernando Botero, este espíritu cívico podría caracterizarse por un fuerte sentido regional, una impronta social y política del ingeniero, una moral religiosa que no reñía con una mentalidad pragmática y una identidad urbana consolidada. El poder cívico de empresarios y líderes en lo urbano se congraciaba con extendidas formas de acatamiento y obediencia social promovidas tanto por la Iglesia católica como por los partidos políticos. Entre las más significativas condiciones para que se operara un cambio en el desempeño de los dirigentes y empresarios antioqueños, se encuentran: el crecimiento y mayor complejidad de los negocios y de la ciudad, que dificultaron la identificación del “hombre todero” con su colectividad; la desprotección económica más perceptible a comienzos de la década de los setenta, que exigió mayor presencia de los dirigentes en sus negocios; la especialización del empresario con nuevos perfiles tecnocráticos extranjeros que desdibujaban el sentido político y social del político tradicional; la tendencia internacional a la autonomización de las esferas política, económica y cultural; y, por último, según lo manifiestan los mismos dirigentes en algunas encuestas, su pérdida de contacto y sensibilidad social y la carencia o débil formación humanista21. Con lo anotado atrás, se sugiere que lo privado se va reforzando alrededor de esa esfera de los negocios del nuevo empresario y de la familia de una manera más generalizada para las clases urbanas. Sin embargo, en el orden de lo privado también se va deslindando un espacio que parece todavía más restringido y novedoso, el de lo “personal”, con una gran signatura narcisista y cuyo caldo de cultivo parece ser el desdibujamiento de los viejos paradigmas de lo masculino y lo femenino y el fin de la utopía revolucionaria de los años setenta, configurando una nueva noción de género que se libera de la vieja diferenciación entre los dos sexos. En cierta forma se trata del entredicho que acude a la heterosexualidad como norma para hacer del cuerpo y de la “vida personal” una expresión del yo, donde se afincan, entre otras expresiones subjetivas, los movimientos feministas, los de lesbianas y gays para reivindicar lo sexual sin límite institucional. Fenómenos que son más perceptibles en las grandes urbes industriales de Europa y Estados Unidos, pero que ya se sugieren en los contextos urbanos latinoamericanos, particularmente en el mundo juvenil.

20

BOTERO, Fernando, “Medellín: ¿un proyecto realizado o fruto del azar? Una reflexión histórica”, en Medellín, actores urbanos y proyectos de ciudad, Medellín, Seminario, Corporación Región, Universidad Nacional de Colombia, noviembre 10 y 11 de 1994, p. 7.

21

Ibid., p. 9.


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Continuando con el tema de las transformaciones urbanas con respecto a la socialización ciudadana y familiar, es pertinente señalar la manera como la fascinación de la sociedad antioqueña y sus dirigentes por el “progreso” conlleva un agresivo trastocamiento de tradiciones que no necesariamente desaparecen, sino que se desvían en un juego de hibridaciones entre lo viejo y lo nuevo. Como lo ha señalado Jorge Orlando Melo, a pesar de que la ciudad, por su modernidad física y sus cambios urbanísticos y arquitectónicos permanentes, es asociada en el imaginario colectivo con lo nuevo, con el desarrollo y con el futuro más que con el pasado, se percibe contradictoriamente una persistente alusión al mito de la “raza paisa” como supuesta fuente de potencialidades históricas22. Este carisma regionalista que elabora “un ideal nosotros” sobredimensionado, y cuyas condiciones objetivas han desaparecido –Medellín capital industrial de Colombia, el “empuje paisa”, el valor del trabajo, del honor y la palabra-, en el cual todavía se regodean políticos y medios de manera folklórica, supone una especie de fantasía colectiva, que va en contravía de las lógicas históricas del cambio a que se ve sometida toda sociedad. El mito potencia cambios culturales, pero también los obstaculiza, cuando se desactualizan sus condiciones de posibilidad.

En relación con lo anterior, la presencia de un estilo de ingeniero en los empresarios y dirigentes “paisas” y su mentalidad pragmática, que ha hecho de los ingenieros antioqueños todo un mito, han sustentado una forma de gestionar la ciudad de Medellín sustentada en criterios técnicos y en una planeación racionalista. Ello ha incidido en que las políticas urbanas se hayan orientado, principalmente, hacia los aspectos físicos y económicos, restando importancia a los asuntos referidos a la cultura, la socialización de los migrantes campesinos y de las nuevas generaciones urbanas, la formación de ciudadanos modernos, la ética pública, el patrimonio urbano y el medio ambiente23. Este desencuentro entre la construcción física de la ciudad y su edificación social se hizo más evidente a partir de los años ochenta, con las violencias generalizadas y los conflictos desbordados de cauces políticos que condujeran a su resolución. En síntesis, y retomando apreciaciones de la socióloga María Teresa Uribe, el tránsito de la ciudad tradicional a la moderna y metropolitana acontecido en las décadas de los años sesenta y setenta, ha significado grandes desajustes y conflictos sociales que desbordaron la capacidad de instituciones como el Estado y la familia para afrontarlos, a pesar de los esfuerzos hechos en el equipamiento urbano para mejorar los niveles de vida. Medellín, a pesar de ser reconocida como la ciudad colombiana de mejores niveles de vida por su infraestructura urbana y sus excelentes servicios públicos y de trasporte, se ha encontrado, pues, sin vida ciudadana y sin ciudadanos.

cambio en los paradigmas heterosexuales. nuevas sociabilidades de géneros Al inicio de este ensayo se sugirió que los desarrollos económicos nacionales, el crecimiento urbano y la ampliación del sistema educativo, permitieron la vinculación masiva de la mujer al 22

MELO, Jorge Orlando, “Medellín: historia y representaciones”, en MELO, Jorge Orlando (coord.), Medellín, actores urbanos y proyectos de ciudad, Medellín, Corporación RegiónUniversidad Nacional de Colombia, 10 y 11 de noviembre de 1994, prólogo, p. 15.

23

URIBE DE HINCAPIE, María Teresa, “Medellín: diagnóstico y situación actual”, en Medellín en paz. Plan estratégico de seguridad para Medellín y su Área Metropolitana. Medellín para todos, Medellín, Alcaldía de Medellín, 1994, p. 17.


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mercado laboral por fuera del hogar y el ejercicio de nuevos roles sociales. Se asiste, entonces, desde mediados del siglo pasado a la “universalización del trabajo femenino”, perceptible en los grupos populares al ritmo de sus necesidades para sobrevivir, y en las clases pudientes y educadas de acuerdo a sus expectativas y oportunidades24. Algunas cifras muestran la tendencia del cambio: entre 1960 y 1990, aumentó la participación laboral de las mujeres entre el 20% y el 40% en Colombia, tendencia que es más evidente en las ciudades. El trabajo femenino no era nuevo, pero se fue convirtiendo paulatinamente en una demanda social y en una reivindicación de género. A la labor de las solteras se pretendía darle continuidad una vez casadas y llegado el primer hijo. Sin embargo, ante nuevas expectativas laborales, la mujer redujo su disposición procreadora y se ha ido afianzando económicamente fuera del hogar, ante el apoyo que le representan las instituciones de educación y de maternidad extendida. A ello también contribuyen la pretensión de conquistar una mayor autonomía personal y seguridad social en la vejez, y el afianzamiento de su formación profesional. El mundo del trabajo, como otras esferas de lo social, se feminiza y las mujeres ven como alienantes las viejas identidades que sobre ellas ha construido la sociedad patriarcal. La legislación ha acogido la obligatoriedad del trabajo conjunto de la pareja, frente a la inestabilidad de la familia; de modo que la madre está alerta para asumir, con su sustento económico, las crisis que sobrevengan, generalmente causadas por la deserción e inestabilidad de los hombres en el trabajo y en la vida familiar. Como lo ilustra la más célebre estudiosa de la familia en Colombia, la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda, “El cambio más radical de la función económica –de la mujer- se observa en el «trastrueque de roles», antítesis del patriarcalismo”25. Para esta autora, con el mayor protagonismo económico de la mujer y el reconocimiento formal de sus derechos políticos –recuérdese que el voto femenino se estableció en Colombia en 1957-, va aparejada una mayor autonomía e independencia personal, que se despliegan en los ámbitos de la sexualidad, la sociabilidad y la cultura. La división socioeconómica tradicional del trabajo entre los sexos ya no tiene asidero en la familia y aun es factor de conflicto. Así, de la crítica feminista a la dominación masculina en el hogar se ha ido pasando, sin desaparecer tal actitud, a la erosión de los hombres como proveedores económicos del hogar. Esta parece ser la única función masculina que ha decaído o desaparecido, principalmente en las clases medias y altas, pues en ellas el hombre mismo ha quedado rebasado, a veces, por un mejor estatus económico y profesional de las mujeres. Otras funciones, como la paternidad, el apoyo emocional a las mujeres y la figura masculina como objeto erótico todavía persisten en medio de trastocamientos y cambios permanentes. Incluso, los hombres como proveedores de afecto se ven desplazados con la ampliación que ha logrado la mujer en formas de sociabilidad laboral y espontánea, incluido un feminismo extremo más perceptible entre minorías femeninas de nivel académico e intelectual y asociadas con el lesbianismo. Con todo, estas nuevas problemáticas que dan fisonomía a las familias contemporáneas, tienen que ver con el cambio fundamental que se ha producido por la 24 25

PALACIOS, Marco, op. cit., p. 295.

GUTIERREZ DE PINEDA, Virginia, “Modernización, tendencias poblacionales y transformación de las funciones de la familia”, Ponencia Segundo Congreso de Trabajo Social Funciones y responsabilidades de la familia en un mundo en evolución, ASINCOLTRAS, 19 a 21 de octubre de 1994, p. 7.


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disociación entre conyugalidad (vínculo de pareja) y filiación (vínculos entre padres, madres e hijos). En la familia tradicional, uno de estos vínculos suponía la existencia del otro y eran indisolubles. Mientras que en la actualidad, la conyugalidad es de carácter social, y la vincularidad conserva su carácter “natural”, registrándose entre ambos un foco de tensiones y conflictos que suponen el reacomodamiento de los sujetos a las nuevas maneras de estar juntos26. Al estudiar los nuevos fenómenos culturales de las sociedades postindustriales, el sociólogo Manuel Castells destaca que al ser cuestionado el modelo de familia patriarcal se pone en entredicho su lógica sexual, esto es, la heterosexualidad como norma que la fundamenta y que, al tiempo, permite una soterrada homosexualidad masculina27. Este fenómeno, más propio de Europa y Norteamérica, anuncia sus lógicas de manera visible en el contexto latinoamericano en la última década del siglo XX. El quiebre sobrevino principalmente con el feminismo y los movimientos de lesbianas y gays, al cuestionar las conflictivas relaciones hombres-mujeres y explorar nuevas formas de familia y de lo sexual sin las viejas talanqueras institucionales. Como puede sospecharse, en el campo de la moral sexual las transformaciones también han conmovido las formas de sociabilidad urbana en Medellín. Ya es claro, por ejemplo, que la homosexualidad ha hecho de la ciudad un escenario para su despliegue, principalmente en los medios juveniles y con la creación de nuevas estéticas andróginas, reconocidas y alimentadas por la publicidad, la moda, las campañas contra el SIDA y los espacios de diversión nocturna. La heterosexualidad, como lo exige el modelo patriarcal, ya no es obligatoria, por el contrario, se llega a reivindicarla, no como una preferencia sexual, sino como una identidad, fundamentalmente. Con las opciones homosexuales, al igual que con las heterosexuales de las nuevas formas de “amor libre”, típico slogan de los setenta, o con una “sexualidad pura” sin hijos, con las de pareja sin matrimonio y de maternidad soltera como opción no forzada, es perceptible que lo sexual no se limita exclusivamente a la esfera familiar, pero le sugiere sus lógicas de ordenamiento como marcador de fuertes identidades individualizantes y narcisistas. De allí que el divorcio, opción del individuo anteriormente reprobado por una sociedad pacata y rezandera, y por la misma Iglesia católica que descargaba toda la sanción moral sobre la mujer, sea un signo más del derrumbe de la familia patriarcal. Todavía en los años setenta, el divorcio era visto como algo moralmente reprobable, de allí que las mujeres dudaran para decidirse por esta vía; además, esta opción las lanzaba por el camino de una independencia económica para la cual no estaban del todo preparadas. Pero con el tiempo, apenas en cuestión de dos décadas, las mujeres lograron afrontar con mayor independencia moral y económica esta opción, que ya es prácticamente vista como normal dentro de la lógica de las relaciones afectivas entre hombres y mujeres.

26

TEDESCO, Juan Carlos, “Los grandes retos del nuevo siglo. Aldea global y desarrollo local”, Ponencia presentada en el IV Congreso Latinoamericano de Pedagogía Reeducativa, Medellín, 2 al 6 de mayo, Medellín, FUNLAM, 2000.

27

CASTELLS, Manuel, op. cit., p. 230. Para las siguientes anotaciones sobre el tema de la heterosexualidad, se seguirán las reflexiones de Castells.


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Este proceso de resignificación social y simbólica de los géneros ha incidido enormemente en las opciones que presenta la vida moderna a hombres y mujeres para el despliegue de sus vidas, en contraposición a la opción matrimonial hegemónica. Sin embargo, “nadie quiere quedarse solo”. Lo cierto es que desde hace dos o tres décadas la decisión de casarse entre las nuevas generaciones urbanas está mediada por una más intricada y narcisa red de cálculos y elaboraciones de tipo económico y sentimental. Es más difícil que antes que una mujer, después de obtener su título universitario, opte rápidamente por la empresa matrimonial o se sienta frustrada con su soltería. Entonces, no antepondrá fácilmente a sus conquistas económicas y profesionales el matrimonio. Sin embargo, su situación, como la del hombre, se torna bastante conflictiva. A esto se suman las inclemencias de la economía que dificultan la independencia profesional de los jóvenes y la incredulidad en un futuro próspero, factores que contribuyen a retardar la edad para casarse, tener hijos y salir de la casa paterna. En gran medida, en los sectores populares se siguen registrando matrimonios y uniones consensuales heterosexuales a temprana edad, rondando los 20 años, mientras que las clases medias y altas parecen retrasar la toma de estas decisiones y así marcar su independencia con los padres. Pero estos cambios parecen tener un sentido cultural más amplio, y no sólo económico, pues según los estudios antropológicos sobre las sociedades contemporáneas, la mayor autonomía sicológica que logran hoy los jóvenes está acompañada de una postergación cada vez mayor de la independencia económica. Lo cual supone procesos contradictorios que ya son visibles en sectores de las grandes ciudades colombianas, pues la autonomía cultural de los jóvenes, tanto en los modos de vida como en las maneras de pensar, se adquieren cada vez más temprano, mientras la autonomía material se adquiere cada vez más tarde28. Retrotrayendo el tema del divorcio, se tiene que más allá de expresar el fin de la familia como lo predica todavía la Iglesia católica, ha supuesto la proliferación de tipos de familias en diversas modalidades con la formación de “hogares unipersonales”, en los que la mujer es cabeza de familia, o de uniones matrimoniales “recombinadas”, en las que la mujer y el varón comparten hijos de relaciones previas. Lo cierto es que el divorcio elevó sus cifras, cuando en 1992 y como resultado de la Constitución de 1991, se expidió la Ley 25, que permite de manera totalmente novedosa la aplicación del divorcio a toda clase de matrimonios. Así, una situación que permanecía congelada y como soterrada por la inexistencia de la ley, sacó a flote una realidad tangible para la ciudadanía. Las cifras lo indican, pues desde la expedición de la nueva legislación, la cantidad de divorcios en Colombia se ha incrementado en un promedio anual del 10%29. La proliferación y aceptación social del divorcio no lo exime de ser una decisión dolorosa y traumática para muchas parejas y, especialmente, para los niños. Visto en la larga duración de la evolución demográfica, el divorcio en la sociedad contemporánea es, como lo sugiere la antropóloga Margared Mead, lo que ahora separa las parejas, y no como anteriormente lo era la muerte de alguno de los cónyuges. Se trata del divorcio como la muerte de “un” matrimonio y no de la muerte de la institución matrimonial, propiciado, según la Iglesia católica, por la 28

MESLET, Vincent, “La culture jeune: la fin d’un mythe”, en Sprit, No. 225, octubre de 1996; citado por TEDESCO, Juan Carlos, op. cit. 29

RESTREPO, Luis Alberto (coord.), Síntesis 99. Anuario social, político y económico de Colombia, Bogotá, IEPRI, Fundación Social y TM Editores, 1999, p. 31.


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opción del divorcio30. Como lo dice Mead, la probabilidad de vivir hasta 50 años de matrimonio hace que se esté menos dispuesto a tolerar una vida conyugal que no sea satisfactoria. En ello ha incidido una más amplia disponibilidad de ofertas existenciales para la realización personal, más restringidas en la sociedad rural y patriarcal de hace tiempos, y el alargamiento de la esperanza media de vida, que ahora ronda los setenta años para la población colombiana y que a principios del siglo era de 37 años31. No obstante que sobre el divorcio ya no pesan los prejuicios morales de antes, todavía supone el lastre del fracaso, aún en países de Europa y en los Estados Unidos. Allí, y en Colombia, la tendencia general es que las mujeres divorciadas y con hijos cuentan con menos probabilidades de volverse a casar, mientras no ocurre lo mismo con los hombres, lo cual evidencia modos diferenciales de sociabilidad por género. Como lo sugiere Manuel Castells, el hombre es supuestamente privilegiado socialmente, pero con una situación más complicada en lo personal, pues ha perdido poder impositivo en todos los órdenes y en medio de la difusión de ideas feministas, sigue tras la mujer como figura erótica, como objeto de amor y trabajadora doméstica. Lo cual supone renegociar su relación heterosexual como igualitaria, cuando no ha optado por la simple separación o por la homosexualidad. Mientras que la mujer cuenta con una capacidad de “maternaje” que amplía sus redes de apoyo y sociabilidad en medio del trabajo, el cuidado de sus hijos y el acompañamiento que devenga de redes familiares y femeninas afectivas. Con todo y esto, parece perceptible principalmente en las nuevas generaciones de las distintas capas sociales que los hombres, “contaminados” por la feminización de la cultura urbana, han declinado su perfil de padres a la antigua usanza patriarcal. Pues, como lo señala Milan Kundera en su novela La Identidad, ya no son “padres” sino “papás”, han cambiado su rol familiar, han perdido autoridad y ese halo de agresividad sexual que los asistía en los espacios públicos”; pues aún en éstos apoyan y hasta relevan a la mujer en las tareas que demanda el “maternaje” de los hijos. Los ámbitos de la economía y la vida doméstica también han visto el declive de los viejos roles masculinos y femeninos, pero no su desaparición absoluta. Los dichos populares de “el dinero es cosa de hombres”, o la “cocina y los oficios domésticos son cosa de mujeres”, son reliquias patriarcales que nadie se atrevería a sostener en público, pero que todavía se practican con cierta funcionalidad en los hogares de más popular extracción o en los que predominan las generaciones de adultos y abuelos. El culto a las exigencias personales en la sociedad narcisista contemporánea supone que también sobre las relaciones de pareja como sobre la familia, pese una excesiva lista de demandas que parecen agotarla. Ahora se espera y se exige todo de todo encuentro amoroso. Se pide demasiado y demasiado pronto de la menor relación afectiva, e igual del matrimonio. Si este no sucede y se complace, se aboca la relación a su final seguro. Sin embargo, y de nuevo, nadie quiere quedarse solo a pesar del narcisismo reinante en las nuevas maneras de

30 31

MEAD, Margared, “Antes separaba la muerte, hoy el divorcio” (fotocopia).

ECHAVARRIA, Juan Fernando, “Demografía. El paso de los habitantes por el siglo XX”, en Revista Antioqueña de Economía y Desarrollo. De mercaderes a comerciantes. Medellín, Fundación Cámara de Comercio de Medellín, No. 30, septiembre-diciembre, 1989, p. 75.


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subjetivación. Y entre las nuevas maneras de ser que tocan con los valores y la sociabilidad urbana se encuentran los linderos del trabajo. El trabajo como discurso y como práctica social. valoraciones en torno al trabajo. de los medios a los fines Se sugirió anteriormente que la división socioeconómica tradicional del trabajo entre hombres y mujeres ya no tiene fundamento en la familia. Pero a riesgo de la permanencia misma de la familia, se percibe en las sociedades contemporáneas una incompatibilidad creciente entre matrimonio, vida y trabajo, perceptible, por ejemplo, en el retraso en la formación de parejas y en la vida en común sin matrimonio.

Pero más allá de la indiferenciación del trabajo entre hombres y mujeres como parte del derrumbe de las ataduras heterosexuales, se trata de hacer visible en este capítulo la forma como se han trasformado las valoraciones en torno al trabajo. En la sociedad antioqueña, las valoraciones alrededor de éste han estado signadas desde antiguo por lo religioso: “el trabajo lo hizo Dios como castigo”. Sin embargo, estas opiniones negativas expiatorias que todavía persisten se articulan con otras de carácter positivo y moderno. Se trata de una ética moderna del trabajo, que ha tenido desarrollos importantes en Antioquia, aun desde tiempos coloniales. En concordancia con ella se perfila al trabajo como un ordenador social, como motor del “progreso” económico y como una forma de edificación espiritual de la persona. En el contexto de una sociedad tradicional, en la que las doctrinas católicas tenían un gran asidero social, al trabajo se asociaban valoraciones como la honradez, la responsabilidad, el valor de la palabra, el ahorro, el esfuerzo por ascender socialmente y, por supuesto, la riqueza. Estas valoraciones y prácticas sociales fueron perdiendo vigencia con el final del modelo económico mercantil, que permitía el ascenso social a los sectores subalternos de la sociedad32. Este modelo económico se identificaba con el ethos sociocultural de sus elites y empresarios, permitiéndole a sectores bajos la conquista de un lugar entre ellos, por su capacidad de riesgo, cálculo, habilidad y pragmatismo para los negocios. Desde tiempo atrás, en Antioquia ha sido más importante el dinero y la capacidad personal para el trabajo como móvil de ascenso social y económico que el linaje. Con los cambios que supone el capitalismo moderno en el siglo XX, el modelo mercantil llegó a su fin, con una industrialización que impone un carácter monopólico y restringido para el ascenso social. Es entonces cuando los canales sociales del ascenso económico se estrechan para las nuevas clases urbanas medias y bajas, que posteriormente, herederos de una “mentalidad empresarial instalada”, no se resisten a las nuevas vías del ascenso social donde irrumpen otras actividades que podían ser un lucrativo “negocio”. Lo cual fue más visible en medio de las dificultades económicas por la quiebra del modelo económico, debido a la crisis petrolera internacional y a la de la industria nacional de 1973/74, respectivamente. La disposición cultural como la coyuntura económica de crisis, generaron posibilidades para legitimar socialmente una actividad legalmente proscrita como el narcotráfico.

32

URIBE DE HINCAPIE, María Teresa, “La territorialidad de los conflictos”, en TIRADO MEJIA, Alvaro (dir.), Realidad Social I, Medellín, Gobernación de Antioquia, 1988, p. 88.


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Hoy, los procesos de modernización vividos en una ciudad como Medellín, le dan la razón a sociólogos como Durkheim y Merton sobre el tema de la anomia social. Y es que se han erigido en símbolos de status social la riqueza y el éxito económico en detrimento de otros valores que tenían un gran poder cohesionador, alimentando formas de anomia que erosionan el tejido social. Así, las tradicionales concepciones sobre el trabajo se desdibujan y los viejos mecanismos para el ascenso y reconocimiento social se ven restringidos y desplazados por actividades que están por fuera de los canales establecidos, aunque han logrado cierta legitimidad en algunos sectores sociales. Hace apenas unas décadas, el habla popular todavía consignaba fórmulas de aprobación y reconocimiento moral para aquellos sujetos que fueran “decentes”y “honrados” “a pesar” de su pobreza, mal vista, particularmente en una Antioquia “pragmática y judía”. Así, de los medios a los cuales aparecía asociado el trabajo (el esfuerzo, la honradez, el sacrificio personal...) se ha puesto el énfasis en los fines y en los resultados que posibilita: la ganancia y el éxito económico. En relación con ello, algunos investigadores han señalado que en nuestra sociedad, las formas de sociabilidad ya no se enfatizan desde “...los engranajes simbólicos (los preceptos y la palabra divina, lo establecido por la tradición, el peso de las leyes e instituciones jurídicas)”, sino desde “el predominio de lo imaginario, que sintoniza con los ideales de la sociedad individualista: éxito, potencia sin límites, imperio del dinero, disfrute sin aplazamiento, derechos sin deberes”33. Aunque estas consideraciones sobre el trabajo como poder ético requieren ser desarrolladas con más profundidad, puede anotarse que ha sido tan acendrada la presencia social de una ética del trabajo en Antioquia que todavía en el habla popular se guarda memoria de ello. Y es que la vida misma, el destino personal, se ha confundido en Antioquia con el trabajo, cuando es una de sus dimensiones. Aún hoy en día se señala el trabajo como asimilable al “destino” personal y a la ética individual con que se despliega la vida toda. Todavía es común escuchar a las amas de casa decir: “son las once de la mañana y no he hecho el destino”, o “conseguime un trabajo que me quedé sin coloca y no tengo destino”. Este poder ético del trabajo, que lo convierte en causa común cohesionadora, también se registraba hasta hace poco con la gran condena a que han sido sometidos en Antioquia el ocio y la vagancia34. En esta región, la conversión de algunas actividades en “negocio”, negación del ocio por etimología, supone la necesidad de ocuparse y ganarse la vida a como dé lugar, sin importar que se sobrepasen los canales legítimos y tradicionales del ascenso social. Según se sugiere en una reciente crónica de la ciudad, el problema del narcotráfico se asocia a la incapacidad (leída como disposición sociológica y cultural) de muchos antioqueños de resistirse a ejercer actividades que puedan convertirse en un buen negocio35. 33

TENORIO, María Cristina, “Instituir la deuda simbólica”, en Revista Colombiana de Sicología, Bogotá, No. 2, 1993, p. 92. 34

JURADO, Juan Carlos, Pobres y miserables en la provincia de Antioquia. Control social en un periodo de transición. 1750-1850, Trabajo de grado presentado como requisito parcial para optar al título de Magíster en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia, Medellín, 1999. 35

GUILLERMOPRIETO, Alma, Al pie de un volcán te escribo. Crónicas Latinoamericanas, Bogotá, Norma, 1995, p. 132.


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La prolongación de iniciativas empresariales sobre actividades delictivas como el narcotráfico, el contrabando, el sicariato y el robo, entre otras, supone su conversión en actividades legítimas, al señalarlas cotidianamente como “trabajitos”, ligados a una forma de vida aceptada por sectores sociales. De esta manera, ha cobrado vigencia una ética de la “ganancia rápida y fácil”, cuyos riesgos y códigos de grupo reemplazan de alguna manera el “esfuerzo honrado”, persistente y sacrificado de las viejas generaciones obreras, desestimadas por las nuevas generaciones jóvenes, que rigen su vida por las lógicas del instante, del presente y de lo fugaz que caracteriza su “cultura”. Con respecto a la cultura juvenil y a las nuevas formas de criminalidad, Manuel Castells destaca “la nueva cultura que inducen”, pues los nuevos criminales exitosos se convierten en modelos que merecen ser imitados por nuevas generaciones de jóvenes36. Y particularmente en contextos como los que caracterizan a Medellín: una ciudad donde se perciben profundas restricciones a la movilidad social, con tradiciones culturales (empresariales y religiosas) que resultan funcionales a propósitos y lógicas delincuenciales, con una preocupante ilegitimidad política del sistema, un cierto nihilismo de las generaciones de jóvenes, y la generalización y agudización del desempleo que en los últimos años no baja del 15%. No obstante que existen relaciones de causalidad entre los procesos de violencia y el deterioro de las condiciones económicas a las que se ven sometidos los jóvenes de los sectores más populares, también es cierto que un determinado nivel de progreso económico los induce a ella. Investigadores como Alonso Salazar, escritores como Gabriel García Márquez y cineastas como Víctor Gaviria37, para sólo mencionar algunos, han captado aspectos de la sensibilidad de agrupaciones juveniles urbanas y, más específicamente, de aquellos con “inclinaciones delictivas”. Atrapados en su “entusiasmo por la vida y la percepción de sus límites”, con cierto nihilismo frente a la vida y a lo social, erigen como valor supremo la familia y en cierta manera lo religioso. Castells señala: Para ellos, no hay esperanza en la sociedad y todo, en particular la política y los políticos, está corrompido. La vida misma carece de significado y la propia no tiene futuro. Saben que morirán pronto. Así que sólo cuenta el momento, el consumo inmediato, la buena ropa, la buena vida, a la carrera, junto con la satisfacción de provocar miedo, de sentirse poderosos con sus armas. Sólo hay un valor supremo, sus familias y, sobre todo, sus madres, por quienes harían cualquier cosa. Y su fe religiosa, particularmente hacia determinados santos que les ayudarían en los malos momentos. [...] Por lo tanto, la comprimen –la vida- en unos pocos instantes, para vivirla plenamente y luego desaparecer. Por esos breves momentos de existencia, la infracción de las reglas y la sensación de poder

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CASTELLS, Manuel, La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. III. Fin de milenio, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 232.

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SALAZAR, Alonso, No nacimos pa’semilla: La cultura de las bandas juveniles de Medellín, Bogotá, CINEP, 1990; GARCIA MARQUEZ, Gabriel, Noticia de un secuestro, Bogotá, Norma, 1996; GAVIRIA, Víctor, películas: No Futuro (1989) y La vendedora de Rosas (1997).


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compensan la monotonía de una vida más larga pero miserable. Sus valores son compartidos por muchos otros jóvenes, si bien en formas menos extremas38. Esta sensibilidad que llega a estigmatizar la situación de muchos jóvenes, difiere de la de aquéllos que se organizan con ideales comunitarios en los barrios o de quienes buscan transformaciones sociales desde los llamados “movimientos estudiantiles” y cristianos, o inspirados en ideologías políticas. Con todo, este aspecto de las denominadas “culturas juveniles” es mucho más complejo de lo sugerido hasta el momento.

consideraciones finales Se han sugerido algunas de las tendencias de las problemáticas sociales y culturales de la ciudad de Medellín, tendencias que si bien son características de las urbes modernas, es necesario profundizar en su análisis para dilucidar con mayor agudeza sus especificidades locales y algunas de las temáticas propuestas. Como se afirma en algunos apartes de este ensayo, la ciudad de Medellín ha sufrido de manera acelerada transformaciones muy profundas en sus estructuras sociales, que si bien se remontan más allá de las dos últimas décadas del siglo XX, se han hecho más palpables durante ellas. Con estos procesos de cambio, pero también de permanencias, ha sido visible la aparición de nuevas prácticas sociales y de valores que configuran y expresan las dinámicas locales contemporáneas, pero también de una cultura en la que los intercambios internacionales se han intensificado a todo nivel. En este sentido, se asiste a la clara descomposición de las antiguas formas de vida de la “antioqueñidad” como proyecto social cohesionador, definido a partir de instituciones como la familia patriarcal, el trabajo “honrado y disciplinado”, formas de acatamiento y obediencia social definidas por el lugar central y jerárquico de los adultos, y el poder de la Iglesia y los partidos políticos con sus pautas de orden y moralidad. Igualmente, se ha sugerido que las profundas trasformaciones que afectan a la familia están asociadas con una supuesta crisis de la ciudad, a falta de una mejor expresión, o en otras palabras, a la aparición de otras formas de socialización de las nuevas generaciones de infantes y jóvenes, cuya procedencia es propiamente urbana, en comparación con la generación de sus padres y abuelos. Sin embargo, como lo dice Agnes Heller, la crisis podría entenderse como un cambio cualitativo inherente al mundo moderno, y no como un momento insuperable o una coyuntura especifica de la historia. Lo moderno ha implicado en Medellín, como en otras urbes de Latinoamérica, la aparición, no sin traumatismos, de formas de sociabilidad urbana que escapan a la ingerencia ordenadora de los tradicionales poderes éticos de la Iglesia católica, los partidos políticos y aun de la familia. Estos procesos suponen la laicización de los valores y formas de vida en la ciudad, como resultado del importante papel que han jugado el sistema educativo y los medios de comunicación en la generación de una cultura menos “parroquial y confesional”, y a las transformaciones que lleva consigo la consolidación del ingreso de la mujer a la educación, al mundo de la cultura y del trabajo urbano, junto con la declinación de

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CASTELLS, Manuel, La era de la información, Vol. III., op. cit., p. 232.


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los antiguos roles heterosexuales en que se fundaba la diferenciaci贸n de los sexos en el antiguo modelo patriarcal.


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resúmenes / abstracts maria fernanda duque

legislación gremial y prácticas sociales: los artesanos de pasto (1796-1850) Los autores interesados en el tema de las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII han prestado bastante atención tanto al ideal ilustrado como a las medidas económicas y administrativas implementadas por el Imperio español en el marco de la llamada “modernización defensiva”, sin embargo, también es cierto que con frecuencia omiten mencionar la legislación gremial y su huella sobre la vida del artesanado. El presente artículo desataca precisamente, no sólo dicha legislación sino su continuidad e impacto sobre los gremios artesanales a lo largo de los primeros decenios del siglo XIX, con lo que se intenta superar aquella visión en la que la independencia aparece como línea divisoria y donde la colonia no parece tener influencias sobre la vida republicana. Adicionalmente, pero en esta misma dirección, se describen y contrastan las prácticas sociales (fiestas civiles y religiosas) que mantuvieron los artesanos de Pasto durante ese periodo. palabras claves: instrucción general para los gremios, abolición de los gremios artesanales por la Constitución de 1832, artesano, maestro mayor, oficial, aprendiz, ideal liberal moderno, espíritu ilustrado, fiestas civiles, fiestas religiosas, santos patronos.

guild legislation and social practices: the artisans of pasto (1796-1850) Authors interested in the late 18th century Bourbon reforms have paid quite a lot of attention to both the Enlightenment ideal and to the economic and administrative measures implemented by the Spanish empire in the context of the so-called “defensive modernization”. However, it is also true that they often fail to mention the legislation regarding guilds and the mark it has left on the life of craftsmen. The present article focuses not only on said legislation but on its continuity and the influence it had on guilds during the early 19th century as well, in an attempt to evercome the limitations of the viewpoint from which independence is seen as a dividing line after which the colonial period does not seem to have any influence on republican life. Furthermore, although in this same direction, the social practices (civil and religious festivities) maintained by the craftsmen of Pasto during this period are described and contrasted. key words: general training for guilds, abolition of craft guilds by the Constitution of 1832, craftsman, senior master, official, apprentice, modern liberal ideal, enlightened spirit, civil holidays, religious feasts, patron saints.


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muriel laurent

nueva francia y nueva granada frente al contrabando: reflexiones sobre el comercio ilícito en el contexto colonial En este artículo se presentan unas reflexiones sobre el fenómeno del contrabando a partir de los casos de dos colonias del continente americano, la Nueva Francia y la Nueva Granada, en los siglos XVII y XVIII. Nuestro propósito consiste en destacar los rasgos comunes del comercio ilícito en dos colonias que presentan por lo demás unas diferencias notables. Concretamente, se detallan cinco rasgos que comparten la Nueva Francia y la Nueva Granada en cuanto a la existencia del contrabando y permiten inclusive explicar su persistencia durante todo el periodo colonial. Primero, la necesidad socio-económica que subyace a la aparición y al mantenimiento del contrabando. Segundo, las medidas tomadas por las autoridades para reprimir la actividad ilegal. Tercero, el papel de los comerciantes y su autonomía relativa frente a la autoridad. Cuarto, el tema de la rentabilidad y del consecuente enriquecimiento, atravesado por la corrupción y el funcionamiento de las redes sociales en los asuntos oficiales. Quinto, la presencia indígena en los territorios conquistados, su convivencia con las autoridades y su relación con el comercio. palabras claves: contrabando, nueva francia, nueva granada, mercantilismo, comerciantes, indígenas.

confronting contraband in new france and new granada: reflections on illicit trade in the colonial context

This paper presents a series of reflections on the phenomenon of smuggling, based on the specific cases of two American colonies, New France and New Granada, during the 17th and 18th centuries. The purpose is to highlight the characteristics common to illicit trade in both these colonies despite their notorious differences. Specifically, the paper focuses on five different traits that typified smuggling in both New France and New Granada and which make it possible to explain its continued existence there throughout the colonial period: first, the socioeconomic needs underlying the rise and continuation of smuggling; secondly, the measures taken by the authorities to repress this illegal activity; thirdly, the role of merchants and their relative independence with respect to authority; fourthly, the topic of profitability and subsequent enrichment, marked by corruption and the influence of social networks in official affairs; fifth and finally, the presence of indigenous groups, their co-existence with authorities in the conquered territories, and their relationship to trade. key words: smuggling, new france, new granada, mercantilism, merchants, Indians.


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juan carlos jurado

problemas y tendencias contemporáneas de la vida familiar y urbana en medellín En el artículo, basado en bibliografía secundaria, se tratan algunas tendencias y problemáticas contemporáneas de la familia en la ciudad de Medellín. Sobresalen los cambios en la estructura familiar como resultado de complejos procesos como el declive de la sociedad patriarcal, la inserción masiva de la mujer al mundo del trabajo y la cultura y el éxito de las campañas de natalidad en Colombia desde mediados del siglo XX. También se toca el problema de los nuevos lugares de la infancia y la juventud en la familia y en la escuela, donde ocupan posiciones centrales y de mayor reconocimiento que en el pasado, desplazando a los adultos de su centro y poniendo en jaque su autoridad; y en las formas de socialización urbana, definiendo nuevos paradigmas culturales. Como en otros contextos del mundo cultural occidental, la familia, en cierta manera se ha convertido en el refugio de la vida urbana, debido al deterioro de la vida pública, y su supuesta crisis está muy asociada a la aparición de otras formas de socialización en las grandes urbes. Estos y otros problemas como las nuevas identidades de género y el final de la heterosexualidad en que se afincaba la familia y la sociedad patriarcal, se inscriben en los procesos de internacionalización de la cultura, con sus especificidades en la ciudad como Medellín. palabras claves: problemas contemporáneos, cultura urbana, familia, juventud, trabajo.

contemporary issues and tendencies in family and urban life in medellin This article, based on secondary bibliography, deals with some contemporary family issues and tendencies in the city of Medellin. These changes in family structure stand out as a result of complex processes such as the decline of the patriarchal family, the massive entry of women into the labor force, and the culture and the success of birth control campaigns in Colombia since the middle of the twentieth century. It also deals with the problem of the new places of infancy and youth within the family and in school, where they occupy central positions with greater recognition than in the past, displacing adults from the center and challenging their authority; and in the forms of urban socialization, defining new cultural paradigms. As in other contexts of the western cultural world, the family has somehow become the refuge of urban life, due to the deterioration of public life, and its supposed crisis is closely associated to the appearance of other forms of socialization in large cities. These and other problems such as the new gender identities and the end of the heterosexuality on which the family and patriarchal society were based, are inscribed within the processes of internationalization of culture, with its distinctive traits in a city like Medellin. key words: contemporary issues, urban culture, family, youth, work.


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